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Tuesday, June 21, 2016

El odio a los ricos


El odio a los ricos parece estar detrás de las principales catástrofes políticas ocurridas en la historia. Suele ser el sentimiento más explotado por los populistas para hacerse con el poder, y con la disculpa de distribuir esa riqueza robada al resto de la comunidad, hacerse ellos ricos a su vez y llevar al pueblo a la ruina completa. El punto de partida de tal odio está en la concepción de que los ricos consiguen su riqueza quitándosela al resto de sus congéneres, y que por eso hay ricos y pobres.



¿Es esto así? ¿Es el intercambio económico un juego de suma cero, en que uno solo pueda ganar si otro pierde? Evidentemente esto no es así en un mercado libre. La teoría económica nos dice que en las transacciones económicas voluntarias las partes involucradas esperan beneficiarse del intercambio (otra cosa es que se equivoquen, pero eso solo se puede saber después). Por tanto, tras cada transacción económica ambas partes se han enriquecido a priori: ambas valoran más aquello que reciben que lo que entregan, pues en otro caso no se habría llevado a cabo la transacción.
Con este mecanismo, es lógico que se hagan más ricos aquellos que más transacciones acertadas hacen, proceso en el cual habrán creado también mucha riqueza por los demás individuos de la sociedad que han hecho intercambios con ellos. Amancio Ortega no se ha hecho rico porque su ropa es un timo, sino porque muchísima gente valora más esa ropa que el dinero que cuesta. Cada transacción enriquece de forma similar a ambas partes, lo que pasa es que Ortega hace muchas más transacciones que cada uno de nosotros.
Así pues, en el mercado libre, el más rico es a la vez el que más riqueza ha creado para la sociedad (sea él, o los ascendientes de los que ha recibido la riqueza). Y puede ser motivo de envidia, pero no cabe racionalmente el odio. Su riqueza no me frustra, no me impide a mí ser rico de la misma u otra forma. Por el contrario, lo normal sería estarle agradecido: gracias a Steve Jobs tenemos unos aparatitos magníficos en el bolsillo y gracias a John Deere (inventor del tractor) el pan es muy barato. En muchos países y épocas, el rico del pueblo era también el personaje más notable y al que todos pedían consejo.
Por el momento hemos aplicado el método de las construcciones mentales a  lo que ocurre en ausencia de intervención. Pero obviamente en la economía en que vivimos apenas existe el mercado sin intervención; por el contrario, hay mucha regulación y muchos privilegios. En estas circunstancias, no se puede presumir que las transacciones sean voluntarias, ni tampoco que lo sean las condiciones en que se han producido.
En estas condiciones, surgen otro tipo de ricos, a partir de transacciones no libres, y en los que sí se trata de un juego de suma-cero. Aquí, la riqueza obtenida por el privilegiado es a costa de la del obligado a la transacción. En una transacción forzada solo se incrementa la riqueza de una parte, exactamente igual que ocurre en un atraco.
Es lógico que esta clase de ricos no solo despierten envidia, sino también odio. Son ricos que no generan riqueza para la sociedad, al contrario la destruyen. Son ricos que causan frustración, pues sus privilegios impiden a la gente el desarrollo personal y profesional, y la búsqueda de sus metas. Si alguien quiere proporcionar servicios de taxi en Madrid u otras ciudades, no lo podrá hacer libremente, a menos que pague por el privilegio un precio incomprensible. O lo mismo si quiere poner una farmacia, no digamos ya si quiere poner una carretera o una central eléctrica.
Entonces, tenemos dos tipos de ricos: los justos y los injustos; los primeros dignos de admiración, los segundos, de repulsa. Por desgracia, a la mayor parte de la gente todo el análisis económico previo le resulta muy lejano, cuando no completamente irrelevante. ¿Es posible distinguir a unos de otros? Para la mayor parte de los empresarios la obtención de privilegios legales no es algo moral, es simplemente las reglas del juego en que quieren participar. Seguro que Ramón Areces se ha beneficiado de las limitaciones legales para poner centros comerciales, pero seguro también que la mayor parte de la riqueza generada por El Corte Inglés no viene de dichas limitaciones.
¿De qué forma podríamos asegurarnos de que los ricos sean siempre ricos “justos”? La solución está ya anunciada en los párrafos precedentes: elimínense los privilegios legales, y tendremos ricos queridos y respetados. Mientras eso llega, lo que habrá es ricos sospechosos y criminales, indistinguibles de los ricos “justos” para la mayor parte de la gente, y caldo de cultivo para todos los populismos comunistas que en el mundo han sido.
Y, a la vista de los resultados de las últimas elecciones en España, parece que nos va llegando el turno de pagar el precio por los ricos que tenemos. Porque, no nos engañemos, nunca son los ricos injustos los que pagan su riqueza injusta. Lo pagaremos los de siempre, los individuos normales y corrientes.

El odio a los ricos


El odio a los ricos parece estar detrás de las principales catástrofes políticas ocurridas en la historia. Suele ser el sentimiento más explotado por los populistas para hacerse con el poder, y con la disculpa de distribuir esa riqueza robada al resto de la comunidad, hacerse ellos ricos a su vez y llevar al pueblo a la ruina completa. El punto de partida de tal odio está en la concepción de que los ricos consiguen su riqueza quitándosela al resto de sus congéneres, y que por eso hay ricos y pobres.