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Wednesday, August 24, 2016

Los católicos progresistas y el Papa

Papa Francisco
Como fiel practicante de la fe católica, he seguido con mucho interés los pasos y palabras del papa Francisco I. Sea Ud. creyente católico o no, no hay duda sobre el efecto que en tan poco tiempo ha tenido este pontífice en la institución del papado, la Iglesia Católica y el mundo. Cada homilía, palabra, acción o visita es analizada para calibrar la dirección de la Iglesia.
Para muchos progresistas católicos, las palabras del papa son interpretadas como parte de su campaña, las de un papa que llevará a la Iglesia al siglo XXI. Un ejemplo es la reacción a la comisión sobre la posibilidad de mujeres diáconos. Los progresistas católicos tienen mucha esperanza de que el paso de Francisco como obispo de Roma brindará el cambio que buscan. Estos hermanos en la fe sin embargo basan sus esperanzas en dos premisas: La primera es mover el catolicismo hacia aceptar el progresismo social en la sociedad será de beneficio para la Iglesia porque se mueve a abrazar la nueva visión de la sociedad ya que los problemas del católico occidental son iguales a los de otros católicos en el mundo.



Estas esperanzas se basan mucho en la persona y estilo del papa Francisco, porque éste ha traído un cambio pastoral no doctrinal. Esta evidencia de cambio pastoral no doctrinal se puede comprobar con pasadas expresiones del papa, “¿Quién soy yo para juzgar a un gay’?” o “La Iglesia debe pedir disculpas a la comunidad homosexual”. Pero nada ha cambiado, la Santa Sede no ha presentado un nuevo documento cambiando el catecismo de la Iglesia respecto a la comunidad LGBTT. Esto causa que los progresistas estén cayendo dentro de la falsa premisa de que la Iglesia va a renunciar a lo que predica y va a abrazar los valores sociales de la izquierda occidental por ser de beneficio para la Iglesia. Asumen que si la Iglesia no cambia, la gente poco a poco se alejará de ella.
La segunda premisa es que los católicos occidentales tienen los mismos problemas que los demás católicos en el mundo. Esta premisa se derrumba sencillamente con la palabra catolicismo, que viene del griego katholikós que significa universal, es decir la Iglesia Católica está en todo el mundo, con diferentes ritos y culturas formando parte de ella. Esta universalidad de la Iglesia apunta a diferentes asuntos afectando directamente a católicos y no sencillamente las campañas progresistas para que la Iglesia suavice su catecismo. Además el cambio que proponen es radical y puede traer ruptura en la Iglesia, ya que los cambios progresistas podrían ser vistos como inaceptables en regiones más conservadoras.
La segunda premisa incorrecta y la más preocupante es que liberalizar el catecismo de la Iglesia atraería a católicos distanciados y a más creyentes a la fe.  Esta premisa también es equivocada y carece de pruebas que sostengan esta hipótesis: Los datos estadísticos que existen apuntan a lo contrario, a que liberalizar la Iglesia puede causar el éxodo de más creyentes. El ejemplo más claro de esto es el colapso en la cantidad de creyentes de la Iglesia Anglicana (Episcopal en Estados Unidos) desde que se liberalizaron las catequesis en áreas como el matrimonio homosexual. Los bautizados en estas denominaciones han caído sustancialmente. El caso de la Iglesia Episcopal estadounidense es más notable con la separación de congregaciones y una disminución considerable de bautizados y participantes en sus servicios religiosos. Podemos también hablar de otras denominaciones como los luteranos y presbiterianos que han seguido esa agenda y han sufrido las consecuencias del radical cambio.
Hay quienes argumentan que este experimento no se ha intentado en la Iglesia Católica y que en la parte occidental de la Iglesia, el número de católicos como proporción de la población está disminuyendo. Ambos argumentos son ciertos, sin embargo, los datos de las denominaciones que han seguido el experimento del cambio deberían ser motivo de preocupación para estos progresistas católicos. Es cierto que la parte occidental de la Iglesia ha sufrido pérdida de creyentes, pero en África y Asia la Iglesia Católica sigue creciendo considerablemente.
Los hermanos creyentes progresistas malinterpretan las acciones y declaraciones del papa Francisco. Las premisas progresistas hacen aguas ante la evidencia de los hechos y veremos cómo se va desarrollando su utópica ilusión en años venideros.

Los católicos progresistas y el Papa

Papa Francisco
Como fiel practicante de la fe católica, he seguido con mucho interés los pasos y palabras del papa Francisco I. Sea Ud. creyente católico o no, no hay duda sobre el efecto que en tan poco tiempo ha tenido este pontífice en la institución del papado, la Iglesia Católica y el mundo. Cada homilía, palabra, acción o visita es analizada para calibrar la dirección de la Iglesia.
Para muchos progresistas católicos, las palabras del papa son interpretadas como parte de su campaña, las de un papa que llevará a la Iglesia al siglo XXI. Un ejemplo es la reacción a la comisión sobre la posibilidad de mujeres diáconos. Los progresistas católicos tienen mucha esperanza de que el paso de Francisco como obispo de Roma brindará el cambio que buscan. Estos hermanos en la fe sin embargo basan sus esperanzas en dos premisas: La primera es mover el catolicismo hacia aceptar el progresismo social en la sociedad será de beneficio para la Iglesia porque se mueve a abrazar la nueva visión de la sociedad ya que los problemas del católico occidental son iguales a los de otros católicos en el mundo.


Thursday, July 14, 2016

El corrupto progresismo

Roberto Cachanosky explica que el problema no es el gobierno de turno, sino un Estado progresista es un caldo de cultivo para la corrupción.

Roberto Cachanosky es Profesor titular de Economía Aplicada en el Master de Economía y Administración de ESEADE, profesor titular de Teoría Macroeconómica en el Master de Economía y Administración de CEYCE, y Columnista de temas económicos en el diario La Nación (Argentina).
Seguramente los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández pasarán a la historia como uno de los más corruptos de la historia argentina. Es puro verso eso de que con Néstor hubiese sido diferente. Néstor Kirchner fue el que armó toda la arquitectura para transformar el aparato estatal en un sistema de represión y persecución de quienes pensaban diferentes, y también construyó un sistema de corrupción como nunca se había visto, al menos en la Argentina contemporánea.
Si algo tenemos que aprender los argentinos de estos 12 oprobiosos años de kirchnerismo, es a desconfiar de todos aquellos que prometan utilizar el estado para implementar planes “sociales”, y regular la economía en beneficio de la sociedad.



Tampoco es casualidad que el gasto público haya llegado a niveles récord. El gasto público fue la fuente de corrupción que permitió implementar el latrocinio más grande que pueda recordarse de la historia económica para que unos pocos jerarcas "k" engrosaran guarangamente sus bolsillos al tiempo que hundían a la población en uno de los períodos de pobreza más profundos.
Con el argumento de la solidaridad social se lograron varios objetivos simultáneamente: (1) Manejar un monumental presupuesto “social” que dio lugar a los más variados actos de corrupción (sueños compartidos, Milagro Sala, etc.). (2) Crear una gran base de clientelismo político para asegurarse un piso de votos. O me votás o perdés el subsidio. Como la democracia se transformó en una carrera populista, el reparto de subsidios sociales se transformó en una base electoral importante. (3) Crear millones de puestos de “trabajo” a nivel nacional, provincial y municipal para tener otra base de votos cautivos. O me votas o perdés el trabajo. Finalmente, (4) una economía hiper regulada por la cual para poder realizar cualquier actividad el estado exige infinidad de formularios y aprobaciones de diferentes departamentos estatales. Estas regulaciones no tienen como función defender al consumidor como suele decirse, sino que el objetivo es poner barreras burocráticas a los que producen para forzarlos a pagar coimas para poder seguir avanzando produciendo. Un ejercicio al respecto lo hizo hace años Hernando de Soto, en Perú y se plasmó en el libro El otro sendero. La idea era ver cómo la burocracia peruana iba frenando toda iniciativa privada con el fin de coimear.
Manejar miles de millones de dólares en gasto público, encima manejarlos bajo la ley de emergencia económica que permite reasignar partidas presupuestarias por Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) sin que se discuta en el Congreso el uso de los fondos públicos, es el camino perfecto para disponer de abundantes fondos para el enriquecimiento ilícito.
La clave de todo el proceso de corrupción pasa, por un lado, por denostar la libre iniciativa privada y enaltecer a los “iluminados” políticos y burócratas que dicen saber elegir mejor que la misma gente qué le conviene a cada uno de nosotros. Ellos son seres superiores que tienen que decidir por nosotros.
Establecida esa supuesta superioridad del burócrata y del político en términos de qué, cuánto y a qué precios hay que producir y establecida la “superioridad” moral de los políticos sobre el resto de los humanos auto otorgándose el monopolio de la benevolencia, se arma el combo perfecto para regular la economía y coimear, llevar el gasto público con sentido progresista hasta niveles insospechados para construir el clientelismo político y la correspondiente caja y corrupción.
Quienes de buena fe dicen aplicar política progresistas no advierten que ese supuesto progresismo es el uso indiscriminado de fondos públicos que dan lugar a todo tipo de actos de corrupción. En el fondo es como si dijeran: no es malo el modelo kirchnerista, el problema no son las políticas sociales que aplicaron, que son buenas, sino que ellos son corruptos. Esto limita el debate a simplemente decir: el país no funciona porque los kirchneristas son corruptos y nosotros somos honestos.
Mi punto es que el debate no pasa por decir, ellos son malos y nosotros somos buenos, por lo tanto, haciendo lo mismo, nosotros vamos a tener éxito y ellos no porque nosotros somos honestos. El debate pasa por mostrar que el progresismo no solo es ineficiente como manera de administrar y construir un país, sino que además crea todas las condiciones necesarias para construir grandes bolsones de corrupción. El progresismo es el caldo de cultivo para la corrupción.
Por eso no me convence el argumento que el cambio viene con una mejor administración. Eso podría ocurrir si tuviésemos un estado que utiliza el monopolio de la fuerza solo para defender el derecho a la vida, la libertad y la propiedad. En ese caso, solo habría que administrar unos pocos recursos para cumplir con las funciones básicas del estado.
Ahora si el estado va usar el monopolio de la fuerza para redistribuir compulsivamente los ingresos, para declarar arbitrariamente ganadores y perdedores en la economía y para manejar monumentales presupuestos, entonces caemos en el error de creer que alguien puede administrar eficientemente un sistema corrupto e ineficiente.
En síntesis, el verdadero cambio no consiste en administrar mejor un sistema ineficiente y corrupto. El verdadero cambio pasa por terminar con ese “progresismo” con sentido “social” que es corrupto por definición y ensayar con la libertad, que al limitar el poder del estado, limita el campo de corrupción en el que pueden incurrir los políticos. Además de ser superior en términos de crecimiento económico, distribución el ingreso y calidad de vida de la población.

El corrupto progresismo

Roberto Cachanosky explica que el problema no es el gobierno de turno, sino un Estado progresista es un caldo de cultivo para la corrupción.

Roberto Cachanosky es Profesor titular de Economía Aplicada en el Master de Economía y Administración de ESEADE, profesor titular de Teoría Macroeconómica en el Master de Economía y Administración de CEYCE, y Columnista de temas económicos en el diario La Nación (Argentina).
Seguramente los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández pasarán a la historia como uno de los más corruptos de la historia argentina. Es puro verso eso de que con Néstor hubiese sido diferente. Néstor Kirchner fue el que armó toda la arquitectura para transformar el aparato estatal en un sistema de represión y persecución de quienes pensaban diferentes, y también construyó un sistema de corrupción como nunca se había visto, al menos en la Argentina contemporánea.
Si algo tenemos que aprender los argentinos de estos 12 oprobiosos años de kirchnerismo, es a desconfiar de todos aquellos que prometan utilizar el estado para implementar planes “sociales”, y regular la economía en beneficio de la sociedad.