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Thursday, November 17, 2016

El odio, un arma populista contra la libertad

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WhatsAppEl conocimiento inútil, una de las obras fundamentales de Jean-François Revel, arranca con una frase muy conocida: "La primera de las grandes fuerzas que mueven el mundo es la mentira". No vamos a enmendar la plana aquí al genial autor francés, uno de los que más influyó en su momento en quién escribe estas palabras, pero sin duda alguna hay al menos otra gran fuerza que en determinados momentos tiene tanto o más poder que la falsedad. Nos referimos al odio.
Existe una vieja maldición que se suele atribuir a los chinos, si bien también es posible encontrarla en compilaciones de dichos sefardíes, que proclama: "Ojalá vivas tiempos interesantes". Y en estos momentos muchas sociedades occidentales viven una de esas épocas convulsas, en las que todo puede ocurrir y el peligro populista acecha en gran cantidad de países. Y son precisamente los populismos los que más y mejor manejan el odio como herramienta de movilización y de captación de nuevos seguidores.


Esa fobia de determinados grupos humanos o a sistemas políticos y económicos concretos necesita, dando toda la razón a Revel, de la mentira. El odio se fundamenta en mentiras, en culpar a otros de la mala situación por la que pasan los ciudadanos a los que los populistas pretenden movilizar en provecho propio. Pero no sólo eso, hay una falsedad aún más profunda. El odio es un sentimiento negativo, por lo que a casi nadie le gusta reconocerse como un odiador. Lo que se hace por tanto es darle la vuelta y presentarlo como todo lo contrario: amor.
El Frente Nacional y otros grupos similares de Europa no se retratan a sí mismos como xenófobos. Dicen que su rechazo al extranjero es amor a Francia, o a Hungría, Holanda o el país que corresponda. Desde el UKIP su rechazo a la UE no se muestra como odio a la Europa continental, sino como patriotismo británico. Y el nacionalismo catalán o vasco usan argumentos similares con respecto a su fobia al resto de España. Podemos no se encuentra al margen de todo esto.
Los líderes de la formación morada hablan constantemente de "amor” o han usado eslóganes como "su odio, nuestra sonrisa". Ellos y sus seguidores, nos quieren hacer creer, no son los odiadores. Al contrario, se muestran como buenas personas cargadas de las mejores intenciones. Ellos pretenden que aman a "la gente" o "los de abajo", que su odio es un sentimiento positivo a favor del "pueblo" frente a una "casta" política y económica que se agrupan como "los de arriba".
Sin embargo, lo que les moviliza a todos ellos no es el amor. Es el odio más primario. Es el rechazo más brutal e irracional a aquellos a los que identifican como enemigos, tanto internos como externos. Y para incentivar esas fobias es necesario mentir. Hay que acusar a "los ricos" de robar a "los pobres". Se debe decir, en el caso de los xenófobos europeos (incluyendo los pocos ultraderechistas españoles), que "los inmigrantes nos quitan el trabajo" o que "la Unión Europea expolia a Reino Unido". No falta, por supuesto, el nacionalista que proclama "España nos roba".
Esta combinación de mentira y odio mutuamente retroalimentados es un peligro para las sociedades abiertas y la libertad individual. Como acertadamente señala Juan Milián en El acuerdo del seny:
La paradoja de las ideologías que hablan de amor a un grupo es que acaban creando un enemigo, sea interno (por ejemplo, los empresarios) o externo (otro país) y acaban otorgando el poder a un líder con ínfulas mesiánicas y presentado como gran intérprete de la voluntad del pueblo o de la clase.
Esperemos que estos tiempos interesantes que nos han tocado vivir no terminen como los de hace algo menos de un siglo, el afianzamiento en el Viejo Continente de las peores ideologías totalitarias. Para ello, debemos recordar una cita de quien fuera el presidente de la Checoslovaquia recién liberada del comunismo, Václav Havel: "Estamos obligados a luchar enérgicamente contra todos los eventuales gérmenes de odio colectivo". Como también señaló el que fuera uno de los más destacados disidentes en los países sometidos a la bota soviética: "El amor y la verdad deben prevalecer sobre la mentira y el odio". Y si no es el amor, que sea al menos la tolerancia y la voluntad de convivencia pacífica entre seres humanos que se respetan unos a otros.

El odio, un arma populista contra la libertad

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Existe una vieja maldición que se suele atribuir a los chinos, si bien también es posible encontrarla en compilaciones de dichos sefardíes, que proclama: "Ojalá vivas tiempos interesantes". Y en estos momentos muchas sociedades occidentales viven una de esas épocas convulsas, en las que todo puede ocurrir y el peligro populista acecha en gran cantidad de países. Y son precisamente los populismos los que más y mejor manejan el odio como herramienta de movilización y de captación de nuevos seguidores.

Monday, October 24, 2016

Prédicas de odio y de muerte

Prédicas de odio y de muerte

Por Marcos Aguinis
Se atribuyó a Bertolt Brecht un poema que en realidad compuso el pastor protestante Martin Niemöller: "Vinieron por los judíos,/ pero como yo no lo era, no me importó./ Vinieron por los comunistas,/ pero como yo no lo era, no me importó./ Vinieron por los curas,/ pero como yo no lo era, no me importó./ Por último vinieron por mí, y ya fue tarde".
En enero de 2011 publiqué en este diario un texto titulado "El cristianismo, objeto de persecución", en el que describí la agresión contra una iglesia copta de Alejandría que dejó varias decenas de heridos y muertos. También denuncié las incontables agresiones que se venían cometiendo contra instituciones y creyentes cristianos desde el océano Índico hasta el Atlántico.


Mientras, las Naciones Unidas, donde están representados los gobiernos que rigen países en los que gusta hacer correr la sangre de los "infieles", nada decían ni hacían. En todo el Medio Oriente disminuye de forma continua la cantidad de cristianos, mientras aumenta en Occidente la de musulmanes, muchos de ellos cargados de odio a la civilización occidental. En Arabia Saudita está prohibido construir la más modesta de las iglesias o exhibir una cruz. Tampoco se permite exhibir símbolos cristianos en la Franja de Gaza. Mediante artilugios electorales, la Autoridad Palestina desplazó al intendente cristiano de Belén. En Paquistán rige la ley contra el delito de "blasfemia", un término vago que puede endilgarse por una mínima reflexión sobre el Corán. Dos jóvenes cristianos de la ciudad de Ahwali iban a ser quemados vivos por causa de semejante atrevimiento.
Los medios de comunicación comenzaron a difundir imágenes de decapitaciones y crucifixiones realizadas por el terrorismo islámico. Manifiesto mi tristeza por el largo tiempo que les llevó animarse. Las desproporcionadas represalias inhibían a fotógrafos y corresponsales. Incluso perdura el miedo a reconocer que estamos en otra guerra mundial, como manifestó el papa Francisco. Este mismo papa, hace pocos días, fue explícito durante su visita a la Sinagoga de Roma. Dijo sin medias tintas que es inaceptable practicar la violencia en nombre de la religión. Que lo haya manifestado en ese lugar era un claro mensaje a la sistemática prédica del odio y de la muerte que se realiza desde incontables instituciones y mezquitas.
Imanes y líderes islámicos llaman a la "guerra santa contra judíos y cruzados". Lo hacen de forma abierta, insistente. Empezaron con los judíos -como en las palabras de Martin Niemöller-, ahora siguen con los cristianos. Su objetivo es una utopía arcaica: islamizar el planeta. Su espíritu vive en el siglo VII, cuando semejante delirio era creíble.
Un error difundido es que el único malo de la película se llama ISIS o Estado Islámico. No es cierto. Su inevitable derrota no significará el fin del terrorismo. El Medio Oriente es un caos de enfrentamientos con muchos protagonistas. Liquidar a uno de ellos no significará acceder a la paz.
Se pueden discutir de forma interminable causas y efectos, antagonismos o armonías, pero el fuego que alimenta el terrorismo actual se nutre de algo más profundo que una demanda de territorio o la competencia por el poder. El alucinante terrorismo de nuestro tiempo es producto de una educación fijada en los aspectos belicosos del islam, no en sus mensajes llenos de amor y solidaridad. Multitudes enormes se arrojan al abismo cuando son hipnotizadas con el anzuelo tanático. Esto lo sabía muy bien Joseph Goebbels. Lo practicó el nazifascismo. Lo practicaron el estalinismo y el maoísmo. Y ahora lo practica el islamismo fundamentalista.
Durante mucho tiempo se toleró -y hasta se celebró- la deslegitimación del Estado de Israel. En lugar de reconocerse sus méritos extraordinarios por mantener incólume la democracia y el pluralismo pese a ser hostigado y calumniado sin pausa por un mar de países hostiles, se permitió que creciera una nueva forma del milenario antisemitismo bajo el ropaje del antiisraelismo o antisionismo. Muchos ingenuos caen en la trampa. Del mismo modo funcionó la milenaria acusación de deicidio, el envenenamiento de los pozos de agua, Los Protocolos de los Sabios de Sión, Mein Kampf y demás infundios machacados siglo tras siglo.
La lista de ataques contra la civilización y los derechos humanos que realizan los terroristas islámicos ingresa en el rubro de las pesadillas. No sólo mata, humilla y oprime, sino que se deleita en destruir los monumentos históricos. Y la mayor parte de la humanidad, en vez de combatir esta epidemia como se debe -de modo franco, coherente, sistemático-, prefiere la negación, la espera, la excusa. En vez de confiar en Churchill, nuestro mundo prefiere a Chamberlain.
Es imposible condensar en un artículo todo lo que ya se conoce sobre la prédica del odio y el elogio de la muerte que fogonea al terrorismo islámico. Aleja las posibilidades de negociaciones serias e impide la convivencia.
Citaré sólo algunos ejemplos vinculados con el uso distorsionado de la llamada "causa palestina". Un entusiasta video oficial de Al-Fatah, organización que sostiene a la Autoridad Palestina, canta que a los israelíes "se los debe encerrar, hundirlos en un mar de sangre y matarlos como sea". Palestinian Media Watch reporta que en la educación palestina primaria se elogia la violencia y se glorifica a los terroristas. Los niños participan en procesiones con armas de juguete e imitación de cinturones suicidas, sin que el gobierno palestino manifieste en ningún momento su desaprobación.
Rajoub, líder de Al-Fatah, afirmó que los terroristas que asesinan civiles israelíes son héroes. Abbas Zaki, por su parte, agrega que "Alá ama a los jóvenes palestinos que matan israelíes; piedras y cuchillos son nuestra resistencia pasiva. Ellos eligen el martirio, marchan por su propia voluntad en el iluminado sendero que lleva al paraíso". En la TV palestina oficial se transmiten narraciones que demonizan a los judíos. Una reciente se titula: "La traición ha sido inherente a los judíos desde los tiempos de Moisés". La custodia presidencial de Mahmoud Abbas emitió este comunicado: "Rieguen el olivo con vuestra sangre". El secretario general de Al-Fatah añadió: "Veneren la sangre de los mártires". Mártires son quienes asesinan, para luego acceder al paraíso.
El resultado de la permanente enseñanza en favor del odio y de la matanza de judíos puede verse en un informe de Palestinian Media Watch, según el cual dos tercios de la población están en favor de los asesinatos, el martirio y demás instrumentos del terrorismo islámico. También estimula el rechazo a negociaciones de paz con Israel y los encuentros entre ambas comunidades. Mientras, en el mundo no se escuchan reproches contra la Autoridad Palestina por semejante conducta.
El colmo ocurre cuando padres y madres manifiestan su alegría porque su hijo muere tras asesinar judíos. Un joven palestino de 16 años mató en la localidad de Otniel a una mujer embarazada delante de sus hijos y luego se realizaron manifestaciones de regocijo.
Basta con molestarse en investigar un poco y aparecerán las fuentes del horror que ahora se expande. El odio y el elogio de la muerte alimentan a las diversas organizaciones que hacen pedazos a comunidades enteras. Los líderes políticos y religiosos vinculados con el fundamentalismo islámico son responsables. Elogian el martirio. Dicen que está bien matar y está bien hacerse matar. Su alienación no les permite concentrarse en la frase que encabeza cada una de las suras del Corán referidas a Alá como el clemente, el misericordioso. No e

Prédicas de odio y de muerte

Prédicas de odio y de muerte

Por Marcos Aguinis
Se atribuyó a Bertolt Brecht un poema que en realidad compuso el pastor protestante Martin Niemöller: "Vinieron por los judíos,/ pero como yo no lo era, no me importó./ Vinieron por los comunistas,/ pero como yo no lo era, no me importó./ Vinieron por los curas,/ pero como yo no lo era, no me importó./ Por último vinieron por mí, y ya fue tarde".
En enero de 2011 publiqué en este diario un texto titulado "El cristianismo, objeto de persecución", en el que describí la agresión contra una iglesia copta de Alejandría que dejó varias decenas de heridos y muertos. También denuncié las incontables agresiones que se venían cometiendo contra instituciones y creyentes cristianos desde el océano Índico hasta el Atlántico.

Thursday, August 4, 2016

El odio a Israel

El odio a Israel

Tuesday, June 21, 2016

El odio a los ricos


El odio a los ricos parece estar detrás de las principales catástrofes políticas ocurridas en la historia. Suele ser el sentimiento más explotado por los populistas para hacerse con el poder, y con la disculpa de distribuir esa riqueza robada al resto de la comunidad, hacerse ellos ricos a su vez y llevar al pueblo a la ruina completa. El punto de partida de tal odio está en la concepción de que los ricos consiguen su riqueza quitándosela al resto de sus congéneres, y que por eso hay ricos y pobres.



¿Es esto así? ¿Es el intercambio económico un juego de suma cero, en que uno solo pueda ganar si otro pierde? Evidentemente esto no es así en un mercado libre. La teoría económica nos dice que en las transacciones económicas voluntarias las partes involucradas esperan beneficiarse del intercambio (otra cosa es que se equivoquen, pero eso solo se puede saber después). Por tanto, tras cada transacción económica ambas partes se han enriquecido a priori: ambas valoran más aquello que reciben que lo que entregan, pues en otro caso no se habría llevado a cabo la transacción.
Con este mecanismo, es lógico que se hagan más ricos aquellos que más transacciones acertadas hacen, proceso en el cual habrán creado también mucha riqueza por los demás individuos de la sociedad que han hecho intercambios con ellos. Amancio Ortega no se ha hecho rico porque su ropa es un timo, sino porque muchísima gente valora más esa ropa que el dinero que cuesta. Cada transacción enriquece de forma similar a ambas partes, lo que pasa es que Ortega hace muchas más transacciones que cada uno de nosotros.
Así pues, en el mercado libre, el más rico es a la vez el que más riqueza ha creado para la sociedad (sea él, o los ascendientes de los que ha recibido la riqueza). Y puede ser motivo de envidia, pero no cabe racionalmente el odio. Su riqueza no me frustra, no me impide a mí ser rico de la misma u otra forma. Por el contrario, lo normal sería estarle agradecido: gracias a Steve Jobs tenemos unos aparatitos magníficos en el bolsillo y gracias a John Deere (inventor del tractor) el pan es muy barato. En muchos países y épocas, el rico del pueblo era también el personaje más notable y al que todos pedían consejo.
Por el momento hemos aplicado el método de las construcciones mentales a  lo que ocurre en ausencia de intervención. Pero obviamente en la economía en que vivimos apenas existe el mercado sin intervención; por el contrario, hay mucha regulación y muchos privilegios. En estas circunstancias, no se puede presumir que las transacciones sean voluntarias, ni tampoco que lo sean las condiciones en que se han producido.
En estas condiciones, surgen otro tipo de ricos, a partir de transacciones no libres, y en los que sí se trata de un juego de suma-cero. Aquí, la riqueza obtenida por el privilegiado es a costa de la del obligado a la transacción. En una transacción forzada solo se incrementa la riqueza de una parte, exactamente igual que ocurre en un atraco.
Es lógico que esta clase de ricos no solo despierten envidia, sino también odio. Son ricos que no generan riqueza para la sociedad, al contrario la destruyen. Son ricos que causan frustración, pues sus privilegios impiden a la gente el desarrollo personal y profesional, y la búsqueda de sus metas. Si alguien quiere proporcionar servicios de taxi en Madrid u otras ciudades, no lo podrá hacer libremente, a menos que pague por el privilegio un precio incomprensible. O lo mismo si quiere poner una farmacia, no digamos ya si quiere poner una carretera o una central eléctrica.
Entonces, tenemos dos tipos de ricos: los justos y los injustos; los primeros dignos de admiración, los segundos, de repulsa. Por desgracia, a la mayor parte de la gente todo el análisis económico previo le resulta muy lejano, cuando no completamente irrelevante. ¿Es posible distinguir a unos de otros? Para la mayor parte de los empresarios la obtención de privilegios legales no es algo moral, es simplemente las reglas del juego en que quieren participar. Seguro que Ramón Areces se ha beneficiado de las limitaciones legales para poner centros comerciales, pero seguro también que la mayor parte de la riqueza generada por El Corte Inglés no viene de dichas limitaciones.
¿De qué forma podríamos asegurarnos de que los ricos sean siempre ricos “justos”? La solución está ya anunciada en los párrafos precedentes: elimínense los privilegios legales, y tendremos ricos queridos y respetados. Mientras eso llega, lo que habrá es ricos sospechosos y criminales, indistinguibles de los ricos “justos” para la mayor parte de la gente, y caldo de cultivo para todos los populismos comunistas que en el mundo han sido.
Y, a la vista de los resultados de las últimas elecciones en España, parece que nos va llegando el turno de pagar el precio por los ricos que tenemos. Porque, no nos engañemos, nunca son los ricos injustos los que pagan su riqueza injusta. Lo pagaremos los de siempre, los individuos normales y corrientes.

El odio a los ricos


El odio a los ricos parece estar detrás de las principales catástrofes políticas ocurridas en la historia. Suele ser el sentimiento más explotado por los populistas para hacerse con el poder, y con la disculpa de distribuir esa riqueza robada al resto de la comunidad, hacerse ellos ricos a su vez y llevar al pueblo a la ruina completa. El punto de partida de tal odio está en la concepción de que los ricos consiguen su riqueza quitándosela al resto de sus congéneres, y que por eso hay ricos y pobres.