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Thursday, September 15, 2016

Necesidades, capitalismo y pobreza

Por Gabriel Boragina ©


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La "culpabilidad" del capitalismo en cuanto a la generación y expansión de la pobreza es casi un lugar común en la mente, discursos, diálogos, periódicos, películas, libros y –prácticamente- cualquier expresión cultural o social. Esta tendencia no es "novedosa", sino que viene desde hace muchísimo tiempo atrás. La condena al capitalismo desde K. Marx hacia aquí se ha convertido en una práctica generalizada en la que personas de todas las condiciones sociales –y sin importar su status- incurren de continuo: 
 
 
"Los teóricos del welfare, como los Kathedersozialisten alemanes y sus discípulos, los institucionalistas americanos, han publicado miles de volúmenes, detallados catálogos de las insatisfactorias condiciones en que se debate el género humano. Creen así evidenciar las deficiencias del capitalismo. Pero en realidad tales escritos no nos dicen sino lo que todos ya sabemos: que las necesidades humanas son prácticamente ilimitadas y que hay todavía mucho que hacer en bien de la humanidad. Lo que tales publicaciones nunca se preocupan de demostrar es la idoneidad del intervencionismo y del socialismo para remediar los propios males que airean."[1]
Puede decirse, sin lugar a dudas, que la persistencia de ideas tan equivocadas acerca del capitalismo es lo que agudiza los procesos creadores de pobreza en los distintos rincones del planeta. La doctrina socialista parte de la falsa premisa de un mundo donde todos los bienes necesarios sobran. Con esta base, tan ridícula y traída de los pelos, es que llegan a la "conclusión" de que "el problema económico" encontraría definitiva solución solamente si "personas honestas" se dedicaran a repartir las riquezas que rebosan por doquier. Si fuera cierto que las fortunas crecen en los árboles como parecen opinar tales teóricos, haría tiempo que la pobreza habría sido erradicada definitivamente de la faz de la tierra. No es por la carencia de sistemas legales justos que la pobreza existe aun en vastas partes del mundo, ni tampoco por falta de bien intencionados gobernantes, sino que resulta de la errada plataforma económica en que dichos procedimientos jurídicos se fundan la verdadera causa del fracaso de estos en lograr suprimir la pobreza.
"Nadie duda que, si hubiera mayor abundancia de bienes, todo el mundo estaría mejor. El problema, sin embargo, estriba en dilucidar si, para conseguir la tan deseada abundancia, existe algún método distinto del de acumular nuevos capitales. La ampulosidad verbal del dirigismo deliberadamente tiende a ocultar esta cuestión, la única que en verdad interesa. Pese a hallarse científicamente demostrado que la acumulación de nuevo capital es el único mecanismo capaz de impulsar el progreso económico, estos teóricos gustan de lucubrar en torno a un supuesto «ahorro excesivo» y a unas fantasma­góricas «inversiones extremadas» , aconsejando gastar más y, de paso, restringir la producción. Estamos, pues, ante los heraldos de la regresión económica, ante gentes que, aun sin quererlo, laboran por la miseria y la desintegración social. La comunidad organizada de acuerdo con las normas del paterna­lismo, desde un personal punto de vista subjetivo, podrá parecer justa a determinadas gentes. Pero lo que no ofrece duda es que los componentes de tal sociedad irían pauperizándose progresivamente."[2]
El capitalismo puede definirse a la sazón como el sistema de acumulación de nuevos capitales y es -como tal- el único que garantiza por ese medio la diminución y posterior eliminación de la pobreza. Hay sólo dos motivos explicables por los cuales existen aun personas que acusan al capitalismo de originar "ganancias excesivas" o "desproporcionadas" (o sinónimos a estas calificaciones) que producen fortuna para unos e indigencia para los demás. La primera de estas razones es que, quienes así piensan, pueden llegar a ser víctimas de una supina ignorancia económica, y cuando se expresan de ese modo hablan entonces desde ella, en tanto que la segunda es atribuirla a una deliberada mala fe en quienes así se pronuncian. A su vez, esta oculta mala fe de quienes saben positivamente que el capitalismo produce bienes copiosos para todos y no a la inversa, puede radicar en dos sub-motivaciones: el hecho de que este segundo grupo de personas no se considera a si misma apta para competir en un sistema capitalista, o bien que siéndolo, padecen de fuertes dosis de envidia respecto de aquellos que mejores (o mayores) aptitudes demuestran en las lides del mercado libre. Sea como fuere, ya se trate del primer conjunto o del siguiente, lo cierto es que, en la medida que tales personas gozan de popularidad y logran convencer de sus falacias a otros incautos, la distorsión que sus ideas socialistas producen en los demás son un verdadero atentando contra el progreso y el desarrollo económicos de sus semejantes y, por carácter transitivo, del pueblo todo.
"La opinión pública del mundo occidental, durante una larga centuria, ha venido creyendo en la real existencia de eso que se ha dado en llamar «la cuestión social» y «el problema laboral». Se pretende, con tales expresiones, convencer a las gentes de que el capitalismo resulta esencialmente dañoso para los intereses vitales de las masas y, sobre todo, perjudicial para trabajadores y campesinos modestos. Siendo ello así, intolerable resulta mantener tan injusto orden económico; impónense las reformas más radicales.
La verdad, sin embargo, es que el capitalismo no sólo ha permitido a la población crecer en grado excepcional, sino que, además, ha elevado el nivel de vida de un modo sin precedentes. La ciencia económica y la experiencia histórica unánimes proclaman que el capitalismo constituye el orden social más beneficioso para las masas. Por sí solos, en tal sentido, hablan los logros del sistema. La economía de mercado no necesita de corifeos ni de propagandistas. Puedan aplicarse las célebres palabras grabadas en la catedral de San Pablo, sobre la losa mortuoria de su constructor, sir Christopher "Si buscas su monumento, contempla cuanto te rodea. "[3]

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