Por Manuel Ayau
Libertad Digital, Madrid
Quienes creen que esta crisis anuncia el fin del capitalismo tienen mucho que aprender del fracaso de las recientes intervenciones financieras en restablecer la confianza. Eso quizás sea el lado más positivo de la crisis. A primera vista pareciera que los anticapitalistas tienen razón, pues los Gobiernos han intervenido masivamente. Incluso han violando leyes y –según algunos–sus constituciones al aportar enormes sumas de dinero para rescatar, a costillas del pueblo, a imprudentes instituciones financieras que causaron la crisis. Han nacionalizado total o parcialmente algunos bancos, aseguradoras y financieras. Claman por regular más lo que ya está sobre-regulado.
El gran jefe de la banca central de EEUU admite culpa al no
prever la burbuja inmobiliaria, pero fue su principal causante al
fomentar la inversión antieconómica en bienes inmobiliarios, bajando los
intereses al suelo, tras la política iniciada por Clinton de "casa para
todos". Imagínese el grado de intromisión de un Gobierno que fomentó
las compras de viviendas insistiendo en que los banqueros no preguntaran
al deudor potencial si tenía empleo.Quienes creen que esta crisis anuncia el fin del capitalismo tienen mucho que aprender del fracaso de las recientes intervenciones financieras en restablecer la confianza. Eso quizás sea el lado más positivo de la crisis. A primera vista pareciera que los anticapitalistas tienen razón, pues los Gobiernos han intervenido masivamente. Incluso han violando leyes y –según algunos–sus constituciones al aportar enormes sumas de dinero para rescatar, a costillas del pueblo, a imprudentes instituciones financieras que causaron la crisis. Han nacionalizado total o parcialmente algunos bancos, aseguradoras y financieras. Claman por regular más lo que ya está sobre-regulado.
Fallaron también los analistas. Los calificadores de riesgos de acciones no advirtieron a sus clientes, inversores, bancos ni al público en general sobre los riesgos que corrían. Ahora, en plena crisis, los comentarios de los expertos confirman la vieja definición de experto: alguien que pontifica sobre lo que va a pasar y después nos explica por qué no sucedió así. La gente se descuidó al confiar que una crisis así no podía ocurrir porque lo anunciarían las empresas calificadoras de riesgo y no lo permitirían las agencias gubernamentales, con sus múltiples reglamentos y abundante supervisión.
Cuando se calmen las aguas, la gran lección por aprender es que la economía falla si se estorba o se impide el libre funcionamiento del mercado, si el Gobierno se entromete en regular las actividades privadas con directrices y reglamentos que no están diseñados para proteger derechos sino para encausar actividades económicas hacia donde lo deciden políticos y burócratas. Lo irónico es que ellos, con inaudita pretensión, culpan al sistema cuya debida operación impiden.
No se trata de maldad. Sostengo que lo que muchos ignoran es que no hay otra opción distinta al mercado, proceso espontáneo, no diseñado y basado en el respeto a los derechos de todos. Simplemente nadie ha inventado otro sistema de asignar recursos y guiar una economía próspera, pacífica, disciplinada por incentivos e implacables castigos. Sin precios de mercado es como navegar sin timón; sin intereses de mercado se crean burbujas. Los precios genuinos no resultan de directrices ni de la manipulación de datos sino de libres y pacíficos intercambios de lo legítimamente propio. Si los precios no son libres, las decisiones no reflejan realidades ni son acertadas. Ni siquiera en teoría existe otro sistema económico porque aun en la Unión Soviética el gran secreto –que los socialistas del siglo XXI ignoran– es que sus decisiones sobre precios las basaban en los precios existentes en el mundo capitalista. El mercado puede no ser perfecto, pero hay que dejarlo funcionar.
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