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Thursday, August 4, 2016

La diferencia entre un inmigrante ilegal y yo

La diferencia entre un inmigrante ilegal y yo

Immigrants
Por Robert Higgs
El Instituto Independiente
Una pequeña autobiografía y algunos interrogantes que plantea 
Nací en lo que los gobernantes locales personificaban como el soberano estado de Oklahoma. Esta circunstancia no fue mi culpa. Supongo que podría culpar a mis padres, pero ellos tuvieron una excusa similar, al haber nacido mi padre en la misma jurisdicción y mi madre haber sido llevada allí desde muy pequeña. En cualquier caso, por virtud de mi lugar de nacimiento, me convertí en un ciudadano de ese estado y, como tal, soporté una pesada carga de adversidad.
Nuestra parte de Oklahoma, usted sabe, no se encontraba exactamente a la vanguardia del desarrollo económico y social en aquellos días. Los buenos empleos no eran fáciles de encontrar, e incluso un obrero ingenioso que estuviese deseoso de trabajar larga y arduamente, como lo estaba mi padre, podía no ganar mucho. Muchas de las escuelas eran primitivas. Cuando comencé el primer grado, en 1950, la escuela constaba de alrededor de cincuenta estudiantes en los grados 1 a 8. Mi clase de primer grado se reunía en un pequeña cabaña junto con el curso de segundo grado, mientras que el resto de los estudiantes se reunían en un edificio de una sola aula más grande y con una división removible en el medio del salón. Con el divisor en su lugar, los grados 3 a 5 se reunían en uno de los lados, y los grados 6 a 8 en el otro lado. Tres maestras constituían la totalidad del personal, excepto por la cocinera, quien resultó ser mi madre. No voy a decir que posiblemente no hubiese podido permanecer en ese contexto y aún así convertirme en astronauta. Tal vez hubiese podido. Pero las posibilidades no lucían muy prometedoras.


Por un tiempo durante la guerra, cuando era un niño, mi padre había llevado a la familia a Portland, Oregón, donde trabajó en una de los astilleros de Kaiser como soldador hasta que la guerra terminó. Por lo tanto, él había saboreado el dulce néctar de los salarios de la costa oeste, Por supuesto, después de la guerra, dichos salarios elevados ya no estaban fácilmente disponibles, no obstante los sueldos de la costa oeste todavía estaban bien por encima de aquellos en Oklahoma, tal como mi padre lo sabía por los relatos de amigos que habían migrado anteriormente a California y enviaban destellantes reportes.
En 1951, un viejo amigo de mi padre que trabajaba en un rancho próximo a Mendota, California, una polvorienta y pequeña ciudad 35 millas al oeste de Fresno, consiguió que el rancho contratara a mi padre y mi hermano mayor como conductores de tractor durante el verano—mi padre tenía varios meses de tiempo de vacaciones acumulados. Así que la familia empacó algunas de nuestras pertenencias y se dirigió al oeste por la ruta 66, al igual que lo habían hecho muchos habitantes de Oklahoma antes que nosotros durante los veinte años previos.
Al llegar a nuestro destino en el rancho Encher, nos mudamos a una pequeña área habitacional amurallada al final de una estructura más grande originalmente construida como una barraca para los inmigrantes japoneses antes de la guerra. No cobraban extra por los baños y las duchas externas. En esos días, tales campamentos de trabajo cubrían densamente el Valle de San Joaquín, albergando no solamente a los migrantes de Oklahoma, Texas y otros desventurados que escapaban de la sequía del “Dust Bowl”*, sino también a numerosos migrantes mexicanos. Un salpicado de italianos, portugueses, vascos, chinos y japoneses sazonaba a la población del área.
Al final del verano, habiendo el trabajo de mi padre probado ser más que satisfactorio para el empleador, y los salarios más que satisfactorios para mi padre, regresamos brevemente a Oklahoma, preparamos el traslado de las pertenecías de nuestra casa, tal como estaban, y nos mudamos de vuelta a California de manera permanente.
Para que usted no se cuestione acerca del objeto de esta pequeña narrativa mundana, me apresuro a enfatizar que mi padre había hecho algo bastante destacable: había dejado el soberano estado de Oklahoma, atravesado los soberanos estados de Texas, Nuevo México y Arizona, e ingresado y establecido residencia permanente en el soberano estado de California, todo eso sin la autorización de ninguno de los gobernantes de estos estados. ¡Imagínese eso!
Tedioso, dirá usted; cualquier estadounidense puede hacer lo mismo cada vez que lo desee. Bien, si, eso es cierto. Pero los estadounidenses pueden hacerlo solamente porque los estados soberanos que pertenecen al Estado paraguas conocido como los Estados Unidos de América han acordado un sistema esencialmente de pasajes sin obstáculos a través de sus fronteras, y sus leyes reconocen que en general cualquiera con permiso de las autoridades estadounidenses para estar en los Estados Unidos puede moverse libremente dentro de los estados miembros de la unión. Ninguna ley prohibía a mi padre abandonar Oklahoma sin la aprobación del gobierno de Oklahoma, y ninguna ley le prohibía ingresar a California sin la aprobación del gobierno de California. (Anteriormente, en 1937, California promulgó un estatuto que se hizo conocido como la “ley contra los obreros de Oklahoma”, dirigida a evitar que ciertos estadounidenses ingresasen al estado, pero la ley fue derogada por la Corte Suprema de los EE.UU. en 1941 en su fallo Edwards v. California [314 U.S. 160].
Muchos de los niños mexicanos con los que crecí podrían haber hecho un relato similar al mío. La única diferencia hubiese sido que para ellos, el origen de su migración hacia California resultó estar no en uno de los estados de los Estados Unidos de América, comúnmente conocida como América, sino en uno de los estados de los Estados Unidos Mexicanos, comúnmente conocido como México. ¿Era importante esta diferencia? Si lo era, ¿por qué? ¿Las líneas que los funcionarios gubernamentales trazan en los mapas separan al corazón de la humanidad?
Puede no ser enteramente irrelevante destacar que el área en la que mi familia se estableció en 1951 había previamente sido parte de México, desde la época de la independencia de México hasta que sus líderes fueron obligados a suscribir el Tratado de Guadalupe Hidalgo, que terminó con lo que los mexicanos apropiadamente llaman la Intervención Norteamericana (la Guerra de la Invasión Norteamericana). Como botines de esta guerra, el gobierno estadounidense arrebató no solamente la totalidad de la actual California, sino también de las actuales Nevada y Utah, gran parte de la actual Arizona y partes sustanciales de los actuales Nuevo México, Colorado y Wyoming. Recuerde esta historia la próxima vez que oiga a alguien hablar acerca de la actual “invasión” mexicana de los Estados Unidos. Si tan solo los estadounidenses bajo el comando del general Winfield Scott en 1847 hubiesen invadido Vera Cruz para recoger lechuga, en vez de para matar a la población local.
Para regresar a mi relato, sin embargo, la inmerecida adversidad que muchos de mis camaradas de la infancia padecieron emana del sencillo y moralmente irrelevante hecho de que los funcionarios gubernamentales que gobernaban los estados de Sonora, Chihuahua, Coahuila y otros incluidos en los treinta y un estados de la unión mexicana no habían logrado el mismo acuerdo que los funcionarios gubernamentales que gobernaban Oklahoma, Texas, California y otros incluidos en los (entonces) cuarenta y ocho estados de los Estados Unidos de América habían celebrado respecto de los cruces de los limites estaduales.
De vez en cuando, gente de mi conocimiento era acorralada y deportada, como si fuesen criminales. ¿Cuál era su crimen? ¿Recoger algodón? De ser así, entonces yo también era culpable, porque cuando era niño muchos de los rancheros todavía tenían que pasar de los trabajadores de Oklahoma y mexicanos a las recolectoras mecánicas, y cuando yo tenía once o doce años de edad, podía llenar una saca de 12 pies y, luego de haber pesado mi recolección, subirla por la escalera como un hombre para vaciar su contenido en el tráiler algodonero.
Hasta ahora que yo se sepa, las deportaciones jamás complacieron a nadie: ni a los desafortunados individuos arrancados de sus hogares y lugares de trabajo; ni a los rancheros y otros dueños de negocios que de buena gana contrataban a esta laboriosa gente; ni al resto de nosotros, cuyas relaciones con los mexicanos eran por lo general cooperativas y cordiales. La Migra—los oficiales de inmigración—era como un desastre natural. Estos aborrecibles funcionarios estatales descendían sobre la comunidad como una plaga o un enjambre de langostas, sin beneficiar a nadie, no obstante cobrar salarios a expensas del público por sus atropellos. Conocí a un joven que fue deportado varias veces, y cada vez regresaba tras un breve plazo. Se ofendía especialmente con estas costosas alteraciones de su vida pues, en verdad, había nacido en California, pero carecía de la documentación oficial de su lugar de nacimiento.
Si no está familiarizado con la coerción de la inmigración, aquí tiene una introducción, para la cual estamos en deuda con Pat Mora, cuyo poema “La Migra” comienza:
    Juguemos a La Migra
    Yo seré el oficial de frontera
    Tú serás la mujer mexicana.
    Yo tengo la insignia y las gafas de sol
    Tú puedes esconderte y correr.
    Pero no te puede alejar pues tengo un jeep
    Puedo llevarte a cualquier parte,
    pero no hagas preguntas
    porque no hablo español.
    Puedo tocarte donde desee,
    pero no te quejes demasiado
    porque tengo botas y pateo si tengo que hacerlo,
    y tengo las esposas
    oh, y una pistola.
    Prepárate, alístate, corre.
Los anti-inmigrantes a menudo afirman que los mexicanos vienen aquí solamente para vivir de los beneficios sociales. Aparte de la manifiestamente incorrecta descripción de la verdad de esta declaración, uno se pregunta por qué el remedio obvio para este supuesto problema no se les ocurre a ellos: deshacerse del Estado de Bienestar—después de todo, nadie, independientemente de su lugar de nacimiento, posee un justo derecho a vivir a expensas forzada de los demás.
Otros sostienen que los “ilegales” atestan las escuelas y hospitales públicos, detrayendo recursos de los contribuyentes. De ser así, entonces la respuesta es la misma: saquemos al gobierno del negocio de la educación y la sanidad; jamás tendría que haberse metido allí en primer lugar.
Algunos estadounidenses disfrazan su odio con la acusación de que los extranjeros vienen aquí a cometer delitos, tales como la venta de drogas y la realización de actividades sin una licencia. Por supuesto que, en primer término, el tráfico de drogas y el trabajar sin una licencia gubernamental nunca debería haber sido penalizado para nadie, en virtud de que estos actos no violan los justos de derechos de nadie. Si la gente está preocupada acerca de los verdaderos delitos, tales como el robo y el homicidio, debe recordar que leyes contra estos crímenes ya existen, y que ninguna “guerra preventiva” especial contra potenciales inmigrantes infractores puede ser justificada, más de lo que puedo justificar atacar con armas nucleares a Filadelfia el día de hoy con la fuerza de mi convicción absoluta de que algunos residentes de esa ciudad cometerán serios delitos mañana.
Asistí a escuelas públicas en California desde segundo grado hasta mi graduación del colegio secundario, y más tarde, tras un año en la Academia de la Guardia Costera de los EE.UU., asistí a instituciones públicas de educación superior allí, graduándome del San Francisco State College en 1965 y asistiendo luego a la University of California en Santa Barbara durante un año de estudios de grado antes de marchar hacia las pasturas más verdes de Johns Hopkins (una presunta universidad privada cuyos enredos con el Pentágono mejor no mirar, si es que usted desea conservar su fe en las universidades “privadas”).
Sí mi padre pagaba algo más de impuestos al estado de California, sus gobiernos subsidiarios y al distrito escolar que lo que pagaban nuestros vecinos mexicanos lo dudo enormemente. Todos, independientemente de su lugar de nacimiento o documentación, pagaban impuestos al consumo, a la gasolina y a las ventas generales donde fuese que realizasen ciertas compras. Todos, independientemente de su lugar de nacimiento o documentación, pagaban el impuesto a la propiedad (indirectamente) cuando fuese que rentaban una casa o un departamento. Todos, independientemente de su lugar de nacimiento o documentación, pagaban aranceles por las licencias de conducir, licencias de caza, peajes en los puentes y otros privilegios que el estado graciosamente permita disfrutar al campesinado por un precio.
Por supuesto, debido a que mi padre jamás percibió un salario enorme, bien puede haber pagado menos en concepto de impuestos que el costo de mi educación en las escuelas de California; ¿quién sabe? De ser así, ¿debería haber sido echado fuera del estado y deportado—enviado, como dicen, “de regreso a donde provengo”? ¿Estaba mi familia aprovechándose de los largamente sufrientes contribuyentes de California algo menos de lo que lo estaba la familia mexicana al otro extremo de nuestra calle? ¿Y qué diferencia hace de dónde proviene el aprovechador? ¿No es el propio aprovechador el corazón del problema? ¿Los autoproclamados “minutemen” que emprendieron recientemente la tarea de “asegurar la frontera” con México aplastan solamente a los mosquitos que han incubado en la vera sur del Rio Grande?
Si debemos escoger—y en verdad debemos—entre el Estado más poderoso y agresivo del mundo, por un lado, y un hombre que desea mudarse a Yakima para ayudar a su familia recolectando manzanas, del otro lado, ¿qué lado la decencia humana dicta que debemos escoger? Desafortunadamente, en esta situación, está todo tan demasiado claro que muchos estadounidenses están eligiendo alabar al Estado y hacer un fetiche de las fronteras que el mismo ha establecido por medios patentemente injustos. En cuanto a este andariego oriundo de Oklahoma, antes prefería arrodillarme ante un becerro dorado.

La diferencia entre un inmigrante ilegal y yo

La diferencia entre un inmigrante ilegal y yo

Immigrants
Por Robert Higgs
El Instituto Independiente
Una pequeña autobiografía y algunos interrogantes que plantea 
Nací en lo que los gobernantes locales personificaban como el soberano estado de Oklahoma. Esta circunstancia no fue mi culpa. Supongo que podría culpar a mis padres, pero ellos tuvieron una excusa similar, al haber nacido mi padre en la misma jurisdicción y mi madre haber sido llevada allí desde muy pequeña. En cualquier caso, por virtud de mi lugar de nacimiento, me convertí en un ciudadano de ese estado y, como tal, soporté una pesada carga de adversidad.
Nuestra parte de Oklahoma, usted sabe, no se encontraba exactamente a la vanguardia del desarrollo económico y social en aquellos días. Los buenos empleos no eran fáciles de encontrar, e incluso un obrero ingenioso que estuviese deseoso de trabajar larga y arduamente, como lo estaba mi padre, podía no ganar mucho. Muchas de las escuelas eran primitivas. Cuando comencé el primer grado, en 1950, la escuela constaba de alrededor de cincuenta estudiantes en los grados 1 a 8. Mi clase de primer grado se reunía en un pequeña cabaña junto con el curso de segundo grado, mientras que el resto de los estudiantes se reunían en un edificio de una sola aula más grande y con una división removible en el medio del salón. Con el divisor en su lugar, los grados 3 a 5 se reunían en uno de los lados, y los grados 6 a 8 en el otro lado. Tres maestras constituían la totalidad del personal, excepto por la cocinera, quien resultó ser mi madre. No voy a decir que posiblemente no hubiese podido permanecer en ese contexto y aún así convertirme en astronauta. Tal vez hubiese podido. Pero las posibilidades no lucían muy prometedoras.

Monday, August 1, 2016

La diferencia entre los pro-mercado y los pro-empresa

David Boaz dice que "La Cámara de Comercio de EE.UU. y el Tea Party no se llevan muy bien. Sucede que el viejo conflicto entre las fuerzas pro-mercado y pro-empresa puede que conduzcan a unas elecciones primarias divisivas el próximo año".

David Boaz es Vicepresidente Ejecutivo del Cato Institute.
La Cámara de Comercio de EE.UU. y el Tea Party no se llevan muy bien. Sucede que el viejo conflicto entre las fuerzas pro-mercado y pro-empresa puede que conduzcan a unas elecciones primarias divisivas el próximo año.
Hace años ayudé a crear una organización para personas de negocios que se oponían al capitalismo de compadres y otras formas de ayuda del Estado a las empresas. Consideramos el nombre claro y frontal de Líderes de Empresas en contra de los Subsidios y Aranceles, o BLAST por sus siglas en inglés, pero acordamos el nombre más elegante Consejo para una Economía Competitiva. Luego de que lanzamos el Consejo en 1979, nuestro primer gran proyecto era oponerse al rescate de la Corporación Chrysler. En ese entonces, Chrysler era la décima corporación industrial más grande de EE.UU., y un préstamos federal en garantía de $1.500 millones para una corporación privada era la noticia de primera plana. Chrysler, el sindicato United Auto Workers y las grandes empresas de lobbying abundaron el Capitolio junto con toda la prensa.



El Consejo para una Economía Competitiva contrató avisos de página entera declarando que “Rescatar a Chrysler con el dinero del contribuyente sería un gran error. Dicho rescate sería otro paso grande lejos de una economía libre y competitiva”. Considerando que la Cámara de Comercio no estaba adoptando posición alguna acerca de un propuesto subsidio estatal para una sola empresa privada, nosotros estábamos casi solos en la defensa vigorosa del libre mercado. Perdimos la batalla, por supuesto, y la Corporación Chrysler sobrevivió para pedir más rescates en años posteriores.
Unos meses después de esa batalla, las empresas de automóviles empezaron a presionar por restricciones a las importaciones japonesas. Nuevamente, el Consejo entró en acción. Joe Coberly, miembro de la junta y un conocido concesionario de Ford en Los Ángeles, le dijo a un comité del Congreso que “el esfuerzo de imponer restricciones a los autos extranjeros es una conspiración para perjudicar al consumidor estadounidense”.
Cuento esta historia para señalar que el conflicto entre los partidarios de los mercados libres y aquellos del capitalismo de compadres ha sido algo incesante por décadas.
En junio de 2009 la cámara lanzó una “Campaña por la Libre Empresa”. El presidente de la Cámara Thomas Donohue le dijo al Wall Street Journal que una “avalancha de reglas nuevas, restricciones, mandatos e impuestos” podían “seriamente socavar la capacidad de crear riqueza y empleos de la nación”.
La cámara estaba unos cuantos meses tarde con su campaña para salvar a la libertad económica. A fines de 2008 la cámara respaldó firmemente el rescate a Wall Street. Luego de que la Cámara de Representantes inicialmente rechazó el Programa de Alivio para Activos en Problemas (TARP, por sus siglas en inglés), la cámara envió un mensaje frontal a los republicanos en el Congreso: “No se equivoquen: Cuando las consecuencias de la inacción del Congreso se vuelvan claras, los estadounidenses no toleraremos a aquellos que se quedaron parados viendo y permitieron que la calamidad se de”.
A principios de 2009 la cámara respaldó la ley de estímulo de $787.000 millones del Presidente Obama. Mientras que los partidarios del libre mercado se opusieron a la ley, y el movimiento Tea Party creció oponiéndose a esta, el Sr. Donohue dijo, “Con los mercados funcionando tan mal, el gobierno es el único capaz de reiniciar la economía”.
En 2014 las grandes empresas se opusieron a varios de los miembros más partidarios del libre mercado en el Congreso, e incluso a un legislador de Georgia que estaba alineado con Ron Paul y se oponía al financiamiento con dinero de los contribuyentes para los Atlanta Braves.
La Cámara de Comercio de EE.UU. rápidamente se dirigió a las primarias republicanas en Grand Rapids, Michigan, para intentar de derribar al Representante Justin Amash, probablemente el miembro del Congreso más partidario del libre mercado y más liberal. Los grupos de libre mercado, incluyendo al Club para el Crecimiento, Freedomworks y Americans for Prosperity, firmemente respaldaron a Amash.
Ahora, la Cámara espera gastar hasta $100.000 millones en la campaña de 2016. Roll Call, un periódico del Capitolio, reporta, “Algunos objetivos clave en 2016 para las empresas serán los candidatos de derecha y del Tea Party, aquellos que han descartado la agenda corporativa en el Congreso respaldando el cierre del gobierno, oponiéndose a una reforma migratoria e intentando cerrar el Banco de Exportaciones e Importaciones”. Politico agrega una ley de carreteras a la lista de quejas que las empresas grandes tienen de los conservadores fiscales.
Este conflicto entre pro-mercado y pro-empresa es uno viejo. Adam Smith escribió La riqueza de las naciones para denunciar al mercantilismo, el capitalismo de compadres de su día. Milton Friedman dijo en una conferencia de 1998: “Hay una concepción errónea ampliamente difundida de que la gente que está a favor del mercado libre está también a favor de todo lo que las grandes empresas hacen. Nada podría estar más alejado de la verdad”.
Ese aviso viejo que se oponía al primer rescate de Chrysler advirtió a las empresas que el dinero del Estado siempre viene con condiciones atadas. No se puede respaldar subsidios a las exportaciones, protección contra las importaciones, rescates para Wall Street y leyes de estímulos financiadas con el dinero de los contribuyentes, y luego creíblemente quejarse acerca de “una avalancha de nuevas reglas, restricciones, mandatos e impuestos” que podrían destruir al sistema de libre empresa.

La diferencia entre los pro-mercado y los pro-empresa

David Boaz dice que "La Cámara de Comercio de EE.UU. y el Tea Party no se llevan muy bien. Sucede que el viejo conflicto entre las fuerzas pro-mercado y pro-empresa puede que conduzcan a unas elecciones primarias divisivas el próximo año".

David Boaz es Vicepresidente Ejecutivo del Cato Institute.
La Cámara de Comercio de EE.UU. y el Tea Party no se llevan muy bien. Sucede que el viejo conflicto entre las fuerzas pro-mercado y pro-empresa puede que conduzcan a unas elecciones primarias divisivas el próximo año.
Hace años ayudé a crear una organización para personas de negocios que se oponían al capitalismo de compadres y otras formas de ayuda del Estado a las empresas. Consideramos el nombre claro y frontal de Líderes de Empresas en contra de los Subsidios y Aranceles, o BLAST por sus siglas en inglés, pero acordamos el nombre más elegante Consejo para una Economía Competitiva. Luego de que lanzamos el Consejo en 1979, nuestro primer gran proyecto era oponerse al rescate de la Corporación Chrysler. En ese entonces, Chrysler era la décima corporación industrial más grande de EE.UU., y un préstamos federal en garantía de $1.500 millones para una corporación privada era la noticia de primera plana. Chrysler, el sindicato United Auto Workers y las grandes empresas de lobbying abundaron el Capitolio junto con toda la prensa.


Monday, June 20, 2016

¿Qué diferencia a un país rico de uno pobre?

Basta con lograr crear un verdadero Estado de Derecho, mercados libres y desregulados


Alcanza con pasar un día en un país desarrollado para admirar todo el capital acumulado que existe (Youtube)
Por Ramón Parellada
Al comparar un país rico y desarrollado con Guatemala, surgen muchas preguntas. ¿Qué hay que hacer para ser ricos como ellos? ¿Es la pobreza algo con lo que debamos convivir para siempre? ¿Qué hicieron ellos cuando eran pobres para desarrollarse?
Y es que basta con estar un día en un país desarrollado para admirar todo el capital acumulado que existe en el mismo, y que sirve a todos sus habitantes. Capital acumulado e invertido en infraestructura de gran calidad, carreteras sin agujeros, túneles y puentes para atravesar montañas y ríos sin tener que dar grandes rodeos ahorrando tiempo y recursos a los conductores, aeropuertos, fábricas inmensas de bienes de capital y de consumo, edificios inmensos, pero por sobre todo, sistemas de justicia y seguridad efectivos, que hacen que sus tasas de homicidio sean de las más bajas del mundo.



La razón del desarrollo de estos países es que ellos comenzaron antes con las medidas correctas para crecer. Comenzaron antes acumulando ese capital que hoy gozan las siguientes generaciones. Lo hicieron modestamente, con bajas tasas impositivas pero con un Gobierno dedicado, con prioridad, a la seguridad y a la justicia, donde las reglas son claras en cuanto a la defensa de la propiedad privada, la vida y la libertad.
Podemos hacer lo mismo nosotros, pero debemos quitarnos ese velo de arrogancia que cubre a la mayoría de nuestros políticos en el sentido que siempre están proponiendo nuevas formas de redistribución de la riqueza. Ignoran que la riqueza se distribuye mientras se produce, que no hay nada que redistribuir si no se ha generado primero, que con el exceso de regulaciones que tanto gustan a nuestros dirigentes guatemaltecos no vamos a llegar a ningún lado sino que seguiremos estancados como hasta ahora lo hemos estado como si tuviéramos una camisa de fuerza que nos impidiera superarnos.
Todo esto se traduce en enormes presupuestos deficitarios (digo enormes en relación al tamaño de nuestra economía), muchos cambios en las reglas del juego a la hora de tributar, mala asignación de los ingresos tributarios en gastos innecesarios e irrelevantes que sólo consumen nuestros escasos recursos, falta de justicia y seguridad y una ausencia de un verdadero Estado de Derecho.
Es mejor hacer poco y bien hecho que mucho y mal.  Los gobernantes de Guatemala se han caracterizado por querer hacer mucho y lo terminan haciendo mal. Cuesta creer que no sean capaces de recortar tanto gasto superfluo que sólo ha servido para generar corrupción.  De aquí podrían sacar recursos para fortalecer el sistema de justicia y seguridad del país que es “la prioridad” para lograr un cambio verdadero en este país.
Pero las cosas pueden cambiar y de hecho siento que están cambiando. El sistema de Justicia, por injerencia ajena, ha comenzado a funcionar pero no es el ideal, pues esa injerencia tampoco es imparcial.
El sistema de Justicia debe estar despolitizado y alejado de cualquier injerencia ajena y eso no se logrará si seguimos eligiendo a los jueces y magistrados como lo hacemos actualmente. Urge un cambio en el que se escojan a los mejores candidatos que llenen los requisitos para ser aptos como jueces y magistrados, evaluados por entidades independientes y de prestigio que se dedican al reclutamiento de recursos humanos. De la lista final de los elegidos se haría un sorteo para llenar las plazas vacantes.
La protección de los derechos individuales son fundamentales para alcanzar un verdadero crecimiento económico.  Si la propiedad, la vida y la libertad no están bien protegidas, no llegaremos a ningún lado, seguiremos teniendo conflictos sociales de insospechadas consecuencias.
Basta con ver que la falta de definición de la propiedad ha creado conflictos serios en muchos proyectos de beneficios para el país como lo son las hidroeléctricas, las mineras y otros desarrollos empresariales.  A esta falta clara de definición y protección de la propiedad se han sumado los grupos de interés con ideologías socialistas que rechazan la propiedad privada ignorando la evidencia que existe sobre lo fundamental que ha sido la misma para el desarrollo de los países que hoy son más ricos.  Esa ignorancia no es justificable hoy en día.
¿Por qué no podemos llegar a ser como Hong Kong, Corea Del Sur, Taiwan, Alemania, Chile, Nueva Zelanda, Australia, Estados Unidos y algunos países europeos?  Yo creo que sí podemos y rápido.  Podemos desarrollarnos y llegar más rápido que lo que les tomó a ellos lograrlo.  Basta, como ya mencioné, con lograr crear un verdadero Estado de Derecho, mercados libres, comercio libre, bajas tasas impositivas, gobiernos transparentes y presupuestos balanceados.
Algunos de estos países ahora que ya se desarrollaron, han ampliado sus presupuestos para cubrir cosas que son de menor prioridad pero cuando comenzaron se enfocaron precisamente en lo fundamental, en lo básico, en la defensa estricta de los derechos individuales a la propiedad, la vida y la libertad para lo cual el Gobierno se concentró fuertemente en lo que es justicia y seguridad.
Podemos lograrlo, debemos estudiar la evidencia que hizo crecer a estos países. Debemos aplicar los factores comunes que hicieron que los países desarrollados logran ese gran salto desde la pobreza, cuando eran pobres, hacia la prosperidad. ¿Por qué nos cuesta tanto? ¿Por qué no es tan evidente esto a nuestros dirigentes?
Esta nota fue publicada previamente en S.21.
Ramón Parellada es guatemalteco, empresario y catedrático universitario. Síguelo en@MonchoParellada.

¿Qué diferencia a un país rico de uno pobre?

Basta con lograr crear un verdadero Estado de Derecho, mercados libres y desregulados


Alcanza con pasar un día en un país desarrollado para admirar todo el capital acumulado que existe (Youtube)
Por Ramón Parellada
Al comparar un país rico y desarrollado con Guatemala, surgen muchas preguntas. ¿Qué hay que hacer para ser ricos como ellos? ¿Es la pobreza algo con lo que debamos convivir para siempre? ¿Qué hicieron ellos cuando eran pobres para desarrollarse?
Y es que basta con estar un día en un país desarrollado para admirar todo el capital acumulado que existe en el mismo, y que sirve a todos sus habitantes. Capital acumulado e invertido en infraestructura de gran calidad, carreteras sin agujeros, túneles y puentes para atravesar montañas y ríos sin tener que dar grandes rodeos ahorrando tiempo y recursos a los conductores, aeropuertos, fábricas inmensas de bienes de capital y de consumo, edificios inmensos, pero por sobre todo, sistemas de justicia y seguridad efectivos, que hacen que sus tasas de homicidio sean de las más bajas del mundo.