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Wednesday, June 15, 2016

¿Qué Defender Sobre el Marxismo Moderno?


Por qué el Socialismo del Siglo XXI Es un Modelo Fracasado

En días pasados, el gobierno de Nicolás Maduro anunció su retiro de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Además, para justificar el corte de energía del miércoles pasado, que afectó a casi toda Venezuela, denunció un nuevo supuesto sabotaje, ahora adelantado por la oposición.
Los anteriores son más ejemplos de los peligros del Socialismo del Siglo XXI y de su incapacidad para promover el desarrollo que tanto promete. Sin embargo, aún persisten defensores  de este modelo. ¿Qué defienden?



En general, los defensores no hablan del crecimiento económico. No lo hacen porque no pueden. Según datos del Banco Mundial, el promedio del crecimiento de los países agrupados bajo la denominación de Socialismo del Siglo XXI (exceptuando Argentina y Cuba que no reportan datos para todos los años) es cercano al 3,82 por ciento. Otros países, no muy abiertos aunque tampoco socialistas, como Brasil y Costa Rica, han crecido cerca del 4,27 por ciento. Los países tendientes a la liberalización (México, Perú, Colombia, y Chile) crecieron alrededor del 4,09 por ciento.
De todos los socialistas, solo Ecuador tiene un promedio de crecimiento superior al 4 por ciento. En el grupo de los más “abiertos,” solo México posee un porcentaje inferior al mismo.
Como dije en líneas anteriores, no pueden defender el modelo por el crecimiento que generan. Tampoco pueden hacerlo por el control de la inflación, ni por el estímulo de una estructura productiva competitiva y diversificada, ni por el respeto a los derechos de propiedad privada o a la generación de riqueza, ni por la inexistencia de escasez de bienes básicos.
Además, no pueden hacerlo por la protección a la libertad de expresión o por la profundización de la democracia ni de la autonomía de los poderes públicos. Tampoco por la transparencia en la publicación de estadísticas que, como las de medición de pobreza, se han manipulado constantemente.
¿Qué defienden, entonces? Cuando se critica al Socialismo del Siglo XXI, sus seguidores reaccionan mencionando lo que, para ellos, son logros sociales. Claro está, en estos logros no se incluye la garantía de los derechos individuales.
Tampoco la preservación de una sociedad civil, independiente del poder. Mucho menos se habla del fomento del corporativismo, del incremento de problemas de seguridad o de la imposición de simbología y de acciones militaristas a los civiles.
Esos supuestos logros sociales no incluyen, tampoco, mejoras en la calidad de vida, en la protección del medio ambiente, o en la dignidad humana, como ha demostrado el rechazo que sienten la mayoría de estos líderes por minorías, como la homosexual.
Pero, ¿qué respaldan? A pesar de todo el desastre social, político y económico de estos regímenes, los defensores consideran que estos son modelos dignos de imitación porque garantizan educación y salud para sus ciudadanos.
No hablan de calidad. ¿Cuál ha sido la mejora de los estudiantes de cualquiera de estos países en exámenes internacionales como PISA? ¿Cuál es la innovación resultante de la educación en estos países? ¿Cuáles son los resultados (premios Nobel, número de revistas científicas, ingenieros per cápita, conocimientos en matemática, etc.) de estos sistemas educativos? Para todas estas preguntas, la respuesta es la misma: ninguna mejoría, ni innovación, ni resultados.
Frente a los servicios de salud, los defensores no incluyen en sus análisis los serios problemas de disponibilidad de medicamentos, los pésimos salarios de los médicos, o el hecho que, por ejemplo, cuando Fidel Castro tuvo problemas de salud, prefirió hacerse su tratamiento en España, mientras que cuando los tuvo Hugo Chávez, se lo hizo en Cuba . . . con el resultado que ya se conoce.
Pero bueno, los logros en salud o en educación, tal vez no se deban medir en términos de calidad, sino que están en otras dimensiones. Una de ellas puede ser la capturada por el Índice de Desarrollo Humano, que produce el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.
Revisando los datos de cada país, varios resultados deben mencionarse. Primero, todos los países, incluidos los del Socialismo del Siglo XXI, los más liberales de la región y otros un poco más cerrados han avanzado en este índice.
Segundo, el crecimiento de los países socialistas es un poco más alto que el de los demás países, pero sin ser espectacular. Tercero, además presentan en promedio, peores resultados que los países de las otras dos categorías en tasas de mortalidad antes de los cinco años por cada 1.000 niños, esperanza de vida e índice de salud. El mejor promedio en estos indicadores lo tienen los países más abiertos.
A los países socialistas les va mejor en expectativa de años de escolaridad para los niños y en promedio de años de escolaridad en adultos. La tasa de alfabetismo para adultos es similar en todas las categorías.
Puede que en grupo no les vaya bien, pero que exista algún caso que “saque la cara” por los demás. Este podría ser el de Cuba, el país que más tiempo ha demostrado las supuestas bondades del modelo socialista.
Sin embargo, los datos señalan lo contrario. El crecimiento del IDH cubano hasta hoy, desde 1980 y 1990, es inferior al presentado por Colombia, México, Chile o Perú. La tasa de mortalidad y la expectativa de vida de Cuba son similares a las de Chile.
En lo que Cuba supera a todos los demás países, incluidos los demás socialistas, es en los indicadores de educación.  Ahora bien, por fuera de la región, los “logros” de la educación cubana quedan en entredicho cuando se observan los de países con más altos índices de desarrollo humano, incluidos Estados Unidos, Canadá, Dinamarca o Noruega, que han garantizado educación a un mayor número de sus ciudadanos, junto con alta calidad y que, en el proceso, no han tenido que renunciar al capitalismo o a la libertad, sino todo lo contrario.
A partir de lo anterior, ¿qué se puede defender de estos regímenes? Nada.  Ni los logros que prometen o que, por ignorancia o engaño, se les endilgan.
Tal vez podría admirarse la retórica, el carisma o el “folclorismo” de algunos de sus líderes, pero esto no sería suficiente para hablar de logro alguno.
No. Los seguidores de este modelo deberían ser honestos: aunque no exista nada para admirar, apoyan esos regímenes porque están en contra de la libertad y de todo lo que esta significa.
Así, mientras millones de ciudadanos de esos países sufren las consecuencias directas de pésimas decisiones económicas y de la represión, los apoyos externos aprovechan la posibilidad de vivir en sociedades liberales para expresar sus equivocados puntos de vista, que amenazan la libertad y que consideran positivos modelos que destruyen mucho más de lo poco – casi todo imaginado – que construyen.

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