Tho Bishop
Donald Trump todavía no se han mudado de la Trump Tower a la vivienda pública más cara de Estados Unidos, pero ha sido capaz de cumplir una promesa de campaña esta semana al anunciar un acuerdo con la empresa Carrier Air Conditioning de Indiana, que mantendrá en este estado casi mil puestos de trabajo. Tal y como se informado, el trato parece centrarse en buena parte en el Estado de Indiana ofreciendo millones en desgravaciones fiscales y entendiendo que administración Trump impulsará rebajas regulatorias y fiscales corporativas a nivel federal.
Aunque los empleos que Carrier mantendrá en EEUU solo constituyen aproximadamente un tercio de los que la empresa tenía planeado trasladar a México, el trato subyacente parece reflejar un mayor compromiso de ocuparse de las cargas regulatorias y fiscales corporativas que han perjudicado durante tanto tiempo a la economía estadounidense. Aunque algunos hayan descrito la actuación de Trump como capitalismo de compinches, si los términos del trato se limitan realmente a rebajas fiscales, esas afirmaciones no tienen sentido. Aunque es verdad que las desgravaciones fiscales para compañías concretas son menos recomendables que los recortes para todos (o directamente la abolición) en el impuesto a las empresas, no deberían confundirse con subvenciones pagadas por los contribuyentes.
Como escribía Matthew McCaffrey el año pasado, defendiendo los créditos fiscales a las empresas de videojuegos:
Hace décadas, economistas como Mises y Rothbard ya estaban argumentando que las desgravaciones fiscales no son equivalentes ni económica ni éticamente a recibir subvenciones. Dicho de manera sencilla, que te permitan mantener tu renta no es lo mismo que tomarla de competidores. Las exenciones y resquicios legales no redistribuyen riqueza por la fuerza; los impuestos y subvenciones sí lo hacen, beneficiando así a algunos productores a costa de otros.Aun así, de forma poco sorprendente, el trato ha sido condenado por los críticos dedicados a Trump desde todo el espectro ideológico.
Sí, los empresarios que aprovechen las desgravaciones fiscales tendrán menos costes que los empresarios que no lo hagan. Esto no demuestra que las exenciones o resquicios legales proporcionen ventajas injustas; en realidad, es justamente lo contrario: demuestra que los impuestos perjudican a los empresarios que tengan la mala suerte de quedarse con la factura en la mano.
Las desgravaciones fiscales son beneficiosas para quienes las soliciten, pero no son subvenciones. Las excepciones y resquicios legales son más bien salvavidas en un mar de redistribución de riqueza. Mises lo dijo perfectamente: “el capitalismo respira a través de esos resquicios”. Tristemente, su sencilla idea continúa eludiendo a la mayoría de los comentaristas.
David Boaz, vicepresidente del Instituto Cato, encontraba alarmante la oferta de desgravaciones fiscales y alivio regulatorio, diciendo a The Fiscal Times:
No es un precedente que queramos ver: se supone que los presidentes estadounidenses no tienen que interferir a favor de empresas individuales. Cuando lo hace el propio presidente, deja claro que esta es una economía de compinches, para beneficiar a los amigos del presidente y que las empresas individuales pueden estar directamente sometidas a presiones y castigos a manos del presidente.Por supuesto, Trump no realizó por sí mismo este trato: trabajó con el vicepresidente electo, Mike Pence, que sigue siendo gobernador de Indiana. Tampoco hay ningún indicio de que el trato de Trump con Carrier reflejara ningún tipo de interés personal en esta empresa concreta, sino que más bien es parte de un impulso mayor para impedir que las empresas se reubiquen en el extranjero. Aunque la retórica de Trump sobre comercio, muy centrada en el uso potencial de aranceles, es preocupante de por sí, tampoco hay de por sí nada malo en que una administración se centre en mantener empleos en Estados Unidos, especialmente si esto se logra aliviando las cargas fiscales y regulatorias.
Un argumento más convincente en contra del trato de Trump es el realizado por James Pethokoukis, de la AEI:
Más en general, es absolutamente terrible para la vitalidad económica de una nación que las empresas tomen decisiones para agradar a los políticos en lugar de a los consumidores y accionistas. Aun así, al sector privado de Estados Unidos acaba de recibir una fuerte señal de que jugar con Trump podría ser parte de lo que ahora significa dirigir una empresa estadounidense. Imaginad un negocio tras otro, año tras año, tomando decisiones basadas parcialmente en agradar a la Casa Blanca de Trump. (…) De hecho, según informa Politico, un cargo público oficial de indiana piensa que el trato estuvo motivado por la preocupación de que United Technologies “pudiera perder una porción de sus aproximadamente 6.700 millones de dólares en contratos federales”.Pethokoukis tiene razón: si las decisiones empresariales empiezan a tomarse únicamente para agradar al presidente Trump, la economía estadounidense sufriría. Pero repito, las zanahorias que ha usado Trump para el trato con Carrier incluían impuestos más bajos y una promesa de alivio regulatorio. Si cumpliera esto, la política económica de Trump estaría entonces ayudando a los trabajadores estadounidenses, al mismo tiempo que beneficiando a clientes y accionistas estadounidenses. Aunque tratos futuros puedan desviarse de esta aproximación y deba criticarse correctamente impulsar aranceles punitivos, esto no es aplicable a esta situación concreta.
Y aunque sea justo especular con que la empresa matriz de Carrier, United Technologies Corp., espere que haya algo bueno en una administración Trump que lleve, o bien a futuros contratos públicos, o bien a proteger los que tiene, esto es sencillamente la consecuencia desafortunada de tener desde el principio tan fuertemente entremezclados gobierno y empresas. No puede considerarse algo exclusivo del trato de Carrier o de la administración Trump.
Por supuesto, no debería ser ninguna sorpresa que el análisis más absurdo del trato de Trump provenga del senador Bernie Sanders, que escribía en The Washington Post:
Hace unos pocos meses, Trump estaba prometiendo obligar a United Technologies a “pagar un maldito impuesto”. Insistía en altísimos aranceles para empresas como Carrier que han dejado Estados Unidos y quieren vender sus productos fabricados en el extranjero en Estados Unidos. En lugar de un maldito impuesto, la empresa se verá recompensada con una maldita desgravación fiscal. ¡Caramba! ¿Cómo se relaciona eso con la avaricia corporativa? ¿Cómo se relaciona eso con castigar a las empresas que cierren en Estados Unidos y se muden al extranjero?La principal crítica de Sanders es que Trump pasó de una retórica de castigar a las empresas estadounidenses a tratar de aliviar algunos de los costes adicionales que les impone el gobierno. No es una sorpresa que esto preocupe al senador de Vermont, ya que en su mundo una oportunidad de aumentar la carga fiscal de alguien es algo que no hay que desperdiciar (por eso hizo campaña para aumentarlos a la mayoría de Estados Unidos).
Esencialmente, United Technologies tomó a Trump como rehén y ganó. Y eso debería generar una sacudida de temor a todos los trabajadores de todo el país.
Aunque el trato con Carrier está lejos de hacer de nuevo grande a Estados Unidos para aquellos trabajadores que afrontaban la pérdida de sus empleos, es una gota en el cubo de los males que acosan realmente al país. Todavía hay muchas señales preocupantes acerca de cómo será la política económica de una administración Trump. Pero no todas las acciones que lleve a cabo serán necesariamente una mala política.
Si Trump persevera en esta buena vía con mayores recortes en los impuestos a las empresas y alivios regulatorios, como dijo durante la campaña, estas políticas deberían alabarse, igual que debería condenarse cualquier futuro ataque a una economía sensata o a la libertad individual.