La relación de dependencia entre estas dos variables parece a todas luces evidente. Un líder sólo puede brotar cuando quien pretenda abrogarse esa condición esté en posesión vivencial de ideas y, además, esté dispuesto a llevarlas a término. Sin ideas, el líder no pasará de ser un simple papanatas con capacidad para esparcir el mal por el mundo, dependiendo, simplemente, del espacio que le permitan los que le contemplan.
Dejar de preocuparnos, incluso eliminar en la educación cualquier consideración a los fundamentos del saber, ha arrancado de raíz la posibilidad de ideas fundadas y contrastadas sobre las que edificar unliderazgo responsable. Por eso, los que hoy llamamos líderes no apelan a la razón ni al sentido común de las cosas, sino que tratan, por todos los medios, de despertar las emociones en quienes les escuchan. Por otro lado, una sociedad cansada, con horizonte reducido, es presa fácil a la hora de instigar su emotividad.
Que así sean las cosas no evita que esa carencia –en la causa y en el efecto– pase su correspondiente factura de empobrecimiento social; empobrecimiento de una sociedad que ni siente ni se compromete, sino que desenvuelve su vida vegetativa en una serie de formalismos –las elecciones entre ellos– que le ayudan a convencerse de que realmente vive. Un vivir, sin tullir ni bullir.
¿Dónde están hoy aquellos líderes empresariales? ¿Dónde está un Henry Ford, o un Gotlieb Daimler y un Karl Benz, o, retrocediendo un siglo más, un Amschel Mayer Rothschild…? ¿Dónde están los políticos como Harold Macmillan, Konrad Adenauer, Alcide De Gasperi, Robert Schuman y Jean Monnet, cuya obra se ve hoy vituperada por quienes desprecian las normas anteponiendo a éstas sus caprichos y sus intereses?
La mediocridad de hoy es la de las ideas. Las ideas enraizadas no son objeto de renuncia ni, en su esencia, pueden ser objeto de transacción. Hoy vivimos el triunfo del principio por algunos atribuido a Groucho Marx: “Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros”. ¿Puede un empresario dejar de mirar al mercado para cultivar la amistad con un ministro? Los llamados jóvenes empresarios, ¿pueden condicionar su actividad a la obtención de ayudas públicas?
¿Puede un pretendido líder político, ante el fracaso electoral, proclamar que en los próximos comicios cambiará de discurso? ¿A cuál tienen que creer los electores? ¿Podemos llamar líderes del Brexit a quienes desaparecen de la faz de la Tierra ante el panorama que han dejado en el Reino Unido? ¿Qué líderes son los que, a la hora de llevar a término el programa anunciado, tras recibir la aprobación mayoritaria de los británicos, deciden dejar todo a lo que resulte de la voluntad de quienes no creían en ello? Aunque peligrosa, ¿era todo una farsa?
Nuestra esperanza es que la historia juzgue, con la severidad acorde con la ofensa, a estos falsos líderes que ultrajaron a la sociedad sin respeto ni consideración.
Wikipedia
Search results
Showing posts with label gobernanza. Show all posts
Showing posts with label gobernanza. Show all posts
Friday, July 8, 2016
Política: Ocaso de ideas y carencia de líderes
La
relación de dependencia entre estas dos variables parece a todas luces
evidente. Un líder sólo puede brotar cuando quien pretenda abrogarse esa
condición esté en posesión vivencial de ideas y, además, esté dispuesto
a llevarlas a término. Sin ideas, el líder no pasará de ser un simple
papanatas con capacidad para esparcir el mal por el mundo, dependiendo,
simplemente, del espacio que le permitan los que le contemplan.
Dejar de preocuparnos, incluso eliminar en la educación cualquier consideración a los fundamentos del saber, ha arrancado de raíz la posibilidad de ideas fundadas y contrastadas sobre las que edificar unliderazgo responsable. Por eso, los que hoy llamamos líderes no apelan a la razón ni al sentido común de las cosas, sino que tratan, por todos los medios, de despertar las emociones en quienes les escuchan. Por otro lado, una sociedad cansada, con horizonte reducido, es presa fácil a la hora de instigar su emotividad.
Dejar de preocuparnos, incluso eliminar en la educación cualquier consideración a los fundamentos del saber, ha arrancado de raíz la posibilidad de ideas fundadas y contrastadas sobre las que edificar unliderazgo responsable. Por eso, los que hoy llamamos líderes no apelan a la razón ni al sentido común de las cosas, sino que tratan, por todos los medios, de despertar las emociones en quienes les escuchan. Por otro lado, una sociedad cansada, con horizonte reducido, es presa fácil a la hora de instigar su emotividad.
Friday, June 24, 2016
Política: El umbral de la deshonestidad
Cuando ciertos hechos de corrupción se mediatizan y llegan a oídos de la opinión pública, con sobrados motivos, la gente se escandaliza, se indigna y no puede contener su bronca e impotencia. Esta actitud no es inadecuada en sí misma, de hecho es esperable. Pero vale la pena reflexionar profundamente acerca del verdadero trasfondo de esta reacción ciudadana.
Por momentos, diera la sensación de que la corrupción como hecho puntual no es lo que molesta, sino el contexto general, algunos pormenores y, sobre todo, el modo burdo en el que se desarrollan estas canalladas.
La gente cree que los gobernantes, en general, son corruptos. Ya no caben dudas al respecto. Esta no es una mera suposición ya que lo afirman los estudios más serios sobre el tema. No solo ocurre así en este país, sino en casi todo el planeta, aunque con visibles matices bastante diferenciados.
El ciudadano de a pie intuye que el funcionario de turno, de cualquier jurisdicción y color político, se apropia de los recursos públicos en alguna medida. Supone que algunos roban ofreciendo favores a cambio de dinero, pero también cree que los otros, lo hacen con una disimulada eficacia adueñándose de “monedas” pero bajo una idéntica y equivalente actitud.
Ese individuo, alejado de la labor estatal, lo sospecha, pero en realidad no lo sabe con precisión. Algunas señales pueden darle más asidero a sus presunciones, pero no dejan de ser tales porque los elementos concretos que confirmarían su visión no están a mano, ni son contundentes.
A la política tradicional este asunto no le preocupa demasiado. Algunos personajes se ofenden por esa exagerada generalización, pero tampoco hacen demasiado para transparentar su propia gestión. Enojarse sirve de poco. En todo caso bien valdría intentar comprender en que se basan esas impresiones subjetivas de la sociedad, y eventualmente, actuar fuertemente sobre ellas, con acciones concretas y no con discursos vacíos.
Los dirigentes tampoco hacen mucho al respecto, pero ya no por desidia, negligencia o abulia, sino porque claramente precisan de esa “oscuridad” en la administración de los recursos públicos que les resulta vital y funcional para hacer política a diario financiándose con las arcas del Estado.
Es interesante analizar detenidamente ese fenómeno de naturalización yde segmentación de la corrupción. Es increíble como se ha deteriorado progresivamente el estándar moral de la gente, moviéndose en las últimas décadas, en la dirección indeseada y a una gran velocidad.
Solo parece intolerable aquella corrupción que resulta obscena, que demuestra su impudicia sin camuflaje alguno, que ofende a la sociedad por la ostensible impunidad y la falta de decoro de sus protagonistas. Pero es importante comprender que las causas de la corrupción pasan por otro lado. Los casos más escandalosos, son solo eso, una versión agravada de lo cotidiano y por eso tal vez fastidien tanto.
Lo preocupante es que la sociedad solo condena aquellos actos de corrupción desenfrenada y no a otros de menor cuantía. Cataloga como ladrones solo a los que detentan un gran prontuario y no al resto que, haciendo lo mismo, no han sido aun descubiertos, o que por su significación económica no parecen tan trascendentes.
Claro que las proporciones tienen relevancia, pero si alguien mata a una persona de una decena de puñaladas generando una enorme conmoción por el ensañamiento y por su crueldad, eso no convierte automáticamente al homicida que asesina con un solo golpe certero, en un ciudadano inocente.
La malicia debe ser cuestionada siempre y no solo cuando alcanza cierta envergadura. Un ladrón es alguien que se adueña de lo ajeno sin su consentimiento. Ese calificativo no puede depender de la cuantía de lo robado, ni de la espectacularidad del suceso, sino de su lineal accionar.
La sociedad moderna ha incorporado ciertas costumbres y se ha adaptado mansamente a ellas. Acepta lo inadmisible como si fuera un hábito correcto. La resignación y la sumisión siguen siendo pésimas aliadas y la política lo sabe, por eso se aprovecha de esta complicidad cívica sin piedad.
Todos estos hechos de corrupción son solo la punta del ovillo. Bienvenido este instante en el que muchos de esos casos se están conociendo con lujo de detalles, pero es importante ir hasta el fondo, ya no solo para descubrir a los verdaderos “jefes de la banda” y desenmascararlos, sino para empezar a desmontar la maquinaria que permite que esto suceda casi a diario.
Desarticular la corrupción no se consigue solo encarcelando a los más renombrados delincuentes. No desaparecerán de la escena este tipo de situaciones tan fácilmente. Mutarán, se reconvertirán, buscarán otros mecanismos, pero finalmente sobrevivirán y entonces vendrán nuevas generaciones de malhechores dispuestos a apoderarse de lo impropio.
Para ser eficaces en esta dura batalla contra la indecencia, se debe ir hasta el hueso. Primero es imprescindible comprender la dinámica del Estado, su arbitrariedad y los resquicios que eso genera. La causa originaria no está en el accionar aislado de un conjunto de delincuentes, sino en la existencia y supervivencia de un sistema perversamente inmoral que ha sido diseñado intencionalmente para facilitar estos instrumentos que resultan funcionales a la política en general y, especialmente, a sus intérpretes.
Claro que hay que hacer reformas para que esto no vuelva a ocurrir nunca más. Es demasiado evidente que no alcanza con arrestar a unos cuantos, ni mucho menos con horrorizarse frente a ciertos groseros ilícitos. Pero la sociedad también debe asumir su cuota de responsabilidad e intentar hacer su parte, encarar lo necesario y modificar su elemental matriz conceptual.
Si la gente considera que quedarse con “un poco” de dinero de los contribuyentes es normal, que esas son las reglas de juego, que así fue siempre y no es tan grave, pues entonces todo seguirá exactamente igual y estos incidentes serán solo una anécdota más sin que esto haya servido para casi nada.
No existen dudas de que la política es responsable de lo que sucede pero la sociedad también es parte central de este pérfido mecanismo y tiene en sus manos la llave para lograr un cambio con mayúsculas. Solo debe replantearse el problema, operar sobre sus verdaderas causas y cuestionar activamente su actual visión sobre el umbral de la deshonestidad.
Política: El umbral de la deshonestidad
Cuando ciertos hechos de corrupción se mediatizan y llegan a oídos de la opinión pública, con sobrados motivos, la gente se escandaliza, se indigna y no puede contener su bronca e impotencia. Esta actitud no es inadecuada en sí misma, de hecho es esperable. Pero vale la pena reflexionar profundamente acerca del verdadero trasfondo de esta reacción ciudadana.
Por momentos, diera la sensación de que la corrupción como hecho puntual no es lo que molesta, sino el contexto general, algunos pormenores y, sobre todo, el modo burdo en el que se desarrollan estas canalladas.
Wednesday, June 15, 2016
¿Es la democracia la gran cosa?
Mi gran escepticismo sobre la democracia como algo esencial en sociedad e incluso como “derecho natural” no será novedad para los lectores de Libertad.org.
La realidad histórica y política es que la democracia es una espada de doble filo, y cuando expongo mi opinión y reseño que la democracia está sobrestimada, me catalogan rapidito como una persona autoritaria, liberticida, antidemocrática y antipueblo. Esta reacción, mayormente entre círculos izquierdistas, se basa en la premisa falsa de que es si un político o una institución tienen legitimación democrática entonces es sinónimo de algo bueno.
Para muchas personas sería un verdadero choque plantear cómo dos de los países más libres, el Reino Unido y Estados Unidos, son los menos atados a los principios de la democracia y el sufragio universal. Este planteamiento se sostiene si analizamos la estructura constitucional de ambos países; la Constitución de Estados Unidos es el documento más conservador en el planeta, donde el voto se menciona poco, algo que es reservado a los Estados de la Unión.
La estructura del gobierno es una que divide el poder, en donde el Ejecutivo no lo dirige directamente el elector sino el Colegio Electoral. La rama legislativa, el Senado, antes de la Enmienda XVII era elegido por las legislaturas estatales por un periodo de seis años. El Poder Judicial, investido en los magistrados de la Corte Suprema, tampoco se elige directamente. El presidente nomina y el Senado ratifica.
En el caso del Reino Unido, es una monarquía constitucional donde no se vota por el/la monarca (Jefe del Estado), donde en el sistema parlamentario no se vota directamente por el primer ministro sino por miembros del Parlamento. Tiena la Casa de los Lores que no es electa sino que sus miembros son elegidos por el gobierno de por vida y representa una importante parte fiscalizadora de la legislación proveniente de la Cámara de los Comunes. Un país donde los grandes avances en la libertad como el derecho de Habeas Corpus no provienen de movimientos democráticos sino de mayormente de conflictos entre monarca y Parlamento, representado por una aristocracia que no era electa y unos comunes que eran electos por un electorado limitado. Este sistema nos legó la Carta Magna, bendito documento que ha ilu,minado el camino de más de una constitución.
Como podemos apreciar estos países son baluartes de la libertad porque su sistema no es totalmente democrático, donde existe una prudente restricción en actuar y adquirir el poder. Son sistemas que se basan en una concepción de la naturaleza humana que comprende sus flaquezas y por eso tiene un escepticismo natural a lo que John Madison y John Adams, entre otros, denominaron como “la tiranía de la mayoría”. Esto no quiere decir que favorezca un retorno al pasado, ya que el sufragio es universal, pero sí enfatizo que no veamos la democracia como algo sagrado o la panacea a nuestras aflicciones. Una institución no debe ser necesariamente eliminada porque no tener legitimación democrática. Habrá que analizarla bajo el criterio de si mantienen y defienden la libertad y el orden.
Es importante cuestionar la sacralidad de la democracia y si de verdad nos hemos beneficiado de este movimiento democrático, sus ideas y del sufragio universal. El sistema democrático permite el traspaso del poder político sin necesidad de matarse (literalmente) por alcanzarlo. En este punto, es un magnífico sistema ya que es la forma pacífica y civilizada de hacer las cosas. Pero, pasado ese umbral, también vemos cómo por la búsqueda de votos, los partidos venden sus ideales y a su base política, traicionando sus promesas, atacando las libertades personales y envolviéndose en la bandera del populismo en nombre de un supuesto bienestar social. Por ejemplo, América Latina ha sufrido enormes decepciones con la institución democrática debido a la corrupción política.
Podríamos concluir que no nos hemos visto necesariamente beneficiado bajo este sistema – quizás hasta hayamos empeorado. En muchos casos, la democracia se ha convertido no solo en legitimación sino en arma retorica e ideológica para el intervencionismo contra el individuo y hasta a nivel militar en otros países. Las intervenciones militares en nombre de supuestos valores democráticos universales se han repetido en el siglo XX y XXI. Las intervenciones contra la libertad individual en nombre de un supuesto bienestar social general han sido impuestas por elementos legitimados por la democracia.
El modelo de los Padres Fundadores de Estados Unidos, basado en un gobierno limitado con balance de poderes, ha ido cambiando lentamente a favor del intervencionismo del Estado que recorta libertades individuales de forma lenta pero segura – todo ello bendecido en nombre de la democracia y el progreso social. ¿Estamos mejor o peor? Porque en nombre de ese mismo principio, hoy tenemos una deuda de 19 billones de dólares, oleada, sacramentada y creada por nuestros representantes democráticamente electos. Conceder legitimidad democrática a nuestros políticos se puede convierte fácilmente en potentes armas contra nuestra propia libertad. Reflexione sobre esto que también es resultado de la democracia.
¿Es la democracia la gran cosa?
Mi gran escepticismo sobre la democracia como algo esencial en sociedad e incluso como “derecho natural” no será novedad para los lectores de Libertad.org.
La realidad histórica y política es que la democracia es una espada de doble filo, y cuando expongo mi opinión y reseño que la democracia está sobrestimada, me catalogan rapidito como una persona autoritaria, liberticida, antidemocrática y antipueblo. Esta reacción, mayormente entre círculos izquierdistas, se basa en la premisa falsa de que es si un político o una institución tienen legitimación democrática entonces es sinónimo de algo bueno.
Para muchas personas sería un verdadero choque plantear cómo dos de los países más libres, el Reino Unido y Estados Unidos, son los menos atados a los principios de la democracia y el sufragio universal. Este planteamiento se sostiene si analizamos la estructura constitucional de ambos países; la Constitución de Estados Unidos es el documento más conservador en el planeta, donde el voto se menciona poco, algo que es reservado a los Estados de la Unión.
Subscribe to:
Posts (Atom)