Wikipedia

Search results

Showing posts with label Socialismo del Siglo XXI. Show all posts
Showing posts with label Socialismo del Siglo XXI. Show all posts

Monday, October 10, 2016

La gran mentira del socialismo del siglo XXI

Juan Ramón Rallo responde a los comentarios de Jeremy Corbyn, líder del Partido Laborista, que reivindica el socialismo del siglo XXI.

Juan Ramón Rallo es Director del Instituto Juan de Mariana (España) y columnista de ElCato.org. Juan Ramón obtuvo el tercer lugar en nuestro primer concurso de ensayos, Voces de Libertad 2008.
Jeremy Corbyn ha sido reelegido líder del Partido Laborista reivindicando un “socialismo municipalista para el siglo XXI” frente “al sistema de libre mercado que ha generado una desigualdad grotesca y unos estándares de vida estancados”. O en otras palabras: tras el desastroso experimento de las últimas décadas, consistente en haber desmantelado el Estado en favor de un liberalismo de corte radical, toca que el Estado vuelva a crecer sin freno para recuperar el terreno perdido.



El problema de esta ideologizada narrativa política es que no se ajusta a la realidad. Durante las últimas décadas, no ha habido ningún desmantelamiento del Estado: al contrario, ha habido una consolidación del Estado hipertrofiado en los niveles más altos de su historia. Basta con analizar la evolución del gasto público durante los últimos 130 años para comprobar que los estados han ido parasitando expansivamente a familias y empresas para manejar oligárquicamente la riqueza por ellos generada:

Fuente: Cusack y Fuchs (2002) y FMI.
El liberalismo político vivió su apogeo desde mediados del siglo XIX hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial. Durante este periodo, el tamaño del Estado oscilaba entre el 5% del PIB (en el caso de las naciones más liberales, como EEUU) y el 15% del PIB (en el caso de los estados más intervencionistas, como Italia o Alemania). Las dos guerras mundiales y el consenso socialdemócrata posterior elevaron ese gasto hasta una horquilla de entre el 35% y el 45% del PIB, esto es, hasta nueve veces más que en el periodo liberal.
Desde los años ochenta, han sido muchos los que interesadamente nos han vendido el mantra de que el liberalismo —de la mano de Reagan y Thatcher— resultó victorioso y restableció su predominio político: el Estado fue progresivamente demolido de un modo incluso más radical que en los orígenes del liberalismo clásico (de ahí la aparición de nuevos términos para describir el fenómeno, como neoliberalismo, ultraliberalismo, turboliberalismo, capitalismo salvaje, etc.). La realidad, empero, es muy otra: a partir de los años ochenta, los estados no redujeron su tamaño, sino que consolidaron el rapidísimo crecimiento experimentado hasta entonces y, en algunos casos, continuaron cebando su tamaño. A día de hoy, el gasto público de prácticamente todos los países europeos supera el 40% del PIB y en varios casos incluso el 50%. ¿De qué desarticulación del Estado estamos hablando?
Acaso se contraargumente que el derribo del Estado no se produjo durante los años ochenta y noventa, sino únicamente tras la crisis de 2008, que se fue gestando durante las dos décadas previas. Pero, de nuevo, esta narrativa es falaz: en 2015, el peso de los principales estados de Occidente era el mismo que antes de iniciada la crisis (de hecho, en la mayoría de ellos, era incluso superior). En la patria de Corbyn, el liberalismo radical que ahora denuncia para justificar su socialismo del siglo XXI ha establecido un Estado que pesa el 40% del PIB.

Fuente: FMI.
¿Dónde ven ustedes el repliegue del Estado? En ninguna parte. Jamás los estados modernos han manejado más recursos de los que manejan hoy. Jamás el sector privado ha manejado relativamente menos recursos de los que maneja hoy. Mas la propaganda de Corbyn —y de Podemos en España— sirve justamente para desplazar el eje ideológico hacia su socialismo. Si un Estado socialdemócrata de entre el 40% y el 50% del PIB es liberalismo radical, ¿cómo no hipertrofiar el sector público hacia cotas todavía más elevadas apenas apelando a una socialdemocracia presuntamente moderada? Esa es la estrategia: convertir la radicalidad en el centro político para seguir alimentando a la bestia estatal a costa de los ciudadanos.
Frente a esta radicalidad antiliberal con piel de cordero, deberíamos empezar a plantearnos la posibilidad de seguir otro camino: el de revertir de verdad todo el exorbitante crecimiento que el Estado ha acumulado durante los últimos 100 años y regresar, por fin, a un genuino sistema político liberal con una sociedad civil mucho más pujante y una intervencionista burocracia estatal minimizada. El ideal de un Estado que no pese más del 5% del PIB —10 veces menos que el actual— es perfectamente alcanzable: el socialismo del siglo XXI no es más que el ineficaz estatismo fagocitador cuya acta de fracaso están levantando los mismos demagogos que pretenden resucitarlo con nuevos bríos.

La gran mentira del socialismo del siglo XXI

Juan Ramón Rallo responde a los comentarios de Jeremy Corbyn, líder del Partido Laborista, que reivindica el socialismo del siglo XXI.

Juan Ramón Rallo es Director del Instituto Juan de Mariana (España) y columnista de ElCato.org. Juan Ramón obtuvo el tercer lugar en nuestro primer concurso de ensayos, Voces de Libertad 2008.
Jeremy Corbyn ha sido reelegido líder del Partido Laborista reivindicando un “socialismo municipalista para el siglo XXI” frente “al sistema de libre mercado que ha generado una desigualdad grotesca y unos estándares de vida estancados”. O en otras palabras: tras el desastroso experimento de las últimas décadas, consistente en haber desmantelado el Estado en favor de un liberalismo de corte radical, toca que el Estado vuelva a crecer sin freno para recuperar el terreno perdido.


Wednesday, August 24, 2016

Venezuela: Trabajo forzoso y esclavitud

Nicolás Maduro
Si hay algo innegable en el desastre socialista de Venezuela es su previsibilidad. El régimen bolivariano de Maduro está siguiendo a la perfección el manual del suicidio económico: Primero, hacer frente a una crisis económica con inflación, esto es, tratando de ocultar el empobrecimiento real que está sufriendo una sociedad imprimiendo nueva moneda y reinflando las rentas nominales de trabajadores y receptores de gasto público. Segundo, hacer frente a la inflación con controles de precios, esto es, tratando de ocultar que un aumento nominal de rentas seguido de un incremento sobreproporcional de los precios supone igualmente un empobrecimiento real de los ciudadanos. Tercero, hacer frente al desabastecimiento general de mercancías y a la descoordinación productiva derivada del control de precios mediante la planificación estatal, esto es, dando a entender que el completo desmoronamiento de la economía es consecuencia de ineficiencias del mercado, de empresarios saboteadores, de especuladores sin escrúpulos y de bloqueos internacionales.



Pero no, el colapso de la economía venezolana es esencialmente consecuencia de las pésimas políticas aplicadas durante más de quince años: primero, al reforzar su absoluta dependencia del petróleo, especialmente en la rúbrica de los ingresos de un Estado sobredimensionado; después, al querer contrarrestar los problemas vinculados al abaratamiento del petróleo con el desnortado dirigismo arriba descrito. Y es que, una vez implantado el control de precios en una economía, la coordinación descentralizada lograda por el mercado desaparece.
Imaginen que, por alguna razón, la oferta de pan se viene abajo dentro de una economía y que ello motiva un incremento de su precio desde un euro a tres euros. Ese aumento de precios sólo refleja que la oferta es insuficiente para hacer frente a toda la demanda y, en la medida en que se trate de un aumento más o menos duradero, también refleja que no es sencillo volver a incrementar esa oferta a corto plazo (si lo fuera, mucha gente aprovecharía los altos precios del pan para fabricarlo y venderlo en grandes cantidades). Si, en ese contexto, el gobierno decreta que el precio del pan debe seguir siendo de un euro y no de tres, ¿cuáles serán las consecuencias?
La primera y más inmediata es que no habrá pan suficiente para todos los que quieran pagar su precio: por consiguiente, habrá que racionarlo de alguna forma (vía cartillas de racionamiento, por ejemplo). La segunda, y más a medio plazo, es que dejará de ser rentable producir pan: si, tras las dificultades en la oferta, sólo es rentable vender pan a tres euros, prohibir que se venda a más de un euro sólo llevará a que deje de producirse por completo; es decir, la disponibilidad del pan se reducirá aún más de lo que ya lo estaba. En tal caso, sólo restarán dos posibilidades: o levantar el control de precios —para que vuelva a ser rentable fabricar pan— u organizar coactivamente a los factores productivos — esto es, ordenar policialmente a los empresarios y a los trabajadores que produzcan pan aunque no sea rentable.
Maduro, cómo no, ha optado tercamente, a saber, por mantener el control de precios y dirigir militarmente a empresarios y trabajadores. Así, el presidente venezolano Nicolás Maduro acaba de ordenar a todas las empresas del país que pongan a disposición del Estado a sus empleados para que éstos, obligatoriamente, trabajen en el campo y contribuyan a contrarrestar la crisis alimentaria que vive el país. Trabajos forzosos para el Estado con la excusa de una crisis alimentaria perpetrada por el propio Estado. Y es que, como hemos visto, no estamos ante una crisis alimentaria fruto de desventuras naturales: estamos ante un sabotaje alimentario provocado por la política antieconómica del gobierno bolivariano. En circunstancias normales, el aumento del precio de los alimentos señalizaría e incentivaría que trabajo y capital se trasladaran al agro: pero, como el control estatal de precios sobre los bienes de primera necesidad ha llevado a que deje de ser rentable producirlos o importarlos, sólo queda coaccionarlos para que en contra de su voluntad se concentren en la agricultura. Nada de cooperación voluntaria: sometimiento al mismo dirigismo estatal que ha aniquilado esa cooperación voluntaria.
En suma, Venezuela avanza aceleradamente hacia el socialismo de guerra: conforme Maduro y sus secuaces han ido destruyendo la coordinación económica voluntaria propia de los mercados, sólo queda que el Estado marque las prioridades productivas ordenando a cada persona a qué debe dedicarse. Esto es, sólo queda restablecer la esclavitud.

Venezuela: Trabajo forzoso y esclavitud

Nicolás Maduro
Si hay algo innegable en el desastre socialista de Venezuela es su previsibilidad. El régimen bolivariano de Maduro está siguiendo a la perfección el manual del suicidio económico: Primero, hacer frente a una crisis económica con inflación, esto es, tratando de ocultar el empobrecimiento real que está sufriendo una sociedad imprimiendo nueva moneda y reinflando las rentas nominales de trabajadores y receptores de gasto público. Segundo, hacer frente a la inflación con controles de precios, esto es, tratando de ocultar que un aumento nominal de rentas seguido de un incremento sobreproporcional de los precios supone igualmente un empobrecimiento real de los ciudadanos. Tercero, hacer frente al desabastecimiento general de mercancías y a la descoordinación productiva derivada del control de precios mediante la planificación estatal, esto es, dando a entender que el completo desmoronamiento de la economía es consecuencia de ineficiencias del mercado, de empresarios saboteadores, de especuladores sin escrúpulos y de bloqueos internacionales.


Monday, July 18, 2016

El Socialismo del Siglo XXI fracasó y vive su ocaso

La realidad nos muestra que el proyecto neocomunista de América Latina, bajo el techo del famoso "Socialismo del Siglo XXI", está pasando por su peor momento

(Wikimedia) Socialismo del Siglo XXI
Un caudillo que con tal turba alcanzara el poder, habla muy mal de la sociedad civil y política venezolana, y muy bien de las habilidades, el liderazgo y la capacidad de embaucar del hoy difunto caudillo. (Wikimedia)
Por Guillermo Rodríguez G.
A finales de los años 90, en Venezuela, el luego caudillo Hugo Chávez salía en libertad de una breve y relativamente benévola prisión, para reunir en un movimiento político a sus compañeros de conspiración con la larga lista de frecuentes visitantes del cuartel que le sirvió como cárcel, y que le brindaron apoyo para lograr, por otros medios, lo que su golpe de Estado no alcanzó.
Exguerrilleros, empresarios mercantilistas, periodistas, intelectuales y oportunistas de la debilitada y desilusionada izquierda entonces opositora visitaban y departían con el famoso prisionero, porque veían en la figura del golpista –en quien descubrieron asombrados la misma fanática fe socialista que tenían, o habían tenido– la esperanza de derrotar al Socialismo moderado que se encontraba en el poder.



Se buscaba derrotar a los mismos que los habían derrotado por las armas y los votos, reduciéndolos a los guetos soviéticos en que transformaron gran parte de las universidades y la burocracia cultural. Había de todo, creyentes y descreídos, fanáticos y sinvergüenzas, de una u otra manera oportunistas y demás gente de mal vivir, todos integrados eficazmente por el futuro caudillo en su incipiente movimiento.
Un caudillo que con tal turba alcanzara el poder, habla muy mal de la sociedad civil y política venezolana de aquel entonces, y muy bien de las habilidades, el liderazgo y la capacidad de embaucar del hoy difunto caudillo.

La franquicia chavista

Hubo condiciones sine qua non en la llegada de Hugo Chávez al poder en 1998, y en la lista de éxitos electorales de sus imitadores tempranos del Foro de Sao Paulo –en jerga leninista: las condiciones objetivas del Socialismo del Siglo XXI– que identificaron, Evo Morales, Fernando Lugo,  Rafael Correa, y el resto del clan. Todos aplicaron la estrategia chavista en sus países para alcanzar y mantener el poder, aspirando al socialismo totalitario por medios populistas en democracias frágiles que vaciarían de endebles limites republicanos.
No fue el poder por el poder mismo, sino para construir el Socialismo destruyendo la democracia “burguesa” desde adentro. Una nueva Constitución, como paso al control partidista e ideológico del nuevo Poder Judicial, y la autoridad electoral, fueron claves de la estrategia política; en lo económico, la destrucción no fue menos intensa, y en lo posible consistió en controles de precios, nuevos impuestos, control de cambios y hostilizar –con excepción de los aliados circunstanciales en la corrupción del propio neosocialismo– en todo lo posible al capital privado.
Por todos los medios a su alcance –que diferían mucho de unos casos con otros– persiguieron con más o menos éxito el control estatal y partidista de sectores estratégicos en sus economías previamente concentradas en la exportación de materias primas, debilitadas y empobrecidas por anteriores experimentos socialistas moderados o radicales y afectados por la crisis política al momento de los asaltos electorales neosocialistas.

El problema populista

Emplear el discurso populista desde la oposición es mucho más simple que desde el poder. La oposición es terreno de promesas ilimitadas que en el poder tropiezan con limitados medios para materializarse.
El neosocialismo que pretende la toma del poder por medios electorales con su programa sinceramente expuesto –control gubernamental directo de los medios de producción estratégicos, severa regulación indirecta del resto, planificación central, redistribución de ingresos y control social– se obliga al discurso populista que sólo en una severa crisis gana elecciones.
Llegados así al Gobierno, sus problemas serán, antes que nada, qué tanto poder tengan realmente para implementar su programa, de eso depende qué tanto y qué tan rápido pudieran avanzar hacia sus objetivos últimos; y cuánto presupuesto puedan financiar a corto plazo por cualquier medio fiscal o monetario para el populismo clientelista que mantenga su base electoral, incrementando la dependencia del Gobierno de amplias franjas de población antes de la inevitable escasez que con el racionamiento es consubstancial al Socialismo.
Todo depende de la resistencia que enfrenten al destruir la República y al aparato productivo privado, y qué tanto dinero puedan dilapidar en diferir los efectos de lo que hacen hasta que ya no sea indispensable, o posible, el engaño.
Si la resistencia es demasiada y los recursos insuficientes, la franquicia chavista no avanzará y puede perder el poder antes de iniciar las reformas políticas y jurídicas fundamentales; si avanza pero no logra completo control político del Poder Judicial y los sectores clave de la economía –mientras neutraliza primero e integra luego a las fuerzas armadas al modelo– caerá finalmente por elecciones o por el castigo de una corrupción inevitable en el control burocrático creciente y arbitrario, propio de una economía en transición lenta al socialismo totalitario.

El alza de las materias primas

Si bien la llegada de un socialista del siglo XXI tras otro al poder en Latinoamérica se produjo inicialmente en medio de un periodo de recesión y bajos precios de las materias primas –lo que dejó a la otra izquierda, entonces en el poder, sin capacidad clientelar para neutralizarlos– ya en el poder, ellos lo sufrieron por relativamente poco tiempo antes que la burbuja crediticia en los grandes mercados impulsara uno de los más prolongados períodos de altos precios de las materias primas.
Eso hizo que el boom se transmitiera a sus economías periféricas y financiara desde la maquinaria populista clientelista en el poder hasta la instauración de la ineficiencia productiva socialista, más o menos oculta por importaciones crecientes.
En Venezuela, principal vitrina del Socialismo del Siglo XXI, la Asociación Venezolana de Exportadores (AVEX) señala que sólo las exportaciones no tradicionales representaban más de 28% de las exportaciones totales en el año en que Chávez llegó al poder.
Bajo el chavismo, el total de las exportaciones no petroleras cayó a menos de 8% del total exportado el año pasado en cifras del propio BCV.
Así, el neosocialismo latinoamericano avanzó, orientado desde la Habana y a través del Foro de Sao Paulo, integrando desde el ecologismo hasta el populismo en su nuevo discurso, pero sólo mantuvo el poder por los recursos a dilapidar gracias al aumento en los precios de las materias primas. Como en efecto, los dilapidó en todos los casos, lo que queda por ver es si en alguno logró acercarse lo suficientemente al objetivo totalitario como para sostenerse por la represión, cuando la realidad les pasa factura de lo dilapidado.

El principio del desmoronamiento

En Argentina perdieron la elección nacional, en Bolivia intentan repetir una y otra vez un referéndum (perdido al primer intento) para la reelección indefinida del caudillo local.
En Ecuador –donde no lograron revertir la dolarización– no pueden reelegir a Correa. Y en Brasil, donde no avanzaron significativamente en el control partidista de los medios de producción estratégicos, y ni siquiera intentaron el continuismo caudillista, les falló el control político del máximo tribunal que parecían haber logrado, y sus corruptelas –ahora en juicio– los empujan de la pérdida del poder a la posibilidad de terminar en la cárcel de los ladrones o el exilio.
Es muy improbable, más no imposible, que en algún caso se sostengan aferrados al poder. Probable, aunque no seguro, es únicamente en Venezuela, donde con muy difíciles condiciones la represión económica y política severa les ha funcionado, por ahora.
Es el país donde pueden impunemente neutralizar una Asamblea Nacional de mayoría opositora desde un Poder Judicial con disciplina partidista, o apalear salvajemente ante las cámaras a un diputado opositor por activistas  identificados del Gobierno.
Eso, en un país señalado por la presencia de presos políticos y el presunto empleo de torturas, persecuciones, desapariciones y la criminalización tanto de factores de oposición, como de la disidencia en el propio chavismo, que sufre la inusitada violencia delictiva y una inflación imparable, en medio de una severa escasez de alimentos y medicinas, con un racionamiento bajo el progresivo control del PSUV.
Aunque sigue teniendo influencia intelectual y política, que no desaparecerá ni perdiendo el poder en Venezuela o incluso en Cuba, lo cierto es que el proyecto neocomunista latinoamericano está pasando por su peor momento.
Pero la falta de movimientos liberales o conservadores capaces de popularizar las ventajas de la economía de mercado en lo económico y las instituciones republicanas en lo político, les garantiza sobrevivir en oposición, lo que les ofrece la esperanza de recomponerse y retomar el poder en el futuro.
Sigue siendo izquierda contra izquierda, aunque se insulten unos a otros calificándose mutuamente de derecha. Esa, y la posibilidad todavía incierta que el punto de partida y la fuente inicial de los petrodólares sea el último reducto que sostengan, aunque sea por medios represivos autoritarios, son las esperanzas del Socialismo del Siglo XXI en América Latina.
No deja de ser irónico que justo ahora aparezca al sur de Europa el último imitador tardío del gran caudillo neosocialista venezolano, uno con alguna esperanza de llegar al Gobierno, pero sin las condiciones optimas como para implementar la franquicia.  Pero eso lo analizaremos la próxima semana, con la inminente cercanía de las elecciones en España.

El Socialismo del Siglo XXI fracasó y vive su ocaso

La realidad nos muestra que el proyecto neocomunista de América Latina, bajo el techo del famoso "Socialismo del Siglo XXI", está pasando por su peor momento

(Wikimedia) Socialismo del Siglo XXI
Un caudillo que con tal turba alcanzara el poder, habla muy mal de la sociedad civil y política venezolana, y muy bien de las habilidades, el liderazgo y la capacidad de embaucar del hoy difunto caudillo. (Wikimedia)
Por Guillermo Rodríguez G.
A finales de los años 90, en Venezuela, el luego caudillo Hugo Chávez salía en libertad de una breve y relativamente benévola prisión, para reunir en un movimiento político a sus compañeros de conspiración con la larga lista de frecuentes visitantes del cuartel que le sirvió como cárcel, y que le brindaron apoyo para lograr, por otros medios, lo que su golpe de Estado no alcanzó.
Exguerrilleros, empresarios mercantilistas, periodistas, intelectuales y oportunistas de la debilitada y desilusionada izquierda entonces opositora visitaban y departían con el famoso prisionero, porque veían en la figura del golpista –en quien descubrieron asombrados la misma fanática fe socialista que tenían, o habían tenido– la esperanza de derrotar al Socialismo moderado que se encontraba en el poder.


Sobre economía y socialismo


Reconozco que siempre me apasionó la Revolución Rusa: no ideológicamente (nunca me he dejado fascinar por el socialismo), sino histórica y sociológicamente. ¡Qué desastre! Y qué barbaridad…
Por edad, soy de ésos que estudió EGB, BUP y COU en España: aunque en algunos casos sólo fui consciente años después, muchos de mis profesores eran comunistas. Los recuerdo bien: barbudos y sesudos ellos, estiradas y muy leídas ellas, profesando su activismo sotto voce, incitando a sus alumnos a secundar las ridículas huelgas estudiantiles de los 80 o presumiendo del “Yankee Go Home” después de alguna manifa anti-OTAN.



Es decir, como los líderes actuales de Podemos, pero aseados física e intelectualmente. Personas profundamente equivocadas, sin el menor atisbo de autocrítica, pero respetables: los de hoy, no me merecen ningún respeto, ni físico ni intelectual. Aquéllos no podían no saber: éstos no tienen intención de ocultarlo.
De hecho, su intención es más bien la contraria: no se esconden, no necesitan justificarse. Sólo así alguien puede considerarse un “leninista amable”. Por eso dominan los medios de comunicación, por eso okupan las redes sociales: para dejarnos su mensaje. Quieren que vivamos como en Cuba o en Venezuela, extender sus paraísos socialistas del Caribe al Mediterráneo. Y lo van a conseguir.
En cierta medida, ya lo han hecho: victoria por incomparecencia del contrario. Lo que hay enfrente de estos nuevos-viejos comunistas es simplemente socialdemocracia, de derechas o de izquierdas, pero intervencionismo al fin y al cabo. Y ya se sabe que cuando la gente puede elegir entre el original y una mala copia, la mayoría suele preferir el primero a la segunda.
Y es que, sin pretender equiparar nuestros actuales sistemas democráticos al Archipiélago Gulag que nos contó Solzhenitsyn, sí se pueden identificar algunas similitudes que, en ausencia de la calidad institucional adecuada, podrían facilitar experimentos sociológicos como el que pretende imponer el partido político Podemos en España: experimentos que ya se demostraron imposibles, tanto desde un punto de vista teórico como práctico, en el pasado.
A desarrollar esta idea, la identificación de una serie de elementos comunes a sistemas socialistas y no socialistas para explicar el intervencionismo que padecen las actuales democracias, dediqué algo de tiempo en forma de trabajo para la asignatura Análisis Económico del Socialismo en el Máster en Economía UFM-OMMA, impartida por el profesor Juan Ramón Rallo.
En su magnífico libro The Socialist System, el economista húngaro János Kornai identifica la relación causal que une los distintos componentes del sistema socialista clásico, de manera que cada elemento de esta cadena es consecuencia del anterior, formando lo que podríamos llamar la cadena de valor intelectual del socialismo.
Así, como consecuencia del poder absoluto del partido marxista-leninista y de la inseparabilidad de su ideología oficial, el Estado se atribuye una posición dominante y la práctica totalidad de la propiedad existente, lo que hace que el mecanismo de coordinación sea mayoritariamente burocrático, con unas características (planificación central, restricción presupuestaria suave, irrelevancia de los precios, etc.) que hacen prevalecer la producción por encima del consumo, generando desabastecimientos y excedentes de manera simultánea: es lo que Kornai denomina “economía de la escasez”.
Lejos de mi intención comparar sistemas socialistas y sistemas no socialistas: simplemente me parece que muchos de los errores que cometen nuestros gobiernos, elegidos democráticamente, están en el ideario socialista y ofrecen una coartada perfecta para que siga habiendo gente que crea que la utopía es posible. No es difícil encontrar algunos ejemplos sin salir de España.
Pensemos en la influencia que tienen hoy en día los partidos políticos sobre el poder judicial: a raíz de la Ley Orgánica 6/1985, los vocales judiciales no son elegidos por los jueces, sino por el parlamento. Esta perversión democrática no ha cambiado cuando los dos principales partidos políticos han alternado gobierno y oposición: no puede ser una sorpresa que la justicia sea una de las instituciones peor valoradas por los españoles.
Si hablamos de burocracia, además de estatal, autonómica y municipal, tenemos el enorme aparato burocrático de la Unión Europea. Pensemos en los medicamentos: si a pesar del plazo de la inversión, del capital necesario y del cálculo de probabilidades de éxito, una empresa farmacéutica finalmente produce de manera exitosa un nuevo medicamento en Estados Unidos y consigue la aprobación del burócrata de turno (la FDA, Food and Drug Administration, por sus siglas en inglés), ¿por qué no se puede comercializar en España? Porque depende de una decisión de otro burócrata, en este caso, europeo.
En cuanto a planificación económica, sabemos que las economías socialistas buscan el crecimiento económico para legitimar lo antes posible el socialismo entre la sociedad, habitualmente pobre, a través de agregados tangibles: ese crecimiento se traduce mayoritariamente en inversión. Es cierto que en España no hay una oficina de planificación central elaborando planes anuales o quinquenales de obligado cumplimiento para los órganos subordinados, pero todos los gobiernos también tienen objetivos y plazos que ejecutan a través de sus ministerios, secretarías, agencias, observatorios, etc. Todos los gobiernos elegidos democráticamente e independientemente de su ideología política, han planificado programas de inversión faraónicos con el fin de presentar los logros alcanzados durante su legislatura, especialmente en infraestructuras públicas: líneas de alta velocidad, aeropuertos, autopistas, tranvías urbanos…
Llegados a este punto, alguien podría pensar que a pesar del poder de sus partidos políticos, sus asfixiantes instituciones burocráticas y el peso cada vez más importante de su economía planificada, España supera la prueba del intervencionismo: no vemos desabastecimientos (exceso de demanda) y excedentes (exceso de oferta), propios del caos económico socialista.
En el caso de bienes y servicios públicos, no está tan claro: en realidad, todas las democracias actuales promueven su consumo hasta el infinito, generando en el ciudadano desinformado la falsa impresión de que son gratis. Pero no lo son, por lo que el racionamiento vertical típico de un sistema socialista, también es aplicado en este caso: recuerdo muy bien, por ejemplo, las restricciones de agua en los hoteles o las prohibiciones para regar campos de golf en la España de los 90. Desgraciadamente, la gestión del agua era, y sigue siendo, mayoritariamente pública.
No voy a decir que el liberalismo ha estado presente alguna vez en política: posiblemente, no lo estará nunca, por definición. Pero cuando el espectro ideológico en España se ha desplazado tanto hacia la izquierda que la única alternativa al socialismo real de Podemos es la socialdemocracia de los demás, no puede sorprendernos leer que “el comunismo se ha puesto de moda”. No el que predijeron Marx y Engels, por supuesto, sino el que utiliza igual de bien que entonces la propaganda: planes educativos, medios de comunicación, redes sociales, tertulias políticas, series, películas, etc. Como si fueran diferentes…

Sobre economía y socialismo


Reconozco que siempre me apasionó la Revolución Rusa: no ideológicamente (nunca me he dejado fascinar por el socialismo), sino histórica y sociológicamente. ¡Qué desastre! Y qué barbaridad…
Por edad, soy de ésos que estudió EGB, BUP y COU en España: aunque en algunos casos sólo fui consciente años después, muchos de mis profesores eran comunistas. Los recuerdo bien: barbudos y sesudos ellos, estiradas y muy leídas ellas, profesando su activismo sotto voce, incitando a sus alumnos a secundar las ridículas huelgas estudiantiles de los 80 o presumiendo del “Yankee Go Home” después de alguna manifa anti-OTAN.


Saturday, July 2, 2016

El “Socialismo del Siglo XXI” y su legado

El inicio del siglo XXI coincidió con la llegada al poder de gobiernos identificados con el “Socialismo del Siglo XXI” en casi toda Sudamérica. Hugo Chávez asumió la presidencia de Venezuela en 1999, Lula da Silva el 2003 en Brasil, Néstor Kirchner el 2003 seguido en Argentina, Evo Morales el 2006 en Bolivia, Rafael Correa el 2007 en Ecuador.
El legado de esta corriente es muy poco halagador. Con respecto a la institucionalidad han destrozado las instituciones del Estado y la independencia de poderes, concentrando el poder en manos del presidente. Han usado la justicia como un instrumento de acoso y persecución política y han hundido al sistema judicial en el fondo de la corrupción. Se han puesto por encima de la constitución y las leyes.



Con respecto la iniciativa empresarial han violentado la propiedad privada y han generado una camada de empresarios clientelistas, dependientes de la protección y los privilegios del Estado.
Con respecto a la libertad de expresión han instituido el reino de la autocensura y el miedo a opinar contra ellos. Han cerrado, acosado y censurado a medios de prensa. Han vindicado la violencia y la fuerza como métodos legítimos de mantener el poder. Han hecho del odio y la venganza un tema discursivo recurrente.
Con respecto a la moral y la ética han dejado claro que todo vale para mantenerse en el poder. Han hecho de la verdad una víctima. Han manipulado la opinión pública, han comprado jueces y fiscales, han mentido para atacar a sus adversarios políticos y para protegerse de sus propias ilegalidades y mentiras.
Se han hecho inmensamente ricos. Llegaron con el discurso de acabar con la corrupción de sus antecesores y fueron exponencialmente más corruptos. Pero sobre todo han idiotizado a pueblos enteros, que ya no se sorprenden por nada; pueblos para los cuales un robo de millones de dólares, la mentira permanente, burda y palpable, el encarcelamiento injusto o el asesinato de un líder opositor no son razones suficientes para quitar el apoyo al caudillo. Lo más trágico es que su inmoralidad y corrupción son asumidas como normales por el pueblo; han corrompido y reducido los estándares morales de toda la ciudadanía.
En economía han gozado de una bonanza económica que mentirosamente se atribuyen como mérito propio. Sin embargo han sembrado las bases para una pobreza crónica que ya es evidente en Venezuela. Han cosechado lo que otros sembraron, pero no sembraron nada en su lugar y han dilapidado recursos escandalosamente.
Así es el Socialismo del Siglo XXI – tan malo como el siglo XX.

El “Socialismo del Siglo XXI” y su legado

El inicio del siglo XXI coincidió con la llegada al poder de gobiernos identificados con el “Socialismo del Siglo XXI” en casi toda Sudamérica. Hugo Chávez asumió la presidencia de Venezuela en 1999, Lula da Silva el 2003 en Brasil, Néstor Kirchner el 2003 seguido en Argentina, Evo Morales el 2006 en Bolivia, Rafael Correa el 2007 en Ecuador.
El legado de esta corriente es muy poco halagador. Con respecto a la institucionalidad han destrozado las instituciones del Estado y la independencia de poderes, concentrando el poder en manos del presidente. Han usado la justicia como un instrumento de acoso y persecución política y han hundido al sistema judicial en el fondo de la corrupción. Se han puesto por encima de la constitución y las leyes.