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Monday, November 14, 2016

Basura entra, basura sale: La verdad, la libertad y el engaño en el análisis económico y la formulación de políticas

Por Robert Higgs

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Durante miles de años, los filósofos nos han dicho que si hemos de vivir nuestras vidas en todo su esplendor, deberíamos buscar la verdad, la belleza y la bondad. Por supuesto, cada una de estas cualidades ha planteado cuestiones espinosas y provocado discusiones continuas. Que las personas hayan observado tales argumentos, en lugar de entregarse a sus apetitos primarios e instintos animales, puede ser considerado como algo valioso en sí mismo. Una resolución definitiva de tales profundos interrogantes puede escapar a las capacidades humanas.
Con relación a la bondad y la belleza, no tengo nada que valga la pena que agregar a la discusión. Para obtener orientación en la búsqueda de la bondad, podemos mirar a los santos, teólogos, filósofos morales, y ejemplos morales de nuestro propio conocimiento. Para las demostraciones de belleza, podemos recurrir a la naturaleza y a los artistas, grandes y pequeños, que han adornado nuestras vidas con la gracia de la música, la poesía y las artes visuales. Mis propios títulos profesionales, como economista e historiador de la economía, no me dotan para contribuir con algo de valor a estas áreas.


Me siento capacitado, sin embargo, para hablar con respecto a la verdad, porque la búsqueda de la verdad siempre ha servido como base de mis esfuerzos intelectuales. Por otra parte, mi estudio, investigación y reflexión dentro de mis propios dominios profesionales me hizo percatar de una relación que otros harían bien en ponderar y respetar—una relación, en verdad una serie de relaciones, entre la verdad y la libertad, de manera que cualquier persona que busque el triunfo de la verdad también procure establecer la libertad en los asuntos humanos.
Cuando comencé mi carrera académica en 1968, mi especialidad era la investigación de la historia económica de los Estados Unidos. Esperaba publicar los resultados de mi investigación en prestigiosas revistas especializadas. Para un joven que recién estaba empezando a dominar su campo, llevar a cabo una investigación publicable era una tarea de enormes proporciones. Miles de otros autores ya habían contribuido a la cimentación de la literatura en mi área de investigación, por lo cual la adición de algo que tuviese la suficiente importancia como para merecer su publicación en una buena revista profesional difícilmente fuera una tarea sencilla.
Descubrí, sin embargo, que una manera de proceder era identificar los errores significativos en la literatura existente y corregirlos. Además, pronto me percaté de que se habían cometido muchos errores. Para expresarlo de otra manera, encontré que las fuentes existentes a menudo no decían la verdad sobre una cosa u otra, y en algunos casos las falsedades propuestas por un autor llevaban a autores ulteriores, que se basaban en esas declaraciones falsas, a cometer sus propios errores.
A menudo pensamos en la empresa científica o académica como un proceso cooperativo en el cual el establecimiento de una verdad facilita el establecimiento de otra, pero, por desgracia, el proceso por lo general opera también de manera adversa en la medida en que el establecimiento de una falsedad fomenta el establecimiento de otra.
Los errores en mis áreas de estudio e investigación asumen dos clases de formas principales: de hecho y de interpretación.
En algunas ocasiones, los errores facticos se derivan de la falsificación deliberada, pero mucha más frecuencia surgen del descuido en la observación, medición, transcripción y procesamiento de la información. Al verificar las citas, por ejemplo, descubría discrepancias de rutina entre las palabras citadas por un autor y las palabras que aparecen en la fuente de donde se tomó la cita: algunas palabras o signos de puntuación fueron omitidos; palabras o signos de puntuación fuero insertados, sin darse ningún tipo de indicación sobre tales cambios. Muchos escritores simplemente no son cuidadosos y por lo tanto hacen declaraciones falsas de los hechos.
Para dar otro ejemplo, encontré que en un artículo muy bien considerado, el incremento en la producción de algodón en los Estados Unidos entre 1850 y 1860, en comparación con lo producido entre 1860 y 1880—un hecho esencial para el argumento que se estaba expresando—había sido mensurado con un enorme error, en parte debido a que los investigadores originales habían asumido que un fardo de algodón contenía la misma cantidad de pelusa en cada una de estas tres fechas, mientras que la cantidad de pelusa por fardo había aumentado en realidad de 400 libras en 1850, a 445 libras en 1860, y a 453 libras en 1880. Los investigadores habían efectuado declaraciones falsas de los hechos porque habían asumido erróneamente que en los años tomados en consideración un “fardo” había significado una unidad de peso constante, mientras que, de hecho, esta unidad de medida había variado con el tiempo. (Véase Robert McGuire y Robert Higgs, “Cotton, Corn, and Risk in the Nineteenth Century: Another View”, Explorations in Economic History 14 [Abril 1977]: 169).
En otra ocasión, mientras revisaba un importante libro escrito por un profesor de una universidad líder, descubrí que, si bien las conclusiones del autor dependían de simulaciones derivadas de un sistema de ecuaciones simultáneas, una de las ecuaciones se encontraba expresada en una forma carente de sentido que requería que incomparables unidades (cantidades físicas y valores en dólares) fuesen añadidas, y otra ecuación estaba expresada en una forma que producía valores negativos carentes de todo sentido económico. Preocupado por estos descubrimientos, llamé al autor por teléfono para preguntarle acerca de los errores. Se sorprendió de mi “cuidadosa lectura”, pero no pareció estar especialmente alicaído. Al parecer, confundido como para explicar cómo tales groseros errores llegaron a su libro, me aseguró que a pesar de que sin lugar a dudas ellos se encontraban en el texto, no habían estado presentes en las ecuaciones que en verdad utilizó para efectuar sus cientos de simulaciones. Porque yo no podía ver cómo su sistema de ecuaciones podría haber sido alterado para tornarlo completa e internamente consistente sin una reformulación radical, tuve una profunda sospecha de que su gran libro no era más que un monumento a lo que se conoce como el “principio GIGO”—sigla inglesa para “Garbage In, Garbage Out”, es decir “Basura entra, basura sale”. (Véase la reseña de Robert Higgs de Late Nineteenth-Century American Development: A General Equilibrium History, de Jeffrey G. Williamson, Agricultural History 49 [Octubre 1975]: 690-92).
Los errores de interpretación surgen cuando los investigadores o bien aplican una teoría errónea o aplican una teoría acertada de manera incorrecta en su interpretación de las relaciones causales. Este tipo de error es mucho más complejo y difícil de resolver que un error factico. Los investigadores deben dominar la teoría apropiada para su aplicación en el área que procuran entender. Los investigadores honestos a menudo están en desacuerdo acerca de cuáles teorías son correctas y cuáles son erróneas.
Muchos economistas modernos, por ejemplo, proceden como si el papel de la teoría en la economía fuese el mismo papel de la teoría en la física y la química. A pesar de la amplia aceptación de este supuesto, el mismo es incorrecto; no tiene en cuenta la diferencia entre las decisiones humanas y los movimientos de las moléculas, los átomos y las partículas subatómicas; la diferencia entre la acción de seres conscientes y resueltos y el comportamiento inconsciente y carente de sentido de las partículas de materia y las corrientes eléctricas. El supuesto positivista de que una solo esquema explicativo—el reduccionismo materialista—es igualmente aplicable a todas las ciencias es el error general que F.A. Hayek denominó cientificismo. El mentor de Hayek, Ludwig von Mises argumentó extensamente en muchos de sus escritos contra el cientificismo y en favor del dualismo metodológico (Véase, por ejemplo, Theory and History [1957]).
En mi carrera en el mundo académico, sin embargo, descubrí para mi desilusión que muchos de mis colegas tenían poco interés en la búsqueda de la verdad, de cualquier forma que uno pudiese entenderla o ir tras ella. Para ellos, sus investigaciones y publicaciones tenían importancia como un juego en cual los ganadores recibirían los mayores beneficios en salario, financiamiento para la investigación y reconocimiento profesional. Ellos entendían que debido a una enclaustrada endogamia académica, los economistas de las universidades más prestigiosas consideran que los “chicos más avispados” son aquellos que emplean las más avanzadas, complejas e incomprensibles matemáticas en sus “modelos” y “comprobaciones empíricas”.
Observé a colegas que se emocionaban por su descubrimiento de un teorema matemático que nunca había sido aplicado en la investigación económica. Estos economistas miraban a su alrededor en busca de una manera plausible de emplear el teorema matemático recién descubierto, para darle la apariencia de relevancia económica. De esta manera, la mera técnica guiaba la investigación y publicación. Estos economistas no tomaban en cuenta, ni se preocupaban, si el teorema les ayudaría en el descubrimiento de la verdad económica, solamente les importaba exhibir sus poderes analíticos para impresionar a sus colegas técnicamente menos avanzados y a los editores de publicaciones científicas. Desafortunadamente, estos colegas a menudo se sintieron intimidados por los autores de artículos que no podían entender porque no conocían las técnicas matemáticas empleadas en la exposición. Toda esta empresa, que continúa aún hoy, consume valioso tiempo y capital intelectual en un equivocado carnaval de un arte de llevar siempre la delantera que deviene intelectualmente irrelevante.
Cuando nos movemos desde el ámbito de la investigación económica al ámbito de la política económica, nos encontramos con falsedades aún más destructivas. Por ejemplo, gran parte la teoría económica moderna ha sido utilizada para justificar la intervención del gobierno en el proceso de libre mercado.
Podríamos hacer una pausa para reflexionar que este proceso, que opera como un sistema de precios o, visto desde otro ángulo, como un sistema de ganancias y pérdidas, es simultáneamente una forma de revelar la verdad. Así, por ejemplo, un precio establecido en el mercado libre comunica información fidedigna a todos los potenciales participantes del mercado acerca del valor de cambio de un bien o servicio en relación con otros bienes y servicios. Si el gobierno establece un impuesto al consumo de un bien, disminuyendo así la cantidad demandada e incrementando el precio de mercado, los potenciales compradores reaccionarán ahora ante una señal falsa del verdadero valor de cambio del bien. Si el gobierno paga un subsidio a los productores de un bien, incrementando así la cantidad ofrecida y disminuyendo el precio de mercado, los potenciales oferentes reaccionarán ahora ante una señal falsa del verdadero valor de cambio del bien. En ambos casos, los cambios en las cantidades producidas dan lugar a los correspondientes cambios en las cantidades de los distintos factores de producción demandados; y esos cambios dan lugar a otros cambios en el mercado; y así sucesivamente, a medida que las consecuencias de un simple intervención gubernamental en el sistema de precios del mercado generan un efecto dominó desde su origen.
(Los que han estudiado algo de economía en la universidad podrán objetar que según la teoría de la “falla del mercado”, diversas desviaciones de las hipotéticas condiciones de la “competencia perfecta” podrían provocar que se distorsionen los precios determinados en el mercado y que la producción sea “ineficiente”, y entonces en este caso el gobierno puede intervenir con impuestos, subsidios y reglamentaciones para darle al mercado una configuración eficiente. No obstante, lo que a estos estudiantes probablemente no se les enseñó es que esta teoría supone muchas cosas que no pueden ser conocidas por nadie excepto como estén determinas en los mercados reales. Además, debido a que los verdaderos parámetros de la demanda, el costo y las funciones de la oferta son desconocidos [y se encuentran constantemente sujetos a cambios] en el mundo real, el gobierno no sabe, en verdad no puede saber, cuánto debe intervenir—por ejemplo, qué nivel impositivo establecer, o cuánto pagar en concepto de subsidios. Más aún, esta teoría asume implícitamente que las medidas intervencionistas que el gobierno tome carecen en sí mismas de costos.
Uno se pregunta: ¿Cómo es que las agencias de impuestos y subsidios y las burocracias reguladoras son apoyadas? Porque en realidad este tipo de intervenciones no son creaciones de genuinos expertos en economía [en sí mismos lo suficientemente inermes], sino de los políticos y sus lacayos, las intervenciones tienen por objeto, y así lo hacen, servir no al propósito de establecer una asignación eficiente de los recursos, sino al propósito de promover los fines personales, ideológicos y políticos de los gobernantes. Todo el aparato de la teoría de las fallas del mercado es pura fantasía de pizarrón, un juguete de los economistas teóricos que ha sido aceptado con demasiada frecuencia como una guía útil para, o la justificación de, la intervención gubernamental en la economía de mercado por legisladores y reguladores supuestamente imbuidos de espíritu cívico).
En realidad, el sistema de mercado fomenta una asignación eficiente de los recursos—constantemente crea incentivos para que los dueños de los recursos los canalicen desde las áreas en las cuales esos recursos tienen menos valor hacia las áreas en las que tienen mayor valor. Los impuestos, los subsidios y otras intrusiones del gobierno en el proceso de mercado en efecto falsean las “señales” de los precios que guían a los participantes en el mercado en sus decisiones sobre cuánto comprar, cuánto vender, cómo producir, dónde producir, y exactamente cuándo realizar diversas acciones.
Si se estableciesen precios falsos en un sistema de libre mercado—si, por ejemplo, el precio de la gasolina en un pueblo se torna más alto que el precio en una población vecina por un importe mayor que el costo de transportar un galón de gasolina de una localidad a la otra—los empresarios tendrán un incentivo para trasladar el producto al lugar en el que éste tiene un valor mayor. De este modo, provocarán que el precio más bajo se torne más alto, y que el precio más alto se vuelva más bajo, y harán que el mercado se mueva hacia una eficiente asignación de los recursos. Aquellos lo suficientemente viejos como para recordar la denominada crisis energética del período 1973 a 1981 en los Estados Unidos, apreciarán inmediatamente lo mal que el sistema de mercado funciona cuando esos cambios en los precios y las reasignaciones de recursos se encuentran prohibidas.
La interferencia gubernamental en el sistema de precios embota o destruye los incentivos que de otro modo llevarían a los empresarios a reasignar los recursos de manera eficiente. Los impuestos destruyen el incentivo para producir más de ciertos bienes que, sin el gravamen, sería rentable producir. Los subsidios crean incentivos para producir más de ciertos bienes que, sin la subvención, no sería rentable producir. Los impuestos y subsidios, y también las reglamentaciones de diversas maneras más complejas, distorsionan la verdadera información inherente en el proceso de establecimiento de los precios en el mercado libre. Al responder a los precios falsos de un sistema de mercado distorsionado por el gobierno, los empresarios pueden enriquecerse, pero sólo a expensas de la economía en su conjunto, para no mencionar el sacrificio de la libertad económica inherente al coercitivo sistema impositivo y de subsidios del gobierno.
***
Tanto en el ámbito de la investigación económica como en ámbito de la política económica, la libertad es una condición esencial para la generación de la verdad y por lo tanto para el mejor disfrute de la vida social que depende del hecho de hacer uso de la información autentica, antes que de la falsa, la información.
El mundo académico de los economistas fanfarrones y pirotécnicos que dominan hoy día la corriente mayoritaria de la profesión, sería imposible sin las vastas subvenciones gubernamentales que apoyan a estos economistas y a las instituciones en las que ellos pergeñan su brujería.
Si les dieran la oportunidad, los consumidores no comprarían sus trabajos de investigación deslumbrantes pero carentes valor. Los fondos que apoyan este superficialmente impresionante exhibicionismo intelectual deben ser arrancados de los contribuyentes, bajo amenaza de multas y penas de prisión. De manera similar, la groseramente distorsionada economía en la cual—por tomar tan sólo un ejemplo entre miles—los productores de etanol y los cultivadores de maíz se enriquecen a expensas de los consumidores directos e indirectos de maíz en todo el mundo, sería imposible sin los enormes subsidios y disposiciones gubernamentales que han llevado a la industria de los biocombustibles a su actual tamaño y configuración.
Sin las distintas formas de impuestos soportados por los productores hoy en día, muchos bienes y servicios valiosos serían ofrecidos en cantidades enormemente mayores. El trabajo, el ahorro, la inversión y el progreso tecnológico sería mucho mayor y el crecimiento económico mucho más rápido en un mundo que se basase en información veraz sobre los valores de cambio relativos, en vez de en señales falsas como consecuencia de las intrusiones coercitivas y políticamente inspiradas del gobierno.
En economía, como en otras áreas de la vida, la búsqueda y explotación de la verdad depende de la libertad. Cada adulto consciente sabe que virtualmente todos los políticos son mentirosos consuetudinarios. Muy pocos de nosotros entendemos, sin embargo, que el libre mercado es en sí mismo un gran generador de la verdad, y que, en general, la intrusión del gobierno del tipo que fuere opera para sustituir a esta verdad por la falsedad, con devastadoras consecuencias para el florecimiento genuino de la vida social y económica.

Basura entra, basura sale: La verdad, la libertad y el engaño en el análisis económico y la formulación de políticas

Por Robert Higgs

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Durante miles de años, los filósofos nos han dicho que si hemos de vivir nuestras vidas en todo su esplendor, deberíamos buscar la verdad, la belleza y la bondad. Por supuesto, cada una de estas cualidades ha planteado cuestiones espinosas y provocado discusiones continuas. Que las personas hayan observado tales argumentos, en lugar de entregarse a sus apetitos primarios e instintos animales, puede ser considerado como algo valioso en sí mismo. Una resolución definitiva de tales profundos interrogantes puede escapar a las capacidades humanas.
Con relación a la bondad y la belleza, no tengo nada que valga la pena que agregar a la discusión. Para obtener orientación en la búsqueda de la bondad, podemos mirar a los santos, teólogos, filósofos morales, y ejemplos morales de nuestro propio conocimiento. Para las demostraciones de belleza, podemos recurrir a la naturaleza y a los artistas, grandes y pequeños, que han adornado nuestras vidas con la gracia de la música, la poesía y las artes visuales. Mis propios títulos profesionales, como economista e historiador de la economía, no me dotan para contribuir con algo de valor a estas áreas.

Wednesday, July 6, 2016

Mentira y engaño en Latinoamérica

Ángel Soto recuerda a sus 40 años un libro poco usual, Del buen salvaje al buen revolucionario y la vida de su autor venezolano, Carlos Rangel.

Ángel Soto es Profesor dela Facultad de Comunicación de la Universidad de los Andes (Chile).
Hace cuarenta años, en 1976, se publicó la primera edición de un libro distinto, poco usual —dice el editor— en el panorama ensayístico latinoamericano en el que se hace una descripción de los mitos y realidades de nuestros continente, que más bien parece seguir empantanado en las “venas abiertas”. Me refiero al trabajo del venezolano Carlos Rangel, cuyo título es Del buen salvaje al buen revolucionario (Caracas, 1976).



Su autor, nacido en 1929 fue periodista, diplomático y escritor. Un intelectual latinoamericano del siglo XX, es decir, un hombre que vivió el corto siglo XX y la lucha ideológica, educado en EE.UU. y Francia. A lo largo de su carrera escribió innumerables artículos y entre sus libros también destaca El tercermundismo (1982) y Marx y los socialismos reales y otros ensayos, escrito el mismo año de su muerte en 1988.
No pasa desapercibido que el texto que comentamos se inicia con una cita de Ortega y Gasset: “Todo el que en política y en historia se rija por lo que se dice, errará lamentablemente”. Frase que mantiene plena vigencia y que da cuenta de los mitos permanentes de nuestra discusión política. Desde seguir culpando a los españoles de nuestra pobreza hasta el abuso norteamericano, pasando por la redistribución de la riqueza y la educación gratuita para todos, etc. Discurso que —como bien se cita a Octavio Paz— nos recuerda que “la mentira se instaló en nuestros pueblos casi constitucionalmente… Nos movemos en la mentira con naturalidad… De ahí que la lucha contra la mentira oficial y constitucional sea el primer paso de toda tentativa seria de reforma” (p. 9). El propio Paz —citado por Rangel— en El laberinto de la soledad dice que mentimos por placer y que ésta posee “una importancia decisiva” en la vida cotidiana del latinoamericano: en el amor, la amistad, la política (Gota a Gota: Madrid, 2007, p. 122).
¡Que gran verdad!. Latinoamérica es presa de esa otra consigna, menos ideológica, pero tan dañina que es: “miente, miente que algo queda”.
En la 11ª edición Del Buen salvaje al buen revolucionario, publicada en 1992, el intelectual Jean-Francois Revel escribe en el prólogo, que ha sido la propia Europa la que ayudó a construir ese mito del estado de naturaleza abusado a partir de sus propias necesidades de aventuras, sueños y exotismo, y que esas imágenes las hemos proyectado cristalizándolas en la idea de la Latinoamérica revolucionaria del siglo XX (Monte Ávila: Caracas, 1992, p. 12), nunca mejor representadas en el mítico barbudo cubano de comienzos de los 60 con Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara y que podemos proyectar hasta el mexicano Sub comandante Marcos en Chiapas, mientras que por otro lado podría hacerse extensiva al fundamentalismo ecológico. Siempre me he preguntado cuánto de convencimiento real hay en esto último y cuánto hay de impulso (y financiamiento) desde el mismo mundo desarrollado que no quiere ver amenazado su dominio del mercado.
Si Latinoamérica es occidente o no, es un tema que discutiremos en otra columna de estos Fragmentos, pero lo que sí es importante afirmar aquí —siguiendo a Revel— es que el subdesarrollo de la región es ante todo político más que económico (p.17). Ahí esta la cuestión fundamental del asunto. Yo me permitió agregar, cultural.
¿Quién creería que el desarrollo llegará al momento de alcanzar los U$25.000 per cápita? Sí, alguien aludirá a la desigualdad del ingreso, mientras unos ganan U$60.000 otros quizás ganan U$3.000, pero eso nos dejaría empantanados en la planilla excel que hemos criticado en otros lugares.
En octubre del 2007, se publicó en España una nueva edición de este libro, que incluyó un prólogo del colombiano Plinio Apuleyo Mendoza donde enfatizó que estamos dirigidos por la mentira, calificando a Rangel como un “aguafiestas, un provocador y desde luego para los marxistas de todo pelaje un reaccionario” (Gota a Gota: Madrid, 2007, pp. 14-16). Y como no, si el venezolano fue uno de esos hombres que se anticipan a su tiempo en ideas, son políticamente incorrectos, van de frente y dicen las cosas cara a cara —algo difícil de encontrar en nuestra región donde el apuñalamiento por la espalda es el deporte de cada día— pero inevitablemente, al final de los días, tienen razón —y como bien dice Apuleyo— lo consiguen “porque se apoyan en la realidad y no en los mitos”.
Uno de ellos: ¿Quién podría identificar un solo caso de progreso económico en la historia del mundo a causa del socialismo? ¿Quién podría señalar un caso de éxito que no sea fruto de haber optado por el camino de la libertad política y económica, es decir, de la democracia y el mercado?
Sin embargo seguimos creyéndole a los populistas y a los vendedores de milagros. A parlanchines que buscan refundar de manera permanente nuestros países dictando nuevas constituciones como si ese fuera el problema, cuando la verdadera razón del atraso esta en que “buscamos culpables distintos a nosotros mismos”, y en ese camino “hemos adobado mentiras redentoras” (Gota a Gota: Madrid, 2007, p. 21).
Que paradójico resulta que en 1976 fue escrito en una Venezuela radicalmente distinta a la actual, ¿es que quizás se observaron señales que no se quisieron ver?
Son muchos los temas que se abordan —e invito al lector a leer el libro completo, no se arrepentirá— pero no puedo dejar de mencionar el capítulo “Héroes y traidores”.
¿Qué nos paso en el origen de nuestros procesos de independencia? Escasas libertades, precariedad jurídico-institucional, caudillismo y —sobre todo— traición, envidia y mentira. El “tirar hacia abajo a quien le va bien”, idea que con distintas expresiones esta presente en todo el continente y sin embargo ¿no hay acaso mayor dolor que el causado por la traición? El puñal por la espalda en esos proyectos en los que nos ilusionamos en conjunto, ponemos el alma, pero que sin embargo la soberbia, el egoísmo, la envidia y el oportunismo del mediocre terminan por destruir. Eso, en parte, es la historia de Latinoamérica.
Hace diez años, cuando se cumplieron los 30 de la publicación del libro de Rangel, el escritor Carlos Alberto Montaner se preguntaba por qué los venezolanos, y especialmente su clase dirigente, que tuvo la oportunidad de leer este libro, cayó igualmente en el chavismo, la “quintaesencia del tercermundismo denunciado en este libro”. La respuesta fue, porque como suele suceder, se le percibió “como una argumentación ideológica sin conexión con la realidad”, aunque tal vez, por sobre todo, fue una “advertencia contra el aventurismo político de la izquierda colectivista” (p. 435), que un sector de la clase dirigente no quiso ver, obnubilados por la riqueza, por la confianza en que el futuro estaba asegurado y por sobre todo ninguneando las ideas, a la intelectualidad.
Hoy, diez años más tarde, y a 40 años de su publicación, debiera volver a servir, no sólo a los venezolanos, sino que a todos los latinoamericanos, a repensar que no podemos seguir siendo víctimas del engaño, la mentira y de la traición.

Mentira y engaño en Latinoamérica

Ángel Soto recuerda a sus 40 años un libro poco usual, Del buen salvaje al buen revolucionario y la vida de su autor venezolano, Carlos Rangel.

Ángel Soto es Profesor dela Facultad de Comunicación de la Universidad de los Andes (Chile).
Hace cuarenta años, en 1976, se publicó la primera edición de un libro distinto, poco usual —dice el editor— en el panorama ensayístico latinoamericano en el que se hace una descripción de los mitos y realidades de nuestros continente, que más bien parece seguir empantanado en las “venas abiertas”. Me refiero al trabajo del venezolano Carlos Rangel, cuyo título es Del buen salvaje al buen revolucionario (Caracas, 1976).


Monday, June 27, 2016

Mentira y engaño en Latinoamérica

Ángel Soto recuerda a sus 40 años un libro poco usual, Del buen salvaje al buen revolucionario y la vida de su autor venezolano, Carlos Rangel.

Ángel Soto es Profesor dela Facultad de Comunicación de la Universidad de los Andes (Chile).
Hace cuarenta años, en 1976, se publicó la primera edición de un libro distinto, poco usual —dice el editor— en el panorama ensayístico latinoamericano en el que se hace una descripción de los mitos y realidades de nuestros continente, que más bien parece seguir empantanado en las “venas abiertas”. Me refiero al trabajo del venezolano Carlos Rangel, cuyo título es Del buen salvaje al buen revolucionario (Caracas, 1976).



Su autor, nacido en 1929 fue periodista, diplomático y escritor. Un intelectual latinoamericano del siglo XX, es decir, un hombre que vivió el corto siglo XX y la lucha ideológica, educado en EE.UU. y Francia. A lo largo de su carrera escribió innumerables artículos y entre sus libros también destaca El tercermundismo (1982) y Marx y los socialismos reales y otros ensayos, escrito el mismo año de su muerte en 1988.
No pasa desapercibido que el texto que comentamos se inicia con una cita de Ortega y Gasset: “Todo el que en política y en historia se rija por lo que se dice, errará lamentablemente”. Frase que mantiene plena vigencia y que da cuenta de los mitos permanentes de nuestra discusión política. Desde seguir culpando a los españoles de nuestra pobreza hasta el abuso norteamericano, pasando por la redistribución de la riqueza y la educación gratuita para todos, etc. Discurso que —como bien se cita a Octavio Paz— nos recuerda que “la mentira se instaló en nuestros pueblos casi constitucionalmente… Nos movemos en la mentira con naturalidad… De ahí que la lucha contra la mentira oficial y constitucional sea el primer paso de toda tentativa seria de reforma” (p. 9). El propio Paz —citado por Rangel— en El laberinto de la soledad dice que mentimos por placer y que ésta posee “una importancia decisiva” en la vida cotidiana del latinoamericano: en el amor, la amistad, la política (Gota a Gota: Madrid, 2007, p. 122).
¡Que gran verdad!. Latinoamérica es presa de esa otra consigna, menos ideológica, pero tan dañina que es: “miente, miente que algo queda”.
En la 11ª edición Del Buen salvaje al buen revolucionario, publicada en 1992, el intelectual Jean-Francois Revel escribe en el prólogo, que ha sido la propia Europa la que ayudó a construir ese mito del estado de naturaleza abusado a partir de sus propias necesidades de aventuras, sueños y exotismo, y que esas imágenes las hemos proyectado cristalizándolas en la idea de la Latinoamérica revolucionaria del siglo XX (Monte Ávila: Caracas, 1992, p. 12), nunca mejor representadas en el mítico barbudo cubano de comienzos de los 60 con Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara y que podemos proyectar hasta el mexicano Sub comandante Marcos en Chiapas, mientras que por otro lado podría hacerse extensiva al fundamentalismo ecológico. Siempre me he preguntado cuánto de convencimiento real hay en esto último y cuánto hay de impulso (y financiamiento) desde el mismo mundo desarrollado que no quiere ver amenazado su dominio del mercado.
Si Latinoamérica es occidente o no, es un tema que discutiremos en otra columna de estos Fragmentos, pero lo que sí es importante afirmar aquí —siguiendo a Revel— es que el subdesarrollo de la región es ante todo político más que económico (p.17). Ahí esta la cuestión fundamental del asunto. Yo me permitió agregar, cultural.
¿Quién creería que el desarrollo llegará al momento de alcanzar los U$25.000 per cápita? Sí, alguien aludirá a la desigualdad del ingreso, mientras unos ganan U$60.000 otros quizás ganan U$3.000, pero eso nos dejaría empantanados en la planilla excel que hemos criticado en otros lugares.
En octubre del 2007, se publicó en España una nueva edición de este libro, que incluyó un prólogo del colombiano Plinio Apuleyo Mendoza donde enfatizó que estamos dirigidos por la mentira, calificando a Rangel como un “aguafiestas, un provocador y desde luego para los marxistas de todo pelaje un reaccionario” (Gota a Gota: Madrid, 2007, pp. 14-16). Y como no, si el venezolano fue uno de esos hombres que se anticipan a su tiempo en ideas, son políticamente incorrectos, van de frente y dicen las cosas cara a cara —algo difícil de encontrar en nuestra región donde el apuñalamiento por la espalda es el deporte de cada día— pero inevitablemente, al final de los días, tienen razón —y como bien dice Apuleyo— lo consiguen “porque se apoyan en la realidad y no en los mitos”.
Uno de ellos: ¿Quién podría identificar un solo caso de progreso económico en la historia del mundo a causa del socialismo? ¿Quién podría señalar un caso de éxito que no sea fruto de haber optado por el camino de la libertad política y económica, es decir, de la democracia y el mercado?
Sin embargo seguimos creyéndole a los populistas y a los vendedores de milagros. A parlanchines que buscan refundar de manera permanente nuestros países dictando nuevas constituciones como si ese fuera el problema, cuando la verdadera razón del atraso esta en que “buscamos culpables distintos a nosotros mismos”, y en ese camino “hemos adobado mentiras redentoras” (Gota a Gota: Madrid, 2007, p. 21).
Que paradójico resulta que en 1976 fue escrito en una Venezuela radicalmente distinta a la actual, ¿es que quizás se observaron señales que no se quisieron ver?
Son muchos los temas que se abordan —e invito al lector a leer el libro completo, no se arrepentirá— pero no puedo dejar de mencionar el capítulo “Héroes y traidores”.
¿Qué nos paso en el origen de nuestros procesos de independencia? Escasas libertades, precariedad jurídico-institucional, caudillismo y —sobre todo— traición, envidia y mentira. El “tirar hacia abajo a quien le va bien”, idea que con distintas expresiones esta presente en todo el continente y sin embargo ¿no hay acaso mayor dolor que el causado por la traición? El puñal por la espalda en esos proyectos en los que nos ilusionamos en conjunto, ponemos el alma, pero que sin embargo la soberbia, el egoísmo, la envidia y el oportunismo del mediocre terminan por destruir. Eso, en parte, es la historia de Latinoamérica.
Hace diez años, cuando se cumplieron los 30 de la publicación del libro de Rangel, el escritor Carlos Alberto Montaner se preguntaba por qué los venezolanos, y especialmente su clase dirigente, que tuvo la oportunidad de leer este libro, cayó igualmente en el chavismo, la “quintaesencia del tercermundismo denunciado en este libro”. La respuesta fue, porque como suele suceder, se le percibió “como una argumentación ideológica sin conexión con la realidad”, aunque tal vez, por sobre todo, fue una “advertencia contra el aventurismo político de la izquierda colectivista” (p. 435), que un sector de la clase dirigente no quiso ver, obnubilados por la riqueza, por la confianza en que el futuro estaba asegurado y por sobre todo ninguneando las ideas, a la intelectualidad.
Hoy, diez años más tarde, y a 40 años de su publicación, debiera volver a servir, no sólo a los venezolanos, sino que a todos los latinoamericanos, a repensar que no podemos seguir siendo víctimas del engaño, la mentira y de la traición.

Mentira y engaño en Latinoamérica

Ángel Soto recuerda a sus 40 años un libro poco usual, Del buen salvaje al buen revolucionario y la vida de su autor venezolano, Carlos Rangel.

Ángel Soto es Profesor dela Facultad de Comunicación de la Universidad de los Andes (Chile).
Hace cuarenta años, en 1976, se publicó la primera edición de un libro distinto, poco usual —dice el editor— en el panorama ensayístico latinoamericano en el que se hace una descripción de los mitos y realidades de nuestros continente, que más bien parece seguir empantanado en las “venas abiertas”. Me refiero al trabajo del venezolano Carlos Rangel, cuyo título es Del buen salvaje al buen revolucionario (Caracas, 1976).