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Thursday, July 7, 2016

Podemos cobrar

Podemos cobrar

Por Carlos Rodriguez Braun
Una interesante entrevista de Luis Gómez a Pablo Iglesias en El País permitió intuir los cobros de Podemos. No me refiero a lo que pudieron cobrar estos progresistas de regímenes como el venezolano o el iraní, asunto sin duda interesante pero que no es objeto hoy de mi atención. Me refiero al dinero que pretenden cobrar a la fuerza los de Podemos a los ciudadanos.
El asunto está lejos de ser un mero ejercicio teórico: los lenguaraces de Podemos ahora pueden quitarle a usted el dinero, señora, sí que pueden. Por tanto, analizar dichos cobros tiene que ver directamente con derechos y recortes, es decir, con nuestros derechos que Podemos puede violar y con nuestras carteras, que puede recortar.
Habla el líder:


Querer a tu país es querer a su gente y respetarla y respetar los servicios sociales y que tenga derecho a decidir sobre cualquier cosa.
He aquí una muestra del totalitarismo de Podemos: nunca distingue entre Estado y sociedad. Así, amar al país es amar al Estado, es decir, puro fascismo, disfrazado de "respetar los servicios sociales", pero como los servicios "sociales" son en realidad políticos, lo que Pablo Iglesias plantea es idolatrar la coacción política y legislativa. Por ejemplo:
Defendemos el sistema de salud, el educativo, un sistema que defienda los derechos sociales, defendemos las cosas buenas del sistema en el que vivimos, fruto del trabajo de mucha gente.
Nuevo camelo: repite la adoración por la coerción, pero la disfraza como si fuera el resultado de masivos empeños populares: "Fruto del trabajo de mucha gente", como si el Estado fuera una opción del pueblo y no una imposición de sus gobernantes, por cierto, de todas las ideologías posibles.
Tras la divinización de la coacción se pasa a la demonización de su disminución: "El delincuente es el que privatiza la sanidad". Aquí hay dos mentiras. Una es la idea de que privatizar, es decir, reducir la fuerza del Estado y ampliar el campo de las decisiones libres de los ciudadanos, es para Pablo Iglesias nada menos que un delito. Y la otra es transmitir que la privatización de la sanidad es algo que efectivamente se ha producido o que algún partido político con opciones de gobierno propugna, lo que es clamorosamente falso.
Pero volvamos a la primera declaración, porque el líder proclama que el amor a la patria es que que la gente "tenga derecho a decidir sobre cualquier cosa". ¡Cualquier cosa, oiga! No solamente los de Podemos nos prometen el "fin de los recortes" y el establecimiento de "planes de rescate ciudadano", sino que además nos juran que decidiremos todo.
Obviamente, es mentira, porque es imposible que podamos decidir libremente y a la vez que tengamos un Estado tan enorme como el que anhela Podemos. Es imposible ser libre y siervo a la vez. Y desde luego, señora, usted nunca va a tener bajo Podemos el derecho a decidir no pagar impuestos: ni siquiera va a poder decidir pagar menos, salvo que emigre. Podemos cobrarle, señora, esa es la intención.
Para engañarla, el truco de Podemos (y otros…) es asegurar que esto no va con usted sino con los ricos y los poderosos:
Nuestro programa es muy razonable, no sé por qué no se puede perseguir a grandes corporaciones que actúan aquí pero evitan pagar aquí. Usted no puede operar en mi país si no tributa en mi país. Zara: cada prenda que se compra por internet tributa en Irlanda.
Observe, señora, que Zara no es un grupo de criminales sino una empresa que cumple las leyes, entre las cuales está la de procurar minimizar la factura fiscal mediante la competencia legal entre Estados. Pero, además, no caiga en la trampa de pensar que "perseguir" (ojo al verbo) a las empresas es algo que sólo daña a Amancio Ortega, y no a usted.
Todo lo que quieren hacer los de Podemos (y otros…) la daña a usted, señora, a sus bienes, derechos y libertades. Ellos jamás reconocen que sus medidas tienen impactos negativos más allá de una minoría de indeseables opulentos. Aquí una muestra: Pablo Iglesias está encantado con una medida que adoptó el gobierno populista de Ecuador: "Prohibieron las comisiones de los cajeros automáticos, que me parece una medida perfectamente aplicable". Aquí la trampa es que Iglesias (y otros…) sugiere que si se prohíben esas comisiones el pueblo gana y los odiosos banqueros pierden. No es así: lo que sucede es que cobrarán comisiones de otra manera.
Y sobre todo, señora, preste usted mucha atención a cuando estos sujetos tan peligrosos utilizan la bonita palabra derechos. Comprobará que nunca hablan de defender sus derechos de usted, señora. Sólo hablan de "derechos sociales", es decir, políticos, es decir, de ellos.

Podemos cobrar

Podemos cobrar

Por Carlos Rodriguez Braun
Libre Mercado, Madrid
Una interesante entrevista de Luis Gómez a Pablo Iglesias en El País permitió intuir los cobros de Podemos. No me refiero a lo que pudieron cobrar estos progresistas de regímenes como el venezolano o el iraní, asunto sin duda interesante pero que no es objeto hoy de mi atención. Me refiero al dinero que pretenden cobrar a la fuerza los de Podemos a los ciudadanos.
El asunto está lejos de ser un mero ejercicio teórico: los lenguaraces de Podemos ahora pueden quitarle a usted el dinero, señora, sí que pueden. Por tanto, analizar dichos cobros tiene que ver directamente con derechos y recortes, es decir, con nuestros derechos que Podemos puede violar y con nuestras carteras, que puede recortar.
Habla el líder:

Friday, June 24, 2016

Miedo al Brexit

Juan Ramón Rallo dice que exageran quienes esperan consecuencias terribles de un "Brexit", que más bien estas serían modestas a largo plazo.

Juan Ramón Rallo es Director del Instituto Juan de Mariana (España) y columnista de ElCato.org. Juan Ramón obtuvo el tercer lugar en nuestro primer concurso de ensayos, Voces de Libertad 2008.
Los mercados financieros suelen ser miedosos y tienden a sobrerreaccionar ante los acontecimientos más inmediatos. El gran inversor Warren Buffett suele decir que la bolsa es una máquina de votar a corto plazo pero una máquina de pesar en el largo plazo: es decir, a corto plazo se mueve por euforias y pánicos irracionales mientras que, a largo plazo, expresa con exquisita precisión el verdadero valor de fondo de los activos financieros cotizados.



Las fluctuaciones que estamos experimentando durante estos días a propósito del Brexit deben ser analizadas desde esta óptica: a corto plazo, el Brexit genera mucha incertidumbre institucional acerca de cuál va a ser el encaje de Reino Unido en Europa durante las próximas décadas. La cada vez más probable salida del país supone una ruptura sin precedentes con respecto a un mega-Estado comunitario que se nos había venido imponiendo a todos los europeos desde hace medio siglo sin debate ni análisis crítico alguno. Evidentemente, el Brexit haría necesario replantear todo este proceso de integración, algo que añadiría más interrogantes al futuro político-institucional de Europa y, por tanto, desestabilizaría a los mercados financieros en el corto plazo.
Mas la cuestión verdaderamente relevante no es ésta, sino cuáles serán las consecuencias prácticas del Brexit. Si no las hay —si Reino Unido sale de la Unión Europea pero se reengancha mediante algún status similar al de Noruega o incluso al de Suiza— las consecuencias a largo plazo serán muy modestas: incluso podrían ser positivas en la medida en que Reino Unido aproveche su salida para liberalizar su economía al margen del yugo bruselense. Ahora bien, si el Brexit motiva la adopción de represalias ora por Europa ora por Reino Unido —barreras arancelarias, contingentes migratorios, rearme regulatorio, subidas de impuestos, etc.— entonces sí sufriremos consecuencias nefastas para el largo plazo.
De momento, las perspectivas a este último respecto no son del todo halagüeñas: los mentideros europeos ya están anunciando que Francia prepara un “Brexit sangriento” para disuadir a otros países de que sigan por el mismo camino; a su vez, el ministro de Economía inglés, George Osborne, ya ha amenazado a los ingleses con subidas de impuestos en caso de que se materialice la ruptura. Lejos de preocuparnos por lo que suceda en la bolsa durante las próximas semanas, deberíamos ocuparnos en que los políticos de uno y otro lado no aprovechen la coyuntura para recortar nuestras libertades: eso sí sería verdaderamente pauperizador en el largo plazo.

Miedo al Brexit

Juan Ramón Rallo dice que exageran quienes esperan consecuencias terribles de un "Brexit", que más bien estas serían modestas a largo plazo.

Juan Ramón Rallo es Director del Instituto Juan de Mariana (España) y columnista de ElCato.org. Juan Ramón obtuvo el tercer lugar en nuestro primer concurso de ensayos, Voces de Libertad 2008.
Los mercados financieros suelen ser miedosos y tienden a sobrerreaccionar ante los acontecimientos más inmediatos. El gran inversor Warren Buffett suele decir que la bolsa es una máquina de votar a corto plazo pero una máquina de pesar en el largo plazo: es decir, a corto plazo se mueve por euforias y pánicos irracionales mientras que, a largo plazo, expresa con exquisita precisión el verdadero valor de fondo de los activos financieros cotizados.


Wednesday, June 22, 2016

El problema de la burocracia


Se sostiene comúnmente que la naturaleza “anárquica” no planeada de la producción capitalista necesita una regulación burocrática para impedir el caos económico. Así, el eminente marxista húngaro Andras Hegedus, argumenta que la burocracia es meramente “el subproducto de una estructura administrativa” que separa los trabajadores del la gestión real de la economía. Como los propietarios toman las decisiones, todos los demás deben en último término recibir sus órdenes de este pequeño grupo. Como eso sería impracticable en una economía industrial, el problema debe gestionarse mediante una división de responsabilidad que a su vez conlleva capas de burocracia. Los capitalistas toman las decisiones que luego se filtran hacia abajo en la pirámide burocrática. Esto significa que los trabajadores deben esperar a que se les diga qué hacer por parte de sus superiores inmediatos, que a su vez deben esperar a las instrucciones de sus superiores y así sucesivamente.



Es importante darse cuenta de que Hegedus cree que estas características de la burocracia son un producto del propio capitalismo, en lugar de la naturaleza de la producción a gran escala. “Cuando prevalecen las relaciones de la propiedad capitalista”, dice, “es inútil luchar contra la burocracia (…). Para cambiar la situación es necesario eliminar primero la propiedad privada de los medios de producción”. La burocracia, continúa, es la
Consecuencia inevitable del desarrollo de las relaciones de propiedad en una etapa concreta en la división del trabajo y en la integración económica. En consecuencia, es también inevitable (…) que en algún momento no haya necesidad de un aparato administrativo distinto de la sociedad, porque las condiciones subjetivas y objetivas estarán maduras para una autoadministración directa.
En román paladino, Hegedus está diciendo que, como el capitalismo separa al trabajador del control de al industria, la producción sería descoordinada y caótica si no hubiera ninguna agencia de transmisión del conocimiento. Ésa es la función que realiza la burocracia bajo el capitalismo. Como bajo el socialismo los trabajadores tomarían todas las decisiones industriales, no habría problemas de coordinación en dicha sociedad. La burocracia ya no sería necesaria y se descartaría. Pero salvo meras apelaciones a “democratizar el aparato administrativo” y pedir una “saludable movilidad en todas las áreas de la administración”, es vago en cómo el socialismo lograría esto. Como las opiniones de Hegedus, particularmente respecto de la naturaleza burocrática del capitalismo, no son raras, es tiempo de que sean examinadas críticamente.

Tres problemas de coordinación

Israel Kirzner apunta que hay tres problemas de coordinación que deben resolverse en cualquier sistema socioeconómico:
  1. El problema de las prioridades, es decir, qué bienes y servicios deberían producirse;
  2. El problema de la eficiencia, es decir, qué combinación de recursos usados en la producción un producto concreto dejará la mayor cantidad de recursos libres para la producción de otros bienes y servicios y
  3. El problema de la distribución, es decir, cómo compensar a cada participante en el sistema por su contribución al proceso productivo.
El papel de la gestión burocrática puede analizarse mejor viendo cómo tanto el capitalismo como el socialismo se aproximan a estos problemas así como lo bien que pueden resolverlos.

El problema de las prioridades

Dentro de un sistema de mercado, las prioridades las establecen los consumidores comprando y absteniéndose de comprar. Los empresarios, ansiosos por maximizar sus beneficios, tenderán a producir aquellos bines con la mayor discrepancia entre precio y coste. Como los consumidores están dispuestos a pagar más por bienes que deseen más intensamente, los precios de estos bienes, en igualdad de circunstancias, tienden a ser mayores que los de los bienes menos intensamente deseados. Así que los bienes que los miembros de la sociedad consideran más importantes son los que, sin necesidad de ninguna dirección burocrática consciente, se producen en un sistema capitalista antes y en más cantidad.
Una crítica habitual a este modo de razonar es que hay muchos ejemplos en los que no puede decirse que el mercado refleje las prioridades de los consumidores. Por ejemplo, se supone que el pan es más importante que los diamantes, aunque se advierte que el precio de los diamantes es mucho mayor que en del pan. El error de esta crítica es que los individuos nunca afrontan una elección entre diamantes en abstracto y pan en abstracto. En su lugar, escogen entre unidades individuales de pan y diamantes.
Como bajo condiciones normales la cantidad de pan excede con mucho la de diamantes, la satisfacción o disatisfacción causadas por la adición o pérdida de cualquier unidad concreta de pan, es decir, su utilidad marginal, es relativamente baja comparada con la de una unidad de diamantes. Si por alguna singularidad del destino la cantidad de pan disminuyera grandemente o la de diamantes aumentara significativamente, la utilidad marginal de las unidades de pan y diamantes se alterarían causando que el precio del pan aumente y el de los diamantes disminuya. Por tanto puede verse que el mercado sí refleja realmente las prioridades de los consumidores y lo hace sin la necesidad de ninguna dirección burocrática. De hecho, la burocracia solo puede impedir la satisfacción del consumidor, pues, como apunta Kirzner: “cualesquiera obstáculos que no sean del mercado colocados en el camino del proceso de precios interfieres así necesariamente con el sistema de prioridades que han establecido los consumidores”.
Como el socialismo conlleva la eliminación del mercado, no hay mecanismo por el que se establezcan las prioridades sin una dirección y control conscientes. Así que es  precisamente el socialismo el que no puede funcionar sin una burocracia floreciente. Una rápida mirada al proceso de planificación en la Unión Soviética destacará claramente el endémico laberinto burocrático incluso para una economía moderadamente socialista.

Planificación en la Unión Soviética

Con el fin de crear el plan para el año que viene los planificadores deben tener tantos datos como sea posible del estado de la economía en el presente año. Este trabajo lo realiza la Administración Estadística Central, que, solo ella, emplea a varios millones de personas. Esta información se traslada luego al Comité Estatal de Planificación o Gosplan. Se establecen las prioridades para el siguiente año por parte del Consejo de Ministros junto con varias otras agencias políticas y se comunica al Gosplan, que intenta coordinar todas las prioridades, así como equilibrar los objetivos de producción para cada sector en la economía con su estimación de entradas requeridas para la fabricación.
El plan baja luego por la jerarquía planificadora yendo primero a los ministros industriales, luego a los subministros y así sucesivamente a las empresas individuales. De esta forma, se informa a cada empresa de los niveles de productividad que se han establecido para ella y el plan empieza a ascender en la jerarquía planificadora con cada empresa ahora en disposición de calcular por sí misma las entradas necesarias para fabricar el nivel establecido de producción.
A medida que el plan viaja hacia arriba, tanto la entrada como la producción se ajustan de acuerdo con un proceso de negociación entre el gestor de la empresa y los planificadores centrales. Los primeros tratan de infraestimar su capacidad productiva y sobreestimar sus requisitos de recursos para facilitar el cumplimiento de su parte, mientras que los últimos hacen justamente lo contrario.
Después de que finalmente se alcanza el Gosplan, el plan es supervisado en su totalidad y se hacen las correcciones y ajustes necesarios. El plan de devuelve luego de nuevo bajando la jerarquía planificadora, informando a cada empresa de sus objetivos de producción finales. Y detrás de todo esto, por supuesto, hay un grupo de agencias públicas necesario para garantizar el cumplimiento con el plan.
¿Qué era capaz de conseguir esta burocracia, con números en decenas de millones? Lo primero que se advierte es que a pesar de la jerga científica, sus planes son en realidad solo pronósticos acerca de los que cada consumidor individual querrá durante el próximo año. Las estimaciones del empresario son también pronósticos; sin embargo hay una diferencia crucial: los suyos se basan en datos del mercado, mientras que los de los planificadores socialistas, al menos bajo el socialismo puro, no lo son.
Esto significa que el empresario no solo está en una posición mejor para estimar la demanda del consumidor sino que, lo que es igualmente importante, un pronóstico erróneo se refleja inmediatamente en el mercado con una bajada en las ventas. Como la pérdida de ingresos reclama ajustes rápidos, cualquier pronóstico incorrecto tenderá a corregirse por sí mismo. Pero bajo el socialismo, el director de planta no tiene que preocuparse por vender su producto sino solo de cumplir con su cuota de producción. Por consiguiente:
  1. La calidad tiene a sufrir, ya que los directores tratan de encontrar la vía más fácil y rápida de cumplir con sus cuotas y
  2. La producción continúa, independientemente de si alguien quiere el producto, hasta que el plan es alterado por el Gosplan.
Pero si la producción de bienes innecesarios ocurre en algunas áreas, las necesidades en otras deben permanecer sin cubrir. Por tanto no sorprende que La Unión Soviética esté habitualmente llena de exceso de algunas cosas y de agudas escaseces de otras. Cuando las cuotas para los sectores del calzado y clavos, por ejemplo, se fijaron de acuerdo con la cantidad, los directores de producción en el sector de los clavos descubrieron que era más fácil cumplir sus cuotas fabricando solo clavos pequeños, mientras que en el sector del calzado fabricaban solo zapatos pequeños. Pero establecer cuotas por peso significaban lo contrario: exceso de grandes clavos gruesos y zapatos para adultos. Igualmente, como los fabricantes de ropa no tienen que vender sus productos, no tienen que preocuparse acerca de las preferencias de estilo. El resultado son almacenes periódicamente llenos de ropa no deseada. Y en otro caso la Unión Soviética se encontró en la situación embarazosa de tener solo una talla de ropa interior para homb
re y solo en color azul.
Así que no sorprende que la calidad de los bienes de consumo en la Unión Soviética sea notablemente baja, el nivel de vida medio es de alrededor de un cuarto a un tercio del de Estados Unidos y haya tantos bienes con suministro tan escaso que debes pasar de tres a cuatro horas cada día solo para cubrir las necesidades básicas. Mientras que el capitalismo puede funcionar con una burocracia mínima, hemos visto que el socialismo, lejos de eliminarla, requiere una serie de agencias burocráticas. Son necesarias con el fin de (1) recoger los datos para la creación del plan, (2) formular el plan y (3) inspeccionar las plantas para asegurarse de que el plan se esta siguiendo.

El problema de la eficiencia

Si nos ocupamos de la producción encontramos los mismos resultados. Bajo el capitalismo, el problema de la asignación eficiente de los recursos se resuelve de la misma forma que se resolvía el problema de las prioridades: el sistema de precios. Para producir sus bienes, los empresarios deben buscar los recursos necesarios. Por tanto están en la misma relación con los vendedores de recursos que los consumidores con los vendedores de bienes finales. Así que los precios de los distintos factores de producción tienden a reflejar el demanda de los mismos por los empresarios. Como lo que el empresario puede ofrecer está limitado por el rendimiento esperado por la venta final de su producto, los factores de producción se canalizan así hacia la producción de los bienes más intensamente deseados. Los que mejor sirven a los consumidores obtienen los mayores beneficios y, por tanto, pueden hacer las mejores ofertas por los recursos que necesitan.
En resumen, el mercado es un mecanismo altamente independiente que, sin ninguna dirección burocrática, es capaz de alcanzar exactamente lo que Hegedus juzga imposible: la transmisión de conocimiento a las personas relevantes. Si, por ejemplo, el acero se hiciera más escaso, ya fuera porque parte de su oferta haya mermado o se haya descubierto un nuevo uso para él, su precio subiría. Esto a la vez (1) forzaría a los usuarios de acero a recortar sus compras y (2) animaría a los proveedores a aumentar su producción.
No solo todas las acciones de todos los participantes del mercado se coordinan automáticamente por estas fluctuaciones de precios, sino que las personas implicadas ni siquiera tienen que saber por qué suben o bajan los precios. Solo necesitan observar las fluctuaciones de precios y actuar de acuerdo con ello. Como indica F.A. Hayek: “El hecho más significativo acerca de este sistema es la economía del conocimiento con la que opera (…). La maravilla es que sin que se emita ninguna orden, sin más que tal vez un puñado de personas que conozcan la causa, decenas de miles de personas cuya identidad no podía determinarse en meses de investigación, se (…) mueven en la dirección correcta”.
También es importante apuntar que incluso dentro de una empresa, la burocracia se mantiene al mínimo. Primero, si una empresa se hace pesada burocráticamente se venderá más barata y, si no se hacen reformas, se quedará fuera del negocio ante empresas estructuradas menos burocráticamente. Y segundo, Como apunta Ludwig von mises, “No hay necesidad de que el director general se preocupe por los detalles menores de la gestión de cada sección (…). La única directiva que el director general da a los hombres en los que confía para la gestión de las distintas secciones, departamentos y sucursales es: Obtengan tanto beneficio como sea posible. Y un examen de las cuentas le mostrará lo exitosos o no que fueron al ejecutar la orden”.

Otro dilema soviético

Pero en una economía socialista pura estaría ausente todo el aparato del mercado. Todas las decisiones relativas a la asignación de recursos y coordinación económica tendrían que hacerse manualmente por el consejo planificador. En una economía como la de la Unión Soviética, que tiene más de 200.000 empresas industriales, esto significa que el número de decisiones que tendría que tomar el consejo planificador cada año se cifrarían en miles de millones. Esta tarea ya hercúlea sería infinitamente más difícil por el hecho de que en ausencia de datos del mercado no tendría ninguna base para guiar sus decisiones. Este problema se hizo evidente en el único intento de establecer un socialismo puro, es decir, una economía sin mercado: el periodo de “comunismo de guerra” en la Unión Soviética de 1917 a 1921. En 1920 la productividad media era solo el 10% del volumen de 1914 con la de mineral de hierro y hierro fundido cayendo al 1,9% y 2,4% de sus totales en 1914. A principios de la década de 1920, se abandonó el “comu
nismo de guerra” y desde entonces la producción se ha guiado por medio de mercados domésticos restringidos y copiando los métodos determinados en los mercados occidentales extranjeros.
La tarea de los planificadores soviéticos se ve muy simplificada por la existencia de los mercados limitados, pero el hecho de que sean tan limitados significa que la economía aún opera ineficientemente y sufre dos problemas propios de la gestión burocrática: constantes cuellos de botella y autarquía industrial.

Constantes cuellos de botella

Como es sencillamente imposible que una agencia se familiarice con todos los detalles y peculiaridades de cada planta en toda la economía, y mucho menos posible es ser capaces de planificar toda posible contingencia para un año por adelantado, los planificadores se ven obligados a tomar decisiones basadas en informes de resumen. Además, deben establecer categorías amplias de clases que necesariamente pasan por alto incontables diferencias entre las empresas. En consecuencia, todo plan contiene numerosos desequilibrios que afloran solo cuando el plan se está poniendo en práctica.
Como no hay mercados, estos excesos y escaseces no pueden resolverse por sí mismos automáticamente sino que solo pueden alterarse mediante ajustes del plan hechos por el Gosplan. Así, una escasez del bien A no puede rectificarse salvo y hasta que lo ordene el consejo planificador. Pero el ajuste del plan en un área tendrá ramificaciones en toda la economía. Para aliviar el escasez del bien A, han de transferirse recursos de la producción del bien B. Como esto reducirá la producción prevista de B, la producción de aquellas industrias dependientes de B tendrá igualmente que reevaluarse y así sucesivamente, en círculos cada vez más amplios.
La evidencia empírica corrobora la teoría económica. Paul Craig Roberts apunta que lo que subyace a la pretenciosa declaración de planificación en la Unión Soviética es meramente “la previsión de un objetivo para los próximos meses sumando a los resultados de los meses previos un porcentaje de aumento”. Aún así, incluso este “plan” se “cambia tan a menudo que no es congruente decir que controla el desarrollo de los acontecimientos en la economía”. La burocracia planificadora, continúa diciendo, simplemente funciona como “suministro de agentes para empresas con el fin de impedir la formación libre de precios y el intercambio en el mercado”. Aunque esta apariencia de planificación centralizada “satisface a la ideología”, el “resultado ha sido señales irracionales para la interpretación gestora y la irracionalidad de la producción en la Unión Soviética ha sido la consecuencia”.
Así que la evidencia indica que las perennemente decepcionantes cosechas cerealísticas soviéticas son mucho más un resultado del sistema que del clima, pues incluso en “las temporadas principales de plantación y cosecha hasta un tercio de todas las máquinas de un distrito pueden no funcionar por causa de la falta de recambios. Los planificadores centrales son muy conscientes de la necesidad de recambios (…) aún así el sistema de gestión parece incapaz de unir las piezas con las máquinas que las necesitan”.
El problema de los cuellos de botella no es nuevo, como indicaba un informe de hace algún tiempo: “la Fábrica de Tractores Bielorrusos, que tiene 227 proveedores, ha tenido parada su línea de producción 19 veces en 1962 a causa de la falta de piezas de goma, 18 veces por rodamientos y ocho veces por componentes de transmisión”. El mismo escritor apunta que “el patrón de averías continuó en 1963”.
Tal vez el grado de absurdo al que pueden llegar los intentos de planificación central se aprecie en un incidente reportado por Joseph Berliner. Un inspector de planta, con el trabajo de ver por qué una fábrica no ha cumplido con sus envíos de maquinaria de minería, descubrió que las “máquinas estaban apiladas por todas partes”. Cuando preguntó al director por qué no las enviaba, se le dijo que de acuerdo con el plan las máquinas tenían que pintarse de rojo, pero el director solo tenía pintura verde y tenía miedo de alterar el plan. Se dio permiso para utilizar el verde, pero solo tras un considerable retraso ya que cada capa de burocracia tenía asimismo miedo de autorizar un cambio en el plan por sí misma y por tanto enviaba la solicitud a la instancia inmediatamente superior. Entretanto, las minas tenían que cerrar mientras las máquinas de acumulaban en los almacenes.

Autarquía industrial

El problema de los cuellos de botella se relaciona muy de cerca con el de la autarquía organizativa. A los directores de planta se les recompensa de acuerdo con si han cumplido o no sus cuotas de producción. Para evitar ser una víctima de un cuello de botella y por tanto incumplir la cuota, apareció una tendencia en cada industria a controlar la recepción de sus propios recursos produciéndolos ella misma. “Cada industria”, dice David Granick, “estaba bastante dispuesta a pagar el precio de una producción de alto coste con el fin de alcanzar la independencia”. En 1951, solo el 47% de toda la producción de ladrillos se realizó bajo el ministerio de la Industria de Materiales de Construcción. Y en 1957 116 de las 171 fábricas de máquina-herramienta estaban fuera de la industria apropiada, a pesar del hecho de que sus costes de producción eran en algunos casos hasta un 100% mayores.
Para combatir esta tendencia, Nikita Kruschev reorganizó la economía en 1957 estableciendo 105 Consejos Económicos Regionales para reemplazar a los ministros industriales. Sin embargo, en ausencia de otras reformas,  simplemente consiguió sustituir el “departamentalismo” por el “localismo”, ya que cada región económica buscaba convertirse en autosuficiente. Para combatirlo, la economía se centralizó aún más en 1963, pero esto solo aumentó la ineficiencia haciendo aun más rígida una economía ya inflexible. Incapaces de encontrar la clave para una planificación eficiente, 1965 marcó otro paso importante hacia la vuelta a una economía de mercado. Estas reformas no solo introdujeron un sistema limitado de beneficios sino asimismo pedían un “alto grado de autonomía local para productores y suministradores. Desaparecería la planificación detallada de todo aspecto importante de la producción, para reemplazarla con una mínima guía directa desde lo alto”.
Marx postulaba la eliminación del estado. Es al menos tan significativo como paradójico que el continuo cambio de los países socialistas de la planificación burocrática al mercado (lo que William Grampp califica como las “nuevas direcciones de las economías comunistas”) indique una “eliminación” de un tipo nunca previsto por Marx.

El problema de la distribución

Al considerar el problema de la distribución, encontramos de nuevo que el capitalismo es el enemigo de la burocracia. Bajo el capitalismo, se produce para obtener beneficios. Capital y trabajo van constantemente donde  pueden obtener el mayor retorno. Como puede verse, no puede haber separación entre producción y distribución pues aquellos individuos que, a los ojos de los consumidores, ofrezcan los mayores servicios a la “sociedad” son precisamente los que obtienen mayores recompensas.
Respecto del socialismo, es difícil decir mucho en términos teóricos acerca de la forma en que se distribuye la riqueza ya que hay una serie de posibles bases de distribución: igualdad, necesidad, mérito y servicios rendidos a la sociedad. Sin embargo debería ser evidente que la implantación de cualquiera de ellas requeriría una dirección burocrática consciente. También debería apuntarse en este contexto que los intentos de establecer una igualdad estricta nunca han tenido éxito y probablemente nunca lo tendrán. Por dos razones.
Primero, por ejemplo, para estimular la producción de la Unión Soviética, siempre ha tenido que confiar mucho en el sistema de bonificaciones para sus directores de planta y el sistema de ratios por pieza para sus trabajadores. La creciente centralidad del sistema de bonificaciones se muestra en el hecho de que mientras que en 1934 éstas eran equivalentes al 4% del salario de un director, hoy llegan a menudo a la mitad, con bonificaciones a algunas industrias en las que llegan hasta el 80% de la renta.
Segundo, en cualquier sociedad en la que el estado controla todas las facetas esenciales de la economía hay una tentación natural para que los que controlan el gobierno utilicen su poder político para obtener privilegios económicos. Así, no es sorprendente que la revolución de 1917, independientemente de sus intenciones, solo generara el reemplazo de una élite privilegiada por otra.
Para este punto nos servirá un ejemplo. Hay un grupo de “tiendas especiales” en la Unión Soviética que venden de todo, de comida a joyas. Estas tiendas de las que supuestamente se benefician los turistas extranjeros, tienen productos de alta calidad a precios por debajo del coste con el fin de compensar al turista por el artificialmente alto tipo de cambio de los rublos. Sin embargo James Wallace apunta que los “cargos públicos de alto rango, oficiales del ejército y altos cargos del Partido Comunista tienen el privilegio de comprar en estas tiendas como beneficio añadido a sus trabajos”. Son por tanto capaces de comprar “bienes difíciles de encontrar por una fracción de los precios que pagan sus vecinos por mercancías habitualmente de peor calidad”.
Es una reveladora luz de posición y una que debería advertirse especialmente por parte de quienes condenan el capitalismo por su “distribución” desigual de la riqueza, el que haya una mayor desigualdad de riqueza en los países más socialistas como la Unión Soviética que en las economías relativamente más orientadas al mercado como Estados Unidos. Además de esto, no es un accidente histórico sino que es conforme a la teoría económica. Pues bajo el capitalismo hay una tendencia natural a que los capitalistas inviertan en áreas con bajo nivel salarial, forzando así al alza esos niveles hasta igualarse con otras áreas que hacen el mismo trabajo, mientras que los trabajadores en empleos con bajos salarios tienden a emigrar a áreas donde la paga es mayor. De forma similar, los empresarios invierten en áreas que muestren altos beneficios. Pero el aumento de la producción fuerza a que caigan precios y beneficios en esas áreas. En resumen, aunque el capitalismo nunca eliminará la desigualdad, sí tiende a reducir los e
xtremos de riqueza y pobreza.

Conclusión

Bajo el capitalismo el sistema de precios realiza la función crucial de transmitir el conocimiento a través de la sociedad y por tanto elimina la necesidad de burocracia. Pero, precisamente porque elimina el mercado, la gestión burocrática es indispensable para una economía socialista. Además, como hay una relación inversa entre planificación central y mercado, la gestión burocrática es en sí contradictoria. Su dilema tal vez pueda resumirse mejor en forma de dos paradojas planificadoras:
Paradoja Uno: Para que sea viable la planificación central necesita datos de mercado que guíen sus decisiones. Pero cuanto mayor sea el papel de los mercados, menor será el de la planificación central. Por el contrario, cuanto más extensa sea el áreas de la planificación central, más limitados serán los datos del mercado y por tanto más ineficiente debe ser la operación de la economía.
Paradoja Dos: Si el consejo planificador busca maximizar la satisfacción del consumidor simplemente hace manual mente lo que el mercado hace automáticamente. Luego es una entidad redundante y derrochadora. . Pero si la agencia planificadora planea operaciones que habrían sido realizadas por el mercado, esto indica que las prioridades establecidas por la agencia están en conflicto con las de los consumidores. Está claro que, independientemente de lo que haga la agencia, la posición de los consumidores debe ser peor de lo que habría sido bajo una economía de mercado.

El problema de la burocracia


Se sostiene comúnmente que la naturaleza “anárquica” no planeada de la producción capitalista necesita una regulación burocrática para impedir el caos económico. Así, el eminente marxista húngaro Andras Hegedus, argumenta que la burocracia es meramente “el subproducto de una estructura administrativa” que separa los trabajadores del la gestión real de la economía. Como los propietarios toman las decisiones, todos los demás deben en último término recibir sus órdenes de este pequeño grupo. Como eso sería impracticable en una economía industrial, el problema debe gestionarse mediante una división de responsabilidad que a su vez conlleva capas de burocracia. Los capitalistas toman las decisiones que luego se filtran hacia abajo en la pirámide burocrática. Esto significa que los trabajadores deben esperar a que se les diga qué hacer por parte de sus superiores inmediatos, que a su vez deben esperar a las instrucciones de sus superiores y así sucesivamente.


¿Qué es la inflación?

¿Qué es la inflación?

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Por Ricardo Manuel Rojas
En las últimas décadas, muchos políticos –y economistas que avalan académicamente sus discursos-, se han empeñado en sostener que la inflación es el aumento de los precios. Ello es muy conveniente, pues permite echarle la culpa a alguien más que al propio gobierno por sus nefastas consecuencias (por ejemplo a los comerciantes que “suben” los precios, a los “especuladores”, a las variaciones del comercio internacional, etc.).
Sin embargo, la teoría económica más ortodoxa ha explicado desde siempre que la inflación es el aumento en la cantidad de dinero circulante en relación con los bienes disponibles. El aumento de los precios es una consecuencia de la inflación, al igual que la fiebre es una consecuencia de la infección. Son efectos, no causas; y el único ente capaz de generar inflación es el gobierno, al emitir moneda sin respaldo.


Pensando en esta distorsión del concepto, se me ocurrió consultar el diccionario de la Real Academia Española para ver cómo la define. Esto lo hice con cierto recelo ideológico, basado en el rechazo de que exista una autoridad política del lenguaje.
Ya en el siglo XVIII, los autores morales escoceses explicaban que las mayor parte de las instituciones sociales son el producto de una evolución espontánea que, si bien requiere de la participación humana, no son organizadas o diseñadas por ninguna autoridad o director. Adam Ferguson lo decía con estas palabras: “Las naciones tropiezan con instituciones que ciertamente son el resultado de la acción humana, pero no la ejecución del designio humano”. Es bueno recordar que tanto Ferguson como Adam Smith ubicaban entre estas instituciones que crecían espontáneamente, al derecho, el mercado, la moneda y el lenguaje.
Por eso probablemente el idioma inglés no tiene, como el castellano, una autoridad que se arrogue el monopolio de determinar el significado de las palabras que las personas utilizan. Al igual que en el mercado, existe una “mano invisible” que termina consensuando el significado de los términos entre los distintos diccionarios, sin que medie imposición de autoridad alguna.
Consulté en la página web de la Real Academia Española cuál es el significado de la palabra “inflación” en su acepción económica en la actualidad, y me encontré con esta definición: “Econ. Elevación notable del nivel de precios con efectos desfavorables para la economía de un país”.
Desalentado por esta diferencia entre la acepción “oficial” del término y su significado real, decidí consultar a la vigésima edición del mismo diccionario, del año 1984, y me encontré con que la Real Academia Española definía a la inflación de este modo hace veinte años: “Econ. Exceso de moneda circulante en relación con su cobertura, lo que desencadena un alza general de precios”.
Advertí entonces que los conceptos vienen siendo cambiados por la autoridad del lenguaje, del mismo modo que ocurría con el decálogo de la “animalidad” en la granja o con la neo-lengua de 1984, descriptos por Orwell.
Esta decisión del “dictador de la lengua”, resulta curiosamente operativa para los dictadores de la moneda, del mercado y del derecho, para usar los ejemplos traídos por Ferguson hace más de dos siglos.
El nuevo concepto impuesto arbitrariamente justifica que los gobernantes, como “dictadores monetarios”, sigan emitiendo moneda sin pudor, desligando este proceso de sus consecuencias inflacionarias; permite echarle la culpa del aumento de los precios a los comerciantes y por lo tanto intervenir como “dictador del mercado”, imponiendo “precios sugeridos”, cerrando la exportación de productos, etc., y como “dictador de la ley”, amenazando con la cárcel a quienes no acaten sus regulaciones, como ocurre con la ley de Abastecimiento en Argentina.
El punto de partida de todo ello es torcerle el sentido a las palabras, distorsionar los conceptos, y de ese modo evitar una discusión razonable sobre la realidad.
Pero como decía Francis Bacon, “la realidad, para ser comandada, debe ser obedecida”. Distorsionarla, sólo puede conducir al caso general, incluso para quienes piensan que el engaño es una forma aceptable de gobierno.
La causa de la inflación seguirá siendo el aumento de la emisión monetaria, aunque filólogos y políticos pretendan disponer otra cosa.
El autor es Vicepresidente de la Fundación Friedrich A. von Hayek de Buenos Aires.

¿Qué es la inflación?

¿Qué es la inflación?

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Por Ricardo Manuel Rojas
En las últimas décadas, muchos políticos –y economistas que avalan académicamente sus discursos-, se han empeñado en sostener que la inflación es el aumento de los precios. Ello es muy conveniente, pues permite echarle la culpa a alguien más que al propio gobierno por sus nefastas consecuencias (por ejemplo a los comerciantes que “suben” los precios, a los “especuladores”, a las variaciones del comercio internacional, etc.).
Sin embargo, la teoría económica más ortodoxa ha explicado desde siempre que la inflación es el aumento en la cantidad de dinero circulante en relación con los bienes disponibles. El aumento de los precios es una consecuencia de la inflación, al igual que la fiebre es una consecuencia de la infección. Son efectos, no causas; y el único ente capaz de generar inflación es el gobierno, al emitir moneda sin respaldo.

Tuesday, June 21, 2016

Brexit en contexto

Michael Spence, a Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at NYU’s Stern School of Business, Distinguished Visiting Fellow at the Council on Foreign Relations, Senior Fellow at the Hoover Institution at Stanford University, Academic Board Chairman of the Asia Global Institute in Hong … read more
 
MILÁN – No creo que los extranjeros hagan un aporte positivo cuando pronuncian opiniones fuertes sobre cómo los ciudadanos de un país, o los de una unidad mayor como la Unión Europea, deberían decidir frente a una opción política importante. Nuestras percepciones, basadas en la experiencia internacional, a veces pueden resultar útiles; pero no debería existir ninguna confusión respecto de la asimetría de los roles.
Esto es particularmente válido en lo que concierne al referendo británico sobre si seguir formando parte de la UE o no. A escasos días de la votación, el resultado es demasiado reñido, y parece haber suficientes votantes indecisos como para inclinar la balanza hacia un lado o hacia el otro. Pero en un momento en el que la fragmentación política y social se extiende mucho más allá de Europa, los extranjeros tal vez puedan sumar cierta perspectiva sobre lo que realmente está en juego. 


En primer lugar, no debería sorprender que, en términos de la distribución del ingreso, la riqueza y los costos y beneficios de un cambio estructural forzado, los patrones de crecimiento en la mayor parte del mundo desarrollado hayan sido problemáticos en los últimos 20 años. Sabemos que la globalización y algunos aspectos de la tecnología digital (particularmente aquellos relacionados con la automatización y la desintermediación) han contribuido a la polarización del empleo y el ingreso, ejerciendo una presión sostenida sobre la clase media en todos los países.
En segundo lugar, la crisis en curso en Europa (más parecida a una enfermedad crónica) ha mantenido el crecimiento en niveles demasiado bajos y el desempleo -especialmente el desempleo juvenil- en niveles inaceptablemente altos. Y Europa no es la única. En Estados Unidos, si bien la tasa formal de desempleo ha caído, los fracasos de gran escala en términos de inclusión han alimentado el desencanto -tanto de la izquierda como de la derecha- con los patrones y las políticas de crecimiento que parecen beneficiar desproporcionadamente a los ciudadanos de mayores ingresos.
Dada la magnitud de las recientes sacudidas económicas, los ciudadanos de los países desarrollados podrían estar más felices si hubiera pruebas de un esfuerzo concertado -basado en una repartición genuina de la carga- para hacer frente a estas cuestiones. En el contexto de Europa, eso implicaría un esfuerzo multinacional.
Pero, en general -y, nuevamente, en todo el mundo desarrollado- han faltado respuestas efectivas. Los bancos centrales se quedaron prácticamente solos con objetivos que exceden la capacidad de sus herramientas e instrumentos, mientras que elementos de la elite esperan la oportunidad de culpar a los responsables de las políticas económicas por el mal desempeño económico.  
Frente a respuestas de políticas no monetarias que son entre deficientes e inexistentes en relación a la magnitud de los desafíos que enfrentamos, la respuesta natural en una democracia es reemplazar a los que toman las decisiones e intentar algo diferente. Después de todo, la democracia es un sistema para la experimentación, así como para la expresión de la voluntad de los ciudadanos. Por supuesto, los "nuevos" tal vez no sean mejores y hasta podrían ser peores -quizá significativamente peores.
En tercer lugar, la UE enfrenta, de una manera más severa, un problema que afecta a gran parte del mundo desarrollado: fuerzas poderosas que operan más allá del control de las autoridades electas están forjando las vidas de los ciudadanos, haciéndolos sentirse impotentes. Pero si bien todos los países deben lidiar con los desafíos de la globalización y el cambio tecnológico, elementos importantes de la gobernancia en la UE están más allá del alcance de las instituciones democráticas, al menos aquellas que la gente entiende y con las que se relaciona.
Esto no quiere decir que la gobernancia local esté libre de problemas. No lo está. La corrupción, los intereses especiales y la simple incompetencia son problemas comunes. Pero la gobernancia democrática es en principio reparable, y las defensas y contramedidas institucionales en verdad existen.
La situación en la eurozona es particularmente inestable, debido al creciente alejamiento de los ciudadanos de una elite distante y tecnócrata; la ausencia de mecanismos de ajuste económico convencionales (tipos de cambio, inflación, inversión pública y demás); y las restricciones ajustadas para las transferencias fiscales, que envían señales poderosas respecto de los límites reales de la cohesión.
El Brexit es una parte de este drama mayor. Tiene que ver esencialmente con la gobernancia, no con la economía. Desde un punto de vista estrictamente económico, los riesgos tanto para el Reino Unido como para el resto de la UE están casi absolutamente a la baja. Pero si eso fuera lo único que contara, el resultado sería una conclusión inevitable a favor de quedarse. 
La verdadera cuestión -la autogobernancia efectiva e inclusiva- no es fácil de enfrentar en ninguna parte, porque las fuerzas como la disrupción tecnológica no respetan fronteras nacionales. En parte, los británicos votan sobre si su capacidad para navegar en estas aguas turbulentas mejora o se ve reducida si siguen siendo miembros de la UE. Pero también está en juego una cuestión más fundamental de identidad política -como sucedió en el referendo por la independencia de Escocia en 2014.
Algunos británicos (quizás inclusive una mayoría), y muchos otros ciudadanos de la UE, siguen queriendo que las generaciones futuras se piensen a sí mismas como europeas (aunque con un orgulloso origen británico, alemán o español) y estén preparadas para intentar nuevamente una reforma de las estructuras de gobernancia de Europa. Y hacen bien en pensar que el mundo sería un lugar mucho mejor con una Europa unida y democrática como una fuerza importante tanto para la estabilidad como para el cambio.
Esa es mi esperanza, aunque puede parecer una expresión de deseo. Más allá del resultado del referendo del Brexit (como muchos extranjeros, espero que Gran Bretaña vote para quedarse y abogue por una reforma generada desde adentro), el voto británico, junto con tendencias políticas centrífugas fuertes y similares en otras partes, debería generar una reconsideración importante de las estructuras de gobernancia y acuerdos institucionales europeos. El objetivo debería ser restablecer una sensación de control y responsabilidad ante los electorados.
Ese sería un buen desenlace en el largo plazo. Exigiría un liderazgo inspirado en todos los rincones de Europa -incluido el gobierno, las empresas, la mano de obra organizada y la sociedad civil así como un compromiso renovado con la integridad, la inclusión, la responsabilidad y la generosidad-. Es un reto monumental; pero no un desafío imposible de cumplir.

Brexit en contexto

Michael Spence, a Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at NYU’s Stern School of Business, Distinguished Visiting Fellow at the Council on Foreign Relations, Senior Fellow at the Hoover Institution at Stanford University, Academic Board Chairman of the Asia Global Institute in Hong … read more
 
MILÁN – No creo que los extranjeros hagan un aporte positivo cuando pronuncian opiniones fuertes sobre cómo los ciudadanos de un país, o los de una unidad mayor como la Unión Europea, deberían decidir frente a una opción política importante. Nuestras percepciones, basadas en la experiencia internacional, a veces pueden resultar útiles; pero no debería existir ninguna confusión respecto de la asimetría de los roles.
Esto es particularmente válido en lo que concierne al referendo británico sobre si seguir formando parte de la UE o no. A escasos días de la votación, el resultado es demasiado reñido, y parece haber suficientes votantes indecisos como para inclinar la balanza hacia un lado o hacia el otro. Pero en un momento en el que la fragmentación política y social se extiende mucho más allá de Europa, los extranjeros tal vez puedan sumar cierta perspectiva sobre lo que realmente está en juego. 

Sunday, June 19, 2016

Hayek y Keynes, una relación liberal peligrosa

Santiago Navajas

Introducción: tres libros
Han sido tres los libros que últimamente se han publicado y que han tratado, en su núcleo o como un capítulo importante, la relación de amor-odio que mantuvieron Keynes y Hayek. El primero que debe leerse es La gran búsqueda, una panorámica general de las historias de las ideas económicas que ha escrito Sylvia Nasar sobre los dos últimos siglos y que sitúa a Alfred Marshall y los fabianos esposos Webb como el origen legítimo de la izquierda civilizada, en contraposición a la barbarie conceptual que representa Karl Marx. A continuación, el libro en el que Nicholas Whapshott ha descrito el cuerpo a cuerpo, espíritu a espíritu, entre Keynes y Hayek, una completa explicación para esos dos magníficos raps que crearon John Papola y Russ Roberts1. Y, por último, un primerísimo plano de John Maynard Keynes, esa mezcla entre Isaac Newton, Lawrence de Arabia y James Bond en la que debió inspirarse Isaac Asimov para crear en la saga Fundación a Hari Seldon, el fundador de la psicohistoria. Todo ello a la espera, por supuesto, de que se publique en España la biografía de Allan Ebenstein sobre Hayek2. Aunque habitualmente se les suele retratar como enfrentados, en realidad nunca estuvieron tan lejos el uno del otro. Para muestra, lo que confesó Hayek a la muerte de Keynes y que le podría haber servido de lápida:



Era el hombre más grande que he conocido jamás y por quien sentía una admiración sin límites.
Más bien fueron dos caras de una misma moneda: la del liberalismo de la libertad y la equidad, del mercado y la competencia, que cada uno interpretó desde dos posiciones diferentes aunque, en el fondo, tuvieran muchos puntos en común. Ni socialistas ni conservadores, tanto Keynes como Hayek fueron, por malentendidos combinados con interés de secta, asociados respectivamente a las posiciones de la derecha y de la izquierda, aunque se les podría considerar como liberales radicales, en el sentido de su excentricidad respecto de la norma y su pasión por ir a la raíz misma de las cosas. Siendo el liberalismo una corriente minoritaria tanto en lo académico como en lo popular, ambos tuvieron que acercarse a las posturas dominantes de socialistas y conservadores para hacer valer en algo sus ideas aunque repetidamente hicieron fe de su profesión liberal3.
La resistencia liberal
En unas circunstancias históricas en las que el pack formado por la democracia liberal y la economía de mercado estaba cercano a desaparecer bajo la égida totalitaria de los nazis y los comunistas, tanto Keynes como Hayek estuvieron en la vanguardia ilustrada y humanista de grandes pensadores que resistieron el embate teórico pero también práctico del desafío totalitario –junto a Popper, Arendt, Mises, Cassirer, Berlin, Ortega y Gasset y esa inmensa minoría de liberales en aquellos tiempos de utopías criminales, valga la redundancia–. En aquellos momentos, sin embargo, parecía que iban a perder la batalla de las ideas frente a las hordas irracionalistas capitaneadas por Heidegger a la derecha, Sartre a la izquierda y todo el agitprop de la mayor parte de los intelectuales al servicio de Hitler o Stalin4. Fue una casualidad, pero reveladora, que ambos pasaran varias noches juntos en 1942, armados con palas para sofocar posibles incendios, en el tejado de Cambridge vigilando el cielo esperando que atacara la Luftwaffe.
Sin embargo, mientras que el inglés Keynes creía que el carácter británico era inmune a las tentaciones totalitarias, el austríaco Hayek había comprobado in situ como los cultos pueblos austríaco y alemán caían rendidos al influjo carismático de Adolf Hitler, al que siguieron, no precisamente a ciegas, hacia la muerte y el abismo. De ahí, de esa vivencia personal, vendría la más o menos sensibilidad hacia el crecimiento del Estado y el control que iba teniendo sobre cada vez más facetas de la sociedad civil. Lo que a Keynes le parecía un mal menor, a Hayek le parecía meterse de cabeza en la boca del leviatán. Al final, ni el optimismo de Keynes ni el pesimismo de Hayek se han cumplido, ya que el Estado ha crecido hasta hacerse omnipresente y de una forma que Keynes no hubiera imaginado, ni aprobado, al tiempo que nuestras sociedades hiperestatizadas no han caído en el totalitarismo, pero sí han degenerado en un mundo huxleyano, tan feliz como superficial y banal, en el que con demasiada facilidad no somos despojados de nuestra libertad sino que la ofrecemos gustosos en el altar de la seguridad, el bienestar o los dogmas de lo políticamente correcto.
Paradigmas
Del mismo modo que entre Cassirer y Heidegger, Bohr y Einstein o Wittgenstein y Popper, la discusión que mantenían Keynes y Hayek era, en cierto sentido, una pelea de sordos porque los compromisos ontológicos y metodológicos de cada uno de ellos sobrepasaban los límites de una conversación acotada. Y es que ambos estaban en trincheras tan lejanas que por mucho que se gritasen no era probable que llegasen a escucharse. En realidad, la disputa entre Hayek y Keynes es un caso de libro del concepto de paradigma en Thomas Kuhn. Keynes y Hayek se encontraban en dimensiones diferentes de la ciencia económica, ya que mientras que Hayek se movía en el ámbito de lo que hoy llamamos microeconomía, el estudio de la relaciones económicas que se producen entre los individuos, Keynes estaba inventado lo que se denominaría macroeconomía, la visión de las relaciones económicas contempladas a vista de pájaro, es decir, desde una perspectiva más abstracta y totalizadora. O dicho a la manera de Skidelsky:
Mientras Hayek empezaba con premisas que no podían llegar a resultados perversos, Keynes empezaba por los resultados perversos e intentaba construir premisas consistentes con ellos.
Que es como decir que mientras que Hayek pertenecería, metafóricamente, a la izquierda hegeliana ("Lo racional es real"), Keynes pertenecería a su derecha ("Lo real es racional"). O, también, que Hayek se ocupaba del deber ser y Keynes se preocupaba por el mondo y lirondo ser.
Pero nada une más que tener un idéntico enemigo a las puertas de lo que consideras que es la máxima expresión de la civilización: el burgués way of life. Tanto Hayek como Keynes tenían dos enemigos intelectuales en común. En un extremo, los fans del crecimiento y expansión sin límite del Estado, de tendencia totalitaria, que provocarían una tumoración estatista en la sociedad civil que terminaría por destruir el núcleo de la misma, los individuos. En el otro extremo, los fanáticos del laissez faire5, defensores de un mercado sin regulación alguna, anarquistas de salón que sentían un odio enfermizo hacia cualquier forma de autoridad combinado con una inocente confianza roussoniana en la espontaneidad social. Tanto Keynes como Hayek, por el contrario, partían de la tradición contractualista que había fundado el Estado liberal moderno y que en ese momento, los años que van de la crisis del 29 al final de la II Guerra Mundial, se estaba transformando en un Estado liberal de bienestar, en el que se trataba de mantener una esfera de libertad en todos los órdenes, incluso de expandirla en algunos (como los derechos civiles), a la vez que ampliaba la red de seguridad vinculada a riesgos objetivos, convirtiéndose el Estado en una compañía de seguros respecto a los imprevistos de la vida, tanto social como económicamente, tanto contingente como estructuralmente.
La más radical diferencia entre Keynes y Hayek se situaba, por tanto, no tanto en la dirección a seguir –la de un Estado que gestionase el mercado para garantizar en él su característica fundamental, la competencia– sino en la intensidad y el sentido de dicha gestión, que no debería incurrir ni por exceso en el intervencionismo socialista o conservador ni por defecto en el pasotismo libertario. A partir de esta coincidencia básica a todo liberal, las discrepancias eran profundas (tanto metodológicas como filosóficas y de talante), del mismo modo que ambos chocarían con la tercera pata del taburete liberal en la economía del siglo XX: las teorías neoclásicas de la Escuela de Chicago que tendrían su más famoso representante en Milton Friedman, que se convertiría a final del siglo XX en la encarnación más reconocida del espíritu liberal, aparentemente más hayekeano en el espíritu filosófico aunque en cuanto a su contenido económico más cercano a la arquitectura social propuesta por Keynes.
Macro y micro
Dentro del marco general liberal, por tanto, las diferencias entre Keynes y Hayek eran de enfoque. Como hemos señalado anteriormente, mientras que Hayek realizaba un acercamiento de abajo hacia arriba a los procesos económicos, considerando las interacciones particulares y concretas de los individuos en el mercado, Keynes realizaba un análisis de arriba abajo, considerando magnitudes generales como la oferta y la demanda. Estableciendo una analogía grosso modo, podríamos establecer que la diferencia entre uno y otro consistía en la misma que separaba la aproximación de Bohr en la física cuántica, que atendía a las magnitudes de microescala, mientras que Einstein tenía una visión de la realidad física desde la perspectiva de las grandes escalas del universo, lo que condicionaba a su vez su concepción filosófica de la realidad física6 (la diferencia entre los físicos y los economistas en esa misma época es que los físicos compartían un vocabulario común que definía unos conceptos definidos, operables además con la objetividad, la univocidad y el rigor de las matemáticas, mientras que las discusiones económicas entre Hayek y Keynes, como en general en toda la profesión, se perdían en unas indefiniciones terminológicas que entorpecían y oscurecían el debate, además de unos prejuicios ideológicos más arraigados y una cercanía al poder político que contaminaban el debate conceptual con intereses espurios. Además de que la econometría que acababa de surgir de la mano de Simon Kuznets fue rechazada demasiado a la ligera por la escuela austríaca, de la que Hayek era un miembro destacado aunque heterodoxo, porque en principio era más proclive al planteamiento macroeconómico).
De forma parecida, la polémica entre Popper y Wittgenstein sobre si hay o no problemas filosóficos auténticos se encontraba dentro del mismo paradigma ilustrado mientras que, sin embargo, la disputa entre Cassirer y Heidegger, entre un neoilustrado y un antihumanista, en realidad los situaba en dimensiones de la visión del significado y la vida tan distantes que más que un diálogo no podía ser sino un cruce de monólogos en paralelo, sin posibilidad alguna de síntesis ni negociación. Por el contrario, el diálogo entre Keynes y Hayek duró toda su vida y fue tan duro y exigente como fructífero para ambas partes, en el que se reconocían tanta admiración personal como respeto intelectual.
'Centesimus annus', 'hayekeynesiana'
Un ejemplo un quizás sorprendente híbrido de Hayek + Keynes se encuentra en la encíclica de Juan Pablo II Centesimus Annus. Mientras que los apartados 31 y 32 tienen un aroma indiscutiblemente favorable al libre mercado, el resto de la parte económica (del 33 al 37) introduce limitaciones al funcionamiento laissez faire del mismo, en aras de una "preocupación social" que también era uno de los rasgos distintivos de Keynes frente a otros liberales que preferían refugiarse en problemas teóricos y académicos independientemente de los problemas de la realidad económica inmediata (y de donde vino el famoso exabrupto de Keynes sobre que, en el largo plazo, todos muertos. Boutade cuyo último coletazo ha sido la acusación del historiador Niall Ferguson acerca de que el presunto desinterés de Keynes por el futuro provendría de que era homosexual y sin descendencia, lo que además de ser una tontería ridícula es falso7, ya que Keynes fue bisexual a lo largo de su vida –en serie, no en paralelo–, y en su matrimonio quería tener hijos aunque su mujer resultó no ser fértil).
Así, Juan Pablo II, por un lado, reconoce que (el énfasis es mío)
se hace cada vez más evidente y determinante el papel del trabajo humano, disciplinado y creativo, y el de las capacidades de iniciativa y de espíritu emprendedor, como parte esencial del mismo trabajo... La moderna economía de empresa comporta aspectos positivos, cuya raíz es la libertad de la persona, que se expresa en el campo económico y en otros campos;
mientras, que por otro lado,
Da la impresión de que, tanto a nivel de naciones, como de relaciones internacionales, el libre mercado es el instrumento más eficaz para colocar los recursos y responder eficazmente a las necesidades. Sin embargo, esto vale sólo para aquellas necesidades que son 'solventables', con poder adquisitivo, y para aquellos recursos que son 'vendibles', esto es, capaces de alcanzar un precio conveniente. Pero existen numerosas necesidades humanas que no tienen salida en el mercado. Es un estricto deber de justicia y de verdad impedir que queden sin satisfacer las necesidades humanas fundamentales y que perezcan los hombres oprimidos por ellas.
Es una aproximación al equilibrio entre la libertad negativa, la favorita de los liberales de derechas, y la libertad positiva, la de aquellos que, como Keynes, podríamos definir como liberales de izquierda. Es decir, que Wojtyla sumaba en su encíclica hayekeynesiana la libertad que exige para su disfrute que nadie interfiera con sus deseos con la libertad que presupone por parte del Estado cierta igualación de las oportunidades que por nacimiento puede ser que no se den.
Neocontractualismo
Así llegamos a la filosofía social de ambos pensadores, Hayek y Keynes. Será una visión contractualista de la sociedad la que complemente el desarrollo económico. En el sentido en que economistas posteriores como Amartya Sen harán caso omiso de la recomendación de la muy keynesiana (y en cuanto más keynesiana que el papa Keynes, profundamente antiliberal) Joan Robinson para olvidarse de "esa basura de la ética". Porque la economía sin ética y sin política está vacía, del mismo modo que la ética y la política sin economía están ciegas.
Siendo David Gauthier, Robert Nozick y John Rawls los filósofos que dentro del marco liberal han desarrollado las teorías neocontractualistas más potentes, centrémonos en este último como ejemplo de lo que podría ser un punto de acuerdo entre Hayek y Keynes. Plantea Rawls en La justicia como equidad la existencia de dos principios que combinan la libertad negativa y la libertad positiva que había planteado Isaiah Berlin, del que fue discípulo en Oxford, como si fueran cuasi contradictorios. Al resolver la paradoja de la relación de la libertad individual a hacer lo que se quiera con la legitimidad del Estado para realizar ajustes en el sistema de libertades colectivas, Rawls resuelve la relación entre sociedad civil y Estado, dejándole a este último determinadas acciones regulatorias para ajustar la "maquinaria" del mercado, la metáfora favorita de Keynes, o para sanar al "organismo" de mercado, la metáfora favorita de Hayek.
Porque si el primer principio establece la tradicional aspiración liberal a hacer lo que uno quiera (con el natural límite en el respeto a la libertad de los demás)8,
cada persona debe tener un derecho igual al esquema más extenso de libertades básicas iguales compatible con un esquema similar de libertades para otros,
el segundo principio regula la libertad positiva:
Las desigualdades sociales y económicas deben de resolverse de modo tal que:
1. resulten en el mayor beneficio de los miembros menos aventajados de la sociedad (el principio de la diferencia).
2. los cargos y puestos deben de estar abiertos para todos bajo condiciones de igualdad de oportunidades (justa igualdad de oportunidades);
con el importante matiz de que entre dichos principios se establece una jerarquía que, y aquí reside la clave liberal frente a la socialdemócrata, sitúa al primer principio por encima del segundo, la libertad por encima de la igualdad, favoreciendo un equilibrio asimétrico entre ambos valores, respetando la clásica preeminencia de la libertad frente a la segunda que se manifestaba en esa secuencia, donde el orden sí que importa, de libertad-igualdad-fraternidad.
Hayek recoge esos dos principios en Camino de servidumbre. El de la libertad negativa9:
De esto, el individualista concluye que debe dejarse a cada individuo, dentro de límites definidos, seguir sus propios valores y preferencias antes que los de otro cualquiera, que el sistema de fines del individuo debe ser supremo dentro de estas esferas y no estar sujeto al dictado de los demás;
donde he subrayado la restricción "dentro de límites definidos", que tiene en cuenta tanto los límites que marcan las libertades de otros individuos como las externalidades negativas que pudiese acarrear dicha acción en libertad. Y es que el individualismo hayekiano se opone al colectivismo pero no así al individualismo compasivo, al que hace referencia Juan Pablo II, es decir, que la acción social de los individuos a través del mecanismo de la competencia en el mercado incluye tanto la competición como la cooperación, ya que somos más libres (y más felices) en cuanto los demás son también más libres (y más felices)10.
En cuanto al segundo principio rawlsiano, de contenido social, Hayek también lo recogió en Camino de servidumbre cuando escribió11:
No puede haber ninguna duda de que un mínimo de comida, alojamiento y ropa, suficiente para preservar la salud y la capacidad de trabajar, tiene que estar garantizado para todo el mundo. Cuando, como en el caso de enfermedad o accidente, ni el deseo de evitar estas calamidades ni los esfuerzos para superar sus consecuencias se ven debilitados por la provisión de asistencia –cuando, en pocas palabras, nos enfrentamos a riesgos realmente asegurables–, la necesidad de que el Estado ayude a organizar un sistema de seguridad social de conjunto es muy fuerte.
En este sentido, Hayek está mucho más cercano a Keynes que a una fanática del individualismo como Ayn Rand (que, por cierto, anotó Camino de servidumbre con el estilo combativo y faltón que la caracterizaba, con las expresiones "está loco de remate", "loco abismal", “idiota” y “total y absoluto bastardo vicioso”), que no podría estar más en desacuerdo con lo que Hayek expresó en otro momento12:
Siempre y cuando el Gobierno planifique la competencia o intervenga cuando la competencia no pueda hacerlo, no hay ninguna objeción.
Planificación para la competencia
Esta "planificación para la competencia" va a ser el consenso al que lleguen Hayek y Keynes, y será el testigo que recoja la economía liberal neoclásica en Chicago. Esto llevará a un cambio metafórico porque de la mano invisible de Adam Smith (que de todos modos ya evidenció la necesidad de dicha planificación para la competencia) pasaríamos a la mano de hierro (planificadora) en guante de seda (liberal), es decir, a la articulación de un Estado tan fuerte y sólido en la regulación del mercado como cuidadoso para incentivar la competencia en lugar de matarla. Esta planificación en el buen sentido consiste en hacer de levadura para la competencia, en contraposición a la planificación para el socialismo, que supondría la sustitución del mecanismo de la competencia-en-el-mercado por el intervencionismo estatalista.
Una vez asumida la metáfora de la mano de hierro en guante de seda, de la disciplina en el mercado a través de la regulación estatal, sin embargo, Hayek va a avisar a Keynes de que la lógica de la acción democrática lleva ineluctablemente a una Gobierno cada vez más poderoso, grande e intervencionista que, en el límite, caería de cabeza en la dictadura totalitaria. De manera que, para huir de los totalitarismos en el corto plazo, nazis y comunistas, Keynes estaría abierto las puertas de la Troya liberal a la farsa del caballo intervencionista. Sin embargo, Keynes se mostraba más optimista, atribuyendo al carácter de los pueblos la sabiduría suficiente para que el peligro del totalitarismo no prendiese en un sistema liberal. Claro, no era lo mismo, como expusimos anteriormente, la experiencia vital del británico Keynes, que solía cenar con Churchill y los académicos de Cambridge, que la del austríaco Hayek, que tuvo que salir por pies de la doble amenaza a su integridad de los comunistas, primero, y los nazis, después...
Otra diferencia es en el modo de ejercer la mano visible liberal. A raíz del cambio de actitud de Keynes en 1939 respecto a la política del Gobierno, ya que lo que había en ese momento era un exceso de demanda durante la guerra, Hayek le felicitó13:
Me tranquiliza comprobar que estamos tan absolutamente de acuerdo en lo que respecta a la economía de la escasez, aunque discrepemos en cuanto al momento de aplicarla.
Hayek no comprendía que realmente eran dos tipos de aplicación del liberalismo diferentes los que sostenían Keynes y él. Porque mientras que el inglés defendía un liberalismo del caso, en el que la política económica dependería de las circunstancias del momento y la idiosincrasia del regulador de turno, Hayek prefería un liberalismo de la regla, un piloto automático que gobernase siguiendo un programa determinado (aunque ya dicho programa significase una refutación del laissez faire ingenuo).
The End
Finalmente, la historia, el largo plazo, parece estar dándole la razón más bien a Keynes, ya que la expansión del Estado no se ha resuelto en una deriva totalitaria generalizada sino más bien en lo contrario, una expansión de la democracia liberal a través de la globalización que ha perdido en libertad en algunas parcelas en contraposición a las ganancias gigantescas obtenidas en otras, más importantes.
Y es que si los socialistas son ingenieros sociales, los liberales podrían ser catalogados como arquitectos sociales. Un tipo de planificación liberal de tipo soft, light o fuzzy. Fue sin duda Keynes el que abrió en la esfera liberal la compuerta de cierta planificación de las acciones estatales, desde una perspectiva progresista, de preocupación social. Sin embargo, el núcleo fundamental de la economía era, por supuesto, el mercado. Y la acción del Estado estaba completamente subordinada a complementar al mercado para que este funcionase de la manera óptima. De hecho, en cuanto la labor estatal de cebar la maquinaria de la competencia de la economía de mercado para que esta no gripase hubiese cesado, una vez que el motor económico comenzase a carburar nuevamente después de una rotura, siguiendo con la metáfora mecánica, el Estado debía retirarse de nuevo a boxes, únicamente preocupado de regulaciones mínimas del mismo, hinchando las ruedas o llenando el depósito de gasolina (dinero).
Aunque en un primer momento Hayek, siguiendo la estela austríaca, rechazó este planteamiento de la función reguladora del Estado, sin embargo de lo que terminó abjurando fue de la ingenua actitud decimonónica del laissez faire y ya en Camino de servidumbre planteó una "arquitectura social" que pasaba incluso por la creación de un sistema de sanidad público y universal, así como un sistema de educación básico.
Otro punto en común entre Hayek y Keynes consistía en que fueron de los pocos intelectuales que no sólo no cayeron bajo el influjo de la propaganda y el hechizo comunista de la Unión Soviética –que encandiló a discípulos en Cambridge como Joan Robinson e incluso a socialistas fabianos como Beatrice Webb–, sino que, como refiere Sylvia Nasar en La gran búsqueda en relación a Keynes, sentía "un profundo desprecio por el Partido Laborista oficial y ponía en el mismo saco a la Alemania fascista y a la URSS estalinista", señalando el origen estatalista y antiliberal de ambos. Sin embargo, y ya en el marco de las democracias liberales, Keynes comprendió mejor la política que Hayek, en cuanto que el cuerpo electoral siempre va a exigir un liberalismo activo, que hiciera algo, para resolver los problemas acuciantes del corto plazo. Mientras que un liberalismo que esperase a que el sistema se arreglase por sí solo sería sistemáticamente rechazado por pasivo e incompetente. Aquí opera un rasgo de la psicología popular que espera acciones visibles para los problemas. Un corolario de aquello que sostenía Nietzsche según el cual nunca nos libraremos de creer en Dios porque creemos en la gramática. Es decir, que ante un predicado (una acción) creemos que tiene que existir necesariamente un sujeto, aunque sea implícito. Del mismo modo, y parafraseando al filósofo alemán, podríamos decir que siempre vamos a pedir más intervención del Estado porque nunca dejaremos de creer en la gramática.

Hayek y Keynes, una relación liberal peligrosa

Santiago Navajas

Introducción: tres libros
Han sido tres los libros que últimamente se han publicado y que han tratado, en su núcleo o como un capítulo importante, la relación de amor-odio que mantuvieron Keynes y Hayek. El primero que debe leerse es La gran búsqueda, una panorámica general de las historias de las ideas económicas que ha escrito Sylvia Nasar sobre los dos últimos siglos y que sitúa a Alfred Marshall y los fabianos esposos Webb como el origen legítimo de la izquierda civilizada, en contraposición a la barbarie conceptual que representa Karl Marx. A continuación, el libro en el que Nicholas Whapshott ha descrito el cuerpo a cuerpo, espíritu a espíritu, entre Keynes y Hayek, una completa explicación para esos dos magníficos raps que crearon John Papola y Russ Roberts1. Y, por último, un primerísimo plano de John Maynard Keynes, esa mezcla entre Isaac Newton, Lawrence de Arabia y James Bond en la que debió inspirarse Isaac Asimov para crear en la saga Fundación a Hari Seldon, el fundador de la psicohistoria. Todo ello a la espera, por supuesto, de que se publique en España la biografía de Allan Ebenstein sobre Hayek2. Aunque habitualmente se les suele retratar como enfrentados, en realidad nunca estuvieron tan lejos el uno del otro. Para muestra, lo que confesó Hayek a la muerte de Keynes y que le podría haber servido de lápida:


La bendición keynesiana: Los estadounidenses están quebrados

IOU
El escritor Neal Gabler “confesaba” recientemente su “vergüenza secreta” en un artículo del Atlantic Monthly sobre cómo un enorme porcentaje de estadounidenses de clase media están viviendo por encima de sus medios, manteniéndose nómina a nómina y atascados con su deuda personal. Escribe:
Nunca he hablado de mis tribulaciones financieras, ni siquiera con mis amigos más cercanos, esto es, hasta que me di cuenta de que lo que estaba pasándome, también les estaba pasando a millones de otros estadounidenses, y no sólo a los más pobres de entre nosotros, quienes, por definición, luchan por llegar a fin de mes. Esto le estaba pasando, de acuerdo con esa encuesta de la Fed y otras, a profesionales de clase media e incluso de clase alta. Le estaba pasando a gente cercana la jubilación, así como la gente que estaba a punto de empezar. Le estaba pasando los graduados universitarios y a los fracasados de los institutos. Estaba pasando en todo el país, incluyendo lugares en los que menos podrías esperar de esos problemas. Sabía que no tendría 400$ para una emergencia. Lo que no sabía, no podía concebir, era que tantos otros estadounidenses no tuvieran tampoco dinero disponible.


Merece la pena leer el artículo aunque sólo sea para ver los hábitos de gasto y estilos de vida de alguien que ha administrado bien sus rentas, pero ahora se ve atrapado en una enorme trampa financiera y las cosas solo pueden deteriorarse a partir de aquí. Gabler trata de encontrar y establecer un culpable y este va de los bancos a las personas a “estar a la altura de los vecinos”. Todo esto está bien, pero no apunta el papel del Sistema de la Reserva Federal y la venenosa ideología que sostienen todas las acciones de la Fed: el keynesianismo.

Sin fondos de emergencia: Un triunfo para los keynesianos

Hay una triste ironía en el artículo de Gabler y es que lo que este entiende como una crisis financiera real en las familias de clase media realmente es el estado ideal de cosas a través de las lentes keynesianas de pensamiento económico. En el mundo patas arriba del keynesianismo, el hecho de que la mayoría de los estadounidenses vivan ahora al día sin ningún ahorro apreciable es la clave de la prosperidad, al menos en el país de Keynes. Dejadme que me explique.
La década de 1950 empezó a desarrollarse la llamada revolución keynesiana a través de las facultades universitarias estadounidenses al convertirse “la nueva economía” en lo último. John Maynard Keynes, en su libro supuestamente “novedoso”, la Teoría general, había demostrado que lejos de bendecir una economía con los medios para la formación de capital, los ahorros familiares en realidad eran una maldición y cuando “demasiadas” familias ahorraban demasiado dinero, se producía la llamada paradoja del ahorro, que en realidad llevaría a la economía a la temida trampa de la liquidez.
Los estadounidenses en ese momento tampoco fueron conscientes de esta nueva doctrina sagrada y continuaron ahorrando. Por ejemplo, supe de una madre soltera que durante la mayor parte de su vida laboral ganó poco más que salario mínimo, pero después de jubilarse fue capaz de comprarse una casa de 100.000$ en efectivo y ha seguido viviendo bien con más de 90 años. Sus padres eran granjeros pobres, pero consiguieron ahorrar una cantidad asombrosa de dinero a pesar de sus muy bajas rentas.
Entonces no era raro. Los estadounidenses eran conocidos por sus costumbres ahorradoras y continuaron ahorrando incluso cuando los economistas keynesianos empezaron a regañarles por negar que la economía necesitara “gasto” para mantener el “pleno empleo”. Como todos los progresistas, los keynesianos creían que si los estadounidenses no estaban dispuestos a hacer lo que fuera necesario para mantener niveles de pleno empleo, entonces el gobierno federal tendría que “animarles” a hacerlo y los políticos estadounidenses estuvieron muy contentos de ganarse la alabanza del profesorado.
Y así, poco a poco, el gobierno de EEUU cambió el panorama económico de este país para adecuarlo a los “ideales” keynesianos. El cambio oficial más importante en la política estadounidense fue la promoción de la inflación. Es verdad que los responsables afirmaban que la inflación era algo malo y podía “repararse” aplicando controles de salarios y precios, pero en el Sistema de la Reserva Federal dominado por los keynesianos, los responsables ya estaban estableciendo “objetivos de inflación” para evitar que la economía cayera en la deflación.
Aunque la “teoría” keynesiana genera muchos mitos, uno de los principales es que la infracción (léase devaluación monetaria) ayuda a crear pleno empleo y que es necesaria porque, dejara a su propio aire, una economía de mercado libre se deterioraría rápidamente en una espiral deflacionista y acabaría en un “equilibrio” perverso en el que el desempleo sería alto y la actividad económica sería baja. Solo la inflación puede detener la espiral y si está no es lo “suficientemente grande”, según los keynesianos, entonces el sistema se desplomará en las profundidades de una depresión deflacionista.
Para los economistas austriacos, nada de esto tiene sentido, al menos si se habla de economía real, no de política. Si tienes tuviera razón, entonces la inacción pública durante la recesión de 1921 habría generado una gran depresión a lo largo de la década de 1920. En ese sentido, como el gobierno no había intervenido en depresiones y recesiones anteriores, la lógica keynesiana habría significado que la economía de EEUU habría estado en una depresión permanente.

Los beneficios del ahorro y la inversión

Los resultados históricos van paralelos a la teoría económica. Las economías no crecen porque los gobiernos inyecten dosis de “demanda agregada”: crecen porque los empresarios desarrollan mejores usos de factores de producción que permiten que se produzcan más bienes y también permiten que se apliquen más recursos en áreas en las que no se hayan usado, o al menos usado en menores cantidades.
Tomemos como ejemplo el desarrollo de la lavadora. Antes de que se desarrollaran las lavadoras y estuvieran disponibles para las familias, lavar la ropa era un enorme quehacer que podría tomar al menos un día y tal vez incluso más. En su mayor parte, los quehaceres de lavandería familiares eran realizados por mujeres que trabajaban durante horas para limpiar ropa y otros materiales.
Sin embargo las lavadoras permitían a las amas de casa hacer más colada en menos tiempo, permitiéndoles así aplicar algunas de sus otras habilidades a otras cosas. Multipliquemos este tipo de cosas a lo largo de toda la economía y podremos tener una idea de cómo el desarrollo de esos bienes posibilita el crecimiento económico.
Contra lo que dice Paul Krugman y otros keynesianos modernos, la formación de capital no existe como algo “dado”. Por el contrario, la formación de capital no sólo es una función (por aplicar liberalmente un término matemático) del ahorro, debe serlo porque las economías modernas implican una mezcla de capital y bienes de consumo. No se puede consumir toda la producción presente y simultáneamente abstenerse del consumo para crear bienes de capital que producirían más bienes de consumo en el futuro.
Por ejemplo, si la gente (como nuestros antepasados) está dispuesta a ahorrar grandes porciones de sus rentas, no es porque sean irracionales o estén “atesorando” dinero (como nos dirían Krugman), sino más bien porque quieren posponer parte de consumo actual para ser capaces de consumir más en el futuro. Los inversores toman esas existencias de ahorros y posteriormente invierten en los tipos de bienes de capital que permitirían la creación de todavía más bienes a ser consumidos en un momento futuro.
El indicador clave es si los inversores van a invertir o no en capital a largo plazo (lo que ocasiona menos bienes de consumo fabricados a corto plazo, pero produce mucho más consumo a largo plazo) es el tipo de interés. En una economía de libre mercado, tipos bajos de interés significan que los individuos están ahorrando grandes cantidades de sus rentas, haciendo disponible una existencia mayor de “capital líquido”, mientras que los tipos altos de interés indican que los consumidores prefieren consumir ahora y ahorrar menos, precisamente el estado de cosas de ahora mismo.
Los keynesianos, por el contrario, afirman que como el verdadero “multiplicador” económico es igual a 1 por encima de la tasa de ahorro, entonces cuanto menos aburre una sociedad, más crecimiento económico experimentará esa economía. (Por ejemplo, si todas las personas de una sociedad ahorran un 10% de renta, entonces esa economía tiene un multiplicador de 10. Si las personas ahorran un 5%, entonces el multiplicador es 20. Esto me recuerda la cancioncilla que usábamos cuando estaba en la escuela en la que “demostrábamos” que, cuanto menos estudiáramos, más sabríamos).

Tipos bajos de interés frente a realidad

Por supuesto, los tipos de interés no son altos e indudablemente no reflejan las preferencias temporales de la sociedad. Una sociedad que muestra una escasez de ahorro debería mostrar tipos altos, no bajos. El artículo de Gabler refleja una vida de gasto sin ahorro, ya sea pagando la boda de una hija de obteniendo grandes cantidades de dinero para pagar una educación universitaria cara de élite a los hijos. Con la Fed llevando a los tipos de interés por debajo del 1%, no hay casi ningún incentivo para que la gente ponga dinero en cuentas de ahorro, dado que no hay casi un rendimiento apreciable y pocos estamos preparados para entra en los mercados de valores sin cometer serios errores de inversión. Multipliquemos estado por toda la economía y descubriremos una escasez de ahorro y una preferencia por el consumo presente, exactamente lo que Keynes y sus seguidores modernos afirman que es la fórmula para la prosperidad: gastaremos para ser ricos.
Así que tenemos una enorme paradoja. Tenemos tipos bajos de interés, pero está claro que el tipo de inversión de capital a largo plazo no es común en la economía de EEUU en el momento actual. Empresas y empresarios están invirtiendo en capital a largo plazo en el extranjero, pero no aquí, dado que incluso políticos como Bernie Sanders, Donald Trump y Hillary Clinton censuran este hecho. Por supuesto, dada la hostilidad de la clase política estadounidense hacia la inversión privada y dado el hecho de que Sanders está haciendo una campaña basada en atacar y en último término destruir a la empresa privada en EEUU (con Clinton no muy lejos), los inversores están leyendo las hojas del té y llevando su dinero a otros lugares, algo que enfurece a la clase política.
(No es sorprendente que la clase política reclame leyes que en la práctica crearían un muro de Berlín en torno a la inversión estadounidense, haciendo ilegal para los estadounidenses invertir fuera de este país. No hace falta ser muy astuto para saber inmediatamente qué desastres produciría, pero dado que la clase política existe por el saqueo de otros, sus miembros estarían de alguna manera protegidos frente a la carnicería económica).
En caso de que alguien dude de que las actuales tasas de ahorro estadounidenses son bajas, el siguiente gráfico presenta un panorama ominoso. También demuestra más allá de cualquier duda que el mayor culpable de llevar a cabo políticas que desanimaban el ahorro no fue la administración Obama (por muy mala que sea esta), sino la administración Bush, con su burbuja y exposición inmobiliaria, a la que Peter Schiff ha llamado a menudo la “falsa economía”.
Personal saving rateEl propio gráfico explica mucho acerca de lo que ha sido dañino para la economía en los últimos 35 años. Sí, se ha producido el auge del sector tecnológico y las mejoras en transporte y telecomunicaciones, gracias a los esfuerzos desreguladores de la administración Carter (algo que nunca se atribuye Carter porque su ideología del Partido Demócrata le dice que la empresa privada y el beneficio son cosas malas).
La caída más acusada la tasa de ahorro se produjo con las administraciones de Clinton y George W. Bush y no creo que deba sorprendernos que durante esos años la Fed impulsar activamente la bajada de los tipos de interés y ayudar a crear dos burbujas financieras masivas, cada una de las cuales estalló y creó destrucción a su paso. Aparte de las propias estadísticas de la Fed, el ahorro se ha recuperado algo mente los años de Barack Obama, incluso a pesar de que su administración es extremadamente hostil hacia los ahorradores.
Pero aquí estamos. Después de décadas de lo que podría calificarse esencialmente como una nueva “revolución industrial” con la llegada de las computadoras y de Internet, el gobierno de EEUU ha conseguido, a través de sus autoridades monetarias y sus demás políticas, diezmar el ahorro y dejar a millones de estadounidenses financieramente vulnerables.
No ha sido una casualidad. La gente es capaz de resistir a la fuerza solo por un tiempo antes de rendirse, y dado que la guerra keynesiana contra los ahorros se ha desatado durante décadas y ha sido bendecida en los niveles más altos del gobierno y la universidad, por no mencionar su promoción de los medios de comunicación, no deberíamos sorprendernos de que la gente ahorre menos. Tampoco debería sorprendernos saber que todos nosotros pagaremos un precio elevado por esta forma derrochadora de vida, incluso aunque las clases políticas se escabullan para protegerse de las consecuencias de sus acciones.