El individuo nace originalmente libre. Esto es que, en un estado de naturaleza, el individuo es plenamente libre para hacer lo que quiera. Este mismo individuo nace con unos derechos naturales intrínsecos a su propia racionalidad: derecho a la vida, a la propiedad, y a la libertad. Es decir, derecho a que absolutamente nadie le arrebate la vida, la propiedad, o coarte su libertad. Es aquí donde nos topamos con el primer axioma del liberalismo: tu libertad acaba donde comienza la de los demás. Es decir, que, si bien es cierto que el individuo nace totalmente libre, también es cierto que la libertad de un individuo no puede coartar la de otro individuo. Por ejemplo, se podría pensar que un individuo nace con la libertad de coger un arma y matar a otro individuo. La realidad es que, al coartar la libertad de matar el derecho a la vida de otro individuo, esta libertad queda anulada por razones obvias.
El
problema o, más bien, el debate, llega a la hora de determinar cómo nos
aseguramos de que un individuo no haga uso de la falsa libertad de
coartar la libertad o violar los derechos naturales de otro individuo.
En este punto, el camino se bifurca en dos teorías básicas: el Estado
mínimo como garante de protección contra el libertinaje; y el principio
anarquista de la no-agresión.
En primer lugar, la teoría del Estado mínimo
es la más aceptada actualmente. Planteada por los minarquistas,
consiste en que el Estado abandona todas sus competencias actuales
exceptuando las de Defensa, Seguridad y Justicia. De esta manera, se da
paso al libre mercado y se mantiene una protección del individuo por
parte del Estado en materia de defensa militar contra ataques externos,
seguridad interna contra violaciones de derechos, y garantía de justicia
a la hora de plantearse distintos pleitos.
Esta
teoría resulta más viable que la teoría de la no-agresión en el mundo
actual. Asumiendo que no vivimos en una sociedad plenamente pacífica y
que va a haber distintos actores que van a tratar de violar los derechos
y libertades del individuo, la existencia de un Estado que proteja al
individuo de los distintos ataques que puede sufrir se convierte en una
opción atractiva a la hora de superar un estado de naturaleza no
pacifista.
La segunda teoría, la anarquista de la no-agresión,
plantea la existencia de una sociedad totalmente pacifista, en la cual
los individuos no tienen pensamientos belicosos contra otros, ni
tratarán de violar la libertad y los derechos del resto, atendiendo a la
validez del axioma planteado al principio de este artículo. Defiende,
asimismo, el derecho a portar armas de los individuos para defenderse en
caso de verse agredidos por otros, lo cual no sería, de hecho,
necesario si viviésemos en una sociedad pacifista como la que evoca el
anarquismo.
Ahora bien, ¿cuál sería, en este caso, el modelo correcto a seguir? A continuación expongo mi visión al respecto, que es, como cabría esperar, “ni lo uno, ni lo otro”.
Creo que
ambas teorías plantean una solución muy atractiva si tenemos en cuenta
su finalidad. Una defiende que sea el Estado el que garantice, sin
privación, la defensa y la seguridad de los individuos; y otra plantea
un escenario en el que esto ni siquiera es necesario, puesto que todos
podríamos convivir en paz. De esta manera, tal vez la mejor opción sería
un hibridaje entre las dos: un sistema en el cual el Estado conserve
únicamente las funciones básicas de defensa, seguridad y justicia
universales, a la vez que los individuos conservan el derecho a la
autodefensa y a portar armas.
El sistema híbrido
supone una garantía en dos sentidos. Dejando que el Estado ofrezca a
todos los individuos los servicios de defensa, seguridad y justicia, nos
aseguramos de que nadie quede privado de ellos, necesarios todos para
garantizar la primacía de los derechos y libertades naturales del
individuo. Todo individuo será defendido contra ataques, invasiones y
violaciones de sus derechos, y amparado por la justicia en caso de que
la necesite. El coste marginal de la defensa estatal tiende a cero, por
lo que no supone un problema defender a un ciudadano más dentro de un
mismo estado. Además, evitamos que cualquiera se tome la justicia por su
mano, o viole la libertad y derechos de otro individuo que no pueda
defenderse por sí mismo.
Permitiendo
al individuo conservar el derecho a la legítima defensa y a portar
armas, nos aseguramos de que el Estado no ejerza un monopolio total
sobre la violencia, pudiendo abusar de su posición como ha hecho en
múltiples ocasiones. Cuando el individuo puede oponer resistencia al
abuso y a la coacción indiscriminada, el Estado deja de tener el poder
supremo, y prevenimos situaciones embarazosas y liberticidas. Asimismo,
resolvemos el conocido problema de la lentitud de las fuerzas de
seguridad. Suele ocurrir que, cuando ocurre algún tipo de acción
violenta que se cobra la vida o viola los derechos de un individuo, las
fuerzas estatales que deberían evitar este suceso actúan tras ocurrir
este, por lo que esa supuesta garantía de la que hablábamos no siempre
se cumple. Si el individuo afectado puede hacer uso del derecho a la
autodefensa, puede tratar de resolver la situación por sí mismo en caso
de que quien debería hacerlo no llegue a tiempo, lo cual hace mucho más
efectiva la defensa que si esta se encuentra centralizada en un Estado
que tiene que ocuparse de todos los casos de violencia ilegítima.
Este
sistema puede plantearse como un paso intermedio hacia una sociedad
tolerante y pacífica que actúe bajo el principio de la no-agresión, en
la cual no haga falta ceder parte de nuestra libertad al Estado para que
nos proteja de aquellos que no respetan la libertad y los derechos del
individuo. Al menos, es lo deseable, y hacia lo que deberíamos avanzar.
No obstante, y mientras la situación actual sea la que prevalezca, lo
racional es conjugar un modelo que garantice el mayor grado de defensa
de la libertad posible.
No comments:
Post a Comment