Resulta necesario asegurar el derecho a elegir libremente, en un entorno democrático competitivo, a quienes dirigirán la nación
Contemplando el futuro político de Cuba, a la luz de la nueva política entre Estados Unidos y Cuba, puede resultar esclarecedor para todas las partes describir su lista de deseos para la nación cubana. Esta es la mía:
“Aprender a amar y defender los derechos naturales individuales a la vida, la libertad y la propiedad.
Asegurar el derecho a elegir libremente, en un entorno democrático competitivo, a quienes dirigirán la nación.
Buscar las enseñanzas de la libertad y la visión para seleccionar con inteligencia a los líderes.
Comportarse como los ciudadanos soberanos que son. Insistir en que todos los funcionarios del Gobierno respeten las leyes con honestidad y transparencia.
Recuperar los valores espirituales, la dignidad y urbanidad necesarios para una vida virtuosa.
Utilizar esa virtud para erigir instituciones democráticas incorruptibles que protejan las libertades.
Disfrutar, como ciudadanos respetuosos de las leyes, las protecciones del Estado de derecho, que es el fundamento legal para la libertad.
Aspirar a disfrutar la prosperidad obtenible contribuyendo con sus talentos en una economía de libre mercado.
Ver a la patria integrar la familia de naciones democráticas y prósperas.
Construir orgullosamente un futuro en libertad, y de libertad, para hijos y nietos.
Recordar: “Somos criaturas del universo, tanto como los árboles y las estrellas”.
Tenemos derecho a ser libres”.
Mi Desiderata es un esfuerzo para retornar la lucha cubana a sus principios medulares. Es un regreso necesario, porque parece que la conciencia de los principios de libertad se ha perdido en la ambigua fantasía de algunos.
Se trata de una fantasía que pretende que la libertad en Cuba se alcanza mejor si no se habla sobre libertad. Fantasía que opera bajo el defectuoso principio especulativo de que el compromiso político y económico con un régimen totalitario ayuda a facilitar la desaparición de ese régimen. Fantasía derivada de preferencias políticas o idiosincrasias personales y no de relevantes fundamentos teóricos o experimentales. Fantasía que yerra al no considerar las destructivas consecuencias de mover a la práctica política preceptos de conformismo y consonancia con el autoritarismo.
Max Weber, el erudito alemán cuyas ideas influenciaron profundamente la teoría social, acuñó el término “ética de las intenciones” para describir la noción de que moralmente, si un proyecto tiene la intención correcta, no importan sus consecuencias.
Bajo la absurda “ética de las intenciones” las acciones no deberían evaluarse de acuerdo a sus consecuencias, sino solamente con relación a los resultados esperados. Esta tesis plantea que las buenas intenciones contienen su propia justificación, independientemente de las consecuencias. Esa ética de intenciones -la intención anunciada es ayudar al pueblo cubano- parece prevalecer sobre la fantasía inarmónica de que abrazar a los opresores ayuda a los oprimidos.
Pero como aclara el viejo proverbio, “el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones”. Todos debemos abrazar una “ética de responsabilidad”. Es decir, entender e interiorizar que abrazarse a la opresión tendrá consecuencias imprevistas e indeseables para el oprimido.
Abogar por la libertad, como en mi Desiderata, para la nación cubana, es inherentemente moral. Posicionarse con los opresores, independientemente de las buenas intenciones, no es intrínsecamente bueno. ¿Cuáles son, entonces, las “cosas deseadas” cuando se abraza a los opresores?