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Friday, July 15, 2016

Guerra de monedas en ciernes

Por Guillermo Arosemena Arosemena

El Expreso de Guayaquil

 

La cooperación monetaria entre países ha sido indispensable para estabilizar la economía mundial, desde que el valor de las monedas comenzó a flotar en 1971, al dólar dejar de ser convertible en oro. Un ejemplo fue el Acuerdo Plaza, que se dio en Nueva York entre los gobiernos de Francia, Reino Unido, Alemania, Japón y Estados Unidos en 1985, para planificar la devaluación ordenada del dólar con relación al yen y marco, a través de intervenciones programadas en el mercado internacional de monedas. El resultado fue que entre 1985 y 1987, el valor del dólar declinó 51% frente al yen, por la intervención de los bancos centrales de los países nombrados.
A diferencia de otras devaluaciones, la mencionada evitó pánicos financieros. El citado acuerdo tuvo la finalidad de reducir el déficit de la cuenta corriente estadounidense y ayudar a esta economía a salir de una severa recesión comenzada a inicio de los ochenta.


Se requiere un nuevo Acuerdo Plaza, el mundo vive una situación de pugna entre países por usarse el tipo de cambio como herramienta de competitividad e incremento de exportaciones. Esta estrategia importa porque el nivel de paridad monetaria afecta la tasa de interés, competitividad y saldo en la cuenta corriente de la balanza de pagos.
Hay países que tienen enormes déficits en la cuenta corriente mientras otros, colosales surplus. En el último grupo está China que no quiere establecer un valor real al renminbi, por temor a que sus productos dejen de ser competitivos, disminuyan las exportaciones y eventualmente aumente el desempleo.
Hay naciones que se sienten perjudicadas por tal política y amenazan tomar medidas para disminuir sus importaciones de China. Debido al déficit comercial estadounidense el Congreso autorizó al Poder Ejecutivo tomar represalias comerciales contra China. Estados Unidos es acusado de devaluar el dólar. Brasil no asistió a la reunión del Grupo 20 en Seúl el fin de semana pasado, por no estar de acuerdo en que otros países devalúen sus monedas para incrementar exportaciones. Sin cooperación entre países habrá una guerra de monedas que no beneficiará a la economía mundial.

Guerra de monedas en ciernes

Por Guillermo Arosemena Arosemena

El Expreso de Guayaquil

 

La cooperación monetaria entre países ha sido indispensable para estabilizar la economía mundial, desde que el valor de las monedas comenzó a flotar en 1971, al dólar dejar de ser convertible en oro. Un ejemplo fue el Acuerdo Plaza, que se dio en Nueva York entre los gobiernos de Francia, Reino Unido, Alemania, Japón y Estados Unidos en 1985, para planificar la devaluación ordenada del dólar con relación al yen y marco, a través de intervenciones programadas en el mercado internacional de monedas. El resultado fue que entre 1985 y 1987, el valor del dólar declinó 51% frente al yen, por la intervención de los bancos centrales de los países nombrados.
A diferencia de otras devaluaciones, la mencionada evitó pánicos financieros. El citado acuerdo tuvo la finalidad de reducir el déficit de la cuenta corriente estadounidense y ayudar a esta economía a salir de una severa recesión comenzada a inicio de los ochenta.

Monday, June 27, 2016

El fracaso democrático de Gran Bretaña

Kenneth Rogoff, Professor of Economics and Public Policy at Harvard University and recipient of the 2011 Deutsche Bank Prize in Financial Economics, was the chief economist of the International Monetary Fund from 2001 to 2003. His most recent book, co-authored with Carmen M. Reinhart, is This Time is… read more
 
CAMBRIDGE – Lo lunático de la votación sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea no es el hecho que los líderes británicos se atrevieran a pedir a su población que sopese los beneficios de la adhesión del país a la Unión Europea frente a las presiones migratorias que dicha adhesión conlleva. Por el contrario, la verdadera locura fue colocar la valla de medición de los resultados de dicha votación en una posición absurdamente baja, misma que requería solamente una mayoría simple. Dado que la participación electoral fue del 70%, se puede decir que la campaña por dejar la UE ganó el referéndum con sólo el respaldo del 36% de los electores habilitados para votar.


Esto no es democracia; esto es un juego de ruleta rusa para las repúblicas. Una decisión que conlleva enormes consecuencias – mucho mayores incluso que modificar la constitución de un país (por supuesto, el Reino Unido carece de una constitución escrita) – se ha llevado a cabo sin aplicar ningún sistema de controles y equilibrios de pesos y contrapesos. 
¿Se debe repetir la votación después de un año para estar seguros? No. ¿Tiene que contar la brexit con el respaldo de una mayoría en el Parlamento? Aparentemente no. ¿Sabía realmente la población del Reino Unido   sobre qué ellos estaban emitiendo su voto? Absolutamente no. De hecho, nadie tiene idea cuáles serán las consecuencias para el Reino Unido tanto interna como externamente; es decir, cuál será el efecto para el Reino Unido en el sistema de comercio mundial, y cuál será el efecto sobre su estabilidad política interna. Me temo que todo esto no pintará un escenario muy bonito.
Eso sí, los ciudadanos de Occidente cuentan con la bendición de vivir en tiempos de paz: se puede abordar la evolución de las circunstancias y prioridades mediante procesos democráticos en lugar de hacerlo a través de guerras exteriores y guerras civiles. Sin embargo, ¿cómo se define, exactamente, un proceso justo y democrático para tomar decisiones irreversibles que definen lo que es una nación? ¿Es realmente suficiente obtener el 52% de los votos a favor de una ruptura en un día lluvioso?
En términos de durabilidad y convicción de las preferencias, la mayoría de las sociedades plantean mayores obstáculos en el camino que tiene que recorrer una pareja de esposos que busca un divorcio en comparación con lo que planteó el gobierno del primer ministro David Cameron para tomar la decisión de salir de la UE. Los que apoyan a la brexit no inventaron este juego ni sus reglas; se tiene amplios precedentes, incluyendo el referéndum en Escocia el año 2014 y el referéndum de Quebec del 1995. Sin embargo, hasta ahora, el cilindro de la pistola nunca se detuvo en la bala. Ahora que la bala sí se disparó, es momento de replantear las reglas del juego.
La idea de que de alguna manera cualquier decisión tomada en cualquier momento según la regla de la mayoría es necesariamente una decisión “democrática” es una perversión del término. Las democracias modernas cuentan con sistemas avanzados de controles y equilibrios de pesos y contrapesos para proteger los intereses de las minorías y para evitar que se tomen decisiones desinformadas con consecuencias catastróficas. Cuanto más grande y más duradera sea una decisión, más altas serán las vallas a superar para tomarla.
Es por esta razón, por ejemplo, que la promulgación de una enmienda constitucional típicamente requiere que se superen vallas muchísimo más altas en comparación con las que se deben superar para aprobar una ley de gastos. Sin embargo, la actual norma internacional para la salida de un país de una unión de países es, sin duda, menos exigente que la que se aplica a una votación para disminuir la edad para beber bebidas alcohólicas.
Ya que Europa se enfrenta ahora al riesgo de que se presente una gran cantidad de nuevas votaciones para salidas de países de la Unión Europea, una pregunta urgente es si existe una mejor manera de tomar estas decisiones. Sondeé la opinión de varios científicos políticos líderes  para ver si existe algún consenso académico; lamentablemente, la respuesta corta a dicha pregunta es no.
Por un lado, la decisión brexit puede haber parecido simple en la papeleta de votación, pero en verdad nadie sabe lo que viene a continuación después de una votación a favor de una salida. Lo que sí sabemos es que, en la práctica, la mayoría de los países requieren de un “súper mayoría” para tomar decisiones que definen a una nación, no un mero 51%. No existe una cifra universal, como por ejemplo el 60%, pero el principio general es que, mínimamente, la mayoría debe ser estable de manera demostrable. Un país no debería hacer cambios fundamentales e irreversibles sobre la base de una minoría muy estrecha que podría prevalecer sólo durante un breve período de un estado emocional pasajero. Incluso si la economía del Reino Unido no cae en una recesión plena después de esta votación (la caída del precio de la libra podría amortiguar el golpe inicial), existen muchas posibilidades de que el desorden económico y político causará que algunos que votaron a favor de la salida sientan lo que se denomina como “el remordimiento después de la compra”.
Desde la antigüedad, los filósofos han tratado de idear sistemas para tratar de equilibrar las fuerzas de la regla de la mayoría con la necesidad de garantizar que los participantes informados obtengan una mayor voz en las decisiones críticas, por no hablar de que se escuchen las voces de la minoría. En las asambleas espartanas de la antigua Grecia, los votos se emitían por aclamación. Las personas podían modular su voz para reflejar la intensidad de sus preferencias, y el funcionario que presidía dicha evento tenía que escuchar cuidadosamente y luego declarar cuál era el resultado. Esta fue una forma imperfecta, pero quizás fue una mejor forma de la que acaba de acontecer en el Reino Unido.
Según algunas versiones, el Estado hermano de Esparta, Atenas, había puesto en práctica el ejemplo histórico más puro de lo que era una democracia. Se otorgó a todas las clases sociales un número igual de votos (aunque, cabe mencionar, que solamente votaban los hombres). En última instancia, sin embargo, después de algunas decisiones catastróficas sobre guerras, los atenienses vieron la necesidad de dar más poder a organismos independientes.
¿Qué debería haber hecho el Reino Unido si tenía que formular la pregunta sobre su adhesión a la UE (pregunta que, dicho sea de paso, no se formuló)? Sin duda, la valla debería haber sido colocada en una posición mucho más alta; es decir, la brexit debería haber exigido, por ejemplo, que se ganen dos votaciones populares espaciadas a lo largo de al menos dos años, tras las cuales se debía obtener una votación de 60% de votos a favor en la Cámara de los Comunes. Si la brexit aún prevalecía, al menos hubiéramos sabido que no fue sólo una foto instantánea tomada en una sola oportunidad de lo que quería un fragmento de la población.
La votación del Reino Unido ha lanzado a Europa a una situación de caos. Mucho dependerá de cómo reaccione el mundo y de cómo maneje el gobierno del Reino Unido su propia reconstitución. Es importante hacer un balance no sólo de los resultados, sino que también del proceso. Cualquier acción para redefinir un acuerdo de larga data sobre las fronteras de un país debería requerir mucho más que una mayoría simple en un referéndum que se celebra en una única oportunidad. La norma internacional vigente en la actualidad de la regla de la mayoría simple es, como acabamos todos de ver, una fórmula para el caos.

El fracaso democrático de Gran Bretaña

Kenneth Rogoff, Professor of Economics and Public Policy at Harvard University and recipient of the 2011 Deutsche Bank Prize in Financial Economics, was the chief economist of the International Monetary Fund from 2001 to 2003. His most recent book, co-authored with Carmen M. Reinhart, is This Time is… read more
 
CAMBRIDGE – Lo lunático de la votación sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea no es el hecho que los líderes británicos se atrevieran a pedir a su población que sopese los beneficios de la adhesión del país a la Unión Europea frente a las presiones migratorias que dicha adhesión conlleva. Por el contrario, la verdadera locura fue colocar la valla de medición de los resultados de dicha votación en una posición absurdamente baja, misma que requería solamente una mayoría simple. Dado que la participación electoral fue del 70%, se puede decir que la campaña por dejar la UE ganó el referéndum con sólo el respaldo del 36% de los electores habilitados para votar.

Saturday, June 25, 2016

¿MEXIT Y AMEREXIT?



REFLEXIONES LIBERTARIAS
Ricardo Valenzuela Torres


Finalmente sucedió, Britania abandona la Unión Europea iniciando lo que puede ser una tendencia mundial. Los países, las regiones, los estados han arribado al límite de su paciencia para, como sucediera durante el siglo 19, reclamar su independencia y soberanía. Los EU hicieron su primer intento al rebelarse contra la concentración de poder que estructuraba el Santana estadounidense, Lincoln. El resultado sería una guerra civil que costó casi un millón de vidas y ante la derrota de los confederados, nacía el proceso del estatismo americano.

La avenida de Trump ha sido pavimentada por los mismos sentimientos en contra de la clase política tradicional, adueñadas de la maquinaria del gobierno y atrincherados en Washington. Igualmente pavimenta la de candidatos independientes y no tan independientes (AMLO) en Mexico.

¿Cómo se ha desarrollado este movimiento?

 
A mediados de los años 70s los EU transitaban por una pesadilla. Los economistas se rascaban la cabeza al observar que las recetas tradicionales con las que habían “manejado” la avenida de los eventos económicos, no respondían.

Durante los primeros años de la administración Nixon, habían inyectado al paciente todos los antibióticos que los Doctores económicos tenían a su disposición, pero los signos vitales seguían deteriorándose. El FED emitía dinero de más y luego de menos. Nixon se confesaba Keynesiano y presentaba un presupuesto para arribar al “empleo total.” Los déficits del presupuesto se provocaban a propósito y también por accidente. La curva de Phillips era establecida en los libros de texto.

El dólar se devaluaba y se cerraba la ventana del oro. A los japoneses y alemanes se les consideraba tercos y, peor, demasiado eficientes. El dólar se echaba a flotar. Los precios y salarios se congelaban. Ante tales tratamientos muchos se preguntaban si la medicina aplicada estaba provocando que el paciente empeorara. Los Doctores económicos ahora argumentaban el que a su medicina no se la había dado tiempo suficiente para que hiciera efecto, además, el paciente ya estaba envenenado con tantas otras pociones.

En medio de ese desorden una publicación en 1975 reportaba: “Ante la confusión de nuestros Doctores económicos, sería saludable buscar una segunda opinión. Busquemos alguien cuyo diagnóstico no tenga implicaciones políticas. Hay dos verdaderos expertos; Robert Mundell, profesor en la Universidad de Columbia, y Arthur Laffer, profesor de la Universidad de Chicago. Estos dos economistas han iniciado una revolución copérnica en el mundo de la política económica”. Mundell ganaría el premio Nobel de economía en 1999.

La visión de ellos se iniciaba con una de sus afirmaciones favoritas: “La única economía cerrada hoy día, es la economía mundial.” La mayoría de economistas siempre han pensado que las economías nacionales pueden ser independientes del resto del mundo. Hoy día nos damos cuenta de que las economías son afectadas por los eventos internacionales; ej. Si devaluamos, vendemos nuestros productos más baratos y nuestra capacidad de compra (importaciones) se reduce dramáticamente.

Laffer y Mundell gritaban a los cuatro vientos lo diabólico de las devaluaciones y también afirmaban: “Se puede expandir el PIB dando incentivos a la oferta. El instrumento más efectivo que tienen los gobiernos para cambiar los incentivos de los actores económicos es el sistema impositivo”. Hay un intercambio macroeconómico entre trabajo y descanso. Una hora extra de trabajo es balanceada contra una hora de descanso; al margen, un impuesto al producto del trabajo cambia los precios en favor de la holganza. Así es que si se reducen los impuestos, se incrementará el trabajo productivo adicional, más producción, más demanda agregada y más prosperidad.

La teoría Supply—Side tiene su origen en la ley de Say: La oferta crea su propia demanda. Los fabricantes pagan a sus trabajadores para manufacturar sus productos, los trabajadores usan sus salarios para adquirir esos productos. Los ahorradores prestan su dinero a los inversionistas que construyen las fábricas, las utilidades que producen las fábricas van a pagar el capital e interés. Precios más altos demandarán más productos, salarios altos demandará más trabajadores, y altos rendimientos demandará más inversiones. A menos de que el gobierno intervenga, por ejemplo, fijando precios, los mercados aclararán los caminos y todo mundo estará feliz y satisfecho al lograr sus objetivos.  

Al reducir los impuestos hay más incentivos para trabajar y producir, el consumidor con más dinero en su bolsillo demanda más, las empresas con dicha reducción tendrán más dineros en sus tesorerías para contratar más gente, hacer las inversiones requeridas y enfrentar esa nueva demanda produciendo más, al haber más producción y más gente trabajando, la base impositiva es más alta, los gobiernos reciben más ingresos fiscales aun cuando sus tasas sean más bajas.

Laffer afirmaba; “un impuesto de cero obviamente no produce ingreso para el estado, mientras que un impuesto de 100% mataría las actividades económicas produciendo al igual cero ingresos para el estado. Él pensaba, debe haber una curva que conecte ambos extremos y la curva debe de tener su punto alto en alguna parte de su comportamiento. Es decir, llega un momento en el cual el incrementar las tasas impositivas reduce la actividad económica y, como es obvio, los ingresos del estado. Viceversa, el reducir impuestos aumenta la actividad económica y aumentan los ingresos del estado”.

De las ideas de esos dos hombres nació la teoría económica que rescatara a los EU. Las ideas de libre mercado combinadas con Supply –Side, dictarían la pauta a seguir de la nación más poderosa sobre la tierra en la década de los 80s, conocida como “los ocho años gordos”. Pero a partir de los años 90, los EU iniciaban un periodo de estatismo en esteroides que finalmente desembocara en las fatales guerras de Bush II, y el anticonstitucional ataque de un Obama ensoberbiado y resentido, a todas las libertades establecidas por los padres fundadores.

En ese mismo periodo México había sufrido las barrabasadas de Echeverría y López Portillo, la tibieza de Miguel de la Madrid, inflación de 250%, devaluaciones de más del 2000%, la economía no crecía o decrecía, tres bancarrotas, ante el incremento de la pobreza, expulsó más de 10 millones de sus ciudadanos a EU, la duda se ubicaría en más del 100% del PIB, se asesinó a un candidato a la presidencia, el narco establecía su infernal poder, los esfuerzos reformistas de Salinas serian saboteados y, como gritara López Portillo, el país fue saqueado.

Ante un panorama como este, tanto en EU como en México se respiran aires de hartazgo frente al aparato político, así como aires de libertad, soberanía, independencia que, si permanece sin respuesta, se puede revivir el espíritu confederado en EU, y los sueños separatistas de Pancho Villa en México de una Republica norteña. ¡Cuidado!

¿MEXIT Y AMEREXIT?



REFLEXIONES LIBERTARIAS
Ricardo Valenzuela Torres


Finalmente sucedió, Britania abandona la Unión Europea iniciando lo que puede ser una tendencia mundial. Los países, las regiones, los estados han arribado al límite de su paciencia para, como sucediera durante el siglo 19, reclamar su independencia y soberanía. Los EU hicieron su primer intento al rebelarse contra la concentración de poder que estructuraba el Santana estadounidense, Lincoln. El resultado sería una guerra civil que costó casi un millón de vidas y ante la derrota de los confederados, nacía el proceso del estatismo americano.

La avenida de Trump ha sido pavimentada por los mismos sentimientos en contra de la clase política tradicional, adueñadas de la maquinaria del gobierno y atrincherados en Washington. Igualmente pavimenta la de candidatos independientes y no tan independientes (AMLO) en Mexico.

¿Cómo se ha desarrollado este movimiento?