Sigo comprometido con la fe de mis años de adolescente: con la verdadera libertad humana como condición previa para el mayor bien. Estoy en contra de los impuestos confiscatorios, los colectivos totalitarios y la ideología de la inevitabilidad de la muerte para todas las personas. Por todas estas razones, me sigo calificando como “libertario”.
Pero debo confesar que, a lo largo de las dos últimas décadas, he cambiado radicalmente sobre cómo alcanzar estos objetivos. Lo más importante es que ya no creo que libertad y democracia sean compatibles. Analizando la evolución de mi pensamiento, espero mostrar algunos de los retos que afrontan hoy todos los liberales clásicos.
Como alumno de Stanford que estudiaba filosofía a finales de la década de 1980, naturalmente entraba en el toma y daca del debate y el deseo de conseguir libertad a través de medios políticos. Fundé un periódico estudiantil para desafiar las ortodoxias que prevalecían en la universidad y conseguimos algunas victorias limitadas, la más notable en la anulación de los códigos de lenguaje instituidos por la universidad. Pero, en un sentido más amplio, no conseguimos tanto con todo el esfuerzo aplicado. Se parecía mucho a una guerra de trincheras en el frente occidental en la Primera Guerra Mundial: había mucha carnicería, pero no llegamos a ser el centro del debate. En retrospectiva, estábamos predicando principalmente al coro, aunque esto tuviera el beneficio adicional importante de convencer a los miembros del coro para continuar cantando el resto de sus vidas.
Como abogado y
trader joven en Manhattan en la década de 1990, empecé a entender por qué tantos se desilusionan después de la universidad. El mundo parece un lugar demasiado grande. En lugar de luchar contra la constante indiferencia del universo, muchos de mis iguales más sensatos se retiraban a atender sus pequeños jardines. Cuanto mayor es el CI, más pesimista se vuelve uno con respecto a las políticas de libre mercado: el capitalismo sencillamente no es tan popular entre la multitud. Entre los conservadores más inteligentes, este pesimismo se manifestaba a menudo en beber compulsivamente; los libertarios más inteligentes, por el contrario, tenían más resacas de derecho positivo y escapaban no solo del alcohol sino de lo que viene después.
Avanzando hasta 2009, las perspectivas para una política libertaria parecen realmente sombrías. La prueba A es una crisis financiera causada por un exceso de deuda y apalancamiento, facilitado por un gobierno que garantizó todo tipo de riesgo moral, y ya sabemos que la respuesta a esta crisis implica más deuda y apalancamiento y más gobierno. Quienes han argumentado a favor de los mercados libres han estado gritando en un huracán. Los acontecimientos de meses recientes hicieron añicos cualquier esperanza remanente de libertarios con mentalidad política. Para lo que somos libertarios en 2009, nuestra educación culmina con el conocimiento de que la más amplia educación del cuerpo político se ha convertido en una pérdida de tiempo.
De hecho, aún más pesimistamente, la tendencia ha ido en el sentido incorrecto durante mucho tiempo. Volviendo a las finanzas, la última depresión económica en Estados Unidos que
no generó una intervención pública masiva fue el colapso de 1920-21- Fue agudo pero corto y conllevó el tipo de “destrucción creativa” schumpeteriana que podía llevar a un auge real. La década que siguió (los felices 20) fue tan fuerte que los historiadores han olvidado la depresión que la inició. La década de 1920 fue la última en la historia estadounidense durante la cual se podía ser verdaderamente optimista en política. Desde 1920, el enorme aumento en los beneficiarios sociales y la extensión del voto a las mujeres (dos grupos de votantes que son notablemente duros con los libertarios) han convertido a la idea de “democracia capitalista” en un oxímoron.
A la vista de estas realidades, cabría desesperarse si se limitara el horizonte al mundo de la política. Yo no desespero porque ya no creo que la política abarque todos los futuros posibles de nuestro mundo. En nuestros tiempos, la gran tarea del libertarismo es encontrar una vía de escape de la política en todas sus formas: desde las catástrofes totalitarias y fundamentalistas a las irreflexivas demostraciones que guían la llamada “socialdemocracia”.
Así que la cuestión crucial se refiere solo a los medios, a cómo escapar, no por vía política, sino más allá de ella. Como en realidad no quedan lugar libre en nuestro mundo, sospecho que el modo de escapar debe implicar algún tipo de proceso nuevo y no intentado hasta ahora que nos lleve a algún país no descubierto y, por esta razón, he centrado mis esfuerzos en las nuevas tecnologías que puedan crear un nuevo espacio de libertad. Dejadme que hable brevemente de tres de esas nuevas fronteras tecnológicas:
(1)
Ciberespacio. Como empresario e inversor, he centrado mis esfuerzos en Internet. A finales de la década de 1990, la visión creadora de PayPal se centró en la creación de una nueva divisa mundial, libre de todo control público y dilución, el fin de la soberanía monetaria, por decirlo así. En la década del 2000, empresas como Facebook crearon el espacio para nuevas formas de disensión y nuevas formas de crear comunidades no ligadas a estados-nación históricos. Empezando un nuevo negocio de Internet, un empresario puede crear un mundo nuevo. La esperanza de Internet es que estos nuevos mundos impacten y obliguen al cambio del orden social y político existente. La limitación de Internet está en que estos nuevos mundos son virtuales y cualquier escapada puede ser más imaginaria que real. La cuestión pendiente, que no se responderá en muchos años, se centra sobre cuál de estas posibilidades de Internet resultará verdad.
(2)
Espacio exterior. Debido a que los vastos alcances del espacio exterior representan una frontera ilimitada, también representan una posibilidad ilimitada de escapar de la política mundial. Pero la frontera final sigue teniendo una barrera de entrada: Las tecnologías de cohetes han visto solo modestos avances desde la década de 1960, así que el espacio exterior sigue estando todavía casi imposiblemente lejos. Debemos redoblar los esfuerzos por colonizar el espacio, pero también debemos ser realistas acerca de los horizontes temporales que supone. El futuro libertario de la ciencia ficción clásica, al estilo de Heinlein, no llegará antes de la segunda mitad del siglo XXI.
(3)
Ocupación del mar. Entre el ciberespacio y el espacio exterior se encuentra la posibilidad de colonizar los océanos. Para mí, las preguntas sobre si la gente viviría allí (respuesta: lo harían los suficientes) son secundarias con respecto a las preguntas acerca de si es inminente la tecnología de ocupación del mar. Desde mi punto de vista, la tecnología implicada es más provisional que Internet, pero mucho más realista que el viaje espacial. Podemos haber llegado a la etapa en la que sea económicamente viable o en la que pronto lo sea. Es un riesgo realista y por esta razón apoyo con entusiasmo esta iniciativa.
El futuro de la tecnología no está predeterminado y debemos resistir la tentación del utopismo tecnológico, la idea de que la tecnología tienen un impulso o voluntad propia y de que garantizará un futuro más libre y por tanto podemos ignorar el terrible arco de la política en nuestro mundo.
Una metáfora mejor es que estamos en una carrera mortal entre política y tecnología. El futuro será mucho mejor o mucho peor, pero la cuestión del futuro sigue estando muy abierta. No sabemos exactamente lo apretada que está esta carrera, pero sospecho que puede estarlo mucho, hasta el final. Al contrario que en el mundo de la política, en el mundo de la tecnología las decisiones de las personas pueden seguir siendo lo esencial. El destino de nuestro mundo puede depender de los esfuerzos de una sola persona que construya o divulgue la maquinaria de la libertad que haga al mundo seguro para el capitalismo.
Por esta razón, todos debemos desear a Patri Friedman lo mejor en su extraordinario experimento.