La convención de Donald Trump
Por Carlos Alberto Montaner
A juzgar por el ruido de la prensa, hubo
tres momentos estelares en la convención republicana que acaba de
terminar en Cleveland.
El primero fue el innecesario plagio de
un par de párrafos de un discurso de Michelle Obama del 2008,
introducido en el texto de la señora Melania Trump por una redactora
descuidada y deshonesta. Eso no se hace. Debilitó totalmente el impacto
de sus palabras y de su hermosa presencia. Hoy lo único que se recuerda
de su charla es que hubo un plagio.
El segundo fue el discurso del senador
republicano Ted Cruz. Comenzó con aplausos y terminó con abucheos. No
pidió el voto para Trump y se limitó a reclamar que los electores
votaran lo que la conciencia les dictara. De alguna manera, Cruz era
coherente con su propia prédica. No podía solicitar de los otros lo que
él no estaba dispuesto a hacer. No votará por Trump ni por Hillary.
(Probablemente lo haga por Gary Johnson, el exgobernador de New Mexico,
candidato del Partido Libertario).
El tercero fue el esperado discurso de
Donald Trump. La duda era si habría asumido un talante presidencial,
sereno e inclusivo, o si seguía siendo el fiero candidato que había
derrotado a 16 adversarios con un duro lenguaje de barricada cáustico y
efectivo. El enigma duró poco en despejarse. Seguía siendo el Donald
Trump de siempre y eso gustaba. El 75% encontró que su charla había sido
magnífica o buena. El 24% se sintió decepcionado.
El discurso duró una hora y quince
minutos (el más largo de la historia para este tipo de eventos), pero lo
leyó con firmeza y dominio del auditorio. No fue nada aburrido. Lo vio y
escuchó un 10% de la población norteamericana, la mayor parte de esas
personas, presumiblemente, votantes republicanos.
En una sociedad políticamente apática,
especialmente cansada tras el largo proceso de las primarias, que vota
en las presidenciales, como promedio, sólo un 52% del electorado,
veintitantos millones de televidentes son un número notable. Es verdad
que la final de los campeonatos de fútbol americano la ven más de 100
millones de espectadores, pero eso sucede en todas partes. El deporte
apasiona y la política repele.
¿Qué dijo Trump? En esencia, dibujó un
cuadro muy negro de la realidad estadounidense. Los caminos y los
puentes están destruidos. Aumenta la criminalidad. Los inmigrantes
indocumentados cometen crímenes horrendos. Las fuerzas del orden están
bajo ataque. Nosotros (los trumpistas) somos el partido de la ley y el
orden (dato que confirmaba la intimidante presencia del sheriff Arpaio).
Nuestros socios comerciales nos estafan. Las otras naciones nos roban
los puestos de trabajo. China nos saquea. Los acuerdos comerciales
internacionales nos perjudican severamente. Nuestros adversarios se
mofan de nosotros. Nuestros aliados militares no aportan la cuota que
les corresponde. Podemos acabar con el Califato islámico rápidamente y
no lo hemos hecho. Y, naturalmente, Obama es responsable de este estado
de cosas. Hillary prolongaría esta penosa situación si triunfara. Sería
más de lo mismo. Su paso por la Secretaría de Estado fue desastroso.
Agravó todos los problemas del Medio Oriente.
Trump coincide con la visión paranoica
de una parte sustancial del país. Un 67% de la sociedad americana cree
que Estados Unidos va por mal camino. Sin embargo, cuando se les
pregunta si ellos están peor, la mayor parte dice que no. Los que sufren
son otros. Es una cuestión de percepciones, no de estadísticas. El
Apocalipsis jamás pasa de moda. Tiene muchos adeptos.
¿Qué prometió Trump? Obvio: ponerles fin
a todos estos males una vez que esté instalado en la Casa Blanca.
Reconstruirá la derruida infraestructura. Impedirá que entren los
inmigrantes ilegales. Destruirá a los asesinos de ISIS. Reescribirá los
Tratados de Libre Comercio (TLC). Les exigirá a los socios
internacionales que inviertan más en su defensa. Enderezará la balanza
comercial. Pondrá a los chinos en su lugar. Cobrará menos impuestos y
obligará a las empresas norteamericanas a regresar a Estados Unidos.
No dijo, por supuesto, cómo llevará a
cabo estos prodigios. Será el combate definitivo contra la maldad. El
Armagedón tampoco pasa de moda. También tiene numerosos simpatizantes.
En realidad, no hay nada muy nuevo en
estos enfoques. El aislacionismo en política exterior, el proteccionismo
económico, la condena a la globalización, al plurilingüismo y al
multiculturalismo, la sospecha frente a los inmigrantes y el
ultranacionalismo, son pulsiones frecuentes y primarias en casi todas
las naciones. No en balde muchos hispanos, afroamericanos y otras
minorías se sintieron en peligro.
Encontramos estas tendencias, en
distintas proporciones, en 45 partidos europeos, a la derecha y a la
izquierda del espectro político (The European Council on Foreign Relations
los clasifica y llama “partidos insurgentes”). Hay frases de Trump que
pudieran repetir Marine Le Pen o Vladimir Putin. A veces las dicen con
la misma pasión. Veremos qué nos depara Hillary Clinton la próxima
semana. Les toca responder a los demócratas.
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