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Tuesday, November 29, 2016

¿El mercado y la globalización los culpables?


"La jubilación de la ex esposa de un líder socialista vociferante en contra de los privilegios de particulares, es una demostración más de que el poder también se busca para propio beneficio. Recordemos el caso cuando se vuelva a insistir en el viejo esquema de estatizar los ahorros para la vejez....".

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¿El mercado y la globalización los culpables?


"La jubilación de la ex esposa de un líder socialista vociferante en contra de los privilegios de particulares, es una demostración más de que el poder también se busca para propio beneficio. Recordemos el caso cuando se vuelva a insistir en el viejo esquema de estatizar los ahorros para la vejez....".

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Thursday, November 17, 2016

Los cuatro grandes frutos de la globalización

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Las crisis son tiempos de cambio y la tormenta financiera internacional que estalló en 2008, la más grave desde el crack del 29, no ha sido una excepción. Los diagnósticos erróneos y las soluciones fallidas que han adoptado buena parte de los países ricos para tratar de salir del atolladero, como las bajadas de tipos de interés, el aumento del gasto o las restricciones económicas, han dificultado enormemente la recuperación, provocando con ello un amplio descontento social respecto a los tradicionales partidos políticos que, por desgracia, se han ido materializando en peligrosos y nefastos populismos, tanto de izquierdas como de derechas.


Sin embargo, a pesar de las diferentes orientaciones ideológicas que presentan unos y otros, dichos movimientos comparten un denominador común: el proteccionismo en sus diferentes vertientes, tanto comercial (regreso a las políticas arancelarias) como laboral (miedo al inmigrante), y, por tanto, el rechazo a la globalización.
La victoria de Donald Trump en EEUU es el último reflejo de este nuevo panorama internacional, pero no el único. La victoria del Brexit en Reino Unido, el Gobierno antieuropeísta de Syriza en Grecia, el ascenso de Marine Le Pen en Francia y fuerzas de similar naturaleza en el centro y norte de Europa y, por supuesto, de Podemos en España, entre otros, ponen en cuestión los fundamentos de la UE -libre circulación de personas, bienes y capitales- y la progresiva apertura comercial que ha tenido lugar en las últimas décadas a lo largo y ancho de globo.
Más allá de sus evidentes consecuencias geopolíticas, el avance populista supone un importante riesgo para el futuro de la economía global. Lo que hoy se conoce como globalización no es más que el libre comercio de toda la vida. Tras la caída del Muro de Berlín en 1989, los países que fueron sometidos a la cruel bota del comunismo durante buena parte del siglo XX transitaron hacia el capitalismo y, poco a poco, empezaron a abrirse al exterior, incluida China, que ostenta la mayor población del planeta.
Los frutos de esa gradual y creciente globalización se pueden resumir en cuatro grandes hitos para el conjunto de la humanidad, cuya relevancia, sorprendentemente, es ignorada o desconocida por buena parte de la opinión pública.
1. La pobreza se hunde
El porcentaje de la población mundial que vive en una situación de pobreza extrema -menos de 1,9 dólares al día- ha caído del 35% existente en 1990 a tan sólo el 10% en 2013. En términos absolutos, el número de pobres ha bajado de 1.850 millones de personas a 750 millones en menos de 25 años. Es decir, la extensión del capitalismo global ha logrado sacar de la pobreza a 1.100 millones de personas, mientras que la población mundial ha crecido en cerca de 2.000 millones de individuos durante este mismo período.
La intensidad de este avance ha variado en función de la mayor o menor defensa del libre mercado que han protagonizado los distintos países, pero la pobreza ha caído de forma generalizada en todos los continentes, desde la Europa oriental hasta América Latina, Asia o el África subsahariana. Y lo más importante es que, de mantenerse este ritmo, la pobreza será un vestigio del pasado antes de 2030. Para esa fecha, siempre y cuando no se revierta esta tendencia globalizadora, ya no habrá pobres en el mundo… ¡Por primera vez en la historia de la humanidad!
2. La riqueza se duplica
Pero no sólo hay muchos menos pobres, sino que la gente vive cada vez mejor. El indicador más significativo en esta materia es que la renta media de la población mundial casi se ha duplicado desde los años 80, al pasar de 4.000 a casi 8.000 dólares por habitante. Si se echa la vista atrás, se observa que la renta per cápita ha subido desde los 600 dólares a principios del siglo XIX, en los inicios del capitalismo, hasta los cerca de 8.000 que se registran en la actualidad.
El caso de Occidente es, sin duda, el más llamativo, ya que Europa, EEUU, Canadá, Nueva Zelanda y Australia (WO en la gráfica) han visto cómo su nivel medio de ingresos ha pasado de tan sólo 1.300 dólares en 1820 a casi 30.000 en 2010. Pero también resulta muy relevante el salto del sudeste asiático, ya que en 1960 su renta per cápita era de apenas 1.000 dólares, inferior a la europea en 1820, mientras que medio siglo después ya roza los 10.000. Se mire por donde se mire, la población del planeta ha mejorado mucho sus condiciones de vida en los últimos 30 años, coincidiendo con la caída del comunismo.
3. La desigualdad se reduce
Y, puesto que la pobreza cae y la riqueza aumenta, la desigualdad mundial también se reduce. Tal y como refleja el siguiente gráfico, la línea verde (cuanto más rico, mayor igualdad) se sitúa por encima de las líneas roja (un mundo pobre) y azul (un mundo dividido entre países ricos y pobres).
En 1820, la mayoría del mundo vivía en la pobreza, con ingresos similares a los países más atrasados de África en la actualidad (alrededor de 500 dólares internacionales). Entonces, entre el 85% y el 95% de la población vivía en la pobreza absoluta.
En 1950, 150 años después, el mundo era mucho más desigual, puesto que había una gran diferencia entre países ricos (renta media de 5.000 dólares) y pobres (500 dólares per cápita). Los primeros eran 10 veces más ricos que los segundos.
A partir de ese momento y, muy especialmente, desde los años 90, la distribución volvió a cambiar radicalmente. Primero el sudeste asiático y después China y las exrepúblicas soviéticas comenzaron a abrirse al capitalismo y al mercado internacional, reduciéndose así la desigualdad de ingresos a nivel mundial. El mundo, por tanto, se ha vuelto más rico y menos desigual.
4. El número de guerras se desploma
Por último, otro dato muy poco conocido es que el comercio es la mayor garantía para la paz. Las guerras suelen ir precedidas de bloqueos y trabas comerciales entre los distintos países.
No es de extrañar, por tanto, que los períodos con menor número de conflictos bélicos entre las grandes potencias (Europa, EEUU, Japón, China, Rusia…) hayan coincidido también con las etapas de mayor apertura y libertad comercial, como fue buena parte del siglo XIX y la segunda mitad del XX. La UE, de hecho, nació inicialmente como solución a las guerras totales que destrozaron Europa el pasado siglo. Los países que comercian libremente no se matan entre sí.
En resumen, es innegable que la globalización ha traído consigo un mundo mucho más rico, igualitario y pacífico. El proteccionismo, por desgracia, provocará justo lo contrario en caso de que triunfe de nuevo.

Los cuatro grandes frutos de la globalización

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Las crisis son tiempos de cambio y la tormenta financiera internacional que estalló en 2008, la más grave desde el crack del 29, no ha sido una excepción. Los diagnósticos erróneos y las soluciones fallidas que han adoptado buena parte de los países ricos para tratar de salir del atolladero, como las bajadas de tipos de interés, el aumento del gasto o las restricciones económicas, han dificultado enormemente la recuperación, provocando con ello un amplio descontento social respecto a los tradicionales partidos políticos que, por desgracia, se han ido materializando en peligrosos y nefastos populismos, tanto de izquierdas como de derechas.

Tuesday, November 1, 2016

Qué hay detrás de la nueva ola de ataques contra la globalización y el libre comercio

El libre comercio y la globalización parecen estar bajo asedio de un amplio y ruidoso abanico de oponentes.
Durante décadas ha habido un fuerte consenso sobre que la globalización generó puestos de trabajo, salarios más elevados y precios más bajos, no solo para los países más ricos sino también para los más pobres y en desarrollo.
Pero mucha gente, entre ellos personas con puestos políticos, está mostrando su indignación al ver que los puestos de trabajo son tomados por máquinas, las viejas industrias desaparecen y las oleadas de migración perturban el orden establecido.


No hay que mirar muy lejos para ver el efecto de esas preocupaciones en acontecimientos recientes.
El referendo sobre el Brexit, en Reino Unido, estuvo marcado por preocupaciones sobre la inmigración, la llegada de Donald Trump ha devuelto la retórica del proteccionismo en Estados Unidos y se han producido manifestaciones masivas en Europa contra futuros acuerdos comerciales internacionales.
¿Qué hay detrás de estas reacciones y cómo se puede abordar esta crisis de la globalización?
"El libre comercio es comercio estúpido"
La elección presidencial en Estados Unidos se ha sentido como el epicentro de esa creciente corriente de inquietud contra el libre comercio y la globalización.
El candidato republicano Donald Trump ha acusado a China de querer "matar de hambre" a los estadounidenses manipulando su moneda y "haciendo trampa" en el comercio internacional.
Trump ha dicho que impondrá aranceles masivos sobre los bienes producidos en China porque este país está "violando" económicamente a EE.UU.
Hillary Clinton, la candidata demócrata a la presidencia estadounidense, se ha visto rodeada por contendientes políticos que cuestionan los beneficios del comercio internacional y la globalización.
Bernie Sanders, oponente de Clinton en la carrera por la nominación demócrata, definió su campaña argumentando que la globalización ha vaciado a la clase media estadounidense.
La respuesta de Clinton fue acercarse a las preocupaciones de Sanders y Trump, renegando de su apoyo previo al TTIP (Acuerdo Trasatlántico de Comercio e Inversión, por sus siglas en inglés) entre Estados Unidos y Europa.
Declive manufacturero de Estados Unidos
Los argumentos sobre el declive del sector manufacturero en Estados Unidos han potenciado gran parte del debate en este ciclo electoral en el país.
El sentimiento de agravio es evidente: el sector perdió seis millones de puestos de trabajo entre 1999 y 2011, según la Oficina de Estadísticas de Empleo de EE.UU.
Los estudios han demostrado que el declive del país se ha visto acompañado de ganancias en China.
Las importaciones chinas explican el 44% de la pérdida de empleo en manufacturas en Estados Unidos entre 1990 y 2007, según un informe del Instituto de Estudios del Trabajo en Bonn, Alemania.
Parte del descenso se debe al traslado de puestos de trabajo a otros países, pero también han jugado un papel la automatización y la puesta en marcha de procesos más eficientes.
"En todos los países hay quien ha perdido por el desarrollo tecnológico, sea operadores telefónicos o empleados bancarios", dice Gary Hufbauer, experto en comercio del Instituto Peterson de Economía Internacional.
"El problema en EE.UU. es que no hacemos demasiado para ayudar a aquellos que han perdido, a través de apoyo del sistema de seguridad social o de formación laboral", dice Hufbauer.
El cambio tecnológico y económico ha afectado a zonas geográficas específicas que tuvieron problemas para desarrollar nuevas industrias y crear nuevos empleos.
El enfado derivado de esto ha encontrado su lugar en la retórica proteccionista de políticos como Donald Trump.
"No ha habido crecimiento en los ingresos familiares en la última década ni en Europa, ni en Estados Unidos ni en Japón. La gente no está contenta, y si se trata de echar la culpa a alguien, es fácil hacerlo con los extranjeros", dice Hufbauer.
Estancamiento del comercio
El aumento de la oposición política a la globalización ha coincidido y contribuido también a un periodo de reducción del comercio mundial desde la crisis financiera de 2008.
Gráfico
Entre 1986 y 2008, el comercio global aumentó a un ritmo del 6,5%, según la Organización Mundial de Comercio.
Entre 2012 y 2015, esa tasa se ha ralentizado hasta situarse en un promedio del 3,2%, y se espera que crezca solo un 1,7% este año.
La ralentización, si continuara, convertiría este periodo de relativo estancamiento comercial en el mayor desde la Segunda Guerra Mundial.
Desde la crisis financiera, la ralentización de la economía china y el estancamiento político y económico en la Eurozona han contribuido a este estancamiento del comercio mundial.
Al mismo tiempo se ha producido un aumento constante en la aplicación de medidas proteccionistas en todo el mundo.
Gráfico
En un intento de proteger a las empresas y los sectores domésticos, los políticos han acudido a los aranceles y las restricciones a las importaciones de otros países.
"Los gobiernos de todo el mundo han casi doblado su utilización de distorsiones comerciales en los últimos dos años", dice el profesor Simon Evenett, experto comercial de la Universidad de San Gallen.
"El aumento reciente de la actividad de buscar tu beneficio propio a costa de empobrecer al vecino es anterior a Trump y al Brexit, lo que sugiere que las presiones populistas pueden exacerbar el proteccionismo", añade.
Gráfico
Los economistas alertan de que aunque el proteccionismo pueda resultar atractivo para los políticos presionados por enfadados trabajadores, en realidad su efecto es aumentar los precios para los consumidores.
En 2012 hubo una oleada de indignación cuando neumáticos baratos producidos en China inundaron el mercado estadounidense, poniendo en peligro la viabilidad de los productores domésticos.
El presidente Barack Obama respondió con aranceles correctivos, para hacer que China "cumpla las reglas".
Las medidas proteccionistas fueron bien recibidas en Estados Unidos, pero un estudio del Instituto Peterson estableció que los aranceles implicaron que los consumidores estadounidenses pagaron US$1.100 millones más por sus neumáticos en 2011.
Cada puesto de trabajo salvado costó en la práctica US$900.000 y muy poco de eso alcanzó los bolsillos de los trabajadores.
Batalla por el libre comercio
Con los beneficios económicos y sociales del libre comercio siendo cada vez más atacados, los defensores de la globalización han intentado lanzar un contraataque.
"Durante seis décadas tras la Segunda Guerra Mundial, el crecimiento sin precedentes del comercio de bienes y servicios y la expansión espectacular de la inversión extranjera directa fueron impulsores poderosos del mejor medio siglo de la historia humana", dice Gary Hufbauer.
El Banco Mundial, la Organización Mundial de Comercio y el Fondo Monetario Internacional han convertido este tema en una parte central de sus reuniones en Washington durante esta semana.
Para enfatizar este argumento, el Banco Mundial ha publicado un estudio en países desarrollados que muestra que los ingresos promedio del 40% más pobre de la sociedad aumentaron entre 2006 y 2013, a pesar del impacto de la crisis financiera.
Reduciendo la desigualdad
1,1
billones de personas salieron de la pobreza extrema desde 1990
  • 100 millones salieron de la pobreza extrema entre 2012 y 2013. Esto es equivalente a:
  • 250.000 personas al día
  • 200 personas por minuto
También parece que los políticos se están dando cuenta de que la desigualdad y el estancamiento económico, sean cuales sean sus causas, deben remediarse.
"Creo que hay una toma de conciencia en países ricos y entre las élites de que la globalización tiene problemas", dice Branko Milanovic, un economista cuyo trabajo sobre la desigualdad de ingresos ha potenciado gran parte del debate.
"Se dan cuenta de que para su propia supervivencia tienen que ocuparse de ellos".
Puede ser que los problemas que surgen de este descontento hayan sido diagnosticados, pero las soluciones no son obvias ni fáciles de aplicar.
"Muchos de los beneficios de la globalización los ha disfrutado un grupo relativamente pequeño dentro de cada país", afirma Andrew Lang, de la London School of Economics.
"La pregunta no es si hay beneficios en la globalización, porque es evidente que sí. La pregunta es sobre quién se está beneficiando de esos beneficios", dice Lang.
Parte del enfado puede disiparse si el crecimiento económico deja de situarse de manera obcecada en esa trayectoria plana, aumentado los ingresos en todo el mundo.
"Para ayudar a solventar esos problemas, hay que activar la economía mundial. Los gobiernos tienen que comprometerse a aprobar paquetes de estímulo fiscal para hacer que sus economías marchen de nuevo", afirma Gary Hufbauer.
Branko Milanovic apunta al éxito de políticos en el pasado cuando intentaron dar la vuelta a economías débiles que parecían intratables.
"No es imposible hacerlo", opina.
"Thatcher y Reagan consiguieron cambios en periodos de tiempo relativamente pequeños: un periodo presidencial de cuatro años debería ser suficiente para empezar a marcar la diferencia".
Críticas de la izquierda y la derecha
Los oponentes de la globalización y el comercio mundial creen que sus movimientos están provocando avances.
Las negociaciones del TTIP parecen estar detenidas, las elecciones en Estados Unidos cuestionan el futuro del Acuerdo Transpacífico y el número de acuerdos de libre comercio ha caído.
Gráfico
Hay un amplio coro de desasosiego que insiste en oponerse al libre comercio.
Con voces en la derecha y en la izquierda políticas que cuestionan los beneficios de la globalización, hay una amplia base para el descontento.
Puede ser que la globalización esté bajo asalto en todos los frentes, pero sus defensores insisten que su resurgimiento es la única forma de aliviar el descontento que ahora está potenciando su falta de popularidad.

Qué hay detrás de la nueva ola de ataques contra la globalización y el libre comercio

El libre comercio y la globalización parecen estar bajo asedio de un amplio y ruidoso abanico de oponentes.
Durante décadas ha habido un fuerte consenso sobre que la globalización generó puestos de trabajo, salarios más elevados y precios más bajos, no solo para los países más ricos sino también para los más pobres y en desarrollo.
Pero mucha gente, entre ellos personas con puestos políticos, está mostrando su indignación al ver que los puestos de trabajo son tomados por máquinas, las viejas industrias desaparecen y las oleadas de migración perturban el orden establecido.

Monday, October 17, 2016

La verdadera historia de la globalización

Por Charles C. Mann


En el gran puerto tropical de la bahía de Manila, dos grupos de hombres se acercan con cautela, las manos listas para tomar sus armas. Comerciantes trotamundos, provienen de puntos extremos de la faz de la tierra: España y China.
Los españoles llevan un gran cargamento de plata extraída en América por esclavos indios y africanos; los chinos traen una selección de fina seda y porcelana, materiales creados por procesos avanzados desconocidos en Europa.
Es el verano de 1571 y este trueque de seda por plata, el comienzo de un intercambio en Manila que duraría por casi 250 años, constituye el primer rastro de lo que hoy llamamos globalización. Fue la primera vez que Europa, Asia y América se unían en una red económica.


La seda se convertiría en una sensación en España, al igual que la plata en China. Pero las multitudes que recibían a los barcos a su regreso no tenían idea de lo que realmente transportaban. Por lo general, describimos la globalización en términos puramente económicos, pero también es un fenómeno biológico. Los investigadores están cada vez más convencidos de que la carga más importante en los primeros viajes transoceánicos no fue la seda ni la plata, sino una indisciplinada colección de plantas y animales salvajes, muchos de los cuales llegaban como polizones accidentales. En el repaso de la historia, es ese aspecto de la globalización el que podría tener el mayor impacto en el destino de las naciones.
El nuevo mundo de Colón Hace unos 250 millones de años, la Tierra contenía una sola masa territorial conocida como "Pangea". Las fuerzas geológicas rompieron esa vasta extensión, separando para siempre a Eurasia de América.
Con el tiempo, las dos mitades de Pangea desarrollaron especies de plantas y animales completamente diferentes.
Antes de que Cristóbal Colón zarpara del Atlántico, sólo unas cuantas audaces criaturas, en su mayoría insectos y aves, habían cruzado los océanos para establecerse en otros lugares. Aparte de eso, el mundo permanecía dividido en dos dominios ecológicos distintos.
El mayor logro de Colón, en las palabras del historiador Alfred W. Crosby, fue volver a unir las fronteras de Pangea.
Después de 1492, los ecosistemas del mundo se encontraron y se mezclaron a partir del transporte de miles de especies que los buques europeos llevaban a sus territorios. El "intercambio colombino", como lo llama Crosby, es lo que explica que Italia llegara a tener tomates y que hubiera naranjas en Florida.
Un número creciente de estudiosos cree que la transformación ecológica desencadenada por los viajes de Colón fue uno de los eventos fundacionales del mundo moderno.
¿Por qué Europa consiguió el predominio? ¿Por qué China, en su día la sociedad más rica y avanzada del planeta, cayó de rodillas? ¿Por qué la esclavitud se arraigó en América? ¿Por qué fue el Reino Unido el que inició la Revolución Industrial? Todas esas preguntas están vinculadas de manera fundamental al intercambio colombino.
¿Por dónde empezar? Tal vez por los gusanos. Las lombrices de tierra, para ser más precisos, eran criaturas que no existían en América del Norte antes de 1492.
Mucho antes del inicio del comercio de la seda y la plata a través del Pacífico, los conquistadores españoles y portugueses navegaban por el Atlántico en busca de metales preciosos. A la larga, exportaron enormes provisiones de oro y plata de Bolivia, Brasil, Colombia y México, aumentando en gran escala el flujo de dinero en Europa. Sin embargo, los barcos que regresaban a casa transportaban algo de igual importancia: la planta amazónica del tabaco.
Estupefaciente y adictivo, el tabaco provocó el primer frenesí global en torno a una materia prima. En 1607, cuando Inglaterra fundó su primera colonia en Virginia, en Estados Unidos, Londres ya tenía más de 7.000 "casas de tabaco", establecimientos parecidos a los cafés actuales, donde el creciente número de adictos a la nicotina podía comprar y fumar tabaco. Para satisfacer la demanda, los barcos ingleses llegaban a los muelles de Virginia y partían con barricas de hojas de tabaco de media tonelada cada una. Los marineros compensaban el peso de sus embarcaciones dejando su lastre: piedras, gravilla y tierra. Intercambiaban sus desperdicios ingleses por el tabaco de Virginia.
Muy probablemente, entre la tierra se encontraban las lombrices y seguramente las raíces de las plantas que los colonizadores importaban.
Antes de que los europeos llegaran, no había lombrices en EE.UU. ni Canadá, puesto que habían sido eliminadas en la última Edad de Hielo.
En los bosques libres de lombrices, las hojas se acumulan de a montones. Los árboles y arbustos necesitan de los desperdicios para nutrirse. A su llegada, las lombrices consumen rápidamente la hojarasca, absorbiendo los nutrientes en las profundidades de la tierra y dejando su excremento. De repente, las plantas ya no pueden alimentarse por sí mismas; sus finos sistemas de raíces al nivel de la superficie están en el lugar equivocado.
Un sinfín de plantas del sotobosque se mueren y otras hierbas crecen en sus lugares.
Propagadas por campesinos, jardineros y pescadores, las lombrices resultan obsesivas ingenieras subterráneas. Nadie sabe qué pasará en lo que los ecologistas ven como un gigante y no planificado experimento que lleva siglos en proceso.
Las especies siempre han estado en movimiento, tomando ventaja de las casualidades o circunstancias favorables. Sin embargo, el intercambio colombino, como una Internet biológica, comunicó a todas las partes del mundo natural, una reformulación que, para bien o para mal, siguió un ritmo asombroso.
Las consecuencias son difíciles de predecir, como las de la propia globalización. Al mismo tiempo que las plantaciones de caucho brasileño se apoderan de bosques tropicales en el sudeste asiático, plantaciones de soya, una leguminosa de China, ocupan unos 207.000 kilómetros cuadrados del sur de la Amazonía, un área casi del tamaño de Gran Bretaña. En Brasil, eucaliptos australianos cubren casi 400.000 kilómetros cuadrados mientras que empresarios en Australia intentan cultivar açaí brasileño.
Este desarrollo seguro producirá resultados económicos positivos.
Pero el lado negativo del intercambio colombino actual es igualmente crudo. Los bosques en EE.UU. son devastados por una serie de plagas exóticas. A su vez, los bosques llenos de árboles muertos son propensos a incendios catastróficos, un convulsivo agente de cambio. Las nuevas especies se apresuran a reemplazar a las que se pierden, con efectos que no pueden conocerse de antemano. Simplemente, tendremos que esperar para ver qué tipo de paisaje heredarán nuestros hijos.
Las noticias de hoy son dominadas por lo que ocurre con las deudas de los países y nuevas aplicaciones de una computadora y los conflictos en Medio Oriente. Pero dentro de varios siglos, los historiadores podrán ver nuestra propia era de la manera en que nosotros comenzamos a ver el ascenso del Occidente moderno: como un capítulo más del tumulto en proceso del intercambio colombino.
Mr. Mann es autor de "1493: Uncovering the New World Columbus Created" (algo así como 1943: Descubriendo el nuevo mundo que creó Colón).

La verdadera historia de la globalización

Por Charles C. Mann


En el gran puerto tropical de la bahía de Manila, dos grupos de hombres se acercan con cautela, las manos listas para tomar sus armas. Comerciantes trotamundos, provienen de puntos extremos de la faz de la tierra: España y China.
Los españoles llevan un gran cargamento de plata extraída en América por esclavos indios y africanos; los chinos traen una selección de fina seda y porcelana, materiales creados por procesos avanzados desconocidos en Europa.
Es el verano de 1571 y este trueque de seda por plata, el comienzo de un intercambio en Manila que duraría por casi 250 años, constituye el primer rastro de lo que hoy llamamos globalización. Fue la primera vez que Europa, Asia y América se unían en una red económica.

Wednesday, October 12, 2016

La verdadera historia de la globalización

Por Charles C. Mann

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En el gran puerto tropical de la bahía de Manila, dos grupos de hombres se acercan con cautela, las manos listas para tomar sus armas. Comerciantes trotamundos, provienen de puntos extremos de la faz de la tierra: España y China.
Los españoles llevan un gran cargamento de plata extraída en América por esclavos indios y africanos; los chinos traen una selección de fina seda y porcelana, materiales creados por procesos avanzados desconocidos en Europa.
Es el verano de 1571 y este trueque de seda por plata, el comienzo de un intercambio en Manila que duraría por casi 250 años, constituye el primer rastro de lo que hoy llamamos globalización. Fue la primera vez que Europa, Asia y América se unían en una red económica.


La seda se convertiría en una sensación en España, al igual que la plata en China. Pero las multitudes que recibían a los barcos a su regreso no tenían idea de lo que realmente transportaban. Por lo general, describimos la globalización en términos puramente económicos, pero también es un fenómeno biológico. Los investigadores están cada vez más convencidos de que la carga más importante en los primeros viajes transoceánicos no fue la seda ni la plata, sino una indisciplinada colección de plantas y animales salvajes, muchos de los cuales llegaban como polizones accidentales. En el repaso de la historia, es ese aspecto de la globalización el que podría tener el mayor impacto en el destino de las naciones.
El nuevo mundo de Colón Hace unos 250 millones de años, la Tierra contenía una sola masa territorial conocida como "Pangea". Las fuerzas geológicas rompieron esa vasta extensión, separando para siempre a Eurasia de América.
Con el tiempo, las dos mitades de Pangea desarrollaron especies de plantas y animales completamente diferentes.
Antes de que Cristóbal Colón zarpara del Atlántico, sólo unas cuantas audaces criaturas, en su mayoría insectos y aves, habían cruzado los océanos para establecerse en otros lugares. Aparte de eso, el mundo permanecía dividido en dos dominios ecológicos distintos.
El mayor logro de Colón, en las palabras del historiador Alfred W. Crosby, fue volver a unir las fronteras de Pangea.
Después de 1492, los ecosistemas del mundo se encontraron y se mezclaron a partir del transporte de miles de especies que los buques europeos llevaban a sus territorios. El "intercambio colombino", como lo llama Crosby, es lo que explica que Italia llegara a tener tomates y que hubiera naranjas en Florida.
Un número creciente de estudiosos cree que la transformación ecológica desencadenada por los viajes de Colón fue uno de los eventos fundacionales del mundo moderno.
¿Por qué Europa consiguió el predominio? ¿Por qué China, en su día la sociedad más rica y avanzada del planeta, cayó de rodillas? ¿Por qué la esclavitud se arraigó en América? ¿Por qué fue el Reino Unido el que inició la Revolución Industrial? Todas esas preguntas están vinculadas de manera fundamental al intercambio colombino.
¿Por dónde empezar? Tal vez por los gusanos. Las lombrices de tierra, para ser más precisos, eran criaturas que no existían en América del Norte antes de 1492.
Mucho antes del inicio del comercio de la seda y la plata a través del Pacífico, los conquistadores españoles y portugueses navegaban por el Atlántico en busca de metales preciosos. A la larga, exportaron enormes provisiones de oro y plata de Bolivia, Brasil, Colombia y México, aumentando en gran escala el flujo de dinero en Europa. Sin embargo, los barcos que regresaban a casa transportaban algo de igual importancia: la planta amazónica del tabaco.
Estupefaciente y adictivo, el tabaco provocó el primer frenesí global en torno a una materia prima. En 1607, cuando Inglaterra fundó su primera colonia en Virginia, en Estados Unidos, Londres ya tenía más de 7.000 "casas de tabaco", establecimientos parecidos a los cafés actuales, donde el creciente número de adictos a la nicotina podía comprar y fumar tabaco. Para satisfacer la demanda, los barcos ingleses llegaban a los muelles de Virginia y partían con barricas de hojas de tabaco de media tonelada cada una. Los marineros compensaban el peso de sus embarcaciones dejando su lastre: piedras, gravilla y tierra. Intercambiaban sus desperdicios ingleses por el tabaco de Virginia.
Muy probablemente, entre la tierra se encontraban las lombrices y seguramente las raíces de las plantas que los colonizadores importaban.
Antes de que los europeos llegaran, no había lombrices en EE.UU. ni Canadá, puesto que habían sido eliminadas en la última Edad de Hielo.
En los bosques libres de lombrices, las hojas se acumulan de a montones. Los árboles y arbustos necesitan de los desperdicios para nutrirse. A su llegada, las lombrices consumen rápidamente la hojarasca, absorbiendo los nutrientes en las profundidades de la tierra y dejando su excremento. De repente, las plantas ya no pueden alimentarse por sí mismas; sus finos sistemas de raíces al nivel de la superficie están en el lugar equivocado.
Un sinfín de plantas del sotobosque se mueren y otras hierbas crecen en sus lugares.
Propagadas por campesinos, jardineros y pescadores, las lombrices resultan obsesivas ingenieras subterráneas. Nadie sabe qué pasará en lo que los ecologistas ven como un gigante y no planificado experimento que lleva siglos en proceso.
Las especies siempre han estado en movimiento, tomando ventaja de las casualidades o circunstancias favorables. Sin embargo, el intercambio colombino, como una Internet biológica, comunicó a todas las partes del mundo natural, una reformulación que, para bien o para mal, siguió un ritmo asombroso.
Las consecuencias son difíciles de predecir, como las de la propia globalización. Al mismo tiempo que las plantaciones de caucho brasileño se apoderan de bosques tropicales en el sudeste asiático, plantaciones de soya, una leguminosa de China, ocupan unos 207.000 kilómetros cuadrados del sur de la Amazonía, un área casi del tamaño de Gran Bretaña. En Brasil, eucaliptos australianos cubren casi 400.000 kilómetros cuadrados mientras que empresarios en Australia intentan cultivar açaí brasileño.
Este desarrollo seguro producirá resultados económicos positivos.
Pero el lado negativo del intercambio colombino actual es igualmente crudo. Los bosques en EE.UU. son devastados por una serie de plagas exóticas. A su vez, los bosques llenos de árboles muertos son propensos a incendios catastróficos, un convulsivo agente de cambio. Las nuevas especies se apresuran a reemplazar a las que se pierden, con efectos que no pueden conocerse de antemano. Simplemente, tendremos que esperar para ver qué tipo de paisaje heredarán nuestros hijos.
Las noticias de hoy son dominadas por lo que ocurre con las deudas de los países y nuevas aplicaciones de una computadora y los conflictos en Medio Oriente. Pero dentro de varios siglos, los historiadores podrán ver nuestra propia era de la manera en que nosotros comenzamos a ver el ascenso del Occidente moderno: como un capítulo más del tumulto en proceso del intercambio colombino.
Mr. Mann es autor de "1493: Uncovering the New World Columbus Created" (algo así como 1943: Descubriendo el nuevo mundo que creó Colón).

La verdadera historia de la globalización

Por Charles C. Mann

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En el gran puerto tropical de la bahía de Manila, dos grupos de hombres se acercan con cautela, las manos listas para tomar sus armas. Comerciantes trotamundos, provienen de puntos extremos de la faz de la tierra: España y China.
Los españoles llevan un gran cargamento de plata extraída en América por esclavos indios y africanos; los chinos traen una selección de fina seda y porcelana, materiales creados por procesos avanzados desconocidos en Europa.
Es el verano de 1571 y este trueque de seda por plata, el comienzo de un intercambio en Manila que duraría por casi 250 años, constituye el primer rastro de lo que hoy llamamos globalización. Fue la primera vez que Europa, Asia y América se unían en una red económica.

Monday, October 10, 2016

La batalla entre Cosmopolitas vs. Nacionalistas

Mundo
“La división entre cosmopolitas y nacionalistas definirá el siglo XXI”. Lo decía Michael Ignatieff en una entrevista dos semanas después del voto a favor del Brexit, en la que trataba de dar las claves tanto de la decisión de los británicos como del auge de líderes y movimientos políticos que se nutren -a la vez que alimentan- un rechazo a los inmigrantes y se posicionan, de una u otra forma, contra diversos efectos de la globalización. Pero, ¿son el Brexit, el ascenso deDonald Trump o los avances de partidos populistas en Europa los síntomas de una “revuelta popular contra la globalización”, como escribía hace poco el economista Dani Rodrik? ¿Y es el nacionalismo, como sostiene Ignatieff, lo que está resurgiendo y nucleando a los perdedores de la globalización, a los que no son cosmopolitas?



Ignatieff ya apuntaba ese choque entre cosmopolitas y nacionalistas en un libro de los años 90 que recogía sus viajes por países donde las pasiones nacionalistas estaban en el origen de guerras (la antigua Yugoslavia), terrorismo (Irlanda del Norte) o conflictos como el de Quebec, entre otros. Sangre y pertenencia. Viajes al nuevo nacionalismo, se titulaba la obra. En su prólogo el autor confesaba que durante muchos años había pensado que la corriente favorecía a los cosmopolitas como él, pero que luego concluyó que “el globalismo […] sólo permite una conciencia posnacional a aquellos cosmopolitas que tienen la fortuna de vivir en el opulento Occidente.” Y añadía: “El cosmopolitismo es un privilegio de aquellos que pueden dar por garantizado un estado nación seguro. […] un espíritu cosmopolita y posnacional siempre va a depender en última instancia de la capacidad de los estados nación de proporcionar protección y orden a sus ciudadanos.”
El eco de aquella idea resuena en su opinión sobre el Brexit, cuando dice que la globalización y el mundo sin fronteras “han sido geniales para las personas educadas y los jóvenes que se mueven de un lugar a otro, hablan varios idiomas y son multiculturales”, pero muy difíciles para la gente “cuyos trabajos están atados a una comunidad, cuya movilidad se limita por su nivel de educación o también para aquellos que son leales y apegados a su comunidad, su localidad y su lugar de nacimiento.” Los cosmopolitas, continuaba, se sorprenden de que la mayoría no piense como ellos, y “es por eso que tampoco entienden por qué las personas que viven en el norte de Inglaterra, en ciudades como Sunderland y Wigan, dicen: ‘No quiero defender a Stuttgart o a Düsseldorf. Quiero defender a Wigan’.”
En Wigan, un 64 por ciento votó a favor del Brexit. Era una zona industrial, que decayó antes de que el Reino Unido entrara en la Comunidad Europea, y ahora es un área deprimida. No es nada raro, por tanto, que si alguien les dice, como en efecto ocurriódurante la campaña, que sus intereses son los mismos que los de los trabajadores de Stuttgart, repliquen que lo único que les interesa es Wigan. Pero, ¿son nacionalistas por ello? Y más allá de Wigan, el de El camino a Wigan Pier, de George Orwell, ¿son nacionalistas ingleses los que votaron a favor del Brexit?
No hay duda de que la campaña del Brexit pulsó los resortes del orgullo nacional. Pero, ¿hubiera tenido éxito sin el trasfondo de deterioro económico que sufren desde hace años ciertas zonas y la concurrencia de otros elementos, incluidos los errores de los partidarios de quedarse en la Unión? Lo que sí sabemos, lo sabemos bien en España, es que el nacionalismo, en épocas de crisis, puede congregar un voto de protesta más amplio que el de los nacionalistas strictu sensu. Igual sucede en otros lugares: los nacionalistas ponen el tren al que se suben muchos descontentos, aunque no compartan la ideología nacionalista, marcada por su ferocidad identitaria y su voluntad de exclusión del Otro.
A mí, al contrario que a los de Wigan, me interesa Stuttgart. Y hoy me interesa para exponer una paradoja que anida en la oposición cosmopolitismo-nacionalismo como forma de explicar los seísmos políticos que vive Europa desde la Gran Recesión. Porque los de Stuttgart, en realidad, se han defendido muy bien. Eso es parte del problema. La idea de que la Unión Europea, y Bruselas en concreto, son agentes de la globalización, dominados por unas elites cosmopolitas distantes e indiferentes a las antiguas lealtades nacionales, no se compadece con lo sucedido.
Los intereses nacionales han estado tan presentes como siempre, o más presentes que nunca, en la política europea para encarar la crisis. Alemania ha defendido los suyos y todos los demás han hecho lo mismo. Cierto que esa defensa del interés nacional no se ha llevado tan lejos como para provocar la implosión de la Eurozona y de la Unión, pero la historia de estos últimos años ha sido un constante y tenso tira y afloja entre ambas tendencias. Los denostados burócratas de Bruselas puede que compongan una élite cosmopolita y posnacional, pero los que toman las decisiones importantes no son ellos: son los gobiernos de los Estados miembros.
Ni las élites europeas son todas cosmopolitas ni los contrarios a la UE son todos nacionalistas. Querer un Estado más protector no es sinónimo de nacionalismo, como tampoco lo es, necesariamente, la demanda de mayor control de las fronteras. Es tentador y sugerente sintetizar los conflictos actuales, en Europa o en EEUU, como un choque entre cosmopolitas y nacionalistas, pero visto más de cerca ese enfrentamiento tiende a difuminarse como un espejismo. Habrá que seguir explorando, admitir que aún no sabemos qué pasa. No sabemos siquiera si estamos ante un fenómeno global provocado por las mismas causas o si las élites intelectuales, esas sí muy cosmopolitas, están globalizando fenómenos que tienen motores distintos.

La batalla entre Cosmopolitas vs. Nacionalistas

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“La división entre cosmopolitas y nacionalistas definirá el siglo XXI”. Lo decía Michael Ignatieff en una entrevista dos semanas después del voto a favor del Brexit, en la que trataba de dar las claves tanto de la decisión de los británicos como del auge de líderes y movimientos políticos que se nutren -a la vez que alimentan- un rechazo a los inmigrantes y se posicionan, de una u otra forma, contra diversos efectos de la globalización. Pero, ¿son el Brexit, el ascenso deDonald Trump o los avances de partidos populistas en Europa los síntomas de una “revuelta popular contra la globalización”, como escribía hace poco el economista Dani Rodrik? ¿Y es el nacionalismo, como sostiene Ignatieff, lo que está resurgiendo y nucleando a los perdedores de la globalización, a los que no son cosmopolitas?


Saturday, October 1, 2016

La batalla entre Cosmopolitas vs. Nacionalistas

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“La división entre cosmopolitas y nacionalistas definirá el siglo XXI”. Lo decía Michael Ignatieff en una entrevista dos semanas después del voto a favor del Brexit, en la que trataba de dar las claves tanto de la decisión de los británicos como del auge de líderes y movimientos políticos que se nutren -a la vez que alimentan- un rechazo a los inmigrantes y se posicionan, de una u otra forma, contra diversos efectos de la globalización. Pero, ¿son el Brexit, el ascenso deDonald Trump o los avances de partidos populistas en Europa los síntomas de una “revuelta popular contra la globalización”, como escribía hace poco el economista Dani Rodrik? ¿Y es el nacionalismo, como sostiene Ignatieff, lo que está resurgiendo y nucleando a los perdedores de la globalización, a los que no son cosmopolitas?



Ignatieff ya apuntaba ese choque entre cosmopolitas y nacionalistas en un libro de los años 90 que recogía sus viajes por países donde las pasiones nacionalistas estaban en el origen de guerras (la antigua Yugoslavia), terrorismo (Irlanda del Norte) o conflictos como el de Quebec, entre otros. Sangre y pertenencia. Viajes al nuevo nacionalismo, se titulaba la obra. En su prólogo el autor confesaba que durante muchos años había pensado que la corriente favorecía a los cosmopolitas como él, pero que luego concluyó que “el globalismo […] sólo permite una conciencia posnacional a aquellos cosmopolitas que tienen la fortuna de vivir en el opulento Occidente.” Y añadía: “El cosmopolitismo es un privilegio de aquellos que pueden dar por garantizado un estado nación seguro. […] un espíritu cosmopolita y posnacional siempre va a depender en última instancia de la capacidad de los estados nación de proporcionar protección y orden a sus ciudadanos.”
El eco de aquella idea resuena en su opinión sobre el Brexit, cuando dice que la globalización y el mundo sin fronteras “han sido geniales para las personas educadas y los jóvenes que se mueven de un lugar a otro, hablan varios idiomas y son multiculturales”, pero muy difíciles para la gente “cuyos trabajos están atados a una comunidad, cuya movilidad se limita por su nivel de educación o también para aquellos que son leales y apegados a su comunidad, su localidad y su lugar de nacimiento.” Los cosmopolitas, continuaba, se sorprenden de que la mayoría no piense como ellos, y “es por eso que tampoco entienden por qué las personas que viven en el norte de Inglaterra, en ciudades como Sunderland y Wigan, dicen: ‘No quiero defender a Stuttgart o a Düsseldorf. Quiero defender a Wigan’.”
En Wigan, un 64 por ciento votó a favor del Brexit. Era una zona industrial, que decayó antes de que el Reino Unido entrara en la Comunidad Europea, y ahora es un área deprimida. No es nada raro, por tanto, que si alguien les dice, como en efecto ocurriódurante la campaña, que sus intereses son los mismos que los de los trabajadores de Stuttgart, repliquen que lo único que les interesa es Wigan. Pero, ¿son nacionalistas por ello? Y más allá de Wigan, el de El camino a Wigan Pier, de George Orwell, ¿son nacionalistas ingleses los que votaron a favor del Brexit?
No hay duda de que la campaña del Brexit pulsó los resortes del orgullo nacional. Pero, ¿hubiera tenido éxito sin el trasfondo de deterioro económico que sufren desde hace años ciertas zonas y la concurrencia de otros elementos, incluidos los errores de los partidarios de quedarse en la Unión? Lo que sí sabemos, lo sabemos bien en España, es que el nacionalismo, en épocas de crisis, puede congregar un voto de protesta más amplio que el de los nacionalistas strictu sensu. Igual sucede en otros lugares: los nacionalistas ponen el tren al que se suben muchos descontentos, aunque no compartan la ideología nacionalista, marcada por su ferocidad identitaria y su voluntad de exclusión del Otro.
A mí, al contrario que a los de Wigan, me interesa Stuttgart. Y hoy me interesa para exponer una paradoja que anida en la oposición cosmopolitismo-nacionalismo como forma de explicar los seísmos políticos que vive Europa desde la Gran Recesión. Porque los de Stuttgart, en realidad, se han defendido muy bien. Eso es parte del problema. La idea de que la Unión Europea, y Bruselas en concreto, son agentes de la globalización, dominados por unas elites cosmopolitas distantes e indiferentes a las antiguas lealtades nacionales, no se compadece con lo sucedido.
Los intereses nacionales han estado tan presentes como siempre, o más presentes que nunca, en la política europea para encarar la crisis. Alemania ha defendido los suyos y todos los demás han hecho lo mismo. Cierto que esa defensa del interés nacional no se ha llevado tan lejos como para provocar la implosión de la Eurozona y de la Unión, pero la historia de estos últimos años ha sido un constante y tenso tira y afloja entre ambas tendencias. Los denostados burócratas de Bruselas puede que compongan una élite cosmopolita y posnacional, pero los que toman las decisiones importantes no son ellos: son los gobiernos de los Estados miembros.
Ni las élites europeas son todas cosmopolitas ni los contrarios a la UE son todos nacionalistas. Querer un Estado más protector no es sinónimo de nacionalismo, como tampoco lo es, necesariamente, la demanda de mayor control de las fronteras. Es tentador y sugerente sintetizar los conflictos actuales, en Europa o en EEUU, como un choque entre cosmopolitas y nacionalistas, pero visto más de cerca ese enfrentamiento tiende a difuminarse como un espejismo. Habrá que seguir explorando, admitir que aún no sabemos qué pasa. No sabemos siquiera si estamos ante un fenómeno global provocado por las mismas causas o si las élites intelectuales, esas sí muy cosmopolitas, están globalizando fenómenos que tienen motores distintos.

La batalla entre Cosmopolitas vs. Nacionalistas

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“La división entre cosmopolitas y nacionalistas definirá el siglo XXI”. Lo decía Michael Ignatieff en una entrevista dos semanas después del voto a favor del Brexit, en la que trataba de dar las claves tanto de la decisión de los británicos como del auge de líderes y movimientos políticos que se nutren -a la vez que alimentan- un rechazo a los inmigrantes y se posicionan, de una u otra forma, contra diversos efectos de la globalización. Pero, ¿son el Brexit, el ascenso deDonald Trump o los avances de partidos populistas en Europa los síntomas de una “revuelta popular contra la globalización”, como escribía hace poco el economista Dani Rodrik? ¿Y es el nacionalismo, como sostiene Ignatieff, lo que está resurgiendo y nucleando a los perdedores de la globalización, a los que no son cosmopolitas?


Monday, September 12, 2016

La globalización y los nacionalismos europeos

Javier Solana was EU High Representative for Foreign and Security Policy, Secretary-General of NATO, and Foreign Minister of Spain. He is currently President of the ESADE Center for Global Economy and Geopolitics, Distinguished Fellow at the Brookings Institution, and a member of the World Economic Fo… read moreImage result for La globalización y los nacionalismos europeos
MADRID – Uno de los grandes riesgos a los que se enfrenta la Unión Europea es su nostalgia del pasado. Tanto en el este como en el oeste se pretende afrontar los grandes problemas de hoy con soluciones de ayer y son muchos los países que cargan con el lastre del nacionalismo, avivado por distintos motivos.
En los países de Europa occidental el declive del sentimiento europeo es, principalmente, una reacción a la crisis económica que nos ha golpeado duramente en los últimos años. Aunque ya existieran partidos políticos y movimientos contrarios o muy críticos con la UE, ha sido a raíz de la crisis cuando han visto crecer su apoyo de manera alarmante. 


En algunos sectores de la sociedad europea se ha extendido un sentimiento de decepción, al que también han contribuido algunas de las políticas orientadas a la recuperación. Se confiaba en que el proyecto de integración europea sería una relación “win-win”, por la que todos –países y ciudadanos– resultaríamos ganadores. Los países que se incorporaban recibían ayudas y los que ya eran miembros contaban con un nuevo mercado. Sin embargo, la crisis ha desdibujado esa imagen. Los niveles de desempleo, especialmente los de desempleo juvenil, y la brecha social en los países más golpeados por la crisis han hecho surgir el desencanto. En aquellos que han sufrido menos, se siente que la solidaridad europea ha supuesto un lastre para su economía.
Durante estos duros años, muchos partidos han señalado a la Unión Europea como la causante de los desequilibrios y han propuesto la vuelta a la soberanía nacional en todas las áreas, ganándose el apoyo de muchos de los que se sienten perdedores. Sin embargo, aunque se pueda criticar el modo en que la Unión Europea haya gestionado la crisis, no hay que olvidar que ésta tiene carácter global. Además, la apertura que supone el proyecto europeo es la propia del mundo actual. Los desequilibrios, que han quedado tan patentes desde el 2008, son propios de un fenómeno mucho más amplio que la integración europea: la globalización. La apertura de las fronteras, las sociedades y las economías nacionales, conlleva incertidumbres y una menor capacidad de control. Es la contrapartida de todas las ventajas y los nuevos horizontes que nos ha abierto el mundo global.
Los partidos políticos que han canalizado esta desilusión proponen unas medidas que van más allá de la vuelta a las fronteras nacionales. Escudados en los riesgos que supone la apertura de las sociedades, propagan un mensaje de indiferencia y, a veces, de rechazo hacia lo extranjero, como comprobamos en la cuestión de los refugiados. Según ellos, hay que defender lo propio de cada nación por todos los medios, incluidos los que ponen en peligro el Estado de derecho.
En los albores del siglo XXI, el sueño europeo parecía aún más esperanzador con la integración de algunos de los países que pertenecieron al Pacto de Varsovia. La incorporación de Polonia y Hungría a la Europa de la que siempre formaron parte era el broche de oro a un proyecto que prometía hacer del Estado de derecho, la democracia y las libertades individuales, elementos intocables.
Lamentablemente, la epidemia del nacionalismo y el sentimiento antieuropeo también ha llegado a estos países de Europa oriental. Aunque son muchas las causas y los países no son fácilmente comparables, hay dos tendencias claras: el aumento del nacionalismo y el retroceso del Estado de derecho. Polonia es el mayor receptor de fondos europeos y es el único país de la UE que no entró en recesión durante la crisis. Acumula 23 años de crecimiento ininterrumpido y, a diferencia de otras sociedades europeas, ha atravesado la crisis sin sufrir desgarros. Además, el pueblo polaco se ha caracterizado, desde su entrada, por ser ampliamente favorable a la UE. Incluso en el último euro barómetro, el 55% de los polacos entrevistados aseguraba tener una visión positiva de la Unión.
Pero sus líderes actuales tratan de presentar las políticas europeas como desafíos a su verdadera identidad nacional. En lugar de discutir sobre cómo adecuar políticas concretas a los intereses nacionales o cómo hacer que su voz sea más escuchada, se interpretan las medidas y decisiones europeas como una agresión a sus elementos identitarios. Salvando las distancias, estos argumentos son similares a los del gobierno húngaro, que ha auspiciado un proceso de involución interna en el país. Con la reforma de la Constitución del año 2013 se eliminaron algunos de los mecanismos que limitaban la acción del gobierno en cuestiones fundamentales. Asimismo, se creó un consejo estatal, con miembros del propio partido, para regular los medios de comunicación. Se ha llegado a decir que si Hungría pidiera hoy su admisión en la Unión Europea, sería rechazada.
He sido testigo como pocos del proceso de integración de estos países en las instituciones euroatlánticas y de la emoción con que ellos la vivieron, quizá por eso me cuesta más comprender su postura. Es cierto que su dolorosa historia reciente les hace especialmente sensibles a las cesiones de soberanía y a la idea de que otros participen en sus decisiones. Como les he escuchado decir en alguna ocasión: “Europa es demasiado liberal para nosotros”. Además, tantos años de soberanía limitada durante la Guerra Fría contribuyeron a crear un fuerte sentimiento nacional, que está menos presente en otros países de la UE.
Tanto el partido húngaro Fidesz como el polaco Ley y Justicia, bajo la premisa de la protección de la soberanía nacional, erosionan el sistema democrático y el imperio de la ley. Implementan políticas que concentran el poder en el ejecutivo, eliminando los controles y las críticas. Justifican estas medidas para limitar la incertidumbre que produce la apertura económica y social propia de la globalización y, también, de la Unión Europea. Presentan los intereses nacionales como contrarios a los europeos, aunque en el mundo global la UE ofrezca una protección extra a sus miembros. Sin duda, cualquiera de estos países fuera de la Unión sería mucho más vulnerable a todos los riesgos.
Para unos el desencanto tras la globalización sirve como pretexto para volver al proteccionismo y el miedo a lo extranjero, endulzando los recuerdos de las fronteras  nacionales. Para otros, la afirmación de la soberanía nacional es la excusa para rechazar la integración europea y añoran el estado nación que nunca tuvieron en plenitud. En ambos casos son justificaciones para cuestionar los fundamentos del proyecto europeo. A unos les falla la memoria y a otros les traiciona su anhelo.