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Friday, July 8, 2016

Optimismo sobre la economía

Hernán Büchi sostiene que hay muchas sombras que atentan contra el dinamismo a futuro de la economía chilena, particularmente aquella insistencia del gobierno de Bachelet de perseguir una reforma constitucional vulnerando el orden establecido.

Hernán Büchi fue Ministro de Hacienda de Chile.
En una entrevista reciente, el ministro de Hacienda parece querer infundir ánimo sobre el futuro de la economía. En medio de bajas en las proyecciones —incluidas las del Banco Central en el Informe de Política Monetaria (IPoM)— y de la salida del ministro Burgos, señaló que parece haber quedado atrás el punto más bajo de crecimiento. No es extraña su nota de optimismo. Sabe que las expectativas son relevantes para la economía —lo que parece no comprender la autoridad política— y busca sacarlas del terreno negativo actual.



No habló, eso sí, de "brotes verdes" como los pronosticaba su predecesor hace año y medio, cuando en realidad Chile se adentraba en un período de bajo crecimiento y caída de la inversión como no veía hace mucho tiempo. Pero hay que ser cuidadosos con alentar la esperanza. Si los ciudadanos no perciben mejoras reales, las declaraciones pueden ser contraproducentes.
Podría entenderse su optimismo si pensamos que el país está lejos de enfrentar una recesión profunda, o una crisis de balanza de pagos, fiscal o un colapso financiero como algunos países del continente. Es sin duda reconfortante que nuestras empresas, fisco y bancos sean sólidos todavía. Pero si la vorágine refundacional continúa, es predecible que aún esa fortaleza ganada con esfuerzo la perdamos paulatinamente.
No olvidemos que la Presidenta nos ha lanzado en una catarsis constitucional fuera de todas las normas establecidas para reformar nuestra Carta Fundamental. El efecto final es desconocido e impredecible. El caos populista al que conduce al querer transformar una Constitución en una lista de deseos y anhelos está a la vista en el continente. Pero ya el solo proceso elegido violenta nuestro ordenamiento y genera incertidumbre. Se trata de un montaje político no propio de un país serio que puede terminar desvirtuando el sentido mismo de nuestra democracia.
Se está usando la forma clásica de la construcción del poder personalista —la supuesta relación directa entre líder y pueblo— que se atribuye una voluntad superior por sobre las instituciones representativas, forzándolas vía los hechos consumados y no utilizando directamente los procedimientos establecidos en la propia Constitución para su reforma. La Presidenta puede proponer la reforma que quiera y los parlamentarios discutirla escuchando a sus votantes, como pueden y deben hacerlo en cualquier ley o reforma. Pero subvertir el orden establecido no siguiendo los procedimientos adecuados multiplica la incertidumbre y abre el camino a lo desconocido.
El último IPoM del Banco Central trajo malas noticias y probablemente el ministro quiso sacarnos ese sabor amargo. Además de una pequeña disminución en el rango superior del crecimiento, estima que la inversión caerá por tercer año consecutivo, algo inédito en el último medio siglo. Ello habla de un cambio en el que las proyecciones de crecimiento de mediano plazo se han ajustado definitivamente a la baja. Para el año 2017 postula un pequeño incremento de la inversión de 0,9% aunque sujeto a una mejora de las expectativas privadas.
Pero quizás sea más importante lo que el Central indica en el Informe de Estabilidad Financiera. Allí da luces sobre lo que podría ser un deterioro incipiente de nuestros baluartes de estabilidad. La rentabilidad de las empresas decrece a su nivel más bajo desde inicios del milenio. El endeudamiento corporativo se encuentra en el peak de los últimos 20 años. La seguridad con que se decía que los cambios tributarios no tendrían efecto en la economía, pues en Chile las empresas eran rentables y con poca deuda, fue un error de diagnóstico más de parte de un gobierno cegado por su afán refundacional. Según los datos, la deuda corporativa alcanza al 120% del PIB —que no es bajo— y el endeudamiento equivale al 72% del patrimonio. El sistema financiero es sólido a nivel global; sin embargo, mereció que el Banco Central indicara que su capitalización ha tendido a reducirse, en términos relativos al mundo, lo que deberá revertirse si se quiere seguir la línea establecida en Basilea III.
Pero no es solo respecto a datos económicos donde el ministro enfrenta el desafío de infundir optimismo. Además de la incertidumbre que generan las reformas en el área política, están las malas noticias por la escalada de violencia reciente, que afectan su esfuerzo por inyectar optimismo.
Habremos cruzado el Rubicón en esta materia si la ilegalidad y el desquiciamiento violento de la acción política pasan a ser tolerados por la autoridad, que es precisamente quien debe evitar que la prescindencia de la legalidad y el uso de la fuerza se transformen en un modus operandi legítimo y eficaz. Ya ocurrió en Chile en la segunda mitad de los 60 y las consecuencias pueden ser terribles. No hay manera que ello no pese negativamente en el ánimo de los agentes económicos. A este respecto, la tarea del ministro no es dar seguridades y señales de optimismo. Debe hacer ver a sus colegas de gabinete —en especial al nuevo ministro del Interior— la gravedad que también para la economía reviste este camino.
En el entorno externo podemos destacar positivamente la baja probabilidad de algún episodio que descarrile la economía mundial del nuevo nivel de tendencia, más modesto, en el que se ha estabilizado. Descartamos un golpe de suerte que catapulte de nuevo el cobre. Por el contrario, el rebote del petróleo afectará a los importadores de combustible, como es nuestro caso. La inflación mundial se elevará y con ello se hacen inevitables las alzas de tasas sobre las que la Fed lleva ya meses alertándonos. Los efectos en el financiamiento y el valor de la divisa serán relevantes en el país, pero nuestra economía debiera absorberlos bien. Desafortunadamente no la ayudarán a salir del letargo en que está sumida sin un cambio en el escenario interno. Siguiendo las proyecciones del Banco Central, el 2017 completaríamos 4 años de crecimiento rozando el 2%. Esta es una nueva tendencia que mutila los anhelos de mejoría en el bienestar de nuestra población.
Discrepo de los que piensan que el voto popular al que concurrirán el 23 de junio los ingleses —si aprueban o no el llamado Brexit o salida de ese país de la Unión Europea— podría descarrilar seriamente la economía mundial. Las encuestas han sido volátiles y ya se equivocaron con la última elección parlamentaria, de modo que los pronósticos firmes no existen. Adicionalmente, genera especial incertidumbre el impacto tras la masacre en Orlando y el asesinato de la diputada del Partido Laborista británico, que sin duda tendrán influencia relevante en el ánimo de los votantes.
Concuerdo con el célebre economista francés Frédéric Bastiat en el sentido de que si los bienes no cruzan las fronteras, tarde o temprano lo harán los ejércitos. Pero de la libertad de comercio a la burocracia de Bruselas de hoy existe un abismo. Pretender borrar de un plumazo tradiciones centenarias, imponiendo normas y leyes por encima de la jurisprudencia y tradición que en Gran Bretaña tienen raíces casi milenarias no puede ser estable. Si el pueblo vota sí al Brexit, como en 2005 los franceses y holandeses rechazaron la Constitución Europea, no tiene por qué ser el fin de un espacio creciente de mayor libertad. Por el contario, puede ser el inicio, luego de una turbulencia inicial, de una visión más flexible que rescate la diversidad y con ello potencie la innovación y el progreso en el mundo.
Del mismo modo podríamos ser optimistas sobre la marcha de nuestra economía y, con ella, del bienestar de los chilenos, pero para ello no bastan las seguridades de la autoridad. Se necesitan sus acciones en el sentido correcto.

Optimismo sobre la economía

Hernán Büchi sostiene que hay muchas sombras que atentan contra el dinamismo a futuro de la economía chilena, particularmente aquella insistencia del gobierno de Bachelet de perseguir una reforma constitucional vulnerando el orden establecido.

Hernán Büchi fue Ministro de Hacienda de Chile.
En una entrevista reciente, el ministro de Hacienda parece querer infundir ánimo sobre el futuro de la economía. En medio de bajas en las proyecciones —incluidas las del Banco Central en el Informe de Política Monetaria (IPoM)— y de la salida del ministro Burgos, señaló que parece haber quedado atrás el punto más bajo de crecimiento. No es extraña su nota de optimismo. Sabe que las expectativas son relevantes para la economía —lo que parece no comprender la autoridad política— y busca sacarlas del terreno negativo actual.


Tuesday, June 28, 2016

Por qué el nazismo era socialismo y por qué el socialismo es totalitario


Mi propósito hoy son dos cosas principales: (1) Demostrar por qué la Alemania nazi era un estado socialista y no capitalista. Y (2) demostrar por qué el socialismo, entendido como un sistema económico basado en la propiedad pública de los medios de producción, requiere inevitablemente una dictadura totalitaria.
La identificación de la Alemania nazi como estado socialista fue una de las muchas grandes contribuciones de Ludwig von Mises.
Cuando uno recuerda que la palabra “nazi” era una abreviatura para “der Nationalsozialistische Deutsche Arbeiters Partei” (en traducción española Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes), la identificación de Mises no podría parecer tan notable. Pues ¿qué debería uno esperar como sistema económico de un país gobernado por un partido con “socialista” en su nombre salvo socialismo?
Sin embargo, aparte de Mises y sus lectores, prácticamente nadie piensa en la Alemania nazi como un estado socialista. Es mucho más común creer que representaba una forma de capitalismo, que es lo que han afirmado los comunistas y otros marxistas.



La base de la afirmación de que la Alemania nazi era capitalista era el hecho de que la mayoría de las industrias en la Alemania nazi aparentemente quedaban en manos privadas.
Lo que identificó Mises fue que la propiedad privada de los medios de producción existía solo nominalmente bajo los nazis y que la sustancia real de la propiedad de los medios de producción residía en el gobierno alemán. Pues era el gobierno alemán, y no los propietarios privados nominales, el que ejercía todos los poderes sustantivos de propiedad: él, no los propietarios privados, decidía que se iba a producir, en qué cantidad, por qué métodos y a quién se iba a distribuir, así como los precios que se cobrarían y los salarios que se pagarían y qué dividendos u otras rentas se permitiría percibir a los propietarios privados nominales. La posición de los supuestos propietarios privados, como demostró Mises. se reducía esencialmente a la de pensionistas del gobierno.
La propiedad de hecho del gobierno de los medios de producción, como la llamaba Mises, estaba implícita lógicamente en principios colectivistas fundamentales adoptados por los nazis como que el bien común  está por encima del bien privado y que el individuo existe como medio para los fines del Estado. Si el individuo existe como medio para los fines del Estado, por supuesto, lo mismo pasa con la propiedad. Igual que lo posee el Estado, su propiedad también la posee el Estado.
Pero los que estableció concretamente el socialismo  de hecho en la Alemania nazi fue la introducción de los controles de precios y salarios en 1936. Se impusieron como respuesta a la inflación de la oferta monetaria llevada a cabo por el régimen desde el momento de su llegada al poder a principios de 1933. El régimen nazi infló la oferta monetaria como medio de financiar el enorme aumento en el gasto público que requerían sus programas de obras públicas, subvenciones y rearme. Los controles de precios y salarios se impusieron en respuesta al aumento de los precios que empezó a producir la inflación.
El efecto combinado de la inflación y los controles de precios y salarios es la escasez, es decir, una situación, en la que las cantidades de los bines que intenta comprar la gente exceden de las cantidades disponibles para comprar.
A su vez, las escaseces se convierten en caos económico. No es solo que los consumidores que aparecen en las tiendas antes están en disposición de comprar todas las existencias y dejar sin nada a los clientes que lleguen más tarde (una situación a la que los gobiernos normalmente responden con racionamiento). Las escaseces generan caos en todo el sistema económico. Introducen arbitrariedad en la distribución de suministros entre áreas geográficas, en la asignación de un factor de producción entre sus diferentes productos, en la asignación de trabajo y capital entre las distintas ramas del sistema económico.
A la vista de la combinación de controles de precios y escasez, el efecto de una disminución en la oferta de una cosa no es, como pasaría en un mercado libre, aumentar su precio e incrementar su rentabilidad, operando así para detener la disminución de la oferta o invertirla si ha ido demasiado lejos. Los controles de precios impiden el aumento en la oferta al reducir el precio y la rentabilidad. Cuando hay una escasez, el efecto de un aumento en la oferta es simplemente una reducción en la severidad de la escasez. Solo cuando se elimina totalmente la escasez, un aumento en la oferta necesita una disminución en el precio y genera una disminución en la rentabilidad.
Como consecuencia, la combinación de controles de precios y escasez hace posible movimientos aleatorios de la oferta sin ningún efecto en los precios y la rentabilidad. En esta situación, la producción de los bienes más triviales y poco importantes, incluso las mascotas de piedra, puede expandirse a costa de la producción de los bines más urgentemente necesitados e importantes, como medicinas que salven vidas, sin efecto en el precio o la rentabilidad e cada bien. Los controles de precios impedirían que la producción de medicinas se hiciera más rentable al disminuir su oferta, mientras que una escasez incluso de mascotas de piedra impediría que su producción se hiciera menos rentable al aumentar su oferta.
Como demostró Mises, para ocuparse de los efectos no pretendidos de sus controles de precios, el gobierno debe o bien abolir los controles de precios o añadir más medidas, como precisamente el control sobre lo que se está produciendo, en qué cantidad, por qué métodos y a quién se distribuye, a lo que me referí antes. la combinación de controles de precios con su mayor serie de controles constituye la socialización de hecho del sistema económico. Pues significa que el gobierno ejercita entonces todos los poderes sustantivos de propiedad.
Éste fue el socialismo instituido por los nazis. Y Mises lo llama el socialismo de patrón alemán o nazi, frente al socialismo más evidente de los soviético, al que llama socialismo de patrón ruso o bolchevique.
Por supuesto, el socialismo no acaba con el caos causado por la destrucción del sistema de precios. Y si se introduce sin la existencia previa de controles de precios, su efecto es iniciar el propio caos. Porque el socialismo no es realmente un sistema económico positivo. Es meramente la negación del capitalismo y su sistema de precios. Como tal, la naturaleza esencial del socialismo es una y la misma que el caos económico que resulta de la destrucción del sistema de precios por controles de salarios y precios. (Quiero apuntar que la imposición del socialismo del estilo bolchevique de un sistema de cuotas de producción, que incentiva siempre exceder la cuotas, es una fórmula segura para una escasez universal, igualo que la que existe bajo todos los controles de precios y salarios).
Como mucho, el socialismo simplemente cambia la dirección del caos. El control público sobre la producción puede hacer posible una mayor producción de algunos bienes de especial importancia para él, pero lo hace solo a costa de crear el caos en el resto del sistema económico. Esto pasa porque el gobierno no tiene forma de conocer los efectos en el resto del sistema económico de su aseguramiento de la producción de bienes a los que atribuye una importancia especial.
Los requisitos de aplicar un sistema de control de precios y salarios dan mucha luz sobre la naturaleza totalitaria del socialismo (por supuesto, más evidentemente en la variante alemana o nazi, pero también en la del socialismo al estilo soviético).
Podemos empezar por el hecho de que el interés propio de los vendedores que operan bajo controles de precios es evadir los controles de precios  y aumentar sus precios. Los compradores, incapaces de otra forma de obtener bienes, están dispuestos a pagar estos precios más altos como medio de de conseguir los bienes que quieren. En estas circunstancias, ¿qué va a impedir que aumenten los precios y se desarrolle un mercado negro masivo?
La respuesta es una combinación  de sanciones severas combinadas con una gran probabilidad de ser atrapado y luego sufrir realmente esas sanciones. Unas simples multas no es probable que supongan una gran disuasión. Se considerarían solo como un gasto de negocio adicional. Si el gobierno es serio respecto de los controles de precios, es necesario que imponga sanciones comparables a las de un delito grave.
Pero la mera existencia de dichas sanciones no basta. El gobierno tiene hacer realmente peligroso realizar transacciones en el mercado negro. Tiene que hacer que la gente tema realizar tales transacciones que pudieran ser descubiertas de algún modo por la policía y acaben realmente en prisión. Para crear ese miedo, el gobierno debe desarrollar un ejército de espías e informadores secretos. Por ejemplo, el gobierno debe hacer temer al vendedor y a los clientes que si realizan una transacción de mercado negro, algún otro cliente en la tienda pueda denunciarles.
A causa de la privacidad y secreto con que deben realizarse muchas transacciones del mercado negro, el gobierno debe asimismo hacer que todo el que vea una operación del mercado negro temeroso de que la otra parte resulte ser un agente policial tratando de encarcelarle. En gobierno debe hacer que la gente tema incluso a sus socios más veteranos, incluso a sus amigos y parientes, no sea que resulten ser informadores.
Y finalmente, para obtener condenas, el gobierno debe poner la decisión acerca de la inocencia o culpabilidad en el caso de las transacciones de mercado negro en manos de un tribunal administrativo o sus agentes de policía en el momento. No puede confiar en juicios con tribunales, porque es improbable que puedan encontrarse muchos jurados dispuestos a dar veredictos de culpabilidad en casos en el un hombre tenga que ir a la cárcel por muchos años por el delito de vender unas pocas libras de carne o un par de zapatos por el encima del precio máximo.
Por tanto, en resumen, los requisitos simplemente para aplicar las regulaciones de control de precios son la adopción de las características esenciales de un estado totalitario, es decir, el establecimiento de la categoría de “delitos económicos”, en la que la búsqueda pacífica del interés propio se considera un delito criminal, y el establecimiento de un aparato policial totalitario lleno de espías e informadores y el poder de un arresto y prisión arbitrarios.
Está claro que la aplicación de controles de precios requiere un gobierno similar al de la Alemania de Hitler o la Rusia de Stalin, en los que prácticamente cualquiera podía resultar ser un espía policial y en los que existe una policía secreta que tiene el poder de arrestar y encarcelar a la gente. Si el gobierno no está dispuesto a llegar tan lejos, entonces, hasta ese punto, sus controles de precios resultarán inaplicables y sencillamente no funcionarán. Entonces el mercado negro asume proporciones enormes. (Por cierto, que nada de esto sugiere que los controles de precios fueran la causa del reino de terror institutito por los nazis. Los nazis empezaron su reino de terror mucho antes de la aprobación de los controles de precios. Por consiguiente, aprobaron controles de precios en un entorno listo para su aplicación por la fuerza).
La actividad del mercado negro conlleva la comisión de más delitos. Bajo el socialismo de hecho, la producción y venta de bienes en el mercado negro conlleva el desafío de las regulaciones públicas respecto de la producción y distribución, así como el desafío a sus controles de precios. Por ejemplo, los propios bienes que se venden en el mercado negro pretendía el gobierno que se distribuyeran de acuerdo con su plan y no en el mercado negro. Los factores de producción utilizados para producir esos bienes igualmente pretendía el gobierno que se utilizaran de acuerdo con su plan y no para el fin de aprovisionar el mercado negro.
Bajo un sistema de socialismo de derecho, como el que existía en la Rusia soviética, en el que el código legal del país hace abierta y explícitamente al gobierno del país el propietario de todos los medios de producción, toda actividad de mercado negro conlleva necesariamente el uso indebido o el robo de la propiedad del estado. Por ejemplo, se consideraba que los trabajadores o directores de fábricas de la Rusia soviética que se llevaban productos que vendían en el mercado negro estaban robando las materias primas proporcionadas por el estado.
Además, en cualquier tipo de estado socialista, nazi o comunista, el plan económico del gobierno es parte de la ley suprema del territorio. Todos tenemos una buena idea de lo caótico que es el llamado proceso planificador del socialismo. Su mayor distorsión por trabajadores y directores drenando materiales y suministros para producir para le mercado negro, es algo a lo que un estado socialista está lógicamente autorizado a considerar como un acto de sabotaje de su plan económico nacional. Y como sabotaje es como lo considera cualquier código legal de un estado socialista. Coherentemente con este hecho, la actividad del mercado negro en un país socialista a menudo conlleva la pena capital.
Creo que un hecho fundamental que explica el reino absoluto de terror que se encuentra en el socialismo es el increíble dilema en el que se sitúa un estado socialista en relación con las masas de sus ciudadanos. Por un lado, asume una responsabilidad completa del bienestar económico individual. El socialismo al estilo ruso o bolchevique reconoce abiertamente esta responsabilidad: es la fuente principal de su atractivo popular. Por otro lado, de todas las formas que puedan imaginarse, un estado socialista resulta una chapuza increíble en esta tarea. Hace de la vida del individuo una pesadilla.
Todos los días de su vida, el ciudadano de un estado socialista debe gastar tiempo en colas de espera inacabables. Para él, los problemas que experimentaron los estadounidenses en relación con las escaseces de gasolina en la década de 1970 son normales, solo que no los experimenta en relación con la gasolina (pues no posee un coche y no tiene esperanza de tener nunca ninguno), sino en relación con las cosas sencillas de la vestimenta, de las verduras e incluso del pan. Aún peor es que se le obliga frecuentemente a trabajar en un empleo que no ha elegido y que por tanto debe indudablemente odiar. (Pues bajo la escasez, el gobierno decide la asignación del trabajo igual que hace con la asignación de los factores de producción). Y vive en una condición de increíble hacinamiento, que apenas deja posibilidades de privacidad. (A la vista de la escasez de vivienda, se asignan huéspedes a las casas; se obliga a las familias compartir pisos. Y se adopta un sistema de pasaportes y visados internos para limitar la severidad de la escasez de vivienda en las zonas más deseables del país). Por decirlo suavemente, una persona obligada a vivir en esas condiciones debe bullir de resentimiento y hostilidad.
Entonces, ¿contra quién sería más lógico que los ciudadanos de un estado socialista dirijan su resentimiento y hostilidad que contra el mismo estado socialista? El mismo estado socialista que ha proclamado su responsabilidad por su vida, le ha prometido una vida de felicidad y es de hecho responsable de una vida infernal. De hecho, los líderes de un estado socialista viven un dilema mayor, ya que cada día animan al pueblo a creer que el socialismo es un sistema perfecto, cuyos malos resultados solo pueden ser obra de gente malvada. Si eso fuera verdad, ¿quiénes podrían ser razonablemente esos hombres malvados, salvo los propios gobernantes, que no solo han hecho infernales sus vidas, sino que han pervertido un sistema supuestamente perfecto para hacerlo?
De esto se deduce que los gobernantes de un estado socialista deben vivir aterrorizando a la gente. Por la lógica de sus acciones y sus enseñanzas, el bullente resentimiento del pueblo puede hacerle levantarse y tragárselo en una orgía de sangrienta venganza. Los gobernantes sienten esto, incluso aunque no lo admitan abiertamente, y por tanto su mayor preocupación es siempre mantener a raya a la ciudadanía.
Consecuentemente, es verdad por muy inadecuado decir simplemente cosas como que al socialismo le falta la libertad de prensa y de expresión. Por supuesto, le faltan estas libertades. Si el gobierno posee todos los periódicos y editoriales, si decide para qué fines va a estar disponibles el papel, entonces evidentemente nada puede imprimirse que el gobierno no quiera que se imprima. Si posee todas las salas de reuniones, no puede realizarse ninguna conferencia o discurso público que el gobierno no quiera que se realice. Pero el socialismo va mucho más allá de la mera falta de libertad de prensa y expresión.
Un gobierno socialista aniquila totalmente estas libertades. Convierte a la prensa y a cualquier foro público en un vehículo de propaganda histérica en su favor y se dedica a la incansable persecución de todo el que se atreve a desviarse un centímetro de su línea oficial del partido.
La razón de estos hechos es el terror del pueblo de los gobernantes socialistas. Para protegerse, deben ordenar que el ministro de propaganda y la policía secreta trabajen constantemente. Uno, para desviar continuamente la atención del pueblo de la responsabilidad del socialismo, y de los gobernantes del socialismo, por la miseria del pueblo. La otra, para secuestrar y silenciar a cualquiera que pueda sugerir siquiera sea remotamente la responsabilidad del socialismo o de sus gobernantes (secuestrar a cualquiera que empiece a mostrar señales de pensar por sí mismo). Es a causa del terror de los gobernantes y su desesperada necesidad de encontrar cabezas de turco para los fracasos del socialismo, por lo que la prensa de un país socialista está siempre llena de historias acerca de conspiraciones y sabotajes extranjeros y acerca de la corrupción y mala dirección por parte de los oficiales subordinados y por lo que es necesario destapar periódicamente conspiraciones nacionales a gran escala y sacrificar a altos funcionarios y facciones completas en purgas gigantescas.
A causa de su terror y su desesperada necesidad de aplastar cualquier respiro incluso de una potencial oposición, los gobernantes del socialismo no se atreven a permitir ni siquiera actividades puramente culturales que no estén bajo el control del estado. Pues si la gente va a reunirse para un espectáculo artístico o un recital de poesía que no esté controlado por el estado, los gobernantes deben temer la diseminación de ideas peligrosas. Cualquier idea no autorizada es una idea peligrosa, porque puede llevar al pueblo a empezar a pensar por sí mismo y por tanto empezar a pensar acerca de la naturaleza del socialismo y sus gobernantes. Los gobernante debe temer la reunión espontánea de un puñado de personas en una sala y utilizar la policía secreta y su aparato de espías, informadores y terror o para detener esas reuniones o para asegurarse de que su contenido es completamente inocuo desde el punto de vista del estado.
El socialismo no puede prevalecer mucho tiempo excepto bajo el terror. Tan pronto como se relaja el terror, el resentimiento y la hostilidad empiezan lógicamente a brotar contra los gobernantes. Así que la situación esta lista para la revolución o la guerra civil. De hecho, en ausencia de terror o, más correctamente, de un suficiente grado de terror, el socialismo se caracterizaría por una serie inacabable de revoluciones y guerras civiles, ya que cada nuevo grupo de gobernantes resultarían tan incapaces de hacer que el socialismo funcionara con éxito como sus antecesores. La consecuencia inevitable a realizar es que el terror realmente experimentado en los países socialistas no era simplemente obra de hombres malvados, como Stalin, sino que deriva de la naturaleza del sistema socialista. Stalin podría pasar a primer plano porque su inusual voluntad y astucia en uso del terror eran las características concretas más necesarias para un gobernante socialista para mantenerse en el poder. Subió al poder por un proceso de selección natural socialista: la selección de los peores.
Tengo que advertir acerca de una posible mala comprensión respecto de mi tesis de que el socialismo es totalitario por su naturaleza. Esto afecta a los países supuestamente socialistas gobernados por socialdemócratas, como Suecia y los demás países escandinavos, que está claro que no son dictaduras totalitarias.
En esos casos, es necesario apreciar que al tiempo que estos países no son totalitarios, tampoco son socialistas. Sus partidos gobernantes pueden propugnar el socialismo como su filosofía o su objetivo último, pero no es el socialismo lo que han implantado en su sistema económico. Su sistema económico real es el de una economía intervenida de mercado, como la llamaba Mises. Aunque más intervenida que la nuestra en aspectos importantes, su sistema económico es esencialmente similar al nuestro, en que la fuerza motriz característica de la producción y la actividad económica no es el decreto del gobierno, sino la iniciativa de los propietarios privados motivada por la perspectiva de un beneficio privado.
La razón por la que los socialdemócratas no establecen el socialismo cuando llegan al poder es que no están dispuestos a hacer lo que hace falta. El establecimiento del socialismo como sistema económico requiere un acto masivo de robo (deben apropiarse los medios de producción de sus propietarios y entregarse al estado). Dicha apropiación es prácticamente seguro que provocaría una resistencia importante por parte de los propietarios, resistencia que solo puede superarse por el uso de fuerza masiva.
Los comunistas estaban y están dispuestos a aplicar dicha fuerza, como evidenciaba la Rusia soviética. Su carácter es el de los ladrones armados dispuestos a matar si es necesario para realizar el robo. Por el contrario, el carácter de los socialistas se parece más al de los rateros, que pueden hablar de dar un gran golpe algún día, pero en realidad no están dispuestos al homicidio necesario, así que renuncian ante la más mínima señal de resistencia seria.
Respecto de los nazis, generalmente no tenían que matar para incautarse de la propiedad de otros alemanes que no fueran judíos. Esto pasó porque, como hemos visto, establecieron el socialismo furtivamente, a través de controles de precios, que servían para mantener el disfraz externo y apariencia de propiedad privada. Los propietarios privados se veían así desprovistos de su propiedad sin saberlo y por tanto no sentían la necesidad de defenderla por la fuerza.
Creo haber demostrado que el socialismo (el socialismo real) es totalitario por su propia naturaleza.

En el momento actual en Estados Unidos no tenemos socialismo en ninguna forma. Y no tenemos una dictadura, no digamos una dictadura totalitaria.
Tampoco tenemos aún fascismo, aunque nos vayamos acercando a él. Entre los elementos esenciales que aún faltan están el gobierno del partido único y la censura. Seguimos teniendo libertad de expresión y prensa y elecciones libres, aunque ambas hayan sido socavadas y no puede garantizarse su pervivencia continua.
Lo que tenemos es una economía intervenida de mercado que está creciendo en su intervención  y que se caracteriza por una creciente pérdida de la libertad individual. El crecimiento de la intervención económica del gobierno es sinónimo de una pérdida de libertad individual porque significa iniciar cada vez más el uso de fuerza física para que la gente haga lo que no elige hacer voluntariamente o impedirle que haga lo que voluntariamente elige hacer.
Como el individuo es el mejor juez de sus propios intereses y al menos por lo general busca hacer lo que le interesa hacer y evitar lo que dañe sus intereses, de esto se deduce que cuando mayor sea el grado de intervención pública, mayor seré le grado en que se impide a los individuos hacer los que les beneficia y en su lugar se les obliga a hacer lo que les causa pérdidas.
Hoy en Estados Unidos, el gasto público federal, estatal y local suma casi la mitad de los ingresos monetarios de la porción de la ciudadanía que no trabaja para la administración. Quinces departamentos del gabinete federal y un número mucho mayor de agencias regulatorias federales, juntos, en la mayor parte con equivalente a nivel estatal y local, se entrometen regularmente en prácticamente todas las áreas de la vida del ciudadano individual. Se le grava, obliga y prohíbe de incontables maneras.
Los efectos de tal interferencia pública masiva son el desempleo, los precios al alza, la caída de los salarios reales, la necesidad de trabajar más y más duro y el crecimiento de la inseguridad económica. Otro efecto es el crecimiento de la ira y el resentimiento.
Aunque la política de intervencionismo del gobierno sea su objetivo lógico, la ira y el resentimiento que siente la gente normalmente se dirigen por el contrario contra los empresarios y los ricos. Es un error alimentado en su mayor parte por un establishment intelectual y medios de comunicación ignorantes y envidiosos.
Y de acuerdo con esta actitud, desde el colapso de la burbuja del mercado bursátil, que fue en realidad creado por la política de expansión del crédito de la Reserva Federal y luego pinchada por su abandono temporal de esa política, los fiscales públicos han adoptado lo que parece una política particularmente vengativa hacia ejecutivos culpables de falta de honradez financiera, como si sus acciones fueran responsables de las pérdidas extendidas que resultaron del colapso de la burbuja. Así, al antiguo jefe de una gran compañía de telecomunicaciones se le ha sentenciado recientemente a veinticinco años de prisión. Otros altos ejecutivos han sufrido sentencias similares.
Más inquietante es que el poder del gobierno para obtener simples acusaciones criminales se ha convertido en equivalente al poder de destruir una empresa, como ocurrió en el caso de Arthur Andersen, la principal empresa auditora. El uso amenazador de su poder fue entonces suficiente para obligar a las grandes empresas de correduría de seguros en Estados Unidos cambiaran sus directivas para satisfacer al Fiscal General del Estado de Nueva York. No hay forma de describir esas evoluciones que no sea que la condena y castigo sin juicio y la extorsión del gobierno. Son grandes pasos a lo largo de un camino muy peligroso.
Por suerte, sigue habiendo suficiente libertad en Estados Unidos como para reparar todo el daño que se ha hecho. En primer lugar está la libertad nombrarlo y denunciarlo.
Mas esencialmente, está la libertad de analizar y refutar la ideas que subyacen a las políticas destructivas que han sido adoptadas o pueden serlo. Y eso es lo que es crítico. Pues el factor fundamental que subyace en el intervencionismo y, por supuesto, también en el socialismo, ya sea nazi o comunista, no es sino las ideas erróneas, sobre todo, las ideas erróneas respecto de la economía y la filosofía.
Hay ahora un cuerpo extenso y creciente de literatura que presenta ideas sensatas en estos dos campos vitales. A mi juicio, los dos autores más importantes de esta literatura son Ludwig von Mises y Ayn Rand. Un conocimiento extenso de sus escritos es un requisito previo indispensable para tener éxito en la defensa de la libertad individual y el libre mercado.
Este instituto, el Instituto Ludwig von Mies, es el principal centro mundial para la divulgación de las ideas de Mises. Presente un flujo constante de análisis basados en sus ideas, análisis que aparecen en sus revistas académicas, sus libros y publicaciones y en sus artículos diarios de la web que se ocupan de los asuntos del momento. Enseña sus ideas y las ideas relacionadas de otros miembros de la Escuela Austriaca de economía a alumnos universitarios y a jóvenes profesores. Lo hace a través de Universidad de Verano de Mises, las Conferencias de Investigadores Austriacos y los distintos seminarios.
Dos formas muy importantes de luchar por la libertad son educarse hasta el punto de ser capaz de hablar tan elocuentemente en su defensa como lo hacen los investigadores asociados a este instituto o, si uno tiene el tiempo o la inclinación para hacerlo, apoyar financieramente al Instituto en su tarea vital en la medida en que se pueda.
Es posible invertir la corriente. No puede hacerlo una sola persona. Pero un número grande y creciente de gente, formada en la causa de la libertad económica y defendiendo y argumentando en su defensa siempre que sea posible, es capaz de formar gradualmente las actitudes de la cultura y por tanto de la naturaleza de su sistema político y económico.
Los que formáis esta audiencia ya estáis implicados en este gran trabajo. Espero que continuéis e intensifiquéis vuestro compromiso.

Por qué el nazismo era socialismo y por qué el socialismo es totalitario


Mi propósito hoy son dos cosas principales: (1) Demostrar por qué la Alemania nazi era un estado socialista y no capitalista. Y (2) demostrar por qué el socialismo, entendido como un sistema económico basado en la propiedad pública de los medios de producción, requiere inevitablemente una dictadura totalitaria.
La identificación de la Alemania nazi como estado socialista fue una de las muchas grandes contribuciones de Ludwig von Mises.
Cuando uno recuerda que la palabra “nazi” era una abreviatura para “der Nationalsozialistische Deutsche Arbeiters Partei” (en traducción española Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes), la identificación de Mises no podría parecer tan notable. Pues ¿qué debería uno esperar como sistema económico de un país gobernado por un partido con “socialista” en su nombre salvo socialismo?
Sin embargo, aparte de Mises y sus lectores, prácticamente nadie piensa en la Alemania nazi como un estado socialista. Es mucho más común creer que representaba una forma de capitalismo, que es lo que han afirmado los comunistas y otros marxistas.