La hora de Kuczynski
Por Álvaro Vargas Llosa
Pedro Pablo Kuczynski asume el mando del
Estado peruano el jueves que viene. Tiene enfrente un toro más bien
bravo, pero no imposible de torear: un Parlamento adverso; una economía
en cámara lenta temporalmente acelerada por la entrada en vigor de
proyectos mineros de cobre; un déficit fiscal (al que se suma una
tendencia recaudatoria declinante) que no facilita el objetivo de elevar
el presupuesto público para la lucha contra la delincuencia, la salud y
la educación; un entrampamiento burocrático que tiene detenidas varias
inversiones, además de una legislación proteccionista que, especialmente
en materia laboral, es de las más restrictivas del mundo; por último,
una sociedad desafecta a sus autoridades y líderes a la que el grave
deterioro de la seguridad por obra de la delincuencia común tiene en
estado de impaciencia y crispación.
Pero no es este frente, el
interno, al que quiero referirme: sirva simplemente de contexto para
situar la Presidencia en ciernes de Kuczynski. El otro frente, el
externo, es no menos importante para su Presidencia. ¿Qué puede, qué
quiere y qué debería hacer PPK de cara a la región latinoamericana y el
resto del mundo en los cinco años venideros?
En una frase, ejercer -con la
prudencia debida y un sentido de las dimensiones reales del país que
gobernará- un cierto liderazgo con visión de mundo. El momento
no puede ser más propicio: América Latina vive hoy un punto de inflexión
política. Hasta ayer, un bloque de gobiernos enemistados con las
instituciones republicanas, la economía de mercado y la globalización
tenían el control del proceso de integración y de los foros regionales, y
llevaban la voz cantante de cara al resto del mundo. Los que
constituían la excepción no eran pocos pero estaban intimidados; cuando
tomaban iniciativas, por ejemplo la Alianza del Pacífico, lo hacían
silenciando su voz política y, casi como pidiendo perdón, ejercitando la
comercial. Hoy, han desaparecido gobiernos populistas que jugaban un
papel determinante en el estado de cosas descrito y los que quedan,
atrapados en un clima de zozobra o debilitados por sus propios votantes,
carecen de musculatura internacional para impedir la inflexión que se
empieza a dar.
Precisamente porque el Perú ha
hecho algunos de los deberes que otros países de mayor peso no han hecho
todavía o empiezan a hacer con dificultades, Kuczynski está en
condiciones de empinarse como un líder con iniciativa regional.
Por lo pronto, puede dar a la Alianza del Pacífico cierta voz política y
jugar el papel de bisagra entre este grupo y otros países, o incluso
bloques comerciales, con clara vocación de acercarse a los “pacíficos”.
No tiene el desgaste de los otros presidentes de la Alianza ni la íntima
ambigüedad que frente a ella exhibe a ratos alguno que otro de sus
miembros.
Tres países del Mercosur -Brasil,
Argentina, Paraguay- quieren un acercamiento con la Alianza que apunta,
aunque no lo digan así todavía, a consustanciarse con ella a mediano
plazo. Otro de ellos, Uruguay, en manos de la izquierda moderada, no
tiene el mismo entusiasmo, pero tampoco una objeción insuperable. Sólo
Venezuela, a la que varios miembros del Mercosur (no sólo Paraguay, como
se cree) quieren evitar entregarle la presidencia rotativa, se opone.
La expresión “acercamiento” entre el
Mercosur y la Alianza es, por cierto, un eufemismo. De lo que se trata
es de que el Mercosur se parezca cada vez más a la Alianza y algún día
unos y otros formen parte de una misma y única iniciativa presidida por
valores liberales y una libre circulación de todo. Si Kuczynski,
que está en mejores condiciones que Peña Nieto, Santos y Bachelet para
desplegar algún liderazgo en esto, se anima a ejercerlo, habrá hecho, al
final de su mandato, una contribución al desarrollo de la región.
Pero hay más: varios países del Mercosur
están interesados -por fin- en sellar un acuerdo comercial con la Unión
Europea. Hasta ahora había sido imposible avanzar por el freno
ideológico de los gobiernos populistas que integraban el Mercosur. Hoy,
también esto está cambiando. Todo lo que sea integrar a América Latina
al resto del mundo es bueno. Todos los países de la Alianza tienen
acuerdos comerciales con Europa (México y Chile desde hace década y
media, Perú y Colombia desde hace tres añitos), por tanto hay vasos
comunicantes entre la vocación crecientemente favorable a un
acercamiento con la Alianza de parte de los nuevos gobiernos del
Mercosur y su vocación atlántica. No está Kuczynski en condiciones,
lógicamente, de jugar un papel directo en la negociación entre el
Mercosur y Europa, pero sí, como líder sudamericano interesado en ese
proceso, de sumar su voz y su experiencia de forma indirecta. Después de
todo, nada que tenga que ver con el desarrollo de la región en su
conjunto le puede ser ajeno.
No menos -acaso más- importante es la
mirada hacia el Pacífico. PPK ha hablado de su interés por llevar la
relación con China a una nueva dimensión. Se da, al mismo tiempo, la
coincidencia de que algunas capitales del mundo, y sobre todo
Washington, impulsan el “Trans-Pacific Partnership” con los otros países
asiáticos en cierta forma para contener a China, aunque no lo admitan
públicamente. Tres de los cuatro países de la Alianza, el Perú entre
ellos, forman parte de esa asociación en ciernes. Un PPK que
lleve, efectivamente, la relación con China a una nueva dimensión al
mismo tiempo que explota todas las posibilidades del TTP con los otros
países asiáticos puede contribuir una pizca a modificar la imagen de una
América Latina que hasta hace poco estaba representada, sobre todo, por
la estridencia y agresividad populista/nacionalista, y a recuperar el
interés del resto del mundo por esta región.
En el caso de Venezuela, el liderazgo de
Kuczynski también podría ser útil. Tres iniciativas están en marcha hoy
para abordar la hecatombe venezolana. Una, que encarnan el secretario
general de la OEA y algunos gobiernos, apunta a la realización del
referéndum revocatorio que dé una salida constitucional hacia la
democracia; otra, que pasa por Unasur y ex presidentes como el español
Rodríguez Zapatero, quiere disolver a la oposición en un diálogo que
haga innecesario el referéndum y garantice la continuidad sin
confrontaciones; la tercera quiere evitar la confrontación, pero buscar
vías de presión enfocando lo que ocurre desde el punto de vista
“humanitario”, una puerta que permite a los vecinos regionales colarse
en Venezuela sin que parezca que se viola el principio de no
interferencia en asuntos de otro país.
Entre la primera y la tercera hay -o
puede haber- puntos de coincidencia; de su combinación acaso puede
resultar una hoja de ruta. Allí es donde el liderazgo de Kuczynski
podría hacerse sentir. Macri lo quería ejercer, y en cierta forma lo
está tratando de ejercer, pero tiene una limitación: la aspiración de su
canciller a ser secretaria general de la ONU. El brasileño Temer no
hace política exterior, rol que ha delegado casi integralmente en su
canciller José Serra, pero la situación interna de ese país y la
naturaleza todavía algo precaria del gobierno interino no permiten a
Itamaratí un papel de mayor envergadura. Oportunidad, por tanto,
para que PPK, que ha dicho sobe Venezuela cosas no muy distintas a las
que ha dicho Macri y ha dado muestras de entender la naturaleza real del
problema, ayude a crear las condiciones para que la presión
internacional conduzca a una salida constitucional hacia la democracia.
Más delicado es el apartado “Estados
Unidos” en vista del incierto proceso electoral en curso en ese país. En
ninguno de los escenarios es previsible que América Latina sea una
prioridad para Washington: la política exterior norteamericana gravita
hacia otros mundos desde hace buen rato y lo seguirá haciendo. Pero una
América Latina alejada del populismo/nacionalismo que ha predominado en
la última década tendrá mayores posibilidades de ser tomada en serio. En
ese empeño, el papel de los países que han hecho mejor sus deberes, el
Perú entre ellos, puede no ser menor.
Evidentemente, será mucho más
complicado, por lo menos en una primera etapa, relacionarse con un
Presidente Donald Trump que con una Presidenta Hillary Clinton.
En cualquier caso, es indispensable que un grupo emblemático de
presidentes latinoamericanos actúe de forma coordinada para impulsar un
intercambio político con Washington que ha faltado en los últimos años,
con excepciones obvias como la iniciativa cubana de Barack Obama.
¿Qué puede esperarse de la relación de
PPK con sus vecinos? En cierta forma, es un área donde la cama ya está
hecha para que se acueste en ella el inminente mandatario peruano. Todas
las relaciones son hoy razonablemente buenas -hay incluso gabinetes
binacionales con Colombia, Ecuador y Bolivia- a pesar de que, como es
evidente, aquellas que se dan con gobiernos con los que existen marcadas
diferencias de orientación política chocan con ciertos límites. Pero
esto no significa que no haya margen para hacer cosas. Chile es quizá el escenario en el que puede darse un avance mayor, resuelto ya el contencioso de La Haya.
Desde la resurrección del “2 más 2” hasta un eventual gabinete
binacional, o la integración energética y la innombrable venta de gas al
vecino del sur, PPK tiene un amplio abanico de posibilidades para darle
alas a esa relación (que es buena, pero a la que la relativa medianía
de la política exterior de los últimos años no ha permitido elevar a las
alturas que debería).
¿Es todo esto mucho pedirle a un PPK que
tendrá un frente interno chúcaro y urgente? Sí, claro. ¿Es probable que
no pueda hacer ni la mitad de lo que en estas líneas se sugiere? Por
supuesto. ¿No hay el riesgo de que si intenta todo esto acabe abarcando
demasiado y apretando poco? Sin duda. Pero esa es la misión de un
presidente que asume el mando de un país a medio hacer que ha perdido ya
varios siglos en la tarea de situarse entre los mejores: apuntar todo
lo alto que su imaginación quiera y luego volar a la altura que las
circunstancias lo permitan. Y que luego el siguiente o la siguiente haga
lo mismo. Hasta que un buen día el país despierte en el primer mundo.
Me tocó, en la campaña electoral del
Frente Democrático en el año 1990, participar en algunos viajes al
extranjero que pretendían iniciar desde la oposición, con la idea de
retomar luego desde el gobierno después, el esfuerzo de globalizar a un
Perú por entonces muy ensimismado y alejado de las corrientes de la
modernidad. En algunos participaba PPK como asesor del Frente
Democrático. Recuerdo con una sonrisa la impaciencia con la que
aconsejaba a algunos interlocutores, incluyendo gobernantes, lo que
debían hacer para comerse al mundo. Ojalá que algo de esa simpática
impertinencia y vocación de comerse el mundo acompañe la gestión de PPK y
su política exterior desde el primer día.
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