La idea de armonizar el Impuesto de Sociedades a nivel europeo cae como un jarro de agua fría en Irlanda, cuya atractiva fiscalidad es clave.
"Armonización". Sin duda, hablamos de una de las palabras preferidas de los altos cargos de la Unión Europea. Raro es el ámbito en el que Bruselas no se manifiesta a favor de integrar estándares y criterios. Sin embargo, cuando la "armonización" que se pretende es de corte fiscal, el terreno se vuelve mucho más pantanoso de lo habitual.
A lo largo de los años, los gobiernos que favorecen un sistema de impuestos altos se han quejado amargamente de aquellos socios europeos que siguen el camino opuesto y abogan por una presión fiscal más reducida. Holanda, Estonia y Luxemburgo han estado en el disparadero por esta cuestión, aunque ningún país ha sufrido tantos ataques como Irlanda.
El Tigre Celta adoptó en los años 90 un tipo general del 12,5% en el Impuesto de Sociedades. Desde entonces, su atractiva fiscalidad empresarial ha captado a miles de empresas que han elegido esta isla como centro de operaciones en Europa. El boom de las empresas tecnológicas ha sido especialmente beneficioso para Irlanda, que ha acogido la llegada de gigantes como Google, Apple o Microsoft.
Las reglas fiscales irlandesas también incorporan tipos más reducidos en otros campos. Por ejemplo, cuando se desarrollan patentes en Irlanda, los ingresos derivados de dicha actividad están sujetos a una tasa fiscal aún más reducida. Este gravamen es de apenas el 6,25%, la mitad que el tipo general del Impuesto de Sociedades.
Aquella actitud por parte del Tigre Celta contó con el respaldo de otros muchos gobiernos europeos, hasta el punto de que ocho de los países miembros de la UE se mostraron en contra desde el primer momento, cerrando cualquier posibilidad de alcanzar un acuerdo por unanimidad.
Ahora, la Comisión Europea vuelve a la carga y relanza una nueva apuesta encaminada a "armonizar" el Impuesto de Sociedades. Bruselas pretende que todas las grandes empresas calculen los impuestos que deben pagar siguiendo un mismo criterio. A esto hay que sumarle la pretensión de que se declare un "beneficio europeo consolidado" que luego sería repartido entre los países del Viejo Continente en los que opera la compañía en cuestión.
La figura clave en esta nueva intentona es la de Pierre Moscovici, el comisario europeo para asuntos económicos, financieros, fiscales y arancelarios. Este político francés empezó su carrera en las filas de la Liga Comunista Revolucionaria, una agrupación trotskista del país vecino. Después llegó su afiliación al Partido Socialista, en el que ha desarrollado una fructífera carrera política.
En 2014, Moscovici abandonó el Ministerio de Economía y Finanzas y dio el salto a Bruselas. Desde un primer momento, el dirigente galo no ha dudado en volver a introducir el debate sobre la "armonización" del Impuesto de Sociedades. De hecho, la disputa entre Bruselas y Dublín por los impuestos que paga Apple en Irlanda ha servido como antesala para este debate.
Para lograr su objetivo, Bruselas quiere centrar las negociaciones en las reglas tributarias que definen las bases imponibles de los impuestos. De esta forma, la discusión será más técnica y la subida fiscal resultante de la "armonización" no se canalizaría mediante subidas en los tipos del Impuesto de Sociedades, sino que se introduciría de una manera discreta, alterando la normativa de cálculo del gravamen.
La nueva propuesta de Bruselas ha caído como una declaración de guerra y volverá a encontrarse con un frente político unido en torno al modelo de impuestos bajos. Además, es difícil pensar que Irlanda vaya a quedarse sola a la hora de oponerse a estos planes: en 2011, su oposición a la "armonización" contó con el apoyo de Dinamarca, Suecia, Países Bajos, Bélgica, Malta, Eslovaquia...
El tiempo dirá si Irlanda vuelve a salir airosa. Pase lo que pase, el debate sobre la fiscalidad europea que tendrá lugar en 2017 se antoja complejo, intenso y definitivo a la hora de marcar qué rumbo va a seguir Bruselas ahora que Gran Bretaña ya no forma parte de la UE.
A lo largo de los años, los gobiernos que favorecen un sistema de impuestos altos se han quejado amargamente de aquellos socios europeos que siguen el camino opuesto y abogan por una presión fiscal más reducida. Holanda, Estonia y Luxemburgo han estado en el disparadero por esta cuestión, aunque ningún país ha sufrido tantos ataques como Irlanda.
El Tigre Celta adoptó en los años 90 un tipo general del 12,5% en el Impuesto de Sociedades. Desde entonces, su atractiva fiscalidad empresarial ha captado a miles de empresas que han elegido esta isla como centro de operaciones en Europa. El boom de las empresas tecnológicas ha sido especialmente beneficioso para Irlanda, que ha acogido la llegada de gigantes como Google, Apple o Microsoft.
Las reglas fiscales irlandesas también incorporan tipos más reducidos en otros campos. Por ejemplo, cuando se desarrollan patentes en Irlanda, los ingresos derivados de dicha actividad están sujetos a una tasa fiscal aún más reducida. Este gravamen es de apenas el 6,25%, la mitad que el tipo general del Impuesto de Sociedades.
Moscovici vuelve a la carga
En 2011, coincidiendo con los peores momentos de la crisis y con Irlanda bajo un programa de "rescate", las autoridades europeas criticaron con vehemencia el modelo irlandés, pero las autoridades de la isla rechazaron firmemente la introducción de recargos adicionales en el Impuesto de Sociedades.Aquella actitud por parte del Tigre Celta contó con el respaldo de otros muchos gobiernos europeos, hasta el punto de que ocho de los países miembros de la UE se mostraron en contra desde el primer momento, cerrando cualquier posibilidad de alcanzar un acuerdo por unanimidad.
Ahora, la Comisión Europea vuelve a la carga y relanza una nueva apuesta encaminada a "armonizar" el Impuesto de Sociedades. Bruselas pretende que todas las grandes empresas calculen los impuestos que deben pagar siguiendo un mismo criterio. A esto hay que sumarle la pretensión de que se declare un "beneficio europeo consolidado" que luego sería repartido entre los países del Viejo Continente en los que opera la compañía en cuestión.
La figura clave en esta nueva intentona es la de Pierre Moscovici, el comisario europeo para asuntos económicos, financieros, fiscales y arancelarios. Este político francés empezó su carrera en las filas de la Liga Comunista Revolucionaria, una agrupación trotskista del país vecino. Después llegó su afiliación al Partido Socialista, en el que ha desarrollado una fructífera carrera política.
En 2014, Moscovici abandonó el Ministerio de Economía y Finanzas y dio el salto a Bruselas. Desde un primer momento, el dirigente galo no ha dudado en volver a introducir el debate sobre la "armonización" del Impuesto de Sociedades. De hecho, la disputa entre Bruselas y Dublín por los impuestos que paga Apple en Irlanda ha servido como antesala para este debate.
Un debate más técnico
Moscovici sabe que Irlanda defenderá con uñas y dientes su soberanía tributaria y su modelo fiscal. Por eso, el comisario europeo ha intentado acercar posturas y, en una entrevista con el Irish Examiner, ha señalado que su objetivo es abrir "una discusión serena y constructiva". Según Moscovici, "buscamos más claridad, más transparencia, más eficiencia y más justifica".Para lograr su objetivo, Bruselas quiere centrar las negociaciones en las reglas tributarias que definen las bases imponibles de los impuestos. De esta forma, la discusión será más técnica y la subida fiscal resultante de la "armonización" no se canalizaría mediante subidas en los tipos del Impuesto de Sociedades, sino que se introduciría de una manera discreta, alterando la normativa de cálculo del gravamen.
La nueva propuesta de Bruselas ha caído como una declaración de guerra y volverá a encontrarse con un frente político unido en torno al modelo de impuestos bajos. Además, es difícil pensar que Irlanda vaya a quedarse sola a la hora de oponerse a estos planes: en 2011, su oposición a la "armonización" contó con el apoyo de Dinamarca, Suecia, Países Bajos, Bélgica, Malta, Eslovaquia...
El tiempo dirá si Irlanda vuelve a salir airosa. Pase lo que pase, el debate sobre la fiscalidad europea que tendrá lugar en 2017 se antoja complejo, intenso y definitivo a la hora de marcar qué rumbo va a seguir Bruselas ahora que Gran Bretaña ya no forma parte de la UE.
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