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Wednesday, November 2, 2016

El Brexit no es una catástrofe

Pedro Schwartz estima que el Brexit no es una catástrofe para el Reino Unido y esboza las oportunidades que presenta tanto para este país como para la Unión Europea.

Pedro Schwartz es Presidente del Tribunal de Defensa de la Competencia de Madrid y Profesor de Economía de la Universidad San Pablo CEU.
España ha tomado la separación del Reino Unido y la Unión Europea con gran dramatismo. Las opiniones reflejadas en diversas encuestas y expresadas en tertulias de radio coinciden en pronosticar que el Brexit hará gran daño a la economía británica, que reducirá radicalmente la importancia de ese país en la política mundial y que también afectará el bienestar económico y peso político de la Unión. Incluso se han oído voces llamando a «castigar» al Reino Unido por el daño económico y el desprecio político hecho al proyecto europeo, animando a los españoles a boicotear los productos británicos y a evitar las visitas a la pérfida Albión.



 Los sentimientos son libres pero los hechos son tozudos. Llevada la ruptura con sensatez y buen tino podrá sin duda evitarse una recesión económica en el RU y una pérdida de prosperidad en el Continente. Tampoco tienen por qué ser irreparables las consecuencias políticas para ellos y para nosotros. En suma, creo que la separación del Reino Unido puede tener efectos positivos tanto en la Gran Bretaña como en la UE, si aprendemos todos la lección de que la libre competencia de las personas y de las instituciones hace más por la armonía que la centralización uniformadora.
Durante la campaña del referéndum, los partidarios de mantenerse en Europa exageraron sus pronósticos de recesión si el RU abandonaba el mercado único. Cierto es que, nada más anunciado «el divorcio», la libra esterlina sufrió una caída del 10 por ciento respecto del dólar, reflejo de la sorpresa y la incertidumbre. Una depreciación de este tamaño, por un lado reanima las exportaciones; por otro, eleva los precios en el interior y produce una sensación de pérdida de riqueza entre los británicos. Ambos efectos se equilibran. No creo que ello vaya a torcer ni en un sentido ni en otro el buen camino que llevaba la economía del RU antes del referéndum: la tasa de paro se encuentra en el 4,9 por ciento y la economía está creciendo al 2,1 por ciento, año sobre año. El Banco de Inglaterra se ha puesto la venda antes de la herida y ha reducido el tipo de interés de sus préstamos a los bancos comerciales en un ridículo 0,25 por ciento. Una política monetaria así de impotente tampoco creo que contribuya mucho a salvar una situación que, por el momento, está lejos de tomar los aspectos dramáticos que se pronosticaban.
Los británicos pueden sin duda prosperar fuera del mercado único. Primero, no nos conviene a los «continentales» poner trabas al comercio con ellos, pues nuestra balanza comercial es ampliamente superavitaria. ¿De verdad querremos los «comunitarios» entorpecer un comercio de bienes y servicios que en el año 2015 supuso exportaciones al RU por 395.000 millones de euros, importaciones por 299.000 millones y un superávit a nuestro favor de 95.000 millones? En todo caso, el arancel externo (medio, ponderado) de la UE es un 2,3 por ciento, aunque los automóviles, una de las principales exportaciones del RU, cargarían con un 10 por ciento. El mayor papeleo puede ser un obstáculo pero no esos recargos.
Todos hablan del daño al negocio de la City de Londres por la retirada del permiso automático (o «pasaporte») a los bancos allí domiciliados para ofrecer servicios financieros en el Continente. Pero el mercado de capitales de la City es principalmente al por mayor. Su tamaño, agilidad y ubicación horaria hacen difícil que Frankfurt o París ¡o Madrid! puedan sustituirlo. Cuanto mayor sean la reglamentación en la Eurozona, más serán los que prefieran Londres. Ya ocurrió a finales de los años cincuenta cuando apareció en Londres un gran «mercado del eurodólar» para evitar los topes de remuneración de los depósitos bancarios impuestos por la Reserva Federal. Don Quijote contra los molinos de viento.
El peligro para la futura prosperidad del RU fuera de la Unión Europea acecha en otro punto. La primera ministra, Theresa May, en su primer discurso ante el número 10 de Downing Street, habló de relanzar la política social, de contener la entrada de inmigrantes, de reindustrializar las Islas Británicas. Incluso se declaró a favor de colocar representantes de los trabajadores en los consejos de administración y de limitar las remuneraciones de los altos cargos. Todos los gobiernos hacen tonterías con la mirada puesta en los votos. Mas precisamente porque el Reino Unido ya no estará protegido por los muros antiglobalizadores de la Unión, pueden estas declaraciones no pasar de ser un saludo a efímeras modas. Si son algo más, pronto verán los británicos lo duro que es subsistir en el mundo abierto con políticas socialistas —y lo agradecido que es al final apuntarse al progreso capitalista—. La Gran Bretaña goza de suficiente talento, de sobrada capacidad inventiva, de amplia cultura internacional y de acendrado amor de las libertades para conseguir lo que otros tildarán de imposible milagro económico.
También se equivocan los críticos del Brexit en su enfoque de las consecuencias políticas de la separación. El error que subyace en estos pronósticos catastrofistas consiste en reducir toda la vida social a relaciones de poder. Se puede no ser una gran potencia y sobrevivir, incluso triunfar en este mundo fragoroso. La adoración del tamaño y la pretensión de gobernar el mundo nos hacen olvidar que los protagonistas de la vida social no son las grandes organizaciones sino los pensadores, los artistas, los innovadores, los creadores de empresa, en pocas palabras, las personas sin fronteras. El grave defecto político de la Unión Europea es el «déficit democrático». Nos gobiernan remotos políticos e ilustrados funcionarios. ¡Qué ceguera la de la Unión el no haber movido un dedo para mantener en sus concilios a la más vieja democracia de Europa!

El Brexit no es una catástrofe

Pedro Schwartz estima que el Brexit no es una catástrofe para el Reino Unido y esboza las oportunidades que presenta tanto para este país como para la Unión Europea.

Pedro Schwartz es Presidente del Tribunal de Defensa de la Competencia de Madrid y Profesor de Economía de la Universidad San Pablo CEU.
España ha tomado la separación del Reino Unido y la Unión Europea con gran dramatismo. Las opiniones reflejadas en diversas encuestas y expresadas en tertulias de radio coinciden en pronosticar que el Brexit hará gran daño a la economía británica, que reducirá radicalmente la importancia de ese país en la política mundial y que también afectará el bienestar económico y peso político de la Unión. Incluso se han oído voces llamando a «castigar» al Reino Unido por el daño económico y el desprecio político hecho al proyecto europeo, animando a los españoles a boicotear los productos británicos y a evitar las visitas a la pérfida Albión.


Monday, October 10, 2016

La batalla entre Cosmopolitas vs. Nacionalistas

Mundo
“La división entre cosmopolitas y nacionalistas definirá el siglo XXI”. Lo decía Michael Ignatieff en una entrevista dos semanas después del voto a favor del Brexit, en la que trataba de dar las claves tanto de la decisión de los británicos como del auge de líderes y movimientos políticos que se nutren -a la vez que alimentan- un rechazo a los inmigrantes y se posicionan, de una u otra forma, contra diversos efectos de la globalización. Pero, ¿son el Brexit, el ascenso deDonald Trump o los avances de partidos populistas en Europa los síntomas de una “revuelta popular contra la globalización”, como escribía hace poco el economista Dani Rodrik? ¿Y es el nacionalismo, como sostiene Ignatieff, lo que está resurgiendo y nucleando a los perdedores de la globalización, a los que no son cosmopolitas?



Ignatieff ya apuntaba ese choque entre cosmopolitas y nacionalistas en un libro de los años 90 que recogía sus viajes por países donde las pasiones nacionalistas estaban en el origen de guerras (la antigua Yugoslavia), terrorismo (Irlanda del Norte) o conflictos como el de Quebec, entre otros. Sangre y pertenencia. Viajes al nuevo nacionalismo, se titulaba la obra. En su prólogo el autor confesaba que durante muchos años había pensado que la corriente favorecía a los cosmopolitas como él, pero que luego concluyó que “el globalismo […] sólo permite una conciencia posnacional a aquellos cosmopolitas que tienen la fortuna de vivir en el opulento Occidente.” Y añadía: “El cosmopolitismo es un privilegio de aquellos que pueden dar por garantizado un estado nación seguro. […] un espíritu cosmopolita y posnacional siempre va a depender en última instancia de la capacidad de los estados nación de proporcionar protección y orden a sus ciudadanos.”
El eco de aquella idea resuena en su opinión sobre el Brexit, cuando dice que la globalización y el mundo sin fronteras “han sido geniales para las personas educadas y los jóvenes que se mueven de un lugar a otro, hablan varios idiomas y son multiculturales”, pero muy difíciles para la gente “cuyos trabajos están atados a una comunidad, cuya movilidad se limita por su nivel de educación o también para aquellos que son leales y apegados a su comunidad, su localidad y su lugar de nacimiento.” Los cosmopolitas, continuaba, se sorprenden de que la mayoría no piense como ellos, y “es por eso que tampoco entienden por qué las personas que viven en el norte de Inglaterra, en ciudades como Sunderland y Wigan, dicen: ‘No quiero defender a Stuttgart o a Düsseldorf. Quiero defender a Wigan’.”
En Wigan, un 64 por ciento votó a favor del Brexit. Era una zona industrial, que decayó antes de que el Reino Unido entrara en la Comunidad Europea, y ahora es un área deprimida. No es nada raro, por tanto, que si alguien les dice, como en efecto ocurriódurante la campaña, que sus intereses son los mismos que los de los trabajadores de Stuttgart, repliquen que lo único que les interesa es Wigan. Pero, ¿son nacionalistas por ello? Y más allá de Wigan, el de El camino a Wigan Pier, de George Orwell, ¿son nacionalistas ingleses los que votaron a favor del Brexit?
No hay duda de que la campaña del Brexit pulsó los resortes del orgullo nacional. Pero, ¿hubiera tenido éxito sin el trasfondo de deterioro económico que sufren desde hace años ciertas zonas y la concurrencia de otros elementos, incluidos los errores de los partidarios de quedarse en la Unión? Lo que sí sabemos, lo sabemos bien en España, es que el nacionalismo, en épocas de crisis, puede congregar un voto de protesta más amplio que el de los nacionalistas strictu sensu. Igual sucede en otros lugares: los nacionalistas ponen el tren al que se suben muchos descontentos, aunque no compartan la ideología nacionalista, marcada por su ferocidad identitaria y su voluntad de exclusión del Otro.
A mí, al contrario que a los de Wigan, me interesa Stuttgart. Y hoy me interesa para exponer una paradoja que anida en la oposición cosmopolitismo-nacionalismo como forma de explicar los seísmos políticos que vive Europa desde la Gran Recesión. Porque los de Stuttgart, en realidad, se han defendido muy bien. Eso es parte del problema. La idea de que la Unión Europea, y Bruselas en concreto, son agentes de la globalización, dominados por unas elites cosmopolitas distantes e indiferentes a las antiguas lealtades nacionales, no se compadece con lo sucedido.
Los intereses nacionales han estado tan presentes como siempre, o más presentes que nunca, en la política europea para encarar la crisis. Alemania ha defendido los suyos y todos los demás han hecho lo mismo. Cierto que esa defensa del interés nacional no se ha llevado tan lejos como para provocar la implosión de la Eurozona y de la Unión, pero la historia de estos últimos años ha sido un constante y tenso tira y afloja entre ambas tendencias. Los denostados burócratas de Bruselas puede que compongan una élite cosmopolita y posnacional, pero los que toman las decisiones importantes no son ellos: son los gobiernos de los Estados miembros.
Ni las élites europeas son todas cosmopolitas ni los contrarios a la UE son todos nacionalistas. Querer un Estado más protector no es sinónimo de nacionalismo, como tampoco lo es, necesariamente, la demanda de mayor control de las fronteras. Es tentador y sugerente sintetizar los conflictos actuales, en Europa o en EEUU, como un choque entre cosmopolitas y nacionalistas, pero visto más de cerca ese enfrentamiento tiende a difuminarse como un espejismo. Habrá que seguir explorando, admitir que aún no sabemos qué pasa. No sabemos siquiera si estamos ante un fenómeno global provocado por las mismas causas o si las élites intelectuales, esas sí muy cosmopolitas, están globalizando fenómenos que tienen motores distintos.

La batalla entre Cosmopolitas vs. Nacionalistas

Mundo
“La división entre cosmopolitas y nacionalistas definirá el siglo XXI”. Lo decía Michael Ignatieff en una entrevista dos semanas después del voto a favor del Brexit, en la que trataba de dar las claves tanto de la decisión de los británicos como del auge de líderes y movimientos políticos que se nutren -a la vez que alimentan- un rechazo a los inmigrantes y se posicionan, de una u otra forma, contra diversos efectos de la globalización. Pero, ¿son el Brexit, el ascenso deDonald Trump o los avances de partidos populistas en Europa los síntomas de una “revuelta popular contra la globalización”, como escribía hace poco el economista Dani Rodrik? ¿Y es el nacionalismo, como sostiene Ignatieff, lo que está resurgiendo y nucleando a los perdedores de la globalización, a los que no son cosmopolitas?


Friday, October 7, 2016

Brexit: impacto negativo, pero diferenciado por regiones

Para el conjunto de la economía española, BBVA Research estima que la incertidumbre puede reducir el crecimiento en 2016-17 en 0,4 puntos porcentuales.

Bandera de la UE delante del Big Ben, en Londres. | Cordon Press
Cuando el pasado 23 de junio el Reino Unido decidió su salida de la Unión Europea, se puso en marcha un proceso complejo, largo y de consecuencias hasta cierto punto desconocidas, pero del que sí existe una certeza: los efectos económicos serán negativos. Para el conjunto de la economía española, BBVA Research estima que la incertidumbre generada por el resultado de la consulta sobre el Brexit puede reducir el crecimiento en el bienio 2016-2017 hasta en 0,4 puntos porcentuales. El canal financiero, por la incertidumbre y la volatilidad, es el transmisor del grueso de este impacto, pero hay también otros. Todos ellos resultan en distintos efectos a nivel regional y sectorial.



En primer lugar, se encuentran los efectos directos: la desaceleración de la economía británica y la depreciación de la libra esterlina afectarán a los flujos turísticos y al gasto de los británicos en España. Aquí recordar que Reino Unido es el principal mercado exterior para el turismo español: uno de cada cinco euros gastados en nuestro país por extranjeros viene de manos británicas. España es el destino mundial donde más veces van, más noches pasan y más gastan fuera de sus fronteras Así, el efecto puede ser particularmente relevante para las comunidades insulares, en las que los visitantes británicos tienen un peso más relevante y el turismo supone más de un 20% del PIB .
La disminución de la renta y la riqueza de los británicos afectará a su gasto turístico, pero también al de los británicos residentes en España –cuyas rentas provengan de Reino Unido-, que se estiman en un millón de personas concentradas, básicamente, en la provincia de Alicante y en la Región de Murcia. Por otro lado, la demanda de viviendas en España por parte de ciudadanos británicos también puede verse reducida. Se notará en algunas zonas del Mediterráneo y en Canarias; aunque los efectos pueden ser más evidentes en las ya comentadas Alicante y Murcia. Así, el sector de la construcción residencial podría resentirse, especialmente en Alicante, donde un ciudadano británico interviene en el 30% de las transacciones de viviendas.
En segundo lugar, la menor actividad en Reino Unido induce también a un ajuste de la demanda de bienes importados y, por tanto, de exportaciones españolas. En este caso, las comunidades más afectadas pueden ser Murcia, la Comunidad Valenciana y Aragón, para las que el Reino Unido es un cliente más relevante que para otras regiones, y cuya especialización sectorial (alimentos, componentes de automóviles) es más similar a su estructura importadora.
En tercer lugar, puede reducirse la inversión extranjera directa (IED) realizada desde Reino Unido. En este caso, la Comunidad de Madrid y Cataluña, principales destinos de la IED (también británica) pueden ser las comunidades que más se resientan.
Finalmente, la desaceleración del Reino Unido impactará también a través de canales indirectos. Aunque no es el único factor negativo que se cierne sobre las principales economías europeas, la reducción de la actividad en la UEM afectará en mayor medida a las regiones con mayores exportaciones hacia esta zona. Cataluña y la Comunidad Valenciana, pero también comunidades del Norte, para las que Francia y Alemania son clientes muy relevantes, pueden ver disminuir sus ventas en el exterior.
En definitiva, el brexit supone una dificultad más para la economía de las distintas regiones españolas, que se ve afectada a través de múltiples canales. Para el conjunto de España, la minoración del crecimiento se estima en las 4 décimas del PIB, pero este puede ser mayor en las regiones del sureste peninsular y las islas. Murcia, por la combinación de los efectos sobre el sector inmobiliario, residentes y exportaciones de bienes, puede ser la región que más vea reducido su PIB (seis décimas), mientras que en la Comunidad Valenciana y Canarias el efecto podría ser de medio punto. En el otro extremo, en País Vasco, Castilla y León, la Comunidad de Madrid y Extremadura los efectos globales serán más reducidos, y se estima que la contracción del PIB causada por el brexit no debería superar las tres décimas.
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Brexit: impacto negativo, pero diferenciado por regiones

Para el conjunto de la economía española, BBVA Research estima que la incertidumbre puede reducir el crecimiento en 2016-17 en 0,4 puntos porcentuales.

Bandera de la UE delante del Big Ben, en Londres. | Cordon Press
Cuando el pasado 23 de junio el Reino Unido decidió su salida de la Unión Europea, se puso en marcha un proceso complejo, largo y de consecuencias hasta cierto punto desconocidas, pero del que sí existe una certeza: los efectos económicos serán negativos. Para el conjunto de la economía española, BBVA Research estima que la incertidumbre generada por el resultado de la consulta sobre el Brexit puede reducir el crecimiento en el bienio 2016-2017 hasta en 0,4 puntos porcentuales. El canal financiero, por la incertidumbre y la volatilidad, es el transmisor del grueso de este impacto, pero hay también otros. Todos ellos resultan en distintos efectos a nivel regional y sectorial.


Saturday, October 1, 2016

La batalla entre Cosmopolitas vs. Nacionalistas

Mundo
“La división entre cosmopolitas y nacionalistas definirá el siglo XXI”. Lo decía Michael Ignatieff en una entrevista dos semanas después del voto a favor del Brexit, en la que trataba de dar las claves tanto de la decisión de los británicos como del auge de líderes y movimientos políticos que se nutren -a la vez que alimentan- un rechazo a los inmigrantes y se posicionan, de una u otra forma, contra diversos efectos de la globalización. Pero, ¿son el Brexit, el ascenso deDonald Trump o los avances de partidos populistas en Europa los síntomas de una “revuelta popular contra la globalización”, como escribía hace poco el economista Dani Rodrik? ¿Y es el nacionalismo, como sostiene Ignatieff, lo que está resurgiendo y nucleando a los perdedores de la globalización, a los que no son cosmopolitas?



Ignatieff ya apuntaba ese choque entre cosmopolitas y nacionalistas en un libro de los años 90 que recogía sus viajes por países donde las pasiones nacionalistas estaban en el origen de guerras (la antigua Yugoslavia), terrorismo (Irlanda del Norte) o conflictos como el de Quebec, entre otros. Sangre y pertenencia. Viajes al nuevo nacionalismo, se titulaba la obra. En su prólogo el autor confesaba que durante muchos años había pensado que la corriente favorecía a los cosmopolitas como él, pero que luego concluyó que “el globalismo […] sólo permite una conciencia posnacional a aquellos cosmopolitas que tienen la fortuna de vivir en el opulento Occidente.” Y añadía: “El cosmopolitismo es un privilegio de aquellos que pueden dar por garantizado un estado nación seguro. […] un espíritu cosmopolita y posnacional siempre va a depender en última instancia de la capacidad de los estados nación de proporcionar protección y orden a sus ciudadanos.”
El eco de aquella idea resuena en su opinión sobre el Brexit, cuando dice que la globalización y el mundo sin fronteras “han sido geniales para las personas educadas y los jóvenes que se mueven de un lugar a otro, hablan varios idiomas y son multiculturales”, pero muy difíciles para la gente “cuyos trabajos están atados a una comunidad, cuya movilidad se limita por su nivel de educación o también para aquellos que son leales y apegados a su comunidad, su localidad y su lugar de nacimiento.” Los cosmopolitas, continuaba, se sorprenden de que la mayoría no piense como ellos, y “es por eso que tampoco entienden por qué las personas que viven en el norte de Inglaterra, en ciudades como Sunderland y Wigan, dicen: ‘No quiero defender a Stuttgart o a Düsseldorf. Quiero defender a Wigan’.”
En Wigan, un 64 por ciento votó a favor del Brexit. Era una zona industrial, que decayó antes de que el Reino Unido entrara en la Comunidad Europea, y ahora es un área deprimida. No es nada raro, por tanto, que si alguien les dice, como en efecto ocurriódurante la campaña, que sus intereses son los mismos que los de los trabajadores de Stuttgart, repliquen que lo único que les interesa es Wigan. Pero, ¿son nacionalistas por ello? Y más allá de Wigan, el de El camino a Wigan Pier, de George Orwell, ¿son nacionalistas ingleses los que votaron a favor del Brexit?
No hay duda de que la campaña del Brexit pulsó los resortes del orgullo nacional. Pero, ¿hubiera tenido éxito sin el trasfondo de deterioro económico que sufren desde hace años ciertas zonas y la concurrencia de otros elementos, incluidos los errores de los partidarios de quedarse en la Unión? Lo que sí sabemos, lo sabemos bien en España, es que el nacionalismo, en épocas de crisis, puede congregar un voto de protesta más amplio que el de los nacionalistas strictu sensu. Igual sucede en otros lugares: los nacionalistas ponen el tren al que se suben muchos descontentos, aunque no compartan la ideología nacionalista, marcada por su ferocidad identitaria y su voluntad de exclusión del Otro.
A mí, al contrario que a los de Wigan, me interesa Stuttgart. Y hoy me interesa para exponer una paradoja que anida en la oposición cosmopolitismo-nacionalismo como forma de explicar los seísmos políticos que vive Europa desde la Gran Recesión. Porque los de Stuttgart, en realidad, se han defendido muy bien. Eso es parte del problema. La idea de que la Unión Europea, y Bruselas en concreto, son agentes de la globalización, dominados por unas elites cosmopolitas distantes e indiferentes a las antiguas lealtades nacionales, no se compadece con lo sucedido.
Los intereses nacionales han estado tan presentes como siempre, o más presentes que nunca, en la política europea para encarar la crisis. Alemania ha defendido los suyos y todos los demás han hecho lo mismo. Cierto que esa defensa del interés nacional no se ha llevado tan lejos como para provocar la implosión de la Eurozona y de la Unión, pero la historia de estos últimos años ha sido un constante y tenso tira y afloja entre ambas tendencias. Los denostados burócratas de Bruselas puede que compongan una élite cosmopolita y posnacional, pero los que toman las decisiones importantes no son ellos: son los gobiernos de los Estados miembros.
Ni las élites europeas son todas cosmopolitas ni los contrarios a la UE son todos nacionalistas. Querer un Estado más protector no es sinónimo de nacionalismo, como tampoco lo es, necesariamente, la demanda de mayor control de las fronteras. Es tentador y sugerente sintetizar los conflictos actuales, en Europa o en EEUU, como un choque entre cosmopolitas y nacionalistas, pero visto más de cerca ese enfrentamiento tiende a difuminarse como un espejismo. Habrá que seguir explorando, admitir que aún no sabemos qué pasa. No sabemos siquiera si estamos ante un fenómeno global provocado por las mismas causas o si las élites intelectuales, esas sí muy cosmopolitas, están globalizando fenómenos que tienen motores distintos.

La batalla entre Cosmopolitas vs. Nacionalistas

Mundo
“La división entre cosmopolitas y nacionalistas definirá el siglo XXI”. Lo decía Michael Ignatieff en una entrevista dos semanas después del voto a favor del Brexit, en la que trataba de dar las claves tanto de la decisión de los británicos como del auge de líderes y movimientos políticos que se nutren -a la vez que alimentan- un rechazo a los inmigrantes y se posicionan, de una u otra forma, contra diversos efectos de la globalización. Pero, ¿son el Brexit, el ascenso deDonald Trump o los avances de partidos populistas en Europa los síntomas de una “revuelta popular contra la globalización”, como escribía hace poco el economista Dani Rodrik? ¿Y es el nacionalismo, como sostiene Ignatieff, lo que está resurgiendo y nucleando a los perdedores de la globalización, a los que no son cosmopolitas?


¿Estados Unidos de Europa?

UK-UEYa ha tres meses de la decisión democrática en Europa más importante en décadas: Brexit – la decisión tomada por los votantes del Reino Unido para dejar la Unión Europea. Aquellos que favorecimos el Brexit, todavía estamos esperando que se den las predicciones apocalípticas de los partidarios de mantenerse dentro de la Unión.
Predicciones como el fin del Reino Unido con la independencia de Escocia e Irlanda del Norte donde encuestas recientes ponen al electorado favoreciendo ser parte del Reino Unido. Incluso predicciones de la Tercera Guerra Mundial y un colapso del sistema financiero y económico del mundo. Ello se ha convertido en una parodia de otras falsas predicciones de perdición si el país votaba a favor del Brexit. Sin embargo la respuesta de los líderes de la Unión Europea a la decisión de los votantes británicos, revela el problema fundamental que padece la Unión Europea: Que para resolver los problemas europeos se necesita más Europa y llevar el concepto de nación-estado a los márgenes.



El pasado 14 de septiembre de 2016, en el Parlamento europeo se pronunció el discurso del Estado de la Unión por parte del presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker. En el discurso articuló la política pública que ha de seguir la Comisión declarando:
Los próximos doce meses son decisivos si queremos reforzar la Unión. Europa es una cuerda con muchos hilos. Sólo funciona si todos tiramos en la misma dirección: Las instituciones de la UE, los gobiernos nacionales y los parlamentos nacionales al unísono”.
Con estas palabras señaló que la solución para los problemas de la Unión, es más Europa. En este discurso delineó medidas para fortalecer la unión económica, una política común de inmigración europea y los comienzo de la creación de una defensa común.
Vamos a defender nuestras fronteras con la nueva Frontera Europea y la Guardia Costera. Quiero ver al menos 200 guardias fronterizos adicionales y 50 vehículos adicionales desplegados en las fronteras exteriores de Bulgaria a partir de octubre.
Como era de esperarse la respuesta de los parlamentarios fue positiva con el federalista Guy Verhofstadt declarando que “si realmente quiere dar una respuesta positiva a los temores de nuestros ciudadanos y para recuperar el control sobre sus vidas, necesitamos soluciones europeas y capacidades en Europa tan pronto como sea posible”.
Estos discursos denotan que la única visión de Europa es federalista, un Estados Unidos de Europa. Pero la lección que el Brexit debe dar a los políticos europeos es que los pueblos europeos no apoyan esta visión. Es más un proyecto de los políticos para los políticos. La realidad es que cada vez que la pregunta de más poderes para la Unión Europea ha sido presentada al electorado, éste lo ha rechazado. El último ejemplo es el voto a favor del Brexit, pero existen otros como el rechazado contundentemente  en 2005 por los Países Bajos o el sorprendente rechazo de Francia.
Los problemas de la Unión Europea no se resuelven centralizando más poder ni impulsando políticas federalistas sino admitiendo el valor de la nación-estado, algo difícil de sostener en una unión con 27 diferentes políticas fiscales, sociales y económicas – y sin ese sentimiento de amor y unidad que los 50 estados de Estados Unidos de América comparten por su nación y que les da cohesión. El “We, the people” (Nosotros, el pueblo) es algo muy real y presente para un americano. Los europeos no comparten esa visión al pensar en la Unión Europea y sin eso no hay cohesión. Lo más cercano a una cohesión a la americana en Europa la tienen los países escandinavos. Por eso los escandinavos disfrutan de una unidad que ya quisiera tener la Unión Europea.
Es hora que los políticos europeos tomen nota que quizás menos Unión Europea es lo que salvaguarde esa unión. Quizás si los burócratas y políticos europeos hubiesen entendido esta lección, le habrían concedido a David Cameron mejores propuestas que presentarle al pueblo británico, eso le habría dado el triunfo en el referéndum. El Brexit y los otros resultados electorales apuntan a que la solución es un retorno a la idea primigenia de una unión basada en el libre comercio no en un proyecto de crear un Estados Unidos de Europa. En eso fracasarán.

¿Estados Unidos de Europa?

UK-UEYa ha tres meses de la decisión democrática en Europa más importante en décadas: Brexit – la decisión tomada por los votantes del Reino Unido para dejar la Unión Europea. Aquellos que favorecimos el Brexit, todavía estamos esperando que se den las predicciones apocalípticas de los partidarios de mantenerse dentro de la Unión.
Predicciones como el fin del Reino Unido con la independencia de Escocia e Irlanda del Norte donde encuestas recientes ponen al electorado favoreciendo ser parte del Reino Unido. Incluso predicciones de la Tercera Guerra Mundial y un colapso del sistema financiero y económico del mundo. Ello se ha convertido en una parodia de otras falsas predicciones de perdición si el país votaba a favor del Brexit. Sin embargo la respuesta de los líderes de la Unión Europea a la decisión de los votantes británicos, revela el problema fundamental que padece la Unión Europea: Que para resolver los problemas europeos se necesita más Europa y llevar el concepto de nación-estado a los márgenes.


Thursday, September 8, 2016

El Brexit no es una catástrofe

Pedro Schwartz estima que el Brexit no es una catástrofe para el Reino Unido y esboza las oportunidades que presenta tanto para este país como para la Unión Europea.

Pedro Schwartz es Presidente del Tribunal de Defensa de la Competencia de Madrid y Profesor de Economía de la Universidad San Pablo CEU.
España ha tomado la separación del Reino Unido y la Unión Europea con gran dramatismo. Las opiniones reflejadas en diversas encuestas y expresadas en tertulias de radio coinciden en pronosticar que el Brexit hará gran daño a la economía británica, que reducirá radicalmente la importancia de ese país en la política mundial y que también afectará el bienestar económico y peso político de la Unión. Incluso se han oído voces llamando a «castigar» al Reino Unido por el daño económico y el desprecio político hecho al proyecto europeo, animando a los españoles a boicotear los productos británicos y a evitar las visitas a la pérfida Albión.



Los sentimientos son libres pero los hechos son tozudos. Llevada la ruptura con sensatez y buen tino podrá sin duda evitarse una recesión económica en el RU y una pérdida de prosperidad en el Continente. Tampoco tienen por qué ser irreparables las consecuencias políticas para ellos y para nosotros. En suma, creo que la separación del Reino Unido puede tener efectos positivos tanto en la Gran Bretaña como en la UE, si aprendemos todos la lección de que la libre competencia de las personas y de las instituciones hace más por la armonía que la centralización uniformadora.
Durante la campaña del referéndum, los partidarios de mantenerse en Europa exageraron sus pronósticos de recesión si el RU abandonaba el mercado único. Cierto es que, nada más anunciado «el divorcio», la libra esterlina sufrió una caída del 10 por ciento respecto del dólar, reflejo de la sorpresa y la incertidumbre. Una depreciación de este tamaño, por un lado reanima las exportaciones; por otro, eleva los precios en el interior y produce una sensación de pérdida de riqueza entre los británicos. Ambos efectos se equilibran. No creo que ello vaya a torcer ni en un sentido ni en otro el buen camino que llevaba la economía del RU antes del referéndum: la tasa de paro se encuentra en el 4,9 por ciento y la economía está creciendo al 2,1 por ciento, año sobre año. El Banco de Inglaterra se ha puesto la venda antes de la herida y ha reducido el tipo de interés de sus préstamos a los bancos comerciales en un ridículo 0,25 por ciento. Una política monetaria así de impotente tampoco creo que contribuya mucho a salvar una situación que, por el momento, está lejos de tomar los aspectos dramáticos que se pronosticaban.
Los británicos pueden sin duda prosperar fuera del mercado único. Primero, no nos conviene a los «continentales» poner trabas al comercio con ellos, pues nuestra balanza comercial es ampliamente superavitaria. ¿De verdad querremos los «comunitarios» entorpecer un comercio de bienes y servicios que en el año 2015 supuso exportaciones al RU por 395.000 millones de euros, importaciones por 299.000 millones y un superávit a nuestro favor de 95.000 millones? En todo caso, el arancel externo (medio, ponderado) de la UE es un 2,3 por ciento, aunque los automóviles, una de las principales exportaciones del RU, cargarían con un 10 por ciento. El mayor papeleo puede ser un obstáculo pero no esos recargos.
Todos hablan del daño al negocio de la City de Londres por la retirada del permiso automático (o «pasaporte») a los bancos allí domiciliados para ofrecer servicios financieros en el Continente. Pero el mercado de capitales de la City es principalmente al por mayor. Su tamaño, agilidad y ubicación horaria hacen difícil que Frankfurt o París ¡o Madrid! puedan sustituirlo. Cuanto mayor sean la reglamentación en la Eurozona, más serán los que prefieran Londres. Ya ocurrió a finales de los años cincuenta cuando apareció en Londres un gran «mercado del eurodólar» para evitar los topes de remuneración de los depósitos bancarios impuestos por la Reserva Federal. Don Quijote contra los molinos de viento.
El peligro para la futura prosperidad del RU fuera de la Unión Europea acecha en otro punto. La primera ministra, Theresa May, en su primer discurso ante el número 10 de Downing Street, habló de relanzar la política social, de contener la entrada de inmigrantes, de reindustrializar las Islas Británicas. Incluso se declaró a favor de colocar representantes de los trabajadores en los consejos de administración y de limitar las remuneraciones de los altos cargos. Todos los gobiernos hacen tonterías con la mirada puesta en los votos. Mas precisamente porque el Reino Unido ya no estará protegido por los muros antiglobalizadores de la Unión, pueden estas declaraciones no pasar de ser un saludo a efímeras modas. Si son algo más, pronto verán los británicos lo duro que es subsistir en el mundo abierto con políticas socialistas —y lo agradecido que es al final apuntarse al progreso capitalista—. La Gran Bretaña goza de suficiente talento, de sobrada capacidad inventiva, de amplia cultura internacional y de acendrado amor de las libertades para conseguir lo que otros tildarán de imposible milagro económico.
También se equivocan los críticos del Brexit en su enfoque de las consecuencias políticas de la separación. El error que subyace en estos pronósticos catastrofistas consiste en reducir toda la vida social a relaciones de poder. Se puede no ser una gran potencia y sobrevivir, incluso triunfar en este mundo fragoroso. La adoración del tamaño y la pretensión de gobernar el mundo nos hacen olvidar que los protagonistas de la vida social no son las grandes organizaciones sino los pensadores, los artistas, los innovadores, los creadores de empresa, en pocas palabras, las personas sin fronteras. El grave defecto político de la Unión Europea es el «déficit democrático». Nos gobiernan remotos políticos e ilustrados funcionarios. ¡Qué ceguera la de la Unión el no haber movido un dedo para mantener en sus concilios a la más vieja democracia de Europa!

El Brexit no es una catástrofe

Pedro Schwartz estima que el Brexit no es una catástrofe para el Reino Unido y esboza las oportunidades que presenta tanto para este país como para la Unión Europea.

Pedro Schwartz es Presidente del Tribunal de Defensa de la Competencia de Madrid y Profesor de Economía de la Universidad San Pablo CEU.
España ha tomado la separación del Reino Unido y la Unión Europea con gran dramatismo. Las opiniones reflejadas en diversas encuestas y expresadas en tertulias de radio coinciden en pronosticar que el Brexit hará gran daño a la economía británica, que reducirá radicalmente la importancia de ese país en la política mundial y que también afectará el bienestar económico y peso político de la Unión. Incluso se han oído voces llamando a «castigar» al Reino Unido por el daño económico y el desprecio político hecho al proyecto europeo, animando a los españoles a boicotear los productos británicos y a evitar las visitas a la pérfida Albión.


Saturday, September 3, 2016

La subida de tipos de interés de la Fed hará bajar las bolsas y los bonos

Los inversores esperan que, tras buenos datos, los tipos de interés en Estados Unidos suban, y por ello se anticipan vendiendo activos
Foto: La presidenta de la Fed, Janet Yellen.
La presidenta de la Fed, Janet Yellen.

Un profesor de econometría comentó una vez en clase: “Nunca he entendido por qué cuando sale un buen dato económico cae la bolsa”. Es cierto que esta paradoja genera perplejidad en mucha gente. El motivo no es otro que el que la concatenación de buenos datos reduce el exceso de capacidad productiva en una economía, lo que acerca el riesgo de inflación, y por lo tanto los bancos centrales anticipan dicho riesgo subiendo tipos de interés.
Los activos, ya sea un bono o una acción, se valoran descontando los flujos de caja que estos generan, con una tasa que tiene en cuenta los tipos de interés. Al subir los tipos, puede subir la tasa de descuento, por lo que el valor presente del precio del activo se reduce. Así, los inversores esperan que, tras unos buenos datos, los tipos de interés suban y, por ello, se anticipan vendiendo activos.
Si el profesor siguiera hoy vivo, este otoño volvería a sentir escalofríos con su paradoja.



Primero: el crecimiento económico se acelera. EEUU contempló cómo su economía creció tan solo un 1,1% el segundo trimestre, aunque en parte explicado por una fuerte reducción de inventarios; excluyendo ese efecto volátil, el crecimiento hubiera sido del 2,4%, con el consumo, principal componente del PIB, creciendo a un sólido 4,4%. Todo parece indicar que el tercer trimestre el crecimiento se dispara debido a la fortaleza del consumo, a su vez explicado por la creación de empleo, unos dos millones de nuevos puestos al año, y por la progresiva subida de salarios, cerca del 2,5%. Además, otros factores contribuyen a acelerar el crecimiento: a) la menor caída de la inversión, b) la aceleración del mercado inmobiliario, espoleado por la mejora de precios de casas (5,1%) y c) la subida de la construcción de nuevos hogares (que han alcanzado ya 650.000 unidades, el nivel máximo de los últimos nueve años). Como consecuencia de todos estos factores, la Fed de Atlanta estima que la economía puede crecer a un ritmo de un 3,5% el tercer trimestre.
Segundo: el mercado laboral se está sobrecalentando, lo que hace subir la inflación. El mes de julio, EEUU creó un cuarto millón de puestos de trabajo. La economía opera ya a pleno empleo (el desempleo es inferior al 5%), lo que se traduce en cada vez mayores subidas de sueldos. Así, por ejemplo, el desempleo entre universitarios se sitúa en el 2%, y las empresas solo pueden atraer trabajo mediante progresivas subidas de sueldos. El resultado es que los salarios por hora trabajada suben ya al 2,6%. Como consecuencia, la inflación subyacente se ha ido incrementando y se sitúa ya en el 2,2%, y en su variante PCE al 1,7% (hace poco, ambas magnitudes estaban por debajo del 1%), frente a un objetivo de la Fed del 2%. La Fed se fija no solo en la inflación, sino en la expectativa de inflación que presentan los consumidores. Esta ha subido a un año desde el 2,6% al 2,8%, y a largo plazo hasta el 2,6%. Si los consumidores perciben que la inflación sigue subiendo, demandarán más subidas de sueldos, con lo que se puede generar un círculo vicioso, lo que provoca la reacción de la Fed para evitar sus nefastas consecuencias.
Tercero: ha mejorado la coyuntura internacional. En esta columna, pronostiqué en mayo una subida de tipos antes de verano y me equivoqué. El motivo fue el Brexit, ya que la Fed no solo tiene en cuenta la evolución de la economía doméstica, sino también el trasfondo internacional, ya que el dólar es la moneda de reserva mundial y cualquier decisión sobre tipos provoca profundas consecuencias en muchas economías. Con todo, la evolución internacional ha mejorado mucho desde julio. Por un lado, las consecuencias del Brexit en la economía británica y europea han sido, hasta la fecha, apenas insignificantes, algo relevante si se tienen en cuenta las apocalípticas previsiones que se difundían antes de verano. A su vez, la evolución veraniega de los mercados financieros emergentes ha sido bastante benigna.
En la reunión de julio, dos miembros de los nueve con derecho a voto en el comité que fija los tipos de interés de EEUU defendieron una subida. Desde entonces, los acontecimientos expuestos en esta columna han evolucionado en la dirección clara para proporcionar argumentos para que los más indecisos ahora defiendan una subida. Como era de esperar, influyentes miembros con voto en el comité que fija los tipos de interés han avisado de que el mercado laboral es más importante que el PIB para fijar tipos, que la economía está en pleno empleo y que habrá subida de tipos antes de lo que el mercado piensa, y en el caso de Fisher (número dos de Yellen), no ha descartado dos subidas seguidas en 2016.
Con una bolsa cotizando a unos múltiplos sobre beneficios elevados y los mercados de bonos en la mayor burbuja de su historia, las consideraciones arriba expuestas presentan consecuencias formidables.
Cuando suben los tipos después de muchos trimestres de expansión económica, los precios de los activos acaban bajando, como algún día aprendería el consabido profesor de econometría.

La subida de tipos de interés de la Fed hará bajar las bolsas y los bonos

Los inversores esperan que, tras buenos datos, los tipos de interés en Estados Unidos suban, y por ello se anticipan vendiendo activos
Foto: La presidenta de la Fed, Janet Yellen.
La presidenta de la Fed, Janet Yellen.

Un profesor de econometría comentó una vez en clase: “Nunca he entendido por qué cuando sale un buen dato económico cae la bolsa”. Es cierto que esta paradoja genera perplejidad en mucha gente. El motivo no es otro que el que la concatenación de buenos datos reduce el exceso de capacidad productiva en una economía, lo que acerca el riesgo de inflación, y por lo tanto los bancos centrales anticipan dicho riesgo subiendo tipos de interés.
Los activos, ya sea un bono o una acción, se valoran descontando los flujos de caja que estos generan, con una tasa que tiene en cuenta los tipos de interés. Al subir los tipos, puede subir la tasa de descuento, por lo que el valor presente del precio del activo se reduce. Así, los inversores esperan que, tras unos buenos datos, los tipos de interés suban y, por ello, se anticipan vendiendo activos.
Si el profesor siguiera hoy vivo, este otoño volvería a sentir escalofríos con su paradoja.


Wednesday, August 24, 2016

Brexit: La derrota de los eurócratas

UK-UE
Una sólida mayoría de británicos ha decidido que no quieren continuar en esta Unión Europea. Con más de un millón de votos de diferencia, los partidarios de la salida han demostrado ser muchos más que los que quieren permanecer dentro de la estructura política de Bruselas.
Es una noticia aún peor para una forma de entender la Unión Europea. Fíjense que no digo para Europa, sino para la forma de malentender y de desfigurar Europa que ha dominado progresivamente el continente desde los despachos del poder de Bruselas.



Si hay que buscar derrotados, búsquenlos en los largos pasillos de la Comisión Europea. Si hay que encontrar fracasados, los pueden ver sentados a ambos lados del hemiciclo del Parlamento Europeo. Si hay que señalar culpables, están en todos los medios de comunicación, ONGs, lobbys y demás rent-seekers que llevan décadas predicando las bondades del federalismo europeo mientras extienden la mano para cobrar las subvenciones que salen del bolsillo del contribuyente europeo.
Nadie rechazaba las instituciones europeas cuando se trataba un Mercado Común o una Comunidad Económica. Ni siquiera los británicos. Ni siquiera Margaret Thatcher, como cuenta ella misma en sus memorias. Fue a partir del Tratado de Maastricht cuando, capitaneados por un socialista elitista como Jacques Delors, se fue extendiendo entre las élites políticas y periodísticas europeas la asombrosa tesis de que el rechazo al poder creciente de Bruselas se vencería con “más Europa”, como anteayer mismo decía el ministro de Exteriores de España José Manuel García-Margallo, uno de los que cree en esa mística del corazón de Europa.
Es ésa forma de malentender Europa la que se ha hecho odiosa. La que ha intentado varias veces imponer una Constitución Europea.. La que acumula poder sin responsabilidad. La que desprecia lo que llaman “la Europa de los mercaderes”, sin darse cuenta de que esa es la verdadera Europa: la de la libertad para que las personas se muevan y lleven adonde quieran sus ideas, sus servicios, sus productos y los bienes de su propiedad. Ésa es la Europa que merece la pena, la que sirve eficazmente para evitar que las guerras se repitan, la que representa lo mejor de la gente: su libertad para decidir y para responsabilizarse de su propio futuro.No creo que el Reino Unido vaya a romper su condición de mercado libre, ni tampoco creo que la Unión Europea vaya a levantar barreras en el comercio con las islas. Si uno u otra lo hicieran se cometería un error catastrófico.
Pero el voto que ayer pronunciaron los británicos va a tener muchas consecuencias. Y la primera, y la peor para el resto de Europa, es que nos han dejado solos, a merced del gentil monstruo de Bruselas.

Brexit: La derrota de los eurócratas

UK-UE
Una sólida mayoría de británicos ha decidido que no quieren continuar en esta Unión Europea. Con más de un millón de votos de diferencia, los partidarios de la salida han demostrado ser muchos más que los que quieren permanecer dentro de la estructura política de Bruselas.
Es una noticia aún peor para una forma de entender la Unión Europea. Fíjense que no digo para Europa, sino para la forma de malentender y de desfigurar Europa que ha dominado progresivamente el continente desde los despachos del poder de Bruselas.


Sunday, August 21, 2016

El boom económico británico se mantiene tras Brexit

El panorama es optimista para el Reino Unido: disminución del desempleo, aumento de las ventas y precios estables

(venturebeat)
“Los primeros datos económicos tras el Brexit muestran que no existe señal de un colapso económico inmediato”.(venturebeat)
En un artículo publicado este viernes 19 de agosto en el diario The Telegraph, se señala que la estabilidad económica británica se mantiene tras la decisión del Reino Unido de separarse de la Unión Europea, y la situación está mejorando, a pesar del Brexit.
La nota, que se titula Brexit boom: las cinco cifras que muestran que Reino Unido escapó del apocalipsis económico, revela que la situación económica de Gran Bretaña está bastante estable e incluso mejor de lo que estaba antes: “Los primeros datos económicos de julio —el mes luego del Brexit— fueron publicados esta semana y muestran que no existe señal de un colapso económico inmediato”, se lee en el artículo.
El desempleo ha disminuido, los precios están estables, los inversionistas seguros y el gobierno tuvo un superávit presupuestario en julio. Estas son algunas de las cosas que han sucedido tras el «alarmante Brexit».
Estas son las cifras que señala The Telegraph:



Disminución del desempleo

De acuerdo con los datos económicos publicados, “el número de personas que solicitó beneficios relacionados con el desempleo se redujo en julio en 8.600”; pasó a ser 736.300.
Asimismo, de acuerdo con la Oficina Nacional de Estadísticas, hubo un aumento sustancial del empleo en Reino Unido y una disminución del desempleo de 52.000 entre junio, julio y agosto. Esto indica que no hubo, de ninguna manera, un impacto negativo en el empleado a raíz del referéndum.
En estos momentos el desempleo está en su punto más bajo desde 2005 y, en un positivo contraste, la tasa de empleo está en su punto más alto desde 1971.
No obstante, el artículo sí señala que las tasas de contratación pudieron haber tenido una leve disminución tras el Brexit.

Aumento del gasto del consumidor

Los consumidores en Reino Unido salieron a comprar de forma desaforada: de acuerdo con las cifras, las ventas crecieron hasta 5,9 % en julio de este año, comparado con el mismo mes de 2015.
Particularmente, se disparó la venta de bienes como relojes o joyas, así como los zapatos y artículos vintage.
Sin embargo, señala la nota, es posible que ese aumento de las compras y las ventas se haya debido, en parte, a la caída que tuvo la libra luego del Brexit. Es posible que, debido a que la moneda estaba más barata, los turistas hayan aprovechado.
De acuerdo con economistas, son los consumidores los que deberían ayudar y garantizar estabilidad a los empresarios que están preocupados por los resultados del referéndum.

Los precios se mantienen estables

A pesar de lo que se esperaba, la economía británica se mantiene bastante estable. Según The Telegraph, los precios, que el año anterior al referéndum habían aumentado, se mantuvieron firmes luego del Brexit. Sólo hubo un aumento de 0,6%, en contrate con lo que esperaba el Banco de Inglaterra: 2%.
Durante los doce meses antes de junio de este año, hubo un aumento general del sueldo de 2,4%, y el poder adquisitivo del trabajador aumentó 1,9% durante ese año —”una señal positiva para las familias británicas y para la economía”.
Ciertamente, la inflación subió 0,5% hasta junio de este año, y en julio llegó a 0,6%. Pero esto aún es insignificante con respecto al crecimiento del poder adquisitivo del consumidor.

El déficit presupuestario descendió

De acuerdo con Oficina Nacional de Estadísticas, el préstamo del gobierno ha disminuido fuertemente desde agosto de 2015. Según se indica, al sumar el financiamiento neto más el del sector público el resultado es de 75,3 millones de libras; en contraste, en agosto de 2016 la cifra disminuyó a 23,7 millones de libras.
Esta caída es parte de la decisión del gobierno de abandonar el plan anterior de mantener un excedente presupuestal. Y las cifras del endeudamiento de julio revelan los primeros resultados de eso.
Además, la Tesorería, la cual maneja un superávit de un millón de libras —recibe más impuestos de los que gasta— tuvo una disminución de 0,2 millones de libras en comparación con julio de 2015.

El pronóstico es que no hay ni habrá recesión

El último pronóstico económico de la agencia crediticia Moddy’s, predice que la economía del Reino Unido se ralentizará moderadamente, pero no existe posibilidad de que entre en recesión.
De hecho, Moodys publica unas cifras bastante optimistas: se espera un crecimiento de 1,5% durante este año, y de 1,2% en el 2017 —un crecimiento lento y moderado; pero que evidencia una estabilidad impensable y, además “si

El boom económico británico se mantiene tras Brexit

El panorama es optimista para el Reino Unido: disminución del desempleo, aumento de las ventas y precios estables

(venturebeat)
“Los primeros datos económicos tras el Brexit muestran que no existe señal de un colapso económico inmediato”.(venturebeat)
En un artículo publicado este viernes 19 de agosto en el diario The Telegraph, se señala que la estabilidad económica británica se mantiene tras la decisión del Reino Unido de separarse de la Unión Europea, y la situación está mejorando, a pesar del Brexit.
La nota, que se titula Brexit boom: las cinco cifras que muestran que Reino Unido escapó del apocalipsis económico, revela que la situación económica de Gran Bretaña está bastante estable e incluso mejor de lo que estaba antes: “Los primeros datos económicos de julio —el mes luego del Brexit— fueron publicados esta semana y muestran que no existe señal de un colapso económico inmediato”, se lee en el artículo.
El desempleo ha disminuido, los precios están estables, los inversionistas seguros y el gobierno tuvo un superávit presupuestario en julio. Estas son algunas de las cosas que han sucedido tras el «alarmante Brexit».
Estas son las cifras que señala The Telegraph:


Tuesday, August 9, 2016

Brexit: Individualismo > Nacionalismo > Globalismo

EU 
La descentralización y la devolución de poder estatal son siempre algo bueno, independientemente de las motivaciones detrás de esos movimientos.
Hunter S. Thompson, mirando atrás a la contracultura de los 60 en San Francisco, lamentaba el fin de esa era y su imaginaria inocencia infantil florida:
Así que ahora, menos de cinco años después, se puede subir a una colina empinada en Las Vegas y mirar a poniente y con la mirada correcta casi se puede ver la marca de la marea: ese lugar donde rompió finalmente la ola y se retiró.


¿El voto del Brexit de hoy, gane o pierda, marcará igualmente el lugar en el que la en un momento inevitable marcha de del globalismo empiece a retroceder? ¿Ha llegado la gente normal del mundo al punto en el que las preguntas reales acerca de la autodeterminación se han hecho tan agudas que ya no pueden ignorarse?
El globalismo, defendido casi exclusivamente por las élites políticas y económicas, ha sido la fuerza dominante en occidente durante cien años. La Primera Guerra Mundial y la Sociedad de Naciones crearon el marco para las expediciones militares multinacionales, mientras que la creación del Banco de la Reserva Federal preparó el terreno para que el dólar de EEUU acabara convirtiéndose en la divisa mundial de reserva. Los programas públicos progresistas en los países occidentales prometían un modelo de universalismo después de la destrucción de Europa. Derechos humanos, democracia y visiones sociales ilustradas iban a servir ahora como señas de identidad de una Europa postmonárquica y unos EEUU en auge.
Pero el globalismo nunca fue liberalismo, ni pretendía serlo por parte de sus constructores. Esencialmente, el globalismo siempre ha significado el gobierno por élites no liberales bajo el disfraz de la democracia de masas. Siempre ha sido característicamente antidemocrático y antilibertad, aunque pretendiera representar la liberación de los gobiernos represivos y la pobreza.
El globalismo no es simplemente, como afirman sus defensores, el resultado inevitable de la tecnología moderna aplicada a la comunicación, el comercio y el transporte. No es “el mundo haciéndose más pequeño”. En realidad, es una ideología y una visión del mundo que debe imponerse por medios estatista y corporativistas. Es la religión cívica de personas llamadas Clinton, Bush, Blair, Cameron y Lagarde.
Sí, los libertarios defienden un comercio global sin restricciones. Incluso marginalmente, el libre comercio incuestionablemente ha creado enorme riqueza y prosperidad para millones de personas en el mundo. Comercio, especialización y comprensión de la ventaja comparativa han hecho más por aliviar la pobreza que un millón de Naciones Unidas o Fondos Monetarios Internacionales.
Pero la UE, el GATT, la OMC, el NAFTA, el TPP y toda la sopa de letras de planes comerciales son impedimentos completamente iliberales disfrazados de libertad comercial real. De hecho, el verdadero libre comercio es una ley unilateral con una sola frase: El país X, a partir de ahora elimina todas las tasas, impuestos y aranceles de importación sobre todos los bienes Y del país Z.
Y, como explica Godfrey Bloom, la Unión Europea es principalmente una zona aduanera, no una zona de libre comercio. No es necesaria una burocracia en Bruselas para aplicar simples reducciones arancelarias paneuropeas. Sin embargo, es necesaria para empezar a construir lo que de verdad demanda el globalismo: un gobierno europeo de facto, completado con densas normas regulatorias y fiscales, cuerpos cuasijudiciales, un incipiente ejército y una mayor subordinación de las identidades nacionales, lingüísticas y culturales.
Lo que nos lleva a la votación del Brexit, que ofrece a los británicos mucho más que únicamente una oportunidad de despegarse del proyecto político y monetario de una UE condenada. Es una oportunidad para frustrar al gigante, al menos por un periodo, y reflexionar sobre la vía actual. Es una oportunidad de hacer un disparo que resuene en todo el mundo, de desafiar la certidumbre de la explicación de que “el globalismo es inevitable”. Es la última oportunidad de Reino Unido para plantear (en un momento en el que incluso preguntar es un acto de rebelión) la pregunta política más importante de nuestros tiempos o de cualquier tiempo: ¿quién decide?
Ludwig von Mises entendía que la autodeterminación es el objetivo fundamental de la libertad, del liberalismo real. Es verdad que los libertarios no deberían preocuparse por la “soberanía nacional” en sentido político, porque los gobiernos no son reyes soberanos y nunca deberían considerarse como dignos de determinar el curso de nuestras vidas. Pero también es verdad que cuanto más atenuada esté la relación entre el individuo y el ente que pretende gobernarlo, menos control (autodeterminación) tiene el individuo.
Por citar a Mises, de su clásico (en alemán) de 1927, Liberalismo:
Si fuese posible de alguna manera conceder este derecho de autodeterminación a toda persona individual, tendría que hacerse así.
En definitiva, el Brexit no es un referéndum sobre comercio, inmigración o las reglas técnicas promulgadas por el (terrible) Parlamento Europeo. Es un referéndum sobre la nacionalidad, que está un paso alejada del globalismo y cerca de la autodeterminación individual. Los libertarios deberían considerar la descentralización y devolución de los poderes estatales como algo bueno, como siempre, independientemente de las motivaciones de dichos movimientos. Reducir el tamaño y ámbito de cualquier dominio uniestatal (o multinacional) es decididamente saludable para la libertad.

Brexit: Individualismo > Nacionalismo > Globalismo

EU 
La descentralización y la devolución de poder estatal son siempre algo bueno, independientemente de las motivaciones detrás de esos movimientos.
Hunter S. Thompson, mirando atrás a la contracultura de los 60 en San Francisco, lamentaba el fin de esa era y su imaginaria inocencia infantil florida:
Así que ahora, menos de cinco años después, se puede subir a una colina empinada en Las Vegas y mirar a poniente y con la mirada correcta casi se puede ver la marca de la marea: ese lugar donde rompió finalmente la ola y se retiró.