Hoy, 4 de Julio, se cumplen 240 años de la Declaración de Independencia de Estados Unidos, en la cual las trece colonias norteamericanas manifestaban su independencia de la corona británica. Pero en la realidad, fue mucho más que eso. Estados Unidos no solo se declaraba independiente de Gran Bretaña. Estados Unidos declaraba independientes a sus habitantes; independientes de cualquier persona o poder que quisiera adueñarse de sus vidas, de sus libertades o de su derecho a la búsqueda de la felicidad. Y al reconocer, manifestar y garantizar sus derechos, marcó una gran diferencia en la historia de la civilización.
Estados Unidos fue poblada por inmigrantes, la mayoría ingleses, escoceses e irlandeses. Cruzaban el océano dejando atrás lazos, tierras y costumbres con un solo fin: encontrar libertad y oportunidades. Nadie se embarcó con garantía alguna de éxito, arriesgaban su vida en el mar y sabían que continuarían arriesgando su vida una vez llegados a una tierra que aún era salvaje.
En ese entonces no había planes sociales, ni ayuda estatal, ni subsidios. Cada uno estaba por su cuenta y no estaba obligado a hacerse cargo de la vida ajena ni podía esperar que alguien se hiciera cargo de la suya. Era gente menos educada y sin las facilidades actuales para educarse, peor alimentadas y con menos acceso al alimento que hoy en día. Eran mucho más pobres que los pobres actuales. No tenían ni medios de transporte apropiados, ni calefacción, ni electricidad, ni heladeras, ni microondas, ni internet, ni vacunas. Pero era gente valiente, que sabía que su destino estaba en sus manos y que confiaban lo suficiente en sus capacidades para abrirse paso en la vida. Creían que solo necesitaban las oportunidades que brinda la libertad.
Fueron los primeros en comprender el significado de “crear riqueza”, generando entonces el país más próspero de la historia. Pero no por casualidad, ni por sus recursos naturales, ni por el clima, ni por la genética de sus habitantes. Sino por ciertos principios que importaron desde su madre patria, y que lograron, incluso consolidar más profundamente.
En 1688 en Inglaterra, Jacobo II al no encontrar el apoyo necesario para reinar, dejó el trono a Guillermo de Orange, en lo que se conoció como “La Revolución Gloriosa”. Esta revolución, por un lado, terminó con el poder absoluto del rey y, por otro, logró institucionalizar los derechos individuales (vida, propiedad y libertad), que tuvieron como base la Carta de la Tolerancia y el primero y segundo Tratado de Gobierno de John Locke -considerado el primero en hacer mención de ellos- .
La mayor parte de la inmigración que pobló Estados Unidos era de origen anglosajón y traían estos principios arraigados. Fueron ellos, ya asentados en la nueva tierra, quienes consolidaron los derechos individuales como base de la relación entre ciudadanos, y entre los ciudadanos y el gobierno. Fueron ellos quienes determinaron el papel del gobierno en relación a la protección de estos derechos, agregando también el derecho a la búsqueda de la felicidad. Fueron ellos quienes reconocieron su valor ético como condición necesaria para su reconocimiento jurídico y político. Los Padres Fundadores dieron un salto decisivo hacia este proceso, dejando asentados estos principios filosóficos en su Declaración de Independencia, en su Constitución y en su Declaración de Derechos (Bill of Rights).
Y este “pequeño detalle” la transformó en la tierra de las oportunidades, un campo fértil para todos aquellos hombres y mujeres que buscaban sembrar, recoger y conservar el fruto de su esfuerzo y habilidad. Hombres y mujeres valientes, libres e independientes que desarrollaron un sistema de cooperación voluntaria donde todos progresaban, logrando crear el país más próspero de la tierra.
Actualmente la situación es otra. Estados Unidos está abandonando, día a día, los principios básicos que dieron vida y alma a su grandeza; está abandonando la razón, el individualismo y el liberalismo para adoptar el capricho, el colectivismo y el populismo. Está dejando de lado los derechos individuales y venerando los “derechos sociales”. Está dejando de ser el modelo a alcanzar y adoptando todos los valores que hicieron a América Latina pobre y corrupta. Está dejando de ser el lugar donde los amantes de la libertad buscaban refugio, para convertirse en el refugio de los amantes de los planes sociales y del Estado Benefactor.
El presidente actual de los Estados Unidos y los candidatos favoritos a reemplazarlo, Trump y Clinton, representan la visión opuesta a la que tenían Washington, los hermanos Adams, Franklin, Hamilton, Jay, Madison y Jefferson; no solo son la marcha atrás de todos los principios establecidos por los padres fundadores, sino que son el acelerador hacia el camino que América Latina ha tomado y que ha demostrado conduce directo a la decadencia.
Pronto Estados Unidos tendrá una nueva oportunidad de analizar su rumbo, y dependerá de esta elección si podrá continuar defendiendo el honor de ser llamado la tierra de los libres y el hogar de los valientes, o si optará por caer en la perversa trampa en la que todos sus vecinos del sur hemos caído y en la que seguimos revolcándonos.
Mientras tanto, las palabras de Thomas Jefferson seguirán retumbando como recordatorio y advertencia: “Prefiero ser expuesto a los inconvenientes derivados de tener demasiada libertad que a aquellos que se derivan de tener muy poca”.
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