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Thursday, July 14, 2016

El corrupto progresismo

Roberto Cachanosky explica que el problema no es el gobierno de turno, sino un Estado progresista es un caldo de cultivo para la corrupción.

Roberto Cachanosky es Profesor titular de Economía Aplicada en el Master de Economía y Administración de ESEADE, profesor titular de Teoría Macroeconómica en el Master de Economía y Administración de CEYCE, y Columnista de temas económicos en el diario La Nación (Argentina).
Seguramente los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández pasarán a la historia como uno de los más corruptos de la historia argentina. Es puro verso eso de que con Néstor hubiese sido diferente. Néstor Kirchner fue el que armó toda la arquitectura para transformar el aparato estatal en un sistema de represión y persecución de quienes pensaban diferentes, y también construyó un sistema de corrupción como nunca se había visto, al menos en la Argentina contemporánea.
Si algo tenemos que aprender los argentinos de estos 12 oprobiosos años de kirchnerismo, es a desconfiar de todos aquellos que prometan utilizar el estado para implementar planes “sociales”, y regular la economía en beneficio de la sociedad.



Tampoco es casualidad que el gasto público haya llegado a niveles récord. El gasto público fue la fuente de corrupción que permitió implementar el latrocinio más grande que pueda recordarse de la historia económica para que unos pocos jerarcas "k" engrosaran guarangamente sus bolsillos al tiempo que hundían a la población en uno de los períodos de pobreza más profundos.
Con el argumento de la solidaridad social se lograron varios objetivos simultáneamente: (1) Manejar un monumental presupuesto “social” que dio lugar a los más variados actos de corrupción (sueños compartidos, Milagro Sala, etc.). (2) Crear una gran base de clientelismo político para asegurarse un piso de votos. O me votás o perdés el subsidio. Como la democracia se transformó en una carrera populista, el reparto de subsidios sociales se transformó en una base electoral importante. (3) Crear millones de puestos de “trabajo” a nivel nacional, provincial y municipal para tener otra base de votos cautivos. O me votas o perdés el trabajo. Finalmente, (4) una economía hiper regulada por la cual para poder realizar cualquier actividad el estado exige infinidad de formularios y aprobaciones de diferentes departamentos estatales. Estas regulaciones no tienen como función defender al consumidor como suele decirse, sino que el objetivo es poner barreras burocráticas a los que producen para forzarlos a pagar coimas para poder seguir avanzando produciendo. Un ejercicio al respecto lo hizo hace años Hernando de Soto, en Perú y se plasmó en el libro El otro sendero. La idea era ver cómo la burocracia peruana iba frenando toda iniciativa privada con el fin de coimear.
Manejar miles de millones de dólares en gasto público, encima manejarlos bajo la ley de emergencia económica que permite reasignar partidas presupuestarias por Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) sin que se discuta en el Congreso el uso de los fondos públicos, es el camino perfecto para disponer de abundantes fondos para el enriquecimiento ilícito.
La clave de todo el proceso de corrupción pasa, por un lado, por denostar la libre iniciativa privada y enaltecer a los “iluminados” políticos y burócratas que dicen saber elegir mejor que la misma gente qué le conviene a cada uno de nosotros. Ellos son seres superiores que tienen que decidir por nosotros.
Establecida esa supuesta superioridad del burócrata y del político en términos de qué, cuánto y a qué precios hay que producir y establecida la “superioridad” moral de los políticos sobre el resto de los humanos auto otorgándose el monopolio de la benevolencia, se arma el combo perfecto para regular la economía y coimear, llevar el gasto público con sentido progresista hasta niveles insospechados para construir el clientelismo político y la correspondiente caja y corrupción.
Quienes de buena fe dicen aplicar política progresistas no advierten que ese supuesto progresismo es el uso indiscriminado de fondos públicos que dan lugar a todo tipo de actos de corrupción. En el fondo es como si dijeran: no es malo el modelo kirchnerista, el problema no son las políticas sociales que aplicaron, que son buenas, sino que ellos son corruptos. Esto limita el debate a simplemente decir: el país no funciona porque los kirchneristas son corruptos y nosotros somos honestos.
Mi punto es que el debate no pasa por decir, ellos son malos y nosotros somos buenos, por lo tanto, haciendo lo mismo, nosotros vamos a tener éxito y ellos no porque nosotros somos honestos. El debate pasa por mostrar que el progresismo no solo es ineficiente como manera de administrar y construir un país, sino que además crea todas las condiciones necesarias para construir grandes bolsones de corrupción. El progresismo es el caldo de cultivo para la corrupción.
Por eso no me convence el argumento que el cambio viene con una mejor administración. Eso podría ocurrir si tuviésemos un estado que utiliza el monopolio de la fuerza solo para defender el derecho a la vida, la libertad y la propiedad. En ese caso, solo habría que administrar unos pocos recursos para cumplir con las funciones básicas del estado.
Ahora si el estado va usar el monopolio de la fuerza para redistribuir compulsivamente los ingresos, para declarar arbitrariamente ganadores y perdedores en la economía y para manejar monumentales presupuestos, entonces caemos en el error de creer que alguien puede administrar eficientemente un sistema corrupto e ineficiente.
En síntesis, el verdadero cambio no consiste en administrar mejor un sistema ineficiente y corrupto. El verdadero cambio pasa por terminar con ese “progresismo” con sentido “social” que es corrupto por definición y ensayar con la libertad, que al limitar el poder del estado, limita el campo de corrupción en el que pueden incurrir los políticos. Además de ser superior en términos de crecimiento económico, distribución el ingreso y calidad de vida de la población.

El corrupto progresismo

Roberto Cachanosky explica que el problema no es el gobierno de turno, sino un Estado progresista es un caldo de cultivo para la corrupción.

Roberto Cachanosky es Profesor titular de Economía Aplicada en el Master de Economía y Administración de ESEADE, profesor titular de Teoría Macroeconómica en el Master de Economía y Administración de CEYCE, y Columnista de temas económicos en el diario La Nación (Argentina).
Seguramente los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández pasarán a la historia como uno de los más corruptos de la historia argentina. Es puro verso eso de que con Néstor hubiese sido diferente. Néstor Kirchner fue el que armó toda la arquitectura para transformar el aparato estatal en un sistema de represión y persecución de quienes pensaban diferentes, y también construyó un sistema de corrupción como nunca se había visto, al menos en la Argentina contemporánea.
Si algo tenemos que aprender los argentinos de estos 12 oprobiosos años de kirchnerismo, es a desconfiar de todos aquellos que prometan utilizar el estado para implementar planes “sociales”, y regular la economía en beneficio de la sociedad.


Wednesday, July 6, 2016

Mentira y engaño en Latinoamérica

Ángel Soto recuerda a sus 40 años un libro poco usual, Del buen salvaje al buen revolucionario y la vida de su autor venezolano, Carlos Rangel.

Ángel Soto es Profesor dela Facultad de Comunicación de la Universidad de los Andes (Chile).
Hace cuarenta años, en 1976, se publicó la primera edición de un libro distinto, poco usual —dice el editor— en el panorama ensayístico latinoamericano en el que se hace una descripción de los mitos y realidades de nuestros continente, que más bien parece seguir empantanado en las “venas abiertas”. Me refiero al trabajo del venezolano Carlos Rangel, cuyo título es Del buen salvaje al buen revolucionario (Caracas, 1976).



Su autor, nacido en 1929 fue periodista, diplomático y escritor. Un intelectual latinoamericano del siglo XX, es decir, un hombre que vivió el corto siglo XX y la lucha ideológica, educado en EE.UU. y Francia. A lo largo de su carrera escribió innumerables artículos y entre sus libros también destaca El tercermundismo (1982) y Marx y los socialismos reales y otros ensayos, escrito el mismo año de su muerte en 1988.
No pasa desapercibido que el texto que comentamos se inicia con una cita de Ortega y Gasset: “Todo el que en política y en historia se rija por lo que se dice, errará lamentablemente”. Frase que mantiene plena vigencia y que da cuenta de los mitos permanentes de nuestra discusión política. Desde seguir culpando a los españoles de nuestra pobreza hasta el abuso norteamericano, pasando por la redistribución de la riqueza y la educación gratuita para todos, etc. Discurso que —como bien se cita a Octavio Paz— nos recuerda que “la mentira se instaló en nuestros pueblos casi constitucionalmente… Nos movemos en la mentira con naturalidad… De ahí que la lucha contra la mentira oficial y constitucional sea el primer paso de toda tentativa seria de reforma” (p. 9). El propio Paz —citado por Rangel— en El laberinto de la soledad dice que mentimos por placer y que ésta posee “una importancia decisiva” en la vida cotidiana del latinoamericano: en el amor, la amistad, la política (Gota a Gota: Madrid, 2007, p. 122).
¡Que gran verdad!. Latinoamérica es presa de esa otra consigna, menos ideológica, pero tan dañina que es: “miente, miente que algo queda”.
En la 11ª edición Del Buen salvaje al buen revolucionario, publicada en 1992, el intelectual Jean-Francois Revel escribe en el prólogo, que ha sido la propia Europa la que ayudó a construir ese mito del estado de naturaleza abusado a partir de sus propias necesidades de aventuras, sueños y exotismo, y que esas imágenes las hemos proyectado cristalizándolas en la idea de la Latinoamérica revolucionaria del siglo XX (Monte Ávila: Caracas, 1992, p. 12), nunca mejor representadas en el mítico barbudo cubano de comienzos de los 60 con Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara y que podemos proyectar hasta el mexicano Sub comandante Marcos en Chiapas, mientras que por otro lado podría hacerse extensiva al fundamentalismo ecológico. Siempre me he preguntado cuánto de convencimiento real hay en esto último y cuánto hay de impulso (y financiamiento) desde el mismo mundo desarrollado que no quiere ver amenazado su dominio del mercado.
Si Latinoamérica es occidente o no, es un tema que discutiremos en otra columna de estos Fragmentos, pero lo que sí es importante afirmar aquí —siguiendo a Revel— es que el subdesarrollo de la región es ante todo político más que económico (p.17). Ahí esta la cuestión fundamental del asunto. Yo me permitió agregar, cultural.
¿Quién creería que el desarrollo llegará al momento de alcanzar los U$25.000 per cápita? Sí, alguien aludirá a la desigualdad del ingreso, mientras unos ganan U$60.000 otros quizás ganan U$3.000, pero eso nos dejaría empantanados en la planilla excel que hemos criticado en otros lugares.
En octubre del 2007, se publicó en España una nueva edición de este libro, que incluyó un prólogo del colombiano Plinio Apuleyo Mendoza donde enfatizó que estamos dirigidos por la mentira, calificando a Rangel como un “aguafiestas, un provocador y desde luego para los marxistas de todo pelaje un reaccionario” (Gota a Gota: Madrid, 2007, pp. 14-16). Y como no, si el venezolano fue uno de esos hombres que se anticipan a su tiempo en ideas, son políticamente incorrectos, van de frente y dicen las cosas cara a cara —algo difícil de encontrar en nuestra región donde el apuñalamiento por la espalda es el deporte de cada día— pero inevitablemente, al final de los días, tienen razón —y como bien dice Apuleyo— lo consiguen “porque se apoyan en la realidad y no en los mitos”.
Uno de ellos: ¿Quién podría identificar un solo caso de progreso económico en la historia del mundo a causa del socialismo? ¿Quién podría señalar un caso de éxito que no sea fruto de haber optado por el camino de la libertad política y económica, es decir, de la democracia y el mercado?
Sin embargo seguimos creyéndole a los populistas y a los vendedores de milagros. A parlanchines que buscan refundar de manera permanente nuestros países dictando nuevas constituciones como si ese fuera el problema, cuando la verdadera razón del atraso esta en que “buscamos culpables distintos a nosotros mismos”, y en ese camino “hemos adobado mentiras redentoras” (Gota a Gota: Madrid, 2007, p. 21).
Que paradójico resulta que en 1976 fue escrito en una Venezuela radicalmente distinta a la actual, ¿es que quizás se observaron señales que no se quisieron ver?
Son muchos los temas que se abordan —e invito al lector a leer el libro completo, no se arrepentirá— pero no puedo dejar de mencionar el capítulo “Héroes y traidores”.
¿Qué nos paso en el origen de nuestros procesos de independencia? Escasas libertades, precariedad jurídico-institucional, caudillismo y —sobre todo— traición, envidia y mentira. El “tirar hacia abajo a quien le va bien”, idea que con distintas expresiones esta presente en todo el continente y sin embargo ¿no hay acaso mayor dolor que el causado por la traición? El puñal por la espalda en esos proyectos en los que nos ilusionamos en conjunto, ponemos el alma, pero que sin embargo la soberbia, el egoísmo, la envidia y el oportunismo del mediocre terminan por destruir. Eso, en parte, es la historia de Latinoamérica.
Hace diez años, cuando se cumplieron los 30 de la publicación del libro de Rangel, el escritor Carlos Alberto Montaner se preguntaba por qué los venezolanos, y especialmente su clase dirigente, que tuvo la oportunidad de leer este libro, cayó igualmente en el chavismo, la “quintaesencia del tercermundismo denunciado en este libro”. La respuesta fue, porque como suele suceder, se le percibió “como una argumentación ideológica sin conexión con la realidad”, aunque tal vez, por sobre todo, fue una “advertencia contra el aventurismo político de la izquierda colectivista” (p. 435), que un sector de la clase dirigente no quiso ver, obnubilados por la riqueza, por la confianza en que el futuro estaba asegurado y por sobre todo ninguneando las ideas, a la intelectualidad.
Hoy, diez años más tarde, y a 40 años de su publicación, debiera volver a servir, no sólo a los venezolanos, sino que a todos los latinoamericanos, a repensar que no podemos seguir siendo víctimas del engaño, la mentira y de la traición.

Mentira y engaño en Latinoamérica

Ángel Soto recuerda a sus 40 años un libro poco usual, Del buen salvaje al buen revolucionario y la vida de su autor venezolano, Carlos Rangel.

Ángel Soto es Profesor dela Facultad de Comunicación de la Universidad de los Andes (Chile).
Hace cuarenta años, en 1976, se publicó la primera edición de un libro distinto, poco usual —dice el editor— en el panorama ensayístico latinoamericano en el que se hace una descripción de los mitos y realidades de nuestros continente, que más bien parece seguir empantanado en las “venas abiertas”. Me refiero al trabajo del venezolano Carlos Rangel, cuyo título es Del buen salvaje al buen revolucionario (Caracas, 1976).


Monday, June 27, 2016

España: ¿Y si gana Podemos?

España: ¿Y si gana Podemos?


Por Ignacio Camacho
No va a suceder. No ahora, o no todavía. La ventaja del PP sobre Podemos no se ha estrechado como para entrar en el margen de error de los sondeos, aunque es lo bastante corta para que los radicales puedan acceder al poder sin ganar las elecciones. Nadie debe soñar con que el PSOE lo impida: si hay mayoría de izquierdas habrá Gobierno de izquierdas. Pero el viento de la política ofrece barruntos de un cambio de ciclo más profundo. La cuenta atrás del «momento populista» ha comenzado.


Podemos no ganará –probablemente– el domingo. Sin embargo, está en condiciones sociológicas de hacerlo porque se ha asentado en la estructura del electorado español. Datos del CIS: primera fuerza entre los menores de 40 años y entre estudiantes, parados y jóvenes en busca de primer empleo. Líder entre quienes se consideran de izquierdas. Al alza entre profesionales y funcionarios del sector sanitario y educativo. Eso no es un partido marginal ni minoritario –ay, los frikis de Arriola–, sino la organización con más futuro biológico del país. Y con la más eficaz maquinaria de guerra electoral, dueña de la hegemonía propagandística, perfecta en el manejo de las redes sociales. La campaña ha discurrido a su compás: sobre sus ideas, sus eslóganes, sus propuestas. Incluso sobre sus imposturas, salidas de tono y contradicciones. Pero siempre bajo su pauta.
El éxito de Podemos es el fracaso del sistema y de todos los que minimizaron su irrupción. Muy en especial del marianismo, que nunca ha detectado ni entendido el cambio de mentalidad de la sociedad española. Que ha permitido –quizá creyendo que su apoyo nunca pasaría de lo justo para debilitar al PSOE– el relato nihilista del apocalipsis que presentaba a España como una nación hundida y a la democracia como un modelo amortizado. También de los socialistas, incapaces de levantar un proyecto de alternativa moderada. De las élites que trataron de contrarrestar –demasiado tarde– el auge extremista con el apresurado patrocinio de Ciudadanos. Y por supuesto es la consecuencia del devastador impacto moral de la corrupción, que ha acabado convertida por el discurso demagógico en la hoguera perfecta para abrasar a un régimen colapsado.
Las huestes de Iglesias no necesitan ganar esta vez para salir vencedoras en términos estratégicos. Porque su objetivo del asalto al Estado quedará reforzado tanto si entran a gobernar en coalición como si se enfrentan a un Gabinete frágil, minoritario y breve. Su cohesión es consistente; su convicción, iluminada, y sus adversarios, débiles. Ante un país moral e intelectualmente desarmado han levantado una distopía embaucadora y planteado una catarsis emocional que seduce con la mitología rupturista de la destrucción. Y no encuentran a nadie que les oponga un proyecto de esperanza sin conformismo. Podemos ganará más pronto que tarde porque es el partido que mejor interpreta a esta España.

España: ¿Y si gana Podemos?

España: ¿Y si gana Podemos?


Por Ignacio Camacho
No va a suceder. No ahora, o no todavía. La ventaja del PP sobre Podemos no se ha estrechado como para entrar en el margen de error de los sondeos, aunque es lo bastante corta para que los radicales puedan acceder al poder sin ganar las elecciones. Nadie debe soñar con que el PSOE lo impida: si hay mayoría de izquierdas habrá Gobierno de izquierdas. Pero el viento de la política ofrece barruntos de un cambio de ciclo más profundo. La cuenta atrás del «momento populista» ha comenzado.

Saturday, June 18, 2016

Dinero sin Estado



La cruzada de los Estados contra la libertad individual de sus súbditos tiene muchos frentes, y en todos ellos se libran batallas tan encarnizadas como desapercibidas para las grandes masas anestesiadas. Pese a no producir absolutamente nada, los Estados tienen a su disposición unos recursos casi ilimitados: les basta quitárselos a la gente, y las normas que imponen para ello no dejan de proliferar y sofisticarse.
La tecnología brinda nuevas armas a los dos contendientes. El aparato estatal la utiliza para vigilarnos y controlar nuestros pasos hasta extremos inéditos. Los individuos la empleamos —con frecuencia inconscientemente— para evadir esos controles insidiosos, fortalecer nuestra independencia y aumentar nuestra privacidad. Si llegara a prevalecer una tecnología de la recentralización y la jerarquización estaríamos perdidos y la humanidad futura sería menos libre que en cualquiera de sus estadios precedentes. Si, por el contrario, sigue siendo superior el avance de las tecnologías de interrelación horizontal y privada entre individuos, estaremos a salvo. Afortunadamente, hasta ahora parece clara la tendencia hacia una diseminación tecnológica tan generalizada, veloz y descoordinada que supera el avance tecnológico estatal.



Todos los grandes cambios tecnológicos han provocado cambios igualmente importantes en la red social, es decir, en la estructura de interrelaciones humanas
Siendo importante el efecto directo de la tecnología sobre el espacio directo de libertad de cada persona, lo realmente esencial es su inducción de cambios culturales. Todos los grandes cambios tecnológicos han provocado cambios igualmente importantes en la red social, es decir, en la estructura de interrelaciones humanas. Una evolución tecnológica que se basa en la colaboración espontánea de millones de tecnólogos en persecución de infinidad de fines particulares es la mejor garantía de que el cambio cultural subsiguiente vaya en la línea de más libertad y menos Estado para todos. Hay quienes teorizan que, en unas pocas décadas, la proliferación de las tecnologías libres provocará un cambio de paradigma en la organización social y política, sustituyendo las instituciones actuales por otras más acordes con la nueva red social. Tiene sentido, porque parece a todas luces imposible que el cambio afecte a todo lo demás y esquive solamente las estructuras políticas. Ahora bien, incluso si este pronóstico esperanzador resulta acertado, no va a ser ningún paseo militar para los partidarios de la Libertad. Los Estados se resistirán —se están resistiendo ya— a un futuro así. El recrudecimiento del estatismo, que trasciende los colores políticos, es una reacción esperable a esta tendencia de largo plazo que le amenaza.
Los Estados ya están atacando una de nuestras líneas de defensa fundamentales: el anonimato. Para ello no sólo emplean todas las novedades tecnológicas posibles. No les basta porque los individuos estamos en ventaja simplemente combinando las nuevas tecnologías con la privacidad convencional reconocida por nuestros textos constitucionales. Por eso vemos en todo el mundo cómo se erosiona sin contemplaciones los viejos derechos civiles antes inquebrantables, mientras en algunos países de nuestro entorno se limita legislativamente la encriptación de información o se pretende establecer sistemas de inspección profunda de los paquetes de datos en tránsito. El control de la ubicación del individuo es uno de los desarrollos más preocupantes, y contribuyen a él desde la identificación de las matrículas en los parquímetros hasta la intervención de las redes de telecomunicaciones móviles. Si algo han demostrado whistleblowers como Assange o Snowden es la absoluta falta de escrúpulos de los Estados a la hora de espiarnos a todos.
Uno de los medios más eficaces para tenernos vigilados es la destrucción de nuestra privacidad financiera, cuya inviolabilidad es ya un simple recuerdo
Uno de los medios más eficaces para tenernos completamente vigilados es la destrucción de nuestra privacidad financiera, cuya inviolabilidad es ya un simple recuerdo. Siempre se ha dicho que los impuestos directos no son perniciosos solamente porque nos quitan recursos, sino sobre todo porque obligan a revelar al Estado las finanzas personales. Pero esa injerencia resulta hoy casi un juego de niños, al lado del gran objetivo estatal que, indicio a indicio, vemos progresar en todo el mundo. Se trata de la destrucción del dinero tal como lo conocemos.
En realidad el Estado lleva mucho tiempo, como mínimo más de un siglo, destruyendo la institución dinero que tanto estorbaba a sus planes de control total del individuo. Para ello estableció el sistema de banca central y las leyes de curso monetario forzoso, y eliminó paulatinamente todo freno a la emisión de dinero mediante patrones objetivos. Igualmente, el Estado mantiene un reducido y privilegiado oligopolio bancario que, en realidad, no es más que una extensión suya. Ahora se dispone a asestar el golpe definitivo al libre intercambio entre particulares, eliminando el dinero físico para desanonimizar hasta las más pequeñas transacciones.
Los billetes y monedas son títulos al portador que cumplen una función ancestral y crucial: desvincular el valor transportado de la identidad del usuario
Si el dinero es, entre otras cosas, un depósito de valor y un medio de intercambio, es obvio que ambas funciones deben ser anónimas si así lo deciden las partes. Una vez incorporado legítimamente al patrimonio de una persona, el dinero debe poderse emplear de forma anónima en infinidad de situaciones. Los billetes y monedas son títulos al portador que cumplen una función ancestral y crucial: desvincular el valor transportado de la identidad personal de su usuario. El nuevo DNI 3.0 es uno de los pasos que están dando algunos Estados para hacer que todo el mundo lleve encima en un documento-aparato entre cuyas múltiples capacidades podrá habilitarse, en un futuro muy cercano, la de acceder a los depósitos bancarios para cualquier transacción. Hasta una barra de pan podría pagarse aproximando el DNI-billetera a un aparato de cobro situado en la panadería, quedando así registrado no sólo el importe sino, obviamente, la ubicación del pagador en el momento del pago. Las entidades bancarias, colaboracionistas del Estado, ya fuerzan hasta extremos inéditos la “trazabilidad” de las transacciones realizadas, y lo presentan como una buena práctica de responsabilidad social.
En fin, se hace necesaria una rebelión ciudadana contra la desanonimización del dinero. Tal vez un resultado positivo de este ataque en ciernes a nuestra privacidad sea la consolidación de una economía colaborativa con sistemas sofisticados de trueque al margen del dinero estatal, o la de dineros privados tipo pagaré, libremente endosables; o, mucho mejor, la generalización de monedas virtuales seguras y despolitizadas, como Bitcoin y similares. Si el Estado amenaza a la institución dinero, respondamos con formas de dinero sin Estado.

Dinero sin Estado



La cruzada de los Estados contra la libertad individual de sus súbditos tiene muchos frentes, y en todos ellos se libran batallas tan encarnizadas como desapercibidas para las grandes masas anestesiadas. Pese a no producir absolutamente nada, los Estados tienen a su disposición unos recursos casi ilimitados: les basta quitárselos a la gente, y las normas que imponen para ello no dejan de proliferar y sofisticarse.
La tecnología brinda nuevas armas a los dos contendientes. El aparato estatal la utiliza para vigilarnos y controlar nuestros pasos hasta extremos inéditos. Los individuos la empleamos —con frecuencia inconscientemente— para evadir esos controles insidiosos, fortalecer nuestra independencia y aumentar nuestra privacidad. Si llegara a prevalecer una tecnología de la recentralización y la jerarquización estaríamos perdidos y la humanidad futura sería menos libre que en cualquiera de sus estadios precedentes. Si, por el contrario, sigue siendo superior el avance de las tecnologías de interrelación horizontal y privada entre individuos, estaremos a salvo. Afortunadamente, hasta ahora parece clara la tendencia hacia una diseminación tecnológica tan generalizada, veloz y descoordinada que supera el avance tecnológico estatal.


Friday, June 17, 2016

Relaciones EEUU-Cuba: ¿sentido común o ligereza irresponsable?


Carlos Alberto Montaner

 
Al profesor Guillermo Lousteau
Texto de la conferencia "Las relaciones entre Estados Unidos y Cuba en la nueva etapa del deshielo. ¿Sentido común o ligereza irresponsable" , pronunciada por el autor en el Interamerican Institute for Democracy de Miami el pasado 4 de junio.
Siete advertencias finales sobre la nueva política cubana de Obama
Éste es uno de esos raros casos en los que conviene comenzar por el final. Estos papeles están dedicados a contar rápidamente cómo han sido las relaciones entre Estados Unidos y Cuba desde 1959 a la fecha, con el objeto de poder analizar la nueva política cubana anunciada por el presidente Barack Obama y el general Raúl Castro en diciembre de 2014.
Ese recorrido me precipita formular siete advertencias. No son recomendaciones ni conclusiones. Son observaciones que se desprenden naturalmente de la propia historia que relataré en breve.
Consignémoslas:
La primera advertencia es que el gobierno de los hermanos Castro mantiene en el 2015 exactamente la misma visión de Estados Unidos que tenía cuando los guerrilleros llegaron al poder en enero de 19591.
Para ellos el enorme y poderoso vecino, y sus supuestas prácticas depredadoras en el terreno económico, están en la raíz de los problemas fundamentales de la humanidad. Como leen poco y observan mal, continúan creyendo que las calamidades del Tercer Mundo se deben a la mala voluntad de las naciones desarrolladas, y muy especialmente a Estados Unidos con sus perversos términos de intercambio y su explotación inclemente de los recursos de las naciones pobres.



La segunda, y como consecuencia de la primera, es que ese régimen, absolutamente coherente con sus creencias, continuará tratando de afectar negativamente a Estados Unidos en todas las instancias que se presente.
Ayer se colocó bajo el paraguas soviético. En la etapa postsoviética, echó las bases del Foro de Sao Paulo y, más tarde, del circuito conocido como el Socialismo del Siglo XXI, extendido a los países de la llamada ALBA. Hoy se alía firmemente a Irán, y ya se apunta al bando chino-ruso en esta nueva y peligrosa Guerra Fría que está gestando. Para los Castro, el antiamericanismo es una cruzada moral a la que no van a renunciar nunca.
La tercera, es que no existe en la dictadura cubana la menor intención de comenzar un proceso de liberalización que permita el pluralismo político o las libertades, tal y como se conocen entre las naciones más desarrolladas del planeta.
Los demócratas de la oposición se toleran mientras sus movimientos y comunicaciones estén regulados y vigilados por la policía política.
El régimen domina perfectamente las técnicas de control social. Al margen de la policía convencional, para mantener a raya a la oposición cuenta con al menos 60,000 oficiales de contrainteligencia adscritos al Minint2, y otras decenas de miles de colaboradores. Para ellos la represión no es un comportamiento oscuro y vergonzante, sino una labor constante y patriótica.
La cuarta, es que el sistema económico que está erigiendo Raúl Castro no ha sido concebido para que florezca la sociedad civil. Ésa que un día, mágicamente, derrocará la dictadura, sino es un modelo de Capitalismo Militar de Estado (CME), cuya columna vertebral es el ejército y el Ministerio del Interior, instituciones que controlan la mayor parte del aparato productivo del país.
Dentro de ese esquema, como se deduce de las palabras del economista oficial Juan Triana Cordoví3, el Estado (en realidad, el sector militar) se reserva el manejo y explotación de las 2,500 empresas medianas y grandes del país, dejándoles a los cuentapropistas un sinfín de actividades menores para no tener que sostenerlos. Contrario a lo que piensan en Washington y en los sectores cubanos no gubernamentales que apoyan esas reformas económicas, Raúl Castro y sus asesores suponen, acertadamente, que los cuentapropistas serán una fuente de estabilidad del sistema de Capitalismo Militar de Estado, no por afinidad ideológica, sino para no perder los pequeños privilegios y ventajas que obtienen.
La quinta, es que el régimen de los Castro no tiene el menor interés en propiciar el enriquecimiento de los empresarios extranjeros. Desprecian el ánimo de lucro de los capitalistas, les parece repugnante, aunque muchos de ellos mismos, de alguna manera, lo practiquen discretamente.
Las inversiones del exterior serán bienvenidas sólo y únicamente cuando contribuyan a fortalecer el Capitalismo Militar de Estado que están forjando. Para el gobierno cubano esas inversiones son un mal necesario, como el que se amputa un brazo para salvar la vida.
Si alguien piensa que ese régimen permitirá el surgimiento y crecimiento de un tejido empresarial independiente, es porque no se ha tomado el trabajo de estudiar los textos y discursos de los propios personeros del régimen, y ni siquiera de examinar la conducta que exhiben.
Tiene toda la razón el inversionista en bienes raíces y notable millonario Stephen Ross4 cuando, tras regresar de un viaje a Cuba, declaró que no había visto en la Isla la menor oportunidad seria de hacer negocios. En realidad, no la hay, salvo en aquellas actividades que exista un rédito claro para el gobierno o que sea absolutamente indispensable para la supervivencia del régimen.
Es obvio que la prioridad de los Castro es mantener el poder y no desarrollar un vigoroso tejido empresarial que saque a los cubanos de la miseria. Para explicar esas carencias han desarrollado la coartada de la austeridad revolucionaria y la crítica al consumismo (el gusto por la "pacotilla") como una forma heroica y abnegada de afrontar la pobreza.
La sexta advertencia es que, ante este cuadro deprimente de atropellos e insistencia en los disparates de siempre, la renuncia de Washington al containment y su sustitución por el engagement, a lo que se agrega la cancelación del objetivo de tratar de propiciar el cambio de régimen, como dijo Obama en Panamá, es una peligrosa e irresponsable ligereza que perjudicará a Estados Unidos, alentará a sus enemigos, descorazonará a sus aliados y afectará muy negativamente a los cubanos que desean libertades, democracia real y terminar con la miseria.
¿Qué sentido tiene que Estados Unidos –y con él la Iglesia Católica– contribuya al fortalecimiento de un Capitalismo Militar de Estado, enemigo de las libertades, incluidas las económicas, violador de los Derechos Humanos, que perpetúa en el poder a una dictadura colectivista que ha destrozado a Cuba y hoy contribuye a destruir a Venezuela porque no puede enseñar otra cosa que lo que ha hecho durante 56 años?
La séptima advertencia es que nunca la oposición democrática ha sido más frágil ni ha estado más desprotegida, pese al impresionante número de disidentes y al heroísmo que despliegan. Nunca ha estado más sola.
¿Por qué nadie va a tomarla en cuenta si Estados Unidos ha renunciado al cambio de régimen y está dispuesto a aceptar a la dictadura cubana sin exigirle nada a cambio?Estados Unidos ha renunciado a indicarle claramente a La Habana que el verdadero cambio comienza en el momento en que la cúpula de la dictadura acepta que el primer paso es dialogar con la oposición y admitir que las sociedades son plurales y albergan diferentes puntos de vista.
¿Qué argumento tienen ahora los callados y siempre asustados reformistas del régimen para reclamar sotto voce cambios políticos y económicos si nadie se los exige al gobierno de los Castro?
En suma, ha sido un grave error de Obama separarse de la política seguida por los diez presidentes, demócratas y republicanos, que lo precedieron en la Casa Blanca.
Uno no puede decretar que su enemigo súbitamente se ha convertido en su amigo y ha comenzado a pensar como a uno le conviene. Eso es infantil.
No se trata de criticar a Obama por haber ensayado una política nueva. El problema es que es una política errónea.
Y ahora comencemos el relato
El 17 de diciembre de 2014 el presidente Barack Obama y el general Raúl Castro anunciaron simultáneamente un nuevo tipo de relaciones basado en el abandono por parte de Estados Unidos de la política de aislamiento y presiones económicas seguida desde 1960 por 10 presidentes norteamericanos, republicanos y demócratas.
Era el fin de la estrategia de containment y su sustitución por una suerte de engagement, para utilizar la jerga diplomática norteamericana.
El 29 de mayo de 2015 el gobierno de Estados Unidos eliminó a Cuba de la breve lista de naciones que respaldan el terrorismo. Era el primer obstáculo para conceder el resto de las concesiones que demanda el régimen de Raúl Castro.
Eso abre el camino para
  • el eventual fin del embargo cuando el Congreso derogue la ley que lo mantiene vigente;
  • la autorización a los viajeros norteamericanos para que puedan gastar dinero en la Isla;
  • la devolución de la base de Guantánamo;
  • la clausura de los programas encaminados a tratar de cambiar el régimen cubano por vías pacíficas, y entre ellos las transmisiones por Radio y TV Martí;
Incluso facilita la posibilidad de que Cuba acceda en el futuro al BID, el FMI, al BM, o a cualquier organismo crediticio que hoy le tiene las puerta vedadas.
Todo se andará a su debido tiempo.
El régimen cubano ha demostrado que el uso persistente de sus laboriosos y disciplinados agentes de influencia, más la perseverancia en el mantenimiento de su estrategia política, acaba por dar frutos. Raúl Castro, en suma, ha ganado una importantísima batalla política sin moverse un milímetro en dirección de la libertad y la democracia.
¿Por qué Estados Unidos renuncia unilateralmente a esas medidas contra la dictadura cubana sin exigirle nada a cambio? Esto vale la pena examinarlo sin apasionamiento.
A mi juicio, se trata de un cambio de rumbo en la política norteamericana que difícilmente será revocado, al menos durante la administración del Obama, pero, incluso si el próximo presidente fuera un republicano, dudo mucho que se modificaran sustancialmente las medidas implementadas por el actual gobierno de Estados Unidos.
En todo caso, Barack Obama alegó una razón. Dijo que no habían dado resultado en más de medio siglo. Se refería, supongo, a que no habían derrocado al régimen. A lo que agregó una circunstancia personal: él ni siquiera había nacido cuando se impuso el embargo de Estados Unidos.
No alegó que su nueva política lo lograría. Por el contrario, en Panamá, pocas semanas más tarde, afirmó que su nueva política ya no estaba orientada a tratar de cambiar el régimen comunista de la Isla. Eso quiere decir, lógicamente, que derogaba las medidas anticastristas porque habían cambiado los objetivos de Washington.
Para sintetizar, Estados Unidos, resignado a convivir con una dictadura comunista en el vecindario, abandonaba en Cuba la política de containment y se acogía a la estrategia del engagement. Algo, por cierto, en consonancia con la visión general de esta administración con relación a América Latina.
Sistemáticamente, y durante muchos años, Washington ha decidido ignorar los furibundos ataques de Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Rafael Correa y Daniel Ortega, o las alusiones de Cristina Fernández de Kirchner.
Por otra parte, el elemento temporal –el tiempo transcurrido desde que Eisenhower decretó las primeras medidas anticastristas–, sospecho, le generaba cierto distanciamiento del tema cubano y de la natural hostilidad hacia esa dictadura comunista cultivada por los presidentes que lo habían precedido en el cargo.
En todo caso, como principio, me parece peligroso que el jefe del Estado norteamericano invoque el factor del tiempo transcurrido para juzgar unas medidas políticas.
Afortunadamente, los republicanos Ronald Reagan y George Bush (padre) mantuvieron la estrategia de la contención puesta en marcha por el demócrata Harry S. Truman cuarenta años antes de llegar ellos al poder.
Si hubieran cedido a las presiones para que la abandonaran, como reclamaban muchos líderes europeos fascinados con la Ostpolitik propuesta por Willy Brandt –la versión alemana del engagement–, tal vez la URSS seguiría en pie amenazando al mundo.
Precisamente, una de las mayores fortalezas norteamericanas es la continuidad de las instituciones y de las medidas de gobierno. El presidente Obama es el cuadragésimo cuarto presidente de Estados Unidos, un país que tiene la misma Constitución desde 1787 y cuyo primer presidente fue electo en 1789.
El origen de las sanciones
Para poder juzgar con propiedad las medidas de gobierno impuestas contra la dictadura cubana desde el gobierno de Ike Eisenhower, es importante saber por qué se dictaron y por qué desde entonces las mantuvieron 10 presidentes, republicanos y demócratas.
A partir de ese punto, será razonable preguntarse qué ha cambiado para modificarlas o si lo que está sucediendo es un error estratégico que bordea la irresponsabilidad.
¿Por qué comenzaron las sanciones?
Evidentemente, porque el régimen de Fidel Castro, desde 1959, había adoptado una política contraria a los intereses, estrategia e ideales de Estados Unidos y de todas los gobiernos prooccidentales, independientemente de si eran dictaduras o democracias.
A La Habana le daba exactamente igual tratar de derrocar a los dictadores Somoza y Trujillo como a los demócratas Rómulo Betancourt, Manuel Prado y Arturo Ilía5. No distinguía.
Esa política, simultáneamente, en medio de la guerra fría, afectaba a todos los aliados de Washington porque iba dirigida contra eso a lo que llamamos Occidente y entonces calificábamos como "mundo libre", a cuya cabecera comparecía Estados Unidos desde el fin de la Segunda Guerra mundial.
La vasta y elaborada política de contención de Estados Unidos, desde el Plan Marshall hasta la creación de la OTAN, pasando por la Guerra de Corea, hubiera carecido de sentido si Washington se cruzaba de brazos ante el tipo de gobierno prosoviético que surgido en Cuba tras la fuga del dictador Fulgencio Batista.
Esa fue la posición de Ike Eisenhower, John F. Kennedy, Lyndon Johnson, Richard Nixon, Gerald Ford, Jimmy Carter, Ronald Reagan, George H.W Bush (padre), Bill Clinton, y de George W. Bush (hijo).
Podrá alegarse que se debía al peso electoral de los cubanos en Florida, pero eso no es cierto. Los cubanos, que apenas alcanzan el 4% de los votos en Florida, no tuvieron la primera representación en el Congreso hasta la década de los ochenta, y no existió nada que pudiera llamarse lobby hasta el gobierno de Ronald Regan, cuando Jorge Mas Canosa creó la Fundación Nacional Cubano Americana.
Era otra cosa: se trataba de las normas de la Guerra Fría. Eran the rules of engagement (ROE) de aquel apasionante enfrentamiento que duró entre 1945 y 1989. En ese periodo, Estados Unidos había evitado que la URSS o China comunista se apoderaran de Grecia y Turquía, de Taiwán (Formosa) de Corea del Sur, y probablemente de Italia y Francia, países que poseían los partidos comunistas más poderosos de Europa. Estaba en la naturaleza de las cosas y en la coherencia estratégica, que intentaran evitar que Moscú sembrara un aliado agresivo a 90 millas de las costas americanas, capaz de instalar cohetes atómicos que en pocos minutos alcanzaban sus objetivos.
No había duda de lo que sucedía. Fidel Castro, en diciembre de 19616, desmintiendo sus propias palabras anteriores, declaró, en un tono desafiante, que era marxista-leninista desde su juventud y que seguiría siéndolo hasta su muerte, compromiso que hasta ahora ha cumplido celosamente, incluso tras el derrumbe de la URSS y el descrédito total del colectivismo como fórmula económica para organizar la sociedad.
Evidentemente, nunca ha habido un líder más tercamente convencido de las virtudes del comunismo y de la conducta criminal y perniciosa de Estados Unidos, país al que ha decidido combatir hasta su último aliento.
Por supuesto, la declaración de Fidel Castro era útil para forjar una reacción norteamericana, pero sólo confirmaba lo que ya resultaba obvio.
Antes de diciembre de 1961 la Casa Blanca, el Congreso y el Senado, incluso una gran parte de la prensa, ya habían entendido, correctamente, que se había instalado en Cuba un gobierno visceralmente antiamericano, antimercado y prosoviético.
En ese momento, cuando Castro admitió su filiación ideológica públicamente, hacía más de un año que había terminado el debate sobre la naturaleza del castrismo y nadie medianamente informado ignoraba lo que acontecía en Cuba.
Eisenhower, finalmente, el 17 de marzo de 1960, firmó una Orden Ejecutiva, encaminada a tratar de liquidar el régimen surgido en Cuba. Todos sus ingentes esfuerzos para llevarse bien con su vecino habían fracasado. Esta vez no era otro pintoresco revolucionario latinoamericano al que la realidad acabaría por domarlo.
Tratar de desalojarlo del poder no era un acto de soberbia imperial, sino, insisto, una consecuencia de la Guerra Fría. El general soviético de origen español Francisco Ciutat de Miguel7, hombre del KGB y asesor de las Fuerzas Armadas cubanas por cuenta de Moscú, quien usaba en la Isla el pseudónimo de Ángel Martínez Riosola, Angelito, así bautizado por el propio Fidel Castro, ya llevaba dos semanas residiendo en la Isla cuando Eisenhower firmó esa orden ejecutiva contra el castrismo. Había llegado discretamente a La Habana el 5 de marzo de ese mismo año. Otros compañeros suyos lo habían precedido en la tarea que le habían encomendado.
La visión y la misión ideológica de los comunistas cubanos
¿Por qué el gobierno de Castro se alineaba con Moscú?
Por audaz y delirante que parezca, tratándose de una pobre isla azucarera del Tercer Mundo, el objetivo era destruir a Estados Unidos, debido a que Fidel Castro y unos pocos de sus colaboradores comunistas, quienes acababan de triunfar contra todo pronóstico derrotando a la dictadura de Batista, profunda y fanáticamente ignorantes, habían sido conquistados por la Teoría de la Dependencia y le atribuían al sistema privado de economía, al mercado y a Estados Unidos el origen de todos los males que aquejaban a la humanidad.
En ese momento, y me temo de que hasta hoy, estaban convencidos de dos cosas fundamentales: el vecino norteamericano era el primer responsable de todos los males del planeta y –ésta la ocultaban– el comunismo les proporcionaba la mejor coartada para mantenerse en el poder permanentemente.
Dejemos que Ernesto Che Guevara defina la visión de la Revolución en uno de sus discursos clave, dado que lo que él transmitía era exactamente lo que Fidel Castro creía y se proponía llevar a cabo.
Cito a Guevara en su discurso "Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental":
En definitiva, hay que tener en cuenta que el imperialismo es un sistema mundial, última etapa del capitalismo, y que hay que batirlo en una gran confrontación mundial. La finalidad estratégica de esa lucha debe ser la destrucción del imperialismo. La participación que nos toca a nosotros, los explotados y atrasados del mundo, es la de eliminar las bases de sustentación del imperialismo: nuestros pueblos oprimidos, de donde extraen capitales, materias primas, técnicos y obreros baratos y a donde exportan nuevos capitales -instrumentos de dominación-, armas y toda clase de artículos, sumiéndonos en una dependencia absoluta. El elemento fundamental de esa finalidad estratégica será, entonces, la liberación real de los pueblos; liberación que se producirá, a través de lucha armada, en la mayoría de los casos, y que tendrá, en América, casi indefectiblemente, la propiedad de convertirse en una revolución socialista8.
Esta visión y misión, encaminadas a destruir a Estados Unidos mediante la dominación de sus aliados, comenzó a desarrollarse exactamente desde el inicio mismo de la revolución cubana, despachando guerrillas a Panamá, República Dominicana, Venezuela o Bolivia, mientras La Habana adiestraba o apertrechaba a grupos subversivos en Perú, Argentina y Uruguay.
Por otra parte, la dictadura comunista instaurada en la Isla, de acuerdo con su particular visión de los problemas de la sociedad, afectó los intereses materiales de Estados Unidos confiscando cuantiosas propiedades de ciudadanos de este país.
Si pensaban, como los marxistas, que la propiedad privada de los medios de producción estaba en el origen de la injusticia y la pobreza, y se creían que los estadounidenses eran los más rapaces capitalistas, estaba claro que los privarían de sus propiedades. Para ellos, más que una confiscación, era una recuperación.
En ese momento, por la cercanía y por la afinidad histórica, Cuba era una de las naciones que mayores inversiones norteamericanas poseía. Todas, pues, fueron expropiadas sin compensación.
En consecuencia, con sus sanciones económicas, Estados Unidos, no trataba unilateral e impunemente de cambiar el régimen cubano en un acto de soberbia imperial. Era una respuesta a lo que Cuba intentaba hacer contra el gigante norteamericano cuando, en esa misma década, apoyada por los soviéticos, la Isla alentó, adiestró y dotó de recursos económicos, armas y explosivos a ciertos violentos separatistas afroamericanos y a los independentistas puertorriqueños, e incluso creó una institución llamada la Tricontinental9 para tratar de subvertir el orden en todo el planeta.
Del comunismo soviético al Foro de Sao Paulo
Groso modo, la alianza de los Castro con Moscú duró tres décadas en las que la principal tarea del gobierno cubano, y la que más disfrutó el Comandante, fue luchar en todos los frentes por lograr la supremacía de su proyecto político y la derrota del "imperialismo yanqui".
Para lograrlo, Castro no había tenido escrúpulos en aliarse, entre otros:
  • con personajes como el libio Muamar el Gadafi, un criminal desequilibrado10;
  • con el dictador guineano Francisco Macías, acusado de asesinar entre 30,000 y 80,000 personas en una población de apenas 300,00011;
  • con el ayatolá Jomeini que había sustituido al Sha por una teocracia islamista;
  • y hasta con el narcotraficante colombiano Pablo Escobar, como contó su lugarteniente Popeye y luego ratificó el arquitecto Juan Escobar, hijo de Pablo, cuando escribió sus memorias12.
La única condición requerida para tener el respaldo y aprecio de "los cubanos" era que sus aliados fueran clara o funcionalmente antinorteamericanos, o que estuvieran dispuestos a afectar los intereses del odiado país.
No obstante, a partir de Lyndon Johnson todos los inquilinos de la Casa Blanca trataron de limar asperezas con Fidel Castro, pidiéndole, eso sí, que dejara de intervenir militar o clandestinamente en los asuntos de otros países, tanto en África como en América Latina, pero, en todos los casos, encontraron que el dictador cubano no estaba dispuesto a ceder un ápice en lo que era su leitmotiv: luchar contra Estados Unidos y forjar un planeta dominado por las ideas comunistas.
A fines de 1979, Fidel Castro sentía que su objetivo estaba cerca de cumplirse, como le confió al historiador venezolano Guillermo Morón13.
En ese momento, las armas cubanas habían triunfado en Angola y Etiopía, los sandinistas, guiados por los cubanos, ocupaban el poder en Nicaragua, y el propio Comandante presidía el movimiento de los No-alineados, habiéndole dado un vuelco absolutamente prosoviético a la institución, contra la voluntad de personajes como el yugoslavo Tito.
Sin embargo, en Moscú las sucesivas y rápidas muertes de Leonid Breznev (1982), Yuri Andropov (1984) y Konstantin Chernenko (1985) llevaron al poder a Mijail Gorbachov en 1985, un apparatchik dispuesto a salvar el régimen comunista mediante una profunda reforma descentralizadora o Perestroika, acompañada de un mayor grado de transparencia y críticas a la gestión del gobierno, la Glasnost, receta que le había sido sugerida por el teórico Alexander Yakolev, quien, en su momento, fuera su asesor principal.
¿Qué hizo Fidel Castro ante esos nuevos rumbos? Enemigo de los cambios y profundamente conservador, vaticinó, correctamente, la debacle que sucedería en la URSS. De alguna manera, el Comandante intuía que ese modelo, el que había aprendido y recibido de los soviéticos para imponérselo a los cubanos, sólo se podía sostener mediante el control de la policía política y el miedo de la población a las represalias.
Casi desde la llegada de Gorbachov al poder, Fidel Castro se convirtió en un enemigo acérrimo de la Perestroika, prohibió que en Cuba circulara el libro Perestroika escrito por Gorbachov, de quien llegó a sugerir que era un hombre influenciado por la CIA, y apostó porque el estalinismo regresaría al poder de la mano del KGB.
Ese dato no era una intuición, sino un "juicio informado". Lo conocía por sus viejas y estrechas relaciones con el general Nikolai Leonov14, segundo jefe del KGB y parte activa de los conspiradores, y porque una buena parte de la conjura para terminar con Gorbachov se llevó a cabo en la embajada cubana en la URSS, como revelara Jesús Renzolí, el ex embajador interino de Cuba en Moscú, tras su deserción en 1991.
¿Qué hizo Fidel Castro tras el hundimiento de la URSS, la disolución del PCUS, la trasformación de casi todos los satélites comunistas europeos en democracias liberales que hoy forman parte de la Unión Europea y el fin del cuantioso subsidio?
¿Trató de acomodarse a un mundo postsoviético e impulsar alguna suerte de transición suave y razonable hacia la democracia que les ahorrara a los cubanos la miseria a que estaban avocados tras la desaparición del comunismo europeo?
Nada de eso. Declaró varias veces que Cuba se hundiría en el mar antes que abandonar el marxismo-leninismo, decretó el comienzo de un interminable "periodo especial" que dura hasta nuestros días, admitió algunas reformas económicas para poder sobrevivir, pero advirtiendo que "ahora sí comienza el socialismo" y, junto a Lula da Silva, se dio a la tarea de recoger los escombros de las organizaciones procomunistas y antiamericanas que quedaban en el mundo, formando con ellas una nueva internacional a la que llamaron el "Foro de Sao Paulo"15.
Era la mayor cantidad de comunismo antiyanqui que permitían las circunstancias tras la desaparición de la URSS.
Los difíciles años noventa y el Foro de Sao Paulo
Durante toda la década de los noventa la revolución cubana continuó siendo rabiosamente comunista y antinorteamericana, sin siquiera ahorrarse otra agresión demográfica contra el vecino enemigo, la tercera en la historia del proceso: la primera fue Camarioca16 (1965) y la segunda Mariel17 (1980), ambas así llamadas por el puerto utilizado para despachar a los balseros.
En efecto, en 1994, por tercera vez, Fidel Castro desató el balserazo que colocó en el Estrecho de la Florida a decenas de miles de desesperados emigrantes que pretendían llegar a Estados Unidos. Unos 34 000 balseros fueron provisionalmente recluidos en la Base de Guantánamo hasta que resultaron admitidos en Estados Unidos18.
Previamente, 41 personas, 10 de ellas menores de edad, habían muerto mientras trataban de escapar de Cuba en una barcaza de madera llamada 13 de marzo19, como consecuencia de las embestidas de una lanchas del Ministerio del Interior.
En 1996, la Fuerza Aérea cubana destruyó dos avionetas desarmadas de Hermanos al Rescate20 sobre aguas internacionales ­–una organización dedicada a avistar y ayudar a los balseros– en las que viajaban varios ciudadanos y un residente norteamericanos.
Dos años después, en 1998, fueron apresados diez espías cubanos pertenecientes a la Red Avispa21, de los cuales cinco se negaron a colaborar con las autoridades y cumplieron varios años de prisión hasta que el presidente Obama, con el pretexto de liberar a Alan Gross, un norteamericano detenido en Cuba por ayudar a miembros de la comunidad hebrea a mejorar su conectividad por Internet, cedió a las presiones de La Habana y puso en libertad a los tres que todavía no habían cumplido sus sentencias.
Los otros cinco espías dispuestos a colaborar con el FBI y la justicia norteamericana revelaron las diversas misiones a las que se dedicaban. Además de espiar a las organizaciones cubanas anticastristas y a los congresistas federales cubanoamericanos, intentaron penetrar el Comando Sur de Estados Unidos, la base MacDill en Tampa, la Base aérea Barksdale de Louisiana, y la base aeronaval de Cayo Hueso (Boca Chica), donde sí lograron infiltrarse22.
La contrainteligencia norteamericana llegó a la conclusión que la información militar obtenida por los servicios cubanos era vendida por La Habana o intercambiada por otros favores a los enemigos de Estados Unidos –Irak, Corea del Norte, Irán–, con lo cual el daño podía ser considerable.
En ese momento, el aparato de contrainteligencia norteamericano sospechaba seriamente que el gobierno cubano tenía sus topos en el Pentágono, el Departamento de Estado e, incluso, contaba con agentes de influencia en el Congreso de Estados Unidos, como habían relatado algunos desertores de primer rango pertenecientes a las Fuerzas Armadas cubanas y al Ministerio del Interior.
Eventualmente, a los pocos días del ataque de los terroristas islamistas a las Torres Gemelas y al Pentágono, el 11 de septiembre del 2001, el FBI detuvo a Ana Belén Montes23, alta funcionaria del Departamento de Inteligencia de la Defensa, quien espiaba desde hacía 16 años para el gobierno cubano.
Ana Belén Montes era la analista principal de temas cubanos para el gobierno de Estados Unidos y quien evaluaba la peligrosidad que representaba el castrismo para Washington.
Su misión como espía de los Castro, además de revelarle a La Habana todos los esfuerzos de la inteligencia de Estados Unidos por recabar información de la Isla –lo que la llevó a delatar a algunos de sus compañeros que operaban en Cuba-, consistía en minimizar la peligrosidad del régimen cubano y defender el fin de las sanciones económicas decretadas por su gobierno.
En el 2009, tres años después de que Raúl Castro asumiera la presidencia de Cuba, el FBI detuvo a Walter Kendall Myers24 (nacido en 1937) y a su mujer Gwendolyn. Kendall Myers trabajaba en el Departamento de Estado y daba clases en Johns Hopkins. Era un funcionario de rango alto. Los dos fueron acusado de ser espías de Cuba desde hacía 30 años. Como parte del arreglo con la fiscalía, él fue condenado a cadena perpetua y su mujer a 81 meses de cárcel.
En el 2010 el FBI arrestó a una docena de agentes soviéticos que operaban en territorio norteamericano, concretamente en New York. Entre ellos había dos sujetos que se movían en círculos hispanos: la peruana Vicky Peláez25 y su esposo, el falso uruguayo que se hacía llamar Juan Arias, cuando era, en realidad, un ciudadano ruso vinculado al KGB de nombre Mijail Anatoljevich.
Vicky Peláez era lo que llaman un agente de influencia. Escribía en el Diario-La Prensa de New York. Su misión era presentar el punto de vista de Cuba, Venezuela y el resto de los países del Socialismo del Siglo XXI. Hoy, tras ser expulsada de Estados Unidos y obligada a renunciar a la ciudadanía norteamericana, trabaja desde Perú para una publicación rusa.
A la espera de que el tiempo y el deterioro terminaran con el castrismo
¿Por qué Estados Unidos, en un momento en que la Rusia de Boris Yeltsin habría apoyado discretamente una acción militar contra la Isla, no reaccionó contra su vecino empeñado en crearle serios problemas?
  • Ningún gobierno latinoamericano, en toda la historia del hemisferio, había tenido una conducta tan agresivamente antinorteamericana.
  • Ninguno había confiscado propiedades norteamericanas sin alguna suerte de compensación negociada.
  • Ninguno había atacado a países aliados de Estados Unidos con los que existía un compromiso explícito de ayuda de acuerdo con el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR).
  • Ninguno había cedido su territorio a los soviéticos para situar armas nucleares capaces de amenazar la seguridad y hasta la supervivencia de Estados Unidos.
  • Ninguno había intentado de que Moscú desatara un ataque nuclear preventivo contra territorio norteamericano.
  • Ninguno había establecido una base de espionaje de las comunicaciones de Estados Unidos, como sucedió con la base Lourdes26 durante muchos años.
  • Ninguno se había complotado con los elementos subversivos locales, dándoles adiestramiento y dinero para tratar de derrocar al gobierno.
  • Ninguno le había brindado asilo y protección, a asesinos y criminales convictos, norteamericanos y puertorriqueños.
  • Ninguno había sacado miles de asesinos de las cárceles para volcarlos en las playas norteamericanas a sabiendas de que cometerían crímenes horrendos, como sucedió durante el éxodo del Mariel.
  • Ninguno había colocado espías y reclutado altos funcionarios de la estructura de poder norteamericana para conocer los movimientos militares del Pentágono, para que les informara sobre la política de Washington, y para desinformar a las autoridades de Estados Unidos sobre los verdaderos propósitos de la política cubana.
Y, sin embargo, Estados Unidos, tanto en la etapa de Bill Clinton, como en la de George W. Bush –los dos primeros gobiernos norteamericanos posteriores a la desaparición de la URSS– optaron por mantener las medidas de contención, sin recurrir a la violencia, a la espera de que el desgaste natural de un régimen decrépito, sumado a la profunda crisis económica provocada por la pérdida del subsidio soviético, acabara por provocar cambios en la Isla semejantes a los que sucedieron en Europa del Este.
Esta postura norteamericana se puso de manifiesto en dos leyes. La primera, la Ley de la democracia en Cuba o Ley Torricelli27, aprobada en 1992, al final del mandato de George Bush (padre), y la segunda, en 1996, la Ley de la Libertad y Solidaridad con Cuba, o Ley Helms-Burton28, firmada por el presidente Clinton tras el derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate, precisamente para responder a una agresión del gobierno cubano sin tener que recurrir a medidas militares.
Era la mínima represalia posible ante el clamor de una opinión pública que veía como un síntoma de extrema debilidad que Washington se cruzara de brazos ante una agresión mayor perpetrada por un enemigo débil y desacreditado.
Del Foro de Sao Paulo a Chávez, el Socialismo del Siglo XXI y el ALBA
A fines de 1998 salió electo Hugo Chávez en Venezuela y tomó posesión en enero de 1999.
Chávez había sido prácticamente abducido por Fidel Castro desde la primera vez que se vieron en 1994, cuando el dictador cubano lo invitó a dictar una conferencia en la Universidad de La Habana.
En esa época, Chávez era un militar golpista antiamericano, nacionalista, admirador del peruano Velasco Alvarado y de Muamar el Gadafi, convencido de las virtudes de un tipo de fascismo de izquierda que preconizaba el ideólogo argentino Norberto Ceresole29, quien proponía un tipo de gobierno en el que mandara un caudillo militar apoyado por una masa amorfa que seguiría sus órdenes ciegamente.
Fidel Castro convenció a Hugo Chávez de que los planteamientos de Ceresole estaban equivocados. Ese fascismo islámico no era lo adecuado para mantenerse en el poder. El método de gobierno era el cubano, aprendido de los soviéticos, pero sin traidores como Gorbachov.
Chávez, además, no tenía que copiar puntualmente el modelo cubano ni repetir la forma de alcanzar el poder. Bastaba con que adoptara como leitmotiv el antiamericanismo y la irrenunciable Teoría de la Dependencia, a la que Fidel Castro, incapaz de rectificar, inasequible a la experiencia y al sentido común, no había renunciado.
Fidel estaba dispuesto a ayudarlo a llegar a la presidencia, poniendo a su disposición recursos económicos, pero, sobre todo, el enorme aparato de inteligencia cubano –más de 600 oficiales perfectamente entrenados y con redes de apoyo en todos los países del continente forjadas a lo largo, entonces, de 40 años–, entre los que estaban los mejores operadores políticos de América Latina30.
Venezuela era un país inmensamente rico, y las condiciones estaban dadas para que Chávez llegara al poder por medio de unas elecciones y, una vez en Miraflores, podría desmontar cuidadosamente el sistema de gobierno democrático apoderándose de las instituciones, vaciándolas de contenido.
Mientras tanto, Estados Unidos, que no ignoraba las relaciones entre Venezuela y Cuba, convencido de que era la única superpotencia sobre el planeta, y que muy poco daño podían hacerle estos vecinos díscolos y pintorescos, prefirió ignorar la alianza que se estaba gestando. En consecuencia, varias veces se escuchó la frase que definía aquella visión: "Venezuela es una molestia, pero no un peligro". En todo caso, el petróleo venezolano no dejaba de fluir hacia Estados Unidos.
En abril del año 2002 la alianza entre Fidel Castro y Hugo Chávez se selló de una manera inextricable. Fue en esa oportunidad cuando los militares venezolanos le dieron un golpe a Chávez, revertido a las 72 horas.
Ese episodio convenció a Chávez de que sólo podía confiar en los cubanos, precipitándolo totalmente en los brazos del dictador Castro, quien, a esas alturas, había alcanzado las dimensiones de un verdadero padre ideológico.
Fidel, por su parte, veía a Chávez como el heredero ideal para continuar la lucha antiimperialista a la que no renunciaba. Ambos líderes, pues, comenzaron a pensar en unir el destino político de los dos países y nombraron a una comisión de juristas para que estudiaran cómo acomodar la legislación de ambas naciones.
En diciembre del 2005, Carlos Lage, entonces primer vicepresidente dijo en Caracas que Cuba tenía dos presidentes, Fidel Castro y Hugo Chávez, mientras el Ministro de Relaciones Exteriores, Felipe Pérez Roque, en agosto de ese año pronunció en esa misma ciudad un discurso en el teatro Teresa Carreño, en el que explicó la visión y la misión del eje La Habana-Caracas.
Como se trata de un texto oficial, que pasó por las manos de Fidel Castro y de los ideólogos del Partido antes de que Pérez Roque lo leyera, es fundamental conocerlo para entender la visión y la misión de la revolución en ese momento y, a mi juicio, ahora. Para quienes lo deseen, pueden encontrarlo en http://www2.rebelion.org/noticia.php?id=21222.
Según se desprendía del relato cubano hecho por Pérez Roque, titulado La derrota del imperialismo a nivel mundial es posible, los traidores en la URSS habían olvidado la misión liberadora a que se habían comprometido, pero ese importante rol lo desempeñarían de ahora en adelante la revolución cubana y la venezolana, hermanadas para beneficio de los pobres del mundo, lo que inevitablemente los llevaría a un enfrentamiento con Estados Unidos.
Pérez Roque, en ese momento portavoz del gobierno cubano, con otras palabras muy parecidas, pero mejor organizadas, estaba repitiendo el discurso de Fidel Castro conocido como La segunda declaración de La Habana de 1962, y el del Che Guevara Crear uno, dos, tres, muchos Vietnam, pronunciado en 1967 ante la Tricontinental. La revolución cubana, como los Borbones, era incapaz de aprender y de olvidar.
Del verano del 2006 a al invierno del 2014
Como sabemos, en julio del 2006 Fidel Castro enfermó gravemente y le pasó el bastón de mando a su hermano Raúl con carácter provisional.
Esa provisionalidad se fue prolongando con cada crisis de salud que se le presentaba al Comandante, hasta que en febrero del 2008, tras unas elecciones de partido único, la Asamblea Nacional del Poder Popular, como formalmente prescribe la ley, eligió a Raúl Castro como presidente en propiedad del cargo que ejercía interinamente.
El general Castro, en su primer discurso, dejó en claro que Fidel seguiría siendo la fuente de inspiración de la revolución, y aseguró que se le seguirían consultando todos los asuntos importantes, y muy especialmente, los relacionados con la política exterior, algo que parece que ha hecho religiosamente.
Raúl, además, declaró que sólo se mantendría en esa posición por dos periodos, es decir, por una década, que se cumplen en el 2018, momento en el que él, nacido en 1931, contaría con 87 años, lo que acaso lo convierta en el dictador más viejo de la historia.
Si le sumamos los 2 de la provisionalidad, serían 12 años como jefe de Estado y de Gobierno los desempeñados por Raúl Castro. Exceptuado su hermano Fidel, el General sería la persona que ha ocupado esas posiciones por el periodo más largo de manera consecutiva en la historia independiente de Cuba31.
¿Qué ha cambiado de la política exterior de Cuba con relación a Estados Unidos durante el raulismo?
Nada sustancial.
El gobierno cubano continúa asistiendo a Venezuela con su enorme aparato de inteligencia. Según todos los síntomas, Nicolás Maduro fue elegido por Hugo Chávez por sugerencia del gobierno cubano. Maduro, un líder sindical de escasa importancia en el aparato obrero, había pasado un cursillo dentro de la escuela de cuadros "Ñico López" del Partido Comunista Cubano y era un hombre de confianza de La Habana32.
Los gobiernos de los países del llamado Socialismo del Siglo XXI (Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua) mantienen la visión y el comportamiento recetados en el discurso de Felipe Pérez Roque en el 2005, aunque él y Lage hayan sido separados del poder en marzo del 2009, por razones que sugieren un ablandamiento frente al enemigo. La ambigua fórmula empleada por Fidel fue la siguiente:
La miel del poder por el cual no conocieron sacrificio alguno, despertó en ellos ambiciones que los condujeron a un papel indigno.
¿En qué consistía la indignidad? ¿Estarían, pese a todo, planeando alguna rectificación del curso radical y antioccidental del castrismo? ¿Les habría ocurrido lo mismo que al anterior canciller, Roberto Robaina quien, tras viajar profusamente por el extranjero, había descubierto cuán disparatadas, prejuiciados y contraproducentes eran las justificaciones castristas para haber establecido una tiranía colectivista?
Sigo con la enumeración.
  • Se mantiene la alianza con los islamistas radicales, incluido el apoyo incondicional a Irán, país al que le ayudan a forjar una alianza con las naciones más radicales, todas clientes de La Habana, y le crean un circuito de apoyo que incluye a Venezuela, Brasil, Ecuador, Bolivia y Nicaragua, países por los que se paseó el entonces presidente Ahmadineyad. No en balde, Fidel Castro en el 2001 había declarado en Irán que La Habana y Teherán pondrían de rodillas al imperialismo yanqui.
  • Se mantiene y potencia a los palestinos que buscan la destrucción del Estado de Israel. El gobierno de Raúl Castro no pierde oportunidad diplomática de atacar a Israel, práctica a la que se ha sumado con entusiasmo Venezuela. Hugo Chávez, en uno de sus exabruptos orales llegó a maldecir públicamente a Israel. En el pasado, una brigada de tanques cubanos peleó contra Israel.
  • Se da la irónica circunstancia de que en 1998 Fidel Castro recibió el "Premio Internacional Muamar el Gadafi por los Derechos Humanos". Posteriormente lo recibirían Hugo Chávez, Evo Morales y Daniel Ortega. La alianza con Libia se mantuvo hasta la muerte de Gadafi.
  • Mientras se sostienen las conversaciones secretas con Washington para levantar las sanciones contra el gobierno cubano, La Habana le mantiene el apoyo militar y diplomático a Corea del Norte, lo que incluye el envío de armas y aviones de guerra de manera clandestina a un país contra el cual hay un embargo de armas decretado por Naciones Unidas. En el verano del 2013 fue detenido y descubierto en el Canal de Panamá un barco lleno de pertrechos de guerra acarreados en Cuba.
  • En marzo del 2015, cuatro meses después de las declaraciones simultáneas de Obama y Raúl Castro sobre el fin de la política de contención por parte de Estados Unidos, un barco chino era detenido en Colombia con 100 toneladas de pólvora no declaradas con destino a Cuba.
¿Para qué seguir? Repito las palabras con que termino mis siete advertencias con relación a las nuevas relaciones entre Washington y La Habana.
Ha sido un grave error de Obama separarse de la política seguida por los diez presidentes, demócratas y republicanos, que lo precedieron en la Casa Blanca.
Uno no puede decretar que su enemigo súbitamente se ha convertido en su amigo y ha comenzado a pensar como a uno le conviene. Eso es infantil.
No se trata de criticar a Obama por haber ensayado una política nueva. El problema es que es una política errada.

Relaciones EEUU-Cuba: ¿sentido común o ligereza irresponsable?


Carlos Alberto Montaner

 
Al profesor Guillermo Lousteau
Texto de la conferencia "Las relaciones entre Estados Unidos y Cuba en la nueva etapa del deshielo. ¿Sentido común o ligereza irresponsable" , pronunciada por el autor en el Interamerican Institute for Democracy de Miami el pasado 4 de junio.
Siete advertencias finales sobre la nueva política cubana de Obama
Éste es uno de esos raros casos en los que conviene comenzar por el final. Estos papeles están dedicados a contar rápidamente cómo han sido las relaciones entre Estados Unidos y Cuba desde 1959 a la fecha, con el objeto de poder analizar la nueva política cubana anunciada por el presidente Barack Obama y el general Raúl Castro en diciembre de 2014.
Ese recorrido me precipita formular siete advertencias. No son recomendaciones ni conclusiones. Son observaciones que se desprenden naturalmente de la propia historia que relataré en breve.
Consignémoslas:
La primera advertencia es que el gobierno de los hermanos Castro mantiene en el 2015 exactamente la misma visión de Estados Unidos que tenía cuando los guerrilleros llegaron al poder en enero de 19591.
Para ellos el enorme y poderoso vecino, y sus supuestas prácticas depredadoras en el terreno económico, están en la raíz de los problemas fundamentales de la humanidad. Como leen poco y observan mal, continúan creyendo que las calamidades del Tercer Mundo se deben a la mala voluntad de las naciones desarrolladas, y muy especialmente a Estados Unidos con sus perversos términos de intercambio y su explotación inclemente de los recursos de las naciones pobres.


Competencia y monopolio

Por Gabriel Calzada

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Conferencia pronunciada en la Universidad de Verano del Instituto Juan de Mariana (Tenerife, 28-30 de septiembre de 2006) y publicada en La Ilustración Liberal.
El mundo del antitrust guarda una gran similitud con el país de las maravillas de Alicia: todo parece ser y sin embargo al mismo tiempo no lo es. Es un mundo en el que la competencia es alabada como el axioma básico y el principio rector, y sin embargo “demasiada” competencia es condenada como “salvaje”. Es un mundo en el que las acciones diseñadas para limitar la competencia son tildadas de criminales cuando son acometidas por empresarios y sin embargo son alabadas como “ilustradas” cuando son iniciadas por el gobierno. Es un mundo en el que la ley es tan vaga que los empresarios no tienen manera de saber si determinadas acciones serán declaradas ilegales hasta que escuchan el veredicto del juez.
A la luz de la confusión, contradicciones y disquisiciones legalistas que caracterizan el reino del antitrust, sostengo que todo el sistema antitrust tiene que ser revisado. Es necesario averiguar y establecer: a) las raíces históricas de las leyes antitrust, y b) las teorías económicas sobre las que se fundamentan estas leyes.
(Alan Greenspan, Capitalism, The Unknown Ideal)
De acuerdo con la sugerencia de Alan Greenspan, este trabajo está estructurado de tal modo que trata de aclarar las condiciones históricas en que surgen las primeras leyes antitrust y de explicar los principios de partida de las teorías económicas que sostienen dichas leyes. Así que trataré de esbozar primero el cuadro de los orígenes de la primera ley antimonopolio, la Sherman Act, y después pasaré a analizar los erróneos conceptos que se esconden detrás de los principios económicos que dan cobertura a la teoría de la competencia perfecta, base de las políticas antitrust.



1. Las raíces históricas de las leyes antitrust
Las primeras leyes antitrust de la historia se aprobaron en los EEUU. En las décadas de los 70 y 80 del siglo XIX tuvieron lugar avances espectaculares en la aplicación de nuevas tecnologías en un gran número de sectores económicos de Norteamérica. Cuatro grandes empresas del sector de la carne de vacuno fusionaron verticalmente sus negocios. Esta unión permitió que la nueva compañía pudiera aprovechar diversas innovaciones tecnológicas y lograra la centralización del despiece y el empaquetado de la carne. Asimismo, esta nueva forma de producción permitió poner en práctica la cadena de montaje en dicho sector y el aprovechamiento de las economías de escala.
El Trust del Vacuno, que es como se conoció a la nueva empresa, fue capaz de enviar el producto final de su nuevo sistema productivo a cualquier punto de los EEUU desde sus instalaciones centrales, situadas en Chicago. Esta revolucionaria forma de hacer negocio se benefició enormemente del desarrollo del ferrocarril, que había logrado vertebrar los diferentes mercados regionales del país. La aparición de los primeros vagones refrigerados también fue clave en la puesta en práctica de la nueva manera de producir carne y a la hora de llevarla hasta el consumidor.
La consecuencia lógica de estos cambios fue la caída vertiginosa del precio de la carne de vacuno en casi todo el territorio de los EEUU. Sin embargo, no pasaría mucho tiempo hasta que carniceros y vaqueros decidieran constituir un lobby para afrontar el reto que suponía el Trust del Vacuno desde una perspectiva puramente política. En vez de imitar a las cuatro empresas pioneras o tratar de ofrecer servicios diferenciados, los miembros de estos grupos de presión decidieron montar una campaña de denuncias y solicitar al poder político la paralización de las actividades de su exitoso competidor. El esfuerzo que dedicaron a tratar de privar a la nueva empresa de su derecho a competir giró en torno a dos acusaciones principales: 1) se estaba produciendo una gran concentración de tierras en las manos de unos pocos capitalistas; 2) el coste para el consumidor final de la carne no había caído de manera proporcional en relación con la bajada del precio que se pagaba a los criadores de vacuno.
Mediante estas curiosas denuncias y una campaña de presión política bien orquestada, en 1899 el estado de Missouri aprobó la primera ley antitrust. Fue un adelanto de lo que luego sería la futura ley federal. Las prácticas encaminadas a lograr una situación de monopolio quedaron prohibidas, pero la ley era lo suficientemente vaga como para no dejar claro a qué prácticas concretas se refería.
Ese mismo año se votó y aprobó la primera ley federal antitrust, la Sherman Act, que tomó su nombre del senador que trabajó sin descanso para su implantación. En efecto, John Sherman fue un abierto detractor de los nuevos trusts, especialmente de la Standard Oil. La razón principal que esgrimía era que los trusts reducían artificialmente la producción, con lo que perjudicaban gravemente al consumidor. En teoría, se suponía que esa disminución de la cantidad producida buscaba elevar el precio del bien de consumo. Sin embargo, la realidad del mercado se empeñó en llevar la contraria al senador: entre 1880 y 1890 la producción aumentó un 175% en los sectores en que operaban los mayores trusts, mientras el crecimiento medio de la producción global de todos los sectores de la economía estadounidense fue de un 24%.
Como resultado de estos incrementos en la producción, los precios cayeron de manera acusada. Sin embargo, lo más interesante es que en los sectores donde los trusts estaban desarrollando su actividad la caída fue sensiblemente superior al 7% del conjunto de la economía. Si el consumidor pagaba menos por aquellos bienes y servicios que demandaba, ¿cuál fue entonces el daño le causaron los trusts? Resulta difícil imaginar cuál pudo ser el perjuicio que estas nuevas empresas causaron a sus clientes, efectivos y potenciales, en un entorno de incremento continuado del poder adquisitivo del consumidor gracias a las bajadas de precios; bajada a las que los trusts, esas integraciones empresariales, tanto estaban contribuyendo.
A la vista de lo contradictorias que resultan las acusaciones de los políticos antitrust a la luz de las variaciones de precios en ese tramo final del siglo XIX, el estudio de la correspondencia de John Sherman ha cobrado una importancia crucial. El recuento y análisis de su relación epistolar muestra que Sherman nunca recibió petición alguna para apoyar una legislación antitrust por parte de asociaciones de consumidores o individuos perjudicados por la irrupción de los trusts; en cambio, sí recibió un gran número de cartas de pequeños empresarios preocupados por las nuevas compañías y que pedían una ley reguladora de la competencia.
De hecho, el senador John Sherman intentó proteger a pequeñas empresas ineficientes de sus mayores y más eficientes competidores. Y lo hizo a pesar de los nefastos efectos de estas intervenciones sobre el bienestar del consumidor y sin que le importaran los más básicos principios de la propiedad privada o del mercado libre.
Por lo tanto, parece casi redundante concluir que la primera ley nacional antimonopolio tiene un claro origen agresionista; es decir, lo que los economistas se empeñan en llamar proteccionista, cuando en realidad se trata de una agresión a casi toda la sociedad para proteger a uno pocos. Ese es el origen de la legislación antitrust: un intento de privilegiar a ciertos productores ineficientes, de modo que no tuviesen que obedecer al consumidor.
2. Conceptos fundamentales de la teoría neoclásica que descansan detrás del modelo de competencia perfecta que sustenta las leyes y políticas antitrust
A continuación enumeraremos, siguiendo la conocida caracterización del profesor Jesús Huerta de Soto, los principios fundamentales de la teoría neoclásica que dan pie al modelo de competencia perfecta; después trataremos de analizar si el modelo al que conducen tiene relación o no con la libre competencia en un mercado libre.
  1. Se utiliza una teoría de la decisión (en vez de una teoría de la acción) en la que los fines y los medios están dados. Por lo tanto, el problema económico se reduce a maximizar el beneficio bajo ciertas restricciones conocidas.
  2. El protagonista de acción económica es el homo economicus y no el ser humano: no hay acción sino reacción; no hay creatividad sin patrón; no hay creación ni descubrimiento de medios o fines. De modo que, como afirma Jesús Huerta de Soto, la función empresarial queda reducida a un mero factor de producción cuya demanda y asignación depende de los beneficios y costes esperados (lo que a su vez implica que se cuenta con una información mucho tiempo antes de que haya sido creada).
  3. Los costes son objetivos desde el momento en que se incluyen en la función de producción y se abandona el concepto de coste de oportunidad subjetivo.
  4. El beneficio proviene del riesgo (en lugar de ser una consecuencia de la incertidumbre), de modo que se analiza como si de un coste cierto se tratara.
  5. No existe posibilidad de error puro, porque no se concibe el error empresarial.
  6. La información es vista como algo objetivo. Hay una información completa (en términos ciertos o probabilísticas) de medios y fines, que se compra y se vende como parte del proceso de maximización. Cuando el carácter subjetivo de la información en el mundo real resulta evidente los teóricos del paradigma neoclásico lo consideran un fallo del mercado, al que denominan asimetría de la información.
  7. Las características precedentes ayudan a crear un modelo de equilibrio en el que el fenómeno económico es fácilmente matematizable.
  8. De acuerdo con estos principios, se construyen modelos de equilibrio fundamentados en relaciones mecánicas y agregados acientíficos que conducen a conceptos estáticos, como el de competencia perfecta.
La teoría neoclásica construye el modelo de competencia perfecta partiendo de estos postulados. Se trata de un modelo en el que, como veremos, no queda claro por qué se dice que hay competencia y, menos aún, por qué se afirma que es perfecta. Perfecta o no, la competencia a que hace referencia es la negación más palpable de la libre competencia.
Para poder considerar que estamos ante un marco de competencia perfecta es preciso que se den las siguiente condiciones:
  1. Todos los productores de un bien en el mercado tienen que ser pequeños en relación a la oferta total de ese bien en todo el mercado.
  2. La mercancía producida y vendida por los diferentes productores tiene que ser homogénea.
  3. Los recursos han de ser móviles. No puede haber restricciones en lo que se refiere a la entrada, la demanda, la oferta o el precio.
  4. Toda la información de mercado relevante tiene que ser correcta y plenamente conocida por todos los participantes en el mismo.
En primer lugar, es realmente destacable que esta teoría nos hable de una situación que ya existe (gran número de empresas pequeñas) sin explicarnos cómo se llega a tal situación en cada sector. En este mundo todos los pequeños productores venden el mismo producto, y al mismo precio. Es más, el precio de mercado tiene que ser igual al coste medio y, al mismo tiempo, al coste marginal. O, como dicen los economistas neoclásicos: en un marco de competencia perfecta el precio de equilibrio se establece en el punto mínimo de la función de coste medio. Además, bajo esas condiciones el beneficio desaparece en el largo plazo. En este mundo de "competencia perfecta" salido de la mente de algún economista neoclásico, ¿dónde está la verdadera competencia, entendida como proceso de rivalidad y emulación?
Se dice que, en ese estado, la asignación de recursos es todo lo eficiente que puede llegar a ser, y que el bienestar social, dada una distribución de la renta, se ha logrado maximizar. A estas alturas nos encontramos ya casi inmersos en un mundo fantasmal presidido por la inacción.
Bajo esta perspectiva, la competencia real del mercado se interpreta como poder monopolístico. Las verdaderas características de los mercados competitivos, en los que típicamente encontraremos grandes empresas, ventajas geográficas, discriminación de precios, diferenciación de productos, productos conjuntos (de producción o venta conjunta, o tie-in products), y la rivalidad interdependiente no son consideradas parte del mundo de la competencia perfecta. Es más, si en una empresa se detecta alguna de estas características se dice que posee alguna forma de poder de monopolio o cuasimonopolio.
Cuando las administraciones públicas encuentran alguna de estas prácticas competitivas en un mercado pueden intervenir, con regulaciones diversas, para que todo se parezca al estático mundo de la competencia perfecta y los mercados sean "competitivos" y socialmente eficientes.
Así, los políticos han recibido de la mano de la clase economista un instrumento totalmente arbitrario de intervención para destruir el mercado libre en nombre de la defensa del consumidor y del bienestar social. El concepto de competencia perfecta y su imposición mediante el intervencionismo estatal implican un elevadísimo grado de inseguridad jurídica, lo que, sumado a la negación del mercado libre, modifica la estructura productiva y empobrece al conjunto de la sociedad; no así, claro, a los privilegiados.
Conclusiones
Las leyes antitrust surgen a finales del siglo XIX como instrumento para frenar a aquellas empresas que se unían para aprovechar los avances tecnológicos y aumentar, así, tanto su tamaño como sus beneficios. Los trusts, término que se utilizó para denominar tales fusiones, lograron aumentar extraordinariamente la producción y reducir los precios de sus productos en todos aquellos mercados en que participaron. De hecho, tanto los aumentos de producción como las reducciones de precios fueron significativamente superiores en los sectores donde estas nuevas empresas operaban.
Las leyes antitrust vinieron a privilegiar a las empresas ineficientes que estaban perdiendo la confianza del consumidor en beneficio de los trust. La teoría económica se sumó más tarde al ataque de las empresas que alcanzaban un gran tamaño porque se fusionaban exitosamente con otras o porque lograban satisfacer los deseos de los consumidores de tal forma que éstos les otorgaban grandes beneficios.
Así, el modelo de competencia perfecta, en el que la libre competencia queda abolida, describe un mundo extraño en el que todas las empresas de un mercado venden el mismo producto, al mismo precio y en cantidades similares; y contando con la misma información para tomar sus decisiones.
Bajo el imperio de este modelo, la libre competencia es la gran perdedora. Las actividades con que las empresas tratan de rivalizar con y emular a sus competidores dejan de ser consideradas competitivas. Además, la irrealidad del modelo permite que el Estado intervenga de manera arbitraria: si una empresa aumenta el precio del producto que vende puede ser acusada de tratar de explotar al consumidor; si lo baja, de practicar un comportamiento predatorio; si lo mantiene igual, de colusión. Así pues, nadie está a salvo de ser acusado de perpetrar prácticas monopólicas.