La
masacre terrorista en París el 13 de noviembre del 2015 fue un acto de
guerra. Los ataques coordinados, por los cuales el Estado Islámico se
atribuyó responsabilidad, refutan la idea de que ISIS, el enemigo, había
sido “contenido” (el término que Barack Obama usó en una entrevista en
televisión sólo unas horas antes de que comenzaran las explosiones y los
tiroteos). No es ni mucho menos la primera vez que el presidente
americano ha subestimado el problema. Además, al realizar esos ataques
en el corazón de Europa, lejos de su cuasi-estado en el Medio Oriente,
ISIS ha rebatido la premisa de que es sobre todo una amenaza regional.
Pero la falta de comprensión que tenemos de ese grupo va más allá de
simplemente captar su capacidad militar operativa.
Lo que esencialmente le da a ese grupo
su atractivo y le permite tener esa ambición de crecimiento tan insólita
es su pretensión de estar fomentando un ideal moral (aunque sea
perverso). El Estado Islámico es una facción líder dentro de un
movimiento más amplio: el totalitarismo islámico. Ese movimiento – que
incluye Al Qaeda, Hamas, Hezbolá e Irán, entre otros – está unificado
por el mandato religioso de conquistar y dominar. Sus seguidores creen
que la palabra de Alá debe controlar todas las facetas de la vida de un
individuo, y de toda la humanidad. El subyugar a la gente sólo en un
rincón del planeta no es suficiente para ellos; los “justos” deben
actuar hasta conseguir que la gente le obedezca a Alá, y sólo a Alá, en
todas partes. Para el yihadista, ningún acto de salvajismo puede ser
descartado como inmoral, siempre y cuando tenga lugar en el camino de
Alá. Los asesinos de París, como tantos otros antes que ellos, estaban
aplicando su propia comprensión de la doctrina religiosa islámica,
castigando a los no creyentes en una ciudad impía.
Podríamos haber acabado con esa amenaza hace mucho tiempo. Todavía podemos.
El presidente de Francia, François
Hollande, ha prometido destruir el Estado Islámico. Ojalá lo esté
diciendo en serio. Ese será un buen primer paso, pero no puede ser el
único paso. Acabar con la amenaza yihadista requiere que les demostremos
a sus seguidores que su causa es inútil.
En mi libro Cómo ganar la guerra imposible de ganar
propongo cómo hacerlo. Hemos de reconocer en qué forma nuestros varios
enfoques políticos (antes del 11 de septiembre y a partir de esa fecha)
no han sido más que una auto-inmolación y una incoherencia. Nuestro
fracaso para acabar con ese movimiento – y no digamos nada de las
políticas que lo hicieron posible – ha animado a sus seguidores a
imaginar que su visión es, de alguna forma, factible. Pero si tomamos
las medidas necesarias, sí podemos derrotar al movimiento yihadista.
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Artículo de Elan Journo
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