Estamos acostumbrados a mirar los males de Europa en un contexto puramente financiero. Esto es un error, porque se yerra en las razones reales por las que la UE quebrará y no sobrevivirá a la próxima crisis financiera. Normalmente sobrevivimos a crisis financieras gracias a las acciones con éxito de los bancos centrales como prestamistas de último recurso. Sin embargo, los orígenes y construcción tanto del euro como de la propia UE podrían hacer que la siguiente crisis financiera comience en los próximos meses y exceda las capacidades del BCE para salvar el sistema.
Debería recordarse que la Unión Europea fue originalmente creación de la política exterior de posguerra de EEUU. La prioridad era asegurarse de que existía una defensa contra el avance del comunismo soviético y para ello se establecieron tres elementos políticos para Europa. Primero estuvo el Plan Marshall, que desde 1948 proporcionó fondos para ayudar a reconstruir las infraestructuras de Europa. A este le siguió la creación de la OTAN en 1949, que garantizaba que tropas estadounidenses y británicas tuvieran bases permanentes en Alemania. Y finalmente, se creó una organización patrocinada por la CIA, el American Committee on United Europe, para promover encubiertamente una unión política europea.
Por tanto no fue en modo alguno una evolución europea natural. Pero en los años de posguerra el concepto de unión política, inicialmente la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, se convertía en realidad en el Tratado de París de 1951, con seis miembros fundadores: Francia, Alemania Occidental, Bélgica, Luxemburgo, Holanda e Italia. La CECA evolucionó hasta la UE de hoy, con 21 estados miembros adicionales, sin contar a Reino Unido, que acaba de decidir abandonarla.
Con los fundadores originales reteniendo sus características nacionales, la UE parece un conglomerado político, un mueble por piezas, reteniendo cada componente sus características originales. Después de 65 años, un francés sigue siendo un decidido nacionalista francés. Los alemanes son característicamente alemanes y los italianos siguen siendo encantadoramente italianos. Se nombra a Bélgica habitualmente como un no país y sigue escindido entre valones y flamencos. Como organización, a la UE le falta identidad nacional y por tanto cohesión política.
Por eso la Comisión Europea de Bruselas tiene que ir tan lejos para reafirmarse. Pero tiene un problema insuperable y es que no tiene autoridad democrática. El Parlamento de la UE está diseñado para no enseñar los dientes y por eso solo engaña a los ignorantes. Con el poder todavía residiendo en una pequeña camarilla de estados-nación, los poderosos nacionales prestan poco más que una atención formal a la burocracia de Bruselas.
La relación entre los líderes nacionales y la Comisión Europea ha sido siempre deliberadamente a largo plazo, en el sentido de que se usa la pérdid de soberanía para subordinar gradualmente a otros miembros de la UE a los dictados franco-alemanes. La lógica que lo motiva ha sido hacer de la región europea un área comercial protegida para los intereses conjuntos franco-alemánes y para protegerles de los mercados libres.
No fue fácil encontrar el compromiso necesario. Desde la Segunda Guerra Mundial, Francia ha sido fuertemente proteccionista con su propia cultura, insistiendo en que los franceses solo compran productos franceses. El éxito alemán se basaba en el ahorro, que estimulaba la inversión industrial, llevando a fuertes exportaciones. Estas dos naciones con una frontera común tenían, y siguen teniendo, valores muy diferentes, pero consiguieron idear y crear el Banco Central Europeo y el euro.
En Alemania, los defensores de la moneda fuerte en el Bundesbank perdieron frente a los intereses industriales, que buscaban beneficiarse de una moneda más débil. En realidad esto estaba en línea con sus preferencias políticas y eran la clase política que controlaba la relación con Francia. En Francia, los integracionistas, también políticos, derrotaron a los industrialistas, que buscaban aislar sus mercados nacionales frente a la competencia alemana.
Cuando se discutió por primera vez sobre una moneda común, se ignoraron dos problemas futuros. El primero era cómo se adaptarían los demás estados que se unieran al euro a la pérdida de sus monedas nacionales y el segundo era cómo se adaptaría Reino Unido, con su cultura anglosajona basada en el mercado, a un modelo más europeo. No tardó mucho en enfrentarse este último asunto, con la retirada de la libra esterlina del Mecanismo de Tipos de Cambio, el antecesor del euro, en septiembre de 1992.
El euro acabó naciendo al terminar el siglo. El compromiso franco-alemán llevó al nombramiento de un francés, Jean-Claude Trichet, como segundo presidente del BCE. Todo iba bien, porque el abandono de las monedas nacionales y la aceptación gradual del euro significaba que los estados en la Eurozona podían tomar prestado más barato en euros de lo que nunca hubieran podido con sus propias monedas nacionales.
El riesgo de los bonos se medía frente al de los bonos alemanes, tradicionalmente los bonos de menor rendimiento en Europa. No tardó mucho en considerarse de manera común que el spread entre los bonos alemanes y otra deuda en la Eurozona era una oportunidad de beneficio, en lugar de un reflejo del riesgo relativo. Bancos europeos, aseguradoras y fondos de pensiones se beneficiaron del aumento sustancial en los precios de los bonos emitidos por miembros de la UE de la periferia e invirtieron de acuerdo con ello. A su vez, estos prestatarios estaban muy dispuestos a atender esta demanda emitiendo enormes cantidades de deuda, en contravención del Tratado de Maastricht. También se expandió el crédito bancario, dejando al sistema bancario muy dirigido.
El mecanismo de control para esta explosión en los préstamos tenía que haber sido el Pacto de Crecimiento y Estabilidad en los Cambios, acordado en Maastricht en 1993. Este establecía cinco normas, de las cuales nos preocupan dos. Los estados miembros estaban obligados a mantener los déficits de sus presupuestos nacionales por debajo del 3% del PIB y la deuda pública estaba limitada al 60% del PIB. Ni Alemania ni Francia cumplían los criterios de deuda sin engañar en sus cuentas nacionales y la única razón por la que los déficits se ajustaran al pacto fue una mezcla de falsa contabilidad y afortunada coincidencia en el ciclo económico. El mecanismo de control nunca se aplicó.
Así que, desde el principio, ninguna nación tuvo ningún sentido de responsabilidad hacia la nueva moneda. Las normas fueron ignoradas y el euro se convirtió en una bicoca para todos los gobiernos miembros, que atrajo espectacularmente la atención pública con la quiebra de Grecia.
El sistema bancario de la Eurozona, incorporando a los bancos centrales nacionales y el BCE, unidos en un sistema extraño de liquidación llamado TARGET, se convierte en el medio por el que las naciones miembros compraban productos alemanes a crédito. Muy bien para Alemania, podemos decir, pero el problema era que el crédito lo suministraba la propia Alemania. Es lo mismo que prestar dinero al comprador de tu negocio en una transacción amañada. Este defecto de la construcción del sistema es ahora un volcán tonante a punto de erupción en cualquier momento.
Los alemanes quieren recuperar su dinero o al menos no quieren darlo por perdido. Los deudores no pueden pagar y tienen que tomar prestado más dinero solo para sobrevivir. Ningún lado quiere afrontar la realidad. Empezó con Irlanda, luego Chipre, seguidos por Grecia y Portugal. Estos son los pequeños acreedores, a los que Alemania, encabezada por su ministro de finanzas Wolfgang Schäuble, consiguió aplastar y someter y ahora son zombis económicos. El problema real está en Italia, que también está quebrando y tiene una relación entre deuda y PIB estimada en más del 133% y creciendo. Si cae Italia, le seguirán España y Francia. Herr Schäuble no puede obligar a estos grandes acreedores tan fácilmente, porque en ese momento todo el sistema bancario la Eurozona tendrá grandes problemas, igual que el propio gobierno alemán. Los ahorradores alemanes también son dolorosamente conscientes de que ellos pagarán las consecuencias.
La primera línea de defensa, como siempre, será el BCE como prestamista de último recurso para mantener a los bancos a flote. La única manera en que puede hacer esto es acelerando la impresión de euros y monopolizando el mercado de deuda de la Eurozona. Está por ver si el BCE puede mantener la divisa con todos estos pasivos en su propio balance y por cuánto tiempo.
Por el momento, el euro se mantiene ahí como un Goliat, aparentemente invencible. Representa al establishment europeo contrario al libre mercado al que nadie se atreve a desafiar. Indudablemente, esta es la razón de fondo por la que el BCE puede imponer tipos negativos de interés y salirse con la suya. Pero están apareciendo graves grietas. Primero hemos tenido el Brexit, al que es probable que le sigan otros estados pequeños que quieran irse. La crisis bancaria italiana es casi seguro que llegará pronto y un referendo italiano sobre la constitución el mes próximo es también un importante obstáculo a superar. Los políticos han entrado en pánico, reafirmándose todos en que no hay nada malo que no cure una mayor integración y un nuevo ejército.
Entretanto, la actitud autoritaria de la Comisión Europea y la crisis de los refugiados están afectando al apoyo público del status quo. Angela Merkel, hasta ahora considerada como invencible, ha perdido su apoyo público en Alemania. Marine Le Pen, líder del Frente Nacional y que quiere que Francia abandone la UE, lideró recientemente las encuestas de opinión para la próxima presidencia de Francia, que será elegida el año que viene. Los hombres fuertes de Europa están a la defensiva.
Ahí están ahora todos los elementos para un poderoso impacto político y económico. Queda por ver si será él mismo el fulminante o se producirá por acontecimientos externos. En todo caso, el calendario de la crisis de la Eurozona parece que ahora tiene que medirse en meses.
El efecto en el mercado, aparte de ser una grave sacudida para todos los mercados, probablemente sea doble. En primer lugar, los flujos internacionales venderán euros en favor del dólar. Dado el peso del euro en el índice del dólar, será una gran perturbación para todos los mercados de divisas. En segundo lugar, los residentes de la Eurozona con depósitos bancarios probablemente busquen cada vez más refugio en el oro físico, al ir apareciendo señales de un inminente colapso de su moneda, porque no hay ningún otro sitio al que puedan ir.
Se mire por donde se mire, es cada vez más difícil aceptar ningún resultado que no sea un completo colapso de esta construcción política con tan malos fundamentos, promovida originalmente por el interés de EEUU, por una organización patrocinada por la CIA. El euro, al depender de la cohesión política en lugar de ser una demanda original del mercado, sencillamente dejará de ser dinero, de una manera bastante rápida.