Los gobiernos anteriores a Chávez en Venezuela sirvieron para darle a él un inmejorable punto de partida para la creación de ese Socialismo del Siglo XXI
En el plano político las cosas no están mucho mejor: el gobierno mantiene presos políticos, reprime brutalmente manifestaciones populares y no respeta ni su propia constitución. Venezuela es una dictadura disfrazada con un débil ropaje democrático, donde no se respetan las instituciones ni las mínimas libertades políticas.
Suelen atribuirse estos males a lo que llamamos populismo, un término algo difícil de definir, pero que incluye: el gasto desmesurado del Estado para congraciarse con los más pobres, subsidios enormes, fijación de un tipo de cambio artificial para abaratar las importaciones y una retórica que estimula la división entre pobres y ricos. Y todo esto ha sucedido en el país sudamericano, es cierto.
Aprovechando los altos precios del petróleo el gobierno ha gastado sin mesura durante quince años los enormes ingresos que recibió, creando durante un tiempo una falsa sensación de bienestar que le rindió no poco apoyo. La realidad, sin embargo, les ha pasado factura: el dinero se ha acabado, no hay dólares suficientes para las importaciones y el país está endeudado más allá de lo que puede pagar. Pero hay algo más.
La grave situación que ha creado el populismo de Chávez y sus continuadores se ha hecho realmente crítica porque sus políticas se encaminan hacia el objetivo declarado de crear el socialismo, un socialismo que han llamado “del siglo XXI” pero que no tiene mayores diferencias con el que conocimos durante el siglo XX.
Se han expropiado centenares de empresas, inmuebles y explotaciones agrícolas, se han estatizado la electricidad, la telefonía y muchas otras actividades productivas, y se han puesto innumerables restricciones al libre comercio, en el interior y con el exterior, todo esto mientras se desplega una actitud hostil hacia la empresa privada; leyes coercitivas, con reglamentaciones muy difíciles de seguir, han impedido que se creen nuevas empresas en tanto que las existentes desaparecen por millares.
El socialismo parte de la base de que toda actividad privada se funda en la explotación y que el poder político es expresión de los intereses de lo que llaman “la clase dominante”, formada por los propietarios del comercio y la industria, la agricultura y las finanzas. Hacer desaparecer esta clase, expropiándola o reduciéndola a un mínimo mientras se toma el poder político y no se respetan las formas de lo que llaman “democracia burguesa”, es el objetivo de los socialistas más extremos o radicales, que son los que detentan hoy el poder en Venezuela.
A este tipo de socialistas se los llamó comunistas hasta la desaparición de la Unión Soviética en 1991, aunque son muy pocos ahora los que todavía asumen esa denominación.
Otros socialistas más moderados se han conformado con menos: ponen en manos del estado la educación, la salud y las industrias básicas, aumentan los impuestos de un modo asfixiante y dan a los gobiernos un poder muy grande para controlar las libertades individuales. Sus políticas, si bien son diferentes a las de los comunistas, apuntan hacia la misma dirección.
Los gobiernos anteriores a Chávez en Venezuela eran de este tipo, por lo que sirvieron para darle a él un inmejorable punto de partida para la creación de ese Socialismo del siglo XXI que tanto se parece al comunismo. Lo peor de todo es que la oposición venezolana sostiene hoy todavía esos mismos puntos de vista, con lo que no logra diferenciarse claramente de los gobernantes actuales.
El socialismo en cualquiera de sus formas desconfía del individuo y de la empresa privada, se orienta hacia el reparto de lo existente y no a la creación de nueva riqueza y provoca un estancamiento económico muchas veces severo.
Las libertades individuales se ven afectadas por las restricciones que se imponen a la producción y al consumo, parte esencial de la vida de las personas. Es bueno que recordemos todo esto y que veamos en el ejemplo de Venezuela hasta dónde puede llegar la miseria de la población cuando se les imponen políticas socialistas.
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