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Monday, December 5, 2016

Los logros de Castro en Cuba y mucho sinsentido

Marian L. Tupy indica que si miramos la evolución de algunos indicadores del bienestar humano en Cuba y la comparamos con aquella de otras naciones de la región, el resultado de la revolución de Fidel decepciona.

Marian L. Tupy es analista de políticas públicas del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute y editor del sitio Web www.humanprogress.org.
Justin Trudeau ciertamente que ha dicho algo controversial. Por supuesto que el primer ministro canadiense no estuvo solo en alabar los “significativos avances en educación y saludde la nación-isla” de Fidel Castro. Aquí hay una compilación de los sospechosos habituales (CNN, MSNBC, NBC, etc.) adulando el “legado” del dictador muerto. Y no olvidemos la adoración del Presidente Barack Obama por los “logros” de los hermanos Castro cuando visitó la Habana a principios de este año.


Ciertamente, nuestro presidente No. 44 reconoció que los cubanos son patéticamente pobres y carecen de derechos humanos básicos, pero luego neutralizó su crítica a la dictadura cubana diciendo que el gobierno cubano “debería ser felicitado” por darle a cada niño educación básica y a cada persona el acceso a la salud. Me pregunto si nuestro presidente daría un salto retórico similar si estuviera hablando del General Augusto Pinochet, cuyas políticas económicas hicieron del otrora retrasado Chile el país más rico de América Latina en una generación.
Mirando el lado positivo, al menos nadie ha afirmado que la educación y la salud cubanas son de calidad superior a nivel mundial. Que los cubanos deberían ser alfabetizados era de esperarse. Todas las dictaduras comunistas enseñaron a su gente a leer y luego les dieron todo el material de lectura que los ministerios de propaganda gubernamental lograron imprimir.
Cuando se trata de salud, aclaremos unas cuantas cosas. Todos los regímenes socialistas han tenido un sistema de salud de dos niveles —uno para los miembros más importantes del partido comunista (con doctores excelentes y motivados, y con drogas y equipos médicos occidentales) y uno para las masas (con un personal médico apático y con escasez de, bueno, todo). Conozco de esto porque crecí bajo el socialismo y hablé con cubanos, cuyas historias son muy similares a las mías.
Y para concluir mi argumento acerca de la salud y el socialismo, aquí hay un reportaje del New York Times acerca de la salud socializada de Venezuela, titulado “Infantes agonizando y sin medicina: dentro de los hospitales venezolanos que están fracasando”.
Como le sigo diciendo a mis amigos progresistas, todo lo que se necesita saber acerca de un país es si los extranjeros están tratando de entrar (por ejemplo: EE.UU.) o si los nacionales están tratando de salir (por ejemplo: Cuba). Coincidentalmente, mientras que el Canadá de Justin Trudeau es un lugar precioso, reportajes como este, “Político canadiense viene a EE.UU. para cirugía del corazón”, no inspiran mucha confianza en el sistema de salud socializado del estado canadiense.
Pero volvamos a Cuba y notemos la última y casi cómica ironía del régimen de los Castro. Todo lo bueno que ha ocurrido bajo el comunismo hubiera, casi con toda certeza, ocurrido bajo un sistema social y económico diferente. Mientras que los datos verificados son difíciles de conseguir y deben ser librados de la neblina de la propaganda cubana, el Departamento de Estado de EE.UU. intentó hacer justo eso, comparando las mejoras en bienestar humano en Cuba entre la década de 1950 (esto es, la última década del detestado régiman de Batista) y el año 2000.
Es cierto que la tasa de alfabetización en Cuba incrementó en un 26 por ciento entre 1950-1953 y 2000. Pero incrementó en un 37 por ciento en Paraguay, que fue dirigida por el dictador fascista Alfredo Stroesnner entre 1953 y 1989. También aumentó en un 346 por ciento en Haití, que es la nación más pobre del hemisferio occidental.
El consumo de alimentos en Cuba de hecho cayó en un 12 por ciento entre 1954-1957 y 1995-1997. En Chile, este incrementó en un 12 por ciento y en México en un 28 por ciento. Entre 1954-1957 en 1995-1997, la propiedad de autos en Cuba cayó a una tasa anual de 0,1 por ciento. Esta aumentó a una tasa anual de 16 por ciento en Brasil, 25 por ciento en Ecuador y 26 por ciento en Colombia.
Permítamonos concluir con los datos de Human Progress y observar la mortalidad infantil y laexpectativa de vida. Una vez más, Cuba decepciona. Entre 1963 (el primer año para el cual tenemos datos) y 2015, la mortalidad infantil en Cuba cayó en un 90 por ciento. Cayó en un 94 por ciento en Chile (¡maldito Pinochet!) y 86 por ciento en Latinoamérica y el Caribe (¡no está tan mal, considerando la diversa mezcla de dictadores latinoamericanos!).
Entre 1960 y 2015, la expectativa de vida en Chile incrementó en un 42 por ciento y en América Latina y el Caribe en un 34 por ciento. En Cuba aumentó en un 25 por ciento. Si esto es éxito, me pregunto cómo se verá el fracaso

Los logros de Castro en Cuba y mucho sinsentido

Marian L. Tupy indica que si miramos la evolución de algunos indicadores del bienestar humano en Cuba y la comparamos con aquella de otras naciones de la región, el resultado de la revolución de Fidel decepciona.

Marian L. Tupy es analista de políticas públicas del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute y editor del sitio Web www.humanprogress.org.
Justin Trudeau ciertamente que ha dicho algo controversial. Por supuesto que el primer ministro canadiense no estuvo solo en alabar los “significativos avances en educación y saludde la nación-isla” de Fidel Castro. Aquí hay una compilación de los sospechosos habituales (CNN, MSNBC, NBC, etc.) adulando el “legado” del dictador muerto. Y no olvidemos la adoración del Presidente Barack Obama por los “logros” de los hermanos Castro cuando visitó la Habana a principios de este año.

Friday, July 15, 2016

Argentina: el sentido de la independencia

Argentina: el sentido de la independencia


Por Alberto Benegas Lynch (h)
El Cronista
Ahora que han pasado los festejos del 9 de julio, es momento de reflexionar serenamente sobre el significado de la independencia. En el Acta firmada en 1816, hacen doscientos años, aparecen dos conceptos centrales. En primer lugar, se lee de la necesidad de recuperar los derechos de que fue despojada la población y, en segundo lugar, expresamente se consigna que la independencia es para garantizar las vidas y haciendas de los habitantes.
Juan Bautista Alberdi, el artífice intelectual de nuestra Constitución fundadora, señala el peligro de liberarnos de las máquinas fiscales de la metrópoli para en cambio convertirnos en colonos de nuestros propios gobiernos, lo cual subraya sucedió hasta la promulgación de la referida Carta Magna en 1853 que, aplicada, permitió ubicar a nuestro país a la vanguardia de las naciones civilizadas.


Hasta 1930 los salarios e ingresos en términos reales del peón rural y el obrero de la industria incipiente de los argentinos eran superiores a los de Suiza, Alemania, Francia, Italia y España. De allí las multitudinarias inmigraciones a nuestras costas. El volumen del comercio exterior estaba a la altura del de Canadá y Australia. Miembros de la Academia de Francia compararon el nivel de los debates que tenían lugar en esa corporación con los que se suscitaban en el Parlamento argentino. Los fallos de la Corte Suprema de Justicia constituían un ejemplo para todas las naciones civilizadas.
Luego vino el estatismo, primero en los treinta con los impuestos directos y el unitarismo fiscal, el control de cambios, la banca central y las juntas reguladoras. Y en los cuarenta el populismo acentuado con el establecimiento de controles de precios, el sindicalismo fascista de las leyes de asociaciones profesionales y convenios colectivos copiadas de la Carta de Lavoro de Mussolini, la inflación monetaria, los ataques a la libertad de prensa, la estatización de empresas, el aumento sideral en la presión tributaria, la corrupción administrativa, saltos cuánticos en el gasto público y la proliferación de regulaciones incompatibles con un sistema republicano. Situación ésta que en mayor o menor medida continuó durante más de siete décadas. Es decir, las máquinas fiscales que tanto preocupaban a Alberdi que anticipaba nos harían colonos de nuestros propios gobiernos.
La independencia es entonces de cada habitante en cuanto a su libertad, en cuanto a la posibilidad real de expresar su pensamiento, en cuanto al uso y disposición de lo que le pertenece legítimamente. Los alarmantes indicadores del gasto público sobre el producto, la antedicha presión tributaria y la deuda gubernamental, sea interna o externa, revela el grado de dependencia de los argentinos con los aparatos estatales.
La lucha por la independencia debe ser una tarea cotidiana de todos los que quieren que se los respete. Es de desear que el actual gobierno revierta la situación y centre su atención en el desmantelamiento de un Leviatán hiperdimensionado. Solo así tiene sentido hablar de independencia.

Argentina: el sentido de la independencia

Argentina: el sentido de la independencia


Por Alberto Benegas Lynch (h)
El Cronista
Ahora que han pasado los festejos del 9 de julio, es momento de reflexionar serenamente sobre el significado de la independencia. En el Acta firmada en 1816, hacen doscientos años, aparecen dos conceptos centrales. En primer lugar, se lee de la necesidad de recuperar los derechos de que fue despojada la población y, en segundo lugar, expresamente se consigna que la independencia es para garantizar las vidas y haciendas de los habitantes.
Juan Bautista Alberdi, el artífice intelectual de nuestra Constitución fundadora, señala el peligro de liberarnos de las máquinas fiscales de la metrópoli para en cambio convertirnos en colonos de nuestros propios gobiernos, lo cual subraya sucedió hasta la promulgación de la referida Carta Magna en 1853 que, aplicada, permitió ubicar a nuestro país a la vanguardia de las naciones civilizadas.