Adam Smith, hoy
Por Alberto Benegas Lynch (h)
Hay autores que escriben para el
momento en que viven por lo que leídos al tiempo sus trabajos carecen
de interés, es lo que también pasa con los que circunscriben sus
escritos a la coyuntura, artículos, ensayos y libros que vistos a la
distancia no resultan atractivos como no sea para algún eventual
registro historiográfico. Con Adam Smith, especialmente en su primer
libro de 1795 sobre sentimientos morales y en su obra de 1776 sobre
economía, sucede que casi todo lo consignado es aplicable a la
actualidad.
Al cumplirse doscientos años de la
muerte de Adam Smith escribí un largo ensayo que hace poco se reprodujo
en un libro de mi autoría publicado en Venezuela por CEDICE (Centro de
Divulgación del Conocimiento Económico, Caracas, 2013) bajo el título de
El liberal es paciente.
En aquél ensayo que se incluyó como un post-scriptum del referido
libro, pretendí abarcar lo más relevante de este destacado pensador
escocés, incluso aspectos de su vida que estimé importantes en conexión a
su escarceo intelectual. En esta ocasión, en cambio, me circunscribo a
comentar muy brevemente algunos pasajes de sus dos obras mencionadas
(para facilitar información al lector indico con las siglas SM su
primera obra y con RN la segunda).
“Lo que más rápidamente aprende un
gobierno de otro es
el
de sacar dinero de la gente” (RN). Así es, por eso hay que tener
cuidado, por ejemplo, de sugerir un nuevo impuesto para reemplazar a los
vigentes porque los aparatos estatales agregarán el gravamen a los
existentes (esto es lo que ocurrió, por caso, cuando originalmente se
propuso el tributo al valor agregado).
“El hombre del sistema […] está
generalmente tan enamorado de la belleza de su propio plan de gobierno
que considera que no puede sufrir ni las más mínima desviación del él.
Apunta a lograr sus objetivos en todas sus partes sin prestar la menor
atención a los intereses generales o a las oposiciones que puedan
surgir; se imagina que puede arreglar las diferentes partes de la gran
sociedad del mismo modo que se arreglan las diferentes piezas en un
tablero de ajedrez. No considera para nada que las piezas de ajedrez
puedan tener otro principio motor que la mano que las mueve, pero el
gran tablero de ajedrez de la sociedad humana tiene su propio motor
totalmente diferente de los que el legislativo ha elegido imponer” (SM).
Nada más ajustado a la realidad, la
soberbia de los gobernantes no toma en cuenta las diversas necesidades
sino sus caprichos y deja de lado el hecho del conocimiento disperso y
fraccionado en la sociedad para, en cambio, concentrar ignorancia al
centralizar decisiones en oficinas burocráticas con todos los
consecuentes desajustes que se suceden. El “hombre del sistema”
constituye una caracterización muy ajustada a la arrogancia de los
planificadores que ni siquiera se percatan de que al distorsionar
precios relativos con sus irrupciones dificultan la evaluación de
proyectos y la misma contabilidad al registrar precios que no
corresponden a las respectivas estructuras valorativas en el mercado
para sustituirlas por simples números que no permiten conocer el grado
en que se desperdicia capital debido a la mencionada desfiguración.
“Por tanto, resulta altamente
impertinente y presuntuoso que reyes y ministros pretendan vigilar la
economía de la gente […] Dejemos que aquellos se ocupen de lo que les
corresponde, y podemos estar seguros de que éstos se ocuparán de lo
suyo” (RN). Efectivamente, sobre todo presuntuoso por las
razones apuntadas. Por otra parte, el monopolio de la fuerza que
denominamos gobierno, en un sistema republicano, debe ocuparse
principalmente de la seguridad y la justicia, que naturalmente descuida
no solo por una cuestión de recursos sino especialmente porque si
interviene afectando la propiedad privada, no puede, al mismo tiempo,
sostener la justicia, es decir, el “dar a cada uno lo suyo”.
“El productor o comerciante[…] solamente
busca su propio beneficio, y, en esto como en muchos otros casos, está
dirigido por una mano invisible que promueve un fin que no era parte de
su intención atender”(RN). Con este conocido pasaje Smith pone de
relieve dos asuntos de la mayor importancia. En primer lugar, pone de
relieve la naturaleza humana (al contrario de los que la pretenden
torcer con la pretensión de fabricar “el hombre nuevo” y otras gansadas
petulantes), esto es que todas las acciones humanas se deben al interés
personal, en verdad una perogrullada porque ni no está en interés de
quien actúa no se sabe en interés que quien pueda estar. En segundo
lugar, esa afirmación que desarrolla en el libro en cuestión apunta a
poner de manifiesto el complejo entramado social que no estaba en la
intención de cada cual al perseguir su interés (siempre legítimo si no
se lesiona derechos de terceros).
En esta misma dirección del interés
personal, el autor explica que “Prácticamente en forma constante al
hombre se le presentan ocasiones para ser ayudado por su prójimo pero en
vano deberá esperarlo solamente de su benevolencia. Tendrá más
posibilidades de éxito si logra motivar el interés personal de su
prójimo y mostrarle que en su propia ventaja debe hacer aquello que se
requiere de él. Cualquiera que propone un convenio de cualquier
naturaleza está de hecho proponiendo esto. Dame aquello que deseo y
usted tendrá esto que necesita. Este es el sentido de un convenio, y es
la manera por la cual obtenemos de otros los bienes que necesitamos. No
debemos esperar nuestra comida de la benevolencia del carnicero, del
cervecero o del panadero, sino que se debe a sus propios intereses. No
nos dirigimos a su humanidad sino a su interés personal, y nunca
conversaremos con ellos de nuestras necesidades sino de sus ventajas”
(RN).
Todo lo cual para nada excluye la
benevolencia a que Smith precisamente alude en las primeras líneas con
que abre su primer libro que venimos mencionando: “Por muy egoísta que
se supone que es una persona, hay evidentemente algunos principios en su
naturaleza que lo hace interesarse en la suerte de otros y vincula su
felicidad con la propia aunque no le reditúe nada excepto el placer de
comprobarla” (recordemos que su colega Adam Ferguson también escribió
que “el término benevolencia no es empleado para caracterizar a
las personas que no tienen deseos propios, apunta a aquellos cuyos
deseos las mueven a procurar el bienestar de otros”). Como hemos dicho
en otras oportunidades, la caridad es por definición realizada con
recursos propios, de modo voluntario y si fuera posible de manera
anónima. Arrancar recursos del fruto del trabajo ajeno no es caridad, es
un atraco. En este contexto es indispensable el uso de la primera
persona del singular y no recurrir a un micrófono para declamar en la
tercera persona del plural (“put your money where your mouth is” resulta
una aforismo muy ilustrativo).
De más está decir que toda la lucha de
Smith contra las falacias de la autarquía mercantilista basadas en el
interés de las partes se aplican de modo especial al comercio exterior,
por lo que afirma que “El interés de una nación en sus relaciones
comerciales con otras es igual al de un comerciante respecto de las
diversas personas con quienes trata: comprar barato y vender caro. Las
posibilidades de comprar barato serán mayores si se permite que la
libertad de comercio estimule a las naciones a comprar los bienes que
pueden comprar, y por la misma razón venderán caro en la medida en que
los mercados tengan la mayor cantidad de comparadores posible” (RN).
En otro orden de cosas, el
filósofo-economista escosés ofrece un buen mojón o punto de referencia
para sopesar la conveniencia o inconveniencia de una acción basado en un
personaje imaginario que denomina “el observador imparcial” por lo que
escribe que “Cuando nos ponemos en la posición de espectadores de
nuestro propio comportamiento nos imaginamos qué efectos producirá sobre
nosotros. Este es el único espejo en el que podemos en alguna medida
mirarnos como nos miran los ojos de otras personas y así evaluar nuestra
conducta […] Hay dos ocasiones diferentes en donde examinamos nuestra
propia conducta y la vemos a la luz con que un espectador imparcial
podría verla: primero, cuando estamos por actuar, y segundo, después de
haber actuado” (SM).
Respecto a la presión tributaria, este
pensador fue pionero en tres siglos de lo que hoy se conoce como la
Curva Laffer al señalar que “Los impuestos altos, unas veces debido a la
disminución en los bienes sujetos al gravamen y otras como consecuencia
del estímulo que se produce al contrabando, se traducen en menores
ingresos para el gobierno respecto de aquella situación en donde los
impuestos son más moderados” (RN).
Por último para no cansar con citas por
más jugosas que sean, reproduzco el párrafo que hace referencia a la
conveniencia de las desigualdades de rentas y patrimonio (que son
consecuencia de las prioridades y preferencias que revela la gente con
sus compras y abstenciones de comprar en el mercado): “Cuando hay
propiedad hay desigualdad. Por cada hombre rico habrá por lo menos
quinientos pobres y la riqueza de unos pocos supone la indigencia de
muchos. La opulencia de los ricos excita la indignación de los pobres,
quienes están empujados a invadir aquellas propiedades debido a la
necesidad y a la envidia. Solamente bajo el escudo protector del
magistrado civil puede dormir tranquilo el propietario quien ha
adquirido su propiedad a través del trabajo de muchos años, tal vez, a
través de muchas generaciones” (RN).
Debe tenerse en cuenta la influencia que
han tenido los trabajos de Adam Smith. Como destaqué en mi ensayo
mencionado al comienzo, Milton Fridman concluye que “The Wealth of Nations se
considera en forma unánime y con justicia, como la piedra fundamental
de la economía científica moderna. Su fuerza normativa y su influencia
en el mundo intelectual revisten gran importancia para nuestro objetivo
actual”.
Schumpeter subraya este éxito afirmando que “Antes de que terminara el siglo The Wealth of Nations
había conseguido nueve ediciones inglesas sin contar las que parecieron
en Irlanda y los Estados Unidos y se había traducido (que yo sepa), al
danés, al holandés, alfrancés, alalemán, al italiano y al español”.
Recientemente fueron recopilados en dos
volúmenes algunos de los estudios de Adam Smith sobre jurisprudencia,
crítica literaria, música y otras misceláneas. Lamentablemente, muchos
de sus papeles privados fueron destruidos después de su muerte,
documentos que seguramente hubieran agregado información valiosa. El
estilo, la elocuencia y la vivacidad presentes en la mayor parte de los
trabajos de Smith hizo que Edmund Burke dijera que su primer libro
publicado “constituye, posiblemente, una de las más bellas expresiones
de la teoría moral que hayan aparecido”.
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