El
libertarianismo, escribe David Boaz, “es la noción que cada persona
tiene derecho a vivir su vida de la forma que ella decida, siempre y
cuando respete ese mismo derecho en otros”.
“Los libertarios defienden el derecho de cada persona a la vida, la libertad y la propiedad, derechos que todas las personas poseen de forma natural, antes de que los gobiernos fueran creados. Desde el punto de vista libertario, todas las relaciones humanas deben ser voluntarias; las únicas acciones que deben estar prohibidas por ley son aquellas que implican el inicio de la fuerza contra quienes no han usado la fuerza, acciones como asesinato, violación, robo, secuestro y fraude”. 1
Dada esa descripción del
libertarianismo, me preguntan a menudo: ¿Qué hay de malo en eso? ¿Cómo
puede cualquier amante de la libertad oponerse a eso?
Son buenas preguntas. Para responderlas,
procedamos a considerar, en el espíritu de Frédéric Bastiat, no sólo lo
que se ve, sino también lo que no se ve.
¿Qué es lo que no se ve aquí?
Los elementos cruciales que no se ven
son las posiciones libertarias sobre la procedencia de los derechos,
cómo lo sabemos, y si respuestas objetivas y demostrablemente verdaderas
a esas preguntas son necesarias, o incluso posibles, cuando tratamos de
defender la libertad. ¿Cuáles es la posición libertaria sobre esas
cuestiones?
Los Derechos no son ni “evidentes” ni “divinos” ni “naturales”
Al examinar la literatura libertaria,
encontramos con que los liberales en general creen que los derechos son
“evidentes”, o “dados por Dios”, o, de alguna forma (e
inexplicablemente) “naturales”. 2 Muchos libertarios afirman que los
derechos son corolarios de “ser dueño de uno mismo”, o sea, de la idea
que la vida del individuo le pertenece a él, lo cual ellos consideran un
“axioma”, una verdad auto-evidente, una premisa irreducible. 3 Y muchos
mantienen que la maldad o la prohibición de iniciar la fuerza es un
axioma, el llamado “axioma de no-agresión”. 4
La idea unificadora esencial en este
núcleo de ideología libertaria es que la existencia de los derechos y la
legitimidad de la libertad o son evidentes, o son asuntos de fe, o
quedan suficientemente explicados con la palabra “natural”; según eso,
cualquier argumento moral o filosófico de mayor profundidad que los
corrobore es innecesario. ¿Qué necesidad hay de ofrecer argumentos
filosóficos para algo que la gente puede saber con sólo abrir los ojos, o
con sólo cerrar los ojos, o simplemente moviendo las manos y diciendo
la palabra “natural”?
El hecho es que las personas no saben ni
pueden saber nada sobre la naturaleza de los derechos, o sobre la
legitimidad de la libertad, a través de dichos medios. Si queremos
defender la libertad con éxito, tenemos que comprender y ser capaces de
articular, entre otras cosas, de dónde proceden los derechos, por qué
los tenemos, y cómo podemos saber eso.
Aunque los Padres Fundadores de los
Estados Unidos sostuvieron que los derechos son auto-evidentes, o dados
por Dios, o naturales, y a pesar de que (afortunadamente) fueron capaces
de establecer un país basado en esa idea, la idea es falsa; y su
falsedad se ha hecho cada vez más palpable desde la época de la
independencia, al multiplicarse las filosofías que rechazan la
posibilidad misma de que existan los derechos. Analizaremos algunas de
esas filosofías en seguida; pero antes, consideremos algunos datos
perceptuales sobre el tema.
Está claro que no podemos ver, oír,
tocar, probar ni oler los derechos. Mira a tu alrededor. Los derechos no
están en ninguna parte donde puedan ser vistos, ni de alguna manera
percibidos. Lo único que tienen de evidente los derechos es que no son
en absoluto evidentes.
Tampoco hay evidencia alguna que
justifique la idea de que los derechos provienen de “Dios”. Para
empezar, no hay evidencia de que Dios exista, y mucho menos de que los
derechos de alguna forma emanen de Su voluntad. Creer en Dios es
cuestión de fe, de aceptar ideas en apoyo de las cuales no hay pruebas.
(Cuando una persona acepta ideas en base a la evidencia, está actuando
en base a la razón, no a la fe.) Además, según las escrituras
religiosas, los dioses del Judaísmo, del Cristianismo y del Islam les
ordenan explícitamente a las personas que violen los derechos
(volveremos a hablar de esto más adelante). Si la gente decide creer en
Dios, eso es un tema personal, y una sociedad civilizada respeta y
protege su derecho a practicar todos los aspectos de sus credos que no
violen los derechos de otros. Pero afirmar que los derechos provienen de
Dios no es una buena estrategia para defender los derechos o abogar por
la libertad.
Y tampoco es una buena estrategia
afirmar que los derechos son “naturales”. ¿Qué significa que los
derechos sean naturales? ¿Quiere decir que los derechos existen “allá
afuera”, en algún lugar en la naturaleza, como los árboles o los
planetas o los átomos? De nuevo, mira a tu alrededor. No es así. ¿Quiere
decir que los derechos existen en algún lugar dentro del hombre, como
los huesos, o la sangre, o los pulmones? Si abres a una persona en canal
(y no estoy sugiriendo que lo hagas), no encontrarás derechos en ningún
lugar dentro de él. Los derechos no existen en la naturaleza ni en el
hombre, desde luego, no físicamente. Los derechos no son existentes
físicos; son ideas; concretamente, son principios muy abstractos relativos a la libertad de acción que debe tener el hombre en un contexto social.
Las ideas seculares niegan los Derechos al tratar de justificarlos
Sí, los derechos sí existen.
Pero, al igual que otras muchas cosas que existen – como la justicia, la
honestidad, el sarcasmo y la lógica – los derechos no son percibibles.
Para entender la naturaleza de los derechos, por qué existen, por qué
son inalienables, cómo sabemos todo eso, y qué suponen esos principios
en la práctica, debemos recurrir a las ideas subyacentes que dan origen a
los derechos, y están basadas en la realidad que percibimos. Esas ideas
se encuentran en la moralidad y en la filosofía más profunda.
Por desgracia, muchos defensores de la
libertad quieren evitar la moralidad y la filosofía más profunda. Eso
es, hasta cierto punto, comprensible, porque cuando entramos en esos
campos hoy día, nos damos cuenta que las moralidades y las filosofías
dominantes rechazan la posibilidad de que puedan existir los derechos.
Por ejemplo, uno de los códigos morales más ampliamente aceptados hoy, el utilitarismo,
sostiene que el patrón de valor moral es “la mayor felicidad para el
mayor número”. 5 Bajo este punto de vista, la idea de que las personas
tienen derechos inalienables es, como expresa el filósofo utilitarista
Jeremy Bentham, “un sinsentido sobre pilares”. 6 Si el estándar de
moralidad es la mayor felicidad para el mayor número, entonces la idea
de que un individuo debe ser libre para vivir su vida (el derecho a la vida), de acuerdo con su propio criterio (la libertad), usando el producto de su esfuerzo (la propiedad), para sus propios fines (la búsqueda de la felicidad)
es ridícula. Supongamos que el mayor número dice que hacer eso los hace
infelices. O supongamos que una mayoría, digamos, los blancos del Sur,
es feliz esclavizando a una minoría, digamos, a los negros sureños
importados. O supongamos que una mayoría, por ejemplo los alemanes no
judíos, es feliz exterminando a una minoría, por ejemplo a los judíos
alemanes. Claramente, el utilitarismo es incompatible con los derechos.
Un código moral relacionado y aún más ampliamente aceptado, el altruismo,
sostiene que el estándar de moralidad es ofrecer un servicio
auto-sacrificándose a los demás. Según el altruismo, explica el filósofo
altruista Augusto Comte, tenemos un “deber constante” (una obligación
no elegida, sino impuesta) de “vivir para otros”. Debemos ser “los
servidores de la humanidad, como de hecho lo somos totalmente”; por lo
tanto, tenemos que “eliminar la doctrina de los derechos. . . . Toda esa
noción, entonces, debe ser completamente repudiada”. 7 Si tienes el
deber moral de vivir para los demás, si perteneces a la Humanidad y tu
deber es servirla, obviamente no puedes tener el derecho moral a vivir
para ti mismo, ni a actuar por tu propio juicio, ni a mantener tu
propiedad, ni a buscar tu propia felicidad.
Luego tenemos la doctrina cada vez más popular del igualitarismo, que sostiene, no que las personas deban ser tratadas por igual ante la ley (que es la política del capitalismo laissez-faire),
sino que el estándar de moralidad es – como dice el filósofo
igualitario John Rawls – la “igualdad de oportunidades” para todos los
miembros de la sociedad, y las únicas excepciones permitidas existen
sólo cuando son “para el mayor beneficio de los miembros menos
favorecidos de la sociedad”. 8 Está claro que si ese es el estándar de
moralidad, entonces los derechos no pueden existir, al menos no para
quien no sea uno de “los menos favorecidos”. Como explica Rawls, según
ese estándar, “es incorrecto que los individuos con mayores dotes
naturales y un carácter superior que haya hecho que su desarrollo sea
posible tengan derecho a un esquema cooperativo [es decir, a un sistema
legal] que les permita obtener aún más beneficios sin contribuir a las
ventajas de los demás”. 9 Según el estándar igualitario, continúa Rawls,
ciertas acciones en el ámbito “social, económico y tecnológico” deben
ser prohibidas. “Ninguna libertad básica es absoluta”, ni siquiera “la
libertad de pensamiento y la libertad de consciencia, o la libertad
política y las garantías del estado de derecho, son absolutas”. 10 Y,
“por supuesto”, Rawls enfatiza, los individuos no tienen “derecho a
poseer ciertos tipos de propiedad (por ejemplo, los medios de
producción), ni la libertad de contratación tal como lo entiende la
doctrina del laissez-faire”, porque “la distribución de la riqueza y del
ingreso, y las posiciones de autoridad y responsabilidad, han de ser
consistentes con. . . la igualdad de oportunidades”. 11
Dada la popularidad del utilitarismo,
del altruismo, del igualitarismo, y de otras filosofías que niegan los
derechos, es comprensible que algunos defensores de la libertad se
sientan incómodos entrando en discusiones sobre moralidad y sobre una
filosofía más profunda. Pero evitar esas ideas no hace que desaparezcan.
Y la gente que ha aceptado esas ideas no va a convencerse de que está
equivocada simplemente oyendo decir que los derechos “son
auto-evidentes”, o “provienen de Dios”, o “provienen de la naturaleza
(aunque no te puedo decir cómo)” o “mira el axioma de la no-agresión”.
Los filósofos utilitaristas, altruistas e igualitarios han presentado argumentos
en defensa de esas filosofías que niegan los derechos, y muchos
estadounidenses han escuchado esos argumentos o alguna de sus versiones,
y los han aceptado en mayor o menor medida. Por eso estamos amarrados
hoy día con tantas leyes e instituciones que violan nuestros derechos,
de medicina socializada como ObamaCare, a escuelas administradas por el
gobierno, a leyes anti-trust, y miles de otras. Por supuesto, los
argumentos de esos filósofos son falsos, pero por lo menos ellos tienen
argumentos, y la gente que ha aceptado esos argumentos no va a dejarse
llevar por simples afirmaciones de que los derechos existen o que la
libertad es buena. 12
¿De dónde proceden los
derechos? ¿Por qué los tenemos? ¿Cómo lo sabemos? Esas cuestiones son
morales y filosóficas, y requieren respuestas igualmente morales y
filosóficas. Lejos de ser axiomas o primarias irreducibles o verdades
auto-evidentes, los derechos son principios derivados muy
abstractos, principos que surgen y dependen de una base moral y
filosófica de observaciones, integraciones, principios y lógica.
Libertad y Derechos pueden y deben ser validados sólo en base a la realidad y la razón
Afortunadamente para los amantes de la
libertad, la filósofa Objetivista Ayn Rand identificó esa jerarquía
conceptual y mostró cómo ella está basada en la realidad perceptual, en
hechos que podemos ver. Para nuestro objetivo aquí, daré sólo una breve
indicación de la estructura filosófica de su argumento, empezando por el
principio de los derechos individuales. 13 (El argumento completo de
Rand para validar los derechos está en sus ensayos sobre el tema,
especialmente en el libro La Virtud del Egoísmo. Y también en
el ensayo de Craig Biddle titulado “Teoría de los Derechos de Ayn Rand:
Los fundamentos morales de una sociedad libre”.) 14
¿Cuál es el principio de los derechos
individuales? Es el reconocimiento del hecho que cada individuo es un
fin en sí mismo, no un medio para los fines de otros, y que cada uno
tiene una prerrogativa moral de actuar basado en su propio juicio y por
su propio bien, libre de la coacción de otros. Él tiene derecho a vivir
su vida a su antojo (vida), a actuar como mejor le parezca (libertad), a
mantener y usar el producto de su esfuerzo (propiedad), y a perseguir
las metas y los valores que elija (búsqueda de la felicidad). En
consecuencia, nadie, incluyendo grupos y gobiernos, tiene el derecho
moral a forzar a un individuo a actuar en contra de su propio juicio.
Inmediatamente debajo del principio de
los derechos individuales, y apoyándolo, está el principio que iniciar
la fuerza física contra una persona es moralmente malvado y
políticamente inadmisible. Es moralmente malvado porque, en la medida en
que se usa la fuerza contra una persona, se le está impidiendo actuar
basado en su juicio racional, que es su medio básico de sostener y
fomentar su vida. (Si alguien te apunta con un arma a la cabeza y te
dice que te calles, o que le entregues el producto de su esfuerzo, o que
“elijas” una carrera diferente, o una pareja diferente, etc., entonces
no puedes actuar basado en tu propio juicio.) Iniciar la fuerza es
políticamente inadmisible porque el objetivo apropiado de un sistema
político es establecer y mantener las condiciones sociales que les
permitan a los individuos actuar basados en su propio juicio, para así
poder mantener y mejorar sus vidas.
¿Por qué es eso así? ¿Por qué es tan
importante que las personas usen su propio juicio para mantener y
mejorar sus vidas? Eso es, de hecho y de forma demostrable, lo que cada
individuo moralmente debe hacer. Podemos ver esto adentrándonos un poco más en la filosofía.
Sustentando y apoyando el principio de los derechos individuales y la maldad de iniciar la fuerza está el principio del egoísmo,
el hecho demostrado que cada persona debe actuar en su propio interés
usando su propio juicio racional, y ser el beneficiario válido de sus
propias acciones productivas. Egoísmo significa que cada individuo debe
perseguir sus propios valores, los valores que sirvan a su vida, sin
sacrificarse a sí mismo por otros ni sacrificar a otros por él, y que
cada uno debe tratar con otros sólo en términos voluntarios, basado en
un consentimiento mutuo y para beneficio mutuo. ¿De dónde proviene este
principio? ¿Qué hace que sea cierto? Es un principio derivado de otros
principios aún más profundos, de principios que tienen que ver con el
estándar objetivo de valor moral, y la razón misma por la cual el hombre
necesita valores y moralidad.
El criterio de referencia para
determinar si una acción – o una política o una institución – es buena o
mala, correcta o incorrecta, se reduce a identificar los requisitos que
la vida del individuo de hecho requiere. ¿Por qué? Porque las personas
son individuos – cada uno con su propia mente, su propio cuerpo, su
propia vida – y porque la única razón por la cual los individuos
necesitan valores o guía moral es la de poder vivir. Si una persona no
quiere vivir, no necesita valores ni ningún tipo de guía; simplemente
puede dejar de actuar, y no tardará en morir. Sólo la decisión de vivir
que tome una persona hace que los valores sean posibles y necesarios
para ella. Esa persona no puede perseguir valores a menos que esté viva,
y no tiene que perseguirlos a menos que quiera vivir. En última
instancia, una moralidad objetiva está basada en los requerimientos de
la vida del individuo, se deriva de ellos, y es la forma en que esos
requerimientos quedan expresados en la práctica.
¿Cómo podemos estar seguros de que esas
ideas son verdaderas? Podemos llegar a conclusiones verdaderas y
verificar hasta qué punto nuestras ideas son válidas mirando a la
realidad y usando la razón, nuestro medio de conocimiento. La razón
funciona a través de la observación, de la integración conceptual, y del
principio de no-contradicción. Cuando nuestras ideas se corresponden
con la realidad que percibimos (con hechos que podemos ver, tocar,
etc.), entonces nuestras ideas son verdaderas. Si detectamos que
nuestras ideas contradicen la realidad que percibimos, o contradice
hechos que han sido previamente demostrados, entonces tenemos que
verificar y, si es el caso, corregir nuestro pensamiento.
Por debajo de las ideas anteriores, y
apoyándolas, tenemos la ley de identidad y la ley de causalidad, las
verdades axiomáticas auto-evidentes que indican que las cosas son lo que
son, y que cada cosa puede actuar sólo de acuerdo con su naturaleza.
Una persona es una persona; no es un percebe, o un lirio, o un dios.
Puede adquirir conocimiento y vivir, sólo si mira a la realidad, si
piensa y si actúa racionalmente; no puede adquirir conocimiento o vivir
si se niega a mirar, a pensar, o si se dedica simplemente a desear o a
rezar para que las cosas que quiere aparezcan por arte de magia. Si una
persona se niega a pensar y a actuar de manera racional, no tardará en
morir (a menos que otros le permitan vivir como un parásito de sus
esfuerzos racionales). Todos podemos captar este tipo de verdades
abriendo los ojos, mirando a la realidad, y pensando.
El fallo letal del Libertarianismo: una ideología de “Gran Tienda”
Hay mucho más que hablar sobre la
jerarquía filosófica que valida y justifica los derechos, pero lo
anterior es una indicación de los tipos de verdades que no
pueden ser ignorados o negados si queremos defender los derechos
individuales, y, por tanto, una sociedad libre. Ignorar o negar la
necesidad de estos cimientos es quedar a merced de utilitaristas,
altruistas, igualitarios y gente parecida. Los derechos individuales y
la legitimidad de la libertad dependen de otras verdades
morales y filosóficas más profundas; por lo tanto, para poder defender
la libertad, hemos de reconocer y aceptar esas verdades más profundas.
Pero el libertarianismo rechaza la necesidad de hacerlo.
Los libertarios explícitamente se niegan
a entrar en ese tipo de controversias y complejidades. Quieren hablar
del principio de los derechos y usar ese principio como paladín,
mientras ignoran o niegan los fundamentos de los cuales ese principio
depende. Como Susan Lee escribe, tratando de alabar esa ideología: “El
libertarianismo es pura simplicidad. Procede de un único y muy hermoso
concepto: la primacía de la libertad individual”. Los libertarios “no se
sienten cómodos con cuestiones normativas” o con “cuestiones que tienen
que ver con ´el mejor comportamiento´ en asuntos sociales o
culturales”. Más bien, el pensamiento libertario “promueve el
relativismo y la inclusión”, y una “tolerancia” que proviene de una
“indiferencia en cuestiones morales”. 15
El libertarianismo es el proyecto de
establecer un techo, una “gran tienda” bajo la cual cualquiera que esté a
favor de los “derechos” o del “axioma de no-agresión” pueda juntarse
con otros, reunirse y luchar por la “libertad”, independientemente de
las diferencias morales o filosóficas que pueda tener con ellos. Como
explica Alexander McCobin, fundador de “Students for Liberty” –
Estudiantes por la Libertad – el “libertarianismo es una filosofía
política que prioriza el principio de la libertad”:
“Puedes ser libertario y a la vez ser hindú, cristiano, judío, musulmán, budista, deísta, agnóstico, ateo, o un seguidor de cualquier otra religión, siempre que respetes la igualdad de derechos de otros. . . . El libertarianismo no es una filosofía de vida. . . o una metafísica o una religión. . . o un valor, aunque ciertamente es compatible con una infinita variedad de tales filosofías”. 16
McCobin tiene razón. Puedes ser
libertario independientemente de qué otras ideas filosóficas más
profundas puedas tener. El libertarianismo es precisamente una ideología
de “gran tienda” que no se preocupa en absoluto por cuestiones morales o
filosóficas más profundas. Pero esa no es una característica favorable
del libertarianismo; al contrario, es un defecto letal.
La gente no puede defender la libertad
de forma creíble, coherente o efectiva si sus ideas morales y
filosóficas más fundamentales están en conflicto con los derechos. Y los
principios fundamentales que tienen las filosofías y las religiones de
la mayoría de las personas contradicen de plano la idea de que los
derechos deban ser respetados, o incluso que existan. Eso lo vimos
anteriormente al hablar de algunas filosofías seculares. Veamos ahora el
choque entre derechos y religión.
Religión es incompatible con Derechos
Empecemos con un ejemplo obvio que es
muy relevante en el mundo posterior al 11 de septiembre. Según el Islam,
Alá ordena a los musulmanes que conviertan o maten a los no-musulmanes:
“Combate y mata a los infieles dondequiera que los encuentres,
captúralos, acósalos, achéchalos y embóscalos utilizando todas las
estratagemas de la guerra” (Corán 9:5); “Combátelos hasta acabar con
toda oposición, y hasta que todos queden sometidos a Alá” (8:39).
Etcétera. Si la gente cree, como hacen los musulmanes, que Dios existe y
que Él les ordena que conviertan o maten a los no creyentes, ¿cómo
podemos esperar que respeten los derechos de las personas? Según su
religión, Dios no es simplemente un tipo cualquiera que tiene su
opinión. Es Dios. Es el gobernante del universo. Hay que obedecerle.
El Islam no es la única religión que
exige tal agresión. El Judaísmo y el Cristianismo también lo hacen.
Según el Antiguo Testamento, Dios ordena: “Si tu hermano, el hijo de tu
madre, o tu hijo, o tu hija, o la mujer de tu seno, o tu amigo que es
como tu propia alma, intenta atraerte secretamente, diciendo: ‘vamos y
sirvamos a otros dioses’. . . no cederás a él ni le escucharás, ni tu
ojo le tendrá pena, ni le perdonarás, ni le encubrirás; sino que le
matarás” (Deuteronomio 13:6-9). Y: “Si un hombre se acuesta con varón
así como con mujer, ambos han cometido abominación; deberán ser
condenados a muerte” (Levítico 20:13).
Aunque el Nuevo Testamento es
explícitamente menos violento que el Antiguo Testamento, también incluye
parábolas y metáforas en las que Jesús podría decirse que argumenta que
sus seguidores han de matar a los infieles. Por ejemplo, en la parábola
de las minas, Jesús cuenta la historia de un hombre que iba a ser rey y
que, después de convertirse en rey, les pide a sus súbditos que rodeen a
quienes se oponían a su reinado y los maten: “En cuanto a esos enemigos
míos, que no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos aquí y
matadlos delante de mí” (Lucas 19:27). Del mismo modo, al acabar la
última cena, Jesús transmitió la siguiente metáfora a sus discípulos:
“Yo soy la vid; y vosotros, los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, ése da mucho fruto, porque separado de mí no puede hacer nada. Si un hombre no permanece en mí, será echado fuera como sarmiento, y se secará; y los sarmientos se recogen, se echan al fuego y se queman”. (Juan 15:5-6)
Independientemente de si un cristiano
específico interpreta esos pasajes como una incitación a matar a los no
creyentes, muchos cristianos a lo largo de los siglos sí los han
interpretado de esa manera, y esa es en parte la razón por la que los
cristianos han matado a tantas personas por negarse a aceptar a Cristo
como su Salvador.
Por suerte, pocos judíos o cristianos se toman tales aspectos de su religión tan en serio hoy día. Pero algunos lo hacen. Y muchos
se toman esos aspectos lo suficientemente en serio como para pedirle al
gobierno que despliegue los Diez Mandamientos en los tribunales (“Yo
soy el Señor tu Dios… No tendrás otros dioses más que a mí. . .”), o
para prohibir la homosexualidad, o para establecer o mantener leyes que
prohiban el matrimonio homosexual, y cosas parecidas.
Y las violaciones de derechos
estipuladas o toleradas por la religión se extienden mucho más allá de
eso en la cultura y la política. Piensa, por ejemplo, en algunos
mandamientos bíblicos relativos específicamente a la propiedad.
Tanto el Judaísmo como el Cristianismo
sostienen que somos guardianes de nuestros hermanos, y que tenemos el
deber moral de redistribuir la riqueza a los pobres. Tanto el Antiguo
como el Nuevo Testamento son claros en eso. Por ejemplo, Dios dice, por
medio de Moisés: “Te ordeno que abras la mano a tus hermanos y a los
pobres y necesitados de tu tierra” (Deuteronomio 15:11). Y Jesús dice:
“Dale a todo el que te pida, y si alguien se lleva lo que es tuyo, no se
lo reclames” (Lucas 6:30); y “Vende todo lo que tienes y dáselo a los
pobres” (Lucas 18:22). Etcétera.
Si la gente cree, como hacen los judíos y
los cristianos, que Dios existe y que Él es quien manda que se
redistribuya la riqueza a los necesitados, ¿cómo puede esperarse que
acepten la idea de que deben respetar los derechos de propiedad?
Decirle a una persona religiosa: “Puedes
estar a favor de la libertad y a la vez acatar tu religión, siempre y
cuando respetes los derechos de las personas” es decirle, “Puedes estar a
favor de la libertad y a la vez acatar tu religión, siempre y cuando
ignores o niegues los dogmas centrales de tu religión”. ¿Quién va a
hacer eso de forma consistente o sostenida? Y si una persona religiosa
consistentemente ignorase las premisas esenciales de su religión, ¿cómo
se sentiría sobre sí mismo? Y ¿qué podría esperar que “Dios” hiciera con
tal desobediencia?
Es imposible defender la libertad sin una moralidad racional
Si la gente acepta ideas morales o filosóficas fundamentales que están en conflicto con los derechos, entonces, aunque digan
que están “por la libertad”, no serán capaces de defenderla de forma
consistente o duradera. Cuando llegue el momento de votar por un
político, o de escribirle a un gobernante, o de defender la abolición de
la medicina socializada o la seguridad social, o los programas de
cupones para alimentos, o las escuelas administradas por el gobierno,
las convicciones filosóficas fundamentales de las personas esencialmente
triunfarán, en la mayoría de los casos, sobre sus reivindicaciones
políticas.
La legitimidad de la libertad y la
maldad del uso de la fuerza presuponen y dependen de ciertos principios
morales y filosóficos, los cuales pueden ser socavados y contrariados
por otros principios. La única manera de defender la libertad es
identificar, aceptar y respetar los principios morales y filosóficos
objetivos y demostrablemente verdaderos, y a eso es precisamente a lo
que el enfoque del libertarianismo se opone.
Por supuesto, algunos libertarios dicen
que no están en contra de los fundamentos filosóficos como tales, sino
sólo contra la idea de que haya un único fundamento filosófico
objetivamente correcto para los derechos y la libertad. Según ese punto
de vista, hay multitud de fundamentos que pueden justificar la libertad,
cuantos más, mejor. Como dice Tom Palmer, “Si muchos argumentos
diferentes que no son mutuamente exclusivos [sobre la fuente de los
derechos] convergen en la misma conclusión, entonces podemos estar más
seguros de su verdad que si sólo uno de esos argumentos nos lleva a
ella, mientras otros llevan a conclusiones diferentes”. 17 Ya. Eso suena
bien, hasta que uno se da cuenta de que esos “diversos argumentos no
excluyentes” – que supuestamente convergen en la conclusión de que los
individuos tienen derechos – surgen de las mismas filosofías que hemos
estado discutiendo, las filosofías que niegan los derechos:
utilitarismo, igualitarismo, religión, etc. El propio Palmer cita
argumentos de utilitarismo y religión entre los “muchos” que hay; de
hecho, los libertarios más fanáticos argumentan a partir del altruismo y
del igualitarismo para “defender” la libertad. Todos esos argumentos
son bienvenidos en ese campo, siempre y cuando ninguno excluya a los
otros. Eso, obviamente, es absurdo.
Otros libertarios, sintiendo la
imposibilidad de defender los derechos con filosofías que expresamente
niegan la posibilidad de los derechos, simplemente evitan a toda costa
cualquier pregunta que tenga que ver con la verdad moral y la filosofía
más profunda. Por ejemplo, cuando se les pregunta si existen verdades
objetivas sobre el bien y el mal, o si esas “verdades” son sólo el
resultado de un consenso social, Harry Brown (nominado en dos ocasiones
al Partido Libertario) responde: “Es un juego para nosotros hablar de lo
que es moralmente correcto o incorrecto. . . . Los libertarios queremos
minimizar el uso de la fuerza al resolver problemas sociales y
políticos. . . y no vamos a resolverlos hablando de la filosofía”. 18
La verdad, sin embargo, es que la única forma en que podemos avanzar hacia una sociedad libre es hablando de filosofía.
Premisas morales y filosóficas erradas llevan a resultados políticos desastrosos
Lo que la gente tiene o no tiene el
derecho a hacer no puede ser entendido, y mucho menos defendido, sin
entrar en filosofía. Quienes no basan el principio de los derechos y la
validez de la libertad en verdades morales y filosóficas más profundas
realmente no saben qué son derechos o por qué la libertad es buena, por
lo tanto no son capaces de aplicar esos principios de forma consistente o
racional. Observemos, en este sentido, algunos de los puntos de vista
entre libertarios sobre quién tiene “derecho” a hacer qué.
Algunos libertarios, como Murray
Rothbard, sostienen que los padres deben ser legalmente libres de dejar
que sus hijos se mueran de hambre, no dándoles comida, siempre y cuando
los padres no estén agrediendo a nadie. ¿Por qué tomaría alguien una
posición así? Porque esa posición está implícita en el llamado axioma de
no-agresión. “El axioma fundamental de la teoría libertaria”, explica
Rothbard, es que “la violencia no debe ser usada contra un no-agresor.
Esa es la regla fundamental a partir de la cual puede deducirse todo el corpus
de la teoría libertaria”. 19 Por lo tanto, dice el argumento, mientras
los padres no estén agrediendo a nadie, no hay razón para prohibirles
legalmente que dejen de alimentar a sus hijos. Escribe Rothbard:
“Los padres no deben tener la obligación legal de alimentar, vestir, o educar a sus hijos, ya que tales obligaciones implicarían actos positivos de coerción sobre los padres, privándoles de sus derechos. . . . Los padres deben tener el derecho legal a no alimentar a un hijo, incluso hasta dejar que se muera. . . . Esta regla nos permite resolver cuestiones tan acuciantes como: ¿debe tener derecho un padre a permitir que un bebé deforme muera (por ejemplo, dejando de alimentarlo)? La respuesta claramente es que sí, partiendo del derecho anterior de permitir que cualquier bebé muera, sea deforme o no”. 20
Esa es la forma de “pensar” que resulta
de truncar el principio de los derechos y la legitimidad de la libertad
de las ideas morales y filosóficas que los justifican y les dan origen.
En este caso lo que se ignora (entre otras muchas cosas) es el objetivo
de los derechos, la relación entre derechos y responsabilidades, la
naturaleza de los padres, la naturaleza de los hijos, y la naturaleza de
la relación entre padres e hijos. Esos no son asuntos políticos; son
asuntos morales, epistemológicos y metafísicos. Y no podemos entender
las responsabilidades legales válidas de los padres para con sus hijos a
menos que entendamos y nos refiramos a esas cuestiones filosóficas más
profundas.
Otro ejemplo. Algunos libertarios, como
Bryan Caplan, sostienen que nunca debemos participar en una guerra.
Nunca. Bajo ninguna circunstancia. Ni siquiera si somos atacados por un
estado islámico que tiene como objetivo matarnos a todos. ¿Por qué?
Porque, según Caplan, la guerra implica, inevitablemente, “matar a
muchos civiles inocentes” 21, o, por lo menos “poner en peligro
temerariamente a un gran número de personas inocentes” 22, lo cual,
según el axioma de no-agresión, hace que ello sea instantáneamente
malvado. “La política exterior que se deriva de los principios
libertarios”, escribe Caplan, es “la oposición a todas las guerras. ¿Y
cuál es el nombre de ‘oposición a toda guerra’? El pacifismo”.
“¿Pero el pacifismo no contradice el principio libertario de que las personas tienen derecho a utilizar la fuerza como represalia? No. Estoy totalmente a favor de la venganza contra delincuentes individuales. Mi tesis es que, en la práctica, resulta casi imposible hacer la guerra con justicia, es decir, sin pisotear los derechos de los inocentes. Cada organización militar viable en la historia ha usado la fuerza para adquirir recursos, imprudentemente poniendo en peligro las vidas de civiles, y ha abrazado alguna variante de la culpa colectiva. La guerra es un negocio sucio. Es demasiado difícil ganar si juegas siguiendo las reglas”. 23
Según esa “lógica”, puesto que no
podemos eliminar a los regímenes extranjeros que nos atacan sin matar a
personas inocentes en el proceso, no tenemos derecho a eliminar a los
regímenes agresores. Una vez más, ese es el tipo de “pensamiento” que
proviene de separar el principio de los derechos y la maldad de la
fuerza de los fundamentos morales y filosóficos que justifican y dan
lugar a esos principios. Lo que se ignora aquí (entre otras muchas
cosas) son el objetivo moral del gobierno, la naturaleza egoísta de los
derechos, y la naturaleza de la responsabilidad moral, que incluye el
principio de que las personas y los gobiernos son responsables de las
consecuencias de las acciones y los eventos que ellos necesitan. Cuando
estas y otras verdades morales y filosóficas se tienen en cuenta,
podemos ver que un gobierno moral se preocupa de proteger los derechos
de sus ciudadanos, sin importarle qué es necesario para hacerlo, y que
la responsabilidad moral por la muerte de todos los inocentes en guerra
recae sobre quienes iniciaron la fuerza y que por lo tanto necesitaron
medidas de retaliación. Podemos ver que, aunque el gobierno al tomar
represalias y usar la fuerza no deba matar gente inocente más allá de lo
necesario para eliminar al agresor, sí puede matar inocentes si es
necesario, y hasta el extremo que sea necesario, para eliminar al
agresor. En resumen, si tenemos en cuenta los principios morales y
filosóficos más profundos podemos ver cómo navegar por una situación muy
compleja y horrible; si no lo hacemos, no podemos.
El anarquismo muestra hasta dónde puede llegar la irracionalidad
Como último ejemplo de lo que ocurre
cuando se ignoran las verdades filosóficas más profundas, observemos que
muchos libertarios – incluyendo a Murray Rothbard, Bryan Caplan, Roy
Childs, Randy Barnett, Peter Leeson, Walter Block, y David Friedman –
abrazan el anarquismo, la idea de que todo gobierno debe ser
eliminado. Según este punto de vista, el gobierno, por su naturaleza, es
inaceptable, porque, al establecer y hacer cumplir leyes en un área
geográfica determinada, el gobierno “agrede” contra quienes no quieren
obedecer esas leyes. El gobierno, según el anarquismo, debe ser abolido
para que las personas sean “libres”: libres, no sólo para producir y
comerciar, sino también para formar sus propias “agencias privadas de
defensa”, o “agencias de defensa en competencia”. En ausencia de un
gobierno, sigue el argumento, esos organismos de defensa compitiendo
entre sí harían que la sociedad fuese pacífica”. 24
Esa idea y todas sus variantes ignoran
tantas verdades morales y filosóficas que es difícil saber por dónde
empezar. Ignoran el hecho de que un mercado libre presupone la
existencia de un gobierno que prohiba iniciar la fuerza en las
relaciones sociales, y que utilice la fuerza sólo en represalia y sólo
contra aquellos que inician su uso. (Si iniciar la fuerza no está
prohibido por el gobierno, entonces las personas y sus propiedades están
a merced de cualquier delincuente o pandilla que decida usar la
fuerza.) Ignoran muchos hechos acerca de la naturaleza humana,
incluyendo el hecho de que sin garantía de poder mantener y usar el
producto de su esfuerzo, la gente pierde todo incentivo a producir; y el
hecho de que si las personas tienen que preocuparse constantemente de
si van a ser atacados por un matón o por un grupo o por una agencia de
defensa competidora, no pueden concentrarse en ser productivas o en
buscar otros valores que les sirvan a su vida, sean relaciones
románticas, o actividades recreativas, o vacaciones, o comidas. Ignoran
el hecho de que las agencias de defensa competidoras necesariamente
tendrían que estar basadas en ideas opuestas compitiendo sobre cuál es y
cuál no es la fuente apropiada de las reglas y las “leyes” por las que
se rigen (¿la Biblia? ¿el Corán? ¿el consenso social? ¿el deseo de
Mugsy?), qué es permisible y qué no lo es (¿la propiedad? ¿el aborto?
¿la pedofilia? ¿la libertad de expresión?), qué tipo y qué nivel de
fuerza debe ser usada contra aquellos que violan las leyes del clan (¿la
lapidación? ¿la amputación? ¿la venganza contra los miembros de su
familia?), qué hacer cuando alguien del clan A hace algo inadmisible
según las leyes del clan de B (¿secuestrarlo? ¿invadir y conquistar a su
clan? ¿matarlos a todos? ¿olvidarlo todo?), y así sucesivamente.
Lo más fundamental del anarquismo, sin
embargo, es que ignora las leyes de identidad y de no-contradicción, los
hechos realmente axiomáticos: que las cosas son lo que son y no pueden
ser lo que no son. El anarquismo imagina, por ejemplo, que muchos
gobiernos pequeños, por alguna razón no son gobiernos en absoluto. El
gran liberal clásico del siglo XIX Auberon Herbert aborda este y otros
puntos relacionados de forma concluyente: “La anarquía”, explica
Herbert, “nos parece no comprenderse a sí misma”:
“No es, en realidad, anarquía o ´no gobierno´. Cuando destruye al gobierno central y regularmente constituido y propone dejar que cada grupo haga sus propios arreglos para reprimir la delincuencia común, se limita a descentralizar al gobierno hasta el punto más lejano, dividiéndolo en fragmentos diminutos de varios tamaños y formas. Mientras haya delincuencia común, mientras haya agresiones de un hombre contra la vida y la propiedad de otro hombre, mientras haya una gran masa de hombres decididos a defender su vida y su propiedad, no puede haber anarquía o falta de gobierno.“Por la necesidad de las cosas, nos vemos obligados a elegir entre un gobierno constituido regularmente (y generalmente aceptado por todos los ciudadanos para la protección del individuo), y un gobierno constituido irregularmente, aceptado irregularmente, tomando su forma simplemente de acuerdo con el patrón de cada grupo. Ni en un caso ni otro hemos eliminado al gobierno. El anarquista más puro, el hombre que realmente elimina al gobierno, es Tolstoi, que predica, como hizo Cristo, que todos debemos aceptar los golpes sin devolverlos. De ese modo, es cierto, el gobierno puede ser eliminado; pero ¿cuántos de nosotros estamos preparados para seguir a Tolstoi?“Aún hay, como muchos anarquistas podrían instar, otro método de hacer frente a los delitos comunes. Bajo la teoría de “no hay gobierno”, la defensa de la persona y de su propiedad, y el castigo por el crimen, podrían ser dejados totalmente en manos del individuo; y este método, como el método de Tolstoi, sería bastante consistente con la verdadera teoría anarquista. He oído a un anarquista muy capaz defenderlo en base a que los hombres usarían la fuerza con más escrupulosidad si se vieran obligados a actuar en sus propias personas, que si tuviesen que actuar a través de un juez o de la policía. Pero aquí, de nuevo ¿cuántos de nosotros por un lado, estamos preparados a juzgar y a actuar por nosotros mismos en lo que respecta a nuestros propios errores?; o, por el contrario, ¿cuántos de nosotros consentiríamos en que se auto-nombraran jueces y verdugos aquellos que creen haber sido perjudicados por nosotros? Para la mayoría de nosotros, tal sistema podría ser descrito solamente con una palabra: pandemonium”. 25
El razonamiento de Herbert aquí es
perfectamente válido. Pero no va a convencer a quienes se niegan a
considerar nada más fundamental que el llamado axioma de no-agresión.
Observemos que el punto de Herbert es
esencialmente metafísico y epistemológico. Tiene que ver con la ley de
identidad: Las cosas son lo que son: un gobierno descentralizado es un gobierno
descentralizado. Tiene que ver con la naturaleza del hombre: mientras
la gente decida defender su vida y su propiedad (como han de hacer para
poder vivir), formará gobiernos para ello; por lo tanto, no
puede dejar de haber gobierno, al menos, no por mucho tiempo. Y tiene
que ver con la ley de no-contradicción: Nada puede ser a la vez lo que
es y lo que no es: un gobierno no puede ser un no-gobierno, y un
pandemonium no puede ser paz.
Lo anterior representa sólo algunos de
los muchos problemas que hay con el libertarianismo. Pero esos pocos
deben ser suficientes para confirmar que defender la libertad individual
independientemente de los fundamentos de esa libertad es un enorme absurdo.
Moralidad y Filosofía siempre triunfan (a la larga) sobre Política y Economía
Por supuesto, no todas las personas que
se dicen libertarios quieren legalizar la muerte por inanición de los
niños, o abstenerse de defender su país, o instituir el gobierno de
pandillas, ni cosas parecidas. Pero nada en la ideología del
libertarianismo se opone a tales posiciones, porque los principios que
se oponen a tales posiciones se encuentran en una moralidad y una
filosofía más profundas. Para entender lo que tienen de errado esas
posiciones, debemos adentrarnos en la filosofía.
Algunos libertarios tratan de defender
la libertad única y exclusivamente educando a la gente sobre economía y
política – explicando cómo funcionan los mercados, cómo surge el “orden
espontáneo” cuando los individuos y las empresas son libres, y cómo un
sistema legal que prohíbe la fuerza permite que todo eso ocurra. Esa es
la misión de organizaciones como la Foundation for Economic Education
(FEE), el Cato Institute, y el Competitive Enterprise Institute.
Ciertamente, las explicaciones de la viabilidad económica de los
mercados libres y del orden político necesario establecido por el estado
de derecho son importantes para promover y defender la libertad. Pero
separados de la base moral y filosófica que subyace y apoya los derechos
y la libertad, los argumentos económicos y políticos a favor de la
libertad se quedan en nada.
Independientemente de si la gente cree
que la libertad es económicamente práctica, si mantienen que es
moralmente inaceptable – lo que hacen al aceptar utilitarismo,
altruismo, igualitarismo, religión, etc., – entonces serán incapaces de
luchar por la libertad de forma efectiva. Los economistas y los
politólogos le han estado enseñando a la gente durante muchas décadas lo
prácticos que son los mercados libres y el estado de derecho, mostrando
cómo esas condiciones permiten que la gente persiga sus objetivos y
mejore sus vidas. Sin embargo, poca gente hoy día apoya una sociedad
verdaderamente libre. ¿Por qué? Porque los principios morales y
filosóficos más profundos de las personas en última instancia triunfan
sobre sus creencias políticas y económicas. Como escribió Ayn Rand en
una carta a Leonard Read cuando éste se preparaba para lanzar FEE, “La
gente no abraza el colectivismo porque ha aceptado una teoría económica
falsa. Acepta una teoría económica falsa porque ha abrazado el
colectivismo”.
“No puedes revertir causa y efecto. Y no puedes destruir la causa luchando contra el efecto. Eso sería tan inútil como tratar de eliminar los síntomas de una enfermedad sin atacar a sus gérmenes.“La economía marxista (colectivista) ha sido demolida, refutada y desacreditada hasta su raíz. La economía capitalista (individualista) nunca ha sido refutada. Y sin embargo, la gente sigue aceptando el marxismo. Si te fijas más de cerca, verás que la mayoría de la gente sabe, de forma vaga y preocupante, que la economía marxista es un camelo, pero eso no impide que siga defendiendo esa misma economía marxista. ¿Por qué?“La razón es que la economía ocupa el mismo lugar en relación a la totalidad de la vida de una sociedad que los problemas económicos ocupan en relación a la vida de un solo individuo. Un hombre no existe simplemente con el fin de ganarse la vida; se gana la vida con el fin de existir. Sus actividades económicas son el medio para un fin; el tipo de vida que quiere llevar, el tipo de objetivo que quiere lograr con el dinero que gana determina qué tipo de trabajo elige hacer y si decide trabajar en absoluto. Un hombre completamente sin objetivo (sea ambición, carrera, familia, o cualquier cosa) deja de funcionar en el sentido económico. Ahí es cuando se convierte en un vagabundo en la cuneta. La actividad económica en sí nunca ha sido la meta o la fuerza motriz de nadie. Y no creo que ningún tipo de ley de autoconservación funcionaría aquí: que un hombre quisiera producir solamente para poder comer. No lo hará. Para que la autoconservación se reafirme a sí misma, tiene que haber alguna razón para que su ego quiera automantenerse. Sea lo que sea que un hombre haya aceptado, consciente o inconscientemente, por rutina o eligiendo el objetivo de su vida, eso es lo que determinará su actividad económica.“Y lo mismo puede decirse de la sociedad y de las convicciones de los hombres sobre los aspectos económicos apropiados para una sociedad. Lo que la sociedad acepta como su objetivo y su ideal (o, para ser exactos, lo que los hombres piensan que la sociedad debe aceptar como su objetivo y su ideal) determina el tipo de economía que los hombres van a defender y a tratar de practicar; puesto que la economía es sólo el medio para un fin.“Cuando el objetivo social elegido es, por su propia naturaleza, imposible e inviable (como es el colectivismo), es inútil indicarles a las personas que los medios que han elegido para lograrlo no son viables. Tales medios van con tal objetivo; no hay otros. No puedes hacer que los hombres abandonen los medios hasta haberlos persuadido a abandonar el objetivo final.“Ahora bien, la elección de un objetivo personal o de un ideal social es cuestión de filosofía y teoría moral. Por eso, si uno quiere curar a un mundo moribundo, tiene que empezar con principios morales y filosóficos. No hay otra alternativa”. 26
Argumentos económicos sin base moral y filosófica no van a ninguna parte
Los argumentos económicos sin base moral
y filosófica de los derechos no van a cambiar ni pueden cambiar la
mente de la gente de forma sustancial o duradera. Por eso – a pesar de
todas las instituciones dedicadas a educar a la gente sobre economía, y a
pesar de todos los libros y artículos explicando de forma exhaustiva
cómo y por qué los mercados libres llevan a la prosperidad – hemos
aguantado y continuamos aguantando un sistema cada vez mayor de leyes,
regulaciones, programas e instituciones que violan los derechos: desde
las leyes de defensa de la competencia, a las escuelas administradas por
el gobierno, a las leyes sobre el salario mínimo, a la Seguridad
Social, a los programas de cupones de alimentos, a [en USA] Medicare y
Medicaid, Fannie Mae y Freddie Mac, Sarbanes-Oxley, Dodd-Frank,
ObamaCare, y dios sabe qué más se nos viene encima. Estamos controlados
por ese tipo de políticas e instituciones estatistas, no porque
la gente no entienda lo suficiente de economía, sino porque sus puntos
de vista filosóficos y / o religiosos dictan que tales políticas e
instituciones son moralmente necesarias, y que eliminarlas, aunque fuera
económicamente prudente, sería moralmente aborrecible.
Si queremos trabajar hacia una sociedad libre, no es suficiente decir
que tenemos “derechos”, o que la agresión es “mala”, o que los mercados
libres son “buenos”. Tampoco es suficiente explicar por qué y cómo los
mercados libres funcionan. Si queremos defender la libertad con éxito,
hemos de entender y ser capaces de explicar de dónde vienen esos
derechos, por qué los tenemos, y cómo lo sabemos. Debemos entender y ser
capaces de explicar qué significan objetivamente los conceptos de
“bueno” y “malo”, y cómo sabemos eso. Debemos adentrarnos en la filosofía.
Después de haber abordado este tema en
el espíritu de Frédéric Bastiat, después de haber tenido en cuenta no
sólo lo que se ve, sino también lo que no se ve al tratar las
descripciones comunes de libertarianismo, ahora podemos ver que la
esencia del libertarianismo es rechazar la necesidad de adoptar y
discutir filosofía al defender la libertad. Eso es lo que es inaceptable sobre el libertarianismo.
Mientras que el libertarianismo sostiene
que no debemos hablar de filosofía al defender la libertad, una
ideología diferente sostiene que sí debemos hablar de ella. El mejor término para esa ideología es, parafraseando a Ayn Rand, el “capitalismo radical”. 27
El Capitalismo Radical como antídoto al Libertarianismo
Radical significa “ir a la raíz” o “ir a
lo fundamental”. El capitalismo es el sistema social basado en el
reconocimiento de los derechos individuales, en el que el gobierno hace
una sola cosa: proteger los derechos mediante la prohibición de la
fuerza física de las relaciones sociales, y mediante el uso de la fuerza
sólo en represalia y sólo contra aquellos que inician su uso. La frase
“capitalismo radical” incluye o implica una serie de aspectos esenciales
de una sociedad libre que el libertarianismo ignora o niega.
Consideremos:
-
Como radical significa “ir a la raíz”, el capitalismo radical implica tener en cuenta la importancia de lo esencial, y la necesidad de abordar cuestiones tales como: ¿Qué son derechos? ¿De dónde provienen? ¿Cómo lo sabemos? ¿Cuál es el estándar del bien y el mal, de lo correcto y lo incorrecto? ¿Cómo sabemos eso? ¿Cuál es nuestro medio de conocimiento? ¿Cómo podemos validar nuestras ideas y ver si se corresponden con la realidad?
-
Como el capitalismo es el sistema social en que el gobierno protege los derechos, el capitalismo radical implica y abarca la necesidad de un gobierno, y por lo tanto se opone al anarquismo, a la absurda idea de que el gobierno debe ser abolido para dar paso a la guerra entre pandillas.
-
Como el objetivo del gobierno en una sociedad capitalista es proteger los derechos de los individuos que están a su cargo, el capitalismo radical rechaza el pacifismo, el llamado “no-intervencionismo”, y cualquier otra idea que le impida al gobierno usar la fuerza necesaria para eliminar a agresores extranjeros. El gobierno en una sociedad capitalista debe usar toda la fuerza que sea necesaria para proteger los derechos de sus ciudadanos. Además, al ser la amenaza de fuerza un tipo de fuerza – un hecho pasado por alto por quienes se niegan a hablar de filosofía – un gobierno que protege los derechos puede legítimamente usar la fuerza si es necesario incluso contra aquellos que “simplemente” han amenazado usarla. Es más, como la filosofía más profunda deja claro que todas las muertes en una guerra – incluyendo las muertes causadas directamente por el estado que usa la fuerza como represalia – son responsabilidad moral del estado o del régimen que inició la fuerza, el capitalismo radical defiende valientemente el derecho moral de una nación atacada o amenazada a usar fuerza contra el agresor, aunque haya inocentes que (desgraciadamente) mueran en el proceso.
Hay beneficios adicionales relacionados
con el uso de la frase “capitalismo radical” para denotar la ideología
anclada en los fundamentos morales y filosóficos de la libertad, pero
los puntos mencionados nos dan una indicación de cómo la idea contrasta
con el libertarianismo.
Capitalismo radical y libertarianismo no son sólo dos cosas diferentes. Son cosas esencialmente diferentes. Son cosas radicalmente
diferentes. El uno defiende y aboga por una sociedad libre mediante la
identificación y la defensa de las ideas morales y filosóficas que
subyacen y apoyan tal sociedad; el otro intenta defender una sociedad
libre ignorando o negando esas ideas (o la necesidad de discutirlas). El
uno apoya sus conclusiones políticas con una estructura sólida de
principios integrados que en última instancia están basados en la
realidad que percibimos; el otro afirma sus posiciones políticas y
utiliza conceptos tales como “libertad”, “derechos”, y “bueno” y “malo”,
a la vez que ignora o niega las ideas más fundamentales de las cuales
esos conceptos lógicamente dependen. El uno es un ejemplo práctico de la
naturaleza jerárquica del conocimiento conceptual; el otro es un
ejemplo de la falacia del concepto robado, que consiste en usar una idea o un concepto, mientras se ignoran o se niegan las ideas en las que lógicamente depende. 28
En vista de esa enorme y fundamental
diferencia, el hecho de que tanto el capitalismo radical y el
libertarianismo pretendan ser “por la libertad” es trivial. Esas
ideologías son superficialmente similares, y sin embargo son esencialmente diferentes. Y por ser esencialmente diferentes, necesitamos diferentes términos para referirnos a ellas.
Ideas esencialmente diferentes necesitan conceptos diferentes para referirse a ellas
Aunque algunos libertarios insisten en
llamar a cualquier persona que aboga por la libertad un “libertario”,
están objetivamente equivocados al hacerlo. Una clasificación apropiada
responde a los requisitos que de hecho tiene la cognición humana. El
objetivo de clasificar es identificar cosas esencialmente similares y
diferenciarlas de las que son esencialmente diferentes, para así saber,
cuando pensamos y hablamos, qué estamos pensando y sobre qué estamos
hablando. Necesitamos distinguir la ideología que reconoce y
sostiene los fundamentos de la libertad de la que los ignora o los
niega. Empaquetar conceptualmente esas dos cosas juntas, tratarlas como
si fuesen esencialmente lo mismo cuando en realidad son esencialmente
diferentes, es cometer la falacia del paquete regalo, que
consiste en mezclar mentalmente lo que es lógicamente inmezcable. 29 El
amasijo resultante de ese paquete regalo difumina las distinciones
cruciales, estrangula el pensamiento racional, y causa estragos en los
esfuerzos por defender la libertad.
Por ejemplo, difumina la diferencia
entre quienes son partidarios de limitar el gobierno a la protección de
los derechos, y quienes abogan por eliminar el gobierno; lo
cual lleva a mucha gente a creer que el movimiento a favor de la
libertad tiene como objetivo final acabar en anarquía, lo cual, a su
vez, hace que a la gente no le interese unirse a los defensores de la
libertad o apoyarles. Difumina la diferencia entre quienes abogan por
una política exterior de interés propio racional, y quienes abogan por
una política exterior de pasividad suicida; lo cual lleva a mucha gente a
creer que el movimiento a favor de la libertad preferiría permitir que
regímenes enemigos nos mataran a nosotros y a nuestros hijos, en vez de
exigirle a nuestro gobierno que acabe con esos regímenes aunque hacerlo
suponga matar a inocentes. Y difumina la diferencia entre quienes
reconocen la necesidad de tener principios morales y filosóficos
objetivos que validen la libertad, y quienes niegan esa necesidad; lo
cual lleva a mucha gente a creer que el movimiento a favor de la
libertad es anti-intelectual y que de alguna manera no reconoce el hecho
que la libertad es incompatible con las moralidades y las filosofías
ampliamente aceptadas en la actualidad. Todo eso daña la causa de la
libertad.
Si queremos defender la libertad,
necesitamos distinguir las ideologías, los individuos y las
organizaciones que abrazan y defienden los fundamentos de la libertad de
aquellos que no lo hacen. Clasificar por medio de elementos esenciales
es nuestra forma de hacerlo.
Defender la libertad en base a fundamentos morales y filosóficos, o ignorarlos y negarlos
El libertarianismo, propiamente
definido, es la ideología que intenta defender la libertad a la vez que
ignora o niega los fundamentos morales y filosóficos de los que la
libertad depende. Ese no tuvo por qué ser el significado de la palabra, pero es
de hecho el significado de la palabra debido a las ideas y a las
acciones de quienes le han dado forma al libertarianismo a lo largo de
décadas. El capitalismo radical, por el contrario, es la ideología que
pretende defender la libertad mediante la identificación y la defensa de
los fundamentos morales y filosóficos de los cuales depende. Si
queremos defender la libertad, debemos llamar a las cosas por su nombre,
y debemos respetuosamente indicarles a quienes reconocen y mantienen
las bases filosóficas objetivas de la libertad, pero insisten en ser
llamados libertarios, que están equivocados y perjudicándose al hacerlo.
30
Una cosa es reconocer la necesidad de
tener una base filosófica objetiva en defensa de la libertad, aunque uno
puede no estar seguro o incluso no estar de acuerdo en cuanto a los
detalles de esa base; y otra cosa es negar la necesidad de tener una
base. Si los defensores de la libertad reconocen la necesidad pero no
están de acuerdo sobre la naturaleza de la base, adelante, tengamos esa
conversación. Esa es exactamente la conversación que necesitamos
tener. Pero no empaquetemos a quienes reconocen esa necesidad con
quienes la niegan, tratándolos como si fuesen esencialmente los mismos.
No lo son. El capitalismo radical es una cosa; el libertarianismo es
otra.
Nada de esto significa que capitalistas
radicales y libertarios nunca deban participar o colaborar entre ellos.
Puede ser perfectamente una cuestión de principio el que los
capitalistas radicales trabajen con libertarios, siempre que al hacerlo
no difuminen las diferencias entre las respectivas ideologías. Si el
objetivo de una concesión es moralmente legítimo – digamos, educar a los
libertarios sobre la necesidad de la filosofía en defensa de la
libertad, o animar a la gente a pedirles a sus representantes políticos
que apoyen la derogación de leyes que violan derechos, o cosas parecidas
– y si los capitalistas radicales no hacen ninguna concesión en cuanto a
que la filosofía no es necesaria para defender la libertad, entonces
dialogar con libertarios puede ser perfectamente razonable. (He
participado varias veces en eventos organizados por Estudiantes por la
Libertad, en los que he discutido la necesidad de una defensa moral y
filosófica de la libertad, y seguiré hablando con los libertarios que
estén dispuestos a considerar estas ideas.)
Estamos enzarzados en una lucha crucial
por la libertad: la libertad de vivir nuestras propias vidas y buscar
nuestra propia felicidad, de acuerdo con nuestro propio juicio. Nuestros
enemigos – con sus filosofías ardientes – tienen como objetivo acabar
con la libertad. Algunos quieren directamente acabar con nosotros. Pero esta no es una batalla para gente que se niega a discutir de filosofía. Es una batalla para gente que insiste en hablar de ella.
Abraza la filosofía. Discute la filosofía. Conviértete en un radical por el capitalismo.
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Por Craig Biddle
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