Alberto
Mansueti
¿Por qué los artistas aman el socialismo? Para
esta pregunta hay muchas respuestas; y la mía es que los artistas, vocacional y
profesionalmente, habitan mundos de ficción, hechos por sus creadores a su
entera voluntad; y no distinguen muy bien entre realidad y ficción.
Y tampoco distingue el público, incluso la inmensa
mayoría de los políticos, y de sus simpatizantes y electores, en el clima de
irracionalidad hoy reinante. Tienden a creer que lo real puede ser amoldada a
voluntad por los gobernantes, tal como en la ficción.
En el cine por ej., los directores dirigen; es muy
natural para ellos adherir a una nefasta ideología “dirigista”, que aspira a
que un Presidente a título de caudillo, nos “dirija” nuestras vidas y destinos.
Los directores eligen a los actores, reparten los
papeles, y les dirigen, y a los guionistas, camarógrafos y ayudantes. Sus
directivas se obedecen. ¿No les gusta cómo quedó una escena? La mandan a
repetir. ¿No les gusta una parte del guion? Lo mandan a reescribir. ¿Un actor
no está a la altura? Llaman al guionista y le mandan suprimir de algún modo al
personaje, o sustituirle. ¿Hace falta más dinero? Llaman al productor. Y
tienden a creen que todo es así en una nación, en la sociedad… o que “debe” ser
así.
¿Y los guionistas? Son escritores. Crean y recrean
tramas y situaciones, escribiendo y reescribiendo los diálogos, y las pautas
para las tomas, escenas y escenarios. Usan el material más dócil y maleable,
mucho más que los seres humanos: el papel. ¡El papel aguanta todo! Hacen los
personajes a su gusto, y al de los directores y productores, e incluso de los
actores, porque si son “superestrellas”, tienen su parte en el comando: estudian
los libretos antes de aceptar, y sugieren modificaciones, hasta en pleno
rodaje. Aunque de ellos se espera principalmente una cosa: que obedezcan. Y eso
hacen, para eso les pagan muy bien. Pueden pensar “¿Por qué entonces la gente
no obedece las órdenes e indicaciones de sus gobernantes?”
En el teatro es igual que en el cine en este
aspecto; y en el ballet y en la ópera. En las artes, creatividad es “crear” un
mundo aparte de lo real cotidiano: un universo de formas y colores, o de
sonidos, o palabras, según la voluntad del artista. Entender la realidad no es tan
necesario en el arte, pues la materia prima obedece, se amolda plásticamente. El
pintor combina formas y colores sobre su lienzo, que no se resiste; el escultor
talla figuras sobre madera, bronce o yeso, conforme se le ocurren; el
compositor escribe a su gusto las letras y/o las notas sobre su pentagrama.
Y en la novela casi siempre los buenos ganan; los
malos pierden. Si no es así, es “triste”, y “termina mal”, y a la gente no le
gusta. Así que si los malos son los capitalistas, y los buenos son los socialistas,
como dicen “los que saben”, ¿por qué no aspirar a que ganen los buenos, y que
los malos pierdan, no sólo en la ficción? Así mucho artista quiere hacer el
“bueno” en la vida real, “asumir su compromiso”, haciendo que suceda en la realidad
lo mismo que en la pantalla. Cualquier cosa se puede “hacer que suceda”, si se
pone suficiente empeño y “voluntad”.
¿Y si para “hacer que suceda” hay que mentir? Ah
pues, fingir es lo que hacen los actores y actrices. Simulan ser lo que no son,
según exigencias del libreto. Sólo que no se llama “mentir” sino “actuar”,
“representar su papel”. Ante la cámara, cada uno dice “sus líneas” con gran
poder de convicción. Si hay que decir frente a la cámara de la prensa, que Cuba
es una maravilla, o que Zimbabwe es un paraíso político, ¿qué importa?
Los políticos de izquierda también son mentirosos
por naturaleza, además de hipócritas, y hábiles manipuladores. No sólo utilizan
a los artistas para sus fines; también les han copiado muchas técnicas
actorales para “actuar” ante la prensa, sus colegas, y el público. Y no sólo
actorales, últimamente se habla de las campañas electorales como “grandes
producciones”, estilo películas.
¿Y los espectadores? Miles de horas se pasan sentados, apoltronados o acostados viendo
filmes y series de todo género, documentales, películas “basadas en hechos
reales”, y “reality shows”. En un clima ideológico impregnado de relativismo
Posmodernista, hostil a la realidad, y por ende a la razón y a la inteligencia,
la gente tampoco distingue bien entre la ficción y la realidad.
Por eso se impone el socialismo, un pensamiento
utópico, que deriva en una política totalmente de ficción La “educación pública
de calidad” es una ficción, como también la “medicina gratis”, el “cuidado del
ambiente”, y la “política de género”. Utopías. Ficciones. Libretos. Los papeles
de “víctima” son muy apreciados por la izquierda: mujeres, estudiantes,
jóvenes, “niños y niñas”, indígenas, homosexuales, inmigrantes, animales, etc.,
todos victimizados en los guiones. Muchos roles el
socialismo reparte, de héroes y de villanos, para tomar parte en esa gran
ficción que es el “Estado de Bienestar”.
Detrás de las ficciones está la realidad, que no
es bonita, y resulta del socialismo: un astronómico gasto “público”, tan
estratosférico como los déficits, los impuestos y la deuda estatal. La
inflación, pérdida de poder adquisitivo en la moneda y los ingresos. Empleos
perdidos, y hogares destrozados, por millones. Pérdida progresiva de comprensión
de textos y hábitos de lectura. Iglesias entregadas al socialismo. Mientras los
empresarios acomodaticios ensayan su papel: el de la “Responsabilidad Social
Empresarial”, para recibir subsidios y privilegios. Un mundo cada vez más
socialista es un mundo cada vez más ficticio, menos real.
¡Hasta la próxima si Dios quiere!
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