Por Richard Cobden
Discurso realizado en Manchester, Inglaterra el 15 de enero de 1846
Empezaré
las pocas observaciones que tengo que aportar a esta reunión
proponiendo, contra lo que en mí es habitual, una resolución; y ésta es
“Que los comerciantes, fabricantes y otros miembros de la Liga Nacional
contra las Leyes del Grano no reclama protección alguna para los
productos manufacturados de este país y desea que se erradiquen para
siempre las pocas normas nominalmente protectoras contra fabricantes
extranjeros que todavía permanezcan en nuestros estatutos”.
Caballeros,
si alguno de ustedes se ha tomado la molestia de navegar entre los
informes de las reuniones que se han llevado a cabo últimamente por los
llamados Proteccionistas, vería que nuestros oponentes, después de siete
años en que venimos protestando, han descubierto su error, y ahora,
como torpes patanes que son, quieren adoptar una nueva postura, como si
fuéramos a conseguir la victoria. Por ello han estado diciendo algo muy
parecido a una calumnia cuando afirman que las Leyes del Grano son una
compensación por algunas cargas peculiares. Dicen ahora que sólo quieren
una protección común a otros intereses y se hacen llamar partidarios de
la protección a la industria nativa en todas sus ramas y así, apelando a
la parte menos informada de la comunidad, proclaman que la Liga contra
las Leyes del Grano es exclusivamente partidaria del libre comercio
respecto del grano, pero que queremos preservar un monopolio en las
manufacturas.
Ahora, la resolución que tengo que
someter y que propondremos a esta asamblea esta noche –la mayor con
mucho, que yo haya visto en esta sala y que comprende gente de todas
clases y todos los convocados de este distrito- permite, esta
resolución, decidir, de una vez para siempre, si nuestros oponentes
pueden con razón acusarnos de esto en adelante. No hay nada nuevo en
esta proposición, puesto que en el mismo inicio de esta protesta –en la
reunión de la Cámara de Comercio-, cuando aquella tenue voz se levantó
en aquella pequeña sala en King Street en diciembre de 1838, para un
completo e inmediato rechazo de las Leyes del Grano, cuando aquella bola
se puso en movimiento y ha ido acumulando fuerza y velocidad desde
entonces, la petición reflejaba claramente que esta comunidad no desea
protección para su propia industria. Leeré la conclusión de tan
admirable petición. Es como sigue:
“Manteniendo
que uno de los principios de la justicia eterna es el inalienable
derecho de cada hombre a intercambiar libremente el resultado de su
trabajo por las producciones de otra gente y manteniendo que la práctica
de proteger a una parte de la comunidad a las expensas de todas las
otras clases resulta injusto e injustificable, vuestros peticionarios
imploran seriamente a vuestra honorable Cámara rechazar todas las leyes
relativas a la importación de grano extranjero y de otros artículos de
subsistencia extranjeros, y a asumir hasta las últimas consecuencias,
tanto respecto de la agricultura como de las manufacturas, los
principios verdaderos y pacíficos del Libre Comercio, mediante la
eliminación de todos los obstáculos existentes al empleo sin
restricciones de la industria y el capital”-
Hemos
aprobado resoluciones similares en todas nuestras reuniones plenarias
de delegados en Londres desde que se emitió esta petición.
No
presento esta resolución como una discusión o como una apelación para
cumplir con las reclamaciones hechas en las reuniones de las sociedades
proteccionistas. Creo que los hombres que ahora, en el séptimo año de
nuestra discusión, puedan ponerse al frente de su país y hablar como
esos hombres lo han hecho – creo que sería como suplicar a una víbora.
No podréis convencerles. Dudo si no han estado viviendo en sus conchas,
como ostras; dudo si saben que existen cosas como el ferrocarril o el
servicio de correos. Viven en una profunda ignorancia de todo y son
incapaces de ser enseñados. No nos dirigimos a ellos, sino a una parte
muy grande de esta comunidad, que no ha tenido un papel muy preeminente
en esta discusión – que puede ser considerada como una observadora
importante. Muchos han sido engañados por las afirmaciones reiteradas de
nuestros oponentes; y este es el momento preciso de convencer a esta
gente y darles una oportunidad de unirse a nuestras filas, como sin duda
harán, y para ello ofrezco esta prueba de desinterés y de la
imparcialidad de nuestras propuestas. No pretendo abrir una discusión
para convencer a cualquiera que se encuentre aquí de que la protección a
todos debe ser la protección a ninguno. Se toma del bolsillo de un
hombre y se le permite compensarse tomando un equivalente del bolsillo
de otro y si esto continúa en un ciclo a través de toda la comunidad, se
convierte en un absurdo proceso de robar a todos para enriquecer a
ninguno y simplemente tiene el efecto de atar las manos de la industria
en todas direcciones. No necesito una sola palabra para convenceros de
ello. El único motivo que tengo para hablar aquí es que puede que
convenza a otros fuera de aquí –a los hombres que se reúnen en las
sociedades proteccionistas. Pero los argumentos que aduciría ante una
audiencia inteligente como ésta, se emplearían en vano frente a los
Miembros del Parlamento que son actualmente partidarios del
proteccionismo. Me reuniré con ellos en menos de un mes en Londres y
allí les enseñaré el abecé del proteccionismo. Es inútil enseñar a los
niños palabras de cinco sílabas cuando no conocen el alfabeto.
¡Bueno,
vaya exhibiciones de sí mismos han estado haciendo estos
proteccionistas! De acuerdo con la longitud de sus discursos, tal y como
se informa de ellos, podríais pensar fácilmente que toda la comunidad
está movilizada. Desafortunadamente para nosotros, y para la reputación
de nuestros compatriotas, los personas que pueden pronunciar la tonta
insensatez que hemos hecho mostrar al Mundo últimamente, y las personas
que pueden escucharla, son muy pocas en número. Especialmente dudo si
todas las personas que han acudido a todas las reuniones proteccionistas
durante el último mes no podrían acomodarse confortablemente en esta
sala. Pero estas sociedades proteccionistas no sólo han cambiado sus
principios, sino que parece que han resuelto cambiar sus tácticas.
Ahora, en este preciso momento, han resuelto de nuevo que harán política
su asociación y buscarán su registro. ¡Qué simples deben haber sido
para haber pensado que podrían haber hecho algo bueno sin eso! Así que
han resuelto que sus sociedades gastarán su dinero precisamente en la
misma forma en la que la Liga gasta el suyo. Hasta ahora nos venían
diciendo, en todas sus reuniones y en todos sus periódicos, que la Liga
era una asociación inconstitucional; que es un club infernal que se
encamina a corromper, a viciar y a empantanar los registros; y ahora, de
repente, cuando nada bueno puede obtenerse de ello –cuando lo más
seguro es que deberían haberse abstenido de imitarlo, puesto que no
pueden hacer ningún bien y han mantenido la acusación de llamar a la
Liga asociación inconstitucional, resuelven rescindir su resolución y
seguir el consejo de Su Gracia, el Duque de Wellington, y pelear contra
nosotros con nuestras propias armas. Ahora, supongo, somos una
asociación constitucional. Es una suerte que no tengamos grandes duques
para liderarnos. Pero ahora, ¿qué fuerza tiene esa resolución? Como todo
lo que hacen, es falaz, es irreal. Las sociedades proteccionistas,
desde el principio no han sido otra cosa que fantasmas. No son
realidades. ¿Y cuál es su resolución?, ¿cuánto vale? Resuelven que
solicitarán su registro. Todos sabemos que ya han hecho lo peor en este
sentido. Todos sabemos que esos terratenientes pueden realmente hacer de
sus acres un tipo de propiedad con fines electorales. Todos sabemos muy
bien que sus agentes de terrenos son sus agentes electorales. Sabemos
que sus listas de arrendatarios han generado sus listas de alistamiento
para pelear en la batalla por el proteccionismo. Esta pobre gente poco
inteligente dice que compramos títulos y los regalamos a nuestros
amigos; que así les forzamos a votar como nos plazca. No hemos comprando
nunca un voto, y nunca hemos intentado comprar un voto o regalarlo. ¿No
seríamos unos estúpidos si compráramos votos y los regaláramos cuando
tenemos decenas de miles de personas listas para comprarlos si se los
ofreciéramos?
Pero sospecho que nuestros amigos
proteccionistas tienen la idea de que hay alguna manera –una manera
secreta, siniestra- mediante la cual pueden ponerse votos ficticios en
el registro. Ahora suplico que les digamos que la Liga no tiene más
poder para crear votos que para detectar los defectos en los votos malos
de nuestros oponentes; y pueden contar con ello, si intentan poner
votantes ficticios en el registro, que tendremos nuestros hurones en
cada condado, y que descubrirán los defectos; y cuando llegue el momento
del registro, tendremos una reclamación contra cada una de sus
calificaciones ficticias y les haremos mostrar sus títulos de propiedad y
demostraremos que no han pagado por ellos. ¡Bien, tenemos nuestros
oponentes proteccionistas, pero podemos sentirnos satisfechos de que la
posición que han adoptado en esta cuestión mediante el debate que se ha
generado en todas partes durante los últimos meses! No podemos subirnos a
un vapor o a un vagón de tren –no, ni siquiera podemos subir a un
ómnibus- sin que lo primero que haga cualquier hombre, incluso antes de
dejar su paraguas, sea preguntar “Bien, ¿cuáles son las últimas noticias
acerca de las Leyes del Grano?” En este momento, nosotros, que
recordamos lo difícil que fue, al principio de nuestro movimiento,
encaminar las mentes hacia el debate en esta cuestión, cuando pensamos
que ahora cualquier periódico está plagado de referencias a él –
conteniendo tal vez la misma hoja un reportaje sobre esta reunión y
sobre una miserable reunión agrícola en algún rincón lejano- y cuando
pensamos que toda la comunidad está interesada en leer acerca de la
discusión y en ponderar los muchos argumentos, no podemos desear más. La
Liga podría cerrar sus puertas mañana y su trabajo podría considerarse
hecho desde el momento en que empuja o induce a la gente a discutir
sobre el asunto.
Pero el sentimiento al que he
aludido se extiende más allá de nuestro país. Estoy encantado de
escuchar que en Irlanda la cuestión está atrayendo su atención.
Probablemente habréis oído que ni amigo, Mr. Bright, y yo hemos recibido
una solicitud firmada por comerciantes y fabricantes de todos los
estratos sociales y partidos de Belfast, solicitándonos que vayamos allí
para informarles, y lamento sinceramente que no podamos poner nuestros
pies en suelo irlandés para apoyar esta cuestión. Hoy he recibido una
copia de una solicitud del alcalde de Drogheda, convocando a una reunión
el próximo lunes para pedir la abolición total e inmediata de las Leyes
del Grano y estoy encantando de advertir encabezando esa solicitud el
nombre del primado católico, el Doctor Croly, un hombre eminente en
formación, piedad y moderación, y que es asimismo apoyada por el resto
del sacerdocio católico de ese barrio. Espero que estos ejemplos no
dejen de ocasionar efectos en otros barrios. Creo que tenemos a la
mayoría de todas las orientaciones religiosas con nosotros –quiero
decir, todas las orientaciones que disienten-; están de nuestro lado
prácticamente en masa, tanto ministros como seglares y creo que la única
orientación, la única orientación religiosa, que no podemos decir que
esté con nosotros como comunidad, son los miembros de la Iglesia de
Inglaterra. Sobre esto me limitaré a daros este apunte: los clérigos de
la Iglesia de Inglaterra se han situado en la situación más desagradable
y desafortunada, según creo, por el modo en que se fijó su asignación
en sustitución del diezmo hace unos cuantos años. Mi amigo, el coronel
Thompson, lo recordará, pues estaba entonces en el Parlamento y protestó
contra la manera en que se fijó la asignación de rentas en sustitución
del diezmo. Dijo, con la clarividencia que siempre ha demostrado en el
pulso para rechazar las Leyes del Grano, que haría a las clérigos de la
Iglesia de Inglaterra partidarios de la presentes Leyes del Grano al
fijar el diezmo a una cantidad fija de grano, que fluctuara de acuerdo
con el precio de los últimos siete años. Mantengamos en mente que
cualquier otra clase de la comunidad puede compensarse por el rechazo de
las Leyes del Grano –quiero decir, cualquier clase relacionada con la
agricultura-, excepto los clérigos. Los terratenientes pueden
compensarse si caen los precios mediante un incremento en la producción;
igual podemos decir de los granjeros y los labradores; pero los
clérigos de la Iglesia de Inglaterra reciben una cantidad determinada de
trigo por su diezmo, sea cual sea su precio. Sin embargo, pienso que
podemos llegar a una conclusión favorable, bajo todos sus aspectos, a
partir del hecho de que, según creo, no ha habido ningún clérigo de la
Iglesia de Inglaterra entre los eminentes por rango, piedad o
conocimiento que se haya significado, a pesar de la gran tentación del
propio interés, en apoyar la Ley de Grano actual. Pienso que podemos
tomar esto como una prueba de lo enormemente justa que es esta cuestión y
quizá augurar que hay un fuerte sentimiento entre los miembros de la
Iglesia de Inglaterra a favor del Libre Comercio del grano.
Bien,
hay otro ámbito en el cual hemos visto el progreso de sólidos
principios: me refiero a América. He recibido el mensaje del Presidente
americano; hemos tenido asimismo el informe del Secretario del Tesoro, y
ambos, el presidente Polk y el Secretario Mr. Walker, han estado
quitando tareas de las manos de mi amigo el coronel Thompson, y han
estado educando a la gente de América acerca del asunto del libre
comercio. No he leído nunca un mejor resumen de los argumentos a favor
del libre comercio que el presentado y enviado al Congreso de ese país
por el Secretario Mr. Walker. Auguro a partir de estas cosas que nuestra
cuestión está realizando rápidos progresos a través del mundo, y que
estamos llegando a la consumación de nuestra tarea. Nos dirigimos ahora
hacia las sesiones del Parlamento y predigo que la cuestión o bien
recibirá su aprobación o llevará a la disolución del Parlamento y el
elegido posteriormente con seguridad nos relevará de nuestra carga.
Ahora
mucha gente se dedica a especular sobre lo que puede hacer Sir Robert
Peel en la próxima sesión parlamentaria. Es muy arriesgado, considerando
que en una semana tendréis tanto conocimiento como yo, aventurarse en
hace runa predicción sobre ello. Estáis muy ansiosos, sin duda. Bien,
veamos si podemos especular un poco con el futuro y aliviar vuestra
preocupación. Hay tres vías abiertas para Sir Robert Peel. Puede
mantener la ley como está, puede revocarla completamente o puede hacer
algo entre las dos alternado de nuevo la escala o dándonos una tasa
fija. Ahora, yo predigo que Sir Robert Peel o bien mantendrá la ley como
está o propondrá abolirla totalmente. Y baso de mi predicción en esto:
en que sólo hay dos cosas que alguien en el país quiere que haga. Hay
algunos que quieren mantener la protección como esta, otros quieren que
se elimine, pero nadie que quiere nada entre las dos. Tiene que tomar
una decisión, y tengo esta opinión acerca de su sagacidad, de que, si
cambia en algo, cambiará para un rechazo total. Pero la pregunta es
“¿Propondrá una derogación total e inmediata?” En este momento, si me
permitís, evitaré ofrecer una predicción. Pero me aventuraré a daros una
razón o dos sobre pro qué pienso que debería de optar por una
derogación total e inmediata. No pienso que haya ninguna otra clase tan
interesada en que se derogue total e inmediatamente la Ley del Grano que
la clase agraria. Pienso que es de más importancia para los granjeros
obtener la revocación instantáneamente, en lugar de gradualmente, que
para cualquier otra clase en la comunidad. En realidad, observo, en un
informe de una reunión proteccionista en Oxfordshire publicado en
periódico de hoy, que cuando Lord Norrey estaba aludiendo a la
probabilidad de que Sir Robert Peel aboliera gradualmente las Leyes del
Grano, un granjero llamado Gillatt gritó: “Es mejor que nos ahoguemos de
una vez a que nos veamos estrangulados hasta morir”. Señores,
acostumbro a utilizar otro símil –uno muy humilde, lo admito. Acostumbro
a decir que un viejo granjero me dijo que si vamos a cortarle el rabo a
su perro, será, con mucho, más humano cortárselo todo de una vez, que
una parte cada día de la semana. Pero ahora pienso que el símil del
granjero en Oxford en el más nuevo y mejor que podemos usar. Nada puede
ser más fácil que demostrar que es el verdadero interés de los
granjeros, si la Ley del Grano va a abolirse, que el que se realice la
abolición instantáneamente. Si la Ley del Grano se aboliera mañana, mi
creencia firme es que en lugar de caer el precio del trigo, éste
tendería a subir. Y ésta es mi firme creencia, porque la especulación ya
se ha anticipado a Sir Robert Peel y el trigo ha caído como
consecuencia de esa aprensión. Pienso que, dada la escasez generalizada
–quiero decir, en toda Europa-, no podríais, si rezarais, si tuvierais
vuestro sombrero mágico puesto y pudierais elegir tiempo y
circunstancias -creo, digo, que nunca podríais encontrar una oportunidad
como ésta para abolir las Leyes del Grano total e inmediatamente que la
que se presenta la semana próxima; porque esto ocurre cuando la mayor
parte de los países de los que normalmente nos suministran, se ven
afectados, igual que nosotros, por la escasez –que los países de Europa
están compitiendo con nosotros por el muy pequeño sobrante existente en
América. En realidad, se nos han anticipado en el mercado y han dejado
los mercados mundiales tan vacíos de grano, que sean cuales sean
vuestras necesidades, os desafío a que haya otra cosa que altos precios
en el grano durante los próximos doce meses, aunque la Ley del Grano se
aboliera mañana.
Los países europeos están
sufriendo igual que nosotros por el mismo problema. Sufren de escasez
ahora, lo que se debe a la absurda legislación respecto del artículo
grano. Toda Europa ha sido corrompida por el vicioso ejemplo de
Inglaterra en su legislación comercial. Ahí están, a través de todo el
continente europeo, con una población incrementándose a un ritmo de
cuatro o cinco millones al año y todavía, como nosotros, se dedican a
poner barreras en el camino para que haya suficiente comida para
responder a la demanda de una población creciente.
Creo
que si abolís la Ley del Grano honestamente y adoptáis el libre
comercio en toda su simplicidad, no habrá una norma en Europa que nos e
cambie en menos de cinco años para seguir vuestro ejemplo. Bien,
caballeros, supongamos que la Ley del Grano no se deroga inmediatamente,
sino que Sir Robert Peel toma la medida de imponeros una tasa de cinco
chelines, seis chelines o incluso siete chelines, y que la irá bajando a
razón de un chelín al año, hasta que la misma se vea suprimida, ¿cuál
sería el efecto en países extranjeros? Exagerarán la importancia de este
mercado cuando la tasa desaparezca completamente. Irán aumentando sus
ofertas, calculando que , cuando la tasa desaparezca completamente,
tendrán un mercado para su producto y altos precios como remuneración y
si, como es muy probable y consistente con nuestra experiencia,
tuviéramos una vuelta a estaciones de abundancia, estas vastas
importaciones se derramarán por nuestros mercados, probablemente justo
cuando los precios sean bajos; y vendrían aquí, porque no tendrían otro
mercado, para inundar nuestros mercados y privar a los granjeros de la
venta de sus productos a un precio satisfactorio. Pero si, por el
contrario, la Ley del Grano se deroga inmediatamente, dejaríamos ver a
los extranjeros ver cómo es el mercado inglés en su estado natural y
serán capaces de juzgar de año en año y de estación en estación cuál
será la demanda futura de grano extranjero de este país. No habría una
estimación extravagante de lo que queremos –ni problemas de malas
cosechas con los que especular. La oferta se verá regulada por la
demanda y alcanzará el estado que será la mejor seguridad frente a la
sobreabundancia y la hambruna. Por tanto, por el bien de los granjeros,
ruego la inmediata abolición de esta ley. Un granjero no podrá nunca
tener una justa y equitativa comprensión o ajuste con su arrendador, sea
respecto a su renta, arrendamiento o cuota, hasta que la ley sea
completamente derogada en esta forma. Dejen que la decoración sea
gradual y el arrendador dirá al granjero, a través de su agente: “Oh, la
tasa será de siete chelines el año que viene, no has tenido aún nada
más que la experiencia de doce meses sobre cómo funciona el sistema,
debes esperar un poco” y el granjero se irá sin que se haya llegado a
ningún acuerdo. Pasará un año y cuando el granjero se vuelva a
presentar, se le dirá “Oh, la tasa será de cinco chelines este año, no
puedo saber qué efecto tendrá esto, debes esperar un poco”. Al siguiente
volverá a ocurrir lo mismo y al final resultará que no ha habido ajuste
alguno entre el arrendador y el arrendatario. Pero pongámoslos de una
vez en una posición natural, eliminemos todas las restricciones y el
arrendador y el arrendatario llegarán a un acuerdo inmediato; se pondrán
la misma posición que la que tenéis respecto de los fabricantes.
Bien,
ya he hablado sobre lo que puede hacerse. También os he dicho qué es lo
que apoyo, pero debo decir que sea lo que sea lo que propongo Sir
Robert Peel, nosotros, como librecambistas, sólo tenemos un objetivo a
perseguir. Si propone una derogación total e inmediata e incondicional,
lanzaremos al aire nuestros sombreros en honor de Sir Robert Peel. Si
propone cualquier otra cosa, entonces Mr. Villiers estará listo, como lo
ha estado en anteriores ocasiones, para presentar su enmienda para una
total e inmediata abolición de la Leyes del Grano. No somos responsables
de lo que puedan hacer los ministros, pero somos responsables de
cumplir con nuestro deber. No ofrecemos realizar imposibles, pero
haremos todo lo que podamos para mantener nuestros principios. Pero,
caballeros, se lo digo honradamente, pienso menos en lo que este
Parlamento pueda hacer –me preocupan menos sus opiniones, menos las
intenciones del Primer Ministro y del gabinete, que cuál pueda ser la
opinión de una reunión como ésta y de la gente que está más allá de
estas puertas. Este asunto no se llevará adelante por ministros o por el
presente Parlamento, se llevará adelante, cuando se lleve, por voluntad
de la nación. No haremos nada que nos pueda apartar el ancho de un pelo
de la roca sobre la que nos hemos asentado con tanta seguridad durante
los últimos siete años. Todos los demás partidos han estado en arenas
movedizas y han estado flotando sobre cada ola, sobre cada marea y sobre
cada viento –algunos flotando hacia nosotros, otros como fragmentos
dispersos sobre el océano, si brújula ni compás, mientras que nosotros
estas sobre un suelo sólido y ninguna tentación, sea de partidos o de
ministros, podrá jamás doblegarnos ni siquiera el ancho de un pelo.
Estoy deseoso de escuchar ahora, en la última reunión antes de que
vayamos al Parlamento –antes de que entremos en la arena hacia la que
todos los pensamientos se dirigirán la próxima semana– estoy deseoso,
no simplemente de que todos pudiéramos entendernos en esta cuestión,
sino que se pueda considerar como que ocupamos una posición
independiente y aislada tal como hicimos en el primer momento de la
formación de esta Liga. No tenemos nada que ver con Whigs o Tories,
somos más fuertes que cualquiera de ellos, si nos mantenemos en nuestros
principios, podemos, si es necesario, vencer a ambos. Y espero que
ahora comprendamos perfectamente, que no tenemos, en la defensa de esta
gran cuestión, ningún objeto a la vista más que lo que hemos prometido
honradamente desde el principio. Nuestros oponentes pueden acusarnos de
planes para hacer otras cosas. No, caballeros, nunca he favorecido esto.
Algunos de mis amigos han dicho “Cuando se acabe esta tarea, tendrás
influencia en el país, debes hacer esto y esto”. Decía entonces, como
digo ahora, “Cada nuevo principio político debe tener sus defensores
especiales, tal como cada nueva fe tiene sus mártires”. Es un error
suponer que esta organización puede transformarse para otros propósitos.
Es un error suponer que hombres prominentes en la defensa de los
principios del Libre Comercio, pueden con la misma fuerza y efecto
identificarse con cualquier otro principio de ahora en adelante. Será
suficiente si la Liga consigue el triunfo del principio en que se basa.
Nunca he tenido una visión limitada del objetivo de este gran principio.
Nunca he defendido esta cuestión tanto como un comerciante.
Pero
he sido acusado de ocuparme demasiado de intereses materiales. En todo
caso, puedo decir que me he ocupado extensamente en imaginar los efectos
de este poderoso principio tanto como cualquier hombre que haya
reflexionado sobre el mismo en su estudio. Creo que la ganancia física
sería la ganancia más pequeña para la humanidad cuando triunfe este
principio. Miro más allá, veo en el principio del Libre Comercio que
actuará en el mundo moral con el principio de la gravitación universal,
-manteniendo a la gente unida, dejando de lado los antagonismos de raza,
religión y lenguaje y uniéndonos en los límites de una paz perpetua. He
mirado todavía más allá. He especulado, y probablemente soñado, en un
brumoso futuro –sí, dentro de mil años– he especulado con cuál puede ser
efecto del triunfo de este principio. Creo que el efecto será cambiar
la faz de la tierra, que presentará un sistema de gobierno enteramente
distinto del que hoy día prevalece. Creo que las ambiciones y los
motivos para construir grandes y poderosos imperios –para construir
gigantescos ejércitos y enormes naves de guerra –para hacer que los
materiales que se utilicen para la destrucción de la vida y la supresión
de las remuneraciones al trabajo –desaparezcan. Creo que estas cosas
dejarán de ser necesarias o de ser utilizadas, cuando el ser humano se
convierta en una familia e intercambie libremente los frutos de su
trabajo con sus hermanos humanos. Creo que si pudiésemos trasladarnos a
este sublime escenario, veríamos en un período muy distante en el
tiempo, que el sistema de gobierno de este mundo se habría transformado
en algo parecido al sistema municipal, y creo que el filósofo
especulativo de dentro de mil años fechará la mayor revolución jamás
acaecida en la historia del mundo a partir del triunfo del principio
para el que nos hemos reunido aquí para defender. Creo en esto, sean
cuales sean mis sueños y especulaciones, nunca los he sometido a otros.
Nunca he actuado de acuerdo con motivos personales o interesados en esta
cuestión, no he buscado alianza alguna con partidos o favores de
partidos y no aceptaré ninguno –sino que, bajo el sentimiento que tengo
de la sacralidad del principio, digo que nunca estaré de acuerdo en
aprovecharme de él. Al menos yo nunca seré sospechoso de hacer otra cosa
que apoyarlo desinteresada, honrada y resueltamente.
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