El valor a precios de mercado de la suma de todo lo que se produce y vende en el mundo, absolutamente todo lo que se produce y vende en el mundo, durante dos años y cuatro meses seguidos. Céntimo arriba, céntimo abajo, a eso equivale la deuda conjunta de los Estados, las familias y las empresas a día de hoy. ¿Que cuánto viene siendo en dinero? Pues, excluyendo del cómputo al sector bancario, o sea considerando únicamente lo que deben las familias en concepto de créditos hipotecarios, los Estados en concepto de deuda pública soberana y las empresas privadas en concepto de bonos corporativos, estaríamos hablando, también céntimo arriba, céntimo abajo, de unos ciento cincuenta mil millones de millones de dólares americanos. Añádase la deuda del sector financiero global y el montante asciende en torno a doscientos mil millones de millones de dólares.
Todo un récord Guinness planetario: nunca antes en la historia la deuda agregada de la Tierra había alcanzado el nivel que tiene a día de hoy. Nunca. Por cierto, dos tercios de esas obligaciones pendientes de pago corresponden a las empresas y los particulares, el tercio restante figura en el saldo deudor de los Estados. ¿Y cuál es el problema de que todo el mundo deba tanto dinero a todo el mundo?
El problema de los particulares es que no pueden gastar como quisieran porque el grueso de su ahorro se lo traga la hipoteca. El problema de las empresas es que no quieren invertir. Y no quieren invertir porque, primero, deben ellas mismas demasiado dinero a sus propios acreedores y, segundo, porque no tiene ningún sentido invertir en producir cosas nuevas si los particulares no las van a comprar, ya que, tal como se acaba de decir, están atados de pies y manos al saldo vivo de sus hipotecas. En cuanto a los Estados, su problema es similar al de las empresas: deben tanto a terceros que tampoco ellos pueden invertir en nada, entre otras razones, porque los prestamistas no se fiarían de que les pudiesen devolver el dinero en el caso de que se lo pidieran.
En resumen, nadie puede gastar lo suficiente para dar salida a todos los productos que se amontonan en las estanterías de las tiendas y en los almacenes de las fábricas. Así las cosas, los banqueros centrales han decidido regalar el dinero a quien se lo pida. Tipos de interés cero, gratis total, en Europa y América. Pero ni gratis se quiere hoy el dinero. Y los que se lo piden, bancos privados en exclusiva, lo guardan en una caja fuerte. Ahí acaba la historia. Lo encierran bien encerrado en un cajón y punto. Todo ese dinero regalado no entra jamás en los circuitos de la economía real. Simplemente, no entra. Y si la política monetaria no resuelve nada y la fiscal está en gran medida vedada, ¿qué queda? Queda un bucle, el del estancamiento crónico, a la japonesa, que se otea en el horizonte.
Y esos doscientos mil millones de millones de dólares de deuda, ¿se pagarán algún día? Bueno, de ilusión también se viv
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