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Wednesday, October 26, 2016

EE.UU.: Los inmigrantes no le quitaron su empleo

Alex Nowrasteh dice que "Las capacidades de los inmigrantes a menudo complementan las de los estadounidenses, lo cual significa que cuando los inmigrantes y los estadounidenses trabajan juntos, producen más y ganan salarios más elevados que si trabajasen en países distintos".

Alex Nowrasteh es analista de políticas de inmigración del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute.
Un proyecto de reforma migratoria se está construyendo en el Capitolio. Siempre que este no descuide cuestiones relacionadas a la seguridad fronteriza, ha llegado el momento para los conservadores de aceptar una verdadera reforma, y las razones no son solo políticas, sino también económicas.
Luego de que el “Grupo de Ocho” en el senado revelara sus principios acerca de la reforma migratoria, el Republicano Lamar Smith (representante de Texas) declaró que “a los estadounidenses les costará sus empleos teniendo que competir con millones más [de inmigrantes] por los escasos empleos”. En esta suposición está implícita la creencia de que los inmigrantes le “quitan” los empleos a los estadounidenses. Pero eso es falso.



Si los inmigrantes “toman” los empleos de los estadounidenses, entonces cualquier nuevo  competidor que ingresa a la fuerza laboral le quita un trabajo a otro estadounidense. Si el número de empleos es fijo y agregando nuevos trabajadores solo aumenta el desempleo —que sería la conclusión lógica de este argumento— el desempleo debería aumentar con el tiempo conforme la población crece. La realidad dice precisamente lo contrario.
Entre 1948 y el 2012, el tamaño de la fuerza laboral de EE.UU. creció de 60 millones a 156 millones —un aumento de dos veces y media. Para el mismo momento, el número de personas empleadas en el mercado laboral de EE.UU. ha aumentado de 58 millones a 148 millones. Habría cerca de 90 millones menos de estadounidenses empleados si los nuevos trabajadores entrantes al mercado laboral en realidad impidieran a los antiguos trabajadores conseguir empleo.
Esta aumento neto de  90 millones en empleos desde 1948 es imposible de explicar para aquellos que aseguran que los inmigrantes “le quitan empleos” a los estadounidenses.
El gran aumento en el tamaño del mercado laboral estadounidense ha sido provocado por dos fenómenos: la entrada creciente de las mujeres a la fuerza laboral y la inmigración. Después de la Segunda Guerra Mundial, las mujeres comenzaron a ingresar al mercado laboral en números dramáticos, aumentando de 17 millones de mujeres en 1948 a 73 millones en el 2012, un aumento de más de cuatro veces en 60 años. Las mujeres pasaron de una tasa de participación en el mercado de trabajo de 33% a un 58%.
Durante el mismo período de tiempo, los hombres aumentaron de 43 millones a 76 millones de trabajadores, creciendo por un mucho más modesto 77%. La tasa de participación masculina, no obstante, ha disminuido de un 87% a un 70%, reflejando el envejecimiento de la fuerza laboral, la Gran Recesión, y la asistencia estatal para el desempleo. Lo que está claro, sin embargo, es que la economía creó trabajos para ambos, hombres y mujeres durante estas décadas.
La inmigración también ha agrandado la fuerza laboral. En 1950, el número de inmigrantes sumaba alrededor de 10 millones y eran aproximadamente el 7% de la población. Hoy hay 40 millones de inmigrantes que constituyen el 13% de la población. Un promedio de 600.000 inmigrantes legales al año han venido aquí desde 1948, súmele a esto un menor pero importante número de inmigrantes no autorizados.
Pero los datos son aún más positivos que eso. Durante este tiempo, la proporción de la población de EE.UU. que ha sido empleada ha aumentado en 2 puntos porcentuales. Por otra parte, la tasa de participación en la fuerza laboral (el porcentaje de estadounidenses empleados o buscando empleo durante cualquier mes dado) es de 5 puntos porcentuales más en el 2012 que en 1948, un crecimiento sorprendente considerando nuestra economía moribunda.
Las mujeres no le quitaron los trabajos a los hombres estadounidenses cuando ingresaron a la fuerza de trabajo, así como tampoco lo han hecho los inmigrantes. El tamaño total del mercado laboral de EE.UU. y el número de personas empleadas ha aumentado dramáticamente durante décadas. Las recesiones y períodos de un crecimiento lento del empleo, como en los 1970s y la Gran Recesión producen desviaciones de la tendencia, pero esta es inequívocamente positiva.
Los inmigrantes, así como los hombres y mujeres nacidos en EE.UU., crean puestos de trabajo iniciando negocios y consumiendo y produciendo bienes y servicios. De acuerdo con la Fundación Kauffman, los inmigrantes tienen el doble de probabilidad de iniciar un nuevo negocio que las personas nacidas en EE.UU. Las empresas de alta tecnología como Google, cofundada por el inmigrante ruso Sergey Brin, y las de baja tecnología como Panda Express, fundada por la familia Cherng, proveniente de Taiwán, brindan empleo a los estadounidenses y crean bienes y servicios que los mismos estadounidenses desean.
Las capacidades de los inmigrantes a menudo complementan las de los estadounidenses, lo cual significa que cuando los inmigrantes y los estadounidenses trabajan juntos, producen más y ganan salarios más elevados que si trabajasen en países distintos. La inmigración no divide una cantidad fija de riqueza, sino que aumenta el bienestar, los ingresos y las oportunidades laborales para todos.
La visión de que los trabajadores, sean mujeres o inmigrantes, “toman” los puestos de trabajo es una nueva versión de la vieja noción socialista —la base de la lucha de clases— de que hay una porción fija y estática de riqueza a ser dividida por algún sabio planificador central. Esta noción fue desmentida por un economista de libre mercado hace más de un siglo. Es hora de que los opositores a la reforma migratoria, como el Senador Smith, aprendan que la lección y empiecen a confiar en el mercado para regular los flujos migratorios mejor que el Estado.

EE.UU.: Los inmigrantes no le quitaron su empleo

Alex Nowrasteh dice que "Las capacidades de los inmigrantes a menudo complementan las de los estadounidenses, lo cual significa que cuando los inmigrantes y los estadounidenses trabajan juntos, producen más y ganan salarios más elevados que si trabajasen en países distintos".

Alex Nowrasteh es analista de políticas de inmigración del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute.
Un proyecto de reforma migratoria se está construyendo en el Capitolio. Siempre que este no descuide cuestiones relacionadas a la seguridad fronteriza, ha llegado el momento para los conservadores de aceptar una verdadera reforma, y las razones no son solo políticas, sino también económicas.
Luego de que el “Grupo de Ocho” en el senado revelara sus principios acerca de la reforma migratoria, el Republicano Lamar Smith (representante de Texas) declaró que “a los estadounidenses les costará sus empleos teniendo que competir con millones más [de inmigrantes] por los escasos empleos”. En esta suposición está implícita la creencia de que los inmigrantes le “quitan” los empleos a los estadounidenses. Pero eso es falso.


Thursday, September 8, 2016

En defensa de los inmigrantes

Alberto Benegas Lynch (h) considera "espectáculo bochornoso el muro de mil quinientos kilómetros en la frontera estadounidense con México (que, por otro lado, los inmigrantes también se desplazan por la frontera con Canadá y por los aeropuertos) y las restricciones impuestas en Europa y otras latitudes".

Alberto Benegas Lynch (h) es académico asociado del Cato Institute y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina.

Se anuncia un próximo pronunciamiento de la Suprema Corte de Justicia de EE.UU. con motivo de la ley de Arizona SD 1070 en la que una persona pude ser requisada y eventualmente detenida si la policía y equivalentes encuentra “sospecha razonable” (sic) que su status migratorio no cuenta con los permisos que exigen las normas vigentes. El derrotado Sarkozy declaró muy suelto de cuerpo en su campaña electoral que “en Francia hay demasiados extranjeros”, en Austria avanza la histeria contra foráneos y Chávez insiste con su antisemitismo (mi querido amigo Carlos Alberto Montaner vaticina que el gobierno chavista no será estudiado en clases de ciencia política sino de criminología). Estas son solo algunas muestras, pero a raíz de estas andanadas de odio, vamos a analizar el tema de un modo más general y aplicable a todos los países y circunstancias.



De entrada decimos que la expresión “inmigración ilegal” constituye una afrenta a elementales principios de la sociedad abierta (para recurrir a un término popperiano). Lejos están los tiempos en que la xenofobia y los estatismos no estaban presentes de modo incómodo y avasallador. A. J. P. Taylor nos recuerda en su History of England 1914-1945 que “desde agosto de 1914 un inglés sensible y cumplidor de las leyes podía pasar su vida sin prácticamente notar la existencia del Estado, más allá del correo y la policía. Podía vivir su vida donde quisiera y del modo que quisiera. No tenía ningún número oficial de cédula de identidad. Podía viajar al exterior sin pasaporte ni ningún permiso oficial. Podía cambiar su moneda por cualquier otra sin restricciones o límites. Podía comprar bienes de cualquier país en el mundo de la misma manera que lo podía hacer en su país. A esos efectos, un extranjero podía pasar su vida en este país [Inglaterra] sin premiso y sin informar a la policía […] El inglés pagaba impuestos en una escala modesta, menos del 8% del ingreso nacional”.
En el contexto inmigratorio —al efecto de disipar la falacia de que el trabajador extranjero puede desplazar al local— lo primero es aclarar que si los arreglos contractuales con libres no hay tal cosa como desempleo involuntario. Como es sabido, los recursos son limitados y las necesidades ilimitadas. El factor trabajo es el recurso por excelencia, puesto que no resulta posible prestar un servicio o producir un bien sin el concurso del trabajo intelectual y manual. No importa la cantidad de trabajo disponible, nunca se podrá abastecer la creciente demanda de bienes y servicios (por otra parte, si fuera así, estaríamos en Jauja y no habría necesidad de trabajo alguno ya que habría de todo para todos todo el tiempo). La desocupación que observamos siempre se debe al bloqueo de contratación voluntaria a través de las llamadas “conquistas sociales” que pretenden colocar por decreto salarios por encima de lo que al momento permiten las tasas de capitalización que son la única causa de la mejora de ingresos (esa es la diferencia en esta materia entre el nivel de vida de Uganda y Canadá). En esa situación el único modo de encontrar empleo es trabajar en negro para saltearse la imposición legal que expulsa gente del mercado laboral. El pintor de brocha gorda de La Paz que se muda a Houston gana cinco veces más, no por la generosidad del empresario tejano sino porque no tiene más remedio que pagar salarios elevados debido a las tasas de capitalización existentes. Esta es la razón por la que en ciertos países no puede contratarse tal cosa como servicio doméstico, no es porque el ama de casa no le gustaría contar con ese apoyo logístico, es que resulta muy caro. A su vez, la forma de contar con salarios elevados consiste en disponer de marcos institucionales civilizados.
Por supuesto que, igual que en el librecambio de bienes, puede circunstancialmente disminuirse algún salario debido a la competencia, pero el mejor aprovechamiento del capital y la mayor productividad elevan las tasas de capitalización conjuntas lo que empuja todos los salarios e ingresos al alza.
Se ha dicho que los inmigrantes significan un costo adicional al fisco (es decir, al contribuyente) debido a que recurren a servicios del llamado “estado benefactor” (salud, educación etc.). En realidad este es un problema del “estado benefactor” (una contradicción en términos, puesto que la beneficencia es realizada con recursos propios y voluntariamente) y no un problema que presenta la inmigración. De todos modos, para que esto no sirva de pantalla al efecto de eliminar o limitar la inmigración, debe subrayarse que a los inmigrantes les debería estar vedado el uso
de ese tipo de servicios pero, naturalmente, tampoco deberían estar obligados a aportar para mantenerlos con lo que serían personas libres tal como a muchos ciudadanos les gustaría ser y no verse compelidos a financiar servicios caros, deficitarios y de mala calidad.
Se ha sostenido también que la inmigración “contamina” la cultura local y afecta la “identidad” del país receptor, como si la cultura fuera algo estático e incrustado en la persona y no algo dinámico y cambiante todos los días al incorporar nuevos conocimientos y perspectivas varias. Nadie está obligado a incorporar pensamientos y hábitos que no le resultan atractivos, de lo que se trata es de abrir horizontes de par en par y rechazar culturas alambradas propias del troglodita. En definitiva, todas las culturas son un permanente intercambio de préstamos y donaciones. En este plano de discusión, se ha insistido en la “preservación de la lengua nativa” como si se tratar de un trofeo inamovible y no inserto en un proceso de cambio permanente (de allí es que resulta incomprensible el inglés o el castellano antiguos).
No se trata de sostener que todos los inmigrantes son excelentes personas, los hay malos, regulares y buenos como en cualquier grupo humano (al fin y al cabo, excepto algunos africanos, todos somos descendientes de inmigrantes o inmigrantes de primera generación puesto que el origen del hombre se sitúa en África), pero en sus estudios Julian Simon alude a los promedios en base a las motivaciones de los inmigrantes para dejar sus tierras y a la atenta observación de los consiguientes comportamientos en sus nuevos destinos. En ese sentido, ha presentado varios trabajos sumamente medulosos sobre la inmigración pero se destacan por las muy ilustrativas series estadísticas y la sólida argumentación, su libro The Economic Consequences of Immigration y su ensayo “Are there Grounds for Limiting Immigration?”. En una nota periodística no resulta posible reproducir la sustanciosa documentación y los cuadros respectivos pero podemos mencionar apretadamente sus conclusiones, que se dan de bruces con la propaganda nacionalista, las cuales son como sigue: a) los inmigrantes están más dispuestos a trabajar en tareas que los nativos no aceptan; b) son más flexibles en el traslado a distintos lugares; c) tienen menos hijos debido a la inseguridad y a las situaciones apremiantes por las que han debido pasar en sus países de origen; d) muestran mayor propensión al ahorro; d) revelan buen desempeño no solo en sus trabajos sino en sus estudios; e) debido a sus edades muestran estados de salud sumamente satisfactorios; y; f) ponen de manifiesto su capacidad para encarar nuevos emprendimientos.
Desde luego que debe defenderse de quienes pretenden ingresar al país receptor con antecedentes criminales o significan peligro para los derechos de terceros, pero esto no va contra la inmigración sino contra toda persona sea o no nativa que se comporte de modo delictivo. Por otra parte, se ha pretendido argumentar que la libertad inmigratoria pude cambiar las ideas prevalentes en el país huésped sin percibir que, nuevamente, el tema no es de extranjeros o nativos sino de apuntalar los principios de la sociedad abierta con el rigor necesario, lo cual muchas veces no se condice con absurdos sistemas socialistas en países que se dicen parte del mundo libre y que significan un riesgo manifiesto para el futuro (tal como lo revela, por ejemplo, en EE.UU., Thomas Sowell en Inside American Education).
Por eso es que resulta un espectáculo bochornoso el muro de mil quinientos kilómetros en la frontera estadounidense con México (que, por otro lado, los inmigrantes también se desplazan por la frontera con Canadá y por los aeropuertos) y las restricciones impuestas en Europa y otras latitudes. Si todo fuera propiedad privada, la aceptación e invitación o rechazo de personas resultaría con mayor claridad pero en estas cuestiones el asunto no difiere si no se da lugar la utilización de la vía pública como vivienda. En resumen, el respeto a todas las personas y el castigo a los delincuentes resulta esencial, con total independencia del lugar de nacimiento de las personas.

En defensa de los inmigrantes

Alberto Benegas Lynch (h) considera "espectáculo bochornoso el muro de mil quinientos kilómetros en la frontera estadounidense con México (que, por otro lado, los inmigrantes también se desplazan por la frontera con Canadá y por los aeropuertos) y las restricciones impuestas en Europa y otras latitudes".

Alberto Benegas Lynch (h) es académico asociado del Cato Institute y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina.

Se anuncia un próximo pronunciamiento de la Suprema Corte de Justicia de EE.UU. con motivo de la ley de Arizona SD 1070 en la que una persona pude ser requisada y eventualmente detenida si la policía y equivalentes encuentra “sospecha razonable” (sic) que su status migratorio no cuenta con los permisos que exigen las normas vigentes. El derrotado Sarkozy declaró muy suelto de cuerpo en su campaña electoral que “en Francia hay demasiados extranjeros”, en Austria avanza la histeria contra foráneos y Chávez insiste con su antisemitismo (mi querido amigo Carlos Alberto Montaner vaticina que el gobierno chavista no será estudiado en clases de ciencia política sino de criminología). Estas son solo algunas muestras, pero a raíz de estas andanadas de odio, vamos a analizar el tema de un modo más general y aplicable a todos los países y circunstancias.


Wednesday, August 31, 2016

Las ciudades reciben a los inmigrantes

Peter Sutherland, United Nations Special Representative of the Secretary-General for International Migration and Development, is former Director General of the World Trade Organization, EU Commissioner for Competition, and Attorney General of Ireland. He will issue a report on improving internationa… read more
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CORK – En muchos países, particularmente en Europa, la inmigración se presenta cada vez más como una cuestión de seguridad. Ante la presión del populismo alarmista, los políticos tradicionales han comenzado a pedir que se la restrinja más, y algunos países están ignorando abiertamente su obligación legal y su responsabilidad moral de dar protección a los refugiados que huyen de conflictos.
Pero no todo son malas noticias. Mientras en los niveles nacional e internacional, un discurso político corrosivo impide una acción efectiva, proliferan en el nivel municipal iniciativas progresistas y eficaces para la integración de los inmigrantes.


Alcaldes y administradores locales están creando infraestructuras sociales y físicas para facilitar la recepción de inmigrantes y refugiados en las comunidades locales. No consideran a los recién llegados como meras estadísticas, sino como gente real, con el potencial de convertirse en miembros productivos de la comunidad local. Y los funcionarios de las ciudades saben que la clave para aprovechar ese potencial es un proceso de integración bien gestionado.
Por supuesto, tal proceso será complejo y puede generar inquietudes entre los residentes. Los recién llegados suelen crear presión sobre los centros urbanos, particularmente en ciudades que ya se enfrentan a escasez de recursos. Los desafíos (desde dar acceso a vivienda decente y atención de la salud hasta garantizar que las redes de transporte y las escuelas puedan hacer frente al aumento de demanda) son numerosos y difíciles.
Por eso es tan importante aplicar una visión proactiva (además de un montón de ingenio). Que es precisamente lo que están exhibiendo muchos administradores municipales.
La tarjeta de identidad municipal de la ciudad de Nueva York (“iDNYC”) da a todos los residentes, cualquiera sea su situación, acceso a una variedad de servicios. En São Paulo, los inmigrantes pueden contribuir a la deliberación pública de políticas a través de un consejo participativo. El ayuntamiento de Barcelona, como parte de un plan mayor de cohesión social, lanzó una “campaña antirrumores”, que combate los estereotipos negativos sobre los inmigrantes usando libros de historietas.
También hay colaboración entre empresas locales y autoridades municipales para canalizar recursos hacia la promoción del emprendedorismo y la capacitación laboral de los inmigrantes. En Auckland (Nueva Zelanda), donde un tercio de la población nació en el extranjero, hay un proyecto llamado Omega (inspirado por una iniciativa canadiense) que conecta a los inmigrantes con profesionales locales que puedan darles asesoramiento y les ofrece pasantías pagas. En Londres, otro proyecto se ocupa de reacondicionar bicicletas en desuso y dárselas a los inmigrantes para que tengan un medio de transporte económico. Y como estas, hay miles de iniciativas que ayudan a los inmigrantes y refugiados a forjarse una vida nueva en las comunidades que los reciben.
Lo mejor es que estas iniciativas ya no son aisladas. Es cada vez más frecuente que dirigentes y autoridades locales creen alianzas con sus homólogos de todo el mundo para hallar soluciones a problemas comunes, compartir experiencias prácticas y convertir los desafíos de la integración en oportunidades. Por ejemplo, la policía de Toronto (una ciudad altamente multicultural) dio capacitación a sus pares de Ámsterdam en temas de extensión comunitaria.
El Foro de Alcaldes sobre Movilidad, Migraciones y Desarrollo (una plataforma con apoyo de las Naciones Unidas) busca promover precisamente esta clase de diálogo y cooperación entre alcaldes, líderes municipales y autoridades regionales de todo el mundo. El foro, que se creó en 2014 en Barcelona y se reúne una vez al año, se basa en el principio de que la salud y sostenibilidad de los centros urbanos (un elemento clave del dinamismo y el éxito de cualquier país) depende de la igualdad de derechos, deberes y oportunidades entre sus residentes.
El foro también alienta a la comunidad internacional a ver las ciudades como “actores clave en los procesos deliberativos y decisorios sobre el diseño de las políticas migratorias”. Al fin y al cabo, las ciudades (que ya albergan a más de la mitad de la población mundial, proporción que en 2050 aumentará a 66%) tienen abundante experiencia en la integración de residentes nuevos, tanto venidos de otros países como de zonas rurales.
El problema es que a pesar de la devolución de poderes a los gobiernos locales (una tendencia de los países desarrollados que se está difundiendo a los países en desarrollo) muchas ciudades todavía funcionan con recursos y autoridad limitados. Es una situación que hay que cambiar, tal como hace poco señaló el Vaticano. Cuando la Pontificia Academia de las Ciencias anunció que este año va a organizar una cumbre sobre las migraciones, destacó que los alcaldes deben tener “competencias para satisfacer las necesidades de todos los tipos de inmigrantes y refugiados, incluidos el alojamiento y la regularización”.
Los debates nacionales e internacionales sobre migraciones tienen serias falencias (debidas a su énfasis en la seguridad) que se trasladan a las políticas surgidas de ellos. Las autoridades municipales han demostrado voluntad y capacidad para hacer frente a los desafíos prácticos de la integración en forma innovadora; empoderarlas para darles un papel más activo en el diseño de las políticas migratorias nos beneficiará a todos.

Las ciudades reciben a los inmigrantes

Peter Sutherland, United Nations Special Representative of the Secretary-General for International Migration and Development, is former Director General of the World Trade Organization, EU Commissioner for Competition, and Attorney General of Ireland. He will issue a report on improving internationa… read more
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CORK – En muchos países, particularmente en Europa, la inmigración se presenta cada vez más como una cuestión de seguridad. Ante la presión del populismo alarmista, los políticos tradicionales han comenzado a pedir que se la restrinja más, y algunos países están ignorando abiertamente su obligación legal y su responsabilidad moral de dar protección a los refugiados que huyen de conflictos.
Pero no todo son malas noticias. Mientras en los niveles nacional e internacional, un discurso político corrosivo impide una acción efectiva, proliferan en el nivel municipal iniciativas progresistas y eficaces para la integración de los inmigrantes.

Tuesday, August 23, 2016

El mito de que los inmigrantes son atraídos por las prestaciones sociales en EE.UU.

Alex Nowrasteh afirma que "aún cuando los inmigrantes son legalmente calificados para recibir prestaciones sociales, pocos de ellos se aprovechan de estas. Los inmigrantes son atraídos a los mercados laborales de EE.UU., no a su sistema de prestaciones sociales".

Alex Nowrasteh es analista de políticas de inmigración del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute.
Una queja común de los conservadores es que los inmigrantes, una vez que ingresan a EE.UU., “inmediatamente empiezan a depender de los beneficios estatales”, como lo dijo recientemente el senador Jeff Sessions (Alabama).
Eso simplemente no es cierto, de acuerdo a un estudio del Cato Institute realizado por el profesor Leighton Ku y el académico Brian Bruen (en inglés), ambos del departamento de políticas de salud de la Universidad de George Washington.



Ku y Bruen analizaron los programas de prestaciones sociales, incluyendo Medicaid, el programa de estampas para alimentos y el Programa para Seguro de Salud para Niños (CHIP, por sus siglas en inglés). Sus conclusiones: Los inmigrantes pobres consistentemente utilizan los programas de bienestar menos que sus contrapartes nacidos en EE.UU. Además, cuando los inmigrantes pobres participan en los programas de prestaciones sociales, el costo es menor, resultando en un costo más bajo para el contribuyente.
Consideremos el caso de Medicaid. Los adultos y los niños inmigrantes que no son ciudadanos tienen una probabilidad un 25 por ciento menor de ser registrados en Medicaid que sus contrapartes nacidos en EE.UU. Cuando si se registran, los adultos inmigrantes pobres consumen en promedio $941 menos al año que los adultos nativos pobres. La historia se repite para los niños inmigrantes pobres. Mirando a los datos de CHIP, el estudio descubre que los niños inmigrantes pobres consumen $565 dólares menos que los niños pobres nativos.
Cien adultos nativos que califican para Medicaid le costarán a los contribuyentes aproximadamente $98.000 al año. Una cantidad comparable de adultos pobres que no son ciudadanos —inmigrantes que no se han naturalizado— le cuestan alrededor de $57.000 al año —un 42 por ciento menos que los nativos. En el caso de los niños, los ciudadanos cuestan $67.000 y los no-ciudadanos $22.700 al año —un impresionante 66 por ciento menos.
El uso promedio de las estampas para alimentos nos revela un comportamiento similar. Un adulto nativo pobre y enrolado para recibir estampas de alimentos recibe alrededor de $1.091 al año en beneficios mientras que un no-ciudadano recibe $825 —un ahorro de 24 por ciento. Los niños inmigrantes también son mucho menos proclives a recibir estampas de alimentos: un niño no-ciudadano tiene una probabilidad de recibir estampas de alimentos menor en un 37 por ciento que aquella de un niño nativo pobre.
Sin duda, es cierto que los inmigrantes utilizan menos beneficios porque no califican para recibirlos. Los inmigrantes legales no pueden recibir prestaciones sociales durante los primeros cinco años de residencia, con pocas excepciones. Los inmigrantes no autorizados, por supuesto, no califican para recibir prestaciones sociales. Pero esto no socava por sí solo la noción de que los nuevos inmigrantes “inmediatamente” se vuelven dependientes del gobierno, como dijo el senador Sessions y como lo piensan otros como él.
Además, aún cuando los inmigrantes son legalmente calificados para recibir prestaciones sociales, pocos de ellos se aprovechan de estas. Los inmigrantes son atraídos a los mercados laborales de EE.UU., no a su sistema de prestaciones sociales. La inmigración no autorizada en 2013 fue menos de un cuarto de la que hubo en 2007, el último año de desempleo bajo. Desde ese entonces, el número de inmigrantes mexicanos no autorizados que se fueron del país es casi igual al de aquellos que inmigraron. Las estampas de alimentos y los beneficios del programa Ayuda Temporal para Familia en Apuros han aumentado considerablemente desde el inicio de la Gran Recesión, pero los inmigrantes se han mantenido alejados porque los empleos ya no están ahí.
Milton Friedman, el economista de libre mercado adorado por los conservadores tenía una perspectiva interesante acerca de la inmigración: “Es algo bueno para EE.UU…siempre y cuando sea ilegal”. Traducción: Friedman creía que la inmigración libre era beneficiosa para la economía, si es que los trabajadores baratos no tenían acceso a los programas de prestaciones sociales.
Las conclusiones del nuevo estudio de Cato deberían atizar los miedos de los partidarios de libre mercado que respaldarían una mayor inmigración legal si no fuese por aquella preocupación relacionada a los beneficios estatales.
Pero incluso si uno está de acuerdo con que los costos en prestaciones sociales de la inmigración deben ser controlados, hay mejores maneras de hacer eso que con un cumplimiento de la ley más severo, que varias veces ha demostrado ser fútil. Construir paredes más altas alrededor del sistema —por ejemplo, haciendo que los inmigrantes no califiquen hasta que se conviertan en ciudadanos— es preferible a cerrar los mercados laborales de EE.UU. al resto del mundo. Pero la buena noticia es que, incluso sin esas barreras, los inmigrantes pobres le salen baratos al contribuyente estadounidense comparados con los nativos pobres

El mito de que los inmigrantes son atraídos por las prestaciones sociales en EE.UU.

Alex Nowrasteh afirma que "aún cuando los inmigrantes son legalmente calificados para recibir prestaciones sociales, pocos de ellos se aprovechan de estas. Los inmigrantes son atraídos a los mercados laborales de EE.UU., no a su sistema de prestaciones sociales".

Alex Nowrasteh es analista de políticas de inmigración del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute.
Una queja común de los conservadores es que los inmigrantes, una vez que ingresan a EE.UU., “inmediatamente empiezan a depender de los beneficios estatales”, como lo dijo recientemente el senador Jeff Sessions (Alabama).
Eso simplemente no es cierto, de acuerdo a un estudio del Cato Institute realizado por el profesor Leighton Ku y el académico Brian Bruen (en inglés), ambos del departamento de políticas de salud de la Universidad de George Washington.


Tuesday, August 2, 2016

México y Trump

Luis Rubio
Presidente del Centro de Investigación para el Desarrollo (Cidac), una institución independiente dedicada a la investigación en temas de economía y política, en México. Fue miembro del Consejo de The Mexico Equity and Income Fund y del The Central European Value Fund, Inc., de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal y de la Comisión Trilateral. Escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times. En 1993, recibió el Premio Dag Hammarksjold, y en 1998 el Premio Nacional de Periodismo.
Ningún mexicano puede estar feliz ante las interminables diatribas de Trump con que el presunto candidato ha cautivado a parte del electorado estadounidense. Pero esa no es razón para que México se precipite en su respuesta o reaccione sin evaluar las potenciales consecuencias.
El componente mexicano del discurso de Trump no es producto de la casualidad. Más bien, es resultado de una extraña combinación de abandono por nuestra parte y mala suerte. Ambos factores se han conjuntado para convertir a México en la causa de los males de los estadounidenses. Es por esta razón que es imperativo entender la dinámica en que nos encontramos antes de responder.



Trump está cosechando los avatares económicos de las últimas dos décadas, particularmente la pérdida de empleos manufactureros (producto del cambio tecnológico, no de México) y el crecimiento de la migración (producto de la demanda de empleos sobre todo en agricultura y servicios). Es posible que, de haber mantenido una activa presencia pública, algo del impacto negativo sobre México pudiera haber sido neutralizado, pero a estas alturas no hay nada que hacer al respecto para fines de la elección de este año.
Cuando se inició la negociación del TLC en 1990, el gobierno montó una multifacética estrategia de relaciones públicas en Estados Unidos. Por un lado, organizó un plan de acción orientado al poder legislativo de ese país a fin de generar apoyos para el momento en que se presentara el tratado para su aprobación; por otro lado, se articuló un conjunto de medidas diseñadas para atraer la atención de los americanos hacia las cosas mexicanas. Para este fin se presentó la extraordinaria exhibición “México: Esplendores de Treinta Siglos” en Nueva York y muchos museos en el resto de ese país; se organizaron seminarios, conferencias y ciclos de películas y se patrocinaron eventos en todos los rincones de la geografía estadounidense. En la mejor tradición de los países exitosos en Washington, México logró una extraordinaria presencia y reconocimiento, cautivando a los estadounidenses.
El problema es que, a la mexicana, tan pronto se ratificó el TLC, se abandonó la estrategia y se creó un enorme vacío. Ese vacío fue rápidamente llenado por todos los grupos que se habían opuesto al TLC y que, desde entonces, han procurado minarlo, si no es que anularlo. Los tres sectores más prominentes en este ámbito son los sindicatos, los ecologistas y los grupos anti-inmigrantes. Algunos de estos sectores (que, con excepción de los sindicatos, usualmente no son grupos uniformes o con coherencia interna) tienen razones concretas para oponerse, otros derivan su enojo de factores ideológicos y otros son meramente ignorantes; para bien o para mal, al menos dos de las fuentes de mayor estridencia respecto a México -la migración y las drogas- son factores económicos simples: hay demanda, por lo tanto hay oferta. Una cosa no puede explicarse sin la otra.
El abandono de una estrategia de presencia positiva de México en EUA ha sido enormemente costoso, pero también es cierto que en estos veinte años el mundo cambió y tuvimos la mala suerte de que muchos de esos cambios se le atribuyeran a México, más allá de que de que ambas cosas fuesen independientes. En estos veinte años, la globalización transformó la manera de producir en el mundo; la tecnología (sobre todo la robótica) redujo drásticamente la necesidad de mano de obra en la producción industrial; y la revolución digital hizo irrelevante a un enorme segmento de la mano de obra tradicional porque no cuenta con las habilidades necesarias para ser exitosa en ese nuevo mundo.
Nuestra desventura fue que el TLC entró en operación justo cuando todo esto ocurría: cuando la presencia mexicana crecía en todos los ámbitos (sobre todo en la forma de exportaciones y migrantes), todo ello sin que hubiera un parapeto de protección en la forma de una buena campaña de relaciones públicas que protegiera al país y le generara un buen nombre. Es obvio que México no es culpable de todas las calamidades que le atribuye Trump y su séquito, pero es indispensable reconocer que nosotros -nuestra ausencia- contribuyó a crear un caldo de cultivo propicio para que eso ocurriera.
También pasaron otras cosas. Un ejemplo dice más que mil palabras: cuando yo estudiaba en Boston en los setenta, el consulado mexicano se dedicaba esencialmente a la comunidad estadounidense. Es decir, era una mini embajada dedicada a promover los asuntos mexicanos en esa ciudad. Lo mismo ocurría en los otros cuarenta y tantos consulados de entonces. Hoy en día, los consulados parecen delegaciones municipales dedicadas a resolver trámites para migrantes mexicanos. En estos cuarenta años, el crecimiento migratorio cambió todo en la presencia de México en ese país y los consulados así lo reflejan. El efecto es que abandonamos una vital presencia en las comunidades estadounidenses.
Trump está cosechando los avatares económicos de las últimas dos décadas, particularmente la pérdida de empleos manufactureros (producto del cambio tecnológico, no de México) y el crecimiento de la migración (producto de la demanda de empleos sobre todo en agricultura y servicios). Es posible que, de haber mantenido una activa presencia pública, algo del impacto negativo sobre México pudiera haber sido neutralizado, pero a estas alturas no hay nada que hacer al respecto para fines de la elección de este año.
Dicho eso, existe un enorme riesgo: el burdo intento por afectar el resultado de la elección por medio de la ciudadanización tardía puede salir bien si pierde Trump o muy mal si gana. Trump no es irracional: su estrategia es absolutamente lógica, claramente derivada de una cuidadosa lectura de las encuestas y de lo que aqueja a los estadounidenses. Me parece temerario intentar sesgar el resultado de manera tan crasa y vulgar. Lo que está de por medio no es un negocito; de por medio va la viabilidad del país, cuya economía depende, solo en 100%, de las exportaciones a ese país y de las remesas que de ahí vienen.

México y Trump

Luis Rubio
Presidente del Centro de Investigación para el Desarrollo (Cidac), una institución independiente dedicada a la investigación en temas de economía y política, en México. Fue miembro del Consejo de The Mexico Equity and Income Fund y del The Central European Value Fund, Inc., de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal y de la Comisión Trilateral. Escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times. En 1993, recibió el Premio Dag Hammarksjold, y en 1998 el Premio Nacional de Periodismo.
Ningún mexicano puede estar feliz ante las interminables diatribas de Trump con que el presunto candidato ha cautivado a parte del electorado estadounidense. Pero esa no es razón para que México se precipite en su respuesta o reaccione sin evaluar las potenciales consecuencias.
El componente mexicano del discurso de Trump no es producto de la casualidad. Más bien, es resultado de una extraña combinación de abandono por nuestra parte y mala suerte. Ambos factores se han conjuntado para convertir a México en la causa de los males de los estadounidenses. Es por esta razón que es imperativo entender la dinámica en que nos encontramos antes de responder.


Friday, July 29, 2016

"Las guerras, las revoluciones y los migrantes": Ni EE.UU. es optimista sobre el futuro de Europa

Los estadounidenses "no son muy entusiastas" sobre las perspectivas de la Unión Europea, a la que no cesan de llegar desde 2011 multitud de migrantes y refugiados del mundo musulmán. Esta es la opinión del historiador y especialista en relaciones internacionales ruso Sarkis Tsaturián, que advierte que "en la próxima década el Viejo Mundo estará preocupado por tres problemas: las guerras, las revoluciones y los migrantes", todos provocados por la inestabilidad de Oriente Próximo.
"Las guerras, las revoluciones y los migrantes": Ni EE.UU. es optimista sobre el futuro de la UEReuters \ Bernadett Szabo

"Las contradicciones entre EE.UU. y Europa no se limitan a la guerra en Irak", escribe el periodista ruso en su nuevo artículo publicado por la agencia de noticias Regnum.
El experto recuerda las palabras que dijo en 2009 el entonces secretario de Estado de EE.UU., Henry Kissinger, y que algunos denominaron el 'dilema de Kissinger': "¿A quién llamo si quiero hablar con Europa?".
Pasados seis años, el 'dilema de Kissinger' sigue sin resolverse, sostiene el autor del artículo.
"Desde 2011, el Viejo Mundo está siendo asaltado por multitudes de migrantes y refugiados del mundo musulmán que la amenazan no solo con tensiones económicas y políticas, sino también con la pérdida de identidad", opina Tsaturián, agregando que "los estadounidenses no tienen mucho entusiasmo en la valoración de las perspectivas de la Unión Europea".



El Viejo Mundo está siendo asaltado por multitudes de migrantes y refugiados del mundo musulmán que le amenazan no solo con tensiones económicas y políticas, sino también con la pérdida de identidad
En este sentido, el historiador cita las palabras del portavoz de la Casa Blanca Joshua Earnest: "Europa se enfrenta a un flujo de inmigrantes del norte de África y de algunos países de Oriente Próximo causado por la violencia y la inestabilidad en estas zonas. Esta situación no solo socava el orden en la región (el norte de África y Oriente Próximo), sino que también tiene un efecto desestabilizador significativo en el resto del mundo, incluida Europa", dijo en su momento el portavoz de la Casa Blanca.
A su vez, el director ejecutivo de la empresa estadounidense de inteligencia y espionaje Stratfor ha hablado del "legado de Hitler" y de que "un puñado de naciones europeas" han perdido su dominio en el mundo, mientras que EE.UU y su cultura han logrado el triunfo en Occidente, recuerda el autor de la publicación.

Rusia superará la crisis mundial de la energía, a diferencia de la Unión Europea

"La diferencia entre el siglo pasado y la actualidad es la siguiente: si después de la Segunda Guerra Mundial, la zona de influencia del imperio económico de Estados Unidos incluía los campos de petróleo y las arterias de transporte de Oriente Próximo, ahora Washington no puede presumir de estas ventajas", señala el periodista.
Por otro lado, prosigue, "por primera vez desde el periodo de descolonización posterior a la guerra, el mundo musulmán está viviendo una situación política que esta vez entierra bajo los escombros de las fronteras estatales los yacimientos de gas y los canales de su entrega a la Unión Europea".
En este contexto, "Rusia, que controla la ruta marítima del norte, tiene una ventaja posicional", apunta el experto.
Sin embargo, escribe Tsaturián, Bruselas sigue pensando en términos del siglo pasado. Así, la Unión Europea apuesta por el gas natural licuado (GNL) y, para torcerle el brazo a la empresa rusa Gazprom, está dispuesta a comprar los hidrocarburos a todos menos a Rusia, "aunque sea en el otro lado del planeta, independientemente de los costos de transporte".
Sin embargo, lo que consigue es el efecto opuesto, considera el historiador ruso.
Rusia, que controla la ruta marítima del norte, tiene una ventaja posicional
En su opinión, la intriga es que el mismo Washington, siendo uno de los principales consumidores de gas, contribuye con su 'revolución de esquisto' al debilitamiento de los rivales de Rusia en el sector del gas natural licuado, mientras que "Moscú se prepara para un salto en este segmento".
"Rusia será capaz de superar la crisis política y económica en el sector mundial de la energía, algo que no se puede decir de la Unión Europea, para la cual el 'dilema de Kissinger' se está convirtiendo en un complejo", asegura el analista.
"En la próxima década el Viejo Mundo estará preocupado por tres problema: las guerras, las revoluciones y los migrantes. Y todos son provocados por la inestabilidad de Oriente Próximo", concluye.

"Las guerras, las revoluciones y los migrantes": Ni EE.UU. es optimista sobre el futuro de Europa

Los estadounidenses "no son muy entusiastas" sobre las perspectivas de la Unión Europea, a la que no cesan de llegar desde 2011 multitud de migrantes y refugiados del mundo musulmán. Esta es la opinión del historiador y especialista en relaciones internacionales ruso Sarkis Tsaturián, que advierte que "en la próxima década el Viejo Mundo estará preocupado por tres problemas: las guerras, las revoluciones y los migrantes", todos provocados por la inestabilidad de Oriente Próximo.
"Las guerras, las revoluciones y los migrantes": Ni EE.UU. es optimista sobre el futuro de la UEReuters \ Bernadett Szabo

"Las contradicciones entre EE.UU. y Europa no se limitan a la guerra en Irak", escribe el periodista ruso en su nuevo artículo publicado por la agencia de noticias Regnum.
El experto recuerda las palabras que dijo en 2009 el entonces secretario de Estado de EE.UU., Henry Kissinger, y que algunos denominaron el 'dilema de Kissinger': "¿A quién llamo si quiero hablar con Europa?".
Pasados seis años, el 'dilema de Kissinger' sigue sin resolverse, sostiene el autor del artículo.
"Desde 2011, el Viejo Mundo está siendo asaltado por multitudes de migrantes y refugiados del mundo musulmán que la amenazan no solo con tensiones económicas y políticas, sino también con la pérdida de identidad", opina Tsaturián, agregando que "los estadounidenses no tienen mucho entusiasmo en la valoración de las perspectivas de la Unión Europea".