Dado
que las cosas que el hombre necesita para sobrevivir han de ser
producidas, y dado que la naturaleza no garantiza el éxito de ningún
esfuerzo humano, no hay y no puede haber tal cosa como garantía de
seguridad económica. El empleador que te da un trabajo no tiene ninguna
garantía de que su negocio seguirá existiendo, o de que sus clientes
seguirán comprando sus productos o servicios. Los clientes no tienen
ninguna garantía de que siempre podrán y estarán interesados en hacer
negocios con él, ni tampoco de cuáles serán sus necesidades, gustos o
ingresos en el futuro. Si te jubilas y te vas a vivir a una granja
auto-suficiente, no tienes ninguna garantía que te proteja de lo que una
inundación o un huracán puedan hacerle a tus tierras y a tus cosechas.
Si se lo entregas todo al gobierno y le das poder total para planificar
la economía entera, eso tampoco garantizará tu seguridad económica; lo
que sí garantizará es que la nación entera caiga a un nivel miserable de
pobreza — como los resultados prácticos de todas las economías
totalitarias, comunistas o fascistas, han demostrado.
Moralmente, la promesa de un imposible
“derecho” a la seguridad económica es un intento infame de derogar el
concepto de derechos. Sólo puede significar – y de hecho significa – una
cosa: la promesa de esclavizar a los hombres que producen, en beneficio
de los que no producen. “Si algunos hombres tienen un derecho a los
productos del trabajo de otros, eso significa que esos otros están
despojados de derechos y condenados a trabajos forzados.” (“Derechos del
Hombre” en Capitalismo: El Ideal Desconocido) No puede existir tal cosa como el derecho a esclavizar, es decir, el derecho a destruir los derechos.
+ + +
Es cierto que los estatistas del
bienestar no son socialistas, que ellos nunca abogaron por o tuvieron
como objetivo la socialización de la propiedad privada, que quieren
“preservar” la propiedad privada… con control del gobierno sobre su uso y
disposición. Pero esa es la característica fundamental del fascismo.
+ + +
El patrón oro es incompatible con el
gasto deficitario crónico (la nota distintiva del estado del bienestar).
Despojado de su jerga académica, el estado del bienestar no es más que
un mecanismo a través del cual los gobiernos confiscan la riqueza de los
miembros productivos de una sociedad para apoyar una amplia gama de
esquemas de prestaciones sociales. . .
La política financiera del estado del
bienestar requiere que no haya ninguna forma de que los propietarios de
riqueza puedan protegerse a sí mismos. Ese es el mezquino secreto de los
ataques de los estatistas contra el oro. El déficit público es
sencillamente un ardid para “ocultar” la confiscación de riqueza. El oro
se interpone a ese insidioso proceso como protector de los derechos de
propiedad. Si uno entiende esto, no debería tener dificultad en
comprender la causa del antagonismo de los estatistas hacia el patrón
oro.
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Moral y económicamente, el estado del
bienestar crea una fuerza decadente cada vez más acelerada. Moralmente,
la posibilidad de satisfacer las demandas por la fuerza extiende esas
demandas más y más, con intentos cada vez menores de justificarlas.
Económicamente, las demandas forzadas que hace un grupo crean
dificultades para todos los demás grupos, lo cual produce una mezcla
inextricable de víctimas reales y parásitos puros. Como la necesidad, no
el logro, es considerada la norma para dar recompensas, el gobierno
necesariamente sigue sacrificando a los grupos más productivos en aras
de los menos productivos, poco a poco subyugando al nivel más alto de la
economía, luego al nivel siguiente, luego al siguiente. (¿De qué otra
forma, si no es así, pueden ser proporcionadas recompensas que no han
sido producidas?)
Hay dos tipos de necesidades que
intervienen en este proceso: la necesidad del grupo que hace las
demandas, una necesidad abiertamente proclamada y que sirve para
encubrir otra necesidad, de la que nunca se habla: la necesidad de los
que buscan el poder, que requiere un grupo de dependientes de favores
para poder ascender al poder. El altruismo alimenta la primera
necesidad, el estatismo alimenta la segunda. El pragmatismo ciega a todo
el mundo, incluyendo tanto víctimas como aprovechados; les impide ver,
no sólo la naturaleza mortal del proceso, sino incluso el hecho de que
está habiendo un proceso.
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Un verdadero punto de inflexión se
produjo cuando los estatistas del bienestar hicieron el cambio de
economía a fisiología: comenzaron a buscar una nueva base de poder en un
racismo fomentado deliberadamente, el racismo de grupos minoritarios,
luego en los odios y complejos de inferioridad de las mujeres, de “los
jóvenes”, etc. El aspecto significativo de este cambio fue el separar
completamente las recompensas económicas del trabajo productivo. La
fisiología sustituyó a las condiciones de empleo como base de las
reivindicaciones sociales. Las demandas ya no eran para tener una
“compensación justa”, sino simplemente para tener una compensación, sin
que ningún trabajo fuese requerido.
Mientras que los buscadores de poder se
aferraron a las premisas básicas del estado del bienestar, manteniendo
que la necesidad era el criterio para dar recompensas, la lógica les
obligó, paso a paso, a defender los intereses de grupos cada vez menos
productivos, hasta llegar al último callejón sin salida: el de pasar de
ser los defensores de un “trabajo honrado” al papel de ser los
defensores de un parasitismo abierto, del parasitismo por principio, del
parasitismo como un “derecho” (su famoso eslogan convirtiéndose en:
“Quien no trabaja se comerá a aquellos que sí lo hacen”).
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En los negocios, el surgimiento del
estado de bienestar congeló el régimen existente, perpetuando el poder
de las grandes corporaciones de la era anterior al impuesto sobre la
renta, colocándolas fuera del alcance de la competencia con los recién
llegados, que estaban estrangulados por los impuestos. Un proceso
similar tuvo lugar en el estado de bienestar del intelecto. Los
resultados, en ambos campos, son los mismos.
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