Keyu Jin
Keyu Jin, a professor of economics at
the London School of Economics, is a World Economic Forum Young Global
Leader and a member of the Richemont Group Advisory Board.
¿Cómo ve China a Trump?
LONDRES
– La asombrosa victoria de Donald Trump en las elecciones
presidenciales de Estados Unidos ha sacudido al mundo. Si se considera
desde el notable silencio del presidente mexicano Enrique Peña Nieto
hasta la declaración del presidente francés Francois Hollande sobre que
se abre un “período de incertidumbre”, y el embelesamiento apenas
disimulado del Kremlin, se puede afirmar que Trump no ha sido recibido
internacionalmente de la misma forma en la que se recibieron a otros
presidentes estadounidenses. Sin embargo, un país se ha mantenido, en
gran medida, impasible: China.
La
postura de Trump sobre China es bien conocida: ha culpado a este país
de todo, desde acciones de piratería informática que afectaron a su
oponente (acciones que el gobierno de Estados Unidos considera que son
el trabajo de Rusia) al cambio climático (que ha calificado como un
engaño elaborado por China para socavar la competitividad de EEUU). Y,
ha prometido imponer un arancel del 45% a los productos chinos.
No
obstante, la prudencia fluye a través de las venas confucianas de China.
En lugar de sacar conclusiones precipitadas sobre las futuras políticas
de Estados Unidos, y mucho menos tomar medidas prematuras, los líderes
de China han permanecido neutrales en su respuesta frente a la victoria
de Trump. Parecen tener confianza de que, a pesar de que la relación
bilateral cambiará en algo, no se transformará de manera fundamental.
Continuará siendo ni muy buena, ni muy mala.
Es
de ayuda el hecho que Trump haya cesado sus críticas a China desde que
se celebraron las elecciones. En cambio, publicó en Twitter un video de
su nieta recitando un poema en chino mandarín – video que se convirtió
en éxito instantáneo en China. Ya sea que pretendiera o no de manera
explícita que dicha publicación sea un mensaje para China, la acción
enfatiza la posibilidad de que realmente existe un abismo entre la
retórica de campaña de Trump y sus posturas y planes reales.
Algunos
en Occidente podrían pensar que la retórica por sí sola sería
suficiente para enfurecer a los líderes de China. Pero la verdad es que
los chinos están mucho más ofendidos por las reuniones de líderes
nacionales con el Dalai Lama, como por ejemplo por la reunión que
sostuvo el presidente Barack Obama en junio pasado. Y, como ha dejado en
claro las elecciones pasadas en Estados Unidos, la retórica puede tener
muy poca relación con la realidad.
Esto
es aún más cierto cuando la retórica bajo escrutinio incluye promesas
que perjudicarían a todos los involucrados, como lo harían los aranceles
propuestos por Trump. La disponibilidad de productos baratos de China
ha ejercido, durante mucho tiempo, una presión a la baja sobre los
precios, incluso aquellos de productos no chinos, en el mercado
estadounidense. Para los hogares de bajos ingresos, que son los más
propensos a consumir productos importados baratos, esta situación ha
sido una bendición, ya que incrementó, de manera efectiva, el poder
adquisitivo de dichos hogares.
Si
se bloquearan las importaciones chinas, los precios subirían, socavando
el consumo, obstaculizando el crecimiento económico y exacerbando la
desigualdad. Y, Estados Unidos ni siquiera estaría protegido de pérdidas
de empleo en la industria manufacturera; los empleos sólo se
desplazarían a Vietnam o Bangladesh, donde hoy en día los costos de mano
de obra son aún más bajos que en China.
Lo
mismo ocurre con los flujos de inversión – el segundo motor de la
globalización – que a menudo se olvidan convenientemente en las
discusiones sobre la relación económica entre Estados Unidos y China.
China es uno de los mayores compradores de bonos del Tesoro de los
Estados Unidos y continúa financiando el consumo y la inversión estadounidenses.
China puede, incluso, ayudar a financiar los grandes proyectos de
infraestructura que Trump ha prometido, reduciendo de esta forma la
presión que dichos proyectos ejercerían sobre el presupuesto de Estados
Unidos.
Así que es
poco probable que Trump cambie mucho en términos de la política
económica de Estados Unidos, al menos si sabe lo que es bueno para él.
En el ámbito donde podría hacer algunos cambios es en la política
exterior; pero, dichos cambios más probablemente complacerían a China en
lugar de molestarla.
El
gobierno de Obama ha estado comprometido durante varios años con un
reequilibrio estratégico dirigido a Asia. En un momento en que China
estaba acumulando rápidamente poderío, tanto económico como militar,
Obama parecía estar comprometido a contener el ascenso de China como mejor podía, incluso involucró a Estados Unidos en disputas territoriales en el Mar de China Meridional.
Por
el contrario, Trump, con su abordaje de política exterior denominado
“Primero EE.UU.”, ha prestado poca atención a la disputa del Mar
Meridional de China. Esta forma de actuar funciona perfectamente para
China, país que acogería con beneplácito un menor involucramiento
estadounidense en Asia – en especial en el Mar de China Meridional, así
como en Taiwán.
Pero
en este punto, también, existe una brecha entre la retórica y la
realidad, y no se debe esperar ningún tipo de cambio radical. Poco
después de las elecciones, Trump garantizó a los líderes de Japón y
Corea del Sur el compromiso que tiene EE.UU. tiene con respecto a la
seguridad de sus respectivos países, a pesar de que durante su campaña
electoral Trump prometió exigir mayores pagos por la protección de
Estados Unidos. Si se añade a lo expresado anteriormente la amenaza que
plantea Corea del Norte, se llega a la conclusión de que una
desestabilizadora retirada estratégica estadounidense sigue siendo un
evento altamente improbable.
Si
Trump cumple con su ofrecimiento de reparar las relaciones con Rusia,
las probabilidades de que China vaya a librarse de la presión
estadounidense se extenderían aún más. Sin tener que lidiar con Rusia,
Estados Unidos tendría aún más tiempo para dedicarse a los asuntos
asiáticos.
Además,
un calentamiento de las relaciones Rusia-Estados Unidos podría conducir
a cambios sutiles en las relaciones Rusia-China, mismas que se han
profundizado desde la anexión de Crimea que llevó a cabo Rusia,
situación que demolió las relaciones rusas con Occidente.
La
victoria de Trump está lejos de ser inconsecuente. No es un presidente
de los Estados Unidos común y corriente, y, prestándose una frase de Salena Zito de The Atlantic,
Trump debe ser tomado en serio, aunque no literalmente en serio. Sin
embargo, tal como los líderes de China parecen reconocer, como
presidente no tendrá más remedio que, por lo general, colorear con sus
propios matices dentro de los límites ya establecidos. Incluso si quiere
desviarse más del consenso sobre política exterior, el sistema
estadounidense limitará su capacidad para hacerlo.
Por lo
tanto, en lugar de preocuparse por las predilecciones personales de
Trump o de intentar predecir lo impredecible, los líderes de China
siguen enfocados en lo que es realmente importante: la necesidad de una
relación bilateral de cooperación. Otras potencias mundiales deberían
hacer lo mismo.
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