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Saturday, June 18, 2016

En Siria arranca la Tercera Guerra Mundial

Bandera de Siria
Desde la caída del muro de Berlín, Rusia ha pasado por una fase de gran depresión económica y social en la que apenas podían poner a navegar más de dos destructores y su aviación militar estaba en tierra. Sus tropas pasaban hambre y se veían incapaces de mantener los frentes de insurgencia en el sur del país y en las antiguas regiones soviéticas.
Desde la llegada de Putin al poder, el presupuesto de defensa ruso se ha multiplicado por siete, ha lanzado nuevos programas de armamento incluyendo nuevos misiles nucleares, algunos de ellos desplegados en trenes en movimiento para evitar su destrucción. Desde 2005 Rusia, sin hacer mucho ruido en la esfera internacional, ha sido capaz de generar una capacidad militar que en la era de la distensión y el buenismo occidental, resulta mucho más letal que la de la antigua Unión Soviética sin haber abandonado sus ansias expansionistas.



La tercera fase comenzó con la intervención en Ucrania y los continuos escarceos de la aviación rusa sobre Europa, incluyendo sobrevuelos de aviones con capacidad nuclear sobre los países de Europa Occidental. La invasión de Crimea constituyó sin duda la primera prueba de fuego. De forma parecida a como hizo Hitler en el territorio de los sudetes, Rusia puso a prueba la capacidad de respuesta política y militar de Occidente, ¿y qué ocurrió?; nada. En un mes después de la invasión se reunía el consejo de ministro de la Federación rusa en Sebastopol. Mientras, la intervención rusa en Ucrania es un clamor, y a estas alturas es evidente que Rusia planea un golpe definitivo para anexionarse las repúblicas prorrusas a final de año cuando convenzan a la opinión pública internacional de que el régimen de Kiev ha incumplido los acuerdos de Minsk. Es una historia que se repite en otros modelos de expansionismo de los últimos siglos.
Rusia ha sido el gran aliado en las discusiones entre Estados Unidos e Irán, del régimen de los ayatolás, hasta el punto de que es Moscú quien acogerá los sobrantes de material radioactivo de Irán. Teherán ha conseguido varios objetivos estratégicos para su régimen: fin del embargo; reconocimiento internacional y hasta un cierto agradecimiento por su intervención contra el Estado Islámico en Irak, cuando en el fondo lo que está planteando es la invasión de Irak, para lo cual los dos enemigos son los kurdos y los suníes sirios e iraquíes que cada vez con más intensidad se abrazan al Daesh como la única manera de resistir el ataque de los chiítas. La intervención de Irán en Irak está reforzando al Estado Islámico con la llegada de cientos de nuevos militantes cada semana.
Rusia, después de estar mareando la perdiz con el Pentágono haciendo ver que habría colaboración para Siria, ha decidido actuar apoyando a Assad aludiendo a la vieja fraternidad ruso-siria; otro paso típico de estos modelos de intervención militar. Rusia ha desplegado decenas de carros de combate y unos treinta aviones en Siria. Pero los ataques de Rusia no han ido contra el Estado Islámico sino contra los insurgentes moderados, la mayoría sunitas, que eran apoyados por Turquía y Occidente. Rusia ha decidido reforzar al régimen de Assad para luego con el soporte militar de Irán derrotar a los sunitas en Irak y Siria, y establecer una alianza o confederación chiíta entre las tres naciones. De momento, le quieren dejar el trabajo sucio contra los radicales del Daesh a Occidente con los riesgos que esto implica para los países europeos.
Turquía está perdida en este juego. Por una parte castiga a los kurdos que están frenando al Daesh y a los iraníes, pero por otra se puede encontrar con cientos de kilómetros de frontera con un mundo chiíta, enemigo histórico de los turcos, que podría sacudirse en unos pocos años de los acuerdos con Occidente y regresar con el apoyo de Rusia a la capacidad nuclear.

¿Cuáles serán las consecuencias inmediatas?

Cuando Siria haya recuperado con el apoyo ruso el control del país, prohibirá a las naciones occidentales intervenir en el conflicto, y entonces con Irán terminará la guerra contra los sunitas en Irak y Siria.
Las tropas iraníes llegarán a la frontera con Israel y desde Siria podrán sin grandes dificultades atacar constantemente al pueblo judío, que se encontrará con la mayor amenaza a su seguridad e integridad desde que se fundó el estado de Israel y estará obligada a intervenir en Siria para salvaguardar su seguridad contra una alianza sirio iraní apoyada por Rusia, que luego jugará nuevas cartas para sacar en Europa ventajas de las cesiones en Oriente Medio, y esto pasa por un nuevo estatus de los países del este de Europa.
Los países sunitas liderados por Arabia no van a permitir que el régimen iraní se expanda de esta manera y formarán una coalición internacional de países moderados desde Marruecos hasta el Golfo para impedir que la amenaza se haga realidad. De esta manera un conflicto militar mayúsculo se formará en la región, y llegados a este escenario, Occidente ya no podrá hacer nada.
Los errores de Obama aplaudidos por los regímenes buenistas europeos son los que nos están llevando a este clímax bélico que se producirá en los próximos meses. Aplaudir las revueltas democráticas para luego no apoyarlas militarmente, dejándolas a los pies de los caballos como la revolución en Irán; no reaccionar de una forma determinante ante la invasión de Crimea; haber dado a entender que la alianza con Israel no era tan sólida; creer que con Irán podría haber una colaboración sincera; no apoyar de una forma más activa a sus aliados en la región frente a la amenaza iraní y, sobre todo, la retirada de Irak, el mayor error estratégico de Estados Unidos de los últimos cincuenta años.
Ahora entenderán muchos por qué era tan importante Irak en este escenario y la presencia occidental en la región. Si entonces no queríamos la guerra, ahora la vamos a tener que aceptar porque no habrá otra alternativa. Lo peor de todo esto es que si Irán se sale con la suya, todos los movimientos terroristas del Sahel y Nigeria que juraron fidelidad de conveniencia a Estado Islámico, sin inmutarse, lo harán con Irán y comenzarán a desestabilizar países como Marruecos y Argelia amenazando ya directamente nuestros propios intereses nacionales.

Nunca desde la crisis de los misiles de Cuba el mundo había estado más cerca del cataclismo como hoy; evitarlo dependerá de la fortaleza de Occidente y de la inteligencia en la selección de los apoyos y del manejo de la diplomacia y la fuerza para que se pueda evitar un conflicto que pueda llegar a adquirir unas dimensiones que no se nos ocurrirían en nuestras peores pesadillas.

En Siria arranca la Tercera Guerra Mundial

Bandera de Siria
Desde la caída del muro de Berlín, Rusia ha pasado por una fase de gran depresión económica y social en la que apenas podían poner a navegar más de dos destructores y su aviación militar estaba en tierra. Sus tropas pasaban hambre y se veían incapaces de mantener los frentes de insurgencia en el sur del país y en las antiguas regiones soviéticas.
Desde la llegada de Putin al poder, el presupuesto de defensa ruso se ha multiplicado por siete, ha lanzado nuevos programas de armamento incluyendo nuevos misiles nucleares, algunos de ellos desplegados en trenes en movimiento para evitar su destrucción. Desde 2005 Rusia, sin hacer mucho ruido en la esfera internacional, ha sido capaz de generar una capacidad militar que en la era de la distensión y el buenismo occidental, resulta mucho más letal que la de la antigua Unión Soviética sin haber abandonado sus ansias expansionistas.


Irán: Peor que Arabia Saudita

Iran nuclear
En la jungla sin ley que es el sistema internacional, las naciones rara vez pueden permitirse el lujo de elegir el bien o el mal. Por lo general se trata de elegir un mal menor o mayor. Es lo que pasó en la Segunda Guerra Mundial, cuando nos aliamos con Stalin para detener a Hitler, y es lo que sucede hoy en el caso de Arabia Saudita contra Irán. Ambos países libran una competición por el poder y la influencia en Medio Oriente. Ambos violan los derechos humanos; pero no nos equivoquemos: Irán es bastante peor desde el punto de vista estadounidense, no sólo moral sino estratégicamente hablando.
Vale la pena tener esto en cuenta mientras vemos cómo se desarrolla el drama por la ejecución del jeque Nimr al-Nimr por los sauditas. Al Nimr era un clérigo chií fuertemente critico con la familia real saudita. Por lo que puede juzgarse a partir de la información públicamente disponible, no defendía la violencia ni tomaba parte en actividades terroristas. Así las cosas, su ejecución, junto a la de otras 47 personas, constituye una farsa y una colosal violación de los derechos humanos.



Pero eso no implica que Irán pueda consentir que una turba asalte y lance bombas incendiarias contra la embajada saudita de Teherán. Se trata de una violación de las normas que rigen las relaciones entre los países, según las cuales las embajadas son territorio bajo soberanía del titular de la propia embajada, y no se puede entrar en ellas sin su permiso. Pero desde la revolución de 1979, que incluyó, naturalmente, el asalto a la embajada de Estados Unidos en Teherán y la toma de diplomáticos como rehenes, el régimen iraní ha convertido en práctica habitual la violación de la inmunidad diplomática y de otras reglas de las relaciones internacionales. Tan sólo unos años después, en 1983, terroristas patrocinados por Irán cometieron un atentado contra la embajada estadounidense en Beirut en el que mataron a 63 personas: uno más de los numerosos crímenes iraníes contra Norteamérica que el régimen revolucionario de Teherán no ha enmendado y por el que no se ha disculpado.
Aunque invoque la venganza divina contra Arabia Saudita, no es que el régimen iraní esté precisamente en condiciones de protestar por las violaciones a los derechos humanos cometidas por Riad. A finales de octubre, una investigación de Naciones Unidas descubrió que el empleo de la pena capital por Irán estaba aumentando a un ritmo exponencial, y que en 2015 se superarían las mil personas ejecutadas en la República Islámica. Amnistía Internacional, que informó de que en el primer semestre del año se había ejecutado a cerca de 700 personas, proclamó:
Las autoridades iraníes deberían avergonzarse de ejecutar a cientos de personas con absoluto desprecio a las garantías básicas del proceso debido.
El panorama general de los derechos humanos en Irán no resulta más alentador. Según Human Rights Watch, pese a la elección del candidato moderado Hasán Ruhaní como presidente en 2013, el país no ha visto mejoras significativas en el campo de los derechos humanos. Elementos represivos presentes en las fuerzas de seguridad y de inteligencia y en el sistema judicial siguen conservando amplios poderes y continúan siendo los principales autores de abusos (…) El país sigue siendo uno de los mayores carceleros mundiales de periodistas, blogueros y activistas en las redes sociales. Mir Husein  Musavi, Zahra Rahnavard y Mehdi Karrubi, destacadas figuras de la oposición que llevan desde febrero de 2011 sin ser acusadas formalmente de nada ni ser llevadas a juicio, siguen bajo arresto domiciliario.
Y no olvidemos las mayores violaciones de derechos humanos del régimen iraní, cometidas no en su territorio sino en el de Estados vecinos. Dede 2011 Irán ha respaldado una sangrienta campaña de su peón Bashar al Asad para reprimir un levantamiento en su contra. Según cálculos conservadores, Asad ha matado al menos a 200.000 de sus compatriotas con ayuda iraní, empleando armas químicas y bombas de barril, entre otros medios. Se trata de un crimen contra la humanidad que roza el genocidio, y no podría haberse cometido sin el patrocinio de la República Islámica. Además, Irán auspicia escuadrones de la muerte chiíes en Irak; arma a Hezbolá y Hamás, empeñados en la aniquilación de Israel; respalda a los rebeldes huzis del Yemen y comete atentados contra los judíos en general y los israelíes en particular desde Bulgaria a Argentina.
Arabia Saudita ya es lo bastante mala; es la sociedad más opresiva y cerrada que he conocido. Su discriminación sexual da náuseas. Su promoción de la ideología wahabista ha desempeñado un papel significativo en el auge de grupos como al-Qaeda. Pero el reino saudita también se siente amenazado por ese grupo terrorista y otros de su misma ralea y ha actuado enérgicamente contra ellos. Desde luego, muchos sauditas siguen formando parte de AQ, del Estado Islámico (EI) y de otros grupos, pero, por lo que sabemos, lo hacen sin respaldo estatal y, de hecho, frente a un activo esfuerzo por detenerlos. Por otra parte, la Fuerza al-Quds iraní patrocina el terrorismo con pleno apoyo del régimen de Teherán.
En resumen: por muy desagradables que sean los sauditas, los iraníes son mucho peores. Arabia Saudita no está cometiendo crímenes contra la humanidad como está haciendo Irán, ni trata de subvertir a sus vecinos, ni de librar una guerra contra Estados Unidos o contra nuestros aliados. De hecho, los sauditas han alcanzado una tranquila distensión con los israelíes porque ambos están unidos en su mutua oposición al creciente poder de Irán.
La política estadounidense debería ser clara: hemos de estar de parte de los sauditas (y de los egipcios, de los jordanos, de los emiratíes, de los turcos, de los israelíes y de todos nuestros aliados) para detener al nuevo Imperio Persa. Pero en cambio la Administración Obama, moral y estratégicamente confundida, está mimando a Irán, en la vana esperanza de que con ello, de algún modo, convertirá a Teherán de enemigo en amigo.
La última prueba de todos estos mimos ha sido la decisión adoptada la víspera de Año Nuevo por la Administración de no imponer sanciones contra Irán tras haber llevado ésta a cabo en los últimos meses  pruebas de misiles balísticos, contraviniendo las sanciones de Naciones Unidas. Con ello se envía una terrible señal a Teherán y al resto de la región: Estados Unidos no sólo no castigará las violaciones iraníes de las normas internacionales, sino que se mantendrá al margen mientras Irán trata de dominar la región.
Por desgracia, ciertos republicanos (léase Ted Cruz) están apoyando esta farsa al sugerir que Estados Unidos se alíe con el principal peón iraní, el régimen de Asad. Cruz tiene razón en cuanto a que a veces Estados Unidos tiene que hacer causa común con regímenes indeseables. Pero en Medio Oriente deberíamos hacerlo con Arabia Saudita y con otras monarquías del Golfo frente a la República Islámica de Irán. En otras palabras: Tendríamos que ponernos del lado de nuestros aliados contra nuestros enemigos.
Esto podría parecer una perogrullada, pero por lo visto en estos tiempos no lo es, en medio de la confusión desbocada que impera en Washington.

Irán: Peor que Arabia Saudita

Iran nuclear
En la jungla sin ley que es el sistema internacional, las naciones rara vez pueden permitirse el lujo de elegir el bien o el mal. Por lo general se trata de elegir un mal menor o mayor. Es lo que pasó en la Segunda Guerra Mundial, cuando nos aliamos con Stalin para detener a Hitler, y es lo que sucede hoy en el caso de Arabia Saudita contra Irán. Ambos países libran una competición por el poder y la influencia en Medio Oriente. Ambos violan los derechos humanos; pero no nos equivoquemos: Irán es bastante peor desde el punto de vista estadounidense, no sólo moral sino estratégicamente hablando.
Vale la pena tener esto en cuenta mientras vemos cómo se desarrolla el drama por la ejecución del jeque Nimr al-Nimr por los sauditas. Al Nimr era un clérigo chií fuertemente critico con la familia real saudita. Por lo que puede juzgarse a partir de la información públicamente disponible, no defendía la violencia ni tomaba parte en actividades terroristas. Así las cosas, su ejecución, junto a la de otras 47 personas, constituye una farsa y una colosal violación de los derechos humanos.