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Saturday, December 24, 2016

Una guía para principiantes sobre la economía socialista

Marian L. Tupy explica las principales razones por las cuáles la economía socialista fracasa: bloqueo del sistema de precios, incentivos perversos, entre otras.

En estos últimos años me ha tocado hacer varias presentaciones a alumnos de colegios y universidades sobre la importancia de la libertad económica y de la amenaza persistente que representa el socialismo —como se puede observar, por ejemplo, en el reciente colapso económico de Venezuela. Un problema que he encontrado es que los jóvenes, hoy en día, no tienen una memoria personal sobre lo que fue la Guerra Fría, ni mucho menos un entendimiento de lo que fue la organización social y económica del bloque soviético, aspectos que no son priorizados o son ignorados por los programas educativos estadounidenses. Por esta razón he escrito una guía básica de la economía socialista, basada en mi propia experiencia creciendo en un país bajo un régimen comunista. Espero que este ensayo —tal vez un poco más largo— sea leído por muchos “millennials”, quienes frecuentemente son atraídos hacia ideas fracasadas de tiempos pasados.

Del socialismo al liberalismo

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Es frecuente escuchar anécdotas de personas que en su juventud militaron en algún movimiento comunista o socialista o simpatizaron con tales ideas pero que con el pasar de los años cambiaron radicalmente de pensamiento hasta encontrarse más cerca de los idearios liberales. Entre las personas que han transitado este camino podemos citar a los premio Nobel de Literatura Octavio Paz y Mario Vargas Llosa, el campeón mundial de ajedrez Gary Kasparov, el presidente de la Unión Soviética y Nobel de la Paz Mijail Gorvachov o escritores como Antonio Escohotado, Carlos Sabino y un sinnúmero de personajes destacados, así como también personas normales y corrientes.

Wednesday, December 21, 2016

La muerte de Fidel

La muerte de Fidel

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Por Mario Vargas Llosa
El País, Madrid
El 1 de enero de 1959, al enterarme de que Fulgencio Batista había huido de Cuba, salí con unos amigos latinoamericanos a celebrarlo en las calles de París. El triunfo de Fidel Castro y los barbudos del Movimiento 26 de Julio contra la dictadura parecía un acto de absoluta justicia y una aventura comparable a la de Robin Hood. El líder cubano había prometido una nueva era de libertad para su país y para América Latina y su conversión de los cuarteles de la isla en escuelas para los hijos de los guajiros parecía un excelente comienzo.


En noviembre de 1962 fui por primera vez a Cuba, enviado por la Radiotelevisión Francesa en plena crisis de los cohetes. Lo que vi y oí en la semana que pasé allí —los Sabres norteamericanos sobrevolando el Malecón de La Habana y los adolescentes que manejaban los cañones antiaéreos llamados “bocachicas” apuntándolos, la gigantesca movilización popular contra la invasión que parecía inminente, el estribillo que los milicianos coreaban por las calles (“Nikita, mariquita, lo que se da no se quita”) protestando por la devolución de los cohetes— redobló mi entusiasmo y solidaridad con la Revolución. Hice una larga cola para donar sangre e Hilda Gadea, la primera mujer del Che Guevara, que era peruana, me presentó a Haydée Santamaría, que dirigía la Casa de las Américas. Esta me incorporó a un Comité de Escritores con el que, en la década de los sesenta, me reuní cinco veces en la capital cubana. A lo largo de esos 10 años mis ilusiones con Fidel y la Revolución se fueron apagando hasta convertirse en críticas abiertas y, luego, la ruptura final, cuando el caso Padilla.
Mi primera decepción, las primeras dudas (“¿no me habré equivocado?”) ocurrieron a mediados de los sesenta, cuando se crearon las UMAP, un eufemismo —las Unidades Militares de Ayuda a la Producción— para lo que eran, en verdad, campos de concentración donde el Gobierno cubano encerró, mezclados, a disidentes, delincuentes comunes y homosexuales. Entre estos últimos cayeron varios muchachos y muchachas de un grupo literario y artístico llamado El Puente, dirigido por el poeta José Mario, a quien yo conocía. Era una injusticia flagrante, porque estos jóvenes eran todos revolucionarios, confiados en que la Revolución no sólo haría justicia social con los obreros y los campesinos sino también con las minorías sexuales discriminadas. Víctima todavía del célebre chantaje —“no dar armas al enemigo”— me tragué mis dudas y escribí una carta privada a Fidel, pormenorizándole mi perplejidad sobre lo que ocurría. No me contestó pero al poco tiempo recibí una invitación para entrevistarme con él.
Fue la única vez que estuve con Fidel Castro; no conversamos, pues no era una persona que admitiera interlocutores, sólo oyentes. Pero las 12 horas que lo escuchamos, de ocho de la noche a las ocho de la mañana del día siguiente, la decena de escritores que participamos de aquel encuentro nos quedamos muy impresionados con esa fuerza de la naturaleza, ese mito viviente, que era el gigante cubano. Hablaba sin parar y sin escuchar, contaba anécdotas de la Sierra Maestra saltando sobre la mesa, y hacía adivinanzas sobre el Che, que estaba aún desaparecido, y no se sabía en qué lugar de América reaparecería, al frente de la nueva guerrilla. Reconoció que se habían cometido algunas injusticias con las UMAP —que se corregirían— y explicó que había que comprender a las familias guajiras, cuyos hijos, becados en las nuevas escuelas, se veían a veces molestados por “los enfermitos”. Me impresionó, pero no me convenció. Desde entonces, aunque en el silencio, fui advirtiendo que la realidad estaba muy por debajo del mito en que se había convertido Cuba.
La ruptura sobrevino cuando estalló el caso del poeta Heberto Padilla, a comienzos de 1970. Era uno de los mejores poetas cubanos, que había dejado la poesía para trabajar por la Revolución, en la que creía con pasión. Llegó a ser viceministro de Comercio Exterior. Un día comenzó a hacer críticas —muy tenues— a la política cultural del Gobierno. Entonces se desató una campaña durísima contra él en toda la prensa y fue arrestado. Quienes lo conocíamos y sabíamos de su lealtad con la Revolución escribimos una carta —muy respetuosa— a Fidel expresando nuestra solidaridad con Padilla. Entonces, este reapareció en un acto público, en la Unión de Escritores, confesando que era agente de la CIA y acusándonos también a nosotros, los que lo habíamos defendido, de servir al imperialismo y de traicionar a la Revolución, etcétera. Pocos días después firmamos una carta muy crítica a la Revolución cubana (que yo redacté) en que muchos escritores no comunistas, como Jean Paul Sartre, Susan Sontag, Carlos Fuentes y Alberto Moravia tomamos distancia con la Revolución que habíamos hasta entonces defendido. Este fue un pequeño episodio en la historia de la Revolución cubana que para algunos, como yo, significó mucho. La revaluación de la cultura democrática, la idea de que las instituciones son más importantes que las personas para que una sociedad sea libre, que sin elecciones, ni periodismo independiente, ni derechos humanos, la dictadura se instala y va convirtiendo a los ciudadanos en autómatas, y se eterniza en el poder hasta coparlo todo, hundiendo en el desánimo y la asfixia a quienes no forman parte de la privilegiada nomenclatura.
¿Está Cuba mejor ahora, luego de los 57 años que estuvo Fidel Castro en el poder? Es un país más pobre que la horrenda sociedad de la que huyó Batista aquel 31 de diciembre de 1958 y tiene el triste privilegio de ser la dictadura más larga que ha padecido el continente americano. Los progresos en los campos de la educación y la salud pueden ser reales, pero no deben haber convencido al pueblo cubano en general, pues, en su inmensa mayoría, aspira a huir a Estados Unidos, aunque sea desafiando a los tiburones. Y el sueño de la nomenclatura es que, ahora que ya no puede vivir de las dádivas de la quebrada Venezuela, venga el dinero de Estados Unidos a salvar a la isla de la ruina económica en que se debate. Hace tiempo que la Revolución dejó de ser el modelo que fue en sus comienzos. De todo ello sólo queda el penoso saldo de los miles de jóvenes que se hicieron matar por todas las montañas de América tratando de repetir la hazaña de los barbudos del Movimiento 26 de Julio. ¿Para qué sirvió tanto sueño y sacrifico? Para reforzar a las dictaduras militares y atrasar varias décadas la modernización y democratización de América Latina.
Eligiendo el modelo soviético, Fidel Castro se aseguró en el poder absoluto por más de medio siglo; pero deja un país en ruinas y un fracaso social, económico y cultural que parece haber vacunado de las utopías sociales a una mayoría de latinoamericanos que, por fin, luego de sangrientas revoluciones y feroces represiones, parece estar entendiendo que el único progreso verdadero es el que hace avanzar la libertad al mismo tiempo que la justicia, pues sin aquella este no es más un fugitivo fuego fatuo.
Aunque estoy seguro de que la historia no absolverá a Fidel Castro, no dejo de sentir que con él se va un sueño que conmovió mi juventud, como la de tantos jóvenes de mi generación, impacientes e impetuosos, que creíamos que los fusiles podían hacernos quemar etapas y bajar más pronto el cielo hasta confundirlo con la tierra. Ahora sabemos que aquello sólo ocurre en el sueño y en las fantasías de la literatura, y que en la realidad, más áspera y más cruda, el progreso verdadero resulta del esfuerzo compartido y debe estar signado siempre por el avance de la libertad y los derechos humanos, sin los cuales no es el paraíso sino el infierno el que se instala en este mundo que nos tocó.
Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2016.
© Mario Vargas Llosa, 2016.
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La muerte de Fidel

La muerte de Fidel

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Por Mario Vargas Llosa
El País, Madrid
El 1 de enero de 1959, al enterarme de que Fulgencio Batista había huido de Cuba, salí con unos amigos latinoamericanos a celebrarlo en las calles de París. El triunfo de Fidel Castro y los barbudos del Movimiento 26 de Julio contra la dictadura parecía un acto de absoluta justicia y una aventura comparable a la de Robin Hood. El líder cubano había prometido una nueva era de libertad para su país y para América Latina y su conversión de los cuarteles de la isla en escuelas para los hijos de los guajiros parecía un excelente comienzo.

Así llegó el comunismo a Venezuela

Así llegó el comunismo a Venezuela

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Por María Angélica Correa
El Tiempo, Bogotá
Para entender el laberinto por el que atraviesa Venezuela es preciso escudriñar las raíces del comunismo sembradas con éxito por Fidel Castro y sus acólitos con el triunfo de la Revolución cubana en 1959. Miles de jóvenes estudiantes corrieron tras los barbudos que bajaron de la Sierra Maestra ofreciéndoles una nueva Cuba. Pero los fusilamientos y cárceles a inocentes provocaron el despertar de muchos, entre ellos un joven de 17 años que pudo captar en pocos meses el horror al que había sometido su país.
Carlos Alberto Montaner fue puesto preso y condenado a 20 años de cárcel. Logró su libertad gracias a la intervención sin ambages de Rómulo Betancourt, presidente de Venezuela, en esos años en que se abría el comunismo para Cuba y Venezuela retomaba el camino la democracia. Escritor, periodista, columnista de decenas de diarios de América Latina, España y Estados Unidos, Montaner ha seguido desde entonces el quehacer de los Castro.


Con la caída de la Unión Soviética, se vislumbró la agonía del régimen cubano. Sin embargo, la llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela en 1998 le daría un nuevo aire al castrismo.
¿Chávez fue una hechura de Fidel Castro?
Totalmente. Cuando él llega a Cuba en el año 94, Fidel lo cambia para el marxismo-leninismo y se apodera de él, que era intelectualmente muy débil.
Chávez llega en el 94 por primera vez a La Habana, y usted comentó que en 1991-1992, cuando colapsa la Unión Soviética, Fidel dijo: “Primero se hundirá la isla en el mar antes que abandonar el marxismo leninismo”.
Sí. Y tan seguro estaba Fidel que convenció a Chávez de que con los petrodólares venezolanos y con la capacidad política de Cuba, aprendida de la Unión Soviética y especialmente de la KGB, podían ellos continuar la batalla donde la abandonó la Unión Soviética.
Llegar al poder por la vía democrática…
Claro. Chávez, que había fracasado por la vía de las armas en el 92, sin embargo, triunfa después por la vía electoral.
Establece un nuevo procedimiento. Eso no fue tan sencillo, a Fidel Castro le costó convencerse de que el procedimiento de Chávez podía convertirse en algo universal.
Sustituir la lucha guerrillera…
Llegar al poder por la vía democrática y desde el poder desmontar el Estado liberal, la democracia liberal y crear un Estado comunista.
Uno de los primeros objetivos es apoderarse del Poder Judicial.
Lo primero que hacen es cambiar la Constitución.
La Constituyente…
Claro, aquí en Miami vive un exviceministro cubano que estuvo con Chávez. Luego de que él gana las elecciones en el 98, hay unas semanas hasta que él toma posesión. Esas semanas se las pasa en Cuba, y toma un curso especial que le organiza el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas Cubanas –el exviceministro estaba ahí–, y practican el juramento de la Constitución, y Fidel Castro le dice a Chávez que introduzca el término ‘moribunda’. Que jure ante la moribunda Constitución, para que acostumbre a los venezolanos a que va a haber un cambio de régimen.
Lo primero que hacen es apoderarse de la estructura del Estado. Luego, el otro objetivo es la creación de la ‘boliburguesía’, porque la corrupción ellos no la ven como un delito, sino como la necesidad de apoderar a todos los simpatizantes de la nueva estructura que se está creando.
Pero esa Constitución no es comunista, es una Constitución que le permite al Gobierno cambiar los nombres de las distintas instancias judiciales, por ejemplo, para dejar al margen a los antiguos jueces y magistrados, y poder nombrar en los nuevos órganos de poder a su gente.
¿Y eso hacen con los militares?
Sí, con los militares, con Diosdado Cabello, con los civiles, con todas las personas cercanas al régimen que se hacen muy ricas para sustituir a la vieja burguesía venezolana. Simultáneamente, no les importa que se cierren miles de empresas, porque eso forma parte del proyecto, que incluye el empobrecimiento de esa antigua clase propietaria y de esa clase dirigente.
Usted decía que el hambre fue una política de Estado de Lenin, donde murieron casi unos 8 millones de personas.
Sí, básicamente en Ucrania, pero también en el campo ruso.
¿Entonces el hambre que está azotando a Venezuela es política de Estado?
Preferirían que no pasara, pero no les importa que ocurra. Es el precio para el logro de sus objetivos.
Usted también refirió que los comunistas convierten al 0,05 por ciento de la población en agentes de contrainteligencia.
Sí. La Stasi llega a la conclusión que con el 0,05 por ciento de la población es suficiente para manejar a cualquier sociedad, para mantenerla sujetada.
¿Cómo ve la posición del Vaticano en relación con Venezuela?
Yo creo que hay una discrepancia entre el Vaticano y la Iglesia local.
¿Hay similitud o hay divergencia entre el Vaticano y lo que está pasando en Venezuela y la posición que tuvo en relación con Cuba y Estados Unidos?
Yo creo que el Papa se siente feliz tratando de hacer cosas en conjunto con los Estados Unidos. Pero creo que hay discrepancia entre nombrar a Porras como el cardenal en Venezuela (Baltazar Porras fue ascendido a cardenal por el santo padre el pasado 19 de noviembre), que tiene una actitud muy militante en contra del chavismo, y al mismo tiempo buscar fórmulas de supervivencias del régimen.
¿El Gobierno de los Estados Unidos ha hecho algo por Venezuela?
No, ni va a hacer nada, porque sigue pensando que Venezuela puede ser una molestia, pero no es un peligro. Esa es una frase que los norteamericanos utilizan constantemente.
¿Cómo ve el triunfo de Donald Trump en lo que respecta a América Latina, especialmente para Caracas, La Habana y Bogotá?
Parece que Donald Trump no entiende demasiado, o casi nada, de política internacional, pero hay indicios de que comprende exactamente la peligrosidad regional del eje La Habana-Caracas. Por eso nombró a Mauricio Claver-Carone entre las personas que organizan su desembarco en la Casa Blanca. Mauricio es un joven y brillante abogado cubanoamericano que hasta hace poco dirigía en Washington un grupo de presión dedicado a demostrar lo que para algunos resultaba evidente: los Castro y Chávez-Maduro no son solo una molestia para la democracia. Son un peligro.
El socialismo del siglo XXI es la Guerra Fría librada por el tercer mundo.
Sobre el futuro en Venezuela, usted ha dicho: “Van a asesinar a los que tengan que asesinar para sostenerse en el poder”.
Sí, es lo que he visto en diversos países en donde esa ideología ha llegado al poder. Ojalá en este caso las fuerzas armadas se dividan, pero siempre habrá un grupo de personas dispuestas a matar para sostener el cuento de la revolución.
Lo que Venezuela vive es un comunismo, y al comunismo no lo saca solamente la voluntad popular…
El comunismo se ha caído en distintos lugares como consecuencia de una crisis en la cúpula del poder.
¿No obstante la apertura de Cuba con Estados Unidos, querrán los Castro mantener a Venezuela como aliada?
Estados Unidos no les ha exigido nada en ese sentido. Y Cuba sigue recibiendo el petróleo de Venezuela.
¿En caso de salir Maduro, los Castro podrían seguir controlando a Venezuela?
Quienes se animen a cambiar el destino de Venezuela tienen que darse cuenta de que los cubanos son bastante impopulares en Venezuela, especialmente dentro de las fuerzas armadas, y que es fácil sacarlos de ahí.
Entonces, ¿lo que vaya a pasar en Venezuela será determinado por los militares?
Sí. Si no hay una división.
Todos los días hay estallidos sociales en todo el territorio nacional…
Puede haber un millón de personas en la calle y pueden estar seis, ocho horas. Yo no les veo a los latinoamericanos, en general, ni a los venezolanos, en especial, como no se la veía tampoco a los cubanos, la voluntad de resistencia que, por ejemplo, tenían los ucranianos, que se podían meter tres meses en una plaza y sufrir todo tipo de agresiones y resistir.
¿Qué importancia le ve a la aplicación de la Carta Interamericana?
Las presiones internacionales son importantes, porque desmantelan.
¿Qué necesita el secretario general, Luis Almagro?
Los dos tercios de la OEA. Aunque el Gobierno venezolano todavía emplea sus recursos para sostener los islotes que lo apoyan.
¿Todavía el Gobierno tiene dinero para seguir haciendo cabildeo internacional?
Para eso emplean parte de sus recursos. Sé de gobiernos que comprenden la gravedad de lo que pasa en Venezuela pero al mismo tiempo sobreponen sus propios intereses. Es el caso de República Dominicana. El Presidente sabe lo que nosotros sabemos, pero tiene intereses económicos muy importantes.
¿Cómo ha sido la posición de España con respecto a América Latina?
Ha cambiado. En época de José María Aznar era muy firme. En la de José Luis Rodríguez Zapatero hubo muchas veleidades, y hoy en día, con Mariano Rajoy, que rehúye los conflictos. Es que ahora el problema son los intereses económicos, que generan compromisos peligrosos.
¿Se debería sacar a Venezuela de los organismos internacionales?
Yo creo que ese aislamiento es bueno, porque es una manera de sancionar.
¿Es contradictorio que el acuerdo de paz en Colombia se haya firmado en La Habana y con el Gobierno venezolano como uno de los garantes?
Es ridículo que Venezuela sea uno de los garantes de la paz en Colombia cuando una parte sustancial de los guerrilleros están acampados en territorio venezolano. Que se haga en La Habana es como reunirse en el Vaticano a hablar de Lutero. No tiene sentido.
¿Podría Colombia caminar un sendero parecido al venezolano?
Yo creo que sí porque las Farc, con el dinero del narcotráfico que tienen, pueden generar un régimen parecido al de Venezuela.
El narcotráfico está en las cúpulas militares venezolanas. Con experiencias como las de Haití y Panamá, ¿habría que darles opciones de salida a los militares venezolanos?
Estoy de acuerdo en declarar una moratoria judicial de diez años. Llega un punto en que hay que tenderle el puente de plata al enemigo para que huya.
La autora es periodista de la Universidad Central de Venezuela. Ha colaborado con diversos medios locales e internacionales.
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Así llegó el comunismo a Venezuela

Así llegó el comunismo a Venezuela

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Por María Angélica Correa
El Tiempo, Bogotá
Para entender el laberinto por el que atraviesa Venezuela es preciso escudriñar las raíces del comunismo sembradas con éxito por Fidel Castro y sus acólitos con el triunfo de la Revolución cubana en 1959. Miles de jóvenes estudiantes corrieron tras los barbudos que bajaron de la Sierra Maestra ofreciéndoles una nueva Cuba. Pero los fusilamientos y cárceles a inocentes provocaron el despertar de muchos, entre ellos un joven de 17 años que pudo captar en pocos meses el horror al que había sometido su país.
Carlos Alberto Montaner fue puesto preso y condenado a 20 años de cárcel. Logró su libertad gracias a la intervención sin ambages de Rómulo Betancourt, presidente de Venezuela, en esos años en que se abría el comunismo para Cuba y Venezuela retomaba el camino la democracia. Escritor, periodista, columnista de decenas de diarios de América Latina, España y Estados Unidos, Montaner ha seguido desde entonces el quehacer de los Castro.

Friday, December 9, 2016

¿Qué le espera a Cuba tras la muerte de Fidel Castro? BY: VANESA VALLEJO

l pasado 25 de noviembre falleció Fidel Castro. Mientras algunos celebraron la muerte del dictador, otros salieron a defender un supuesto legado admirable. Lo cierto es que, tanto en quienes lo defienden como en quienes repudiamos su actuar, la muerte de Castro deja incertidumbre sobre el futuro de la isla.
¿La muerte del dictador significa el fin de la dictadura? ¿Toda la maquinaria ideológica y coercitiva que dejó Fidel, resistirá su muerte? Son algunas de las preguntas que analizaremos en nuestro podcast de hoy.


La relación de Cuba con Venezuela, país que ahora se encuentra en crisis. Las declaraciones de Donald Trump, presidente electo de los Estados Unidos, quien ha asegurado en varias ocasiones que está dispuesto a colaborar para derrotar tiranías como la de Venezuela y Cuba. Así como la importancia de la maquinaria ideológica desarrollada por los Castro, que es hoy tal vez su mayor producto de exportación, son factores a considerar a la hora de analizar el posible escenario que se viene para la isla.
Con nuestro invitado de hoy, Alejandro Chafuen, presidente de Atlas Network, damos una mirada al legado del dictador y hacemos un análisis de los posible escenarios que podrían enfrentar los cubanos
Para disfrutar de más entrevistas y discusiones de nuestro podcast, suscríbase en nuestra página de Soundcloud y visite nuestro portal web en español e inglés. Además, puede seguirnos en nuestro canal de Youtube.
Fidel Cuba
La esperanza de que Cuba, después de la muerte de Fidel Castro, tome el camino de la libertad, sigue viva (Telemundo)

¿Qué le espera a Cuba tras la muerte de Fidel Castro? BY: VANESA VALLEJO

l pasado 25 de noviembre falleció Fidel Castro. Mientras algunos celebraron la muerte del dictador, otros salieron a defender un supuesto legado admirable. Lo cierto es que, tanto en quienes lo defienden como en quienes repudiamos su actuar, la muerte de Castro deja incertidumbre sobre el futuro de la isla.
¿La muerte del dictador significa el fin de la dictadura? ¿Toda la maquinaria ideológica y coercitiva que dejó Fidel, resistirá su muerte? Son algunas de las preguntas que analizaremos en nuestro podcast de hoy.

Sunday, November 27, 2016

Socialismo es pobreza: así viven los cubanos bajo el comunismo de los Castro

Tras medio siglo de dictadura, el sueldo medio de los cubanos es de 22 dólares al mes. Un televisor equivale a 16 meses de salario.

Imagen de un comercio cubano, con una foto de Fidel Castro. | Corbis
Libre Mercado 
Tras 57 años de socialismo real bajo el régimen comunista de los Castro, Cuba es uno de los países más pobres del mundo. En 1959, la isla caribeña era tan rica como Singapur, pero, desde entonces, la renta per cápita de ambos ha mostrado una evolución diametralmente opuesta después de adoptar dos modelos económicos muy diferentes: capitalismo y comunismo.
Asimismo, cabe recordar que tras la revolución cubana, el país ha perdido casi el 10% de su población debido a la emigración masiva -más de un millón de emigrantes-, especialmente, hacia el muy capitalista EEUU.



Pero, ¿cómo vive realmente la población que todavía permanece en la isla?, ¿cuáles son sus condiciones de vida? Tal y como explica el economista Juan Ramón Rallo, los cubanos disfrutan de un salario medio de 584 pesos al mes, según los datos oficiales del propio régimen correspondientes a 2014.
Los sueldos más bajos se dan en la industria hotelera (377 pesos) y los más elevados en la industria azucarera (963 pesos cubanos). Los salarios del sector educativo son inferiores a la media (527 pesos cubanos) y los del sector sanitario (712 pesos cubanos), superiores.
Ahora bien, ¿a cuánto equivalen los pesos cubanos? El tipo de cambio es de 26,5 pesos por dólar. Es decir, el sueldo medio de los cubanos equivale a 22 dólares al mes. La misera es, pues evidente. Pese a ello, cabría pensar que, quizás, se trata de un nivel aceptable, puesto que el Estado se encarga de cubrir convenientemente todas y cada una de las necesidades de la población y, además, fija los precios de todos y cada uno de los productos y servicios en la isla.
¿Cuáles son los precios de los productos básicos en Cuba? Las resoluciones del Ministerio de Comercio Interior o del Ministerio de Finanzas y Precios tienen la respuesta: el precio de un barra de pan equivale a 6,25 pesos; una docena de huevos asciende a 13,2 pesos; un kilo de leche en polvo cuesta 175 pesos; una lata de puré de tomate 8,1 pesos; un kilo de pechuga de pollo, 119,25 pesos; y un litro de yogur natural, 29,15 pesos.
Así pues, el salario medio de un cubano le permite adquirir cada mes 20 barras de pan, tres docenas de huevos, un kilo de leche en polvo, diez latas de puré de tomate, un kilo de pollo y un litro de yogur natural. "Prosperidad en estado puro", enfatiza Rallo.
Si, además, se extiende el análisis a otros productos y servicios no considerados esenciales por el régimen, la absoluta situación de pobreza que padecen los cubanos es todavía más palpable, si cabe: una caja de cerillas cuesta 1 peso; 1 SMS interno asciende a 2,3; una hora de Internet a 40 pesos; una jabonera con asa blanca, 75; crema dental, 4 pesos; tambor de detergente de 2,5 kilos, 119 pesos; una radio, 321 pesos; y un televisor de 29 pulgadas, 9.275 pesos...
Dicho de otro modo, en Cuba una televisión cuesta 16 meses de trabajo, mientras que un paquete de detergente consume el 20% del sueldo, por poner tan sólo dos ejemplos prácticos.

Esclavismo en Cuba

Otro dato poco conocido es que el régimen castrista, hambriento de divisas para poder mantenerse a flote tras la debacle económica de Venezuela -su principal socio y aliado en la región, se está abriendo poco a poco a la llegada de nuevo capital foráneo, con EEUU a la cabeza, pero se quedará con la inmensa mayoría de los sueldos que las empresas extranjeras pagarán a los cubanos.
En concreto, por cada dólar que las compañías foráneas paguen a los trabajadores cubanos, el Estado sólo les devolverá 7,5 céntimos. Es decir, los Castro se embolsarán más del 90% del sueldo de dichos trabajadores, lo cual, en la práctica, equivale a una auténtica situación de esclavismo

"Socialismo es pobreza"

En suma, "las condiciones de vida en Cuba son totalmente míseras: y no, como suele afirmarse, por el embargo estadounidense, sino porque el socialismo genera pobreza", aclara Rallo.
El embargo no impide a Cuba comerciar con empresas sin vínculos comerciales con EEUU: de hecho, las importaciones cubanas ascendieron en 2013 a 6.720 millones de dólares (el 8,7 por ciento de su PIB).
Si Cuba no importa más es porque no exporta más (para importar hay que exportar) y no exporta más porque su capacidad productiva bajo el socialismo es totalmente deficiente: salvo excepciones, las mercancías producidas en Cuba son incapaces de competir en calidad y precio en los mercados occidentales. No, Cuba es pobre porque es socialista. Y el socialismo es pobreza.
- Seguir leyendo: http://www.libremercado.com/2016-03-24/socialismo-es-pobreza-asi-viven-los-cubanos-bajo-el-comunismo-de-los-castro-1276570458/

Socialismo es pobreza: así viven los cubanos bajo el comunismo de los Castro

Tras medio siglo de dictadura, el sueldo medio de los cubanos es de 22 dólares al mes. Un televisor equivale a 16 meses de salario.

Imagen de un comercio cubano, con una foto de Fidel Castro. | Corbis
Libre Mercado 
Tras 57 años de socialismo real bajo el régimen comunista de los Castro, Cuba es uno de los países más pobres del mundo. En 1959, la isla caribeña era tan rica como Singapur, pero, desde entonces, la renta per cápita de ambos ha mostrado una evolución diametralmente opuesta después de adoptar dos modelos económicos muy diferentes: capitalismo y comunismo.
Asimismo, cabe recordar que tras la revolución cubana, el país ha perdido casi el 10% de su población debido a la emigración masiva -más de un millón de emigrantes-, especialmente, hacia el muy capitalista EEUU.


Saturday, October 1, 2016

Colombia y su atroz futuro

Colombia
El gobierno de Bogotá y los narcoguerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, las tristemente célebres FARC, han llegado a un acuerdo de paz tras 52 años de violenta insurgencia por parte de este brazo armado del Partido Comunista.
Hay otras guerrillas igualmente comunistas, como el Ejército de Liberación Nacional o ELN, auspiciadas por Cuba en los años sesenta, pero las más fuertes y destructivas han sido las de las FARC.
Las FARC creían en el marxismo-leninismo y trataron denodadamente de construir en el país una sociedad semejante a la cubana o a la soviética, comenzando su labor de demolición de la democracia liberal en medio de la Guerra Fría.


Debo aclarar para los colombianos, y acaso para los que no lo son, que la expresión democracia liberal nada tiene que ver con el partido que lleva esa palabra en el nombre, sino con un modelo político que incluye el pluripartidismo, la alternancia en el gobierno, el respeto por las libertades y los derechos humanos, incluida la propiedad privada, la separación de poderes, la transparencia en los actos de gobierno y la existencia de un mercado abierto en el que las personas y las empresas realicen sus transacciones económicas. Es decir, el Estado que los comunistas califican de burgués y que las FARC se empeñaron en destruir.
Para lograr ese objetivo, y como una forma de aterrorizar a la población, las FARC asaltaron, secuestraron y vendieron rehenes, o los asesinaron, violaron muchachas campesinas, convirtieron por la fuerza a niños en guerrilleros, obligándolos a matar, colocaron bombas en lugares públicos y cometieron toda clase de crímenes atroces, incluyendo el cultivo, venta y exportación de cocaína, hasta convertirse en uno de los cárteles más poderosos del mundo. Exportaban la droga, fundamentalmente hacia territorio de Estados Unidos, el más odiado de los enemigos.
Obviamente, con ese sanguinario prontuario delictivo las FARC no podían evitar que la justicia persiguiera y castigara severamente a sus miembros de acuerdo con la Constitución, las leyes y el Código Penal colombianos. De manera que en las conversaciones de paz suspendieron el Estado de Derecho aprobado por el país anteriormente y se acogieron a una justicia provisional transitoria que garantizara a los insurgentes penas muy leves o impunidad, y hasta costosísimos recursos económicos, para incorporarse a otro género de vida.
En todo momento en las conversaciones estuvo presente un último chantaje: si no se pactaba lo que convenía a los delincuentes, estos seguirían matando, violando y traficando con drogas, como habían hecho hasta entonces.
El Estado, que representaba a 45 millones de colombianos, aceptó las humillantes condiciones de las FARC, apenas siete mil guerrilleros, y firmó un acuerdo con los cabecillas, liderados por un truculento señor que se hace llamar Timochenko.
Los pactos, como se sabe, deberán ser legitimados por los electores colombianos en un plebiscito que se puede ganar con sólo el 13% de los sufragios, una cantidad mínima de votos. Algo muy peligroso, dado que afectará a la nación por varias generaciones. Esto sucederá el 2 de octubre próximo.
¿Qué pasará a partir de ese momento? Esa es la pregunta que se debieron hacer el presidente Juan Manuel Santos y los miembros del gobierno que sirvieron como negociadores.
Esa es la pregunta que se hubiera hecho un verdadero estadista y no un político convencional preocupado por los efectos inmediatos de la maniobra.
Quizás la gran diferencia entre un estadista y un político convencional sea ésa: los estadistas se basan en principios y en una visión del Estado que los lleva a ponderar sus acciones a largo plazo. Saben que los actos que hoy parecen útiles y buenos en el futuro pueden convertirse en errores tremendos que afecten negativamente a la sociedad.
Tan importante como exigir a los narcoguerrilleros de las FARC que dejaran sus armas era que abandonaran expresamente su pretensión de destruir el modelo de Estado que los colombianos han escogido libremente para vivir.
¿Qué pasará a partir del momento en que la mayoría de los electores, ingenuamente, apoyen los acuerdos firmados en La Habana?
Pasará que las FARC comenzarán a utilizar la estrategia chavista.
Ocurrirá que las FARC se insertarán en la vida política del país y comenzarán a desmontar la democracia, como hicieron en Cuba y en Venezuela, porque han renunciado a la guerra armada, pero no a establecer un régimen comunista, sencillamente porque son el brazo armado de un partido marxista-leninista que cree en unas supersticiones que les llevó a cometer toda clase de crímenes durante más de medio sigo.
A Colombia le espera un futuro atroz, infinitamente peor y más negro que este presente incómodo y, a veces, sangriento que hoy padece. Será la consecuencia de no tener un verdadero estadista en el Palacio de Nariño.

Colombia y su atroz futuro

Colombia
El gobierno de Bogotá y los narcoguerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, las tristemente célebres FARC, han llegado a un acuerdo de paz tras 52 años de violenta insurgencia por parte de este brazo armado del Partido Comunista.
Hay otras guerrillas igualmente comunistas, como el Ejército de Liberación Nacional o ELN, auspiciadas por Cuba en los años sesenta, pero las más fuertes y destructivas han sido las de las FARC.
Las FARC creían en el marxismo-leninismo y trataron denodadamente de construir en el país una sociedad semejante a la cubana o a la soviética, comenzando su labor de demolición de la democracia liberal en medio de la Guerra Fría.

Tuesday, September 20, 2016

El totalitarismo criminal del comunismo y la revolución de 1534

By: Guillermo Rodríguez González - 

(Flickr) totalitarismo
La agitación revolucionaria de grupos heréticos con líderes carismáticos que se declaraban profetas del segundo advenimiento de Cristo no era novedad en el siglo XVI. (Flickr)
Sí, el socialismo revolucionario prometió el paraíso y materializó el infierno en la tierra siglos antes de Marx, Lenin, Stalin y Mao, pues la revolución anabaptista de Münster fue el primer experimento socialista revolucionario que alcanzó el poder e intentó imponer el totalitarismo comunista por medios y con resultados que prefiguraron en el siglo XVI a los peores totalitarismos del siglo XX. Poco más prolongado pero mucho más profundo que la efímera comuna de París, pasó velozmente por todas las etapas y presentó todos los vicios de los totalitarismo revolucionarios socialistas contemporáneos, junto con algunos peculiares de los milenarismos de entonces.



La agitación revolucionaria de grupos heréticos con líderes carismáticos que se declaraban profetas del segundo advenimiento de Cristo no era novedad en el siglo XVI, tampoco que del ideal de comunidad de bienes voluntaria de los primeros cristianos dedujeran la incautación y redistribución por la fuerza revolucionaria de los bienes y la mujeres, ni que se proclamase que el pecado y el crimen no eran tales si se hacían para traer “el Reino de Dios” por la acción revolucionaria.
De eso se había visto suficiente, especialmente en los principados del Sacro Imperio, pero la gran novedad fue la exitosa reforma protestante de Calvino y Lutero, que en su cisma triunfante recogió y fortaleció involuntariamente la tradición del comunismo milenarista como un extremismo peligroso dentro de las filas de la Reforma.
Y en ese agitado mundo en que la Reforma se imponía abriendo involuntariamente el campo al resurgimiento del milenarismo comunista cristiano, en el año de 1532 ya había sido Münster reconocida como ciudad luterana autónoma por su católico señor obispo, y estaba abarrotada de refugiados anabaptistas seguidores en su mayoría del autoproclamado profeta Hoffman, que predecía el segundo advenimiento para 1533.
Encarcelado su profeta sin que llegara segundo advenimiento alguno, los anabaptistas de Münster adoptarían en 1533 el revolucionario post-milenarismo para pretender establecer por sí mismos el reino de Dios en la tierra mediante las armas.
En nombre del profeta revolucionario pos-milenarista Jan Mattys, Jan Bockelson, y el jefe de los gremios Bernt Knipperdollink, encabezaron la exitosa conspiración para la toma anabaptista del Ayuntamiento en febrero de 1534, y al triunfal arribo de Mattys al territorio liberado se estableció el gobierno revolucionario anabaptista que expulsó a católicos y luteranos de la ciudad.
Luego de incautarles propiedades, alimentos y vestidos, se rebautizó por la fuerza a todos los que permanecieron en la ciudad ejecutando inmediatamente sin juicio alguno a quien ofreciera cualquier resistencia u objetara cualquier acción del gobierno revolucionario.
El gobierno anabaptista repartía buena parte del producto de las confiscaciones entre los pobres según sus necesidades, inmediatamente antes de prohibir el dinero, confiscar todo el oro y establecer el trabajo obligatorio para toda la población. Prohibieron todos los libros, excepto la Biblia, y quemaron en una misma pira todos los textos de la biblioteca de la Catedral, toda biblioteca privada en poder de las autoridades y todos los libros incautados a particulares.
Matthys murió en una salida que indicó le fue ordenada por Dios contra las tropas del obispo, y Bockelson asumió el poder. Fue proclamado rey del mundo en 1534; prohibió las reuniones y separó la ciudad en doce secciones al mando de 12 duques, estableciendo la pena de muerte por trasladarse fuera de la sección de residencia.
En menos de un año, quienes proclamaban la comunidad de bienes, condenaban el lujo y prometían la más completa igualdad material. Como antesala revolucionaria del reino de Dios en la tierra, se otorgaban títulos de nobleza, y disfrutaban del más ostentoso lujo en medio de la hambruna, al tiempo que decretaban la poligamia con condena de muerte para las mujeres que rechazaran las esposas adicionales concedidas a sus maridos o se negaran a casarse por orden de los líderes de la revolución.
La peculiaridad de la poligamia se inspiró en el Antiguo Testamento porque la teoría revolucionaria se justificaba en la profecía del segundo advenimiento y el establecimiento del un reino comunista de 1000 años por Cristo en la tierra tras la épica batalla con las fuerzas del mal, que en la visión de estos revolucionarios eran todos los que tuvieran propiedad alguna.
Lo terrible y extraordinario de la herejía anabaptista es que con la terminología religiosa de su siglo, antecede al marxismo en ideas sobre alienación, explotación, lucha de clases, fin de la historia y acción revolucionaria feroz como catalizador necesario que creará al hombre nuevo en la sociedad perfecta de iguales liberados de pecado con plenitud material en la producción centralmente planificada sin dinero.
Antecede al leninismo en la organización sectaria de revolucionarios profesionales férreamente disciplinados en torno a un líder carismático y una teoría dogmática, comprometidos a vivir y morir por y para la revolución y dispuestos a cualquier crimen para alcanzar el poder y avanzar hacia el comunismo, y a la Teología de la Liberación en la interpretación comunista e inmanentista de la redención como acción revolucionaria por medio del constructivismo social tan dogmático como empobrecedor y eventualmente catastrófico.
Rodeados por tropas superiores y tras confiscar los últimos alimentos y sacrificar los caballos empezó la previsible hambruna. A pesar de las frecuentes ejecuciones un par de evadidos del primer Estado socialista revolucionario entregaron a los sitiadores la información necesaria de las condiciones internas de las defensas para un asalto exitoso y el 24 de junio de 1535, con la toma de la ciudad, se negó la previa promesa de amnistía a quienes se rindieron.
El rey del mundo, cargado de cadenas, fue torturado hasta la muerte y su cadáver acompañó al de sus más cercanos seguidores en jaulas que colgaron de la torre de la catedral durante 50 años. Retirados los restos, todavía cuelgan de la torre sus jaulas.

El totalitarismo criminal del comunismo y la revolución de 1534

By: Guillermo Rodríguez González - 

(Flickr) totalitarismo
La agitación revolucionaria de grupos heréticos con líderes carismáticos que se declaraban profetas del segundo advenimiento de Cristo no era novedad en el siglo XVI. (Flickr)
Sí, el socialismo revolucionario prometió el paraíso y materializó el infierno en la tierra siglos antes de Marx, Lenin, Stalin y Mao, pues la revolución anabaptista de Münster fue el primer experimento socialista revolucionario que alcanzó el poder e intentó imponer el totalitarismo comunista por medios y con resultados que prefiguraron en el siglo XVI a los peores totalitarismos del siglo XX. Poco más prolongado pero mucho más profundo que la efímera comuna de París, pasó velozmente por todas las etapas y presentó todos los vicios de los totalitarismo revolucionarios socialistas contemporáneos, junto con algunos peculiares de los milenarismos de entonces.


Wednesday, August 24, 2016

Venezuela: Trabajo forzoso y esclavitud

Nicolás Maduro
Si hay algo innegable en el desastre socialista de Venezuela es su previsibilidad. El régimen bolivariano de Maduro está siguiendo a la perfección el manual del suicidio económico: Primero, hacer frente a una crisis económica con inflación, esto es, tratando de ocultar el empobrecimiento real que está sufriendo una sociedad imprimiendo nueva moneda y reinflando las rentas nominales de trabajadores y receptores de gasto público. Segundo, hacer frente a la inflación con controles de precios, esto es, tratando de ocultar que un aumento nominal de rentas seguido de un incremento sobreproporcional de los precios supone igualmente un empobrecimiento real de los ciudadanos. Tercero, hacer frente al desabastecimiento general de mercancías y a la descoordinación productiva derivada del control de precios mediante la planificación estatal, esto es, dando a entender que el completo desmoronamiento de la economía es consecuencia de ineficiencias del mercado, de empresarios saboteadores, de especuladores sin escrúpulos y de bloqueos internacionales.



Pero no, el colapso de la economía venezolana es esencialmente consecuencia de las pésimas políticas aplicadas durante más de quince años: primero, al reforzar su absoluta dependencia del petróleo, especialmente en la rúbrica de los ingresos de un Estado sobredimensionado; después, al querer contrarrestar los problemas vinculados al abaratamiento del petróleo con el desnortado dirigismo arriba descrito. Y es que, una vez implantado el control de precios en una economía, la coordinación descentralizada lograda por el mercado desaparece.
Imaginen que, por alguna razón, la oferta de pan se viene abajo dentro de una economía y que ello motiva un incremento de su precio desde un euro a tres euros. Ese aumento de precios sólo refleja que la oferta es insuficiente para hacer frente a toda la demanda y, en la medida en que se trate de un aumento más o menos duradero, también refleja que no es sencillo volver a incrementar esa oferta a corto plazo (si lo fuera, mucha gente aprovecharía los altos precios del pan para fabricarlo y venderlo en grandes cantidades). Si, en ese contexto, el gobierno decreta que el precio del pan debe seguir siendo de un euro y no de tres, ¿cuáles serán las consecuencias?
La primera y más inmediata es que no habrá pan suficiente para todos los que quieran pagar su precio: por consiguiente, habrá que racionarlo de alguna forma (vía cartillas de racionamiento, por ejemplo). La segunda, y más a medio plazo, es que dejará de ser rentable producir pan: si, tras las dificultades en la oferta, sólo es rentable vender pan a tres euros, prohibir que se venda a más de un euro sólo llevará a que deje de producirse por completo; es decir, la disponibilidad del pan se reducirá aún más de lo que ya lo estaba. En tal caso, sólo restarán dos posibilidades: o levantar el control de precios —para que vuelva a ser rentable fabricar pan— u organizar coactivamente a los factores productivos — esto es, ordenar policialmente a los empresarios y a los trabajadores que produzcan pan aunque no sea rentable.
Maduro, cómo no, ha optado tercamente, a saber, por mantener el control de precios y dirigir militarmente a empresarios y trabajadores. Así, el presidente venezolano Nicolás Maduro acaba de ordenar a todas las empresas del país que pongan a disposición del Estado a sus empleados para que éstos, obligatoriamente, trabajen en el campo y contribuyan a contrarrestar la crisis alimentaria que vive el país. Trabajos forzosos para el Estado con la excusa de una crisis alimentaria perpetrada por el propio Estado. Y es que, como hemos visto, no estamos ante una crisis alimentaria fruto de desventuras naturales: estamos ante un sabotaje alimentario provocado por la política antieconómica del gobierno bolivariano. En circunstancias normales, el aumento del precio de los alimentos señalizaría e incentivaría que trabajo y capital se trasladaran al agro: pero, como el control estatal de precios sobre los bienes de primera necesidad ha llevado a que deje de ser rentable producirlos o importarlos, sólo queda coaccionarlos para que en contra de su voluntad se concentren en la agricultura. Nada de cooperación voluntaria: sometimiento al mismo dirigismo estatal que ha aniquilado esa cooperación voluntaria.
En suma, Venezuela avanza aceleradamente hacia el socialismo de guerra: conforme Maduro y sus secuaces han ido destruyendo la coordinación económica voluntaria propia de los mercados, sólo queda que el Estado marque las prioridades productivas ordenando a cada persona a qué debe dedicarse. Esto es, sólo queda restablecer la esclavitud.

Venezuela: Trabajo forzoso y esclavitud

Nicolás Maduro
Si hay algo innegable en el desastre socialista de Venezuela es su previsibilidad. El régimen bolivariano de Maduro está siguiendo a la perfección el manual del suicidio económico: Primero, hacer frente a una crisis económica con inflación, esto es, tratando de ocultar el empobrecimiento real que está sufriendo una sociedad imprimiendo nueva moneda y reinflando las rentas nominales de trabajadores y receptores de gasto público. Segundo, hacer frente a la inflación con controles de precios, esto es, tratando de ocultar que un aumento nominal de rentas seguido de un incremento sobreproporcional de los precios supone igualmente un empobrecimiento real de los ciudadanos. Tercero, hacer frente al desabastecimiento general de mercancías y a la descoordinación productiva derivada del control de precios mediante la planificación estatal, esto es, dando a entender que el completo desmoronamiento de la economía es consecuencia de ineficiencias del mercado, de empresarios saboteadores, de especuladores sin escrúpulos y de bloqueos internacionales.


Tuesday, August 9, 2016

Socialismo y comunismo


marx2 
[Extraído de Caos planificado]
En la terminología de Marx y Engels, las palabras comunismo y socialismo son sinónimas. Se aplican alternativamente sin ninguna distinción entre ellas. Los mismo vale para la práctica totalidad de los grupos y sectas marxistas hasta 1917. Los partidos políticos del marxismo que consideraban al Manifiesto comunista como el evangelio inalterable de su doctrina se llamaban a sí mismos partidos socialistas. El más influyente y numeroso de estos partidos, el alemán, adoptó el nombre de Partido Social Demócrata. En Italia, en Francia y en todos los demás países en que los partidos marxistas ya desempeñaban un papel en la vida política antes de 1917, el término socialista igualmente desbancaba al término comunista. Ningún marxista antes de 917 se habría atrevido a distinguir entre comunismo y socialismo.
En 1875, en su Crítica del Programa de Gotha del Partido Social Demócrata Alemán, Marx distinguía entre una fase inferior (anterior) y una fase superior (posterior) de la futura sociedad comunista. Pero no reservaba la palabra comunismo para la fase superior y no llamaba a la fase inferior socialismo como algo diferenciado del comunismo.



Uno de los dogmas fundamentales de Marx es que el socialismo estaba condenado a llegar “con la inexorabilidad de una ley de la naturaleza”. La producción capitalista engendra su propia negación y establece el sistema socialista de propiedad pública de los medios de producción. Este proceso “se ejecuta mediante la operación de las leyes inherentes de la producción capitalista”.[1] Es independiente de la voluntad de la gente.[2] Es imposible que los hombres lo aceleren, lo retrasen o lo obstaculicen. Pues “ningún sistema social desaparece nunca antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas para cuyo desarrollo de las cuales sea lo bastante amplio y los nuevos métodos superiores de producción nunca aparecen antes de que se hayan nacido las condiciones materiales de su existencia en el seno de la sociedad anterior”.[3]
Por supuesto, esta doctrina es irreconciliable con las propias doctrinas políticas de Marx y con las enseñanzas de usaba para justificar estas actividades. Marx trató de organizar un partido político que por medio de la revolución y la guerra civil debería lograr la transición del capitalismo al socialismo. Lo característico de sus partidos era, a los ojos de Marx y los doctrinarios marxista, que eran partidos revolucionario invariablemente comprometidos con la idea de la acción violenta. Su objetivo era alzarse en rebelión, establecer la dictadura del proletariado y exterminar sin piedad a todos los burgueses. Los hechos de la Comuna de París en 1871 eran considerados como el modelo perfecto de dicha guerra civil. Por supuesto, la revuelta de París había fracasado lamentablemente. Pero se esperaba que alzamientos posterior tuvieran éxito.[4]
Sin embargo las tácticas aplicadas por los partidos marxistas en diversos países europeos se oponían irreconciliablemente c cada una de estas dos variedades contradictorias de las enseñanzas de Karl Marx. No confiaban en la inevitabilidad de la llegada del socialismo. Tampoco confiaban en el éxito de un levantamiento revolucionario. Adoptaron los métodos de la acción parlamentaria. Pedían votos en las campañas electorales y enviaban a sus delegados a los parlamentos. “Degeneraron” en partidos democráticos. En los parlamentos se comportaban como los demás partidos de la oposición. En algunos países entraban en alianzas temporales con otros partidos y ocasionalmente miembros socialistas formaban parte de gabinetes. Posteriormente, después de acabar la Primera Guerra Mundial, los partidos socialistas se convirtieron en mayoritarios en muchos parlamentos. En algunos países gobernaron en solitario, en otros cooperando de cerca con partidos “burgueses”.
Es verdad que estos socialistas domesticados antes de 1917 nunca abandonaron la retórica de los principios rígidos del marxismo ortodoxo. Repetían una y otra vez que la llegada del socialismo es inevitable. Destacaban el carácter inherentemente revolucionario de sus partidos. Nada podía provocar más su ira que cuando alguien se atrevía a discutir su firme espíritu revolucionario. Sin embargo, en realidad eran partidos parlamentarios como todos los demás partidos.
Desde un punto de vista marxista correcto, como se expresa en los últimos escritos de Marx y Engels (pero no aún en el Manifiesto Comunista), todas las medidas pensadas para restringir, regular y mejorar el capitalismo eran simplemente tonterías “pequeño burguesas” que derivan de la ignorancia de las leyes inmanentes de la evolución capitalista. Los verdaderos socialistas no deberían poner ningún obstáculo en el camino de la evolución capitalista. Pues solo la completa madurez del capitalismo podría engendrar el socialismo. No solo es vano, sino dañino para los intereses de los proletarios recurrir a esas medidas. Ni siquiera el sindicalismo laboral es un medio adecuado para la mejora de las condiciones de los trabajadores.[5] Marx no creía que el intervencionismo pudiera beneficiar a las masas. Rechazaba violentamente la idea de que medidas como salarios mínimos, precios máximos, restricciones en los tipos de interés, seguridad social y otras fueran pasos preliminares en la llegada del socialismo. Apuntaba a la abolición radical del sistema de salarios que solo podía conseguirse en el comunismo en su fase superior. Habría ridiculizado con sarcasmo la idea de abolir el “carácter de producto” de la mano de obra dentro del marco de la sociedad capitalista mediante la aplicación de una ley.
Pero los partidos socialistas tal y como operaban en los países europeos no estaban en la práctica menos comprometidos con el intervencionismo que la Sozialpolitik de la Alemania del káiser y el New Deal estadounidense. Fue contra esta política contra la que dirigieron sus ataques George Sorel y el sindicalismo. Sorel, un intelectual tímido con trasfondo burgués, deploraba la “degeneración de los partidos socialistas por lo que consideraba una penetración de intelectuales burgueses. Quería ver el espíritu de agresividad despiadada, propio de las masas, reavivado y libre de la custodia de los cobardes intelectuales. Para Sorel nada importaba salvo los disturbios. Defendía la action directe, es decir, el sabotaje y la huelga general, como pasos iniciales hacia la gran revolución final.
Sorel tuvo éxito principalmente entre intelectuales snobs y ociosos y no menos snobs y ociosos herederos de empresarios ricos. No movió de forma perceptible a las masas. Para los partidos marxistas en Europa occidental y central, su crítica apasionada era poco más que una molestia. Su importancia histórica consistió principalmente en el papel que desempeñaron sus ideas en la evolución del bolchevismo ruso y el fascismo italiano.
Para entender la mentalidad de los bolcheviques debemos referirnos de nuevo a los dogmas de Karl Marx. Marx estaba completamente convencido de que el capitalismo es una etapa de la historia económica que no se limita solo a unos pocos países avanzados. El capitalismo tiene la tendencia a convertir todas las partes del mundo en países capitalistas. La burguesía obliga a todas las naciones a convertirse en naciones capitalistas. Cuando suene la hora final del capitalismo, todo el mundo estará uniformemente en la etapa de capitalismo maduro, listo para la transición al socialismo. El socialismo aparecería al mismo tiempo en todas las partes del mundo.
Marx se equivocaba en este punto no menos que todas sus demás declaraciones. Hoy ni siquiera los marxistas pueden negar ni niegan que aún prevalezcan enormes diferencias en el desarrollo del capitalismo en diversos países. Aprecian que hay muchos países que, desde el punto de vista de la interpretación marxista de la historia, deben describirse como precapitalistas. En estos países la burguesía aún no ha conseguido un puesto gobernante y no ha establecido aún el escenario histórico del capitalismo que es el necesario requisito previo de la aparición del socialismo. Por tanto, estos países deben realizar antes su “revolución burguesa” y deben pasar por todas las fases del capitalismo antes de que pueda plantearse transformarlos en países socialistas. La única política que podían adoptar los marxistas en esos países sería apoyar incondicionalmente a los burgueses, primero en sus esfuerzos de hacerse con el poder y luego en sus aventuras capitalistas. Un partido marxista podría durante mucho tiempo no tener otra tarea que servir al liberalismo burgués. Esta es la única misión que el materialismo histórico, correctamente aplicado, podría asignar a los marxistas rusos. Estarían obligados a esperar tranquilamente hasta que el capitalismo hiciera a su nación madura para el socialismo.
Pero los marxistas rusos no querían esperar. Recurrieron a una nueva modificación del marxismo según la cual era posible que una nación saltara una de las etapas de la evolución histórica. Cerraron sus ojos al hecho de que la nueva doctrina no era una modificación del marxismo sino más bien la negación de lo único que quedaba de él. Era un retorno indisimulado a las enseñanzas pre-marxistas y anti-marxistas, según las cuales los hombres son libres de adoptar el socialismo en cualquier momento si lo consideran un sistema más beneficioso para la comunidad que el capitalismo. Reventaba completamente todo el misticismo incluido en el materialismo dialéctico y el supuesto descubrimiento marxista de las leyes inexorables de la evolución económica de la humanidad.
Habiéndose emancipado del determinismo marxista, los marxistas rusos era libres de discutir las tácticas más apropiadas para el logro del socialismo en su país. Ya no se preocupaban de problemas económicas. Ya no tenían que investigar si había llegado el momento o no. Solo tenían que cumplir una tarea, apropiarse de las riendas del gobierno.
Un grupo mantenía que el éxito duradero solo podía esperarse si podía conseguirse el apoyo de un número suficiente de gente, aunque no necesariamente la mayoría. Otro grupo no estaba a favor de un procedimiento que hacía perder tanto tiempo. Sugería un golpe de efecto. Podía organizarse un pequeño grupo de fanáticos como la vanguardia de la revolución. La disciplina estricta y la obediencia incondicional al jefe harían que estos revolucionarios profesionales estuvieran listos para un ataque repentino. Deberían suplantar el gobierno zarista y luego gobernar el país de acuerdo con los métodos tradicionales de la policía del zar.
Los términos utilizados para designar estos dos grupos, bolcheviques (mayoría) para lo últimos y mencheviques (minoría) para los primeros, se refieren a un voto realizado en 1903 en una reunión para discutir estos asuntos tácticos. La única diferencia que dividía a estos dos grupos era este método táctico. Ambos estaban de acuerdo con respecto al fin último: el socialismo.
Ambas sectas trataban de justificar sus respectivos puntos de vista citando pasajes de los escritos de Marx y Engels. Por supuesto, esta es la costumbre marxista. Y cada secta estaba en disposición de descubrir en estos libros sagrados frases que confirmaban su propia postura.
Lenin, el jefe bolchevique, conocía a sus compatriotas mucho mejor que sus adversarios y su líder, Plejánov. No cometió, como Plejánov, el error de aplicar a los rusos los patrones de las naciones occidentales. Recordaba cómo mujeres extranjeras había usurpado por dos veces el poder supremo y gobernado tranquilamente durante toda su vida. Conocía el hecho de que los métodos terroristas de la policía secreta del zar tuvieron éxito y confiaba en que podía mejorar considerablemente dichos métodos. Fue un dictador despiadado y sabía que a los rusos les faltaba el valor para resistir la opresión. Como Cromwell, Robespierre y Napoleón, fue un usurpador ambicioso y confiaba completamente en la ausencia de espíritu revolucionario en la inmensa mayoría. La autocracia de los Romanov estaba condenada porque el desgraciado Nicolás II era débil. El abogado socialista Kerensky fracasó porque estaba comprometido con el principio del gobierno parlamentario. Lenin tuvo éxito porque nunca buscó otra cosa que su propia dictadura. Y los rusos anhelaban un dictador un sucesor de Iván el Terrible.
El gobierno de Nicolás II no acabó por un levantamiento revolucionario real. Se desplomó en los campos de batalla. Se generó una anarquía que Kerensky no pudo controlar. Una refriega en las calles de San Petersburgo derrocó a Kerensky. Poco tiempo después Lenin tuvo su 18 de brumario. A pesar de todo el terror practicado por los bolcheviques, la Asamblea Constituyente, elegida por sufragio universal de hombres y mujeres, solo tenía un 20% de miembros bolcheviques. Lenin disolvió la Asamblea Constituyente por la fuerza de las armas. El efímero interludio “liberal” se liquidó. Rusia pasó de las manos de los ineptos Romanov a las de un autócrata real.
Lenin no se contentó con la conquista de Rusia. Estaba completamente convencido de que estaba destinado a llevar el gozo del socialismo a todas las naciones, no solo a Rusia. El nombre oficial que eligió para su gobierno (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) no contiene ninguna referencia a Rusia. Estaba pensado como el núcleo de un gobierno mundial. Era implícito que todos los camaradas extranjeros debían por derecho lealtad a este gobierno y que todos los burgueses extranjeros que se atrevieran a resistirse eran culpables de alta traición y merecían la pena capital. Lenin no dudaba en lo más mínimo que todos los países occidentales estaban en vísperas de la gran revolución final. Esperaba diariamente su estallido.
Había en opinión de Lenin solo un grupo que podía (aunque sin ninguna perspectiva de éxito) tratar de impedir el levantamiento revolucionario: los depravados miembros de la intelectualidad que habían usurpado el liderazgo de los partidos socialistas. Lenin hacía mucho que odiaba a estos hombres por su adicción al procedimiento parlamentario y su reticencia a apoyar sus aspiraciones dictatoriales. Clamaba contra ellos porque los hacía responsables del hecho de que los partidos socialistas habían apoyado los esfuerzos bélicos en sus países. Ya en su exilio suizo, que acabó en 1917, Lenin empezó de dividir a los partidos socialistas europeos. Ahora creaba una nueva Tercera Internacional, que controlaba de la misma forma dictatorial en que dirigía a los bolcheviques rusos. Para este nuevo partido, Lenin escogió el nombre de Partido Comunista. Los comunistas iban a luchar hasta la muerte con los diversos partidos socialistas europeos, esos “traidores sociales” e iban a disponer la liquidación inmediata de la burguesía y apropiarse del poder mediante los trabajadores armados. Lenin no diferenciaba entre socialismo y comunismo como sistemas sociales. El objetivo que buscaba no se llamaba comunismo en oposición al socialismo. El nombre oficial del gobierno soviético es Unión de Repúblicas Socialistas (no Comunistas) Soviéticas. En este sentido, no quería alterar la terminología tradicional que consideraba los términos como sinónimos. Simplemente llamó a sus partidarios, los únicos seguidores sinceros y coherentes de los principios revolucionarios del marxismo ortodoxo, comunistas y a sus métodos tácticos comunismo porque quería distinguirlos de los “mercenarios traidores de los explotadores capitalistas”, los malvados líderes socialdemócratas como Kautsky y Albert Thomas. Estos traidores, destacaba, ansiaban conservar el capitalismo. No eran verdaderos socialistas. Los únicos marxistas genuinos eran los que rechazaban el nombre de socialistas, irremediablemente caídos en desgracia.
Así se creó la distinción entre comunistas y socialistas. Aquellos marxistas que no se sometieron al dictador en Moscú se llamaron a sí mismos socialdemócratas o, abreviado, socialistas. Lo que les caracterizaba era la creencia de que el método más apropiado para llevar a cabo sus planes para establecer el socialismo, el objetivo final común para ellos y los comunistas, era conseguir el apoyo de la mayoría de sus conciudadanos. Abandonaron los lemas revolucionarios y trataron de adoptar métodos democráticos para conseguir el poder. No les preocupaba el problema de si un régimen socialista es compatible o no con la democracia. Pero para alcanzar el socialismo estaban resueltos a aplicar procedimientos democráticos.
Por el contrario los comunistas estaban en los primeros años de la Tercera Internacional firmemente comprometidos con el principio de la revolución y la guerra civil. Solo eran leales a su jefe ruso. Expulsaban de entre sus filas a todo el que fuera sospechoso de sentirse obligado por cualquiera de las leyes de su país. Conspiraban incesantemente y derrochaban sangre en tumultos sin éxito.
Lenin no podía entender por qué los comunistas fracasaban en todas partes fuera de Rusia. No esperaba mucho de los trabajadores estadounidenses. En Estados Unidos, pensaban los comunistas, a los trabajadores les faltaba el espíritu revolucionario porque estaban echados a perder por el bienestar y embargados en el vicio de hacer dinero. Pero Lenin no dudaba de que las masas europeas tenían conciencia de clase y por tanto estaban completamente comprometidas con las ideas revolucionarias. La única razón por la que la revolución no se había llevado a cabo era en su opinión la inadecuación y cobardía de los cargos comunistas. Destituía una y otra vez a sus vicarios y nombraba nuevos hombres. Pero no tenía más éxito.
En los países anglosajones y latinoamericanos, los votantes socialistas confiaban en los métodos democráticos. Aquí el número de personas que buscan seriamente una revolución comunista es muy pequeño. La mayoría de quienes proclaman públicamente su adhesión a los principios del comunismo se sentirían extremadamente infelices si se produjera la revolución y pusiera en peligro sus vidas y propiedades. Si los ejércitos rusos marcharan en sus países o si los comunistas locales tomaran el poder haciéndoles luchar, probablemente se alegren al esperar ser recompensados por su ortodoxia marxista. Pero ellos mismos no ansían laureles revolucionarios.
Es un hecho que en estos treinta años de apasionado activismo pro-soviético ningún país fuera de Rusia se ha hecho comunista por voluntad de sus ciudadanos. Europa Oriental se convirtió al comunismo solo cuando los acuerdos diplomáticos de las potencias políticas internacionales la convirtieron en una esfera de influencia y hegemonía exclusiva de Rusia. Es improbable que Alemania Occidental, Francia, Italia y España adopten el comunismo si Estados Unidos y Gran Bretaña no adoptan una política de absoluto desinterés diplomático. Lo que da fuerza al movimiento comunista en estos y algunos otros países es la creencia de que Rusia está dirigida por un “dinamismo” inquebrantable, mientras que las potencias anglosajonas son indiferentes y no están muy interesadas en su destino.
Marx y los marxistas se equivocaron lamentablemente cuando supusieron que las masas ansiaban un derrocamiento revolucionario del orden “burgués” de la sociedad. Los comunistas militantes solo se encuentran en las filas de quienes viven del comunismo esperan que una revolución avance en sus ambiciones personales.  Las actividades subversivas de estos conspiradores profesionales son peligrosas precisamente debido a la ingenuidad de quienes solo están flirteando con la idea revolucionaria. Esos simpatizantes confusos y equivocados que se llaman “liberales” a sí mismos y a quienes los comunistas llaman “tontos útiles”, compañeros de viaje e incluso la mayoría de los miembros oficialmente registrados del partido, estarían terriblemente asustados si descubrieran un día que sus jefes quieren decir negocios cuando predican la sedición. Pero entonces puede ser demasiado tarde para evitar el desastre.
Por ahora, el ominoso peligro de los partidos comunistas en Occidente reside en su postura en asuntos exteriores. La nota distintiva de todos los partidos comunistas actuales es su devoción por la agresiva política exterior de los soviéticos. Siempre que deben elegir entre Rusia y su propio país, no dudan en preferir a Rusia. Su principio es: Con razón o sin ella, mi Rusia. Obedecen estrictamente a todas las órdenes dictadas desde Moscú. Cuando Rusia era un aliado de Hitler, los comunistas franceses saboteaban el esfuerzo de guerra de su propio país y los comunistas estadounidenses se oponían apasionadamente a los planes del presidente Roosevelt de ayudar a Inglaterra y Francia en su lucha contra los nazis. Todos los comunistas del mundo calificaban a todos los que se defendían contra los invasores alemanes como “belicistas imperialistas”. Pero tan pronto como Hitler atacó Rusia, la guerra imperialista de los capitalistas pasó de la noche a la mañana a ser una guerra justa de defensa. Siempre que Stalin conquista un país más, los comunistas justifican esta agresión como un acto de autodefensa contra “fascistas”.
En su ciega adoración de todo lo que es ruso, los comunistas de Europa occidental y Estados Unidos sobrepasan con mucho los peores excesos cometidos por los chauvinistas. Se extasían con las películas rusas, la música rusa y los supuestos descubrimientos de la ciencia rusa. Hablan con euforia de los logros económicos de los soviéticos. Atribuyen la victoria de la ONU a los hechos de fuerzas armadas rusas. Rusia, dicen, ha salvado al mundo de la amenaza fascista. Rusia es el único país libre, mientras que todas las demás naciones están sometidas a la dictadura de los capitalistas. Solo los rusos son felices y disfrutan de la dicha de vivir una vida completa: en los países capitalistas, la inmensa mayoría sufren frustraciones y deseos insatisfechos. Igual que el musulmán piadoso anhela peregrinar a la tumba del Profeta en La Meca, el intelectual comunista  anhela una peregrinación a los sagrados santuarios de Moscú como el acontecimiento de su vida.
Sin embargo, la distinción en el uso de los términos comunista y socialista no afectaba al significado de los términos comunismo y socialismo aplicados al objetivo final de las políticas comunes a ambos. Fue solo en 1928 cuando el programa de la Internacional Comunista, adoptado por el sexto congreso en Moscú,[6] empezó a diferenciar entre comunismo y socialismo (y no solamente entre comunistas y socialistas).
De acuerdo con esta nueva doctrina, hay, en la evolución económica de la humanidad, entre la etapa histórica del capitalismo y la del comunismo, una tercera etapa, que es la del socialismo. El socialismo es un sistema social basado en el control público de los medios de producción y la dirección completa de todos los procesos de producción y distribución por una autoridad panificadora centralizada. En este aspecto, es igual que el comunismo. Pero difiere del comunismo en la medida en que no hay igualdad en las porciones asignadas de cada individuo para su propio consumo. Siguen pagándose salarios a los camaradas y estos niveles salariales se gradúan de acuerdo con el interés económico que la autoridad central considere necesario para garantizar la mayor producción de productos. Lo que Stalin llama socialismo se corresponde en buena medida con lo que Marx llamaba la “fase temprana” del comunismo. Stalin reserva el término comunismo exclusivamente para lo que Marx llamaba la “fase superior” del comunismo. El socialismo, en el sentido en que Stalin ha utilizado últimamente el término, se mueve hacia el comunismo, pero en sí mismo no es aún comunismo. El socialismo se convertirá en comunismo tan pronto como el aumento en la riqueza que cabe esperar del funcionamiento de los métodos socialistas de producción haya aumentado el nivel más bajo de vida en las masas rusas al nivel superior del que disfrutan los distinguidos poseedores de cargos importantes en la Rusia actual.[7]
El carácter justificativo de esta nueva práctica terminológica es evidente. Stalin encuentra necesario explicar a la gran mayoría sus súbditos por qué su nivel de vida es extremadamente bajo, mucho más bajo que el de las masas de los países capitalistas e incluso menor que el de los proletarios rusos en los tiempos del gobierno zarista. Quiere justificar el hecho de que los salarios sean desiguales, de que un pequeño grupo de cargos soviéticos disfrute de todos los lujos que puede proporcionar la tecnología actual, que un segundo grupo, más numeroso que le primero, pero menos numeroso que la clase media en la Rusia imperial, vive en un estilo “burgués”, mientras que las masas, harapientas y descalzas, sobreviven en barriadas congestionadas y están mal alimentadas. Ya no puede acusar al capitalismo de este estado de cosas. Así que se ve obligado a recurrir a un nuevo parche ideológico.
El problema de Stalin era más acuciante ya que los comunistas rusos en los primeros días de su gobierno habían proclamado apasionadamente la igualdad de renta como un principio a aplicar desde el primer momento de la toma del poder por los proletarios. Además, en los países capitalistas, el truco demagógico más poderoso aplicado por los partidos comunistas patrocinados por Rusia es excitar la envidia de la gente con rentas más bajas contra todos los que tengan rentas superiores. El principal argumento aportado por los comunistas para apoyar su tesis de que el nacionalsocialismo de Hitler no era un socialismo genuino, sino, por el contrario, la peor variedad del capitalismo, era que había desigualdad en los niveles de vida en la Alemania nazi.
La nueva distinción entre socialismo y comunismo de Stalin está en abierta contradicción con la política de Lenin y no menos con las ideas de la propaganda de los partidos comunistas fuera de las fronteras rusas. Pero esas contradicciones no importan en el reino de los soviets. La palabra del dictador es la decisión definitiva y nadie está tan loco como para atreverse a oponerse.
Es importante apreciar que la innovación semántica de Stalin afecta solamente a los términos comunismo y socialismo. No altera el significado de los términos socialista y comunista. El partido bolchevique es igual que antes de ser llamado comunista. Los partidos rusófilos fuera de las fronteras de la Unión Soviética se llaman a sí mismos partidos comunistas y luchan violentamente con los partidos socialistas que, a sus ojos, son simplemente traidores sociales. Pero el nombre oficial de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas no ha cambiado.