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Saturday, December 24, 2016

Una guía para principiantes sobre la economía socialista

Marian L. Tupy explica las principales razones por las cuáles la economía socialista fracasa: bloqueo del sistema de precios, incentivos perversos, entre otras.

En estos últimos años me ha tocado hacer varias presentaciones a alumnos de colegios y universidades sobre la importancia de la libertad económica y de la amenaza persistente que representa el socialismo —como se puede observar, por ejemplo, en el reciente colapso económico de Venezuela. Un problema que he encontrado es que los jóvenes, hoy en día, no tienen una memoria personal sobre lo que fue la Guerra Fría, ni mucho menos un entendimiento de lo que fue la organización social y económica del bloque soviético, aspectos que no son priorizados o son ignorados por los programas educativos estadounidenses. Por esta razón he escrito una guía básica de la economía socialista, basada en mi propia experiencia creciendo en un país bajo un régimen comunista. Espero que este ensayo —tal vez un poco más largo— sea leído por muchos “millennials”, quienes frecuentemente son atraídos hacia ideas fracasadas de tiempos pasados.

Del socialismo al liberalismo

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Es frecuente escuchar anécdotas de personas que en su juventud militaron en algún movimiento comunista o socialista o simpatizaron con tales ideas pero que con el pasar de los años cambiaron radicalmente de pensamiento hasta encontrarse más cerca de los idearios liberales. Entre las personas que han transitado este camino podemos citar a los premio Nobel de Literatura Octavio Paz y Mario Vargas Llosa, el campeón mundial de ajedrez Gary Kasparov, el presidente de la Unión Soviética y Nobel de la Paz Mijail Gorvachov o escritores como Antonio Escohotado, Carlos Sabino y un sinnúmero de personajes destacados, así como también personas normales y corrientes.

Monday, December 12, 2016

La dignidad del capitalismo

Juan Ramón Rallo
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La última de las encíclicas económicas de Juan Pablo II: Centesimus Annus, es sin lugar a dudas una de las más controvertidas. Cien años después de la Rerum Novarum, muchos han visto en esta encíclica una encendida reafirmación del capitalismo, pese a las constantes críticas que se vierten en ella contra éste.
En realidad, podemos decir que Juan Pablo II critica nominalmente el capitalismo y el liberalismo pero defiende un sistema político y económico sin nombre (en la Sollicitudo Rei Socialis afirma expresamente que no se trata de una tercera vía) que viene a coincidir, grosso modo, con nuestra idea de capitalismo.

El problema proviene de la errónea equiparación que ha hecho la Iglesia entre liberalismo y Revolución Francesa. No debemos olvidar que quienes se denominaron a sí mismos "liberales" en el siglo XIX fueron profundamente anticlericales; de modo que la Iglesia condena de igual manera el comunismo y el liberalismo jacobino, en tanto ambos la han atacado históricamente.



Sin embargo, la mayoría de los liberales actuales no tienen ningún sesgo antieclesiástico; de hecho, muchos reconocen su papel fundamental como institución social coordinadora. Asimismo, muchos de los valores de la Iglesia, en particular su defensa de los derechos naturales, integran el corpus teórico y ético de buena parte del movimiento liberal actual. Murray Rothbard, por ejemplo, uno de los mayores liberales del siglo XX, fue denominado "tomista agnóstico".

Otro punto de confusión aparece por la nomenclatura empleada en la encíclica. Las críticas al capitalismo se dirigen, en realidad, contra un capitalismo desbocado y sin normas. Así parece inferirse de este párrafo:

"Si por 'capitalismo' se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva (…) Pero si por 'capitalismo' se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral (…) entonces la respuesta es absolutamente negativa".

Hay que resaltar, de la misma manera, los elevados conocimientos económicos que el Papa fue adquiriendo desde la Laborem Exercens. Parece ser que las conversaciones que mantuvo con Friedrich Hayek poco antes de la muerte de éste dieron su provechoso fruto. En muchas partes de la encíclica queda patente la influencia hayekiana, incluso en cuestiones meramente léxicas.

Es desde esta perspectiva desde la que tenemos que proceder a la lectura de la Centessimus Annus.

Socialismo antinatural

Juan Pablo II tiene claro que el problema del socialismo es fundamentalmente "antropológico". No encaja en la naturaleza humana, es del todo ajena a ella. "El hombre, en efecto, cuando carece de algo que pueda llamar suyo y no tiene posibilidad de ganar para vivir por su propia iniciativa, pasa a depende de la máquina social y de quienes la controlan, lo cual le crea dificultades mayores pare conocer su dignidad como persona". La propiedad es un eje fundamental en la existencia y en la dignidad humana.

Juan Pablo II.Pero, además del problema antropológico, Juan Pablo II también encuentra un problema económico en el socialismo; problema que entronca con la imposibilidad del cálculo económico que ya anticipara Mises (y posteriormente desarrollaran Hayek y Rothbard) a principios de siglo.

Juan Pablo II asegura, en contra de lo que afirmaban teóricos socialistas como Oskar Lange, que el problema del socialismo no es "puramente técnico", sino que proviene de "la violación de los derechos humanas a la iniciativa, a la propiedad y al sector de la economía".

Es decir, el socialismo es imposible en tanto que bloquea la función coordinadora empresarial e impide la formación de precios de mercado. Y es que, "cuando los hombres se creen en posesión del secreto de una organización social perfecta que haga imposible el mal, piensan también que pueden usar todos los medios, incluso la violencia o la mentira, para realizarla". Para ello, se suprime el interés individual, que "queda sustituido por un oneroso y opresivo sistema de control burocrático que esteriliza toda iniciativa y creatividad".

El constructivismo social de corte cartesiano es, como también considerara Hayek, el germen de todos los totalitarismos. La organización social perfecta no puede ser planificada, sino que emerge evolutivamente en forma de orden espontáneo, sin que nadie la hubiera previsto ni diseñado.

La división del trabajo, fundamento del progreso

En la línea de las anteriores encíclicas, Juan Pablo II pone de manifiesto uno de los mayores rasgos del sistema capitalista, la división del trabajo: "Hoy más que nunca, trabajar es trabajar con otros y para otros: es hacer algo para alguien. El trabajo es tanto más fecundo y productivo cuanto el hombre se hace más capaz de conocer las potencialidades productivas de la tierra y ver en profundidad las necesidades de los otros hombres, para quienes se trabaja".

Juan Pablo II, por tanto, vio que la dirección empresarial de los trabajadores ("trabajar con otros") al servicio de los consumidores ("trabajo para otros") no sólo es acorde con la naturaleza humana, sino con el progreso económico.

De la misma manera, en contra de lo que afirman los marxistas, la división del trabajo permite al ser humano especializarse tanto en aquello para lo que está más capacitado como en aquello que más le agrada. "La experiencia histórica de los países socialistas ha demostrado tristemente que el colectivismo no acaba con la alienación, sino que más bien la incrementa, al añadirle la penuria de las cosas necesarias y la ineficiencia económica".

En otras palabras, el socialismo no "libera" al ser humano, sino que lo esclaviza. Destruye el sistema de división del trabajo, basado en los precios de mercado, e implanta una organización social arbitraria en que la libertad de cada cual para seleccionar su posición en la estructura productiva es nula. Caemos en un concepto de "trabajo objetivo" (en referencia a la Laborem Exercens) donde el ser humano no interpone el trabajo en el camino hacia sus fines ("trabajo subjetivo"), sino que es considerado parte de un engranaje social que el planificador social cartesiano ha creído descubrir.

La justa voluntariedad

Uno de los grandes méritos de Juan Pablo II es desterrar del pensamiento de la Iglesia uno de los errores en que había caído incluso el muy liberal León XIII: la teoría del precio justo. Para León XIII, el precio justo del salario era aquel que permitía mantener a la familia (si bien se mostró contrario a que el Estado lo determinara).

Juan Pablo II dio un paso adelante en la teoría económica moderna y calificó de justo el precio "establecido de común acuerdo después de una libre negociación". De esta manera, se reintegra en la doctrina social de la Iglesia las ideas de la Escuela de Salamanca (en concreto, de teólogos tan relevantes como Luis de Molina o Domingo de Soto) y se elimina esa especie de pecado moral intrínseco a los contratos aparentemente subvalorados. Y es que todo acuerdo libre necesariamente debe ser beneficioso para ambas partes; especialmente, si ha tenido lugar en la faceta subjetiva del trabajo, esto es, cuando forma parte de la trayectoria vital del sujeto hacia sus fines morales.

El Estado como sereno subsidiario

Juan Pablo II percibe con nitidez cómo la democracia puede devenir en una cruel tiranía si no queda limitada por los derechos naturales del hombre: "Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia".

Además, en muchos casos la democracia tiene graves problemas para conciliar los intereses sociales. La democracia no es más que otra forma de socialismo planificador: es el Parlamento quien determina los nuevos planes quinquenales, y no el mercado. Un Parlamento que desconoce las necesidades de las personas y, sobre todo, el modo adecuado para satisfacerlas: "Éste [el bien común], en efecto, no es la simple suma de los intereses particulares, sino que implica su valoración y armonización".

León XIII.Sólo el mercado, a través de su sistema de precios y de la libre iniciativa empresarial, es capaz de conjugar estos intereses en principio discrepantes. Podemos elaborar una lista exacta de qué necesidades tiene cada persona, pero probablemente nos daremos cuenta de que no pueden ser satisfechas todas en este momento. De ahí la necesidad apremiante de incurrir en el cálculo económico capitalista para determinar cuáles son las prioridades.

El papel del Estado, como creían los liberales clásicos, es, en todo caso, el de guardián nocturno, vigilante de la propiedad y de los derechos individuales.

El Estado no debe intervenir en la economía, pues "la primera responsabilidad no es del Estado (…) El Estado no podría asegurar directamente el derecho a un puesto de trabajo de todos los ciudadanos sin estructurar rígidamente toda la vida económica y sofocar la libre iniciativa de los ciudadanos". La planificación pública es imposible e ineficiente, de ahí que sólo en situaciones excepcionales (siguiendo la estela de León XIII) quede parcialmente justificada: "El Estado puede ejercer funciones de suplencia en situaciones excepcionales"; si bien "deben ser limitadas temporalmente, para no privar establemente de sus competencia a dichos sectores sociales y sistemas de empresas".

Y es que la intervención del Estado debe respetar, según Juan Pablo II, "el principio de subsidiariedad". Como lógico corolario, el Estado de Bienestar, la joya de la corona socialdemócrata, carece de justificación, pues "al intervenir directamente y quitar responsabilidad a la sociedad, el Estado asistencial provoca la pérdida de energías humanas y el aumento exagerado de los aparatos públicos, dominados por lógicas burocráticas".

Conclusión

La Centesimus Annus dibuja, grosso modo, el esquema político de un liberal clásico. Aunque irregular en algunas partes, deja suficientemente claro que el único sistema compatible con la naturaleza humana es el capitalismo. Además, como ha indicado el reverendo Robert Sirico, constituye una gran fuente de educación económica.

En conjunto, podemos decir que las tres encíclicas económicas de Juan Pablo II muestran una trayectoria ascendente hacia el liberalismo. No es que ésta sea la única lectura posible; en realidad, el catolicismo concede una abrumadora libertad política (hasta el punto de que Juan Pablo II asegura que la Iglesia no se pronuncia en este sentido).

A lo largo de esta serie sólo he querido hacer notar que, en contra de lo que sostienen muchas corrientes tremendamente socialdemócratas, cabe una interpretación liberal de las encíclicas papales.


Juan Pablo II fue un valiente y coherente defensor de la libertad frente al totalitarismo. Espero sinceramente que esta serie de artículos haya servido como cumplido homenaje a su extraordinario pontificado; un pontificado durante el que el poder del Estado totalitario se ha marchitado y la libertad ha vuelto a florecer en numerosas regiones del mundo. 

La dignidad del capitalismo

Juan Ramón Rallo
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La última de las encíclicas económicas de Juan Pablo II: Centesimus Annus, es sin lugar a dudas una de las más controvertidas. Cien años después de la Rerum Novarum, muchos han visto en esta encíclica una encendida reafirmación del capitalismo, pese a las constantes críticas que se vierten en ella contra éste.
En realidad, podemos decir que Juan Pablo II critica nominalmente el capitalismo y el liberalismo pero defiende un sistema político y económico sin nombre (en la Sollicitudo Rei Socialis afirma expresamente que no se trata de una tercera vía) que viene a coincidir, grosso modo, con nuestra idea de capitalismo.

El problema proviene de la errónea equiparación que ha hecho la Iglesia entre liberalismo y Revolución Francesa. No debemos olvidar que quienes se denominaron a sí mismos "liberales" en el siglo XIX fueron profundamente anticlericales; de modo que la Iglesia condena de igual manera el comunismo y el liberalismo jacobino, en tanto ambos la han atacado históricamente.

Monday, October 24, 2016

Capitalismo: La máquina de progreso y justicia

Capitalismo: La máquina de progreso y justicia

Por Adolfo D. Lozano
El Capitalismo no es un sistema del pasado. Es el sistema del futuro, si es que la humanidad tiene algún futuro.
Ayn Rand.
¿Por qué mitificamos el pasado? Podemos discutir sobre las razones psicológicas, sociales o culturales, pero es un hecho la tendencia que nos lleva a sobrevalorar el pasado, infravalorar el presente y a temer el futuro. Pensamos en épocas y siglos pasados de una novelesca y romántica manera sin tener en cuenta que nuestros héroes medievales, renacentistas o decimonónicos tenían la espalda rota de lavar a mano, podían pasar años sin ver a un familiar que se trasladaba unos cientos de kilómetros y no, a las princesas en sus castillos no les olía el aliento precisamente a Listerine.


Lo cierto es que de Tokio a Santiago de Chile, de Sydney a Berlín, El Cairo o Sudáfrica, con todos sus problemas, tragedias y sufrimientos, la vida es hoy mejor que antaño. Pensemos en la guerra y el terrorismo. Según la OMS, en 2012 (último año con datos) murieron cerca de 120.000 personas en actos de “violencia colectiva o intervención legal” y sobre medio millón de personas murieron en actos de “violencia interpersonal”. Según el Global Terrorism Index, 11.000 personas fueron víctimas de terrorismo. Las cifras en bruto no son menores, pero pongámoslas en contexto. Toda la violencia tanto colectiva como interpersonal suma el 1% de la mortalidad en el mundo. Solamente la enfermedad de la rabia se lleva al año el triple de personas que el terrorismo. Solamente el cáncer de estómago mata a más gente que el asesinato, el homicidio involuntario y las guerras combinados.
Causas antes preocupantes de mortalidad -como el VIH- han retrocedido como tales enormemente en los últimos años. La malaria se ha reducido a nivel global a menos de la mitad desde que comenzamos este siglo. A nivel global, la mortalidad infantil se ha reducido a más de la mitad respecto a 1990 y hoy un 80% de niños subsaharianos reciben educación (frente al 52% de hace tres décadas). 2015 ha sido el primer año sin malaria en África, una enfermedad que mataba a cientos de miles de niños. El VIH en África se ha reducido a menos de la mitad en dos décadas. Aunque las ayudas han contribuido a parte de este progreso, la mayor parte del mérito se debe al libre comercio.
Las muertes por hambruna son cada vez más raras. La desnutrición severa se ha reducido del 19% al 11% entre 1990 y hoy. Casi 7 millones menos de niños menores de 5 años mueren al año comparado con 1990 (menos de la mitad). 2015 fue el primer año sin un caso de polio en África.
Con todos los problemas y algunos retrocesos a nivel local, globalmente el mundo está mejor educado, mejor alimentado, es más libre, más próspero y más tolerante.
En octubre de 2015 el Banco Mundial declaró por primera vez en la historia que menos del 10% de la población mundial está en extrema pobreza. El matrimonio homosexual se aprobó en 2015 en Irlanda y EEUU, y Mozambique despenalizó las relaciones homosexuales. Si en 2006 92 países tenían leyes que penalizaban estas relaciones, hoy son 75.
El Capitalismo trae más tolerancia, paz y diversidad al basar la sociedad en las relaciones interpersonales voluntarias primando y premiando la colaboración de cada persona al progreso social por encima de condiciones raciales, religiosas o sociales. Trae más libertades civiles porque la libertad de elegir es un pivote universal del Capitalismo. Nos da más confortables casas, más seguros coches, sanidad más efectiva o educación personalizada. El progreso tecnológico no sólo nos permite respetar la Naturaleza, sino impulsarla y mejorarla. Da a los pobres la posibilidad de comerciar e integrarse globalmente, a la mano de obra menos cualificada de participar en el mercado laboral, a los intolerantes de romper sus prejuicios cuando comerciar con sociedades lejanas lo descubren provechoso.
El Capitalismo laissez-faire, con sus brillantes e incomparables logros en forma de progreso y avance social, tecnológico, económico o cultural, no debe ser defendido sólo por eso, sino porque es el único sistema social justo frente a la indignidad, inmoralidad y barbarie del colectivismo y estatismo de toda laya.

Capitalismo: La máquina de progreso y justicia

Capitalismo: La máquina de progreso y justicia

Por Adolfo D. Lozano
El Capitalismo no es un sistema del pasado. Es el sistema del futuro, si es que la humanidad tiene algún futuro.
Ayn Rand.
¿Por qué mitificamos el pasado? Podemos discutir sobre las razones psicológicas, sociales o culturales, pero es un hecho la tendencia que nos lleva a sobrevalorar el pasado, infravalorar el presente y a temer el futuro. Pensamos en épocas y siglos pasados de una novelesca y romántica manera sin tener en cuenta que nuestros héroes medievales, renacentistas o decimonónicos tenían la espalda rota de lavar a mano, podían pasar años sin ver a un familiar que se trasladaba unos cientos de kilómetros y no, a las princesas en sus castillos no les olía el aliento precisamente a Listerine.

Monday, October 17, 2016

Fin del capitalismo: ¿Mentiras o ignorancia?

Por Richard W. Rahn

Libertad Digital, Madrid

Si funcionarios gubernamentales presionan a los bancos para que concedan créditos a personas que son de alto riesgo, ¿lo considera usted un fallo del capitalismo o del Gobierno? Muchos políticos y analistas de la izquierda sostienen que la crisis financiera es el resultado de la exagerada desregulación instrumentada bajo las políticas "capitalistas" del Gobierno de Ronald Reagan. Esas personas ignoran la realidad o mienten.
Comencemos con algunos hechos reales. Se sabe que la actual crisis comenzó con el colapso financiero de dos inmensas empresas financieras patrocinadas por el Gobierno: Fannie Mae y Freddie Mac. Esas empresas compraban las hipotecas a los bancos para que estos pudieran emitir más hipotecas aún más arriesgadas para incrementar así el número de gente con casa propia.



Con ese fin se le permitía a Fannie y a Freddie mantener reservas de capital más bajas en relación a los créditos concedidos y ambas utilizaban prácticas contables consideradas fraudulentas por los tribunales. Las dos también contribuían con millones de dólares a las campañas políticas de la mayoría de los miembros del Congreso.
Durante el Gobierno de Carter, la mayoría demócrata promulgó la ley de Reinversión Comunitaria que concedió a los reguladores el poder de presionar a los bancos para que extendieran créditos de mayor riesgo a gente pobre y a pequeños empresarios. Durante el Gobierno de Clinton se aumentó ese poder discrecional de los reguladores.
Por su parte, la Reserva Federal incrementó el dinero en circulación, bajando los intereses en junio de 2003 por debajo de la inflación, hasta apenas el 1%. Así se fomentaba que los bancos concedieran hipotecas a intereses muy bajos, que después traspasaban a Fannie y Freddie. Todos sabían que los intereses eventualmente aumentarían, lo cual imposibilitaría a muchos seguir pagando por sus viviendas. Pero ese sería el problema de otros o, en última instancia, de quienes pagan impuestos porque entonces sería el Gobierno quien saldría al rescate.
Los reguladores financieros deberían defender la integridad del sistema, pero los políticos de izquierda empujaron a los reguladores a obligar a los bancos a extender malos créditos. Si usted lo duda, lo invito a ver el video.
El nuevo peligro es que nuevas regulaciones debiliten aun más el libre mercado financiero, en lugar de corregir los problemas reales provocados por malas leyes. Lo que hemos sufrido no es una falla del capitalismo democrático sino la destrucción por parte del Gobierno de mecanismos del mercado que contrarrestaban los riesgos asumidos por los inversores de hipotecas. Se han hecho muchas denuncias contra ávidos especuladores, exigiendo que sean castigados con prisión, pero los excesos más dañinos han provenido de políticos, como los congresistas demócratas Barney Frank, Chris Dodd y Charles Schumer, cuyas decisiones han resultado mucho más costosas para los estadounidenses que las de ejecutivos de Wall Street.

Fin del capitalismo: ¿Mentiras o ignorancia?

Por Richard W. Rahn

Libertad Digital, Madrid

Si funcionarios gubernamentales presionan a los bancos para que concedan créditos a personas que son de alto riesgo, ¿lo considera usted un fallo del capitalismo o del Gobierno? Muchos políticos y analistas de la izquierda sostienen que la crisis financiera es el resultado de la exagerada desregulación instrumentada bajo las políticas "capitalistas" del Gobierno de Ronald Reagan. Esas personas ignoran la realidad o mienten.
Comencemos con algunos hechos reales. Se sabe que la actual crisis comenzó con el colapso financiero de dos inmensas empresas financieras patrocinadas por el Gobierno: Fannie Mae y Freddie Mac. Esas empresas compraban las hipotecas a los bancos para que estos pudieran emitir más hipotecas aún más arriesgadas para incrementar así el número de gente con casa propia.


Saturday, October 8, 2016

LOS PARTIDOS EN FAVOR DEL CAPITALISMO



Alberto Mansueti
 Image result for A Capitalism for the People: Recapturing the Lost Genius of American Prosperity,
Para una empresa, hay dos vías que llevan a la cima del éxito: una es la buena relación precio-calidad de lo que ofrece, y leal competencia, en mercados abiertos. La otra es la buena relación de “amistad” con los Gobiernos, para obtener favores “especiales”.

La primera es la vía del capitalismo liberal; la otra es la del capitalismo mercantilista o simplemente “mercantilismo”. El economista Luigi Zingales trata el tema en su libro A Capitalism for the People: Recapturing the Lost Genius of American Prosperity, de 2012. El título se traduce al español como “Capitalismo para el pueblo”. Pero la expresión “Capitalismo popular” ha sido muy desvirtuada por los politiqueros (mercachifles de la política) de la “derecha mala”; por eso es mejor “capitalismo para todos”, opuesto al “mercantilismo” que es “capitalismo para los amigotes”.

 
Un buen empresario puede llegar a la cima por la vía ética; pero una vez que su empresa se hizo grande, si se hace amigote de los politiqueros estatistas, puede “patear la escalera”, para que nadie más pueda elevarse y desplazarle. Así se convierte en mercantilista, anota Zingales.

A los liberales clásicos, partidarios de la libre competencia y los mercados abiertos, Zingales nos tiene un importante mensaje: el libre mercado es un “bien público”. No es un “bien privado”, como p. ej. una bebida gaseosa. (1) En los bienes privados hay “rivalidad” en el consumo: esa lata de refresco que yo me tomo, no la puede tomar otro. Y es “posible la exclusión”: el vendedor no le vende refrescos a quien no paga por ellos. (2) En los bienes públicos en cambio, p. ej. una patrulla policial que haga la ronda por un vecindario, la seguridad que gana el vecino A, no disminuye la de su vecino B. Y si B no paga, no hay forma de “excluirlo” de la seguridad que brinda la patrulla.

Los bienes públicos no tienen dolientes entre los empresarios; de allí que lo normal es que no se paguen con precios sino con impuestos, no siendo las empresas sino los Gobiernos encargados de proveerlos: seguridad, justicia y obras de infraestructura.

¿Y los mercados? ¿Quién se encarga de mantenerlos abiertos, cuidando que los mercantilistas no saquen ventajas indebidas, contrarias a la competencia ética? Hay dos posturas: (1) los estatistas dicen “el Estado”, con leyes antimonopolios y comisiones pro-competencia; (2) los liberales clásicos decimos que no: para combatir los monopolios y evitar las ventajas monopolísticas, simplemente los Gobiernos deben abstenerse de concederlas a sus amigotes. Y esas leyes son malas, y las comisiones arbitrarias son siempre capturadas por los mercantilistas, en su provecho.

No es “el Estado” quien ha de defender al capitalismo liberal, sino los partidos políticos de derecha liberal. No existen aún en América latina, pero sí en otras latitudes, como p. ej. el Sudeste asiático. Gracias a Dios, la realidad nos da unos ejemplos muy buenos en “los cuatro tigres”:

En Taiwan (Formosa), China insular capitalista, el viejo y glorioso Kuomintang o KMT (Partido Nacionalista Chino) fundado por el Dr. Sun Yat-sen en la Revolución de 1911, quien fue el líder hasta su fallecimiento en 1926. Le sucedió el general Chiang Kai-shek. El Partido creó bancos y empresas, además de emisoras de radio y TV. Como buen partido pro capitalismo, se financia con sus empresas privadas; y de modo legal y transparente, no por “bajo la mesa” y con sus testaferros, como algunos partidos hacen aquí en la República Popular de Banania. A la muerte de Chiang Kai-shek en 1975, su hijo Chiang Ching-kuo asumió el liderazgo del partido, y de sus empresas, hasta que falleció en 1988. Su sucesor, Lee Teng-hui fue el primer taiwanés nativo que lideró el partido.

En Singapur tenemos al Partido Acción Popular PAP, fundado por Lee Kuan Yew, Premier desde 1959 hasta 1990. Su actual Secretario General y Primer Ministro es su hijo Lee Hsien Loong, que en 2004 sucedió a Goh Chok Tong, segundo Premier de Singapur. En Corea del Sur tenemos varios partidos pro capitalismo; p. ej. el conservador Saenuri, fundado en 1963 por Park Chung Hee como P. Democrático Republicano PDR, y recreado en 1997, como una alianza con el P. de la Justicia Democrática, de Roh Tae-Woo, y el P. Democrático Liberal, de Kim Young-Sam.

En Hong Kong hay un “Consejo Legislativo”, donde hay varios partidos pro capitalismo: Alianza Democrática (DAB) y el Partido Liberal (LP). Gremios empresariales, sindicatos y otras entidades también están representados en este Parlamento. A esta democracia le llaman “corporativa”, lo cual no se opone a “representativa”; y lo bueno es que lo hacen de manera legal y transparente, no por “debajo de la mesa” al modo lobista.

Los auto-llamados “tanques de pensamiento” liberales sienten un olímpico desprecio por la política y los partidos; ni mencionan esos temas. Ellos libran “la batalla de las ideas”, dicen, no de la política. Por eso hablan sólo de Mises y Hayek, nunca de Chiang Kai-shek o de Park Chung Hee.

Pero a ver, (1) “la batalla de las ideas”, de los argumentos, en el campo académico, fue librada y ganada hace muchas décadas, entre otros por los economistas vieneses de las dos generaciones primeras: Carl Menger, Böhm-Bawerk y Wieser; y luego Mises y Hayek.

¿Cómo es que ahora los “tanques” pelean una batalla ya peleada y ganada hace tanto tiempo, como lo admitieron algunos perdedores, p. ej. el marxista Oskar Lange? Es como si los rusos hoy nos dijeran “estamos peleando la batalla de Kursk”, ganada contra los alemanes, hace harto tiempo, en 1943.

(2) La batalla que se libra hasta hoy día, es “la batalla de la opinión pública”. En esta lucha no se esgrimen argumentos académicos, sino breves consignas, y discursos simples pero de gran alcance e impacto popular. No es una batalla para “tanques de pensamiento” sino para partidos políticos, como estos que nombramos como ejemplo, en los “Cuatro Tigres”.

Por otra parte, ¿cómo suponen los “tanques”, tan sesudos, que las ideas de la Escuela Austríaca se han llevado a la práctica en estos países orientales, si no es con partidos políticos? ¡Por favor!


Claro, quizá los tanques son un poco remilgosos porque a estas democracias de Asia, las izquierdas les reprochan sus rasgos “autoritarios”. ¿Eso es cierto? ¿Hay rasgos “autoritarios”?

Por supuesto que sí. ¿Cómo se supone que hay crecimiento económico y prosperidad, sin evitar que los socialistas (que además de autoritarios son “totalitarios” y violentos), se hagan con el poder y hundan a la gente y a países enteros en la pobreza y la miseria, como en Cuba bajo los Castro, en Chile bajo Allende, y ahora en Venezuela? ¡Por favor!

LOS PARTIDOS EN FAVOR DEL CAPITALISMO



Alberto Mansueti
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Para una empresa, hay dos vías que llevan a la cima del éxito: una es la buena relación precio-calidad de lo que ofrece, y leal competencia, en mercados abiertos. La otra es la buena relación de “amistad” con los Gobiernos, para obtener favores “especiales”.

La primera es la vía del capitalismo liberal; la otra es la del capitalismo mercantilista o simplemente “mercantilismo”. El economista Luigi Zingales trata el tema en su libro A Capitalism for the People: Recapturing the Lost Genius of American Prosperity, de 2012. El título se traduce al español como “Capitalismo para el pueblo”. Pero la expresión “Capitalismo popular” ha sido muy desvirtuada por los politiqueros (mercachifles de la política) de la “derecha mala”; por eso es mejor “capitalismo para todos”, opuesto al “mercantilismo” que es “capitalismo para los amigotes”.