Por Javier Paz García
La receta keynesiana consiste en
aumentar el gasto fiscal en periodos de desaceleración económica para
contrarrestar la desaceleración. Tal medida por supuesto funciona en el
corto plazo, hasta que se acaban los recursos. Imagine que sus ingresos,
ya sean por salarios si es empleado, o por ganancias si es empresario,
se reducen a la mitad. Ante tal situación lo prudente es que sus gastos
personales también se reduzcan, pero el keynesianismo aboga por
aumentarlos. Usted los puede aumentar, pero a costa de acabar con sus
ahorros, para luego obligatoriamente tener que sufrir una reducción aun
mayor del gasto y quedar descapitalizado.
¿Por qué a pesar de este ejercicio de
sentido común el keynesianismo ha triunfado en todo el mundo? Por los
incentivos perversos que existen en el sistema político. Si usted sufre
una caída de sus ingresos, ajusta sus gastos porque quiere preservar su
patrimonio; en juego están su prosperidad y bienestar de largo plazo. La
diferencia entre usted y el Estado es que usted gasta o malgasta su
plata, en cambio quienes manejan el Estado gastan plata ajena y no
tienen casi ningún incentivo, aparte de la conciencia y la moral, para
no gastarla.
En épocas de crisis económica el
electorado presiona al sistema político por soluciones. La solución más
sencilla, práctica y efectiva es gastar, aumentar el endeudamiento y
paliar así la desaceleración. Los políticos que hacen esto ganan
popularidad, quienes no lo hacen ganan rechazo y antipatía. La plata no
es de ellos, y probablemente cuando se acabe, quizá en 5 o 10 años más,
ellos ya no estén en funciones, entonces, ¿por qué ganarse la antipatía
de la gente, si podemos incluso mejorar nuestra popularidad gastando
dinero que no es nuestro a cambio de generar un problema que tendrá que
ser resuelto muchos años después y por otras personas? La tentación es
demasiado grande para que un político no sea keynesiano, más aun cuando
tiene una plétora economistas y analistas diciéndole que lo que está
haciendo es correcto.
Si a eso le sumamos que la corrupción y
el robo son más fáciles de llevar a cabo cuanto mayor sea el gasto que
ejecutemos, entonces un político tiene que ser loco o imbécil (o
demasiado honesto, tanto intelectual como materialmente) para no ser
keynesiano.
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