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Thursday, July 28, 2016

¿Volverá Estados Unidos a ser la tierra de los libres y valientes?

(Flickr) Estados Unidos
Hoy, 4 de Julio, se cumplen 240 años de la Declaración de la Independencia de Estados Unidos. (Flickr)
«Puedo decir, y no como un mero patrioterismo, sino con el conocimiento completo de las necesarias raíces metafísicas, epistemológicas, éticas, políticas y estéticas, que Estados Unidos de América es el más grande, noble y, en sus principios fundadores originales, el único país moral en la historia del mundo.» Ayn Rand
Hoy, 4 de Julio, se cumplen 240 años de la Declaración de Independencia de Estados Unidos, en la cual las trece colonias norteamericanas manifestaban su independencia de la corona británica. Pero en la realidad, fue mucho más que eso. Estados Unidos no solo se declaraba independiente de Gran Bretaña. Estados Unidos declaraba independientes a sus habitantes; independientes de cualquier persona o poder que quisiera adueñarse de sus vidas, de sus libertades o de su derecho a la búsqueda de la felicidad.  Y al reconocer, manifestar y garantizar sus derechos, marcó una gran diferencia en la historia de la civilización.



Estados Unidos fue poblada por inmigrantes, la mayoría ingleses, escoceses e irlandeses. Cruzaban el océano dejando atrás lazos, tierras y costumbres con un solo fin: encontrar libertad y oportunidades.  Nadie se embarcó con garantía alguna de éxito, arriesgaban su vida en el mar y sabían que continuarían arriesgando su vida una vez llegados a una tierra que aún era salvaje.
En ese entonces no había planes sociales, ni ayuda estatal, ni subsidios. Cada uno estaba por su cuenta y no estaba obligado a hacerse cargo de la vida ajena ni podía esperar que alguien se hiciera cargo de la suya. Era gente menos educada y sin las facilidades actuales para educarse, peor alimentadas y con menos acceso al alimento que hoy en día. Eran mucho más pobres que los pobres actuales. No tenían ni medios de transporte apropiados, ni calefacción, ni electricidad, ni heladeras, ni microondas, ni internet, ni vacunas. Pero era gente valiente, que sabía que su destino estaba en sus manos y que confiaban lo suficiente en sus capacidades para abrirse paso en la vida. Creían que solo necesitaban las oportunidades que brinda la libertad.
Fueron los primeros en comprender el significado de “crear riqueza”, generando entonces el país más próspero de la historia. Pero no por casualidad, ni por sus recursos naturales, ni por el clima, ni por la genética de sus habitantes. Sino por ciertos principios que importaron desde su madre patria, y que lograron, incluso consolidar más profundamente.
En 1688 en Inglaterra, Jacobo II al no encontrar el apoyo necesario para reinar, dejó el trono a Guillermo de Orange, en lo que se conoció como “La Revolución Gloriosa”.  Esta revolución, por un lado, terminó con el poder absoluto del rey y, por otro, logró institucionalizar los derechos individuales (vida, propiedad y libertad), que tuvieron como base la Carta de la Tolerancia y el primero y segundo Tratado de Gobierno de John Locke -considerado el primero en hacer mención de ellos- .

La mayor parte de la inmigración que pobló Estados Unidos era de origen anglosajón y traían estos principios arraigados.  Fueron ellos, ya asentados en la nueva tierra, quienes consolidaron los derechos individuales como base de la relación entre ciudadanos, y entre los ciudadanos y el gobierno. Fueron ellos quienes determinaron el papel del gobierno en relación a la protección de estos derechos, agregando también el derecho a la búsqueda de la felicidad. Fueron ellos quienes reconocieron su valor ético como condición necesaria para su reconocimiento jurídico y político. Los Padres Fundadores dieron un salto decisivo hacia este proceso, dejando asentados estos principios filosóficos en su Declaración de Independencia, en su Constitución y en su Declaración de Derechos (Bill of Rights).
Y este “pequeño detalle” la transformó en la tierra de las oportunidades, un campo fértil para todos aquellos hombres y mujeres que buscaban sembrar, recoger y conservar el fruto de su esfuerzo y habilidad. Hombres y mujeres valientes, libres e independientes que desarrollaron un sistema de cooperación voluntaria donde todos progresaban, logrando crear el país más próspero de la tierra.
Actualmente la situación es otra. Estados Unidos está abandonando, día a día, los principios básicos que dieron vida y alma a su grandeza;  está abandonando la razón, el individualismo y el liberalismo para adoptar el capricho, el colectivismo y el populismo. Está dejando de lado los derechos individuales y venerando los “derechos sociales”. Está dejando de ser el modelo a alcanzar y adoptando todos los valores que hicieron a América Latina pobre y corrupta. Está dejando de ser el lugar donde los amantes de la libertad buscaban refugio, para convertirse en el refugio de los amantes de los planes sociales y del Estado Benefactor.
El presidente actual de los Estados Unidos y los candidatos favoritos a reemplazarlo, Trump y Clinton, representan la visión opuesta a la que tenían Washington, los hermanos Adams, Franklin, Hamilton, Jay, Madison y Jefferson; no solo son la marcha atrás de todos los principios establecidos por los padres fundadores, sino que son el acelerador hacia el camino que América Latina ha tomado y que ha demostrado conduce directo a la decadencia.
Pronto Estados Unidos tendrá una nueva oportunidad de analizar su rumbo, y dependerá de esta elección si podrá continuar defendiendo el honor de ser llamado la tierra de los libres y el hogar de los valientes, o si optará por caer en la perversa trampa en la que todos sus vecinos del sur hemos caído y en la que seguimos revolcándonos.
Mientras tanto, las palabras de Thomas Jefferson seguirán retumbando como recordatorio y advertencia: “Prefiero ser expuesto a los inconvenientes derivados de tener demasiada libertad que a aquellos que se derivan de tener muy poca”.

¿Volverá Estados Unidos a ser la tierra de los libres y valientes?

(Flickr) Estados Unidos
Hoy, 4 de Julio, se cumplen 240 años de la Declaración de la Independencia de Estados Unidos. (Flickr)
«Puedo decir, y no como un mero patrioterismo, sino con el conocimiento completo de las necesarias raíces metafísicas, epistemológicas, éticas, políticas y estéticas, que Estados Unidos de América es el más grande, noble y, en sus principios fundadores originales, el único país moral en la historia del mundo.» Ayn Rand
Hoy, 4 de Julio, se cumplen 240 años de la Declaración de Independencia de Estados Unidos, en la cual las trece colonias norteamericanas manifestaban su independencia de la corona británica. Pero en la realidad, fue mucho más que eso. Estados Unidos no solo se declaraba independiente de Gran Bretaña. Estados Unidos declaraba independientes a sus habitantes; independientes de cualquier persona o poder que quisiera adueñarse de sus vidas, de sus libertades o de su derecho a la búsqueda de la felicidad.  Y al reconocer, manifestar y garantizar sus derechos, marcó una gran diferencia en la historia de la civilización.


Tuesday, July 12, 2016

¿Son los países nórdicos tan prósperos como se nos dice?


En cierto modo, los países nórdicos constituyen una cuadratura perfecta del círculo: Estados gigantescos con prosperidad económica y muy bajos niveles de desigualdad. El acabose del liberalismo: ¿cómo justificar la reducción del Estado y el eventual incremento de las desigualdades si ni siquiera redundan en un mayor crecimiento económico?
Como suele suceder, la realidad es bastante más poliédrica de lo que los ideologizados relatos ultrasimplificados pretenden transmitirnos a modo de consigna. Otras características de los países nórdicos que no suelen mencionarse son, por ejemplo, que su economía se halla muy liberalizada, incluido el mercado laboral; que están entre las sociedades con una mayor desigualdad de la riqueza de todo el mundo; que los impuestos se concentran en los trabajadores y los pensionistas, no en las empresas o los capitalistas; que el gasto social es bastante menor de lo que suele afirmarse; o que su Estado de Bienestar se racionaliza a través de numerosos copagos y de un régimen de contratación de los empleados públicos muy flexible. Pero el mito nórdico sobre el que me gustaría reflexionar hoy es más de fondo: ¿realmente son Suecia, Dinamarca o Finlandia tan prósperas como se nos dice?



Ciertamente, si uno acude a los datos de renta per cápita así lo parece: según la Penn World Table, la renta per cápita (con poder adquisitivo equivalente a 2005) de Finlandia en 2011 era de 32.700 dólares internacionales, la de Dinamarca de 33.000 y la de Suecia de 35.000 (los últimos datos comparables son los de 2011). Frente a ello, España poseía una renta per cápita de 25.700 dólares (alrededor de un 25% inferior) y EEUU una de 42.200 (entre un 20% y un 30% superior). Es verdad, pues, que el ciudadano medio de EEUU vive mejor que el ciudadano medio de los países nórdicos, pero dada la mayor desigualdad de la distribución de los ingresos en EEUU, las rentas bajas y medias-bajas en EEUU exhibirán una menor calidad de vida.
Todavía más relevante que lo anterior acaso sea que, en 1980, la renta per cápita de Finlandia equivalía al 72,5% de la de EEUU y la de Suecia, al 80%: en cambio, hoy equivalen al 78% y al 83%, esto es, pese al mayor peso de su sector público, Suecia y Finlandia han crecido relativamente más que EEUU (en Dinamarca no sucede lo mismo, pues su renta per cápita ha caído del 84% estadounidense al 78%). Algo similar acaece con España: ni Suecia ni Finlandia han crecido menos que nuestro país, a pesar del superior tamaño de su sector público. Por consiguiente, no parece que el superior peso de sus impuestos y gasto público haya supuesto una rémora en su prosperidad.
Sucede, sin embargo, que la renta per cápita es un indicador parcial de la prosperidad económica de los ciudadanos de un país: lo que indica es cuántos bienes y servicios finales ha producido, de media, cada una de las personas de esa sociedad a lo largo del año. Lo que no nos está indicando es cuántos bienes han sido consumidos por ellas. Imaginen una economía con una renta per cápita de 100.000 dólares pero donde la totalidad de esa producción fuera a parar a la reinversión empresarial: los ciudadanos de ese país vivirían en la más absoluta de las miserias, pues no estarían consumiendo ni alimentos, ni educación, ni sanidad, ni ocio, etc.
Por eso resulta mucho más pertinente estudiar la evolución del consumo per cápita: esto es, de cuántos bienes de consumo, como media, han disfrutado los habitantes de un país a lo largo del año. El consumo per cápita incluye no sólo los bienes de consumo privados, también el consumo público, a saber, servicios de educación, sanidad o dependencia provistos por el Estado. Nótese, además, que no estoy afirmando que el consumo sea la base de la prosperidad de una sociedad –yo mismo heinsistido en muchísimas ocasiones que el ahorro es la base del crecimiento económico–, sino que una sociedad es tanto más próspera cuantos más bienes de consumo termina produciendo para sus ciudadanos. Dicho de otro modo, si una economía consigue crecer anualmente un 5% ahorrando/invirtiendo el 10% de su PIB, mientras que otra economía consigue crecer anualmente un 5% ahorrando/invirtiendo el 40% de su PIB, es evidente que la primera economía es mucho más productiva que la segunda (la primera crece tanto como la segunda con cuatro veces menos inversión, esto es, dejando muchos más bienes de consumo a disposición de sus ciudadanos).
En este sentido, una circunstancia que no suele mencionarse es que los países nórdicos han exhibido históricamente tasas de ahorro nacional altísimas: por ejemplo, en 2015, Dinamarca ha ahorrado el 26,8% de su PIB y Suecia el 31,1%, mientras que España lo ha hecho en un 20,6% y EEUU en un 18,2% (la tasa de ahorro de Finlandia durante la crisis ha caído muy notablemente, pero antes de la crisis solía ubicarse entre el 25 y el 30%). Es decir, los países nórdicos necesitan ahorrar mucho para mantener sus tasas de crecimiento, lo cual deja a sus ciudadanos con un consumo per cápita relativamente menor que en EEUU o en España.
Por ello, más que fijarnos en la renta per cápita para enjuiciar la prosperidad de estos países, habrá que echar un vistazo al consumo per cápita: y, en este caso, los resultados son bastante menos generosos con los países nórdicos. El consumo per cápita en Dinamarca y Finlandia se ubica en torno a los 22.300 dólares, mientras que en Suecia asciende a los 24.200. España, por el contrario, alcanza un consumo per cápita de 20.300 dólares (es decir, nuestra diferencia con Dinamarca o Finlandia ni siquiera llega al 10%) y en EEUU hasta los 36.400 (más de un 50% superior). Más significativo todavía es que este consumo sí se ha reducido significativamente en Suecia y Dinamarca con respecto a EEUU: en 1980, el consumo per cápita de Dinamarca equivalía al 72% del estadounidense y el sueco al 79%, mientras que hoy suponen el 61,5% y el 66,5% (Finlandia se ha mantenido prácticamente estable en proporción). La erosión de su consumo es todavía más significativa en comparación con España: si en 1980 el consumo per cápita de un danés era un 138% superior al de un español y el de un sueco un 151%, hoy esos porcentajes se reducen a 110% y 119%, respectivamente.
Pero todavía podemos ir más allá, pues, como señalaba, el consumo per cápita incluye tanto el consumo determinado por cada individuo (consumo privado) como el consumo determinado por los políticos en el supuesto beneficio de cada individuo (consumo público). ¿Qué sucede si medimos el consumo privado per cápita (esto es, aquel que cae verdaderamente bajo el ámbito de elección de cada persona)? Pues que las diferencias todavía se vuelven todavía más significativas: el consumo privado per cápita en Dinamarca fue de 15.900 dólares, en Finlandia de 17.900 y en Suecia de 18.000; en cambio, en España representa 14.700 dólares (apenas un 7,5% de diferencia con respecto a Dinamarca) y en EEUU 31.700 (más de un 75% superior).
Tengamos presente, además, que la desigualdad en la distribución del consumo es muy inferior a la desigualdad en la distribución de la renta (en EEUU, el 20% de la población que más consume gasta 4,4 veces más que el 20% que menos consume; en Suecia y Dinamarca esa ratio es de 3,2 y en Finlandia de 4,2). En suma, el ciudadano medio de los países nórdicos es bastante menos próspero de lo que se nos suele relatar, sobre todo en comparación con EEUU. Ciertamente, la causa de esa menor bonanza económica no tiene por qué ser su sobredimesionado sector público (este argumento de causalidad requeriría otra demostración distinta a la mera correlación), pero lo que desde luego no podrá afirmarse es que no existen diferencias apreciables en cuanto a dinamismo entre los países nórdicos y muchas otras sociedades con Estados más diminutos.

¿Son los países nórdicos tan prósperos como se nos dice?


En cierto modo, los países nórdicos constituyen una cuadratura perfecta del círculo: Estados gigantescos con prosperidad económica y muy bajos niveles de desigualdad. El acabose del liberalismo: ¿cómo justificar la reducción del Estado y el eventual incremento de las desigualdades si ni siquiera redundan en un mayor crecimiento económico?
Como suele suceder, la realidad es bastante más poliédrica de lo que los ideologizados relatos ultrasimplificados pretenden transmitirnos a modo de consigna. Otras características de los países nórdicos que no suelen mencionarse son, por ejemplo, que su economía se halla muy liberalizada, incluido el mercado laboral; que están entre las sociedades con una mayor desigualdad de la riqueza de todo el mundo; que los impuestos se concentran en los trabajadores y los pensionistas, no en las empresas o los capitalistas; que el gasto social es bastante menor de lo que suele afirmarse; o que su Estado de Bienestar se racionaliza a través de numerosos copagos y de un régimen de contratación de los empleados públicos muy flexible. Pero el mito nórdico sobre el que me gustaría reflexionar hoy es más de fondo: ¿realmente son Suecia, Dinamarca o Finlandia tan prósperas como se nos dice?