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Thursday, October 20, 2016

Latinoamérica debe aprender a crecer sin el motor de las materias primas

Latinoamérica debe aprender a crecer sin el motor de las materias primas

Petroleo Si hay un mercado al que Latinoamérica mira con especial atención, ese es el de las materias primas. Las economías de la región están ampliamente expuestas a la evolución de los precios de productos como el maíz, la soja o el cobre, por no hablar de la commodity por excelencia: el petróleo. Los Gobiernos latinoamericanos se las prometían muy felices al ver la evolución de las cotizaciones de estos productos al comienzo del año. Pero la sonrisa inicial se ha ido congelando en el verano. Atrás quedaron las optimistas palabras de los analistas que hablaban de un cambio de ciclo, después de varios años de fuertes caídas en los precios.
El Bloomberg Commodity Index, que muestra la evolución de las cotizaciones de 22 materias primas, va camino de cerrar el tercer trimestre del año con una fuerte caída, después de las importantes subidas registradas en los dos primeros. Casualidad o no, desde que se comenzaron a registrar estos datos en 1991, esto sólo había pasado en cuatro años, y cuando eso ocurrió, en tres de las cuatro veces experimentó un importante descenso entre octubre y diciembre.



Pero no sólo las estadística invitan a ser pesimista; el comportamiento de los inversores también. Con la sobreoferta existente en productos que van desde el maíz hasta el petróleo, se están preparando para las caídas. De hecho, durante el último mes, se retiraron 791 millones de dólares de fondos negociados en bolsa (ETF, por sus siglas en inglés) que monitorizan la evolución de las materias primas. A pesar de ello, este tipo de productos de inversión acumula una entrada neta de capitales en lo que va de año de 34.100 millones de dólares. En la misma línea, los fondos de inversión alternativa o de alto riesgo (hedge funds) han reducido sus apuestas por las materias primas en nueve de las últimas 11 semanas. “Simplemente no hay suficiente para mantener a los especuladores interesados”, ha comentado a Bloomberg Rob Haworth, un estratega de inversión en Seattle del U.S. Bank Wealth Management, que supervisa una cartera de inversiones de 133.000 millones de dólares. “No ha habido suficiente impulso o continuidad en las subidas en los precios de ningún producto”.
¿Cambio de ciclo?
La evolución de los precios de las commodities durante los últimos meses ha puesto en tela de juicio las voces que clamaban por un cambio de ciclo en las cotizaciones de las materias primas, después de las subidas experimentadas en los dos primeros trimestres de 2016. Y es que los últimos cinco años estos productos estuvieron inmersos en una fuerte espiral bajista, con caídas superiores al 13% de media.
“Es difícil saberlo pero dudo de que estemos ante un cambio de ciclo en los productos primarios”, afirma Hernando Zuleta, profesor y miembro del Centro de Estudios Sobre Desarrollo Económico (CEDE) de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes de Colombia. “Creo que para que se presente una recuperación sostenida se requiere que las economías grandes crezcan más rápido o que haya factores de oferta que hagan aumentar los precios. De momento, no veo indicios de que ninguna de las dos cosas esté pasando.
Creo que a la vuelta de dos o tres años veremos el efecto de los precios bajos sobre la oferta de materias primas. Entonces habrá un aumento duradero en el precio”, añade.
El Bloomberg Commodity Index ha descendido un 6,7% desde finales de junio. Estas pérdidas incluyen desplomes del 41% en algunos de sus componente más importantes, un 23% en los futuros de la soja y un 11% en los del petróleo. Sólo en el último mes, los inversores retiraron 991 millones de dólares de ETFs del sector energético y 39 millones de los de materias primas. Sin embargo, el precio de algunos productos naturales mantienen una fuerte subida, como el oro.
Factores claves en el mercado
El dinero de los inversores se situó en las materias primas en la primera mitad del año ante la especulación de que la Reserva Federal de Estados Unidos elevaría las tasas de interés lentamente, lo que debilitaría al dólar y haría que el precio de los productos primarios fuera más barato para los tenedores de otras monedas. Actualmente, especialmente las últimas semanas tras los comentarios de algunos miembros del banco central estadounidense, el mercado cree que existe un 50% de probabilidades de que la Fed eleve los tipos para finales de año, lo que provocaría una apreciación en el billete verde.
Pero el descenso de los precios no sólo se ha producido por las expectativas sobre los tipos. La sobreoferta que existe en el mercado en algunos productos está presionando con fuerza los precios a la baja. Es el caso, por ejemplo, del maíz y el cobre. El Departamento de Agricultura de EEUU espera que el país obtengan una cosecha récord de grano este año, mientras que Antofagasta, un productor chileno del metal rojo, prevé que el actual exceso de oferta en el mercado dure entre dos o tres años más.
Para Lourdes Casanova, directora académica del Instituto de Mercados Emergentes de la S.C. Johnson School of Management de la Cornell University,
“pronosticar el precio de las materias primas no es fácil y casi todos nos equivocamos”, pero no espera que se produzcan nuevas alzas de las cotizaciones en el corto y medio plazo. Considera que el producto natural más negociado a nivel internacional, el petróleo, condiciona la evolución del resto y, dadas las circunstancias actuales de su mercado, no espera encarecimientos próximamente.
Casanova señala que “es cierto que en las ultimas semanas se especula sobre la posibilidad de un anuncio en la producción del petróleo en la reunión informal de los 14 miembros de la OPEC en Argel del 26-28 de septiembre. Y que el pasado 5 de septiembre Arabia Saudita y Rusia anunciaron que iban a actuar conjuntamente para lograr estabilizar el mercado de crudo. Sin embargo, si el precio subiera hasta 50 dólares por barril, se abriría de nuevo la producción del petróleo tipo ‘shale’ en Estados Unidos. Por todas estas razones los expertos creen que el precio se mantendrá alrededor de los 55 dólares. El petróleo es la materia prima que más se comercia en el mundo y el resto lo que hacen es seguir su evolución”. Desde el punto de vista macroeconómico, Casanova tampoco observa razones de peso para sostener un alza en las commodities. “El crecimiento de la economía mundial (excepto en China y la India) sigue siendo mediocre y por eso y las razones anteriores no creo que estemos ante un cambio de ciclo como el de la década anterior”, apunta.
Adaptarse a las circunstancias
Con las esperanzas prácticamente rotas de que las materias primas vuelvan a entrar en un nuevo ciclo de alzas, al menos en el corto y medio plazo, los países latinoamericanos tendrán que aprender a desenvolverse sin depender de esta fuente de fuerte crecimiento económico. Así lo señalaron el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) en la conferencia anual del Banco de Desarrollo de América Latina (CAF), que se celebró en Washington a principios del mes de septiembre.
Los economistas jefes para la región del FMI y del BM coincidieron en destacar que Latinoamérica cuenta con una posición fiscal “débil” y un “menor margen de maniobra” para enfrentarse al actual contexto de recesión económica. El Fondo pronosticó en julio que la región cerrará 2016 en recesión por segundo año consecutivo, con una caída del Producto Interior Bruto (PIB) del 0,4%.
Según, Alejandro Werner, director del Hemisferio Occidental del FMI, “todas las economías de la región están en una posición fiscal más débil de lo que debieran”. El avisó de que esta situación provoca importantes riesgos, especialmente después de que “la clase política latinoamericana se haya acostumbrado a gobernar en tiempos de abundancia” durante la década pasada, gracias al “boom” de las materias primas impulsado por la expansión de China. Una etapa, que según advirtió, ya se ha terminado. Werner explicó que durante el pasado periodo de precios altos, los gobernantes no se preocuparon demasiado por la eficiencia del gasto, pero cree que en el contexto actual es clave revisar esos niveles de eficiencia y aplicar reformas estructurales.
Zuleta mantiene que los países deben aprender cómo adaptarse a los cambios constantes que se producen en los mercados de materias primas. Para este profesor de la Universidad de los Andes, “lo ideal sería que utilizaran los booms transitorios para reducir deuda y aumentar ahorro”. Sin embargo, cree que en muchos casos los Gobiernos han tomado el camino contrario, lo que considera algo muy peligroso y que puede dañar la evolución futura de la economía. “Uno de los riesgos asociados a las bonanzas transitorias es montarse en altos niveles de gasto que luego no son sostenibles en un ámbito de precios bajos. Esto, lo han hecho casi todos los países latinoamericanos, unos más que otros. El costo, es que no se puede hacer política ‘contracíclica’ cuando las economías caen en recesión. Lo que ocurre es que el gasto público y la demanda agregada caen cuando desciende el precio de las materias primas y el efecto recesivo se magnifica”, avisa. Las políticas ‘contracíclicas’ o ‘anticíclicas’ defendidas por las teorías económicas keynesianas defienden que el Estado mantenga o aumente el gasto público durante una etapa de recesión para tratar de reactivar la actividad económica cuanto antes y, de este modo, reducir el ciclo económico recesivo a la mínima expresión posible.
Casanova defiende que “un aumento de precios es siempre positivo para las economías dependientes de las exportaciones de materias primas, entre ellas, las latinoamericanas”. A pesar de ello, cree que los países deberían limitar lo máximo posible su dependencia a este tipo de productos para no verse fuertemente afectados por la volatilidad de sus precios. Es consciente de que “no es fácil cambiar la estructura económica de un país en poco tiempo”, pero cree que es posible hacerlo, como lo demuestran algunas de las mayores economías del mundo como Estados Unidos, Canadá o Australia, entre otras, que, siendo ricas en materias primas, han sabido diversificar adecuadamente sus estructuras económicas.
“El problema es cuando el país no es capaz de desarrollar la industria manufacturera o la industria alrededor de las materias primas: industria auxiliar, etc. Y Latinoamérica esta en ese caso. La región ha dado bandazos en sus políticas económicas (o la carencia de ellas) y cualquier cambio requiere estabilidad. Ojalá sea posible en esta nueva etapa”, concluye.

Latinoamérica debe aprender a crecer sin el motor de las materias primas

Latinoamérica debe aprender a crecer sin el motor de las materias primas

Petroleo Si hay un mercado al que Latinoamérica mira con especial atención, ese es el de las materias primas. Las economías de la región están ampliamente expuestas a la evolución de los precios de productos como el maíz, la soja o el cobre, por no hablar de la commodity por excelencia: el petróleo. Los Gobiernos latinoamericanos se las prometían muy felices al ver la evolución de las cotizaciones de estos productos al comienzo del año. Pero la sonrisa inicial se ha ido congelando en el verano. Atrás quedaron las optimistas palabras de los analistas que hablaban de un cambio de ciclo, después de varios años de fuertes caídas en los precios.
El Bloomberg Commodity Index, que muestra la evolución de las cotizaciones de 22 materias primas, va camino de cerrar el tercer trimestre del año con una fuerte caída, después de las importantes subidas registradas en los dos primeros. Casualidad o no, desde que se comenzaron a registrar estos datos en 1991, esto sólo había pasado en cuatro años, y cuando eso ocurrió, en tres de las cuatro veces experimentó un importante descenso entre octubre y diciembre.


Uber en Latinoamérica: ¿triunfará el liberalismo anglosajón o el proteccionismo europeo?

Uber en Latinoamérica: ¿triunfará el liberalismo anglosajón o el proteccionismo europeo?

uber Pocos son los lugares que reciben con los brazos abiertos a Uber. Y Latinoamérica no ha sido una excepción. Salvo Estados Unidos, lugar de nacimiento de la popular plataforma tecnológica que pone en contacto a conductores con clientes particulares, es raro encontrarse con países donde la aplicación no se tope con huelgas y protestas de taxistas y, sobre todo, con algún obstáculo legal para poder iniciar su actividad.
Los mercados europeos han sido, posiblemente, los más beligerantes, aunque tiene frentes legales abiertos por todo el mundo. Bélgica es uno de los ejemplos más emblemáticos, porque allí, tras meses de peleas, finalmente los tribunales dieron la razón este año a los taxistas, al decretar que la aplicación era ilegal y no podía operar en este país. En España, tras hacer algunos cambios en sus servicios, Uber sólo está activo en la capital, Madrid. Sin embargo, no ha podido expandirse a otras ciudades por las dificultades regulatorias. De hecho, cuando desembarcó en España, también operaba en Barcelona. Sin embargo, los tribunales decretaron su cese de servicio en 2014 y, para sortear la sentencia, reacondicionaron las condiciones en las que trabajan, pero sólo les sirvió para continuar en Madrid.



“Al tratarse de un modelo disruptivo de una actividad que está sujeta a una autorización administrativa, como es el sector del taxi, en la mayoría de los países este tipo de aplicaciones se enfrentan a problemas legales desde el punto de vista de la competencia desleal”, explica Alejadro Toruiño, profesor de la Universidad Carlos III y socio director de la oficina de Madrid de Ecija, despacho de abogados especializado en nuevas tecnologías. “A la hora de prestar un determinado servicio, es necesario respetar la legislación vigente”, solicitando, por ejemplo, las licencias correspondientes. En caso contrario, se incurre en un delito de competencia desleal contra los operadores regulados, según apunta el experto. El argumento que utiliza Uber, sin embargo, es que “se trata de una plataforma tecnológica que pone en contacto a conductores y clientes, pero la compañía no ofrece, como tal, un servicio de taxi”, apunta Touriño. El problema radica en que no todos los jueces comparten esta argumentación y están obligando a la compañía a hacer ciertas concesiones en su modelo o, en su defecto, actuando directamente sobre los conductores que usan la aplicación para ofrecer sus servicios.
Incluso en Reino Unido, donde inicialmente se estableció de forma pacífica y regulada, han surgido problemas. Hace sólo unas semanas, el nuevo alcalde de Londres, Sadiq Khan, anunció una batería de medidas para proteger al taxi tradicional frente a los conductores de Uber y otras aplicaciones móviles similares, que tendrán que superar un test de inglés, contar con seguro para todos los pasajeros y facilitar sus datos, con foto incluida, a los usuarios. Es más, si prosperan los planes del Consistorio londinense, los conductores de Uber tendrán que hacer el mismo examen, conocido como The Knowledge, que hacen los taxistas para obtener su licencia y demostrar que conocen cada rincón de la capital británica, de ahí que los taxis no suelan contar con GPS en Londres. Para pasar esta prueba, se calcula que se necesitan algo más de tres años de estudios, lo que retrasaría considerablemente el avance de Uber en esta ciudad.
A pesar de estos obstáculos, la aplicación estadounidense sigue avanzando en su expansión internacional. Ya está presente en más de 500 ciudades en todo el mundo y ahora tiene el foco puesto en América Latina, donde pretende incrementar significativamente su presencia. Touriño augura un gran éxito de este tipo de aplicaciones basadas en la economía colaborativa en la región, porque “estas plataformas son muy interesantes para resolver problemas endémicos de algunas sociedades”. En este punto, coincide con Ricardo Pérez, profesor de Innovación Digital y Sistemas de Información de IE Business School, que considera que “ofrecen soluciones más eficientes”, sobre todo, en un mercado donde los propios clientes “buscan eficiencia en transporte o alojamiento”.
Aunque a priori podría parecer que en esta región la economía colaborativa puede tener mejor encuadre legal, sobre todo tras la buena acogida en algunos países como Perú o Chile, el escenario se dibuja casi tan complicado como en Europa. El primer contacto de Uber fue en Ciudad de México, donde aterrizó en 2013, aunque tardó dos años en regularizar su situación. Para poder operar en la capital del país, Uber y otras plataformas similares, como Cabify, tienen que pagar el 1,5% de lo recaudado en cada viaje a un fondo público destinado a mejorar el sector del taxi local. Además, deben contar con una licencia y cumplir unos requisitos mínimos de calidad en cuanto al tipo de vehículo que usan.
Posteriormente, la plataforma desembarcó en Chile y Perú, dos países donde prácticamente no se han enfrentado a obstáculos regulatorios. Además, replicando el éxito de cada ciudad en la que presta servicios, acumulan miles de conductores apuntados a la plataforma y una avalancha de clientes, sobre todo en Lima (Perú), donde el servicio de taxi tradicional nunca ha destacado por su buen funcionamiento. De hecho, atendiendo al impulso de nuevos modelos de negocios basados en la aplicación de tecnología, “Brasil, México, Argentina y Perú son los países que cuentan con mayor número de iniciativas de economía colaborativa”, explica el profesor de IE Business School. De ahí que no sea de extrañar que Uber haya conseguido conquistar estos mercados, a excepción de Argentina, donde la justicia ha bloqueado, de momento, el servicio, tras las protestas y demandas de los taxistas.
Sin embargo, eso no quiere decir que el camino haya estado libre de obstáculos en el resto de jurisdicciones. En Brasil, por ejemplo, ha tenido que esperar hasta la resolución, este año, de un conflicto legal en el que, finalmente, el juez ha dado la razón a la compañía, permitiéndole operar en el país, aunque el servicio no está libre de restricciones. En Sao Paulo se ha creado un modelo muy similar al de Ciudad de México, ya que la compañía debe pagar un impuesto municipal en función de los kilómetros que recorran. Al menos, de momento, los conductores no tienen que contar con una licencia especial.
En opinión de Touriño, Uber está reviviendo en los diferentes países de Latinoamérica la que ya ha experimentado en Europa, ya que la regulación no es tan diferente entre unas regiones y otras. Por tanto, considera que el problema es el mismo, un caso de competencia desleal, que incluso podría ampliarse a otros sectores, como el de las aplicaciones de pago por el móvil o préstamos bancarios a través de estas plataformas. “La ley tiene que dar respuesta a las nuevas necesidades de la sociedad y los Gobiernos no están actuando con toda la celeridad que debieran”, apunta. En un análisis elaborado para IESE Business School, Sofía Ranchordás, profesora de la Universidad de Leiden, coincide en este punto y asegura que “la normativa actual fue concebida para una realidad completamente diferente y la política de mano dura podría dar al traste con la innovación”. Esta experta apuesta por el diálogo entre los agentes que intervienen para “equilibrar riesgos y oportunidades, así como de proteger el interés general sin dejar de promover nuevas prácticas empresariales”. Para Touriño, las facilidades u obstáculos que enfrente Uber o cualquier otra plataforma colaborativa cuando desembarque en nuevas regiones dependerá, precisamente, de lo rápido que los Estados adapten su legislación, como ya están haciendo México o Brasil.
Queda por ver qué ocurrirá, por ejemplo, en Paraguay, donde la aplicación ya ha empezado a iniciar los trámites para empezar a operar. Mientras tanto, intenta resolver su situación en Colombia, donde desembarcó en 2013, pero todavía no ha conseguido el visto bueno de los tribunales y tiene prohibido operar en ciudades como Bogotá o Medellín. Incluso en aquellos países donde lo ha tenido más fácil, como Uruguay, donde cuenta con permiso para competir con los taxis oficiales, se abre ahora una nueva batalla, en este caso, en el ámbito laboral. Para Uber no es nuevo, ya que esta misma situación la ha vivido en Estados Unidos, donde los conductores que utilizaban la aplicación reclamaron por vía judicial que se les considerara trabajadores de la compañía, en lugar de autónomos. Lo mismo ha ocurrido en algunos países europeos.
Alejandro Touriño, abogado y profesor universitario, adelanta que esta situación se replicará en el futuro en la mayoría de países latinoamericanos, “una vez que Uber supere la primera barrera regulatoria” y consiga operar con normalidad. En ese momento, según el experto, la plataforma tecnológica se tendrá que enfrentar a las demandas de laboralización de sus conductores, “ya que la normativa laboral es muy parecida en todos los territorios”. Aunque en Estados Unidos llegó a un acuerdo para seguir considerándolos autónomos, en España esta situación sería muy diferente, ya que la normativa es más proteccionista con el trabajador y, por tanto, en esta jurisdicción “deberían considerarse empleados”. La duda ahora está en saber si Latinoamérica seguirá el camino estadounidense o el europeo. Y, en función de lo que ocurra con Uber, su ejemplo se trasladará al resto de sectores de la economía colaborativa, ya que, según el experto de Ecija, esta plataforma está abriendo el camino y “sólo es la punta del iceberg”.

Uber en Latinoamérica: ¿triunfará el liberalismo anglosajón o el proteccionismo europeo?

Uber en Latinoamérica: ¿triunfará el liberalismo anglosajón o el proteccionismo europeo?

uber Pocos son los lugares que reciben con los brazos abiertos a Uber. Y Latinoamérica no ha sido una excepción. Salvo Estados Unidos, lugar de nacimiento de la popular plataforma tecnológica que pone en contacto a conductores con clientes particulares, es raro encontrarse con países donde la aplicación no se tope con huelgas y protestas de taxistas y, sobre todo, con algún obstáculo legal para poder iniciar su actividad.
Los mercados europeos han sido, posiblemente, los más beligerantes, aunque tiene frentes legales abiertos por todo el mundo. Bélgica es uno de los ejemplos más emblemáticos, porque allí, tras meses de peleas, finalmente los tribunales dieron la razón este año a los taxistas, al decretar que la aplicación era ilegal y no podía operar en este país. En España, tras hacer algunos cambios en sus servicios, Uber sólo está activo en la capital, Madrid. Sin embargo, no ha podido expandirse a otras ciudades por las dificultades regulatorias. De hecho, cuando desembarcó en España, también operaba en Barcelona. Sin embargo, los tribunales decretaron su cese de servicio en 2014 y, para sortear la sentencia, reacondicionaron las condiciones en las que trabajan, pero sólo les sirvió para continuar en Madrid.


Sunday, September 11, 2016

La democracia en Latinoamérica

Carlos Rangel, en este ensayo escrito entre 1979 y 1984, explica que "Las diferentes repúblicas latinoamericanas no han logrado restablecer un equilibrio institucional legítimo y duradero, en reemplazo del que fue destruido, junto con el Imperio Español, entre 1810 y 1824".

Carlos Rangel (1929-1988) fue un destacado periodista e intelectual venezolano y autor de Del buen salvaje al buen revolucionario (1976) y El tercermundismo (1986).
Este ensayo fue publicado originalmente en las revistas Vuelta (México) y Dissent (EE.UU.) y reproducido en Marx y los socialismos reales y otros ensayos (Monte Avila, 1988). Aquí puede descargar este ensayo en formato PDF.

Las diferentes repúblicas latinoamericanas no han logrado restablecer un equilibrio institucional legítimo y duradero, en reemplazo del que fue destruido, junto con el Imperio Español, entre 1810 y 1824. Aquella legitimidad y aquel equilibrio fueron desmantelados en nombre de la libertad y para establecer la democracia, según el modelo que ofrecían, desde 1776, los Estados Unidos. A partir de entonces, una multitud de constituciones y otros documentos políticos han ratificado esa aspiración, sin que los hechos hayan venido jamás a satisfacerla en forma convincente o duradera. En los últimos cincuenta años, México ha sido el único país latinoamericano que no ha tenido cambios de gobierno violentos, distintos a los previstos en las leyes y causados por guerras civiles o por golpes de estado militares. Entre nosotros, la paz y la democracia han sido rarezas frágiles; la tiranía o la guerra civil, las normas. La evolución y el estado actual de la Revolución Cubana, en la cual pusimos todos tantas esperanzas, y en este mismo momento la tendencia semejante de la Revolución nicaragüense, son las decepciones más recientes, pero seguramente no las últimas, para quienes esperamos todavía que, contrariando nuestra historia, el proyecto democrático pueda afianzarse y ganar una legitimidad definitiva en nuestra América.



La explicación más obvia y general para ese subdesarrollo político latinoamericano (causa y no consecuencia del atraso económico) es haber sido fundada nuestra América por un país admirable de múltiples maneras, pero que entraba justamente entonces en un divorcio con el espíritu de los tiempos modernos, en un rechazo al racionalismo, a la ciencia experimental, al secularismo, al libre examen; es decir a los fundamentos de las revoluciones industrial y liberal y del desarrollo económico capitalista.
Simultáneamente, y por motivos vinculados o no con su rechazo a la modernización, la sociedad española va a iniciar en el mismo siglo XVI una decadencia, una lasitud y una tendencia a la desintegración, aun en relación con sus propios valores y coordenadas, de origen y significado medievales y pre-capitalistas. Esa lasitud y esa tendencia a la desintegración, los países “nuevos” que España funda en América las van a compartir y acentuar. El Nuevo Mundo hispanoamericano va a ser el Viejo Mundo español con algunos muy serios problemas adicionales.
En España invertebrada, Ortega y Gasset, tras afirmar que, por lo menos desde 1580, “cuanto en España acontece es decadencia y desintegración”, hace la observación de que, así como la curva ascendente de una colectividad está signada por la incorporación y la totalización, en el sentido de que cada individuo y cada grupo se sabe y se siente parte de un todo, de manera que lo que vulnera al todo afecta a cada cual, y viceversa, la decadencia ocurre cuando las partes de la colectividad, los grupos, los individuos no se sienten comprometidos con el destino común, descubren su particularismo, dejan de sentirse a sí mismos como partes de un todo orgánico y, en consecuencia, dejan de compartir los sentimientos y los intereses de los demás.
Si esto ocurrió en España desde el siglo XVI, obviamente va a sucederle también a la sociedad hispanoamericana desde su nacimiento. Es su condición original, y tanto más cuanto que el particularismo español, el no sentirse cada uno de los españoles personalmente comprometido con los intereses globales de su propia sociedad, va a radicalizarse con el salto a América, que es tierra de conquista, de saqueo, de esclavos, de botín.
Ese egoísmo no es únicamente característico (como se quisiera hacer creer) de las clases altas latinoamericanas, o de los nuevos ricos de la industria o el comercio, sino que matiza la conducta de casi todos aquellos que logran alcanzar entre nosotros una situación de poder, a cualquier nivel, y, desde luego, la actuación de los grupos institucionales o accidentales que puedan definir y perseguir intereses sectoriales. A esa categoría pertenecen las Fuerzas Armadas, las universidades, los clanes regionales o políticos (a estos últimos se les llama partidos), los sindicatos, las federaciones empresariales, los gremios profesionales, etc.
Como los latinoamericanos no somos monstruos caídos de otro planeta, sino seres humanos movidos por los mismos estímulos que los demás, no desconocen otras sociedades, y sobre todo las que no han alcanzado todavía un grado satisfactorio de integración, o las que han comenzado a declinar en su fuerza centrípeta (como, ahora mismo, los Estados Unidos), iguales o parecidos fenómenos de egoísmo individual, familiar o de clan; pero las latinoamericanas son las únicas sociedades occidentales que nacen en proceso de desintegración. La única sociedad europea comparable (en ese sentido) a las sociedades ibéricas (peninsulares o americanas) es la italiana; y no es fortuito que haya sido un italiano quien compusiera El príncipe, ese manual para tiranos, ese compendio de técnicas para recoger una sociedad en migajas y mantenerla en un puño, que es lo que han hecho todos los caudillos latinoamericanos, desde Páez y Rosas hasta Fidel Castro.
A partir de esa experiencia histórica, ha sido formulada reiteradamente, a veces en forma oblicua, pero a menudo con toda claridad, la idea de que, por nuestra manera de ser, los latinoamericanos no estamos hechos para la democracia y no debemos intentada sino, a lo sumo, con mucha cautela y con las riendas siempre tenidas con firmeza por las manos de un poder ejecutivo fuerte. Y no se crea que esto ha sido sostenido sólo por los apologistas “positivistas” de tiranos como Porfirio Díaz o Juan Vicente Gómez. En Nuestra América (1891) nos encontramos con estas frases sorprendentes de José Martí: “La incapacidad (de autogobernarse Latinoamérica) no está sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro de un llanero. Con una frase de Sieyès no se desestanca la sangre cuajada de la raza india... El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma de gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país”. Bolívar mismo no estaba diciendo otra cosa (y las palabras de Martí son, sin duda, un eco deliberado de Bolívar) cuando, en su Discurso al Congreso de Venezuela reunido en Angostura en 1819, sostuvo que la entonces vigente Constitución de su país, más o menos copiada de la norteamericana, era inaplicable en Venezuela; y que hasta era cosa de asombro que su modelo en los EE.UU. hubiera subsistido casi medio siglo sin trastorno, “a pesar de que aquel pueblo es un modelo singular de virtudes políticas (y) no obstante que la libertad ha sido su cuna”. En cuanto a la otra América, la nuestra, si absurdo sería intentar hacer funcionar en España las libertades políticas, civiles y religiosas de Inglaterra, pues más disparatado aún resultaría dar a la América española las instituciones de los norteamericanos. Ya lo había dicho Montesquieu: las leyes deben ser apropiadas a las características de cada pueblo. Cuando Bolívar pudo redactar una Constitución según sus ideas (la de Bolivia), propuso una Presidencia vitalicia y un Senado hereditario. Es cierto que tal Constitución tampoco funcionó, pero su significado (así como su coherencia con ideas semejantes expresadas por el Libertador, desde 1812 por lo menos) es claro, y por ello no es sorprendente encontrarnos con que el Discurso introductorio a la Constitución de Bolivia figure en primer lugar en una antología del pensamiento conservador latinoamericano, junto con textos de Mariano Paredes Arillaga y Lucas Alamán.1
Desprovistos singularmente de espíritu crítico y autocrítico, los latinoamericanos no nos hemos detenido a reflexionar sobre el sentido de admoniciones como las de Bolívar o Martí. Hemos preferido persistir en redactar Constituciones ideales, en fundar repúblicas aéreas y en sufrir en la práctica regímenes autoritarios discrecionales, sin preguntarnos demasiado en qué consiste esa “originalidad” a que se refería Martí, o por qué era (y sigue siendo) inaplicable en nuestros países una Constitución calcada en la que sirvió a los norteamericanos para fundar una estabilidad y una legitimidad que ha rebasado dos siglos de vigencia ininterrumpida.
Esa escasa o nula inclinación nuestra por descubrir las raíces de nuestro subdesarrollo político tiende a perpetuarlo. Permanecemos vulnerables a interpretaciones históricas y a ofertas políticas construidas sobre la mentira, o que apelan a la verdad sólo a medias. Nos seduce cuanta explicación de nuestras frustraciones remita la culpa a factores exteriores a nosotros mismos. Y, desde luego, esquivamos cuidadosamente, como quien rehúsa con horror un psicoanálisis, toda indagación sobre la causa profunda de nuestros fracasos. Es por eso que el “sistema mexicano”, con su mezcla singular de autoritarismo conservador y retórica revolucionaria, aparece como el mayor logro político, hasta ahora, de nuestra cultura latinoamericana. Diríase que es apropiado a la manera de ser de nuestros pueblos ese torrente de palabras, encubridor de formas de ejercicio de la autoridad esencialmente distintas (y hasta contradictorias) de lo que dicen ser. De esa manera (y con la alternabilidad forzosa y la no reelección absoluta de sus Presidentes), los mexicanos han logrado combinar un poder ejecutivo casi ilimitado con el gusto latinoamericano por no llamar las cosas por su nombre.
Se trata, desde luego, de una solución inferior a la democracia pluralista y sincera, a la que no podemos dejar de aspirar, puesto que la sabemos preferible y la vemos funcionar al lado nuestro, en los Estados Unidos, pero superior a los autoritarismos personalistas y desenfrenados que vino a sustituir. Además, no debemos perder de vista que, en el mismo lapso de vigencia del “sistema mexicano”, el resto de Latinoamérica ha conocido un abanico de formas de gobierno mucho menos estimables todavía, tiranías tradicionales, aventuras absurdas como el “socialismo militar” peruano, la mucho más seria (y, por lo mismo, más inquietante) tecnocracia cívico-militar brasileña (la cual, significativamente, incorporó la alternabilidad de los dictadores, al estilo de México) y, además, verdaderas tragedias, como las sucedidas en Cuba, Chile, Uruguay, Argentina y Nicaragua.
Dentro de este panorama desolador, Venezuela ofrece la apariencia de una excepción y un modelo. Es cierto que nuestro país, tras sacudirse en 1958 de una dictadura militar más entre las muchas que ha sufrido en su historia, tuvo la fortuna excepcional de encontrar gobernantes capaces de fundar instituciones genuinamente democráticas y defenderlas contra el doble desafío de militares reaccionarios y de la extrema izquierda en armas, inspirada y ayudada activamente desde La Habana. Pero la democracia venezolana ha sido menos afortunada en su manera de enfrentar sus desafíos internos. Ya antes de 1973 era posible sostener que debía su existencia y su estabilidad a fuertes y crecientes ingresos petroleros. Luego el petróleo pasó a valer diez veces más, en saltos sucesivos y siempre oportunos, para rescatar a Venezuela de un crecimiento en el gasto público tan inverosímil como irrefrenable. Los venezolanos nos las hemos arreglado para gastar todo ese ingreso petrolero y para tomar además prestados, y gastar también, treinta mil millones de dólares adicionales, sin por ello resolver los problemas fundamentales del país. Los partidos políticos han puesto de lado la solidaridad de los años iniciales de la etapa democrática. Los gobiernos (ahora monopartidistas, y no coaliciones nacionales como en los años reconocidamente precarios) posponen decisiones impopulares y prefieren tirarles dinero a los problemas. Crece el fantasma de la uruguayización de la economía,2 la cual entraría en crisis si dejan de aumentar regularmente los precios del petróleo. Podría temerse que los países del Cono Sur, cuyas democracias aparecían en el primer tercio de este siglo tan sólidas o más que la de Venezuela hoy, hayan transitado anticipadamente un camino que ahora mismo podríamos estar recorriendo los venezolanos. Se trata de una reflexión pavorosa. Una nueva dictadura militar en Venezuela no encontraría ahora el pueblo dócil, diezmado por endemias y guerras civiles, pobre, ignorante, desorganizado y habituado a la tiranías, que existió hasta hace una generación. Una sociedad venezolana hoy razonablemente moderna, inmensamente más compleja, politizada y habituada a ser halagada por ofertas políticas populistas, realizadas a medias mediante la liquidación acelerada del petróleo, haría forzosa no una dictadura limitada, una dicta-blanda, como se suele decir, sino una tiranía brutalmente represiva y resuelta a gobernar indefinidamente, como han sido las del Cono Sur, justamente por la complejidad y el adelanto relativo de aquellas sociedades.
Debe señalarse en este punto que también el contexto internacional ha cambiado, y no precisamente para facilitar la existencia de la democracia en América Latina. Desde 1960 las fuerzas que entre nosotros comenzaron a materializarse en forma importante con el establecimiento en Cuba de un gobierno comunista, han hecho notables avances en el propósito de “tercermundizar” irrevocablemente a América Latina. Todos los partidos más o menos social-demócratas (sin excluir al PRI mexicano), de quienes hemos recibido los latinoamericanos lo esencial de la prédica y también de la conducción democrática que hemos tenido en la época contemporánea, cargan hoy con un complejo de culpa por juzgar en el fondo ellos mismos que Fidel Castro ha hecho la demostración de que se podía ir más lejos y más rápido en la vía del anti-imperialismo. En América Latina el anti-imperialismo tiene la constancia precisa de un enfrentamiento y una eventual ruptura, no con el mundo capitalista avanzado en general, sino especialmente con los EE.UU., país cuyo éxito y poder nos causan humillación y amargura, sobre todo en comparación con nuestro propio fracaso relativo en el mismo “Nuevo Mundo” y en el mismo tiempo histórico.
Con la aceptación, ahora generalizada, de las hipótesis que conforman la teoría según la cual ese éxito de los norteamericanos se explica esencialmente por el despojo que hemos sufrido y por el atraso social y político a los cuales nos han supuestamente coaccionado los EE. UU. mediante los mecanismos del imperialismo y la dependencia, América Latina ha metido el dedo en el engranaje del mito más peligroso y más enervante entre los tantos que nos han servido para excusar nuestros defectos. Es peculiarmente enervante ese mito porque, si todo cuanto anda mal en Latinoamérica se debe a un agente externo, nada que hagamos antes de exorcizar ese demonio (antes de “romper la dependencia”, como Cuba) servirá para mejorar la calidad de nuestras sociedades. Al contrario, los esfuerzos mejor intencionados y más heroicos por lograr progresos dentro de la democracia podrán ser descalificados (y lo han sido) como especialmente perversos, puesto que demoran el advenimiento de la única verdadera salvación, que supuestamente reside sólo en la mutación revolucionaria.
Un ejemplo de esta enajenación, singularmente irónico puesto que puso término a un experimento socialista, fue lo ocurrido en Chile entre 1970 y 1973. No hay duda de que el desquiciamiento emotivo e ideológico producido en Latinoamérica por la Revolución Cubana fue una de las causas fundamentales del fracaso y el desenlace violento del gobierno de Salvador Allende. Sin la necesidad de “estar a la altura” de Fidel y del Ché Guevara, sin la presión a su izquierda de fidelistas y guevaristas chilenos, sin la intervención de Cuba (cuya embajada en Santiago tenía para 1973 más personal que el Ministerio de Relaciones Exteriores chileno), y sin la modificación por todos esos factores del ánimo institucionalista de las Fuerzas Armadas chilenas, Salvador Allende hubiera terminado su mandato, y hubiera entregado la Presidencia a un sucesor electo democráticamente, estaría vivo y el mundo no hubiera jamás oído hablar del general Pinochet.
El ejemplo de la Revolución Cubana, y el esfuerzo intenso y voluntarista de Fidel Castro y el Ché Guevara por utilizar a Cuba como un foco de irradiación revolucionaria para toda América Latina, fue la causa directa del naufragio de otras democracias de viejo trayecto, ya muy debilitadas por el fraccionalismo, el populismo y la demagogia. El corolario fue el surgimiento de un nuevo autoritarismo de derecha, basado, como en el pasado, en el poder militar, pero mucho más implacable aún, por la existencia ahora de clases obreras y medias numerosas, frustradas en las expectativas irreales a que las habían conducido los demagogos; y también porque, por primera vez desde el establecimiento de ejércitos profesionales en América Latina, el “partido militar” se había planteado el problema de su supervivencia en un contexto hemisférico y mundial que en Cuba condujo a la disolución de esas fuerzas armadas profesionales y al fusilamiento, cárcel o exilio de todos los oficiales.
En ninguna parte ha sido esa situación más desalentadora que en Argentina, sin discusión el país más avanzado de América Latina y el que, por lo mismo, a través de las pesadillas que ha vivido, ha puesto de manifiesto crudamente la dificultad que tiene la cultura hispanoamericana para superar su subdesarrollo político.
Durante unos años (digamos entre 1965 y 1975) pudimos abrigar la ilusión de que se habían moderado las pulsiones irracionales de nuestra sociedad, las cuales encontraron tanta satisfacción en todo cuanto está implícito en la Revolución Cubana y en la dictadura caudillista de Fidel Castro. Pero los sucesos de Nicaragua tienden a demostrar lo contrario. No me atrevo por lo tanto a ser optimista en cuanto a las posibilidades que tiene nuestra América de alcanzar, en un futuro cercano, una evolución política que pueda liberarla de la crisis permanente y del vaivén entre regímenes democráticos populistas, económicamente incompetentes y de tendencia suicida, por una parte, y, por otra parte, regímenes autoritarios, igualmente o más ineptos para la gestión económica, por lo menos en algunos casos (como pudo verse en el Perú), y, además, redobladamente represivos por las razones ya apuntadas. El muy peculiar “sistema mexicano” no es imitable, y menos cuando los mexicanos mismos, que lo produjeron, dan muestras de estar hastiados con él. Y persiste, desafortunadamente, en Latinoamérica, una fascinación de muchos dirigentes por Fidel Castro, bastante comparable a la de los conejos con la serpiente.
Casi sin excepción, los mejor dotados y más cultivados entre los intelectuales latinoamericanos (desde 1960, casi todos “de izquierda” y admiradores casi femeninos del macho Fidel Castro) continúan esquivando cuidadosamente la reflexión crítica profunda sobre nuestra sociedad, y persisten en dedicarse apasionadamente a la empresa contraria: reforzar la idea fija y paralizante de que todos los problemas de América Latina se deben a agentes externos, y que la solución (o el desquite) la encontraremos en la revolución. Así, por ejemplo, los economistas latinoamericanos han hecho una contribución desmedida a la teoría de la dependencia como explicación suficiente del subdesarrollo, sin preocuparse en lo más mínimo por el hecho de que, en relación con el país capitalista original, Inglaterra, todos los demás protagonistas del sistema capitalista, liberal, democrático, han sido competidores rezagados, cada uno en su momento, por lo mismo, tan “dependiente” como quien más, y todavía, ahora mismo, naciones como el Canadá y Nueva Zelanda, a las cuales, no sin razón, Argentina se consideraba superior, en todo, hace unos años todavía.
No es, pues, sorprendente que Fidel Castro y su revolución continúen teniendo en América Latina un prestigio por otra parte difícilmente comprensible para un observador no latinoamericano, aun de izquierda. Para éste, Castro aparece ya desenmascarado como un tirano típicamente latinoamericano, un caudillo más; su revolución, como un fracaso espantosamente costoso para el pueblo cubano y hasta para toda América Latina; su mayor contribución a los asuntos de nuestra época, los servicios que presta a los soviéticos, a quienes ha entregado la juventud cubana para que hicieran de ella, primero, un ejército desmesurado y, luego, una fuerza expedicionaria. Esta empresa tiene que haber sido concebida y haberla comenzado a realizar la URSS desde hace bastante tiempo, al menos desde 1965, justamente cuando se hizo aparente el fracaso de las teorías foquistas del Ché Guevara recogidas por Régis Debray en el famoso librito Revolución en la revolución. A partir de entonces, los rusos asumieron directamente la administración del recurso Cuba, el adiestramiento militar de la juventud cubana y su envío a todos los lugares del mundo, por remotos que sean, donde los rusos mismos serían vistos con recelo. Pero lo que puede parecerle a un observador no latinoamericano como algo vergonzoso para la nación cubana, y como una sangrienta vejación para su juventud, obligada a representar el papel de “senegaleses” del imperio soviético,3 significa en América Latina un prestigio suplementario para Fidel. Los latinoamericanos prosoviéticos, o, más generalmente, “de izquierda”, no son los únicos que no le han hecho críticas a Fidel sobre este asunto. Casi sin diferencia, también los socialdemócratas, los liberales y hasta los conservadores latinoamericanos (y, desde luego, muchos militares) sienten un orgullo secreto de “descolonizados” porque soldados de aquí, por primera vez en la historia, han puesto pie en África, el Magreb, Yemen, Vietnam, Afganistán, Camboya.
Cuando Fidel fue recibido en visita oficial a México, en mayo de 1979, el presidente López Portillo lo saludó en el aeropuerto como “uno de los hombres del siglo”. Esta hipérbole de López Portillo, sincera o hipócrita, presumiblemente lo ayudó ante la opinión pública de su país, lo cual podría hacernos temer que tal vez estemos los latinoamericanos menos cerca hoy que ayer de una adhesión existencial al proyecto democrático inscrito formalmente en las Constituciones y los Códigos de nuestras repúblicas desde la Independencia.

La democracia en Latinoamérica

Carlos Rangel, en este ensayo escrito entre 1979 y 1984, explica que "Las diferentes repúblicas latinoamericanas no han logrado restablecer un equilibrio institucional legítimo y duradero, en reemplazo del que fue destruido, junto con el Imperio Español, entre 1810 y 1824".

Carlos Rangel (1929-1988) fue un destacado periodista e intelectual venezolano y autor de Del buen salvaje al buen revolucionario (1976) y El tercermundismo (1986).
Este ensayo fue publicado originalmente en las revistas Vuelta (México) y Dissent (EE.UU.) y reproducido en Marx y los socialismos reales y otros ensayos (Monte Avila, 1988). Aquí puede descargar este ensayo en formato PDF.

Las diferentes repúblicas latinoamericanas no han logrado restablecer un equilibrio institucional legítimo y duradero, en reemplazo del que fue destruido, junto con el Imperio Español, entre 1810 y 1824. Aquella legitimidad y aquel equilibrio fueron desmantelados en nombre de la libertad y para establecer la democracia, según el modelo que ofrecían, desde 1776, los Estados Unidos. A partir de entonces, una multitud de constituciones y otros documentos políticos han ratificado esa aspiración, sin que los hechos hayan venido jamás a satisfacerla en forma convincente o duradera. En los últimos cincuenta años, México ha sido el único país latinoamericano que no ha tenido cambios de gobierno violentos, distintos a los previstos en las leyes y causados por guerras civiles o por golpes de estado militares. Entre nosotros, la paz y la democracia han sido rarezas frágiles; la tiranía o la guerra civil, las normas. La evolución y el estado actual de la Revolución Cubana, en la cual pusimos todos tantas esperanzas, y en este mismo momento la tendencia semejante de la Revolución nicaragüense, son las decepciones más recientes, pero seguramente no las últimas, para quienes esperamos todavía que, contrariando nuestra historia, el proyecto democrático pueda afianzarse y ganar una legitimidad definitiva en nuestra América.


Tuesday, August 23, 2016

Latinoamérica: líderes carismáticos son los más peligrosos

El carisma es un magnetismo que se proyecta sobre otros a un nivel emocional desprovisto de racionalidad. El líder carismático es buen comunicador, persuasivo y egocéntrico

El líder carismático ejerce su poder por medio de la persuasión verbal y la excitación emocional, (Wikimedia)
El líder carismático ejerce su poder por medio de la persuasión verbal y la excitación emocional. (Wikimedia)
Muchas personas se asombran de que Venezuela, siendo un país tan rico en recursos naturales, esté sumida en la pobreza más atroz. Allí escasea hasta lo más elemental para poder llevar una existencia digna. La carestía abarca desde el papel higiénico hasta los alimentos más indispensables e incluso, los medicamentos. La conjunción de los dos últimos factores mencionados ha provocado la muerte de algunas personas, primordialmente de niños pequeños.
Los que se asombran de este estado de situación, provienen esencialmente de los países subdesarrollados porque en los culturalmente avanzados, hace siglos que han comprendido que la prosperidad es hija de las ideas, hábitos y leyes que caracterizan a un pueblo. En otras palabras, proviene del espíritu de la nación.



La mentalidad científica es una de las notas distintivas de los países desarrollados. La experiencia pasada por el tamiz de la razón, es lo que orienta el accionar tanto individual como de los gobernantes. No se asumen como verdades las “palabras seductoras” sino aquello que ha sido investigado rigurosamente y corroborado en los hechos.
Montesquieu afirmó que las leyes son las grandes responsables de la calidad de vida que hay dentro de un territorio. La buena legislación incentiva el progreso, tanto individual como del país en su conjunto; la mala, miseria generalizada. Las normas jurídicas a su vez, hunden sus raíces en las costumbres y doctrinas dominantes de ese pueblo.
Es importante resaltar que, para llegar a esa conclusión, este autor no hizo filosofía barata, sino que investigó y comparó las leyes que tenían diferentes comunidades de su tiempo (siglo XVIII) con los resultados obtenidos tanto económicos como de libertades.
Por su parte, Max Weber analizó las características de diferentes tipos de personas que han alcanzado –para bien o mal de sus conciudadanos- una posición política encumbrada. Fue él quien describió a los líderes carismáticos. Este autor define el carisma, como un atributo de ciertas personalidades que sobresalen, por salirse de lo común de una manera difícil de imitar por otros.
El carisma es un magnetismo intenso que se proyecta sobre otros a un nivel emocional desprovisto de racionalidad. El líder carismático es buen comunicador, persuasivo y egocéntrico. Adapta su lenguaje a las características del público a quien va dirigido. Ejerce su poder por medio de la persuasión verbal y la excitación emocional. Suelen ser un fenómeno peligroso porque frecuentemente hacen surgir fanatismo entre sus seguidores.
Hugo Chávez fue un líder carismático y hundió a Venezuela en la pobreza y la desesperación. José “Pepe” Mujica es otro, y sentó las bases para que Uruguay transitara un camino parecido. En ambos casos eso fue posible, porque la cultura y costumbres de los latinoamericanos son proclives al surgimiento de esta clase de caudillos.
La trayectoria de Chávez y lo que provocó, es bien conocida; la de Mujica todavía no, porque los uruguayos estamos en una etapa más atrasada del mismo proceso.
Veamos en qué nos basamos para hacer esa afirmación:
Mujica gobernó nuestro país en el período 2010-2015. En la mayor parte de ese tiempo, el precio de nuestros productos de exportación alcanzó niveles nunca antes vistos desde la década de 1950. En consecuencia, los ingresos públicos también crecieron en forma exponencial. Jamás había el Estado uruguayo contado con recursos tan cuantiosos como en esa etapa. Sin embargo, el déficit fiscal a enero de 2015 fue de 3,6 % del PBI, la misma magnitud que tuvo en diciembre de 2002, año en que estalló la traumática crisis bancaria que asoló a los habitantes de nuestro país.
Dada esa situación, ¿cómo fue administrado ese dinero? Dicho en forma sintética, hubo un colosal despilfarro del dinero público que fue manejads de modo desaprensivo. El norte de la administración fue fundamentalmente beneficiar a los amigos, a los correligionarios, perpetuarse en el poder y sentar las bases de un Socialismo al estilo cubano-chavista.
Daba la sensación de que el hecho de que esa plata no le pertenecía al presidente sino a los contribuyentes, carecía de importancia. En gran medida fue manejada discrecionalmente como si fuera propia. Esto quedó comprobado cuando Mujica reconoció, que les había dicho a los jerarcas de las empresas púbicas que invirtieran todo lo que pudieran sin hacerle caso al Ministro de Economía, porque éste tenía la misión de “machetear”.
Entre las principales decisiones funestas tomadas por Mujica, se encuentran las siguientes:
  • Nombrar por amiguismo al frente de Ancap –la petrolera monopólica estatal- a alguien que notoriamente no estaba capacitado para dirigirla. El resultado fue que la fundió (aunque parezca increíble) y tuvo que ser capitalizada en forma urgente para que no tuviera que cerrar. Esa “gracia” le costó a los contribuyentes entre U$S 800 y U$S 1.200 millones.
  • La información con respecto a Ancap fue conocida a raíz de la única comisión investigadora legislativa que permitió el partido gobernante. En ese momento Mujica declaró que era un grave error autorizarla. Por eso no se sabe cuál es la situación real de las otras empresas públicas, aunque se sospecha que será parecida a la de Ancap.
  • Creó el Fondo de Desarrollo (Fondes), “la vela prendida al socialismo” según sus propias palabras. Ese organismo tuvo como misión promover las cooperativas de trabajadores. La ideología tras ese emprendimiento fue, que sus resultados no debían ser medidos con “una vara economicista”.
El resultado de tal “filosofía” ha sido que el Fondes concedió créditos que sumaban más de US$ 70 millones a 28 empresas, en muchos casos incumpliendo la normativa vigente en la materia. Al finalizar el Gobierno de Mujica, había una gran morosidad y la siguiente dirección tuvo que pasar a pérdida entre 60 % y 70% del capital del organismo para “sincerar” los números y por razones de “buena administración”.
  • Bajo su presidencia ingresaron 33.631 empleados públicos más. Se tiene una idea cabal de la magnitud de esa cifra, al considerar que la población total de Uruguay es de unos 3.300.000 habitantes. En el año electoral ingresaron 9.384. O sea que el Estado ocupa 1 de cada 5 trabajadores.
  • Cerró intempestivamente Pluna, la aerolínea estatal uruguaya. Pero luego inventó la creación de una nueva, Alas-U, integrada por exfuncionarios de Pluna. A estos trabajadores les otorgó condiciones privilegiadas porque gozaron de un subsidio por desempleo por tres años (lo normal es que sea por 6 meses) y el Fondes les otorgó un crédito casi sin ningún tipo de garantías por US$ 15 millones. En total, el Estado desembolsó por este motivo US$ 24 millones.
Apenas dos meses después de haber comenzado sus operaciones, la aerolínea enfrentó graves dificultades financieras que la obligó a cancelar vuelos. Está en duda que pueda seguir funcionando.
La inercia de esa forma de dilapidar el fruto del trabajo ajeno continúa. Actualmente, el déficit fiscal es de 4% del PBI, la inflación supera el 10%, sube el desempleo en el sector privado, las empresas afrontan crecientes dificultades para seguir con sus puertas abiertas y disminuye el ingreso real de la población.
Los líderes carismáticos latinoamericanos -esos encantadores de serpientes- seguirán cautivando a los extranjeros con sus peroratas en contra del capitalismo y el consumismo. Y simultáneamente, los países regidos por ellos, continuarán sufriendo las consecuencias de tanta “filosofía barata”.

Latinoamérica: líderes carismáticos son los más peligrosos

El carisma es un magnetismo que se proyecta sobre otros a un nivel emocional desprovisto de racionalidad. El líder carismático es buen comunicador, persuasivo y egocéntrico

El líder carismático ejerce su poder por medio de la persuasión verbal y la excitación emocional, (Wikimedia)
El líder carismático ejerce su poder por medio de la persuasión verbal y la excitación emocional. (Wikimedia)
Muchas personas se asombran de que Venezuela, siendo un país tan rico en recursos naturales, esté sumida en la pobreza más atroz. Allí escasea hasta lo más elemental para poder llevar una existencia digna. La carestía abarca desde el papel higiénico hasta los alimentos más indispensables e incluso, los medicamentos. La conjunción de los dos últimos factores mencionados ha provocado la muerte de algunas personas, primordialmente de niños pequeños.
Los que se asombran de este estado de situación, provienen esencialmente de los países subdesarrollados porque en los culturalmente avanzados, hace siglos que han comprendido que la prosperidad es hija de las ideas, hábitos y leyes que caracterizan a un pueblo. En otras palabras, proviene del espíritu de la nación.


Monday, August 8, 2016

La crisis en Latinoamérica

Manuel Hinds explica que "Cuando el dinero sale, las tasas de interés suben, aproximándose a la tasa de devaluación. Así, si la tasa de devaluación es 20 por ciento anual, la tasa de interés tenderá a subir en 20 puntos para anular las pérdidas causadas por la devaluación".

Manuel Hinds es ex Ministro de Finanzas de El Salvador y co-autor de Money, Markets and Sovereignty (Yale University Press, 2009).
El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional han advertido a la Reserva Federal, el Banco Central de EE.UU., que no suba las tasas de interés porque hacerlo llevaría a un pánico terrible en los países emergentes, que sería seguido por una crisis profunda y prolongada. Las dos instituciones tienen razón en términos de lo que puede pasar en los países emergentes, y en particular en la mayor parte de América Latina. Pero están siendo irrealistas al traducir esto a una recomendación de que la Fed no suba las tasas de interés. Es como tratar de parar no el Lempa, sino el Misisipi con un dedo. Esto es así por los dos lados. Primero, porque la Fed tiene razones muy poderosas para subir las tasas de interés en el futuro inmediato. Y segundo, porque atrasar la subida solo atrasará el golpe para los países emergentes y lo volverá peor.



Con respecto a las razones para subir la tasa de interés, el problema es que ya por muchos años la Fed ha mantenido la tasa de interés baja a base de crear enormes cantidades de dólares. La cantidad es tan grande que hace unos días el segundo de a bordo de la Fed declaró que ya hay signos de que la tasa de inflación puede subir sustancialmente. Si esto pasa, la tasa de interés subiría no por acción de la Fed. La subiría el mercado para compensar a los ahorrantes por la inflación.
Mucha gente cree que la inflación es bien alegre, porque todo sube. Pero no se acuerdan de que lo que no sube son los salarios, y que la inflación complica todo el manejo de los negocios y de las finanzas del gobierno y termina siendo depresiva, especialmente para los mercados emergentes.
El segundo problema es que no es realista pensar que retardar la subida de los intereses va a mejorar la situación. La debilidad de los países emergentes proviene de que, al caer los precios de los productos primarios los capitales que entraron a dichos países para financiar más inversiones en dichos productos ahora están saliendo de ellos, dirigiéndose a EE.UU. y otros países desarrollados.  La razón por la que entraron estos capitales en los países emergentes fue que esperaban mejores rendimientos, en parte porque las minas y propiedades agrícolas daban grandes utilidades y en parte porque las tasas de interés en esos países, al pasarla a dólares, eran bien altas.
Ahora que el boom de los productos primarios ha terminado, hay tres factores que han revertido el atractivo de invertir en esos países: la rentabilidad de los proyectos para desarrollar más productos primarios ha caído y en vez de utilidades hay pérdidas, y las monedas de los países emergentes se están devaluando rápidamente. La devaluación reduce la rentabilidad medida en dólares. Por ejemplo, si en un país la tasa de interés es 20 por ciento, pero la moneda se devalúa 30 por ciento con respecto al dólar, usted está perdiendo aproximadamente 10 por ciento medido en dólares. No es gracia invertir en un país para perder 10 por ciento. La gente saca sus inversiones y se las lleva a EE.UU., donde la tasa de interés es baja, pero es positiva (es mejor 2 por ciento que menos 10 por ciento).
El tercer factor que hace que el dinero salga es un círculo vicioso. Cuando el dinero sale, las tasas de interés suben, aproximándose a la tasa de devaluación. Así, si la tasa de devaluación es 20 por ciento anual, la tasa de interés tenderá a subir en 20 puntos para anular las pérdidas causadas por la devaluación. Pero el aumento en las tasas hace que la producción baje, y la moneda se vuelve a devaluar.
Al subir la tasa de interés en EE.UU., este proceso se va a acelerar. Pero se acelerará aunque EE.UU. no las suba, porque todo el mundo sabe que un día de estos las subirá. En realidad, la incertidumbre de cuándo la van a subir puede ser peor. Por eso, algunos bancos centrales de países emergentes, como el de India, han pedido que la suban ya, para eliminar las incertidumbres.

La crisis en Latinoamérica

Manuel Hinds explica que "Cuando el dinero sale, las tasas de interés suben, aproximándose a la tasa de devaluación. Así, si la tasa de devaluación es 20 por ciento anual, la tasa de interés tenderá a subir en 20 puntos para anular las pérdidas causadas por la devaluación".

Manuel Hinds es ex Ministro de Finanzas de El Salvador y co-autor de Money, Markets and Sovereignty (Yale University Press, 2009).
El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional han advertido a la Reserva Federal, el Banco Central de EE.UU., que no suba las tasas de interés porque hacerlo llevaría a un pánico terrible en los países emergentes, que sería seguido por una crisis profunda y prolongada. Las dos instituciones tienen razón en términos de lo que puede pasar en los países emergentes, y en particular en la mayor parte de América Latina. Pero están siendo irrealistas al traducir esto a una recomendación de que la Fed no suba las tasas de interés. Es como tratar de parar no el Lempa, sino el Misisipi con un dedo. Esto es así por los dos lados. Primero, porque la Fed tiene razones muy poderosas para subir las tasas de interés en el futuro inmediato. Y segundo, porque atrasar la subida solo atrasará el golpe para los países emergentes y lo volverá peor.


Friday, August 5, 2016

¿Por qué Latinoamérica no ha sido tan próspera como Estados Unidos?

En nuestra región, la guerra de la independencia fue "una llamarada de odio antiespañol", y se quiso eliminar por completo una herencia que constituía nuestra única cultura

(Wikipedia)
Mientras que Estados Unidos era reconocido por su libertad, en Latinoamérica imperaba la barbarie y la miseria. (Wikipedia)
No es un secreto que, desde la Independencia, Latinoamérica entera ha tenido que sobrellevar una trágica epopeya de estabilidad y prosperidad en toda la región, encontrándose en múltiples ocasiones con el inminente fracaso que aún hoy nos estorba. No ocurrió así con nuestros vecinos del norte.
Desde el principio, en el mismo “Nuevo Mundo” y en el mismo tiempo histórico, Estados Unidos solo consiguió un continuo éxito desmesurado que se veía representado en su prosperidad y envidiable estabilidad política.
Afirmar esto conlleva la estigmatización de traidor a una presunta raza que no se ve representada en lo que esta realmente es, sino en la “conciencia colectiva de un pueblo, homologada por la emoción territorial”, como explica Ricardo Rojas en Eurindia (1924).



Sin embargo, pese a que nuestros mayores deseos de grandeza y deprimentes complejos de inferioridad nos inciten a querer afirmar lo contrario y a querer declarar que nuestros más grandes defectos son nuestras virtudes, y que las mayores virtudes de las potencias “imperialistas”, son sus defectos, la verdad es innegable: Desde 1492 hasta nuestros días, Estados Unidos ha sido más próspera que Latinoamérica.
Ya en 1783 Francisco de Miranda reconocía las virtudes y las diferencias de Estados Unidos con nuestra fracasada región. “Es imposible concebir una asamblea más puramente democrática”, escribió Miranda en su diario al tener contacto con los primeros estadounidenses. “No puedo ponderar el contento y gusto que tuve al ver practicar el admirable sistema de la constitución británica”, relató cuando asistió a la Corte de Justicia en Carolina del Sur, estado cuyo Gobierno despierta su admiración por ser “puramente democrático, como lo son todos los de los demás de Estados Unidos”.
Miranda aprecia la completa libertad de culto que se observa en Estados Unidos, y atribuye las virtudes y prosperidad que encuentra en Estados Unidos a “las ventajas de un Gobierno libre [sobre] cualquier despotismo”.
Unas cuantas décadas después, las cosas no habían cambiado mucho. En 1835 Alexis de Tocqueville también escribe sobre las virtudes de Estados Unidos en su imprescindible obra De la Democracia en América (1835).
Ya para entonces, Tocqueville alababa una “sociedad completamente libre”, una sociedad compuesta por hombres públicos que ejercería la política de tal manera que la libertad estuviese siempre presente. También atesoraba la libertad de prensa en Estados Unidos, la cual impedía el desarrollo de varios males.
Todo eso ocurría en el norte, mientras que en Latinoamérica, la opresión, la barbarie, el salvajismo, el atraso y la miseria imperaban. Todo fue durante el mismo tiempo histórico y en el mismo “Nuevo Mundo”que fue descubierto en 1492. Por lo que cabe preguntarse: ¿Por qué Latinoamérica no ha sido tan próspera como Estados Unidos?
El “imperialismo” y la “dominación extranjera” serían las palabras que cualquier revolucionario utilizaría en su argumento para explicar el fracaso de Latinoamérica. Sin embargo, eso solo revelaría la más pura ignorancia con la que algunos “aventureros románticos” han acelerado la destrucción de la región.
Para entender la razón por la que Estados Unidos ha sido una región más próspera que Latinoamérica es necesario leer la imprescindible obra de Carlos Rangel, Del Buen Salvaje al Buen Revolucionario (1976).

Los procesos independentistas

Nuestro fracaso se vuelve comprensible solo mirando los procesos independentistas en toda América. Los estadounidenses, antes de su independencia, no sentían desprecio por el Viejo Mundo, sino que querían “construir sociedades mejor que la europea, donde deberá existir la igualdad social y de oportunidades, y donde tendrán vigencia los derechos humanos juzgados naturales por el liberalismo”, escribe Rangel.
Una vez que los americanos logran la independencia, estos se propondrán “mantener, desarrollar y mejorar la sociedad que había existido hasta entonces en esos territorios, no a subvertirlas”. Es decir, la herencia británica iba a ser reivindicada, honrada y mejorada.
Rangel destaca que en las colonias inglesas de Norteamérica “el pensamiento de Locke había llegado a ser tan sutilmente difundido, tan influyente, tan inmediato, tan folclórico como ha llegado a ser el pensamiento de Marx y Lenin en el llamado Tercer Mundo”.
Cuando en 1776 se declara la Independencia, los estadounidenses no plantean un rompimiento total con los británicos. Mantienen relaciones, tratos y hasta tradiciones. “No por rechazar la tutela política de Inglaterra, los norteamericanos dejaron de reconocerse como beneficiarios y continuadores de la civilización inglesa”.
En cambio, en Latinoamérica ocurrió lo contrario, se “quiso eliminar por completo una herencia española que constituía, sin embargo, su única cultura”.
En nuestra región, la guerra de la independencia fue “una llamarada de odio antiespañol, una cólera violenta de hijos demasiado largo tiempo sometidos, un sacrificio ritual del padre”, escribe Jean-François Revel en el prólogo de la obra de Rangel.
Una de las causas que se deduce al leer a Rangel es que los norteamericanos no tuvieron que integrar a su sistema social a los indios que encontraron: los apartaron o exterminaron, “los colonizadores anglosajones vinieron en busca de tierra y libertad, no de oro y esclavos. Al indígena, habiéndolo expulsado del territorio, o exterminado, no tuvieron necesidad de rechazarlo ni de integrarlo social o psicológicamente”.
Con respecto a la clase baja si hubo una integración, que de hecho ya Miranda señalaba en 1784: “comieron y bebieron los primeros magistrados y gente del país con el pueblo, dándose las manos y bebiendo del mismo vaso”, haciendo referencia a una barbecue.
Los pobres fueron integrados a la sociedad, al modelo de movilidad social desde sus inicios. Esto, a través de la propiedad privada.
En cambio, en Latinoamérica se buscó la integración de los indios y los pobres de forma organizada; pero para mantenerlos como instrumento y en la continua subordinación: “En Norteamérica el indio fue marginado. En Hispanoamérica se convirtió, al contrario, en el grueso de la población activa”.

El Buensalvajismo, el cáncer de la región

Por lo que esta integración de los indios y los pobres no es producto de simple buenas intenciones, sino que fue utilizada en un principio como motor de la independencia*, de la lucha contra la corona española y, luego, fueron utilizados como motor para la lucha en contra de las potencias imperialistas y para que algunos proyectos revolucionarios se pudiesen perfilar. Se comenzó a exaltar al indio para batallar por ciertos intereses, y con esto surgió el mito del Buen Salvaje en Latinoamérica, aquel “hombre bueno y puro que la civilización busca corromper”.
Desde entonces, desde que la inocencia humana representada en el indio y el pobre, en los marginados, se convierte en figura clave e inherente a las sociedades hispanoamericanas (por múltiples razones), este representa todo lo que Latinoamérica espera ser, y todo lo que la perversión estadounidense nos impide.
Rangel escribe que “por causa del mito del Buen Salvaje, Occidente sufre hoy un absurdo complejo de culpa, íntimamente convencido de haber corrompido con su civilización a los demás pueblos de la tierra, agrupados genéricamente bajo el calificativo de ‘Tercer Mundo’, los cuales sin la influencia occidental habrían supuestamente permanecido tan felices como Adán y tan puros como el diamante”.
Por lo tanto, “el mito del Buen Salvaje nos concierne personalmente, es a la vez nuestro orgullo y nuestra vergüenza”. Esta fábula, que con los años se ha alimentado, se enrosca en el folclore latinoamericano condenando a los ciudadanos de esta fracasada región a rechazar cualquier vestigio de civilización y a vivir en la inestabilidad perpetua.
El repudio a la europeización a partir de la independencia. El rechazo completo a cualquier influencia del Viejo Mundo y la necesidad de enaltecer costumbres, por más salvajes que fuesen, solo por el hecho de que representaban la inocencia antes de la corrupción de la civilización, son la razón por la que hoy Latinoamérica ha demostrado en varios ocasiones ser un completo fracaso.
Ricardo Rojas escribió en 1924: “Los españoles hispanizaron al nativo; pero las indias y los indios indianizaron al español. Penetraron los conquistadores en los imperios aborígenes, destruyéndolos; pero tres siglos después los pueblos de América expulsaron al conquistador. La emancipación fue una reivindicación nativista, es decir, indiana, contra el civilizador de procedencia exótica”.
Esta emancipación solo trajo la exaltación de la barbarie como lo auténtico y autóctono nuestro. Escribe Rangel: “La barbarie sería en cierto modo el estado natural de las repúblicas hispanoamericanas, el fruto necesario de la combinación de las culturas aborígenes que hallaron los conquistadores, con la conquista misma y la colonización española y, finalmente, con las guerras civiles, comenzando con la guerra de independencia. Antes de esta, cierto grado de incipiente había encontrado asiento en las ciudades”.
Por último, el argentino Domingo Faustino Sarmiento —cuyo nombre agrede a cualquier peronista y quien no idealiza ni al indio, ni al gaucho, ni al folclore— ya señalaba en el Facundo (1845) que “la superioridad cultural de los pueblos europeos no hispánicos y de Estados Unidos, es una evidencia de la civilización”.

Por lo que Sarmiento insiste en que “dentro del cuadro hispanoamericano, poco satisfactorio antes de la independencia y ahora desastroso, los únicos asientos de civilización y por lo tanto los únicos polos desde los cuales la civilización puede irradiar, son en las ciudades”, aquellos espacios donde la influencia europea es innegable, donde está “todo lo que caracteriza, en fin, a los pueblos cultos”.
“Las tribus salvajes están mejor organizadas que nuestra sociedad rural. El progreso moral, la cultura de la inteligencia descuidada en la tribu, es aquí no solo descuidada, sino imposible… La civilización es del todo irrealizable, la barbarie, normal…” escribió Domingo Sarmiento con respecto a Latinoamérica.
Ciertamente, cualquiera pudiese esgrimir que las razones se remontan a mucho antes de la independencia, a la forma de cómo fuimos colonizados y por quiénes —una innegable diferencia con el proceso de los anglosajones—. Sin embargo, el libro de Rangel y los escritos de Sarmiento y de Rojas, demuestran la indiscutible verdad que se refugia en cualquier alegato sobre nuestro fracaso.
La independencia surgió porque unos pocos debían garantizar y mejorar sus privilegios. Ahí fue incluida e idealizada toda una comunidad —que se veía como inmaculada antes de la colonización—, porque esa comunidad era necesaria para los intereses de algunos, como lo sigue siendo hoy en día. Todo esto acarreaba el desprecio total, no solo hacia los españoles, sino hacia cualquier vestigio de civilización extranjera que fuese ajena a los caseríos y a la naturaleza.
Ese rechazo completo al única modelo y sistema que conocíamos hasta entonces, al único orden —por más mediocre que fuese—, derivó en que el “caudillismo feroz” se convirtiese en el “único remedio a la anarquía” (escribe Sarmiento). A partir de acá, surge un inquisidor subdesarrollo político, que a su vez tiene como consecuencia un devastador subdesarrollo económico que aún hoy nos impide prosperar.

*Nota del autor: De hecho, señala Sarmiento que “para los indios, los negros, los mestizos y los mulatos (y aun para los blancos pobres), la libertad, la responsabilidad del poder, ‘todas las cuestiones que la revolución (independencia) se proponía resolver, eran extrañas a su manera de vivir, a sus necesidades. Pero eventualmente, todas las castas inferiores en la sociedad hispanoamericana se convencieron de que sustraer a la autoridad del Rey sería agradable, por cuanto era sustraer toda autoridad. El resultado sería el regreso a la barbarie en todas las zonas rurales de Hispanoamérica y el caudillismo feroz como único remedio a la anarquía“.

¿Por qué Latinoamérica no ha sido tan próspera como Estados Unidos?

En nuestra región, la guerra de la independencia fue "una llamarada de odio antiespañol", y se quiso eliminar por completo una herencia que constituía nuestra única cultura

(Wikipedia)
Mientras que Estados Unidos era reconocido por su libertad, en Latinoamérica imperaba la barbarie y la miseria. (Wikipedia)
No es un secreto que, desde la Independencia, Latinoamérica entera ha tenido que sobrellevar una trágica epopeya de estabilidad y prosperidad en toda la región, encontrándose en múltiples ocasiones con el inminente fracaso que aún hoy nos estorba. No ocurrió así con nuestros vecinos del norte.
Desde el principio, en el mismo “Nuevo Mundo” y en el mismo tiempo histórico, Estados Unidos solo consiguió un continuo éxito desmesurado que se veía representado en su prosperidad y envidiable estabilidad política.
Afirmar esto conlleva la estigmatización de traidor a una presunta raza que no se ve representada en lo que esta realmente es, sino en la “conciencia colectiva de un pueblo, homologada por la emoción territorial”, como explica Ricardo Rojas en Eurindia (1924).


Wednesday, July 27, 2016

Latinoamérica: Los gobiernos del Alba – UNASUR… una sociedad de carteles de la droga

Latinoamérica: Los gobiernos del Alba – UNASUR… una sociedad de carteles de la droga

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Según la Revista Veja de Brasil:  El Cnel. Cardona de Bolivia acusa a Quintana de encabezar el “Cártel de las Estrellas”
En una entrevista publicada hoy por la revista brasileña Veja, titulada “Los aviones de la cocaína”, el coronel Germán Cardona afirma que el ministro de la presidencia Juan Ramón Quintana encabezaría el denominado “Cártel de las Estrellas”, que el militar exiliado en España define como “un apéndice del Cártel de los Soles de Venezuela”.
Cardona indica que el “Cártel de las Estrellas” estaría integrado por altos oficiales militares y policiales de Bolivia, y agrega que los “aviones de la cocaína”, que según dice parten del aeropuerto de Chimoré en El Chapare, serían “un negocio montado entre Morales y Maduro”.



El militar también incluye en el tema al vicepresidente Álvaro García Linera y su hermano Raúl.
Cardona asevera que al aeropuerto de Chimoré “no entran las Fuerzas Armadas” y que el mismo estaría bajo el control de “grupos municipales”.
En otro tramo de la entrevista, el coronel advierte que el Movimiento Al Socialismo estaría creando una “fuerza armada paralela”, con armamento llegado en los vuelos venezolanos que incluiría fusiles Kalashnikov y misiles antiaéreos.
Fuente: EJU.TV (Bolivia)
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Latinoamérica: Los gobiernos del Alba – UNASUR… una sociedad de carteles de la droga

Latinoamérica: Los gobiernos del Alba – UNASUR… una sociedad de carteles de la droga

alba2015 
Según la Revista Veja de Brasil:  El Cnel. Cardona de Bolivia acusa a Quintana de encabezar el “Cártel de las Estrellas”
En una entrevista publicada hoy por la revista brasileña Veja, titulada “Los aviones de la cocaína”, el coronel Germán Cardona afirma que el ministro de la presidencia Juan Ramón Quintana encabezaría el denominado “Cártel de las Estrellas”, que el militar exiliado en España define como “un apéndice del Cártel de los Soles de Venezuela”.
Cardona indica que el “Cártel de las Estrellas” estaría integrado por altos oficiales militares y policiales de Bolivia, y agrega que los “aviones de la cocaína”, que según dice parten del aeropuerto de Chimoré en El Chapare, serían “un negocio montado entre Morales y Maduro”.


Thursday, July 21, 2016

¿Por qué Latinoamérica no ha sido tan próspera como Estados Unidos?

En nuestra región, la guerra de la independencia fue "una llamarada de odio antiespañol", y se quiso eliminar por completo una herencia que constituía nuestra única cultura

(Wikipedia)
Mientras que Estados Unidos era reconocido por su libertad, en Latinoamérica imperaba la barbarie y la miseria. (Wikipedia)
No es un secreto que, desde la Independencia, Latinoamérica entera ha tenido que sobrellevar una trágica epopeya de estabilidad y prosperidad en toda la región, encontrándose en múltiples ocasiones con el inminente fracaso que aún hoy nos estorba. No ocurrió así con nuestros vecinos del norte.
Desde el principio, en el mismo “Nuevo Mundo” y en el mismo tiempo histórico, Estados Unidos solo consiguió un continuo éxito desmesurado que se veía representado en su prosperidad y envidiable estabilidad política.
Afirmar esto conlleva la estigmatización de traidor a una presunta raza que no se ve representada en lo que esta realmente es, sino en la “conciencia colectiva de un pueblo, homologada por la emoción territorial”, como explica Ricardo Rojas en Eurindia (1924).



Sin embargo, pese a que nuestros mayores deseos de grandeza y deprimentes complejos de inferioridad nos inciten a querer afirmar lo contrario y a querer declarar que nuestros más grandes defectos son nuestras virtudes, y que las mayores virtudes de las potencias “imperialistas”, son sus defectos, la verdad es innegable: Desde 1492 hasta nuestros días, Estados Unidos ha sido más próspera que Latinoamérica.
Ya en 1783 Francisco de Miranda reconocía las virtudes y las diferencias de Estados Unidos con nuestra fracasada región. “Es imposible concebir una asamblea más puramente democrática”, escribió Miranda en su diario al tener contacto con los primeros estadounidenses. “No puedo ponderar el contento y gusto que tuve al ver practicar el admirable sistema de la constitución británica”, relató cuando asistió a la Corte de Justicia en Carolina del Sur, estado cuyo Gobierno despierta su admiración por ser “puramente democrático, como lo son todos los de los demás de Estados Unidos”.
Miranda aprecia la completa libertad de culto que se observa en Estados Unidos, y atribuye las virtudes y prosperidad que encuentra en Estados Unidos a “las ventajas de un Gobierno libre [sobre] cualquier despotismo”.
Unas cuantas décadas después, las cosas no habían cambiado mucho. En 1835 Alexis de Tocqueville también escribe sobre las virtudes de Estados Unidos en su imprescindible obra De la Democracia en América (1835).
Ya para entonces, Tocqueville alababa una “sociedad completamente libre”, una sociedad compuesta por hombres públicos que ejercería la política de tal manera que la libertad estuviese siempre presente. También atesoraba la libertad de prensa en Estados Unidos, la cual impedía el desarrollo de varios males.
Todo eso ocurría en el norte, mientras que en Latinoamérica, la opresión, la barbarie, el salvajismo, el atraso y la miseria imperaban. Todo fue durante el mismo tiempo histórico y en el mismo “Nuevo Mundo”que fue descubierto en 1492. Por lo que cabe preguntarse: ¿Por qué Latinoamérica no ha sido tan próspera como Estados Unidos?
El “imperialismo” y la “dominación extranjera” serían las palabras que cualquier revolucionario utilizaría en su argumento para explicar el fracaso de Latinoamérica. Sin embargo, eso solo revelaría la más pura ignorancia con la que algunos “aventureros románticos” han acelerado la destrucción de la región.
Para entender la razón por la que Estados Unidos ha sido una región más próspera que Latinoamérica es necesario leer la imprescindible obra de Carlos Rangel, Del Buen Salvaje al Buen Revolucionario (1976).

Los procesos independentistas

Nuestro fracaso se vuelve comprensible solo mirando los procesos independentistas en toda América. Los estadounidenses, antes de su independencia, no sentían desprecio por el Viejo Mundo, sino que querían “construir sociedades mejor que la europea, donde deberá existir la igualdad social y de oportunidades, y donde tendrán vigencia los derechos humanos juzgados naturales por el liberalismo”, escribe Rangel.
Una vez que los americanos logran la independencia, estos se propondrán “mantener, desarrollar y mejorar la sociedad que había existido hasta entonces en esos territorios, no a subvertirlas”. Es decir, la herencia británica iba a ser reivindicada, honrada y mejorada.
Rangel destaca que en las colonias inglesas de Norteamérica “el pensamiento de Locke había llegado a ser tan sutilmente difundido, tan influyente, tan inmediato, tan folclórico como ha llegado a ser el pensamiento de Marx y Lenin en el llamado Tercer Mundo”.
Cuando en 1776 se declara la Independencia, los estadounidenses no plantean un rompimiento total con los británicos. Mantienen relaciones, tratos y hasta tradiciones. “No por rechazar la tutela política de Inglaterra, los norteamericanos dejaron de reconocerse como beneficiarios y continuadores de la civilización inglesa”.
En cambio, en Latinoamérica ocurrió lo contrario, se “quiso eliminar por completo una herencia española que constituía, sin embargo, su única cultura”.
En nuestra región, la guerra de la independencia fue “una llamarada de odio antiespañol, una cólera violenta de hijos demasiado largo tiempo sometidos, un sacrificio ritual del padre”, escribe Jean-François Revel en el prólogo de la obra de Rangel.
Una de las causas que se deduce al leer a Rangel es que los norteamericanos no tuvieron que integrar a su sistema social a los indios que encontraron: los apartaron o exterminaron, “los colonizadores anglosajones vinieron en busca de tierra y libertad, no de oro y esclavos. Al indígena, habiéndolo expulsado del territorio, o exterminado, no tuvieron necesidad de rechazarlo ni de integrarlo social o psicológicamente”.
Con respecto a la clase baja si hubo una integración, que de hecho ya Miranda señalaba en 1784: “comieron y bebieron los primeros magistrados y gente del país con el pueblo, dándose las manos y bebiendo del mismo vaso”, haciendo referencia a una barbecue.
Los pobres fueron integrados a la sociedad, al modelo de movilidad social desde sus inicios. Esto, a través de la propiedad privada.
En cambio, en Latinoamérica se buscó la integración de los indios y los pobres de forma organizada; pero para mantenerlos como instrumento y en la continua subordinación: “En Norteamérica el indio fue marginado. En Hispanoamérica se convirtió, al contrario, en el grueso de la población activa”.

El Buensalvajismo, el cáncer de la región

Por lo que esta integración de los indios y los pobres no es producto de simple buenas intenciones, sino que fue utilizada en un principio como motor de la independencia*, de la lucha contra la corona española y, luego, fueron utilizados como motor para la lucha en contra de las potencias imperialistas y para que algunos proyectos revolucionarios se pudiesen perfilar. Se comenzó a exaltar al indio para batallar por ciertos intereses, y con esto surgió el mito del Buen Salvaje en Latinoamérica, aquel “hombre bueno y puro que la civilización busca corromper”.
Desde entonces, desde que la inocencia humana representada en el indio y el pobre, en los marginados, se convierte en figura clave e inherente a las sociedades hispanoamericanas (por múltiples razones), este representa todo lo que Latinoamérica espera ser, y todo lo que la perversión estadounidense nos impide.
Rangel escribe que “por causa del mito del Buen Salvaje, Occidente sufre hoy un absurdo complejo de culpa, íntimamente convencido de haber corrompido con su civilización a los demás pueblos de la tierra, agrupados genéricamente bajo el calificativo de ‘Tercer Mundo’, los cuales sin la influencia occidental habrían supuestamente permanecido tan felices como Adán y tan puros como el diamante”.
Por lo tanto, “el mito del Buen Salvaje nos concierne personalmente, es a la vez nuestro orgullo y nuestra vergüenza”. Esta fábula, que con los años se ha alimentado, se enrosca en el folclore latinoamericano condenando a los ciudadanos de esta fracasada región a rechazar cualquier vestigio de civilización y a vivir en la inestabilidad perpetua.
El repudio a la europeización a partir de la independencia. El rechazo completo a cualquier influencia del Viejo Mundo y la necesidad de enaltecer costumbres, por más salvajes que fuesen, solo por el hecho de que representaban la inocencia antes de la corrupción de la civilización, son la razón por la que hoy Latinoamérica ha demostrado en varios ocasiones ser un completo fracaso.
Ricardo Rojas escribió en 1924: “Los españoles hispanizaron al nativo; pero las indias y los indios indianizaron al español. Penetraron los conquistadores en los imperios aborígenes, destruyéndolos; pero tres siglos después los pueblos de América expulsaron al conquistador. La emancipación fue una reivindicación nativista, es decir, indiana, contra el civilizador de procedencia exótica”.
Esta emancipación solo trajo la exaltación de la barbarie como lo auténtico y autóctono nuestro. Escribe Rangel: “La barbarie sería en cierto modo el estado natural de las repúblicas hispanoamericanas, el fruto necesario de la combinación de las culturas aborígenes que hallaron los conquistadores, con la conquista misma y la colonización española y, finalmente, con las guerras civiles, comenzando con la guerra de independencia. Antes de esta, cierto grado de incipiente había encontrado asiento en las ciudades”.
Por último, el argentino Domingo Faustino Sarmiento —cuyo nombre agrede a cualquier peronista y quien no idealiza ni al indio, ni al gaucho, ni al folclore— ya señalaba en el Facundo (1845) que “la superioridad cultural de los pueblos europeos no hispánicos y de Estados Unidos, es una evidencia de la civilización”.

Por lo que Sarmiento insiste en que “dentro del cuadro hispanoamericano, poco satisfactorio antes de la independencia y ahora desastroso, los únicos asientos de civilización y por lo tanto los únicos polos desde los cuales la civilización puede irradiar, son en las ciudades”, aquellos espacios donde la influencia europea es innegable, donde está “todo lo que caracteriza, en fin, a los pueblos cultos”.
“Las tribus salvajes están mejor organizadas que nuestra sociedad rural. El progreso moral, la cultura de la inteligencia descuidada en la tribu, es aquí no solo descuidada, sino imposible… La civilización es del todo irrealizable, la barbarie, normal…” escribió Domingo Sarmiento con respecto a Latinoamérica.
Ciertamente, cualquiera pudiese esgrimir que las razones se remontan a mucho antes de la independencia, a la forma de cómo fuimos colonizados y por quiénes —una innegable diferencia con el proceso de los anglosajones—. Sin embargo, el libro de Rangel y los escritos de Sarmiento y de Rojas, demuestran la indiscutible verdad que se refugia en cualquier alegato sobre nuestro fracaso.
La independencia surgió porque unos pocos debían garantizar y mejorar sus privilegios. Ahí fue incluida e idealizada toda una comunidad —que se veía como inmaculada antes de la colonización—, porque esa comunidad era necesaria para los intereses de algunos, como lo sigue siendo hoy en día. Todo esto acarreaba el desprecio total, no solo hacia los españoles, sino hacia cualquier vestigio de civilización extranjera que fuese ajena a los caseríos y a la naturaleza.
Ese rechazo completo al única modelo y sistema que conocíamos hasta entonces, al único orden —por más mediocre que fuese—, derivó en que el “caudillismo feroz” se convirtiese en el “único remedio a la anarquía” (escribe Sarmiento). A partir de acá, surge un inquisidor subdesarrollo político, que a su vez tiene como consecuencia un devastador subdesarrollo económico que aún hoy nos impide prosperar.

*Nota del autor: De hecho, señala Sarmiento que “para los indios, los negros, los mestizos y los mulatos (y aun para los blancos pobres), la libertad, la responsabilidad del poder, ‘todas las cuestiones que la revolución (independencia) se proponía resolver, eran extrañas a su manera de vivir, a sus necesidades. Pero eventualmente, todas las castas inferiores en la sociedad hispanoamericana se convencieron de que sustraer a la autoridad del Rey sería agradable, por cuanto era sustraer toda autoridad. El resultado sería el regreso a la barbarie en todas las zonas rurales de Hispanoamérica y el caudillismo feroz como único remedio a la anarquía“.