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Friday, July 29, 2016

Entierren el pacto de estabilidad y crecimiento

Juan Ramón Rallo dice que si el Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la Unión Europea solo sirve como herramienta de propaganda acerca de una austeridad fiscal que realmente no existe, pues que mejor sería enterrarlo.

Juan Ramón Rallo es Director del Instituto Juan de Mariana (España) y columnista de ElCato.org. Juan Ramón obtuvo el tercer lugar en nuestro primer concurso de ensayos, Voces de Libertad 2008.
El Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC) fue suscrito en 1997 por los gobiernos europeos como acuerdo recíproco de buena fe: todos los Estados de la futura Eurozona se comprometían a mantener sus finanzas públicas en orden para que sus colegas no tuvieran que acudir en ningún momento a su rescate. La condición era bien sencilla: ningún Estado podía mantener sostenidamente déficits públicos superiores al 3% del PIB y, en caso de que lo hiciera, se le abriría un protocolo correctivo que, de incumplirse, concluiría con la imposición de una sanción de hasta el 0,2% de su PIB.



Por desgracia, el PEC ha sido sistemáticamente vulnerado por todos los países firmantes sin repercusión alguna: desde 1997, los miembros de la Eurozona se lo han saltado en 165 ocasiones. A la cabeza de incumplidores se halla Grecia, seguida de Portugal y de Francia. Nunca, sin embargo, se ha impuesto a nadie castigo alguno. A la postre, el régimen sancionatorio no opera automáticamente, sino que debe pasar por el filtro politizado de la Comisión Europea: un filtro donde no se valoran los aspectos técnicos de la controversia (el grado real de incumplimiento) sino los intereses políticos en liza.
Son esos intereses políticos los que han permitido que el Reino de España se libre de una sanción que objetivamente merecía atendiendo a la textualidad del PEC. Al cabo, nuestro gobierno, primero con el PSOE y luego con el PP, no se ha ajustado a los objetivos de déficit marcados por el protocolo correctivo del PEC durante ningún ejercicio a partir de 2009. Es verdad que desde entonces hemos logrado recortar de manera apreciable nuestro desequilibrio presupuestario, pero lo hemos hecho a un ritmo exasperantemente lento y, en buena medida, merced a los favorables vientos de cola: el déficit público estructural —aquel que no depende de la coyuntura económica sino de la arquitectura presupuestaria de carácter más permanente— sólo se ha reducido en dos ocasiones —2010 y 2012— e incluso volvió a aumentar en el año 2015 como consecuencia de unas rebajas impositivas que no fueron acompañadas de los imprescindibles recortes de gasto.
En definitiva, nada de lo que sentirnos orgullosos. Hemos esquivado la sanción consiguiendo en los despachos aquello que no pudimos lograr desde el presupuesto estatal. Lejos de haber recortado el déficit en las cuentas públicas, lo hemos consolidado a costa de continuar endeudando a los españoles con la complicidad de nuestros socios comunitarios. No nos hemos librado de la multa del profesor por ser alumnos aplicados, sino porque el profesor está predispuesto a dejarse corromper por los discentes indisciplinados.
Ahora, alejada la espada de Damocles de la sanción, queda lo verdaderamente complicado para el Ejecutivo español: dejar de intrigar entre bambalinas y pasar a cumplir con el calendario de reducción del déficit por primera vez en siete años. En apenas año y medio deberemos recortar el déficit más de lo que lo hemos hecho en los tres años que han transcurrido desde 2013 a 2015. Mas, si finalmente el gobierno alcanzara tan saludable resultado, desde luego no sería por la inexistente presión que ha ejercido el PEC.
Y es que, a estas alturas, debería ser obvio que este pacto comunitario sólo constituye un artilugio institucional para engañar a los ciudadanos europeos haciéndoles creer que nuestros manirrotos gobernantes mantienen un escrupuloso compromiso con una austeridad fiscal que, en verdad, no respetan. Quizá haya llegado el momento de levantar acta de defunción y de enterrar ese falsario PEC: si solo lo utilizan como herramienta propagandística y no como marco normativo al que someterse, de nada bueno sirve.

Entierren el pacto de estabilidad y crecimiento

Juan Ramón Rallo dice que si el Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la Unión Europea solo sirve como herramienta de propaganda acerca de una austeridad fiscal que realmente no existe, pues que mejor sería enterrarlo.

Juan Ramón Rallo es Director del Instituto Juan de Mariana (España) y columnista de ElCato.org. Juan Ramón obtuvo el tercer lugar en nuestro primer concurso de ensayos, Voces de Libertad 2008.
El Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC) fue suscrito en 1997 por los gobiernos europeos como acuerdo recíproco de buena fe: todos los Estados de la futura Eurozona se comprometían a mantener sus finanzas públicas en orden para que sus colegas no tuvieran que acudir en ningún momento a su rescate. La condición era bien sencilla: ningún Estado podía mantener sostenidamente déficits públicos superiores al 3% del PIB y, en caso de que lo hiciera, se le abriría un protocolo correctivo que, de incumplirse, concluiría con la imposición de una sanción de hasta el 0,2% de su PIB.


Wednesday, June 22, 2016

Soberanía y globalización

Manuel Suárez-Mier considera que es más probable que la Unión Europea evolucione hacia una mejor unión si Reino Unido permanece dentro de ella.

Manuel Suárez-Mier es Profesor de Economía de American University en Washington, DC.
Algunos estimados lectores cuestionaron lo que ellos leyeron como una defensa a ultranza de la permanencia del Reino Unido (RU) en la Unión Europea (UE) en mi última columna, enfatizando la pérdida de soberanía que implica ser parte de una alianza política como la UE y la merma en el dominio de la democracia nacional.
Cualquier agrupación internacional a la que pertenezca un país, ya sea la ONU, la OEA, la OMC, el FMI y el TLC de Norteamérica implica ceder soberanía a cambio de los beneficios de pertenecer al ente multilateral, lo que el electorado de cada nación soberana debe ponderar de manera informada.
Yo no tengo duda que un análisis que evalúe costos y beneficios de pertenecer a entidades multilaterales, hallará casos claros en que los beneficios exceden por mucho a los costos, como el TLC que integró los sistemas productivos de México, Canadá y EE.UU., y convirtió a Norteamérica en la región más competitiva del orbe.



¿Hay instituciones multilaterales en las que los costos superan a los beneficios? Por supuesto, las que se sustentan en bases precarias y supuestos falsos. La lista de entidades fracasadas es larga e incluye a casi todos los intentos de integración en Latinoamérica pues los países querían seguir siendo proteccionistas.
Tal fue el caso de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) que intentó copiar lo que hizo Europa con el Tratado de Roma que creó el Mercado Común Europeo —antecedente de la UE—, y que fracasó completamente pues lo países nunca tuvieron la intención de abrir sus economías a la competencia regional.
En el caso de la decisión que los habitantes del RU tomarán el jueves, creo que ponderando costos y beneficios, éstos son mayores porque a pesar de los excesos y la burocracia de la UE, sus logros son fantásticos si se le compara con la situación prevaleciente antes del proceso de integración regional.
Me parece incomprensible cómo uno de los grupos más decididos a favor de la salida de la EU, sean los mayores de 60 años —51% frente a 34% y 9% de indecisos. ¿Ya se les olvidó el precario nivel de vida que padecía la clase media del RU antes de su acceso a la UE en 1973 y de las reformas de Margaret Thatcher en los 1980s?
Yo fui por primera vez a Europa en 1969. Me sorprendió el relativo estancamiento y pesimismo que percibí en Bélgica e Inglaterra, donde pasé un mes estudiando sus instituciones, pero me asombró el atraso de España frente a un México pujante, que crecía con celeridad y que estaba construyendo una excelente infraestructura.
También me llama la atención que la mayoría de los conservadores, el partido del Primer Ministro David Cameron quien hace una intensa campaña para permanecer en la UE, esté en contra en proporciones similares a los viejitos, mientras que los miembros del Partido Laborista apoyen permanecer, 59% frente a 32%, aunque su líder, el comunista Jeremy Corbyn, vea a la UE como una conspiración capitalista.
El debate sobre la membresía del RU en la UE me recuerda la intensa polémica que tuvimos en los 1990s cuando yo defendía el TLC en los términos planteados, frente a opositores como Jorge G. Castañeda que deseaban una asociación más organizada, como la UE, pues ello canalizaría a México cuantiosos recursos para su desarrollo.
Mi argumento entonces era que el TLC era la opción más avanzada de integración económica susceptible de aprobarse en el Congreso de EE.UU., donde las opciones más radicales —unión aduanera o mercado común— no tenían la menor posibilidad política, y el solo proponerlas culminaría en un fracaso grave.
Lo que la UE requiere hoy, que sufre el desencanto de muchos de los habitantes de sus países miembros, es revisar el principio que “hay que avanzar hacia una unión más perfecta”, siempre regida por la élite que ha manejado su evolución y hoy controla sus instituciones. Ello será más fácil con el RU dentro y no fuera.

Soberanía y globalización

Manuel Suárez-Mier considera que es más probable que la Unión Europea evolucione hacia una mejor unión si Reino Unido permanece dentro de ella.

Manuel Suárez-Mier es Profesor de Economía de American University en Washington, DC.
Algunos estimados lectores cuestionaron lo que ellos leyeron como una defensa a ultranza de la permanencia del Reino Unido (RU) en la Unión Europea (UE) en mi última columna, enfatizando la pérdida de soberanía que implica ser parte de una alianza política como la UE y la merma en el dominio de la democracia nacional.
Cualquier agrupación internacional a la que pertenezca un país, ya sea la ONU, la OEA, la OMC, el FMI y el TLC de Norteamérica implica ceder soberanía a cambio de los beneficios de pertenecer al ente multilateral, lo que el electorado de cada nación soberana debe ponderar de manera informada.
Yo no tengo duda que un análisis que evalúe costos y beneficios de pertenecer a entidades multilaterales, hallará casos claros en que los beneficios exceden por mucho a los costos, como el TLC que integró los sistemas productivos de México, Canadá y EE.UU., y convirtió a Norteamérica en la región más competitiva del orbe.


Tuesday, June 21, 2016

Brexit en contexto

Michael Spence, a Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at NYU’s Stern School of Business, Distinguished Visiting Fellow at the Council on Foreign Relations, Senior Fellow at the Hoover Institution at Stanford University, Academic Board Chairman of the Asia Global Institute in Hong … read more
 
MILÁN – No creo que los extranjeros hagan un aporte positivo cuando pronuncian opiniones fuertes sobre cómo los ciudadanos de un país, o los de una unidad mayor como la Unión Europea, deberían decidir frente a una opción política importante. Nuestras percepciones, basadas en la experiencia internacional, a veces pueden resultar útiles; pero no debería existir ninguna confusión respecto de la asimetría de los roles.
Esto es particularmente válido en lo que concierne al referendo británico sobre si seguir formando parte de la UE o no. A escasos días de la votación, el resultado es demasiado reñido, y parece haber suficientes votantes indecisos como para inclinar la balanza hacia un lado o hacia el otro. Pero en un momento en el que la fragmentación política y social se extiende mucho más allá de Europa, los extranjeros tal vez puedan sumar cierta perspectiva sobre lo que realmente está en juego. 


En primer lugar, no debería sorprender que, en términos de la distribución del ingreso, la riqueza y los costos y beneficios de un cambio estructural forzado, los patrones de crecimiento en la mayor parte del mundo desarrollado hayan sido problemáticos en los últimos 20 años. Sabemos que la globalización y algunos aspectos de la tecnología digital (particularmente aquellos relacionados con la automatización y la desintermediación) han contribuido a la polarización del empleo y el ingreso, ejerciendo una presión sostenida sobre la clase media en todos los países.
En segundo lugar, la crisis en curso en Europa (más parecida a una enfermedad crónica) ha mantenido el crecimiento en niveles demasiado bajos y el desempleo -especialmente el desempleo juvenil- en niveles inaceptablemente altos. Y Europa no es la única. En Estados Unidos, si bien la tasa formal de desempleo ha caído, los fracasos de gran escala en términos de inclusión han alimentado el desencanto -tanto de la izquierda como de la derecha- con los patrones y las políticas de crecimiento que parecen beneficiar desproporcionadamente a los ciudadanos de mayores ingresos.
Dada la magnitud de las recientes sacudidas económicas, los ciudadanos de los países desarrollados podrían estar más felices si hubiera pruebas de un esfuerzo concertado -basado en una repartición genuina de la carga- para hacer frente a estas cuestiones. En el contexto de Europa, eso implicaría un esfuerzo multinacional.
Pero, en general -y, nuevamente, en todo el mundo desarrollado- han faltado respuestas efectivas. Los bancos centrales se quedaron prácticamente solos con objetivos que exceden la capacidad de sus herramientas e instrumentos, mientras que elementos de la elite esperan la oportunidad de culpar a los responsables de las políticas económicas por el mal desempeño económico.  
Frente a respuestas de políticas no monetarias que son entre deficientes e inexistentes en relación a la magnitud de los desafíos que enfrentamos, la respuesta natural en una democracia es reemplazar a los que toman las decisiones e intentar algo diferente. Después de todo, la democracia es un sistema para la experimentación, así como para la expresión de la voluntad de los ciudadanos. Por supuesto, los "nuevos" tal vez no sean mejores y hasta podrían ser peores -quizá significativamente peores.
En tercer lugar, la UE enfrenta, de una manera más severa, un problema que afecta a gran parte del mundo desarrollado: fuerzas poderosas que operan más allá del control de las autoridades electas están forjando las vidas de los ciudadanos, haciéndolos sentirse impotentes. Pero si bien todos los países deben lidiar con los desafíos de la globalización y el cambio tecnológico, elementos importantes de la gobernancia en la UE están más allá del alcance de las instituciones democráticas, al menos aquellas que la gente entiende y con las que se relaciona.
Esto no quiere decir que la gobernancia local esté libre de problemas. No lo está. La corrupción, los intereses especiales y la simple incompetencia son problemas comunes. Pero la gobernancia democrática es en principio reparable, y las defensas y contramedidas institucionales en verdad existen.
La situación en la eurozona es particularmente inestable, debido al creciente alejamiento de los ciudadanos de una elite distante y tecnócrata; la ausencia de mecanismos de ajuste económico convencionales (tipos de cambio, inflación, inversión pública y demás); y las restricciones ajustadas para las transferencias fiscales, que envían señales poderosas respecto de los límites reales de la cohesión.
El Brexit es una parte de este drama mayor. Tiene que ver esencialmente con la gobernancia, no con la economía. Desde un punto de vista estrictamente económico, los riesgos tanto para el Reino Unido como para el resto de la UE están casi absolutamente a la baja. Pero si eso fuera lo único que contara, el resultado sería una conclusión inevitable a favor de quedarse. 
La verdadera cuestión -la autogobernancia efectiva e inclusiva- no es fácil de enfrentar en ninguna parte, porque las fuerzas como la disrupción tecnológica no respetan fronteras nacionales. En parte, los británicos votan sobre si su capacidad para navegar en estas aguas turbulentas mejora o se ve reducida si siguen siendo miembros de la UE. Pero también está en juego una cuestión más fundamental de identidad política -como sucedió en el referendo por la independencia de Escocia en 2014.
Algunos británicos (quizás inclusive una mayoría), y muchos otros ciudadanos de la UE, siguen queriendo que las generaciones futuras se piensen a sí mismas como europeas (aunque con un orgulloso origen británico, alemán o español) y estén preparadas para intentar nuevamente una reforma de las estructuras de gobernancia de Europa. Y hacen bien en pensar que el mundo sería un lugar mucho mejor con una Europa unida y democrática como una fuerza importante tanto para la estabilidad como para el cambio.
Esa es mi esperanza, aunque puede parecer una expresión de deseo. Más allá del resultado del referendo del Brexit (como muchos extranjeros, espero que Gran Bretaña vote para quedarse y abogue por una reforma generada desde adentro), el voto británico, junto con tendencias políticas centrífugas fuertes y similares en otras partes, debería generar una reconsideración importante de las estructuras de gobernancia y acuerdos institucionales europeos. El objetivo debería ser restablecer una sensación de control y responsabilidad ante los electorados.
Ese sería un buen desenlace en el largo plazo. Exigiría un liderazgo inspirado en todos los rincones de Europa -incluido el gobierno, las empresas, la mano de obra organizada y la sociedad civil así como un compromiso renovado con la integridad, la inclusión, la responsabilidad y la generosidad-. Es un reto monumental; pero no un desafío imposible de cumplir.

Brexit en contexto

Michael Spence, a Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at NYU’s Stern School of Business, Distinguished Visiting Fellow at the Council on Foreign Relations, Senior Fellow at the Hoover Institution at Stanford University, Academic Board Chairman of the Asia Global Institute in Hong … read more
 
MILÁN – No creo que los extranjeros hagan un aporte positivo cuando pronuncian opiniones fuertes sobre cómo los ciudadanos de un país, o los de una unidad mayor como la Unión Europea, deberían decidir frente a una opción política importante. Nuestras percepciones, basadas en la experiencia internacional, a veces pueden resultar útiles; pero no debería existir ninguna confusión respecto de la asimetría de los roles.
Esto es particularmente válido en lo que concierne al referendo británico sobre si seguir formando parte de la UE o no. A escasos días de la votación, el resultado es demasiado reñido, y parece haber suficientes votantes indecisos como para inclinar la balanza hacia un lado o hacia el otro. Pero en un momento en el que la fragmentación política y social se extiende mucho más allá de Europa, los extranjeros tal vez puedan sumar cierta perspectiva sobre lo que realmente está en juego. 

Thursday, June 16, 2016

Los crecientes fracasos de la Unión Europea y 'Brexit'

Marian L. Tupy señala los fracasos de la Unión Europea (UE), los cuales han provocado una mayor resistencia a ella y una mayor probabilidad de su disolución.

Marian L. Tupy es analista de políticas públicas del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute y editor del sitio Web www.humanprogress.org.
Desde sus humildes inicios, la Unión Europea (UE) se ha vuelto una entidad supra-nacional que al menos superficialmente se asemeja a un estado federal, pero que carece de un poder soberano. Tiene su propia bandera, himno, moneda, presidente (cinco de ellos, de hecho) y su servicio diplomático. Hoy, la UE está tratando de obtener nuevos poderes, mientras que, paradójicamente, también se enfrenta a una creciente oposición y una creciente probabilidad de colapso. ¿Cómo llegó a esa posición la UE? Para comprender el dilema de la UE, considere sus fracasos pasados y actuales.



La UE nació en 1958, cuando seis países europeos occidentales crearon una zona de comercio libre denominada la Comunidad Económica Europea (CEE). Hay un consenso abrumador entre economistas de que el libre comercio estimula el crecimiento económico. De hecho, ningún país alguna vez se ha vuelto rico estando aislado. No obstante, el impacto de la CEE sobre el crecimiento en Europa Occidental no debería ser subestimado. Los aranceles dentro de Europa sobre los productos no fueron removidas hasta 1968. Como resultado de esto, las reformas domésticas, tales como la liberalización de Ludwig Erhard de la economía de Alemania Occidental en 1948, fueron mucho más importantes para la recuperación posterior a la guerra que la inexistente CEE.
Además, tenga en cuenta que la liberalización del comercio interno de Europa se estaba dando en conjunto con la liberalización comercial a nivel mundial. Este último proceso, que solía ser llamado el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio y que ahora se llama la Organización Mundial del Comercio, empezó en 1947 —ante la insistencia de EE.UU.
Con el tiempo, el comercio interno de la UE se ha vuelto menos, no más, importante para la prosperidad europea. Los costos de las comunicaciones, las transferencias financieras y el transporte se han reducido considerablemente desde la Segunda Guerra Mundial, haciendo del comercio global cada vez más lucrativo para empresas individuales —estén o no en la UE. El comercio entre EE.UU. y la UE, por ejemplo, continúa creciendo, aún cuando no hay un acuerdo de libre comercio entre los dos. De igual forma, las exportaciones británicas a la UE están creciendo a un paso menor que las exportaciones británicas a los países que no son miembros de la UE.
Además, los beneficios económicos del comercio interno de Europa han sido socavados por un diluvio de regulaciones excesivas provenientes de Bruselas. A diferencia de la creencia popular, que sostiene que la integración y la prosperidad van de la mano, el crecimiento en Europa Occidental ha caído conforme la integración europea aumentó (ver gráfico). Hoy, gran parte de Europa simplemente no está creciendo.
Algunos de los problemas de Europa no están relacionados con la UE y están más bien relacionados con una demografía cambiante —bajas tasas de natalidad y una población que envejece. Aún así Europa también ha sufrido de heridas auto-infligidas. Las regulaciones en exceso, las que sofocan el crecimiento europeo, es solo una de ellas. Hay otras políticas destructivas también.

Fuente: Angus Maddison, Statistics on World Population, PIB y PIB per cápita, 1-2008 DC, obtenido el 16 de mayo de 2016.
* Las cifras para los 15 de la UE no contienen datos para Luxemburgo.
La Política Agrícola Común (CAP, por sus siglas en inglés), por ejemplo, ha resultado en montañas de mantequilla y lagos de leche. Estos luego fueron destruidos o arrojados en mercados del Tercer Mundo, donde socavaron a los productores locales. En conjunto con la CAP estuvo la Política Común de Pesca que, en lugar de preservar el stock de pesca de Europa mediante un sistema de cuotas, casi acabó con este. Un estudio holandés, por ejemplo, encontró que, para mantener sus cuotas, por cada tonelada de pescado destinado al consumo, los pescadores lanzaban “dos a cuatro toneladas de pescados muertos” al mar.
Los Fondos Estructurales y de Cohesión, un sistema de pagos transferidos que utilizó el dinero de los contribuyentes en los países ricos para intentar de fomentar el crecimiento y el empleo en el sur sub-desarrollado de Europa, se volvió un despilfarro legendario de mala asignación y corrupción financieras. La Corte Europea de Auditores se ha negado a aprobar el presupuesto de la UE en aproximadamente 20 años consecutivos —citando irregularidades.
El euro se suponía que debería haber conducido a un mayor crecimiento, desempleo más bajo, y mayor competitividad y prosperidad. Según “50 economistas distinguidos” que fueron reunidos por el pro-UE Centro para la Reforma Europea, “hay un consenso amplio de que el euro había sido una decepción: el desempeño económico de la unión monetaria había sido muy pobre, y en lugar de unir a los estados-miembros de la UE y fomentar un sentido más estrecho de unidad y de identidad común, el euro ha dividido a los países y erosionado la confianza en la UE”.
En retrospectiva, debería ser claro que la Eurozona fue mal concebida. Sus miembros se han comprometido a mantener niveles manejables de deuda (límite de un 60 por ciento del PIB) y déficits (límite de un máximo de 3 por ciento al año). Lo que la faltó a la Eurozona fue un mecanismo de cumplimiento creíble. De hecho, algunos de los miembros más grandes de la Eurozona, incluyendo a Francia y Alemania, rompieron sus compromisos en cuanto a la deuda y el déficit poco después del lanzamiento de la moneda común. Otros países hicieron lo mismo.
Todavía peor, la membrecía en la Eurozona ha permitido que algunas de las economías peor manejadas en Europa expandan masivamente sus deudas aprovechándose de las tasas de interés históricamente bajas. Los mercados le prestaron dinero al Sur de Europa, esperando que, si los problemas surgían, estos serían rescatados. Los mercados estaban en lo correcto. Por lo tanto, cuando colapsaron las economías sureñas, sus acreedores —principalmente bancos europeos— fueron rescatados causando un costo masivo al contribuyente europeo. Como siempre, un problema que fue creado por una integración más profunda ha llevado a llamados de “más Europa” y el establecimiento de una “unión fiscal”.
En los últimos años, otro problema serio ha surgido: la inmigración descontrolada de proveniente de África y de Oriente Medio. Mientras que la inmigración puede ser beneficiosa, los países europeos generalmente han sido poco exitosos en integrar a los extranjeros. Algo de ese fracaso tiene que ver con políticas estatales, como extensivas provisiones sociales y restricciones en el mercado laboral que mantienen a los inmigrantes fuera de la fuerza laboral, y algunas tienen que ver con un entendimiento particularmente europeo de la nacionalidad, que está basado en etnicidad, no ciudadanía.
Para bien o para mal, la política migratoria de a través de Europa, que ha permitido grandes flujos entrantes de extranjeros que ahora Bruselas está tratando de “redistribuir” forzadamente entre los estados miembros, ha tenido éxito en despertar un nivel épico de resentimiento.
El rescate del euro y el mal manejo de la crisis migratoria han puesto de relieve uno de los menos apreciados, aunque más influyentes aspectos negativos de la integración europea: el ataque al Estado de Derecho.
El Artículo 125 del Tratado de Lisboa establece, claramente, que cada estado miembro de la UE es responsable de sus propias deudas. Es inconcebible que la Eurozona hubiese nacido alguna vez sin esa estipulación vital, que fue necesaria para calmar preocupaciones en el electorado alemán.
Además, el Artículo 123 prohíbe al Banco Central Europeo (BCE) comprar bonos soberanos en mercados primarios y bonos soberanos en mercados secundarios —si lo último se hace por motivos fiscales en lugar de monetarios. Bruselas y Frankfurt ignoraron ambas estipulaciones para mantener a Grecia dentro de la Eurozona.
De igual forma, la Regulación de Dublín especifica que las aplicaciones de asilo por parte de aquellos que buscan protección en la UE en virtud de la Convención de Ginebra deben ser examinados y procesados en el punto de ingreso, lo que significa que deben ser evaluados por el primer estado miembro de la UE que pisaron. Grecia, y en menor grado Italia, no han logrado satisfacer sus obligaciones y han permitido que cientos de miles, posiblemente millones, de personas que buscan asilo emigren a otros estados miembros, incluyendo Alemania. El gobierno alemán, en cambio, ha decidido de manera unilateral darle la bienvenida a estos inmigrantes solo para demandar que sean proporcionalmente distribuidos entre otros países de la UE.
Dejando a un lado las cuestiones humanitarias, incluso los estados miembros de la UE que nunca recibieron personas que buscaban asilo en primer lugar, y que no fueron consultados al momento de “permitirles” entrar a la UE en general, ahora están siendo obligados a acomodarlos. Los estados miembros han respondido a las amenazas de la UE incumpliendo con sus obligaciones con el área Schengen y erigiendo barreras para mantener a los inmigrantes fuera —exacerbando así el ataque al Estado de Derecho en Europa.
Conforme Gran Bretaña se prepara para votar acerca de su membrecía en la UE, es útil recordar no solo el éxito de la UE en reducir las barreras comerciales entre los países de la UE, sino también de los muchos fracasos de la UE, pues esta es la razón por la cual la membrecía continua de Gran Bretaña en la UE ya no es algo que se puede dar por sentado.

Los crecientes fracasos de la Unión Europea y 'Brexit'

Marian L. Tupy señala los fracasos de la Unión Europea (UE), los cuales han provocado una mayor resistencia a ella y una mayor probabilidad de su disolución.

Marian L. Tupy es analista de políticas públicas del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute y editor del sitio Web www.humanprogress.org.
Desde sus humildes inicios, la Unión Europea (UE) se ha vuelto una entidad supra-nacional que al menos superficialmente se asemeja a un estado federal, pero que carece de un poder soberano. Tiene su propia bandera, himno, moneda, presidente (cinco de ellos, de hecho) y su servicio diplomático. Hoy, la UE está tratando de obtener nuevos poderes, mientras que, paradójicamente, también se enfrenta a una creciente oposición y una creciente probabilidad de colapso. ¿Cómo llegó a esa posición la UE? Para comprender el dilema de la UE, considere sus fracasos pasados y actuales.