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Friday, March 3, 2017

Por el bien de los menos afortunados, repensemos el Estado de bienestar

Por el bien de los menos afortunados, repensemos el Estado de bienestar

(Juan Rubiano) estado de bienestar
Si el gobierno va a aportar algo, necesita el dinero para hacerlo, y en un Estado de bienestar el gobierno se posiciona él mismo como mecanismo de transferencia de riquezas. (Juan Rubiano)
El término “estado de bienestar” se ha convertido en piltrafa política; retórica insubstancial utilizada para alimentar un electorado dócil a favor o en contra de determinados clichés. El tema es críticamente importante para la democracia y merece un análisis más razonado.
El concepto “Estado de bienestar” cubre una variedad de formas significativamente diferentes de organización social y económica. Pero, esencialmente, un Estado de bienestar es una teoría de gobierno en la cual el Estado transfiere fondos de unos individuos a otros, buscando mejorar el bienestar de los segundos a expensas de los primeros. Si el gobierno va a aportar algo, necesita el dinero para hacerlo, y en un Estado de bienestar el gobierno se posiciona él mismo como mecanismo de transferencia de riquezas.


Saturday, December 24, 2016

Trump y la Tercera Guerra Mundial

La Tercera Guerra Mundial ha comenzado: el mundo contra el presidente electo Donald Trump. Una legión de zombies, la mayoría de la izquierda, globalistas y buena parte del establishment político, se ha lanzado a las calles y ha llenado sus medios de comunicación para impedir que Trump pueda inaugurar su era con estabilidad y la calma necesaria para llevar adelante su programa. Siento decir por todos ellos que al igual que los zombies de la película Guerra Mundial Z, están muertos de verdad y al final, los muertos siempre pierden.

Europa: El regreso del catolicismo cultural

Mientras muchos analistas y comentaristas se han centrado en los resultados políticos del Brexit y de la victoria de Donald Trump, pocos han comentado sobre el resurgimiento del catolicismo cultural por toda Europa en las urnas.
En muchos países de Europa, líderes como el primer ministro de Hungría o el gobierno conservador de Polonia, han promovido una retórica de valores cristianos revelando la fuerte conexión histórica de estos valores con una visión nostálgica de sus países. Este resurgimiento nace en parte como resultado de la desastrosa política migratoria de la Unión Europea, a la que han llegado de golpe dos millones de inmigrantes y no existe un plan concreto para su asimilación. Además, este resurgimiento parece representar un rechazo al multiculturalismo promovido por el Estado, cuyas sus consecuencias he reseñado en el pasado. Este catolicismo cultural no significa que más personas estén llenando las iglesias, pero sí que ven el catolicismo como algo característico de su país.

Friday, November 11, 2016

Europa, sola en el mundo de Trump

Mark Leonard is Director of the European Council on Foreign Relations.
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Europa, sola en el mundo de Trump

LONDRES – Otra vez sola. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, Europa ha mirado al mundo a través de una lenta transatlántica. Ha habido altibajos en la alianza con Estados Unidos, pero fue una relación familiar construida sobre la sensación de que nos respaldaríamos mutuamente en una crisis y de que somos esencialmente parecidos.
La elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos amenaza con poner fin a todo esto -al menos por ahora-. Trump cree más en los muros y en los océanos que en la solidaridad con los aliados, y dejó en claro que colocará a Estados Unidos no sólo en primer lugar, sino también en segundo y tercero. "Ya no someteremos a este país o a su pueblo", declaró Trump en su principal discurso sobre política exterior, "al falso canto de la globalización".
Los europeos no sólo tendrán que acostumbrarse a Trump; también van a tener que mirar al mundo con ojos diferentes. Existen cuatro razones para esperar que los Estados Unidos de Trump sean la mayor fuente única de desorden global.
Primero, las garantías norteamericanas ya no son confiables. Trump ha cuestionado si defendería o no a los miembros de la OTAN en Europa del este si ellos no hacían más para defenderse a sí mismos. Ha dicho que Arabia Saudita debería pagar por la seguridad norteamericana. Ha alentado a Japón y a Corea del Sur a conseguir armas nucleares. En Europa, Oriente Medio y Asia, Trump ha dejado en claro que Estados Unidos ya no desempeñará el papel de policía; por el contrario, será una compañía de seguridad privada lista para ser contratada.
Segundo, las instituciones globales estarán bajo ataque. Trump esencialmente rechaza la visión de que el orden mundial liberal que Estados Unidos construyó después de la Segunda Guerra Mundial (y que expandió después de la Guerra Fría) es la manera más económica de defender los valores y los intereses norteamericanos. Al igual que George W. Bush después del 11 de septiembre de 2001, ve a las instituciones globales como restricciones intolerables a la libertad de acción de Estados Unidos. Tiene una agenda revisionista para casi todos estos organismos, desde la Organización Mundial de Comercio hasta la OTAN y las Naciones Unidas. El hecho de que quiera poner en práctica el "arte de la negociación" en todas las relaciones internacionales -renegociando los términos de cada acuerdo- probablemente genere una respuesta negativa similar entre los socios de Estados Unidos.
Tercero, Trump cambiará por completo las relaciones estadounidenses. El mayor temor es que sea más amable con los enemigos de Estados Unidos que con sus aliados. El principal desafío para los europeos es su admiración por el presidente ruso, Vladimir Putin. Si Trump, al querer congraciarse con Putin en busca de un gran acuerdo, reconoce la anexión de Crimea por parte de Rusia en 2014, la UE quedaría relegada a un papel casi imposible.
Cuarto, hay que tener en cuenta la imprevisibilidad de Trump. Inclusive durante los 18 meses de la campaña presidencial, Trump ha tenido opiniones enfrentadas sobre casi todas las cuestiones. El hecho de que hoy dirá lo contrario de lo que dijo ayer, sin admitir que ha cambiado de opinión, muestra hasta qué punto el capricho es su método.
Uno de los beneficios del sistema político estadounidense es que ofrece un período de gracia de dos meses para prepararse para el mundo de Trump. ¿Qué deberían hacer los europeos al respecto entonces?
En primer lugar, necesitamos intentar que aumente nuestra influencia sobre Estados Unidos. Sabemos por los escritos y el comportamiento de Trump que probablemente se asemeje a otros presidentes fuertes y trate la debilidad como una invitación a la agresión. La experiencia en Irak nos ha demostrado que una Europa dividida tiene poca capacidad para influir sobre Estados Unidos. Pero cuando Europa ha trabajado de manera conjunta -en materia de privacidad, política de competencia e impuestos-, negoció con Estados Unidos desde una posición de fortaleza.
Lo mismo fue válido para la llamada política E3+3 sobre Irán -cuando los grandes estados miembro de la UE, al mostrarse unidos, lograron modificar la postura de Estados Unidos-. Para estar en una posición de ventaja, la UE ahora necesita iniciar un proceso para acordar políticas comunes sobre seguridad, política exterior, migración y economía. Será difícil, ya que Europa está muy dividida, sumado al hecho de que Francia le teme al terrorismo, Polonia le tiene pavor a Rusia, Alemania está exacerbada por la cuestión de los refugiados y el Reino Unido está decidido a obrar por cuenta propia.

En segundo lugar, los europeos deberían mostrar que son capaces de construir alianzas con otros. La UE debe dialogar con otras potencias para apoyar a las instituciones globales contra el revisionismo de Trump. Y también necesita diversificar sus relaciones de política exterior. En lugar de esperar a que Trump margine a la UE y priorice a Rusia y a China, los europeos deberían hacer su propio juego. ¿Deberían, por ejemplo, comenzar a consultar con los chinos sobre el embargo de armas de la UE para recordarle a Estados Unidos el valor de la alianza transatlántica? ¿Podría la EU desarrollar una relación diferente con Japón? Y si Trump quiere hacerse amigo de Rusia, ¿no debería acaso poner en práctica el proceso de Normandía respecto de Ucrania?
En tercer lugar, los europeos necesitan empezar a invertir en su propia seguridad. De Ucrania a Siria, de los ciberataques a los atentados terroristas, la seguridad de Europa está siendo puesta a prueba de diferentes maneras. A pesar de que, intelectualmente, se entiende que 500 millones de europeos ya no pueden contratar su seguridad a 300 millones de norteamericanos, la UE ha hecho poco por achicar la brecha entre sus necesidades y sus capacidades de seguridad. Es hora de fortalecer el plan franco-alemán para la defensa europea. Y será importante encontrar maneras institucionalizadas de incorporar al Reino Unido a la nueva arquitectura de seguridad de Europa.

En todas estas áreas, los europeos deben mantener la puerta abierta a la cooperación transatlántica. Esta alianza -que muchas veces ha salvado a Europa de sí misma- es más importante que cualquier individuo. Y, en cualquier caso, Trump no durará para siempre. Pero es más factible que la relación transatlántica sobreviva si se basa en dos pilares que entienden y defienden sus propios intereses.
Resultará difícil adoptar esta agenda -particularmente porque Europa enfrenta su propia marca de nacionalismo populista-. La líder del Frente Nacional de extrema derecha de Francia, Marine Le Pen, fue una de las primeras personas en felicitar a Trump por su victoria, y Trump ha dicho que pondría al Reino Unido al frente de la fila después del Brexit. Pero inclusive a los líderes más parecidos a Trump de Europa les resultará más difícil defender su interés nacional si intentan actuar por cuenta propia. Para sobrevivir en el mundo de Trump, deberían intentar hacer que Europa sea grande otra vez.

Europa, sola en el mundo de Trump

Mark Leonard is Director of the European Council on Foreign Relations.
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Europa, sola en el mundo de Trump

LONDRES – Otra vez sola. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, Europa ha mirado al mundo a través de una lenta transatlántica. Ha habido altibajos en la alianza con Estados Unidos, pero fue una relación familiar construida sobre la sensación de que nos respaldaríamos mutuamente en una crisis y de que somos esencialmente parecidos.
La elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos amenaza con poner fin a todo esto -al menos por ahora-. Trump cree más en los muros y en los océanos que en la solidaridad con los aliados, y dejó en claro que colocará a Estados Unidos no sólo en primer lugar, sino también en segundo y tercero. "Ya no someteremos a este país o a su pueblo", declaró Trump en su principal discurso sobre política exterior, "al falso canto de la globalización".

Monday, October 10, 2016

La batalla entre Cosmopolitas vs. Nacionalistas

Mundo
“La división entre cosmopolitas y nacionalistas definirá el siglo XXI”. Lo decía Michael Ignatieff en una entrevista dos semanas después del voto a favor del Brexit, en la que trataba de dar las claves tanto de la decisión de los británicos como del auge de líderes y movimientos políticos que se nutren -a la vez que alimentan- un rechazo a los inmigrantes y se posicionan, de una u otra forma, contra diversos efectos de la globalización. Pero, ¿son el Brexit, el ascenso deDonald Trump o los avances de partidos populistas en Europa los síntomas de una “revuelta popular contra la globalización”, como escribía hace poco el economista Dani Rodrik? ¿Y es el nacionalismo, como sostiene Ignatieff, lo que está resurgiendo y nucleando a los perdedores de la globalización, a los que no son cosmopolitas?



Ignatieff ya apuntaba ese choque entre cosmopolitas y nacionalistas en un libro de los años 90 que recogía sus viajes por países donde las pasiones nacionalistas estaban en el origen de guerras (la antigua Yugoslavia), terrorismo (Irlanda del Norte) o conflictos como el de Quebec, entre otros. Sangre y pertenencia. Viajes al nuevo nacionalismo, se titulaba la obra. En su prólogo el autor confesaba que durante muchos años había pensado que la corriente favorecía a los cosmopolitas como él, pero que luego concluyó que “el globalismo […] sólo permite una conciencia posnacional a aquellos cosmopolitas que tienen la fortuna de vivir en el opulento Occidente.” Y añadía: “El cosmopolitismo es un privilegio de aquellos que pueden dar por garantizado un estado nación seguro. […] un espíritu cosmopolita y posnacional siempre va a depender en última instancia de la capacidad de los estados nación de proporcionar protección y orden a sus ciudadanos.”
El eco de aquella idea resuena en su opinión sobre el Brexit, cuando dice que la globalización y el mundo sin fronteras “han sido geniales para las personas educadas y los jóvenes que se mueven de un lugar a otro, hablan varios idiomas y son multiculturales”, pero muy difíciles para la gente “cuyos trabajos están atados a una comunidad, cuya movilidad se limita por su nivel de educación o también para aquellos que son leales y apegados a su comunidad, su localidad y su lugar de nacimiento.” Los cosmopolitas, continuaba, se sorprenden de que la mayoría no piense como ellos, y “es por eso que tampoco entienden por qué las personas que viven en el norte de Inglaterra, en ciudades como Sunderland y Wigan, dicen: ‘No quiero defender a Stuttgart o a Düsseldorf. Quiero defender a Wigan’.”
En Wigan, un 64 por ciento votó a favor del Brexit. Era una zona industrial, que decayó antes de que el Reino Unido entrara en la Comunidad Europea, y ahora es un área deprimida. No es nada raro, por tanto, que si alguien les dice, como en efecto ocurriódurante la campaña, que sus intereses son los mismos que los de los trabajadores de Stuttgart, repliquen que lo único que les interesa es Wigan. Pero, ¿son nacionalistas por ello? Y más allá de Wigan, el de El camino a Wigan Pier, de George Orwell, ¿son nacionalistas ingleses los que votaron a favor del Brexit?
No hay duda de que la campaña del Brexit pulsó los resortes del orgullo nacional. Pero, ¿hubiera tenido éxito sin el trasfondo de deterioro económico que sufren desde hace años ciertas zonas y la concurrencia de otros elementos, incluidos los errores de los partidarios de quedarse en la Unión? Lo que sí sabemos, lo sabemos bien en España, es que el nacionalismo, en épocas de crisis, puede congregar un voto de protesta más amplio que el de los nacionalistas strictu sensu. Igual sucede en otros lugares: los nacionalistas ponen el tren al que se suben muchos descontentos, aunque no compartan la ideología nacionalista, marcada por su ferocidad identitaria y su voluntad de exclusión del Otro.
A mí, al contrario que a los de Wigan, me interesa Stuttgart. Y hoy me interesa para exponer una paradoja que anida en la oposición cosmopolitismo-nacionalismo como forma de explicar los seísmos políticos que vive Europa desde la Gran Recesión. Porque los de Stuttgart, en realidad, se han defendido muy bien. Eso es parte del problema. La idea de que la Unión Europea, y Bruselas en concreto, son agentes de la globalización, dominados por unas elites cosmopolitas distantes e indiferentes a las antiguas lealtades nacionales, no se compadece con lo sucedido.
Los intereses nacionales han estado tan presentes como siempre, o más presentes que nunca, en la política europea para encarar la crisis. Alemania ha defendido los suyos y todos los demás han hecho lo mismo. Cierto que esa defensa del interés nacional no se ha llevado tan lejos como para provocar la implosión de la Eurozona y de la Unión, pero la historia de estos últimos años ha sido un constante y tenso tira y afloja entre ambas tendencias. Los denostados burócratas de Bruselas puede que compongan una élite cosmopolita y posnacional, pero los que toman las decisiones importantes no son ellos: son los gobiernos de los Estados miembros.
Ni las élites europeas son todas cosmopolitas ni los contrarios a la UE son todos nacionalistas. Querer un Estado más protector no es sinónimo de nacionalismo, como tampoco lo es, necesariamente, la demanda de mayor control de las fronteras. Es tentador y sugerente sintetizar los conflictos actuales, en Europa o en EEUU, como un choque entre cosmopolitas y nacionalistas, pero visto más de cerca ese enfrentamiento tiende a difuminarse como un espejismo. Habrá que seguir explorando, admitir que aún no sabemos qué pasa. No sabemos siquiera si estamos ante un fenómeno global provocado por las mismas causas o si las élites intelectuales, esas sí muy cosmopolitas, están globalizando fenómenos que tienen motores distintos.

La batalla entre Cosmopolitas vs. Nacionalistas

Mundo
“La división entre cosmopolitas y nacionalistas definirá el siglo XXI”. Lo decía Michael Ignatieff en una entrevista dos semanas después del voto a favor del Brexit, en la que trataba de dar las claves tanto de la decisión de los británicos como del auge de líderes y movimientos políticos que se nutren -a la vez que alimentan- un rechazo a los inmigrantes y se posicionan, de una u otra forma, contra diversos efectos de la globalización. Pero, ¿son el Brexit, el ascenso deDonald Trump o los avances de partidos populistas en Europa los síntomas de una “revuelta popular contra la globalización”, como escribía hace poco el economista Dani Rodrik? ¿Y es el nacionalismo, como sostiene Ignatieff, lo que está resurgiendo y nucleando a los perdedores de la globalización, a los que no son cosmopolitas?


Saturday, October 1, 2016

La batalla entre Cosmopolitas vs. Nacionalistas

Mundo
“La división entre cosmopolitas y nacionalistas definirá el siglo XXI”. Lo decía Michael Ignatieff en una entrevista dos semanas después del voto a favor del Brexit, en la que trataba de dar las claves tanto de la decisión de los británicos como del auge de líderes y movimientos políticos que se nutren -a la vez que alimentan- un rechazo a los inmigrantes y se posicionan, de una u otra forma, contra diversos efectos de la globalización. Pero, ¿son el Brexit, el ascenso deDonald Trump o los avances de partidos populistas en Europa los síntomas de una “revuelta popular contra la globalización”, como escribía hace poco el economista Dani Rodrik? ¿Y es el nacionalismo, como sostiene Ignatieff, lo que está resurgiendo y nucleando a los perdedores de la globalización, a los que no son cosmopolitas?



Ignatieff ya apuntaba ese choque entre cosmopolitas y nacionalistas en un libro de los años 90 que recogía sus viajes por países donde las pasiones nacionalistas estaban en el origen de guerras (la antigua Yugoslavia), terrorismo (Irlanda del Norte) o conflictos como el de Quebec, entre otros. Sangre y pertenencia. Viajes al nuevo nacionalismo, se titulaba la obra. En su prólogo el autor confesaba que durante muchos años había pensado que la corriente favorecía a los cosmopolitas como él, pero que luego concluyó que “el globalismo […] sólo permite una conciencia posnacional a aquellos cosmopolitas que tienen la fortuna de vivir en el opulento Occidente.” Y añadía: “El cosmopolitismo es un privilegio de aquellos que pueden dar por garantizado un estado nación seguro. […] un espíritu cosmopolita y posnacional siempre va a depender en última instancia de la capacidad de los estados nación de proporcionar protección y orden a sus ciudadanos.”
El eco de aquella idea resuena en su opinión sobre el Brexit, cuando dice que la globalización y el mundo sin fronteras “han sido geniales para las personas educadas y los jóvenes que se mueven de un lugar a otro, hablan varios idiomas y son multiculturales”, pero muy difíciles para la gente “cuyos trabajos están atados a una comunidad, cuya movilidad se limita por su nivel de educación o también para aquellos que son leales y apegados a su comunidad, su localidad y su lugar de nacimiento.” Los cosmopolitas, continuaba, se sorprenden de que la mayoría no piense como ellos, y “es por eso que tampoco entienden por qué las personas que viven en el norte de Inglaterra, en ciudades como Sunderland y Wigan, dicen: ‘No quiero defender a Stuttgart o a Düsseldorf. Quiero defender a Wigan’.”
En Wigan, un 64 por ciento votó a favor del Brexit. Era una zona industrial, que decayó antes de que el Reino Unido entrara en la Comunidad Europea, y ahora es un área deprimida. No es nada raro, por tanto, que si alguien les dice, como en efecto ocurriódurante la campaña, que sus intereses son los mismos que los de los trabajadores de Stuttgart, repliquen que lo único que les interesa es Wigan. Pero, ¿son nacionalistas por ello? Y más allá de Wigan, el de El camino a Wigan Pier, de George Orwell, ¿son nacionalistas ingleses los que votaron a favor del Brexit?
No hay duda de que la campaña del Brexit pulsó los resortes del orgullo nacional. Pero, ¿hubiera tenido éxito sin el trasfondo de deterioro económico que sufren desde hace años ciertas zonas y la concurrencia de otros elementos, incluidos los errores de los partidarios de quedarse en la Unión? Lo que sí sabemos, lo sabemos bien en España, es que el nacionalismo, en épocas de crisis, puede congregar un voto de protesta más amplio que el de los nacionalistas strictu sensu. Igual sucede en otros lugares: los nacionalistas ponen el tren al que se suben muchos descontentos, aunque no compartan la ideología nacionalista, marcada por su ferocidad identitaria y su voluntad de exclusión del Otro.
A mí, al contrario que a los de Wigan, me interesa Stuttgart. Y hoy me interesa para exponer una paradoja que anida en la oposición cosmopolitismo-nacionalismo como forma de explicar los seísmos políticos que vive Europa desde la Gran Recesión. Porque los de Stuttgart, en realidad, se han defendido muy bien. Eso es parte del problema. La idea de que la Unión Europea, y Bruselas en concreto, son agentes de la globalización, dominados por unas elites cosmopolitas distantes e indiferentes a las antiguas lealtades nacionales, no se compadece con lo sucedido.
Los intereses nacionales han estado tan presentes como siempre, o más presentes que nunca, en la política europea para encarar la crisis. Alemania ha defendido los suyos y todos los demás han hecho lo mismo. Cierto que esa defensa del interés nacional no se ha llevado tan lejos como para provocar la implosión de la Eurozona y de la Unión, pero la historia de estos últimos años ha sido un constante y tenso tira y afloja entre ambas tendencias. Los denostados burócratas de Bruselas puede que compongan una élite cosmopolita y posnacional, pero los que toman las decisiones importantes no son ellos: son los gobiernos de los Estados miembros.
Ni las élites europeas son todas cosmopolitas ni los contrarios a la UE son todos nacionalistas. Querer un Estado más protector no es sinónimo de nacionalismo, como tampoco lo es, necesariamente, la demanda de mayor control de las fronteras. Es tentador y sugerente sintetizar los conflictos actuales, en Europa o en EEUU, como un choque entre cosmopolitas y nacionalistas, pero visto más de cerca ese enfrentamiento tiende a difuminarse como un espejismo. Habrá que seguir explorando, admitir que aún no sabemos qué pasa. No sabemos siquiera si estamos ante un fenómeno global provocado por las mismas causas o si las élites intelectuales, esas sí muy cosmopolitas, están globalizando fenómenos que tienen motores distintos.

La batalla entre Cosmopolitas vs. Nacionalistas

Mundo
“La división entre cosmopolitas y nacionalistas definirá el siglo XXI”. Lo decía Michael Ignatieff en una entrevista dos semanas después del voto a favor del Brexit, en la que trataba de dar las claves tanto de la decisión de los británicos como del auge de líderes y movimientos políticos que se nutren -a la vez que alimentan- un rechazo a los inmigrantes y se posicionan, de una u otra forma, contra diversos efectos de la globalización. Pero, ¿son el Brexit, el ascenso deDonald Trump o los avances de partidos populistas en Europa los síntomas de una “revuelta popular contra la globalización”, como escribía hace poco el economista Dani Rodrik? ¿Y es el nacionalismo, como sostiene Ignatieff, lo que está resurgiendo y nucleando a los perdedores de la globalización, a los que no son cosmopolitas?


Monday, September 12, 2016

La última oportunidad de Europa

Joschka Fischer was German Foreign Minister and Vice Chancellor from 1998-2005, a term marked by Germany's strong support for NATO's intervention in Kosovo in 1999, followed by its opposition to the war in Iraq. Fischer entered electoral politics after participating in the anti-establishment protest… read moreImage result for Europa
BERLÍN – Gran parte de la historia de Europa estuvo marcada por el conflicto. El historiador norteamericano Robert Kagan escribió en 2003 que "los norteamericanos son de Marte y los europeos, de Venus"; pero Europa, durante siglos, fue hogar del dios romano de la guerra, no de la diosa del amor.
Venus encontró un hogar en Europa recién después de la Segunda Guerra Mundial, cuando surgieron muchas instituciones de gobernancia global, entre ellas las Naciones Unidas, el Banco Mundial y el sistema monetario de Bretton Woods. Durante la Guerra Fría, los países europeos perdieron todo menos su soberanía en manos de dos nuevas superpotencias globales, Estados Unidos y la Unión Soviética. 


Finalmente, las dos superpotencias renunciaron a ese control dividido y el antiguo sistema estatal europeo fue reemplazado por la Unión Europea, con su promesa de paz eterna entre los estados miembro de la UE, y entre Europa y el mundo en general. El colapso del comunismo en Europa, seguido del de la Unión Soviética en 1991, se describió de manera triunfante en Europa y Estados Unidos como el "fin de la historia" -el triunfo global de la democracia liberal y el capitalismo de libre mercado.
Unas pocas décadas después, en el annus horribilis de 2016, todo esto suena bastante ingenuo. En lugar de una paz sostenida y de una "unión cada vez más estrecha", los europeos están experimentando episodios de desorden y violencia casi a diario. Estos incluyen la decisión del Reino Unido de abandonar la UE, un aluvión de ataques terroristas en París, Niza, Normandía y otras partes; una renovada agresión por parte de Rusia; y un fallido golpe sangriento en Turquía, seguido de las medidas enérgicas del presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, contra la sociedad civil turca, que ha planteado temores sobre la fiabilidad de Turquía como socio de Occidente.
Es más, la crisis de refugiados de Europa, con las personas en busca de asilo que llegan desde Oriente Medio y el norte de África, todavía tiene que resolverse. Los efectos de derrame de las guerras civiles y las dictaduras militares en el vecindario de Europa siguen amenazando al continente, y Estados Unidos parece estar cansándose de su papel de garante universal de la seguridad y el orden globales. Estos y otros factores han llevado a muchos europeos a creer que los años de paz quedaron atrás.
Uno podría pensar que esta diversidad de problemas motivaría a los europeos a fortalecer la UE, para tomar control de la situación y mitigar los crecientes riesgos. En lugar de eso, muchos europeos están detrás de pancartas populistas a favor del nacionalismo y aislacionismo del siglo XIX y principios del siglo XX.
Este no es un buen presagio para Europa. En el siglo XXI, un alejamiento de la cooperación y la integración equivale a enterrar la cabeza en la arena y esperar que los peligros pasen. Y, mientras tanto, el resurgimiento de la xenofobia y el racismo descarado está destruyendo el tejido social que Europa necesitará para impedir las amenazas a la paz y el orden.
¿Cómo llegamos a esto? Si miramos 26 años para atrás, deberíamos admitir que la desintegración de la Unión Soviética -y, con ella, el fin de la Guerra Fría- no fue el fin de la historia, sino más bien el comienzo del desenlace del orden liberal occidental. Al perder a su enemigo existencial, Occidente perdió el contrapunto contra el cual declaró su propia superioridad moral.
Los años 1989-1991 fueron el comienzo de una transición histórica del mundo bipolar de la era posterior a la Segunda Guerra Mundial hacia el mundo globalizado de hoy, un lugar familiar, pero que todavía no entendemos del todo.
Algo es claro: el poder político y económico está virando del Atlántico al Pacífico, y se aleja de Europa. Esto deja muchos interrogantes abiertos: ¿Qué potencia (o potencias) forjarán este futuro orden mundial? ¿La transición será pacífica y Occidente saldrá intacto? ¿Qué tipo de nuevas instituciones de gobernancia global surgirán? ¿Y qué será de la antigua Europa -y del transatlanticismo- en una "era del Pacífico"?
Esta podría ser la última oportunidad de Europa de culminar el proyecto de unificación. La ventana histórica de oportunidad que se abrió durante el período de internacionalismo liberal occidental se está cerrando rápidamente. Si Europa pierde su oportunidad, no es exagerado decir que lo que la espera es el desastre.
Los políticos europeos hoy les ofrecen a los votantes una elección entre pragmatismo modesto y nacionalismo tempestuoso. Pero lo que Europa necesita hoy es una tercera vía: un liderazgo político que pueda pensar de manera creativa y actuar con valentía para el largo plazo. De lo contrario, Europa puede llegar a sufrir un golpe duro.

La última oportunidad de Europa

Joschka Fischer was German Foreign Minister and Vice Chancellor from 1998-2005, a term marked by Germany's strong support for NATO's intervention in Kosovo in 1999, followed by its opposition to the war in Iraq. Fischer entered electoral politics after participating in the anti-establishment protest… read moreImage result for Europa
BERLÍN – Gran parte de la historia de Europa estuvo marcada por el conflicto. El historiador norteamericano Robert Kagan escribió en 2003 que "los norteamericanos son de Marte y los europeos, de Venus"; pero Europa, durante siglos, fue hogar del dios romano de la guerra, no de la diosa del amor.
Venus encontró un hogar en Europa recién después de la Segunda Guerra Mundial, cuando surgieron muchas instituciones de gobernancia global, entre ellas las Naciones Unidas, el Banco Mundial y el sistema monetario de Bretton Woods. Durante la Guerra Fría, los países europeos perdieron todo menos su soberanía en manos de dos nuevas superpotencias globales, Estados Unidos y la Unión Soviética. 

Tuesday, August 30, 2016

Europa no los escuchó: Estas son las 'profecías' de Gaddafi y Assad que tristemente se cumplieron

Varios años antes de los mortíferos atentados en Europa, los líderes de Libia y Siria ya habían avisado sobre la ola de terrorismo con la que se iba a encontrar el continente.

Rebeldes libios en Tripoli, el 25 de agosto de 2011.
Rebeldes libios en Tripoli, el 25 de agosto de 2011.Zohra BensemraReuters

Mientras que Europa vive las consecuencias de los brutales atentados que sacudieron Bruselas el 22 de marzo, cobrándose la vida de 31 personas, las advertencias sobre el posible aumento de la amenaza terrorista en Europa comenzaron a sonar varios años antes.
En 2011, el entonces líder de Libia Muamar Gaddafi alertó a Tony Blair en dos conversaciones telefónicas que su retirada del poder abriría la puerta al ascenso de Al Qaeda, que luego emprendería una invasión de Europa. En concreto, alertó que los yihadistas "quieren controlar el Mediterráneo y luego atacarán a Europa", según cita 'The Guardian'. El mismo año, en una entrevista a France 24, Gaddafi aseguró que "Libia juega un papel importante en la seguridad en el Mediterráneo".



A su vez, en junio de 2013, el presidente sirio Bashar Al Assad también advirtió que si Europa comenzaba a suministrar armas a los rebeldes, reforzaría a los terroristas en el "patio trasero de Europa" y causaría caos y pobreza en Siria, informó 'The Telegpraph'. En declaraciones al periódico alemán 'Frankfurter Allgemeine Zeitung', Assad advirtió que el levantamiento del embargo de armas también llevaría a "la exportación directa del terrorismo a Europa". "Los terroristas se entrenarán para el combate y regresarán a casa equipados con la ideología extremista", añadió el presidente.

"En Europa omiten que los terroristas de Bruselas son los mismos que combatieron contra Al Assad"

El jefe del Comité de Asuntos Exteriores del Parlamento ruso opina que los recientes atentados ponen de manifiesto de dónde proviene la verdadera amenaza.
"Los autores de los atentados en Bruselas son los mismos yihadistas que combatieron en Libia a Muamar Gaddafi y en Siria a Bashar al Assad", escribió en su cuenta de Twitter Alexéi Pushkov, director del Comité de Asuntos Exteriores de la Duma Estatal de Rusia. "Eso es algo que en Europa prefieren callar", agregó el político, que expresó también sus condolencias a las familias de las víctimas de los atentados en Bélgica.
"Ya llegó la hora de que Europa entienda de dónde proviene la verdadera amenaza y una sus fuerzas con Rusia", escribió Pushkov. Según él, los ataques terroristas de este martes en Bruselas y los de París del pasado 13 de noviembre demostraron a las claras quién amenaza a la UE.

Europa no los escuchó: Estas son las 'profecías' de Gaddafi y Assad que tristemente se cumplieron

Varios años antes de los mortíferos atentados en Europa, los líderes de Libia y Siria ya habían avisado sobre la ola de terrorismo con la que se iba a encontrar el continente.

Rebeldes libios en Tripoli, el 25 de agosto de 2011.
Rebeldes libios en Tripoli, el 25 de agosto de 2011.Zohra BensemraReuters

Mientras que Europa vive las consecuencias de los brutales atentados que sacudieron Bruselas el 22 de marzo, cobrándose la vida de 31 personas, las advertencias sobre el posible aumento de la amenaza terrorista en Europa comenzaron a sonar varios años antes.
En 2011, el entonces líder de Libia Muamar Gaddafi alertó a Tony Blair en dos conversaciones telefónicas que su retirada del poder abriría la puerta al ascenso de Al Qaeda, que luego emprendería una invasión de Europa. En concreto, alertó que los yihadistas "quieren controlar el Mediterráneo y luego atacarán a Europa", según cita 'The Guardian'. El mismo año, en una entrevista a France 24, Gaddafi aseguró que "Libia juega un papel importante en la seguridad en el Mediterráneo".


Wednesday, August 24, 2016

Brexit: La derrota de los eurócratas

UK-UE
Una sólida mayoría de británicos ha decidido que no quieren continuar en esta Unión Europea. Con más de un millón de votos de diferencia, los partidarios de la salida han demostrado ser muchos más que los que quieren permanecer dentro de la estructura política de Bruselas.
Es una noticia aún peor para una forma de entender la Unión Europea. Fíjense que no digo para Europa, sino para la forma de malentender y de desfigurar Europa que ha dominado progresivamente el continente desde los despachos del poder de Bruselas.



Si hay que buscar derrotados, búsquenlos en los largos pasillos de la Comisión Europea. Si hay que encontrar fracasados, los pueden ver sentados a ambos lados del hemiciclo del Parlamento Europeo. Si hay que señalar culpables, están en todos los medios de comunicación, ONGs, lobbys y demás rent-seekers que llevan décadas predicando las bondades del federalismo europeo mientras extienden la mano para cobrar las subvenciones que salen del bolsillo del contribuyente europeo.
Nadie rechazaba las instituciones europeas cuando se trataba un Mercado Común o una Comunidad Económica. Ni siquiera los británicos. Ni siquiera Margaret Thatcher, como cuenta ella misma en sus memorias. Fue a partir del Tratado de Maastricht cuando, capitaneados por un socialista elitista como Jacques Delors, se fue extendiendo entre las élites políticas y periodísticas europeas la asombrosa tesis de que el rechazo al poder creciente de Bruselas se vencería con “más Europa”, como anteayer mismo decía el ministro de Exteriores de España José Manuel García-Margallo, uno de los que cree en esa mística del corazón de Europa.
Es ésa forma de malentender Europa la que se ha hecho odiosa. La que ha intentado varias veces imponer una Constitución Europea.. La que acumula poder sin responsabilidad. La que desprecia lo que llaman “la Europa de los mercaderes”, sin darse cuenta de que esa es la verdadera Europa: la de la libertad para que las personas se muevan y lleven adonde quieran sus ideas, sus servicios, sus productos y los bienes de su propiedad. Ésa es la Europa que merece la pena, la que sirve eficazmente para evitar que las guerras se repitan, la que representa lo mejor de la gente: su libertad para decidir y para responsabilizarse de su propio futuro.No creo que el Reino Unido vaya a romper su condición de mercado libre, ni tampoco creo que la Unión Europea vaya a levantar barreras en el comercio con las islas. Si uno u otra lo hicieran se cometería un error catastrófico.
Pero el voto que ayer pronunciaron los británicos va a tener muchas consecuencias. Y la primera, y la peor para el resto de Europa, es que nos han dejado solos, a merced del gentil monstruo de Bruselas.

Brexit: La derrota de los eurócratas

UK-UE
Una sólida mayoría de británicos ha decidido que no quieren continuar en esta Unión Europea. Con más de un millón de votos de diferencia, los partidarios de la salida han demostrado ser muchos más que los que quieren permanecer dentro de la estructura política de Bruselas.
Es una noticia aún peor para una forma de entender la Unión Europea. Fíjense que no digo para Europa, sino para la forma de malentender y de desfigurar Europa que ha dominado progresivamente el continente desde los despachos del poder de Bruselas.


Friday, July 29, 2016

"Las guerras, las revoluciones y los migrantes": Ni EE.UU. es optimista sobre el futuro de Europa

Los estadounidenses "no son muy entusiastas" sobre las perspectivas de la Unión Europea, a la que no cesan de llegar desde 2011 multitud de migrantes y refugiados del mundo musulmán. Esta es la opinión del historiador y especialista en relaciones internacionales ruso Sarkis Tsaturián, que advierte que "en la próxima década el Viejo Mundo estará preocupado por tres problemas: las guerras, las revoluciones y los migrantes", todos provocados por la inestabilidad de Oriente Próximo.
"Las guerras, las revoluciones y los migrantes": Ni EE.UU. es optimista sobre el futuro de la UEReuters \ Bernadett Szabo

"Las contradicciones entre EE.UU. y Europa no se limitan a la guerra en Irak", escribe el periodista ruso en su nuevo artículo publicado por la agencia de noticias Regnum.
El experto recuerda las palabras que dijo en 2009 el entonces secretario de Estado de EE.UU., Henry Kissinger, y que algunos denominaron el 'dilema de Kissinger': "¿A quién llamo si quiero hablar con Europa?".
Pasados seis años, el 'dilema de Kissinger' sigue sin resolverse, sostiene el autor del artículo.
"Desde 2011, el Viejo Mundo está siendo asaltado por multitudes de migrantes y refugiados del mundo musulmán que la amenazan no solo con tensiones económicas y políticas, sino también con la pérdida de identidad", opina Tsaturián, agregando que "los estadounidenses no tienen mucho entusiasmo en la valoración de las perspectivas de la Unión Europea".



El Viejo Mundo está siendo asaltado por multitudes de migrantes y refugiados del mundo musulmán que le amenazan no solo con tensiones económicas y políticas, sino también con la pérdida de identidad
En este sentido, el historiador cita las palabras del portavoz de la Casa Blanca Joshua Earnest: "Europa se enfrenta a un flujo de inmigrantes del norte de África y de algunos países de Oriente Próximo causado por la violencia y la inestabilidad en estas zonas. Esta situación no solo socava el orden en la región (el norte de África y Oriente Próximo), sino que también tiene un efecto desestabilizador significativo en el resto del mundo, incluida Europa", dijo en su momento el portavoz de la Casa Blanca.
A su vez, el director ejecutivo de la empresa estadounidense de inteligencia y espionaje Stratfor ha hablado del "legado de Hitler" y de que "un puñado de naciones europeas" han perdido su dominio en el mundo, mientras que EE.UU y su cultura han logrado el triunfo en Occidente, recuerda el autor de la publicación.

Rusia superará la crisis mundial de la energía, a diferencia de la Unión Europea

"La diferencia entre el siglo pasado y la actualidad es la siguiente: si después de la Segunda Guerra Mundial, la zona de influencia del imperio económico de Estados Unidos incluía los campos de petróleo y las arterias de transporte de Oriente Próximo, ahora Washington no puede presumir de estas ventajas", señala el periodista.
Por otro lado, prosigue, "por primera vez desde el periodo de descolonización posterior a la guerra, el mundo musulmán está viviendo una situación política que esta vez entierra bajo los escombros de las fronteras estatales los yacimientos de gas y los canales de su entrega a la Unión Europea".
En este contexto, "Rusia, que controla la ruta marítima del norte, tiene una ventaja posicional", apunta el experto.
Sin embargo, escribe Tsaturián, Bruselas sigue pensando en términos del siglo pasado. Así, la Unión Europea apuesta por el gas natural licuado (GNL) y, para torcerle el brazo a la empresa rusa Gazprom, está dispuesta a comprar los hidrocarburos a todos menos a Rusia, "aunque sea en el otro lado del planeta, independientemente de los costos de transporte".
Sin embargo, lo que consigue es el efecto opuesto, considera el historiador ruso.
Rusia, que controla la ruta marítima del norte, tiene una ventaja posicional
En su opinión, la intriga es que el mismo Washington, siendo uno de los principales consumidores de gas, contribuye con su 'revolución de esquisto' al debilitamiento de los rivales de Rusia en el sector del gas natural licuado, mientras que "Moscú se prepara para un salto en este segmento".
"Rusia será capaz de superar la crisis política y económica en el sector mundial de la energía, algo que no se puede decir de la Unión Europea, para la cual el 'dilema de Kissinger' se está convirtiendo en un complejo", asegura el analista.
"En la próxima década el Viejo Mundo estará preocupado por tres problema: las guerras, las revoluciones y los migrantes. Y todos son provocados por la inestabilidad de Oriente Próximo", concluye.

"Las guerras, las revoluciones y los migrantes": Ni EE.UU. es optimista sobre el futuro de Europa

Los estadounidenses "no son muy entusiastas" sobre las perspectivas de la Unión Europea, a la que no cesan de llegar desde 2011 multitud de migrantes y refugiados del mundo musulmán. Esta es la opinión del historiador y especialista en relaciones internacionales ruso Sarkis Tsaturián, que advierte que "en la próxima década el Viejo Mundo estará preocupado por tres problemas: las guerras, las revoluciones y los migrantes", todos provocados por la inestabilidad de Oriente Próximo.
"Las guerras, las revoluciones y los migrantes": Ni EE.UU. es optimista sobre el futuro de la UEReuters \ Bernadett Szabo

"Las contradicciones entre EE.UU. y Europa no se limitan a la guerra en Irak", escribe el periodista ruso en su nuevo artículo publicado por la agencia de noticias Regnum.
El experto recuerda las palabras que dijo en 2009 el entonces secretario de Estado de EE.UU., Henry Kissinger, y que algunos denominaron el 'dilema de Kissinger': "¿A quién llamo si quiero hablar con Europa?".
Pasados seis años, el 'dilema de Kissinger' sigue sin resolverse, sostiene el autor del artículo.
"Desde 2011, el Viejo Mundo está siendo asaltado por multitudes de migrantes y refugiados del mundo musulmán que la amenazan no solo con tensiones económicas y políticas, sino también con la pérdida de identidad", opina Tsaturián, agregando que "los estadounidenses no tienen mucho entusiasmo en la valoración de las perspectivas de la Unión Europea".


Monday, July 18, 2016

Tres hurras por el Brexit: un triunfo para Europa


Europa nunca ha llegado a constituir una unidad política centralizada. En ello ha radicado históricamente su éxito. Historiadores como Jean Baechler, Eric Jones o Rubén Zorrilla explican claramente que la fragmentación política europea permitió a los habitantes de nuestro continente escapar del estancamiento político y económico de espacios como el chino, que habían ensayado antes la centralización política. La corrupción de la moneda (los chinos inventaron el papel moneda), el despotismo político y el bajo dinamismo económico, acompañaron lentamente al establecimiento del poder imperial en China. Y esa situación no les libró de guerras muy cruentas y a una escala mayor. Europa se libró de ese destino por muchas razones, entre ellas la geográfica, como apunta Fukuyama en su último libro sobre el orden estatal. Esto le permitió desarrollar una avanzada civilización y facilitar un enorme desarrollo económico. La fragmentación política dificultaba, aunque no impedía, la manipulación estatal de la economía y la corrupción monetaria.



Si a un pequeño reino europeo premoderno se le ocurría emitir papel-moneda sería objeto de la irrisión general dado que no sería aceptado más allá de su pequeño espacio geográfico. Lo mismo acontece con regulaciones laborales o del comercio, que serían fácilmente burladas gracias a otros países. La libertad de expresión de ideas se veía facilitada por la existencia de países con leyes distintas (los libros españoles prohibidos se imprimían, por ejemplo, en los Países Bajos) y, por lo tanto, con la posibilidad que se le abría al disidente de refugiarse en otro sitio. Los experimentos en política económica eran rápidamente imitados si resultaban exitosos y rechazados si fallaban, pero se realizaban siempre a escala de un pequeño país y no dañaban al conjunto del sistema en caso de fracasar. Y, sobre todo, permitían comparar y tener referencias de buen o mal desempeño. De todo esto carecía el modelo chino. Este modelo fragmentado hizo que la antes pobre Europa poco a poco se convirtiese en una civilización con alto nivel de desarrollo que poco a poco se impuso (no siempre, eso sí, de forma pacífica) como referente a nivel global.
No es de extrañar que los proyectos históricos de unificación europea de tiempos modernos, el de Carlos V, el de Napoleón o el último el de Hitler se malograran, pues la población europea se mostró en contra tanto en la forma de llevarlos a cabo como en el fondo. El historiador conservador John Laughland, en un clásico libertario poco recordado hoy como es su genial La fuente impura, rastrea, por ejemplo, el origen de las modernas ideas de unidad política europea y encuentra que muchas de estas no tienen un germen, digamos, muy recomendable.
El moderno proyecto de unidad política europea es el primero que se realiza de forma pacífica, voluntaria y a través de medios democráticos. Pero su ideal sigue siendo el mismo, la unificación política de los pueblos europeos y la construcción de instituciones de gobierno más o menos centralizadas. El proceso comenzó bien, con la eliminación de barreras al comercio y facilitando la libre circulación de personas y mercancías, sin pretender ir más allá en el ámbito político. Era el momento del mercado común, una época de paz y prosperidad sin precedentes en los pueblos de Europa occidental. Si hubiera llegado a triunfar el plan de Rueff y De Gaulle de regresar al patrón oro, que de haberse implantado seguro que pronto habría sido imitado, no cabe duda que el Viejo Continente habría vuelto a ser un ejemplo para el mundo. Pero el mercado común pronto se transformó, a partir de los acuerdos de Maastricht, en un proyecto de unificación política a gran escala, con poca responsabilidad democrática y dirigido por un conjunto élites tecnocráticas que pretendían dirigir el proceso hacia la construcción de un megaestado europeo. No dudaron, por ejemplo, en hacer repetir los referendos contrarios a sus intereses las veces que hiciese falta hasta conseguir sus objetivos. Y en el caso de ver frustradas democráticamente sus pretensiones, como fue en el caso de la ratificación de la Constitución Europea, no tuvieron empacho en burlar el proceso y aprobarla con otro nombre. El proceso comenzaría primero con una integración económica forzosa para luego conseguir su objetivo de una unión política.
Contra esto se rebelaron la mayoría de los electores británicos en el referéndum del Brexit. Independientemente de los matices que cada uno pueda establecer, entiendo que este resultado es enormemente positivo por los siguientes tres motivos que me llevan a felicitar a los electores británicos con sendos hurras.
  1. Hurra por atacar de frente el poder de la tecnocracia. Paul Gottfried, viejo luchador paleoconservador, describió en sus libros, especialmente en After Liberalism, la lucha entre la nueva élite tecnoburocrática, bien descrita en obras como El futuro de los intelectuales y el ascenso de la nueva clase de Alvin Gouldner, y las viejas élites políticas. La nueva élite basa su poder en la pericia técnica y en conocimientos académicos mientras la segunda se basa en instintos políticos y electorales y en el conocimiento e identificación de las preferencias de los electores. Una disputa, por ejemplo, entre draghis, por un lado, y farages o berlusconis, por otro. Las sociedades occidentales modernas cuentan con equilibrios inestables y luchas entre ambas, pero donde se da el dominio pleno de la nueva clase es en las instituciones comunitarias, que son incluso usadas por ésta para extender su poder en el ámbito de los propios ejecutivos nacionales. El caso de la imposición de miembros de esta clase como Mario Monti o Lucas Papademos en Italia y Grecia respectivamente, usando mecanismos de poder en el seno de la Union Europea, son ejemplos de lo dicho. La tecnocracia es una forma de poder fría y a mi entender potencialmente mucho más peligrosa que las viejas elites caciquiles o semipopulistas, pues resulta intervencionista en grado sumo y pretende regular todos los aspectos de la vida social y económica, dado que ahí radica la fuente de su poder. Cuantos más aspectos sean regulados e intervenidos, más fuerza tendrán tanto en número como en capacidad. Y más recursos podrán obtener de los lobbies que tienen asociados. De ahí que quieran diseñar desde el precio del dinero a cosas tan nimias como el color de las casas (no es broma) o el tipo de combustible que deben usar los automóviles (la idea de imponer el automóvil eléctrico, por ejemplo). También les gusta rediseñar países y hacer guerras en nombre de valores como al democracia o la libertad, como nos muestra el ejemplo de los viejos tecnócratas “cabezas de huevo” como McNamara en la guerra del Vietnam. Su arma es la planificación y la regulación y usan una forma de ejercer el poder que no tiene en cuenta las realidades particulares o los problemas de la ciudadanía. Su fuerza es que controlan el sistema educativo y la mayoría de los medios serios (los que les hacen frente son denominados como medios basura) y, por tanto, cuentan con la legitimidad de las ideas. Comparado con  ellos, los políticos tradicionales son potencialmente mucho menos dañinos, por lo que este voto del Brexit supone un duro golpe a las pretensiones de hegemonía de la nueva clase. No es de descartar, sin embargo, que ideen alguna estratagema para burlar la decisión popular.
  2. Hurra por frenar el proceso de concentración del poder en manos de las agencias y comisiones europeas. Si se analiza la política europea se observa que en los últimos años el proceso es de centralizar cada vez más competencias en manos de las agencias comunitarias. El caso de la política monetaria es el ejemplo por antonomasia. Pero también la pesca, la industria naval y muchos otros sectores. Pero este proceso es unívoco, se da sólo de la periferia al centro. Una vez adquirida una competencia es raro que se suelte y se devuelva a administraciones inferiores. Es cierto que la administración europea es relativamente pequeña en tamaño, pero no en influencia y legitimidad. Cualquier directiva de una de estas agencias es inmediatamente adoptada por las administraciones de orden inferior (Estados o autonomías en el caso español) sin casi discusión, pues su gobierno es de corte indirecto, casi como la administración británica en la India. Las resistencias administrativas a una norma son muy inferiores a las de una norma de rango estatal, que a pesar de estar dotadas de un más elevado grado de legitimidad democrática, o quizás por ello, son mucho más discutidas y resistidas. El Brexit pone en cuestión esta legitimidad, la debilita e indica que el camino de centralización puede ser reversible.
  3. Hurra por la secesión. La secesión es una de las mejores herramientas que tiene el género humano para garantizar su libertad. Si una asociación, ya sea humana o comercial, no nos convence, la forma mas pacífica y legítima es simplemente separarse. Si no estamos a gusto en una empresa o relación, lo mejor es separarse y gobernar cada uno su vida como mejor lo entienda. 

Tres hurras por el Brexit: un triunfo para Europa


Europa nunca ha llegado a constituir una unidad política centralizada. En ello ha radicado históricamente su éxito. Historiadores como Jean Baechler, Eric Jones o Rubén Zorrilla explican claramente que la fragmentación política europea permitió a los habitantes de nuestro continente escapar del estancamiento político y económico de espacios como el chino, que habían ensayado antes la centralización política. La corrupción de la moneda (los chinos inventaron el papel moneda), el despotismo político y el bajo dinamismo económico, acompañaron lentamente al establecimiento del poder imperial en China. Y esa situación no les libró de guerras muy cruentas y a una escala mayor. Europa se libró de ese destino por muchas razones, entre ellas la geográfica, como apunta Fukuyama en su último libro sobre el orden estatal. Esto le permitió desarrollar una avanzada civilización y facilitar un enorme desarrollo económico. La fragmentación política dificultaba, aunque no impedía, la manipulación estatal de la economía y la corrupción monetaria.


Saturday, July 16, 2016

Cómo el Brexit podría ayudar a toda Europa

Brexit
El Reino Unido (UK) está a punto de celebrar un referéndum el 23 de junio sobre si debería abandonar la Unión Europea (UE) o quedarse en ella. Algo antes impensable, el “Brexit” se está haciendo cada vez más probable. Los principales medios de comunicación lo ven como un factor de incertidumbre en Europa. Para sus críticos, el Brexit llevaría a aumentar el nacionalismo y le proteccionismo. Sin embargo, esos mismos críticos olvidan que la Unión Europea no es un área de libre comercio.
Por el contrario, el Brexit podría abrir nuevas perspectivas para el viejo continente, no trayendo más proteccionismo, sino trayendo más competencia entre gobiernos.

Europa necesita más competencia institucional

Europa tiene una muy larga tradición favorable a la competencia institucional. Uno de los primeros pensadores modernos preocupados por esto es el filósofo francés Montesquieu. Mientras comparaba el sistema político europeo con el asiático, señalaba en El espíritu de las leyes:



En Asia siempre se han visto grandes imperios, en Europa nunca se les permitió seguir existiendo. (…) Por tanto, el poder debería ser siempre despótico en Asia. Pues si la servidumbre allí no fuera extrema, inmediatamente habría una división que la naturaleza del país no podría resistir. En Europa, las divisiones naturales forman muchos estados de tamaño medio en las que el gobierno de las leyes no es incompatible con el mantenimiento del estado; por otro lado, son tan favorables a esto que sin leyes este estado cae en decadencia y se convierte en inferior a todos los demás. Esto es lo que ha formado el genio de la libertad, que hace muy difícil sojuzgar a cada parte y ponerla bajo una fuerza extranjera salvo mediante leyes y mediante lo que es útil para su comercio.
La fragmentación política europea lleva a un pluralismo jurisdiccional, fiscal y regulatorio que es en sí mismo útil para oponerse a leyes que son especialmente dañinas para el comercio. En presencia de leyes onerosas, los ciudadanos pueden verse incitados a “votar con los pies” llevando su capital e industria a un lugar donde estén mejor protegidos los derechos individuales. Es un mecanismo vital para aumentar la prosperidad general. Muchos economistas e historiadores han demostrado que la competencia institucional fue uno de los factores clave de la acumulación de riqueza de Europa. El historiador Paul Kennedy escribía en su libro Auge y caída de las grandes potencias:
Las consecuencias políticas y sociales de este crecimiento descentralizado y en buena parte no supervisado del comercio (…) y los mercados fue de la mayor importancia. En primer lugar, no había manera de que esas evoluciones económicas se suprimieran totalmente. (…) No existía ninguna autoridad uniforme en Europa que pudiera detener eficazmente esta o aquella evolución comercial, ningún gobierno central cuyo cambio en las propiedades pudiera causar el auge o caída de un sector determinado, ningún saqueo sistemático y universal de empresarios y emprendedores por los recaudadores de impuestos. (…) En Europa siempre hubo príncipes y señores locales dispuestos a tolerar a los mercaderes y sus maneras, incluso cuando otros los saqueaban y expulsaban.
Es precisamente por eso por lo que el proceso de centralización europea es dañino. La integración política europea es realmente un proyecto contra la competencia jurisdiccional. Como muchas organizaciones internacionales, la UE es una forma de mutualizar las respectivas soberanías de los gobiernos y cartelizar su poderes para aumentar u control sobre los individuos. El problema es que este tipo de cartelización tiende a aumentar la carga de las políticas públicas.
A largo plazo, la consecuencia de esta falta de competencia solo puede ser menos libertad y por tanto menos prosperidad. Bajo estas circunstancias, el Brexit sería una evolución positiva. Debilitaría la cartelización política del continente y estimularía la indispensable competencia en Europa.

El Brexit no amenaza al libre comercio en Europa

Los argumentos de la campaña por mantenerse en Europa son contradictorios. Por ejemplo, The Economist ha advertido por un lado en diversos artículos de que un Brexit podría afectar al libre comercio en Europa. Pero por otro, uno de los argumentos usados contra los que se quejan de la regulación de la UE para los estados miembros es que cualquier país que quiera comerciar con la Unión Europea debe cumplirla. Aunque este argumento es en parte incorrecto, equivale a una admisión de que la UE es más una alianza proteccionista que un área de libre comercio. Una verdadera área de libre comercio no impondría barreras regulatorias para impedir la competencia internacional.
Después de todo, como demostraba George Stigler en su famoso artículo “The Theory of Economic Regulation“, las regulaciones públicas son una manera de satisfacer los intereses especiales buscadores de rentas que tratan de impedir la libre empresa y competencia para aumentar el poder de monopolio concedido por el estado.

 La UE: Una fuerza para un comercio regulado, no un comercio libre

La Unión Europea es una poder regulatorio poderoso y no debería ser infravalorada. Bruselas no se convirtió en la segunda capital del cabildeo tras Washington por casualidad.
Es improbable que el Brexit perjudique al libre comercio en Europa más de lo que ya lo hace la UE. Abandonar la Unión Europea no significa necesariamente menos comercio internacional y más proteccionismo. De hecho, el Brexit es una oportunidad para el pueblo británico de librarse de las cargas regulatorias de la UE, el arancel común y las políticas comerciales de la UE y la muy proteccionista política agrícola común. UK podría entonces ser libre para favorecer un verdadero libre comercio con Europa y todo el mundo. Esto es especialmente cierto cuando se considera que el libre comercio no requiere ningún acuerdo intergubernamental. Las escuelas de pensamiento librecambista siempre han sido categóricas a este respecto. Como decía Vilfredo Pareto en el artículo “Traités de commerce” del Nouveau Dictionnaire d’Economie Politique (1901):
Si aceptamos el libre comercio, los tratados de comercio no tienen razón de existir como objetivo. No hay necesidad de ellos, ya que se supone que arreglan algo que ya no existe, dejando a cada nación entrar y salir libremente cualquier producto por sus fronteras. Esta era la doctrina de J.B. Say y de toda la escuela francesa economía hasta Michel Chevalier. Es el modelo exacto que adopto recientemente Léon Say. Fue también la doctrina de la escuela inglesa de economía hasta Cobden.
El libre comercio es un asunto interno que consiste en abolir unilateralmente todo tipo de arancel y barreras no arancelarias contra productos, vengan de donde vengan.

El alcance simbólico del Brexit

La Unión Europea pretende ser un proyecto racional e inevitable. Su legitimidad deriva de la idea de que la globalización requiere grandes entidades políticas para garantizar altos niveles de vida y tratar asuntos modernos. Un Brexit perjudicaría esta ideología euro-constructivista al aumentar el número de países pequeños y ricos en Europa y el mundo. Aumentaría las presiones regionalistas y localistas a nivel europeo, pero también dentro de las propias naciones-estado, si se consideran los casos de Escocia, Cataluña, Flandes o algunas regiones del norte de Italia.
Se podría ser escéptico acerca de esta perspectiva, dado que los movimientos regionalistas y secesionistas europeos no son siempre amigos de la libertad. En realidad a menudo siguen siendo colectivistas y nacionalistas. Muchos movimientos euroescépticos son parte de la extrema derecha.
Por ejemplo, la Alianza Libre Europea (el partido político que contiene varios movimientos regionalistas en toda Europa) se sienta con los verdes europeos en el Parlamento Europeo. Pero permanece el hecho de que cuanta más competencia institucional haya en un área geográfica, más líderes políticos se verán limitados y menos podrán adoptar políticas estatistas a medio y largo plazo.
En su libro How the West Grew Rich, publicado en 1987, Rosenberg y Birdzell escribían: “puede ser que un requisito previo para un crecimiento económico sostenido sea una economía comerciando en un área geográfica dividida entre varios estados rivales, cada uno tan pequeño como para soñar con aventuras imperiales y demasiado temeroso de la competencia económica de otros estados como para imponer exacciones masivas en su propia esfera económica”.
Mientras que Europa afronta lo que se percibe como una crisis económica y social larga e irresoluble, el pueblo británico (saliendo de la UE) podría ayudar al viejo continente a restaurar las instituciones que hicieron posible su prestigio histórico y prosperidad.