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Saturday, July 9, 2016

Por qué no pueden subirse impuestos sólo a los ricos


La Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea) acaba de publicar un estudio muy interesante sobre la distribución de la carga fiscal entre las familias españolas. El titular más llamativo del informe ha sido el de que los hogares con menor renta pagan el mismo porcentaje de impuestos que los hogares de renta alta.
Y es que, en efecto, las familias con menor renta abonan un 28,21% sobre sus ingresos, mientras que el 1% de familias más ricas, apenas soportan una carga fiscal del 33,10%. En realidad, es necesario matizar que, por un lado, las rentas del primer quintil no están adecuadamente calculadas, ya que incluyen rendimientos negativos (lo cual reduce la base sobre la que se calcula el tipo impositivo, aparentando que éste es mucho mayor de lo que realmente es). A su vez, también hay que aclarar que estos cálculos no incluyen ni las cotizaciones sociales a cargo del empresario (que padecen en última instancia los trabajadores) ni tampoco el Impuesto de Sociedades (que soportan en última instancia los receptores de rentas del capital).




Para muchos, estos datos ilustran que la presión fiscal en España está muy mal repartida y que habría que reequilibrarla, reduciéndosela a las rentas bajas e incrementándosela a las rentas altas. A mi entender, en cambio, lo que ponen de manifiesto estos datos es que Thomas Piketty tenía razón cuando señalaba que:
En el Estado fiscalista moderno, la totalidad de los pagos tributarios se acerca a ser proporcionales a la renta de todos los individuos, especialmente en aquellos países donde esos ingresos fiscales son muy altos. Esto no es sorprendente: es imposible imponer una presión fiscal igual al 50% para así financiar un ambicioso programa de transferencias sociales sin exigirle a todo el mundo que haga una contribución muy importante. La lógica de derechos universales que subyace en el moderno Estado social y fiscalista encaja muy bien con la idea de una tributación proporcional (o muy escasamente progresiva).
O dicho de otra manera, el Estado español no puede recaudar mucho más de lo que recauda ahora sin sablear con mucha mayor saña a todos los ciudadanos, incluidas las rentas bajas.
No se puede sólo con los ricos
En la siguiente tabla, recogemos el tipo impositivo medio soportado por cada tramo de renta, el porcentaje del PIB que “acapara” cada tramo de renta y la recaudación fiscal que cada uno de esos tramos proporciona (en términos de PIB). Por ejemplo, el 1% de contribuyentes con mayor renta de España logra unos ingresos equivalentes al 5,31% del PIB, los cuales son sometidos a un tipo impositivo del 33,1%: y, en consecuencia, el 1% de contribuyentes con mayor renta aportan una recaudación del 1,76% del PIB (el 33,1% del 5,31% del PIB es el 1,76%).



Si sumamos la recaudación de todos los hogares españoles, alcanzaremos una presión fiscal agregada del 26,7%: a esa cifra, es necesario añadirle la recaudación por cotizaciones sociales a cargo de la empresa, por Impuesto sobre Sociedades y otros ingresos patrimoniales del Estado hasta alcanzar los ingresos públicos totales de España (entre el 38-39% del PIB). Por poner estas cifras en perspectiva: el déficit público de España es del 5% del PIB y las socialdemocracias nórdicas —a las que tantos partidos quieren llevarnos— recaudan, al menos, el 50% del PIB.
Así pues, el inmoral juego recaudatorio que voy a plantear a los lectores es el siguiente: ¿cómo recaudar, únicamente castigando a “los ricos”, cinco puntos adicionales de PIB (o 12 puntos de PIB, si quieren emular a los nórdicos) a partir de las distribuciones de renta y de carga fiscal recogidas en la tabla anterior?
Podemos ha prometido que sólo subirán los impuestos a aquellos que cobren más de 60.000 euros anuales
Empecemos por lo más fácil: extraer cinco puntos adicionales de PIB para acabar con el déficit sin recortar el gasto. Podemos ha prometido que sólo subirán los impuestos a aquellos que cobren más de 60.000 euros anuales. Eso debería limitar su radio de acción al último decil de la distribución de la renta (centiles 91 a 100). En realidad, empero, el radio de acción debería ser mucho menor, pues el centil 91 empieza con 62.000 euros por familia: es decir, un hogar con dos padres y un hijo, donde cada padre gane 32.000 euros, forma parte del centil 91. Y, en teoría, Podemos ha prometido no cobrarles más impuestos a ese tipo de hogares. Pero da igual; obviemos ese detalle: ¿cómo recaudar cinco puntos más de PIB sólo con los centiles 91 a 100?
De entrada, si aumentamos los impuestos sobre el 1% más rico desde el 33,10% al 50%, apenas se recaudaría un 0,9% más del PIB. Por tanto, nos faltan 4,1 puntos que habría que imputárselos a los centiles 91 a 99. Y para recaudar 4,1 puntos más en esos deciles, habría que llevar su tipo impositivo medio al 47%... sin contar cotizaciones sociales a cargo del empresario. Computando esas cotizaciones, estaríamos hablando de arrebatarles a muchos ciudadanos más del 60% de todo lo que ingresan: algo muy escasamente realista. Pero la aritmética fiscal todavía es más desfavorable para los amigos de la demagogia antirricos.
Primero, porque ese aumento de la tributación debería efectuarse sólo mediante impuestos directos (si aumentaran los indirectos, no sólo los ricos pagarían esta mordida). Los centiles 91 a 99 soportan un tipo impositivo directo del 22,49% (y uno indirecto del 7,43%): si queremos incrementar su aportación tributaria en 17 puntos (hasta llevar la total al 47%), habría que aumentar su tipo impositivo directo desde el 22,49% hasta el 39,5% (en el caso del top 1%, habría que llevarla hasta el 45%). Ahora mismo, el tipo impositivo medio por impuestos directos para alguien que gana 60.000 euros se ubica en torno al 26%-27%, por lo que sería necesario un sablazo fiscal absolutamente disparatado para que las rentas por encima de 60.000 euros pasen a tributar un 39,5%.
Por ejemplo, una persona que ingresa 100.000 euros y paga el 26% de impuestos directos sobre sus primeros 60.000 euros debería tributar al 60% sobre los restantes 40.000 para que su tipo impositivo medio (sobre los 100.000 euros) fuera del 39,5%. Y si quisiéramos que hubiera una cierta progresividad fiscal desde los 60.000 a los 100.000 euros (esto es, que pague mucho más el euro 99.999 que el euro 60.001), los tipos marginales a partir de 80.000 o 90.000 euros deberían ser muy superiores a ese 60%.
Todo lo cual nos lleva al segundo gran problema: ¿alguien puede creer que, estableciendo unos tipos impositivos marginales tan elevados, las bases imponibles no se van a reducir? Fíjense que no estoy preguntando si necesariamente subiendo los impuestos recaudaremos menos: tan sólo estoy constatando que, tras subir los impuestos de una manera tan exagerada, los profesionales de rentas altas dejarán de estar dispuestos a trabajar tantas horas diarias como antes (Montoro se topó justamente con ese problema en 2012). O dicho de otra manera, si queremos aumentar la recaudación un 40% entre las rentas altas, no bastará con subir los impuestos un 40%, sino que habrá que hacerlo mucho más. En tal caso, habría que aumentar los tipos marginales por encima de 60.000 euros muy por encima del 60%: justo la receta para que todo personal cualificado se vaya de España.
No recaudaríamos en absoluto las sumas deseadas de dinero, pues los ciudadanos simplemente dejarían de trabajar una vez alcanzado cierto umbral de renta
Y si recaudar cinco puntos del PIB únicamente a partir de las rentas altas se antoja una misión cuasi imposible, imaginen la imposibilidad de extraer de esas rentas altas los 12 puntos del PIB que necesitamos para equipararnos con los países nórdicos: tendríamos que elevar su tipo impositivo medio hasta el 70% (colocando el tipo marginal a partir de 60.000 euros en niveles muy cercanos al 100%). Huelga señalar que, con tales gravámenes, no recaudaríamos en absoluto las sumas deseadas de dinero, pues los ciudadanos simplemente dejarían de trabajar una vez alcanzado cierto umbral de renta.
En suma, cuando los populistas prometen aumentar los ingresos del Estado —ya sea para revertir los recortes o para multiplicar el Estado de Bienestar— únicamente haciendo pagar “a los ricos” están mintiendo con descaro. No se puede. Por mucho que quieran, no se puede. Si se apuesta por un Estado más grande, todos tendremos que pagar muchos más impuestos: eso es, justamente, lo que sucede en los países nórdicos.

Por qué no pueden subirse impuestos sólo a los ricos


La Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea) acaba de publicar un estudio muy interesante sobre la distribución de la carga fiscal entre las familias españolas. El titular más llamativo del informe ha sido el de que los hogares con menor renta pagan el mismo porcentaje de impuestos que los hogares de renta alta.
Y es que, en efecto, las familias con menor renta abonan un 28,21% sobre sus ingresos, mientras que el 1% de familias más ricas, apenas soportan una carga fiscal del 33,10%. En realidad, es necesario matizar que, por un lado, las rentas del primer quintil no están adecuadamente calculadas, ya que incluyen rendimientos negativos (lo cual reduce la base sobre la que se calcula el tipo impositivo, aparentando que éste es mucho mayor de lo que realmente es). A su vez, también hay que aclarar que estos cálculos no incluyen ni las cotizaciones sociales a cargo del empresario (que padecen en última instancia los trabajadores) ni tampoco el Impuesto de Sociedades (que soportan en última instancia los receptores de rentas del capital).


Wednesday, July 6, 2016

Andrés Manuel López Obrador, el bombero piromaniaco

Leo Zuckermann
 
Leo Zuckermann es analista político y académico mexicano. Posee una licenciatura en administración pública en El Colegio de México y una maestría en políticas públicas en la Universidad de Oxford (Inglaterra). Asimismo, cuenta con dos maestrías de la Universidad de Columbia, Nueva York, donde es candidato a doctor en ciencia política. Trabajó para la presidencia de la República en México y en la empresa consultora McKinsey and Company. Fue secretario general del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), donde actualmente es profesor afiliado de la División de Estudios Políticos. Su columna, Juegos de Poder, se publica de lunes a viernes en Excélsior, así como en distintos periódicos de varios estados de México. En radio, es conductor del programa Imagen Electoral que se trasmite en Grupo Imagen. En 2003, recibió el Premio Nacional de Periodismo.
Hace poco me preguntaba qué ganaba Andrés Manuel López Obrador en su alianza con la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE). A lo mejor ganaba algunos votantes en estados donde la CNTE tenía presencia: Oaxaca, Chiapas, Michoacán, Guerrero y la Ciudad de México. Pero ahí ya está fuerte López Obrador. A lo mejor obtenía un ejército de operadores políticos que le ayudarían a cuidar las casillas en 2018. A lo mejor lo hacía para ponerles un cohete a dos posibles candidatos presidenciales del PRI, el secretario de Educación, Aurelio Nuño, y el de Gobernación, Miguel Ángel Osorio. Ahora veo algo cada vez más evidente: a AMLO le conviene generar un ambiente político adverso rumbo a las elecciones de 2018.



Este miércoles, gracias a los aliados de López Obrador, es decir, los maestros de la CNTE, se vivió una jornada de caos en la Ciudad de México. Hoy, al parecer, tendremos otra. A esto hay que sumar los bloqueos carreteros y manifestaciones multitudinarias en Oaxaca, Guerrero y Chiapas que tienen a esos estados en jaque. En otros lugares de la República también ha habido protestas. En consecuencia, los noticieros se han llenado de reportes que llegan desde varias partes del país dando cuenta del caos cotidiano. Esto beneficia a López Obrador porque mucha gente, enojada, se pregunta, ¿dónde está el gobierno para imponer el orden público? ¿Dónde está el piloto para salir de la zona de turbulencia?
López Obrador va ganando la partida gracias a su alianza con la CNTE. Y va a seguir apretando conforme se acerque el 2018. Quiere que el electorado se enoje más. Quiere que las tasas de aprobación del presidente Peña lleguen a un solo dígito.
La sensación de desgobierno aumenta día con día. Tan sólo hay que ver las redes sociales para ver el creciente enojo ciudadano. Y esto, me parece, va irse agudizando rumbo al 2018. Serán dos años muy largos: protestas, manifestaciones, bloqueos, en fin pequeños incendios que van a ir generando los maestros de la CNTE. Tienen todos los recursos para hacerlo: gente, dinero, organización, camiones, etcétera.
En las plazas públicas se presentará López Obrador como el único bombero capaz de apagar estos fuegos. No sé quién acuñó el concepto de “bombero piromaniaco”, pero es lo que estamos presenciando. Se trata de los políticos que tienen la capacidad de incendiar la pradera para luego apagarla. Movilizan grupos sociales, que ellos controlan, a fin de desestabilizar el orden creando un ambiente de mucha tensión donde la ciudadanía se enoja y demanda que el gobierno haga algo para restituir el orden. Pero el gobierno no puede hacerlo porque el único capaz de resolver el embrollo es el que lo comenzó. A la postre, esta persona aparece como salvador de la patria. Y es cierto porque es el único que puede desmovilizar a sus huestes: el bombero capaz de apagar el fuego que él generó.
AMLO, junto con la CNTE, están creando ese ambiente de desorden que les conviene a ambos. Mientras tanto, el gobierno anda perdido. El presidente Peña no demuestra ningún tipo de liderazgo: se la pasa inaugurando convenciones y entregando diplomas como si no pasara nada. El secretario de Gobernación abre mesas de diálogo donde no se negocia nada; luego dice que el tiempo se agotó, pero no hace nada. Al secretario de Educación ya lo sacaron de la jugada. La sensación que queda es que efectivamente tenemos cada vez más desgobierno en México.
En este sentido, López Obrador va ganando la partida gracias a su alianza con la CNTE. Y va a seguir apretando conforme se acerque el 2018. Quiere que el electorado se enoje más. Quiere que las tasas de aprobación del presidente Peña lleguen a un sólo dígito. Quiere quemar a posibles candidatos presidenciales como Osorio, Nuño, Aureoles, El Bronco y Mancera. Quiere arrebatarle la bandera del orden público al PRI.
En fin, que son muchas las ganancias para el candidato presidencial de Morena en su alianza con los maestros radicales de la CNTE. Pero, ojo, esta asociación también conlleva costos importantes. Por ejemplo, hace evidente que López Obrador es un bombero piromaniaco dispuesto a incendiar regiones del país para sublimar sus ambiciones políticas. Supongo que mucha gente, al emitir su voto en las urnas, se preguntará si de verdad quiere tener a un tipo así como Presidente de la República.

Andrés Manuel López Obrador, el bombero piromaniaco

Leo Zuckermann
 
Leo Zuckermann es analista político y académico mexicano. Posee una licenciatura en administración pública en El Colegio de México y una maestría en políticas públicas en la Universidad de Oxford (Inglaterra). Asimismo, cuenta con dos maestrías de la Universidad de Columbia, Nueva York, donde es candidato a doctor en ciencia política. Trabajó para la presidencia de la República en México y en la empresa consultora McKinsey and Company. Fue secretario general del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), donde actualmente es profesor afiliado de la División de Estudios Políticos. Su columna, Juegos de Poder, se publica de lunes a viernes en Excélsior, así como en distintos periódicos de varios estados de México. En radio, es conductor del programa Imagen Electoral que se trasmite en Grupo Imagen. En 2003, recibió el Premio Nacional de Periodismo.
Hace poco me preguntaba qué ganaba Andrés Manuel López Obrador en su alianza con la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE). A lo mejor ganaba algunos votantes en estados donde la CNTE tenía presencia: Oaxaca, Chiapas, Michoacán, Guerrero y la Ciudad de México. Pero ahí ya está fuerte López Obrador. A lo mejor obtenía un ejército de operadores políticos que le ayudarían a cuidar las casillas en 2018. A lo mejor lo hacía para ponerles un cohete a dos posibles candidatos presidenciales del PRI, el secretario de Educación, Aurelio Nuño, y el de Gobernación, Miguel Ángel Osorio. Ahora veo algo cada vez más evidente: a AMLO le conviene generar un ambiente político adverso rumbo a las elecciones de 2018.