Alberto
Mansueti
La Ciencia Política, y la práctica política,
tienen un mismo objetivo, muy difícil para lograr: evitar dos extremos, ambos
muy fáciles para caer: el caos y la tiranía.
Es una premisa, resumida, del Profesor Daniel J.
Elazar (1934-1999), brillante académico y activista judío. Mucho se aprende en sus
escritos, en la Web Jerusalem Center for Public Affairs. Fue sionista toda su
vida, pero para aprender de un autor, no le exijo que esté de acuerdo conmigo
en todo.
Su pensamiento y acción giran en torno al Covenantalism,
que yo traduzco “Pactualismo”, aunque él tradujo “Federalismo”, pero eso a
veces significa otras cosas. La tradición “pactualista”, explica, nació en el
Israel bíblico, y ha sido piedra miliar del Derecho Político, el
constitucionalismo y la civilización en Occidente.
En relación con la política, dice, la preocupación
humana, y por lo tanto académica, se centra en tres búsquedas: (1) de la
justicia, para el logro del buen orden político; (2) de la comprensión de la
realidad empírica del poder y del mundo político; (3) de un esquema normativo y
cívico justo, y que a la vez sea realista y sostenible, capaz de integrar una
cosa con la otra, resultando una buena vida política.
Así la Ciencia Política (la buena, que no enseñan
en nuestras Facultades) descubre ciertas verdades que operan como premisas, las
que capturan la realidad de la vida política, y la ligan con los principios,
normas y valores de justicia, orden, paz, bienestar, prevención y resolución de
conflictos, entre otros. Una de estas ideas o conceptos es el de “Pacto” o
Alianza, tomada del Antiguo Testamento. Esta fue la base de los contratos
feudales en la Edad Media, incluso acuerdos constitucionales como la Carta
Magna inglesa de 1215, y las “Cartas Pueblas” y “Fueros” hispanos de esa misma
época, incluso de antes. Y después, del “Pacto del Mayflower” (1620), y las “Ordenanzas
Fundamentales de Connecticut” (1639), etc.
En los autores católicos de la Escuela de
Salamanca, en el siglo XVI, y en los protestantes del siglo siguiente, está el
origen del liberalismo clásico: el derecho de resistencia a la opresión. ¿Y cómo
se fundamenta? Como la respuesta al incumplimiento, por autoridades tiránicas y
opresoras, de algún tipo de arreglo pactual o acuerdo contractual preexistente,
expreso o tácito, con el pueblo. La resistencia del pueblo es entonces la
solución lógica y natural. Lea I Reyes 12, por favor.
Si negamos todo tipo de teoría contractualista, no
hay lugar para resistencia; pero si la teoría es mala, nos puede llevar a alguna
otra forma de tiranía. O de anarquía, como la que llaman “Estado fallido”, y yo
llamo “estatismo fallido”, del cual nuestros países están muy cerca.
Como toda gran idea, el pacto y palabras
relacionados se usan como consignas, y así a menudo se trivializan, y se
pervierten los contenidos. Así pasó con la consigna del “Contrato Social”, la teoría
contractualista, en Hobbes (1588-1679) terminó en la tiranía del Monarca. Pero
en John Locke (1632-1704), con justicia considerado como el padre del
liberalismo político, terminó en la idea y la práctica, en el Parlamento
inglés, en 1688, de un gobierno limitado por las cláusulas contractuales. En
Rousseau (1712-1778), terminó en la “revolución” (Francia, 1789), otro nombre
para la anarquía, y paso previo para otras formas “populares” de tiranía.
No es necesario que la idea de Pacto cristalice en
un documento constitucional escrito y firmado. Basta un acuerdo tácito,
considerando las mutuas ventajas que las se sacan del intercambio comercial
pacífico, en un marco legal y moral adecuado, garantizando los derechos
lockeanos a la vida, libertad y propiedad. Así por ejemplo en Adam Smith
(1723-1790), con justicia considerado como el padre del liberalismo económico,
a pesar de sus críticas al “contrato social”. Lo comprueba el Profesor John
Thrasher, de la Universidad Monash, Australia (en Internet: Adam Smith and the
Social Contract.) Smith es más cercano al contractualismo que al utilitarismo,
filosofía infiltrada en el liberalismo clásico, que le hizo mucho daño, así
como igualmente el positivismo.
A lo que Smith se opone es a cierto tipo de contractualismo,
llamemos “originario”, como cuando Hugo Chávez convocó a una “constituyente
originaria”, para legalizar la tiranía comunista en Venezuela. No es casual el parecido
con los sucesos ni con la teoría política actuales: John Rawls (1921-2002), que
pasa por “liberal” entre los analfabetos políticos, usa una teoría
“contractualista” para justificar el “Estado de Bienestar”, una tiranía
“niveladora”, hacia abajo, para “reducir las desigualdades”.
Un esquema institucional “pactualista”, sigue Elazar,
requiere una cultura “pactualista”, propensa a los tratos y acuerdos, y no a la
violencia como política y método para resolver conflictos.
Apunta al contraste entre España medieval y
América latina. En España, las “tres culturas”, judíos, cristianos y moros,
reconocían la autoridad de la Torah, los cinco primeros libros de la Biblia
judía, como fuente de justicia legal. Y así se acostumbraron a convivir, no sin
dificultades ni choques, por ocho largos siglos, de 711 a 1492. En cambio, los
países de América latina no vivieron esa cultura. Se copiaron casi al pie de la
letra instituciones “pactualistas”, como la Constitución de EE.UU., pero no
funcionó.
Cito a otro de mis profesores, pero éste me
distingue con su amistad: Alberto Benegas Lynch (h), en “Un bosquejo de la otra
España”, en Internet, menciona los documentos constitucionales de la España
medieval: los Fueros de León, en 1020 y en 1188, los de Burgos en 1073, Nájera
en 1076, Toledo en 1085, Zaragoza en 1115, Calatayud en 1120, puebla de
Organzón en 1191. Todos anteriores a la Carta Magna firmada en Londres por Juan
I (sin Tierra), el 15 de junio de 1215. El Gobierno limitado y el liberalismo
clásico no son inventos anglosajones.
Ni mi columna “Pisando callos” se llama así por
capricho. Termino aquí, pisando los callos de quienes se empeñan en confundir islamismo
con terrorismo. De seguido en su magnífico escrito, mi tocayo el Dr. Alberto
Benegas Lynch (h) destaca la “influencia mora” en esos antiguos documentos
legales hispanos.
Desde el año 900 hasta la expulsión de los moros
de España, dice, en especial en los siglos XI y XII, los musulmanes gozaron de extraordinaria
libertad. Y hubo enorme progreso en la Filosofía, Derecho, Astronomía, las Ciencias,
las Matemáticas: la geometría esférica, el concepto del cero y los números
arábigos, la edificación de observatorios, el compás magnético, la anestesia
local, y los mapas que usó Colón. Su arte, música, arquitectura y poesía fueron
admirados e imitados. Estimularon el comercio, y llevaron su libertad educativa
a muchos centros culturales.
Nos recuerda Alberto que los economistas musulmanes
antecedieron a la escolástica tardía en España. Y que hasta en los siglos XV y XVI,
en las Universidades de Alcalá y Salamanca se estudiaron autores como Ibn
Khaldun e Ibn Taymiyah, con aportes decisivos para la comprensión de los
procesos catalácticos (de mercado).
¿Y el terrorismo ahora de los islamistas? Bueno,
perdieron la brújula, igual que los cristianos: se hicieron socialistas, como ya
lo expliqué en artículos anteriores. ¡Hasta el próximo si Dios quiere!
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