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Wednesday, August 3, 2016

La Rebelión de Atlas contra la Opresión del Individuo

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Para conseguir un cambio intelectual en la cultura que restaure y revitalice los cimientos de América, tal vez nuestra actividad más importante sea poner las novelas de Ayn Rand en manos de los ciudadanos; y la más vital de sus novelas, la que hay que poner en sus manos, es “La Rebelión de Atlas”.
Pero, ¿por qué? ¿Por qué creemos que los cimientos de América necesitan ser restaurados? ¿Y qué es lo que una novela, una obra de ficción, tiene que ver con todo eso? ¿Y más aún, con el curso de una cultura y el destino de una nación? Estas son las preguntas a las que voy a tratar de responder.
Mi enfoque no va a estar en los detalles de la historia de la novela; y voy a tratar de evitar en lo posible arruinar la trama para aquellos que aún no la han leído. Mi enfoque va a estar en la importancia cultural de La Rebelión de Atlas. Para entender esa importancia cultural, primero tenemos que retroceder unos 230 años hasta el nacimiento de la nación, y ver lo que la Revolución Americana consiguió y lo que dejó de conseguir.


Es fácil olvidar lo radicalmente nueva que es la idea de América. Los Padres Fundadores inventaron una nueva forma de gobierno.
Todas las anteriores formas de gobierno habían concentrado el poder en las manos del Estado, a expensas del individuo. La teocracia puso el poder en manos de sacerdotes y papas que, como voceros de lo sobrenatural, tenían que ser obedecidos sin cuestionar. La monarquía puso el poder en manos de un rey o una reina, cuyos súbditos vivían y morían por sus edictos. La aristocracia puso el poder en manos de una élite hereditaria que pisoteaba a los miembros de las clases inferiores. La democracia puso el poder en manos de la mayoría, que podía hacerle lo que quisiera a la minoría.
En todos estos sistemas, los individuos recalcitrantes fueron tratados de la misma manera; fueron confrontados con instrumentos de coacción física: con prisión, tortura y muerte.
Los sacerdotes colocaron a Galileo bajo arresto domiciliario y quemaron a Bruno en la hoguera. El rey decapitó a Tomás Moro. Los aristócratas pisotearon a campesinos individuales en masa, a veces para poder literalmente bañarse en la sangre de los campesinos. La democracia ateniense ordenó que Sócrates bebiera la cicuta.
A todas estas atrocidades los Padres Fundadores dijeron “¡Basta!”. Idearon un sistema político que puso el poder en manos del individuo, a expensas del Estado. El individuo, ellos declararon, posee derechos inalienables a la vida, la libertad, y la búsqueda de la felicidad. El gobierno no está por encima del individuo, como su amo; el gobierno está por debajo del individuo, como su siervo.
“Para garantizar estos derechos”, Jefferson escribió en la Declaración de Independencia, “gobiernos son instituídos entre los hombres, derivando sus legítimos poderes del consentimiento de los gobernados”. Y si un gobierno viola los derechos del individuo, “es el derecho del pueblo alterarlo o abolirlo, e instituir un nuevo gobierno”.
En la Declaración, los Padres Fundadores estaban obviamente declarando independencia de Gran Bretaña, pero más profundamente, estaban declarando una independencia de sacerdotes y de reyes, de aristócratas y de la voluntad de la mayoría. Estaban creando un santuario para individuos, para individuos con mentes sin límite, para los Galileos y los Sócrates del mundo, que ahora se encontrarían con un destino diferente.
Pero ¿qué motivó a los Padres Fundadores a adoptar la increíblemente peligrosa medida de crear un país diferente? ¿Por qué arriesgaron sus vidas, sus fortunas y su sagrado honor?
La clave para entender la motivación de los Padres Fundadores es que eran idealistas de este mundo, basados en los hechos. Como estudiantes de la Ilustración, de la Edad de la Razón en Europa, los Padres Fundadores creían en la perfección del hombre. Si el hombre indefectiblemente usa su mente racional, y si detenidamente estudia y formula los métodos por los que, de hecho, los valores humanos y la prosperidad son logrados, entonces, ellos mantenían, la perfección aquí en la Tierra es posible para el hombre.
Eso es precisamente lo que los Padres Fundadores hicieron con respecto al tema del gobierno. Minuciosamente estudiaron las formas y la historia de los gobiernos a fin de definir un método perfecto de gobernar. El resultado fue la Constitución de los Estados Unidos, junto con su sistema de controles y equilibrios, diseñados para evitar la aparición de cualquier poder absoluto.
Para la mayoría de los súbditos británicos, el dominio británico era bueno; y, comparado con el resto del mundo, lo era. Y de hecho era lo suficientemente bueno. Pero, para los Padres Fundadores, “bueno” no era suficiente. Como idealistas, buscaban la perfección. Y cuando vieron la posibilidad de actuar, por lo tanto, se rebelaron, cuando pocos otros hombres lo habrían hecho.
Pero arder con este tipo de idealismo requiere una profunda auto-estima. Requiere un espíritu que quiere ver la perfección hecha realidad por sí misma y en su propia vida. La verdadera auto-estima – no del tipo “todos somos buenos” – es una estima que hay que ganarse, de la propia alma. Es la convicción de que te mereces el éxito y la felicidad porque estás continuamente trabajando para conseguirlos.
Si te preguntas sobre la imponente estatura de los Padres Fundadores, de hombres como Washington y Jefferson, esta es la clave: eran  hombres de genuina auto-estima, hombres que consideraron la perfección de su propia vida, mente, carácter y felicidad… con la máxima seriedad. Eran pensadores abstractos y a la vez hombres de acción; hombres de gran y creciente erudición, que eran también abogados, agricultores, editores, empresarios, arquitectos e inventores.
Este tipo de individuo celosamente protegerá su libertad, la libertad de seguir su propio criterio, tomar sus propias decisiones, y disfrutar de los valores y la riqueza que él mismo crea. Para tal individuo, la cuestión de su propia perfección es una realidad cotidiana que no le permitirá a nadie usurpar. Para tal individuo, la idea de que él es algo pecaminoso, o irracional, o una criatura miserable desesperadamente necesitada de un superior que le diga lo que tiene que hacer, no es real.
Este tipo de individuo no permitirá que ningún rey o gobierno dicte sus convicciones o disponga de su fortuna y su vida. No, ni por ninguna razón, ni en ningún grado.
Para los Padres Fundadores, el lema “vivir libre o morir” tenía un significado real. Sin libertad, estarían muertos; su modo de existencia estaría muerto, la implacable e incesante búsqueda de su propia perfección estaría muerta. Y eso es lo que pensaban.
La Declaración de Independencia fue una declaración de auto-estima.
Pero el logro de los Padres Fundadores se está erosionando. Se quedarían pasmados del poder que ahora se está concentrando en manos del gobierno americano a expensas del individuo.
¿Puedes imaginarte a Jefferson sometiéndose a los inspectores de la construcción, quienes decidirían si Monticello pasa el código? ¿O suplicando ante funcionarios del FDA [Food and Drug Administration, “Departamento de Drogas y Alimentos”] para consumir una droga experimental, que según su criterio científico, es beneficiosa? ¿O permitiendo que los administradores de la Seguridad Social dictasen cuánto tiene que ahorrar para su jubilación y cómo tiene que invertirlo? ¿O pacientemente observando cómo el recaudador de impuestos coge su dinero y lo tira en los vertederos de ayuda a África?
¿Te lo imaginas postrándose ante la FCC [Federal Communications Commission, Comisión Federal de Comunicaciones] que determinará si el contenido de lo que transmite es obsceno? ¿Te imaginas a Thomas Jefferson pidiéndole perrmiso al gobierno para fumar un cigarrillo en un restaurante, comer espinacas irradiadas, enroscar una bombilla incandescente, o comprar una patata frita trans-grasienta?
Y sin embargo, hasta hoy, los americanos no tienen la auto-estima para protestar contra estas usurpaciones de su juicio, su elección, su libertad.

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