Por José Carlos Rodríguez
El empresario mejicano Carlos Slim, uno
de los hombres más ricos del mundo, ha vuelto a proponer como solución a
los principales males de la civilización la reducción de la jornada
laboral a tres días semanales. Slim considera que los avances en la
tecnología y la productividad de las empresas hacen que se amorticen los
puestos de trabajo, y desaparezcan las oportunidades de emplearse de la
clase media. La solución no es crear empleo, sino repartir lo que
quede: Tres días una mitad de la población, otros tres días la otra, y
todo sigue funcionando durante toda la semana, salvado sea el séptimo en
el que hasta Dios descansó. Mirada de cerca, esta propuesta es
perfectamente absurda. No sólo no es cierto que desaparezca la demanda
de empleo con el avance tecnológico, idea que equivale a decir que la
tecnología provoca el fin de la escasez. Sino que con tres días de
trabajo dejarían de hacerse muchos proyectos productivos de los que nos
beneficiamos. Y, por supuesto, el trabajo no es una masa fungible que
puedas repartir en dos mitades.
Slim propone un cambio gradual, pero eso
no es más que un recurso dialéctico para hacer pasar por razonable lo
que no lo es. Y, sin embargo, sí tiene sentido reducir el tiempo de la
vida dedicado al trabajo. Pero no como una medida política, sino como el
desarrollo normal de las sociedades capitalistas.
A medida que se ha extendido el capitalismo, se ha acortado el tiempo dedicado al trabajo. Eugen von Böhm-Bawerk señaló en Capital e Interés
que el tiempo de ocio formaba parte del consumo, desde el punto de
vista económico. El ocio, entendido como el tiempo que no le dedicamos a
realizar una actividad productiva, remunerada o no, supone una
satisfacción inmediata, por lo que creo que es correcto incluirlo dentro
del consumo. Si el ocio es consumo, es lógico que con la mayor riqueza,
al igual que aumenta el consumo de otros bienes, también lo haga el del
tiempo de ocio. Más, cuando ese tiempo es necesario para poder consumir
los otros bienes.
Conspira contra esta tendencia una
fuerza contraria: la riqueza aumenta de la mano de la productividad del
trabajo, de modo que cada hora que añadimos a ese trabajo nos reporta
más bienes o, expuesto de otro modo, cuanto más productivo es el
trabajo, renunciar a una hora supone renunciar a un mayor consumo.
Generalmente, si esa mejora de la productividad es temporal, se
aumentará el tiempo dedicado al trabajo, pero si se ve como permanente,
se puede sacrificar esa mayor renta por un mayor tiempo de ocio, o más
bien dedicar una parte creciente de esa mayor renta al ocio.
Los datos apuntan en esa dirección. Según Michael Huberman y Chris Minns,
que han recogido datos de once países europeos, más Australia, Canadá y
los Estados Unidos, la tendencia va claramente en esa dirección. La
media ponderada de estos países, que podemos identificar grosso modo con
las sociedades capitalistas, era de 64,3 horas mensuales de trabajo en
1870. Desde entonces se observa una caída apreciable, pronunciada, y sin
remisión. Y así, en 1929 la media era de 47,8 horas. Tras la Gran
Depresión, esa tendencia a la baja se modera. Pero tras el fin de la II
Guerra Mundial vuelve a recuperarse esa tendencia. Así, en 1950 se
trabajaban de media 45,4 horas en esos países, y en 2000, según los
datos recabados por Huberman y Minns, 36,3.
Aunque para este período vamos a
recurrir a otras fuentes. Según The Conference Board, los irlandeses
trabajaban a lo largo del año 2.513 horas de media en 1950, y 1.821 en
2016, una reducción del 27 por ciento. Elijamos el país que elijamos,
los resultados son los mismos: Alemania de 2.427 a 1.376, el Reino Unido
de 2.010 a 1.680, España de 1.975 a 1.693… Los que recaba la OCDE
muestran una tendencia congruente. Hay una media del club de países
desarrollados desde el año 1970. Entonces, la media de la OCDE era de
2.015 horas trabajadas al año, y los últimos datos disponibles, que son
de 2014, recogen 1.770.
Pero esta es sólo parte de la historia.
El número de horas al año es fijo, y por tanto cuanto menos horas
dedicamos a trabajar, más los tenemos de ocio. Pero eso no ocurre con el
número de años. La esperanza de vida está aumentando, y con ella el
número de años que esperamos vivir retirados del trabajo. Así, la media
en 1970 era de 15 años para las mujeres y 11 para los hombres, y en 2014
es ya de 22,3 años para las mujeres, y 17,6 para los hombres.
En definitiva, sin la intervención de
empresarios u otros especímenes con ideas geniales de ingeniería social
ni políticos que las lleven a la práctica, lo cierto es que el tiempo de
ocio no ha dejado de ampliarse bajo las economías de base capitalista.
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