Por Gabriel Boragina ©
La "culpabilidad" del capitalismo en cuanto a
la generación y expansión de la pobreza es casi un lugar común en la mente,
discursos, diálogos, periódicos, películas, libros y –prácticamente- cualquier
expresión cultural o social. Esta tendencia no es "novedosa", sino
que viene desde hace muchísimo tiempo atrás. La condena al capitalismo desde K.
Marx hacia aquí se ha convertido en una práctica generalizada en la que
personas de todas las condiciones sociales –y sin importar su status- incurren
de continuo:
"Los teóricos
del welfare, como los Kathedersozialisten alemanes y sus discípulos, los
institucionalistas americanos, han publicado miles de volúmenes, detallados
catálogos de las insatisfactorias condiciones en que se debate el género
humano. Creen así evidenciar las deficiencias del capitalismo. Pero en realidad
tales escritos no nos dicen sino lo que todos ya sabemos: que las necesidades
humanas son prácticamente ilimitadas y que hay todavía mucho que hacer en bien
de la humanidad. Lo que tales publicaciones nunca se preocupan de demostrar es
la idoneidad del intervencionismo y del socialismo para remediar los propios
males que airean."[1]
Puede decirse, sin lugar a dudas, que la persistencia
de ideas tan equivocadas acerca del capitalismo es lo que agudiza los procesos creadores
de pobreza en los distintos rincones del planeta. La doctrina socialista parte
de la falsa premisa de un mundo donde todos los bienes necesarios sobran. Con
esta base, tan ridícula y traída de los pelos, es que llegan a la "conclusión"
de que "el problema económico" encontraría definitiva solución
solamente si "personas honestas" se dedicaran a repartir las riquezas
que rebosan por doquier. Si fuera cierto que las fortunas crecen en los árboles
como parecen opinar tales teóricos, haría tiempo que la pobreza habría sido erradicada
definitivamente de la faz de la tierra. No es por la carencia de sistemas
legales justos que la pobreza existe aun en vastas partes del mundo, ni tampoco
por falta de bien intencionados gobernantes, sino que resulta de la errada plataforma
económica en que dichos procedimientos jurídicos se fundan la verdadera causa
del fracaso de estos en lograr suprimir la pobreza.
"Nadie duda
que, si hubiera mayor abundancia de bienes, todo el mundo estaría mejor. El
problema, sin embargo, estriba en dilucidar si, para conseguir la tan deseada
abundancia, existe algún método distinto del de acumular nuevos capitales. La
ampulosidad verbal del dirigismo deliberadamente tiende a ocultar esta
cuestión, la única que en verdad interesa. Pese a hallarse científicamente
demostrado que la acumulación de nuevo capital es el único mecanismo capaz de
impulsar el progreso económico, estos teóricos gustan de lucubrar en torno a un
supuesto «ahorro excesivo» y a unas fantasmagóricas «inversiones extremadas» ,
aconsejando gastar más y, de paso, restringir la producción. Estamos, pues,
ante los heraldos de la regresión económica, ante gentes que, aun sin quererlo,
laboran por la miseria y la desintegración social. La comunidad organizada de
acuerdo con las normas del paternalismo, desde un personal punto de vista
subjetivo, podrá parecer justa a determinadas gentes. Pero lo que no ofrece duda
es que los componentes de tal sociedad irían pauperizándose progresivamente."[2]
El capitalismo puede definirse a la sazón como el
sistema de acumulación de nuevos capitales y es -como tal- el único que garantiza
por ese medio la diminución y posterior eliminación de la pobreza. Hay sólo dos
motivos explicables por los cuales existen aun personas que acusan al
capitalismo de originar "ganancias excesivas" o
"desproporcionadas" (o sinónimos a estas calificaciones) que producen
fortuna para unos e indigencia para los demás. La primera de estas razones es
que, quienes así piensan, pueden llegar a ser víctimas de una supina ignorancia
económica, y cuando se expresan de ese modo hablan entonces desde ella, en
tanto que la segunda es atribuirla a una deliberada mala fe en quienes así se
pronuncian. A su vez, esta oculta mala fe de quienes saben positivamente que el
capitalismo produce bienes copiosos para todos y no a la inversa, puede radicar
en dos sub-motivaciones: el hecho de que este segundo grupo de personas no se considera
a si misma apta para competir en un sistema capitalista, o bien que siéndolo,
padecen de fuertes dosis de envidia respecto de aquellos que mejores (o
mayores) aptitudes demuestran en las lides del mercado libre. Sea como fuere,
ya se trate del primer conjunto o del siguiente, lo cierto es que, en la medida
que tales personas gozan de popularidad y logran convencer de sus falacias a
otros incautos, la distorsión que sus ideas socialistas producen en los demás
son un verdadero atentando contra el progreso y el desarrollo económicos de sus
semejantes y, por carácter transitivo, del pueblo todo.
"La opinión
pública del mundo occidental, durante una larga centuria, ha venido creyendo en
la real existencia de eso que se ha dado en llamar «la cuestión social» y «el
problema laboral». Se pretende, con tales expresiones, convencer a las gentes
de que el capitalismo resulta esencialmente dañoso para los intereses vitales
de las masas y, sobre todo, perjudicial para trabajadores y campesinos
modestos. Siendo ello así, intolerable resulta mantener tan injusto orden
económico; impónense las reformas más radicales.
La verdad, sin
embargo, es que el capitalismo no sólo ha permitido a la población crecer en
grado excepcional, sino que, además, ha elevado el nivel de vida de un modo sin
precedentes. La ciencia económica y la experiencia histórica unánimes proclaman
que el capitalismo constituye el orden social más beneficioso para las masas.
Por sí solos, en tal sentido, hablan los logros del sistema. La economía de
mercado no necesita de corifeos ni de propagandistas. Puedan aplicarse las
célebres palabras grabadas en la catedral de San Pablo, sobre la losa mortuoria
de su constructor, sir Christopher "Si buscas su monumento, contempla
cuanto te rodea. "[3]
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