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Thursday, August 4, 2016

¿Qué pasaría con los lobbies en un mercado libre?

¿Qué pasaría con los lobbies en un mercado libre?

Por Juan Ramón Rallo
(Puede verse también La maldición del lobby por Alberto Benegas Lynch (h))
Los liberales nos oponemos radicalmente a los grupos de presión que tratan de cosechar privilegios mediante el uso de la coacción estatal. De hecho, siguiendo a la Escuela de la Elección Pública, consideramos que el Estado ha terminado convirtiéndose en un instrumento para redistribuir la riqueza desde los grupos sociales desorganizados (contribuyentes) a los grupos sociales organizados (lobbies): la creciente concentración de poder en manos del Estado hace que éste se convierta en un instrumento muy apetitoso que todos aquellos que logren manejarlo su privativo beneficio.


Así las cosas, la receta que proponemos los liberales para terminar con los lobbies es bien sencilla: si los lobbies surgen porque el Estado copa demasiado poder, nada más sencillo que reducir el Estado a una mínima expresión; si le quitamos el BOE al Estado, los grupos de presión no podrán estampar su letra en el BOE ni, en consecuencia, lograr prebendas a nuestra costa.
El problema es que esta receta levanta rápidamente dudas y suspicacias entre la ciudadanía: ¿acaso si el Estado se redujera a una mínima expresión los lobbies no tendrían mucho más poder del que ahora tienen? ¿Acaso no necesitamos de un Estado fuerte que mantenga los grupos de presión a raya (a pesar de que los lobbies medran gracias a ese Estado fuerte)? ¿El debilitamiento del Estado no supondría la creación de una oligarquía lobística capaz de imponernos unilateralmente su voluntad? La respuesta a todas estas razonables preguntas es NO y el motivo está muy vinculado al concepto de autoridad política.
La autoridad política
Uno de los mejores libros que se han publicado en el último lustro es The Problem of Political Authority, del filósofo estadounidense Michael Huemer (si me permiten un consejo: colóquenlo en su top de prioridad de lecturas). En él, Huemer se plantea una simple pregunta: ¿por qué la mayoría de la sociedad acepta y legitima que el Estado haga cosas que vería con horror que hicieran los agentes privados? Por ejemplo, la mayoría de la sociedad ve razonable que el Estado cobre impuestos para dar subvenciones a una ONG, pero en cambio consideraría aberrante que yo (o una turba mayoritaria de personas) entrara en casa de mi vecino, le quitara la cartera y le diera ese mismo dinero a una ONG. Otro caso sonado: todos rechazamos los trabajos forzosos y, sin embargo, en muchos países sigue vigente el servicio militar obligatorio. ¿Por qué esta doble vara de medir? ¿Por qué le toleramos al Estado actividades que rechazamos frontalmente cuando las ejecutan individuos?
Según Huemer, porque el Estado posee autoridad política, esto es, la legitimidad política socialmente reconocida al Estado para imponer leyes y usar la coacción sobre una sociedad (sociedad que, a su vez, tiene la obligación política de obedecerlo). La autoridad política según Huemer se halla limitada territorialmente (un Estado sólo tiene autoridad política sobre su territorio), pero es general dentro de él (todos, o casi todos, los ciudadanos tienen la obligación de obedecer al Estado); sus mandatos pueden referirse a diversísimos asuntos y son cuasi-ilimitados en su contenido; y, por último, se trata un ejercicio de supremacía, en tanto en cuanto dentro del territorio nadie se halla jerárquicamente por encima del Estado.
La tesis de Huemer no es novedosa dentro de la filosofía política: Étienne de La Boétie ya aseveró que la servidumbre política era esencialmente voluntaria; dos siglos después, David Hume ya sostuvo que “como la fuerza está siempre del lado de los gobernados, quienes gobiernan no pueden apoyarse sino en la opinión. La opinión es, por tanto, el único fundamento del Gobierno”; y más recientemente, el concepto de puntos focales del Nobel estadounidense Thomas Schelling nos permite caracterizar el Estado como un foco reforzado de expectativas convergentes que, gracias a ello, permite la coordinación social tácita en materia de orden público y de resolución de conflictos. Pero Huemer sí tiene el mérito de clarificar esta tesis y, sobre todo, de insertarla en una brillante y sistemática exposición sobre la (inexistente) legitimidad de esa autoridad política.
En este sentido, podemos definir al Estado como aquel ente al que la inmensa mayoría de ciudadanos le reconoce autoridad política (reconocimiento tácito y descentralizado mediante un proceso de expectativas emergentemente convergentes). El Estado, pues, puede hacer lo que hace porque el conjunto de la sociedad acepta concederle un poder discrecional vastísimo: poder discrecional vastísimo que en la actual sociedad sólo le reconoce al Estado.
Los políticos patrimonializan la autoridad política
En Occidente, los grupos de presión carecen de autoridad política. Si la tuvieran, podrían actuar al margen del Estado y no necesitarían, en consecuencia, ejercer costoso cabildeo alguno sobre el Estado. Si un grupo de presión con autoridad política quisiera cobrar una subvención, simplemente iría y se la arrebataría por sí mismo a los ciudadanos; si un grupo de presión con autoridad política deseara expropiar un terreno a un justiprecio ridículamente bajo, simplemente lo ocuparía sin necesidad de ejercer fuerza alguna; si un grupo de presión con autoridad política entrara en quiebra y ambicionara recapitalizarse a costa de los ciudadanos, tan sólo tomaría su patrimonio; si un grupo de presión con autoridad política aspirara a convertirse en el proveedor monopolístico de un determinado servicio, únicamente tendría erigirse normativamente como tal.
Es obvio, empero, que los lobbies carecen hoy de autoridad política para ejercer por sí solos todas estas tropelías. La sociedad no aceptaría que ninguna empresa o asociación de personas se arrogara semejantes poderes. Y, justamente porque carecen de autoridad política propia, los lobbies sólo encuentran una vía para ejercerla en su propio provecho: valerse de la autoridad política que sí posee el Estado.
A eso precisamente se dedican: a ejercer presión sobre los mandatarios a los que la ciudadanía sí les reconoce autoridad política. En otras palabras, los políticos subastan derechos de uso de su autoridad política en el mercado negro de los lobbies: aquel grupo de presión que más puje (no necesariamente en metálico) recibe el favor del político correspondiente. La estrategia de los políticos, pues, consiste en patrimonializar la autoridad política que se les ha concedido para capitalizarla alquilándosela al mejor postor. ¿La solución liberal? Limitar enormemente (o incluso eliminar) la autoridad política que socialmente le reconocemos al Estado.
¿Y si el Estado no tuviera (tanta) autoridad política?
A este respecto, existen dos tesis sobre cuál sería el resultado de una sociedad que privara al Estado de la totalidad o de la mayor parte de su autoridad política: la tesis no liberal es que, si se privara al Estado de autoridad política, otras organizaciones no estatales (oligarquías, mafias, etc.) terminarían siendo receptoras de esa autoridad política socialmente reconocida, por lo que los lobbies actuales podrían volverse incluso más poderosos; la tesis liberal es que una drástica reducción de la autoridad política del Estado no tiene por qué implicar su transferencia a otros agentes privados, sino que puede simplemente desaparecer.
Es verdad que en sociedades civiles desestructuradas, donde la mayor parte de la coordinación humana se ejerce a través de líderes fuertes o caudillos, la supresión de unas formas de autoridad política tiende a conllevar la emergencia de otras: por ejemplo, si históricamente ha sido el caudillo quien ha determinado en qué actividades trabajan todas las personas de una comunidad, es dudoso que de la noche a la mañana la supresión del caudillo permita la emergencia de un mercado laboral libre, por lo que los miembros de esa comunidad terminarán reconociéndole autoridad política a otro caudillo para que sigue asignando los puestos de trabajo (ésa es su única forma de coordinarse a corto plazo).
Sin embargo, en Occidente sí contamos con sociedades civiles estructuradas mediante instituciones espontáneas e impersonales: sociedades civiles, por consiguiente, para cuya coordinación amplia no se requiere de un caudillo que centralice coactivamente el poder de decisión. Por ejemplo, para coordinarnos socialmente y decidir si el ciudadano A debe transferirle parte de su renta a la empresa Z, no necesitamos de ningún caudillo que lo dictamine mediante una ley de subvenciones: basta con que apliquemos las reglas impersonales del derecho de propiedad y del cumplimiento de los contratos voluntariamente suscritos. A saber, si el ciudadano A pacta voluntariamente con la empresa Z una transferencia unilateral o bilateral de renta, ésta deberá producirse; en caso contrario, no. Lo mismo cabe decir con respecto a la determinación social del número de empresas que debe haber en un sector: ¿es necesario que alguien lo determine coactivamente o es algo que termina descubriéndose a través del ejercicio de la libre competencia? Más bien lo segundo.
Dicho de otra forma, si el Estado deja de dar subvenciones a los lobbies, éstos no adquirirán autoridad política para cobrárselas por su mano, pues la sociedad puede coordinarse perfectamente en ese punto sin que la “autoridad política para determinar la transferencia de renta a empresas privadas” se halle en manos de nadie. Y lo mismo cabe decir de todas las hiperregulaciones estatales que actualmente promueven los lobbies en beneficio propio.
En definitiva, minimizar el tamaño del Estado —dejar de reconocerle autoridad política para multitud de actividades que hoy viene ejerciendo– no implica maximizar el poder de los lobbies, sino minimizarlo por igual: los grupos de presión carecen de autoridad política para ejercer la coacción sobre la sociedad y, por ello, han de instrumentar al Estado (que de momento sí la tiene) en su favor. Menos Estado no es misma autoridad política repartida de otro modo, sino menos, ya que la sociedad libre puede coordinarse internamente a través de propiedades privadas individuales, copropiedades colectivas y contratos voluntarios: como mucho, se necesitará de una autoridad política ultralimitada que se encarga de velar por el respeto al contenido de esos derechos… pero nada más.  Ése es, pues, el camino para luchar contra la corrupción y los lobbies: reducir el tamaño del Estado al mínimo indispensable para permitir la pacífica, cooperativa y espontánea coordinación interna de una sociedad.

¿Qué pasaría con los lobbies en un mercado libre?

¿Qué pasaría con los lobbies en un mercado libre?

Por Juan Ramón Rallo
(Puede verse también La maldición del lobby por Alberto Benegas Lynch (h))
Los liberales nos oponemos radicalmente a los grupos de presión que tratan de cosechar privilegios mediante el uso de la coacción estatal. De hecho, siguiendo a la Escuela de la Elección Pública, consideramos que el Estado ha terminado convirtiéndose en un instrumento para redistribuir la riqueza desde los grupos sociales desorganizados (contribuyentes) a los grupos sociales organizados (lobbies): la creciente concentración de poder en manos del Estado hace que éste se convierta en un instrumento muy apetitoso que todos aquellos que logren manejarlo su privativo beneficio.

Monday, July 25, 2016

El imperativo moral del mercado

El imperativo moral del mercado

Wednesday, July 20, 2016

Richard Cobden: Creador del mercado libre

John Chodes

La primera mitad del siglo diecinueve en Inglaterra fue en gran medida como los Estados Unidos contemporáneos: Un país estrangulado por los reglamentos burocráticos. Mucha gente estaba siempre hambrienta, no debido a que los salarios eran de un nivel de pobreza, sino porque el precio del grano para el pan era mantenido artificialmente alto a través de las leyes, las cuales simultáneamente impedían la importación de granos extranjeros y subsidiaban a los productores domésticos. Las bataholas por alimentos, el malestar doméstico y una economía estancada no eran lo suficientemente espantosos como para lograr que el gobierno eliminase estas barreras.

En medio de todo esto, vivía un exitoso y joven productor textil de Manchester, llamado Richard Cobden (1804-1865). Vio la injusticia social, y ella lo enfureció. Estaba decidido a cambiarla, y lo hizo. Consecuentemente, el mundo le debe la existencia del mercado libre. Cobden demostró métodos que podemos utilizar para romper nuestras propias leyes proteccionistas del “comercio justo” y los subsidios masivos a los alimentos.


Richard Cobden comenzó su vida pública dejándole a su hermano su compañía de impresiones de calicó. Recibía una parte de las ganancias, las que le permitieron a Cobden dedicarse tiempo completo a la causa del libre comercio. Parecía una tarea imposible. Sin embargo, siete años más tarde, Inglaterra había experimentado un cambio económico, político, y social revolucionario. Los impuestos sobre los granos habían sido diezmados. Una prosperidad sin igual inundó Inglaterra. Por los siguientes 85 años Gran Bretaña mantuvo el liderazgo económico del mundo, y el reclamo de “libre comercio” se volvió mucho más que un mero slogan económico. El libre comercio denotó la filosofía del gobierno limitado, de la justicia, y de la libertad.

Cobden comprendió las verdades morales detrás del comercio no reglamentado. El romper las trabas a la libertad de comerciar, implica romper las barreras de clases y los obstáculos a los derechos civiles. Redujo la expansión militar, dado que una marina poderosa era una herencia de la vieja idea mercantil de que los buques de guerra protegían el comercio entre las colonias y otros mercados controlados.

Las Leyes del Maíz

Las aranceles proteccionistas fueron llamados “Las Leyes del Maíz.” Ellas restringieron el libre flujo del maíz, del trigo, de la cebada y de la avena entre Gran Bretaña y los países extranjeros para proteger al granjero británico de la competencia.

La interferencia sistemática del gobierno en la producción de granos comenzó alrededor de 1660. La enmendada Ley del Maíz de 1774, la cual dominó la legislación durante el siguiente medio siglo, es un ejemplo típico: cuando el precio interno del maíz, según lo pagado al granjero por el panadero o por el distribuidor, caía por debajo de £2.4 el cuarto (28 libras), el granjero era incentivado para vender sus productos al exterior, a fin de evitar que el precio del mercado bajase aún más. Le era otorgado un premio de cinco chelines por cada “cuarto” exportado. Cuando el maíz se vendía a £2.8, la exportación estaba prohibida. Sobre los precios entre estos niveles, había un impuesto de seis peniques el cuarto. Al tiempo, este sistema se tornó progresivamente más burocrático, con elaborados reglamentos especificando cómo y en qué ciudad el precio debía ser medido, con procedimientos específicos para reportar y permisos para las diferencias regionales.1

Las Leyes del Maíz evidenciaron otra característica de los controles gubernamentales: Los reglamentos y los subsidios en un área, conducían a la manipulación de las áreas tangenciales. En este caso, cuando las malas cosechas implicaban precios altísimos de los granos y del pan, el mecanismo de la Ley del Maíz exacerbaba el problema, provocando precios más elevados aun. Esto causó disturbios civiles, a tal punto que el gobierno temió una insurrección. Para desactivar la amenaza, los salarios de los trabajadores fueron subvencionados, vinculándoselos con el precio del pan. Este subsidio venía de las “Tasas del Pobre,” el sistema británico de bienestar del siglo diecinueve. Esto amplió enormemente los programas de prestaciones sociales del Estado, conduciendo a un masivo fraude, a injusticias, e incluso a un mayor descontento civil.

Las Leyes del Maíz no son simplemente cosas del pasado. Su espíritu existe en la mayoría de los países del mundo. Hoy día en los Estados Unidos, los productos agrícolas son subvencionados y almacenados, por una suma de diez mil millones de dólares anuales, para mantener el precio de los alimentos artificialmente altos. Esto incrementa los ingresos de los agricultores pero también evita que los pobres coman como deben. Esto ha conducido, como en el siglo diecinueve en Inglaterra, al proteccionismo, a las tensiones internacionales, y a la amenaza de guerras comerciales.

Richard Cobden: De Empresario a Panfletista

Cobden nació en Dunford, West Sussex, en 1804. Debido a una sucesión de fracasos en los negocios familiares, su padre no podía apoyar al joven Richard. Se fue a vivir con un tío que lo entrenó como vendedor en su almacén de Londres. A los veintiuno Cobden se convirtió en un viajante de comercio. Era tan exitoso que en 1831 se instaló por su cuenta y asumió el control de la compañía de impresiones de calicó en Manchester.

Manchester era la primera gran ciudad industrial del mundo. Era vista como la metrópoli del futuro. Alexis de Tocqueville fue quien mejor explicó la paradoja de Manchester: “Desde este asqueroso drenaje la más grande corriente de la industria humana fluye para fertilizar al mundo entero. Desde esta alcantarilla asquerosa fluye oro puro. Aquí la humanidad logra su más completo desarrollo y su mayor brutalidad; aquí la civilización trabaja sus milagros, y el hombre civilizado es convertido casi en un salvaje.” 2

En Manchester, Cobden tuvo su primera lección de lo que significaba el libre comercio. En cuanto asumió la propiedad de la compañía, el arancel protector en los calicós fue derogado, permitiéndose exportarlos competitivamente. Esto abrió vastos mercados nuevos, los cuales no hubiesen podido existir antes, permitiendo a Cobden desarrollar una nueva clase de estrategia vendedora internacional. Cobden “introdujo un nuevo modo de negocio. La costumbre del comercio del calicó en ese entonces, era imprimir algunos diseños, y observar cautelosa y cuidadosamente a aquellos que fuesen los más aceptados por el público, así cuando cantidades mayores de ellos parecieran ser los preferidos, serían impresos y ofrecidos al distribuidor minorista..... Cobden y sus socios no siguieron la cautelosa y lenta política de sus precursores, sino que ellos mismos se fijaban en los mejores diseños, los imprimían de una vez y estimulaban enérgicamente la venta a través del país. Aquellas piezas que no podían colocar en el mercado interno, inmediatamente eran enviadas a otros países y la consecuencia de ello fue que las firmas asociadas se volvieron muy prósperas.”3

Todavía, en la altura de sus logros, el interés de Cobden en el calicó disminuyó. Estaba impaciente por perseguir otros derroteros. Para 1835 escribió sus primeros panfletos políticos. Uno, llamado “Rusia” (describiendo la amenaza de Rusia contra el decadente Imperio Turco), contenía la base de este maduro pensamiento: “Son las mejoras y los descubrimientos del trabajo los que confieren la fuerza más grande sobre un pueblo. Sólo por ellos y no por la espada del conquistador, pueden las naciones en los tiempos modernos y futuros esperar erigir su poder y grandeza.”4

Cobden escribió que los gobernantes de Inglaterra inhibían el descubrimiento y las mejoras, desperdiciando millones en el ejército. Su blanco preferido era la obsesión británica con la doctrina del equilibrio del poder. La vio como una fuente de conflicto, no de estabilidad. “Los imperios han surgido espontáneamente ante nosotros; otros se han ido pese a nuestros extremos esfuerzos por preservarlos.” 5

Las ideas de Cobden no eran sueños idealistas. La fuerza industrial de los Estados Unidos había revolucionado la economía mundial y el equilibrio político. Cobden: “El nuevo mundo esta destinado a convertirse en el árbitro de la política comercial del viejo.”6 Ya la necesidad de comerciar con América había obligado a Gran Bretaña a abandonar muchos reglamentos que gobernaban el comercio colonial.

Dado que el libre cambio y la no-intervención militar eran lo mismo, Cobden, abogó para que Gran Bretaña abandonase el pasado y abrogara el proteccionismo. Esto haría que Gran Bretaña “se volviese moralista, al fin, en defensa propia.”7

La Incorporación de Manchester: Preludio a la Derogación

Los panfletos de Cobden atrajeron la atención del editor del Manchester Times, Archibald Prentice, quien le pidió que hablara sobre cuestiones de libre comercio. Esto llevó a que Cobden fuese elegido en la Cámara de Comercio de Manchester. Aquí conoció a dos hombres que influirían en su pensamiento y dirección: John Benjamín “Ley del Maíz” Smith y John Bright. El apodo de Smith se debía a sus años de luchar solitariamente por la derogación de la Ley del Maíz, mucho antes de que se convirtiese en un asunto importante. Fue Smith quien hizo que Cobden estuviese a favor de la derogación total, y no tan sólo de reducciones incrementales. John Bright se convirtió en el principal teniente de Cobden en la larga guerra por la abrogación. Los viajes de Bright dando discursos alrededor del país fueron un importante factor en la victoria.

Cobden utilizó a la Cámara de Comercio como vehículo para focalizar cuestiones públicas. El primer problema político que abordó fue el de la incorporación de Manchester. Como muchas de las nuevas ciudades industriales de Inglaterra, Manchester no tenía una carta de la ciudad (un área político-administrativa urbana). Su gobierno era aldeano, con el poder de una ciudad pequeña, en lugar del de uno de los centros urbanos más grandes de Inglaterra.

En 1837 Cobden condujo la batalla para una carta. Un factor ganador fue que luchó por ella como si fuese una cuestión nacional. Su panfleto “Incorpore a Su Ciudad” retrató la batalla como una lucha de la democracia contra el privilegio, de los derechos de las clases productivas contra la aristocracia rapaz. Demostró que la manipulación política de la nobleza de los condados forzó a las clases media y trabajadora a ser sus vasallos.

La incorporación requería de una petición de los contribuyentes. Había una poderosa oposición de los Tories de la clase alta. Para contrarrestar esto, Cobden se centró en la “sofocracia,” los comerciantes y fabricantes más pequeños, para que firmasen la petición. Entonces, utilizando los registros electorales, los Incorporacionistas enviaron una circular a todos los electores parlamentarios que apoyaban las causas de la reforma, para que los ayudasen ocupando asientos en las reuniones públicas. Ellos lo hicieron, y la incorporación fue sancionada a pesar del hecho de que los Tories tenían al menos tres veces más firmas. Cobden realizó una revisión nombre-por-nombre de la oposición a la petición y encontró que el 70 por ciento eran inválidos. Con la incorporación, Cobden fue elegido a sus primer cargo público: concejal de la ciudad.8

La Liga de Manchester: Peleando por el Libre Comercio

Cobden fijó ahora sus intereses en una ambiciosa meta nacional, la que aparecía previamente como imposible de alcanzar: la derogación de las Leyes del Maíz. En 1838 fue creada la Asociación Contra la Ley del Maíz de Manchester (más adelante, la Liga de Manchester). Cobden veía a la derogación como la batalla más grande de su tiempo. Uniría a los trabajadores, a los granjeros, y a los intereses comerciales contra el privilegio para alterar radicalmente la estructura del poder político del país.

La meta inicial de la Liga era la de educar al público. Los conferenciantes fueron por toda Inglaterra, dando conferencias sobre el libre comercio. En esta etapa, la presión política no parecía necesaria. Pero la Liga tenía un aliado en el Parlamento: Charles Villiers. Por años él había intentado sin éxito iniciar un debate para la derogación de la Ley del Maíz en la Cámara de los Comunes, la cual estaba dominada por los grandes terratenientes. Sin embargo, Cobden sabía que los esfuerzos de Villiers ayudaban a identificar a los partidarios en el nivel nacional. Esto influiría en la estrategia de la Liga en las provincias.

Dentro del primer año Cobden se dio cuenta que había subestimado la fuerza de los Proteccionistas. En las áreas rurales, las reuniones de la Liga eran interrumpidas por la violencia física. Los granjeros creían, erróneamente, que el libre comercio traería desempleo y depresión. Los Cartistas, representando a los trabajadores urbanos, fueron hostiles por la misma razón. Cobden esperaba que el mensaje de la Liga convenciera a ambos grupos de que la derogación abriría nuevos mercados, lo cuál elevaría todos los salarios. Requirió años de educación, para que estas verdades finalmente se percibieran.

Esto generó un cambio estratégico: las conferencias eran ahora combinadas con peticiones al Parlamento. Así comenzó el activismo político abierto. Para 1840, la Liga de Manchester se transformó, creando en cada ciudad un partido contra la Ley del Maíz, o por lo menos un esfuerzo para “prevenir el regreso de cualquier candidato en la próxima elección, del partido político que fuese, que apoye... el impuesto al pan de los terratenientes.” 9 Esto significó una Liga más agresiva, menos comprometida, menos temerosa de hacerse de enemigos.

En 1841, un gran depresión económica aconteció. Repentinamente, el Primer Ministro Robert Peel recurrió a la idea del libre comercio de bajar los aranceles para estimular la economía. Esto volvió a las Leyes del Maíz nacionalmente significativas y otorgó mayor credibilidad a la Liga.

Ahora la Liga tenía varios miembros en el Parlamento, incluyendo a Cobden. Pero él era un miembro renuente. No deseaba ser “partidista,” leal y comprometido. Precisaba estar libre para acosar al gobierno.

Los discursos de Cobden en el Parlamento no eran influyentes y esto desalentó el entusiasmo de los miembros de la Liga. La ayuda cayó vivamente. En todos los movimientos masivos, el fervor es decisivo. Hay una necesidad constante de superar los anteriores logros o el riesgo de la disolución. Entonces Cobden creó proyectos como conferencias y recolecciones de fondos para mantener el fervor.

Para 1843, paradójicamente, la recuperación económica hizo a la Liga aceptable para el grupo más antagónico a la derogación: los terratenientes aristocráticos. Cuando los tiempos habían sido malos, los precios elevados y los altos subsidios compensaban a las producciones pobres. Pero ahora los precios continuaban cayendo con la abundancia creciente, y los Tories veían que las Leyes del Maíz no apuntalaban sus rentas.

Los discursos de Cobden se volvieron más moderados. En vez de atacar a las Leyes del Maíz, atacó los grandes males detrás de ellas: las aflicciones económicas para los trabajadores y los granjeros. El nuevo acento estaba en la congoja, no en la derogación. Ahora parecía no ser más una peligro para los Tories. Desaparecieron las amenazas del derrumbamiento de la sociedad debido a los altos precios de los alimentos. Ya no sostenía que las Leyes del Maíz beneficiaban solamente a los ricos. Apeló a los propios terratenientes, demostrándoles que los aranceles protectores los desalentaron a la hora de invertir para mejorar sus cosechas, obstaculizando así su prosperidad.

Esta visón más amplia colocó a varios Tories importantes del lado de la derogación y fue la responsable de que Robert Peel recibiese a una delegación de la Liga, luego de rechazarlos en varias ocasiones.

Esto fue seguido por un nuevo plan político de la Liga. Todas las ciudades fueron clasificadas como “seguras,” “dudosas,” o “desesperanzadas.” El registro de los votantes se centró en los distritos desesperanzados. Los equipos de conferenciantes y de captadores de votantes reclutaron a miles de nuevos miembros. El objetivo central de Cobden estaba escalonado: alcanzar a cada votante con el material de la Liga a través de los buscadores de votantes. Ello produjo más entusiasmo, más colectas de fondos, más actividades, pero fracasó y no destruyó a los Proteccionistas. Cobden tuvo el valor de admitir que estaba equivocado y cambió totalmente en medio de la campaña, centrándose en las ciudades en las que se podía ganar.

Cobden apuntó a 160 ciudades como favorables. La elección nacional de 1845 mostró logros substanciales en 112 de ellas. Esto era aun insuficiente para ganar un voto Parlamentario. Los miembros de la Liga estaban ahora enteramente desmoralizados. Su enorme trabajo parecía en vano. Entonces Cobden descubrió un vericueto en la ley electoral, permitiendo a la Liga atacar desde una dirección enteramente distinta. Ésta demostró ser la llave a la victoria.

Previamente Cobden había reconocido a los condados (los distritos políticos rurales). Para ganarlos tendría que generar un nuevo electorado extenso. Esto parecía imposible debido a la importante calificación de la propiedad que era necesario poseer. O eso creía. Pero una ley poco conocida permitía votar en una elección del condado si uno poseía una “propiedad de cuarenta chelines,” un pequeño pedazo de tierra que casi cualquier persona podría solventar. Promoviendo las propiedades de cuarenta chelines como una gran inversión de bienes raíces, el número de votantes favorables al libre comercio se amplió enormemente. Los Tories retrocedieron inmediatamente. Reconocieron que el proteccionismo había obstaculizado la modernización agrícola y admitieron que los subsidios no estabilizaron los precios del maíz.

Viendo que sus opositores estaban desplomándose, Cobden cambió de nuevo el modo de ataque: acentuar la educación pública para aplicar más presión en el Parlamento. Esto forzó al Primer Ministro Peel a ponerse del lado de la Liga, provocando una crisis gubernamental. Fue obligado a dimitir y su gobierno se derrumbó. La derogación parecía ahora ser alcanzable. Pero el caos obligó a una reorganización parlamentaria, reflejando el cambio revolucionario en el equilibrio del poder que la derogación representaba, pasando de los aristócratas hacia la clase media urbana. Lucía como que los Proteccionistas habían formado una coalición de la ultima trinchera para bloquear la derogación, justo cuando la misma parecía estar asegurada. Los miembros de la Liga contuvieron su respiración. El Parlamento trató la derogación y la misma se convirtió en ley. 10

Las Consecuencias de la Derogación

Tras la derogación, Richard Cobden se encontraba consumido física, mental, y financieramente. Consideró el retirarse permanentemente de la política. Durante los cinco años previos a la derogación vio muy a poco a su esposa y niños. “Mi único hijo tiene cinco años de edad... él no me conoce realmente como su padre, así de incesantemente he estado yo sobre la marcha.”11 Sin embargo, Cobden sintió la necesidad de continuar. Vio a la derogación como un comienzo, no un final. Más que prosperidad, traería la paz al mundo. Pasó los siguientes catorce meses en un viaje de misionero por Europa, promoviendo los beneficios sociales del comercio sin barreras.

Escribió: “Los guerreros y los déspotas son generalmente malos economistas y llevan instintivamente sus ideas de fuerza y de violencia a la política civil de sus gobiernos. El libre comercio es un principio que reconoce la importancia suprema de la acción individual.” 12

Varios años más tarde su evangelismo lo condujo al segundo gran triunfo su carrera política, el Tratado Comercial Anglo-Francés de 1860. Francia seguía siendo un país proteccionista, pero la gira de Cobden convirtió a franceses importantes en defensores del libre comercio. Ellos influenciaron a Napoleón III. Una de tales personas era Michel Chevalier, un economista político.

Por siglos Inglaterra y Francia habían sido antagonistas militares, pero en la Guerra de Crimea de 1854-55 fueron aliados. A través del libre comercio había una oportunidad única de consolidar los lazos para una paz permanente.

Existieron inicialmente varias reuniones secretas en Londres entre Chevalier, Cobden, y Gladstone, el Ministerio de Hacienda. Entonces Cobden, sin estatus oficial, partió sigilosamente para París. Creía entonces, como siempre, que el libre comercio desharía las animosidades nacionales mantenidas vivas por los diplomáticos profesionales y los militares. “Yo no caminaría ahora a través de la calle solo para aumentar nuestro comercio, por el mero motivo de una ganancia comercial.... Pero para mejorar las relaciones morales y políticas de Francia y de Inglaterra, colocándolas en una mayor interrelación y en una dependencia creciente, caminaría descalzo de Calais a Paris.” 13

Napoleón se percató de que tenía que convencer a su propio gobierno sobre las ventajas del libre comercio. Consultó a Cobden acerca de cómo ir sobre él. Cobden contestó “Le dije, que actuaría exactamente como lo hice en Inglaterra, lidiando primero con un artículo el cuál era la clave del sistema entero. En Inglaterra, ese artículo era el maíz, en Francia, era el hierro; que debía suprimir totalmente y de una sola vez el gravamen sobre el hierro en lingotes, y dejar solamente un tributo pequeño, de haberlo, sobre las barras... esto haría mucho más fácil ocuparse del resto de las industrias, cuyo reclamo general es el de que no pueden competir con Inglaterra debido al elevado precio del hierro y del carbón.” 14

Cuando las negociaciones alcanzaron su fase crítica, Cobden pensó que sería substituido por los diplomáticos profesionales. En cambio, le fueron concedidos poderes plenipotenciarios y continuó con la tarea. El acuerdo fue firmado en enero de 1860.

El Legado de Cobden

Cobden murió en abril de 1865. Tenía sesenta años de edad. Su legado es enorme y así permanece hasta hoy día. Por ochenta y cinco años el libre comercio reinó como política nacional de Inglaterra, influyendo sobre los principios comerciales de cada país importante en el mundo. El idealismo y el sueño apasionado de Richard Cobden pueden resumirse por su declaración: “Veo en el principio del libre comercio que el mismo actuará sobre el mundo moral como el principio de la gravitación en el universo – alineando a los hombres juntos, haciendo a un lado los antagonismos de raza, y de credos y de lenguas, y uniéndonos en los lazos de la paz eterna.... Creo que el efecto será el de cambiar la cara del mundo, para introducir un sistema de gobierno enteramente distinto al que ahora prevalece. Creo que el deseo y el motivo para los imperios grandes y poderosos y los ejércitos gigantescos y las grandes armadas perecerá.... cuando el hombre se vuelva una familia, e intercambie libremente los frutos de su trabajo con su hermano.” 15

Richard Cobden: Creador del mercado libre

John Chodes

La primera mitad del siglo diecinueve en Inglaterra fue en gran medida como los Estados Unidos contemporáneos: Un país estrangulado por los reglamentos burocráticos. Mucha gente estaba siempre hambrienta, no debido a que los salarios eran de un nivel de pobreza, sino porque el precio del grano para el pan era mantenido artificialmente alto a través de las leyes, las cuales simultáneamente impedían la importación de granos extranjeros y subsidiaban a los productores domésticos. Las bataholas por alimentos, el malestar doméstico y una economía estancada no eran lo suficientemente espantosos como para lograr que el gobierno eliminase estas barreras.

En medio de todo esto, vivía un exitoso y joven productor textil de Manchester, llamado Richard Cobden (1804-1865). Vio la injusticia social, y ella lo enfureció. Estaba decidido a cambiarla, y lo hizo. Consecuentemente, el mundo le debe la existencia del mercado libre. Cobden demostró métodos que podemos utilizar para romper nuestras propias leyes proteccionistas del “comercio justo” y los subsidios masivos a los alimentos.